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LOS RESTOS SUFRIENTES DE LA EX ESTACIÓN YUNGAY

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La Estación Yungay, tal como lucía en los años en que estuvo operativa.
 
Coordenadas: 33°25'37.59"S 70°40'43.85"W (principal) - 33°25'28.54"S 70°41'5.74"W (cabina Norte) - 33°25'48.52"S 70°40'52.85"W (cabina Sur)
Pocos recuerdan a qué corresponde el zócalo en ruinas que se encuentra al final de la avenida Balmaceda justo en el cruce con Carrascal, donde comienza la curva de los orígenes de Matucana a escasa distancia del río Mapocho. El desierto y condenado primer piso en ruinas con un acceso en arco al igual que sus cuatro vanos-ventanas al frente, más otras laterales, es todo lo que queda para la memoria de la ciudad de un edificio que antes tuvo dos niveles y un tercero a modo de mirador, con estilo elegante y afrancesado. Sólo algunas familias y perros abandonados rondan por allí ahora, entre escombros, pastos secos y escalinatas subiendo hacia ninguna parte.
Estos restos pertenecen a la alguna vez conocida y activa Estación Yungay, servicio situado en este trayecto del tren urbano desde mucho antes de la propia construcción de la propia Estación Mapocho, más al oriente. Este sector de la ciudad, a su vez, se halla en los terrenos que alguna vez pertenecieron a la Chacra o Llanito de Portales, donde comenzó a crecer el connotado Barrio Yungay, recibiendo este nombre en 1839, en el actual límite de la comuna de Santiago con la de Quinta Normal. Más hacia el poniente estaba el territorio chacarero y arrabalero de Chuchunco. 
La perfecta curva donde se separan Balmaceda-Mapocho y Matucana existe en los planos al menos desde la segunda mitad del siglo XIX, siguiendo la forma que originalmente tenían las líneas del ferrocarril y del tranvía. Desde la Estación Yungay salía la vía férrea del pequeño ramal hacia el Este, en el actual Barrio Mapocho, ocupado por los trenes que abastecían al Mercado Central y luego al Mercado de Abastos de La Vega. Esta antigua conjunción de la primitiva calle Mapocho con la ex Alameda de San Juan, actual Matucana, es lo que pasó a ser llamado el "triángulo" de Yungay, por la forma que toma la división de las líneas. Sin embargo, inicialmente la estación ocupaba justo la zona de la curva y no era más que un modesto edificio para la atención de los usuarios, al que después se adicionaron nuevas infraestructuras, como veremos.
Inaugurada en su primera versión hacia 1863, la estación propiamente tal equivaldría con el tiempo a lo que hoy llamaríamos una "intermodal", pues era un punto de intercambio en el uso del tranvía con el del ferrocarril (y viceversa) para el desplazamiento dentro de la ciudad. Este viejo tranvía conectaba todo este sector entre el Mercado y la Quinta Normal a través de la estación, desde los tiempos de los "carros de sangre", tirados por caballos, permaneciendo después de sustituirse el sistema por el tranvía eléctrico que tuvo gran influencia en la vida del Barrio Yungay, como se desprende de la literatura de Nicomedes Guzmán. En esta ruta nacieron líneas como el tranvía Yungay-Mercado y el Yungay-Portugal, en lo que se ha estimado como un inteligente y novedoso sistema de circunvalación de las rutas urbanas, concepto visionario para la época.
 
Vista de la curva de Matucana hacia el Barrio Mapocho, tomada desde la antigua Estación Yungay hacia 1870. Fuente imagen: Flickr de SantiagoNostalgico.
Recorridos ferroviarios y de los tranvías de Santiago. En el sector poniente se puede identificar la ubicación del "triángulo" de Yungay y sus rieles corriendo hacia Valparaíso y hacia Estación Central, respectivamente. Clic encima para ampliar imagen (fuente: tanviasdechile.cl).  
Empero, en los trabajos de canalización del río Mapocho que se habían iniciado en 1888, ya se consideraba la construcción de la Estación Mapocho en la punta de rieles del ferrocarril que corría desde Yungay hasta enfrente del Mercado Central y que existía desde hacía un par de años antes. La gran estación que estaba en proyecto en este lugar mantendría una línea directa hacia la Estación Yungay por la ruta de lo que hoy conocemos como el Parque de los Reyes, como lo describe con más detalles Alfonso Calderón en su "Memorial de la Estación Mapocho". Cabe hacer notar además que, a la sazón, la avenida principal que corría en ese sentido paralela a las vías aún era Mapocho, situación que cambió en 1927-1928 con la apertura de Balmaceda sobre los terrenos ganados al río con la canalización, en cuya desembocadura sobre el borde del Barrio Yungay había florecido la estación que nos interesa, justamente.
En 1903, se había inaugurado un servicio ferrocarrilero hacia el sector chacarero de El Resbalón por las actuales comunas de Pudahuel y Cerro Navia, precisamente desde la Estación Yungay y cuando ésta era todavía una pequeña terminal. Este recorrido era conocido como el Ferrocarril Yungay-Barrancas y se internaba por el lado Norponiente de Santiago. Fue extendido en 1911, justo cuando se construía la Estación Mapocho. Al inaugurarse esta última en 1913, sobrevino el conocido auge del ferrocarril central, en tanto que la ruta poniente se prolongaría hasta Valparaíso. Se hizo urgente levantar allí en el "triángulo", entonces, una nueva y cómoda estación para el servicio, eligiéndose el punto ubicado frente a la antigua terminal y al costado poniente de la conjunción en el trayecto de los rieles, para ubicar el edificio principal.
Según la selección de historias "Voces del Barrio Yungay", el edificio de la nueva Estación Yungay fue levantado en 1915 y quedó situado en la conjunción de Balmaceda con Carrascal, dispuesto para el uso de pasajeros justo al frente de un terreno que es, aproximadamente desde 1930, la Plaza Balmaceda, a la que también dedicaré alguna futura entrada. Según insistían los viejos residentes del barrio, esta plaza se llamaba Plazoleta Yungay cuando fue inaugurada justo en el arranque de los tranvías, hecha para aliviar la congestión alrededor de la avenida.
La estación correspondía a una construcción de estilo neoclásico francés, diría que de influencia académica beaux arts. Y como el nivel del ferrocarril iba sobre el de la calle en este tramo (por eso los puentes al final del parque y sobre calle Carrascal), se daba allí una situación curiosa y excepcional en la arquitectura de las estaciones de trenes: los pasajeros abordaban el servicio por el segundo piso de la misma, donde existía un salón con ventanales sobre los andenes, mientras que la planta baja era para los accesos, venta de boletos y servicios administrativos.
 
Imagen de la Estación Yungay, perteneciente a la colección de don Raúl Moroni.
Vista de las cabinas o casetas de circulación Norte y Sur, respectivamente, por el lado poniente del "triángulo" de rieles donde estaban las instalaciones del complejo de la Estación Yungay (Fuente imágenes: ferrocarrilenlinea.blogspot.com) 
En 1940, además, se había construido el túnel ferroviario que llega hasta la Alameda y que generó una enorme cantidad de leyendas urbanas sobre su paso invisible por la ciudad, especialmente por los "temblores" que provocaba en su marcha conectando la Estación Yungay con la Estación Central por el subsuelo. Esta medida de llevar el paso del tren a nivel subterráneo respondió a decisiones y leyes dictadas en 1936, para mejorar el servicio y resolver el problema de transportes y de congestión que existía entre la Alameda y Matucana.
Con todas estas instalaciones, la Estación Yungay quedó dividida en tres sectores dentro del "triángulo" entre Balmaceda y la vuelta de la curva de Matucana, señaladas con puntos de paradas en la estación y en las casetas de vigilancia y coordinación situadas a corta distancia del edificio principal y que, si bien pertenecen a un recinto de mayor tamaño en la terminal por tener bodegas, maestranzas y corrales, sólo se usaba para cargas que tomaba o dejaba el transporte. Los puntos de parada y referencia en el "triángulo" eran los siguientes:
  1. El edificio central de la Estación Yungay, del lado Nororiente usado por los pasajeros.
  2. La caseta de circulación Norte o "Yungay Norte" en el sector de maestranzas y cargas.
  3. La caseta de circulación Sur o "Yungay Sur", también en el sector de maestranzas y cargas.
Éste era, además, un barrio obrero e industrial conocido con el nombre de Villa Sana, plagado de lupanares y cantinas después de la retirada de las familias más acomodadas desde el sector. En algunos de sus boliches para trabajadores se iniciaron en las artes musicales Violeta Parra y sus hermanos, siendo muy jóvenes y cantando por algunas monedas del público, como el bar "El Túnel" y la quinta "La Popular" ubicados a escasa distancia de la estación.
  
Restos de la antigua estación, al final de avenida Balmaceda.
Vista de la Plaza Balmaceda, con los restos de la estación al fondo.
Aunque las salidas de trenes a Valparaíso se mantuvieron largo tiempo más, el servicio Yungay-Barrancas fue cerrado en 1951, desplazado ya por el transporte de microbuses al comenzar la retirada de los tranvías. En los años sesenta, la estación se convirtió en un punto importante de la actividad sindical no ajeno a huelgas y escaramuzas. La debacle vino a principios de los setenta, cuando se clausuró tanto el servicio de pasajeros como el de cargas en la Estación Yungay Sur, que en la práctica ya estaba casi en desuso por la caída de la época del tranvía y el avance de los microbuses en la locomoción colectiva. Y en 1987, al cerrarse la Estación Mapocho, el servicio quedó definitivamente en ascuas y sin posibilidad de recuperación, comenzando a retirarse los antiguos rieles. Todavía queda cerca de la ex Estación Yungay algún oxidado poste de señales luminosas para los trenes y los puentes que fueran los pasos superiores del ferrocarril, como el que cierra el marco a la propia avenida Carrascal en este punto junto a la estación.
Las ex instalaciones de la estación principal de Yungay quedaron abandonadas y se las puso en arriendo para el comercio, siendo ocupadas por un restaurante, creo que hasta los años ochenta. Leo en un foro de internet que fue un incendio que muchos vecinos señalaron como intencional, lo que destruyó casi por completo el edificio, dejando sólo la planta baja en ruinas que todavía puede observarse allí, cuales osamentas de un asesinado. El lugar se ha convertido en un refugio de mendigos y en un sitio inseguro, de modo que no extrañaría que las máquinas de la demolición le lleguen a caer encima en no mucho tiempo, borrando aquellas prendas vestigiales de la época de esplendor del ferrocarril chileno.
Las instalaciones de Yungay Sur, en tanto, fueron ocupadas por largo tiempo por la planta industrial de cemento por el sector de las calles Patricio Lynch y Matucana que forman el borde del viejo "triángulo". La cementera también tenía unos enormes silos ubicados en el Parque de los Reyes a no mucha distancia, hoy sin uso. Permanecieron en este recinto hasta hace algunos años y parte de los terrenos son ocupados ahora por galpones, conjuntos habitacionales, una plaza y un supermercado. Sólo pueden reconocerse difusamente de lo que fueron los antiguos trazados de las líneas, aunque se distingue aún el canal donde estuvieron los rieles y que se internan hacia el famoso y ya casi mítico túnel ferroviario de Matucana, parcialmente utilizado y por desgracia también convertido en refugio de delincuentes y drogadictos.
Vista lateral de los restos de la estación, en la esquina con Carrascal, con las escalas que llevaban al segundo piso y los andenes.
Sector de Matucana por el que pasaba el ferrocarril por el costado del "triángulo", junto al punto que ocupaba la Estación Yungay Sur. Hoy sólo es un virtual vertedero y refugio de personajes de mala vida.

LA DULCE Y ESPESA HISTORIA DEL MANJAR BLANCO: ¿UN PRODUCTO DE ORIGEN CHILENO?

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Fragmento final de un famoso comercial de "manjar Colún", a fines de los ochentas.

Debo admitir que la posibilidad de que el delicioso manjar blanco o dulce de leche sea de origen chileno no estaba en mi conocimiento, sino hasta hará un par de años a lo sumo, cuando se reveló ante mí el contenido de un interesante libro de 1998 titulado "Los sabores de la patria: las intrigas de la historia argentina contadas desde la mesa y la cocina", del periodista argentino Víctor Ego Ducrot. Aunque no me entusiasma mucho la idea de forrar con una bandera patria productos de supermercados (es imposible no herir corazoncitos, como se puede ver en otros artículos de este mismo blog), la verdad es que todavía me asombra este dato que aquí en nuestro país ha pasado casi inadvertido, en parte también por la falta de conciencia que tradicionalmente impera en Chile sobre su propio patrimonio (culinario, en este caso).

Me he tomado el trabajo de buscar verificación a las afirmaciones vertidas por el escritor bonaerense y de otras que van en el mismo sentido. Y, bueno: parece ser que esta versión sobre el origen del dulce de leche -verdadero símbolo del folklore y la repostería argentina- tiene bastante asidero y sí podría ser en realidad "natural" de nuestra humilde faja de tierra a este lado de Los Andes, donde enseñoreara las ofertas de postres y pasteles de célebres confiterías de nuestra capital como el "Casino Bonzi", "El Santiago", "El Goyescas", "Café Torres", "El Pic-Nic", "Café Santos", "Café Paula", el "Chez Henry" y los famosos salones de té que había en el Portal Fernández Concha o el Portal Edwards, por mencionar algunos.

Quiero compartir, por lo tanto, la información de la que dispongo ahora con relación a este asunto, aunque como se trata de un tema que puede ser interpretado con ribetes controversiales tocando pasiones y emociones, prefiero apoyarme en la citas de los autores consultados más que en la deducción o inducción de afirmaciones basadas en los hechos que ellos expongan. Aquí vamos...


"La Lechera" de Johannes Veermer (Rijksmuseum de Ámsterdam).

INFLUENCIAS Y PARECIDOS

El manjar blanco es un dulce cremoso y denso hecho de leche, muy utilizado en la repostería, chocolatería, confitería y cocina popular. Fundamentalmente, se lo obtiene de la cocción y espesamiento de la leche con azúcar, a la que se pueden adicionar especias como canela, vainilla, esencias o clavos de olor según cada variación de la receta. Sus aplicaciones van desde ser esparcido sencillamente en el pan del desayuno o hasta la fabricación de finos bombones de exportación. Antes era muy corriente verlo en pequeños potes o trastos en la mesa, para el momento de la también localista tradición de la once, untándose galletitas sobre el mismo durante la hora del té.

Para algunos, parece ser una adaptación del producto del mismo nombre (menjar blanc, en catalán) que se conoce en España y que fuera introducido en las Indias Orientales durante los tiempos de la Colonia, aunque allá no se lo produce acaramelado como acá, sino más bien como una blanca crema con almendras espesada con almidón, a la que se espolvorea canela. Este postre, que aparece mencionado por Miguel de Cervantes en "El Quijote", habría sido introducido en España por los árabes y luego por los hispanos en América, aunque tiene severas diferencias con lo que aquí llamamos también manjar blanco, quizás por una evolución adaptativa o por tratarse acaso de recetas parecidas y homónimas pero con orígenes estrictamente diferentes.

Una interesante información sobre la familia de estos productos parecidos al manjar blanco, la encuentro publicada en el artículo "Nada es único" de enero de 2005, del sitio web personal del periodista histórico y abogado argentino Rodolfo Terragno, donde repasa varios ejemplos internacionales que guardan relación de forma y de fondo con el dulce de leche en general:

"La vaca sagrada de la India está exenta del sacrificio; no del ordeñe. Es que el mamífero fue creado (o así se supone) para proveer salud al Hombre. Fabrica leche que sus becerros no necesitan, sólo para que los seres humanos gocen de un alimento incomparable. Una medicina holística -Āyurveda, cuyo desarrollo se remonta a la India de 5.000 años atrás- prescribe derivados de leche para prevenir enfermedades. La dieta ayurvédica incluye: yogurt, manteca clarificada (ghee), ricota (paneer), dulce de leche (rabadi) y dulce de leche compacto (khoya). El rabadi se preparó, durante siglos, hirviendo leche y azúcar a fuego lento, hasta que la leche perdiera ¾ de su volumen. El arte de la reducción pasó a Medio Oriente unos 300 años antes de Cristo. Ocurrió una vez que el azúcar -traída de la India por Alejandro Magno- se introdujo en Persia y, de allí, conquistó el Mediterráneo. Cocida a fuego lento, la leche de cabra azucarada se convertía en una untuosa golosina. El procedimiento permitía conservar un tesoro nutritivo, que de otra manera se dilapidaba al descomponerse la leche. La reducción era un modo de prolongar la vida de materias grasas, proteínas, lactosa y sales inorgánicas. Diversos pueblos aprendieron a atesorar, de esta manera, energías que los campesinos podían guardar en alacenas y los nómades transportar en alforjas".

El mismo autor agrega que los mongoles de la Edad Media hervían leche de yak con miel, y que en un museo de Moscú dedicado a la historia alimentaria se guarda un antiguo pergamino con una receta de dulce hecho con leche y que era conocido por los campesinos rusos. Muy parecido al caso de una confitura francesa a base de le leche, que se preparaba mezclada con la vainilla que conocieran en México, y casos parecidos también en la tradición culinaria de Filipinas.


VERSIÓN ARGENTINA SOBRE EL ORIGEN

A continuación, expongo la versión argentina sobre la historia de la creación local del dulce de leche, resumida en el siguiente texto que tomo directamente del sitio de la revista "Guía Palomar" (Guía Gatronómica 2005):

"En el museo histórico de la nación, y en un manuscrito de puño y letra de Juan Manuel de Rosas... se cuenta el origen de nuestro famosísimo dulce de leche.

En 1829, en Cañuelas que es una localidad que está a 65 kilómetros de la Capital Federal, se reunieron en la estancia de Rosas éste y su archienemigo el unitario Juan Lavalle. Lavalle no sólo era enemigo político de Rosas... sino que eran primos lejanos.

Como Lavalle llegó antes de lo pactado, se recostó en una cama, y se quedó dormido, rendido por el extenuante viaje. Una criada que preparaba al fuego la "lechada" (leche con azúcar) matutina, para cebarle mate de leche a su patrón, al ver la actitud del enemigo del "Restaurador", alborotada fue a dar aviso a los guardias. Al llegar Rosas, dejó que Lavalle descansara un buen tiempo más, y cuando éste despertó, pidió que les cebaran el mate de leche. En ese momento la criada tomó conciencia que no había prestado más atención de la leche azucarada que continuaba hirviendo desde temprano.

Cuando fue a buscarla encontró que se había convertido en una sustancia espesa y marrón oscura. Llorosa fue a plantearle a Rosas lo sucedido, y don Juan Manuel probó lo que había en el recipiente aún humeante, le agradó el gusto, lo convidó a su enemigo político... y de ahí en más se conoció este fruto de la casualidad como Dulce Criollo... que fue el nombre con que lo bautizó el Restaurador de las Leyes y que más adelante iba a ser conocido como Dulce de Leche pilar de la industria láctea argentina. Su espaldarazo y presentación al mundo ocurrió casi 100 años después, en 1921, cuando se celebró en Washington la Primera Exposición Regional de Lechería.

El resto es historia conocida ya que rápidamente nuestro Dulce de Leche conquistó un lugar predominante en los paladares exigentes de todo el mundo".

Aunque la narración tiene ese saborcillo que lleva toda leyenda folklórica, cuando suele involucrar a importantes personajes y momentos de la historia en el origen de un rasgo folklórico y popular, el que se la presente respaldada por un documento del Museo Histórico Nacional de San Telmo, Buenos Aires, puede otorgarle bastantes créditos a la misma. De hecho, actualmente Uruguay ha presentado sus reparos y protestas a la consideración del dulce de leche como algo exclusivamente argentino, alegando que es de origen compartido por ambos países y dando por hecho que su origen debió estar en las riberas del Plata, entonces.

Empero, en el recién señalado artículo de Terragno, el escritor dice la leyenda argentina es en realidad una copia de otro relato francés para explicar el origen del mismo producto, pues allá se cuenta que esto sucedió durante las campañas napoleónicas (1802–1815) cuando un cocinero galo olvidó, en medio de la batalla, un anafre encendido con las raciones de leche azucarada que debía calentar para los veteranos soldados grognards, para su ración diaria. Cuando regresó al terminar la refriega, encontró que la leche azucarada se había convertido en un magnífico caramelo: la confiture de lait. Ésta es la razón, además, por la que Francia también alega paternidad del producto.
 

Fachada del "Casino L. Bonzi" en la Alameda, en los bajos del edificio del Portal Edwards (Fuente imagen: revista "Zig Zag", 1912). Célebres fueron sus pasteles y confites con chocolate y manjar blanco.


LA VERSIÓN "REVISIONISTA"

Sin embargo, el escritor argentino Ego Ducrot es categórico en señalar cómo y desde dónde llegó en realidad el conocimiento del dulce de leche o manjar blanco hasta su patria, desestimando por completo este episodio en la vida de Rosas como origen del producto, si es que acaso ocurrió realmente:

"La del dulce de leche es una historia que lastima en lo más profundo al orgullo gastronómico de los argentinos. Generaciones de nacidos en estas tierras se han pavoneado por el mundo hablando sobre la delicias de la confitura local, y hasta hubo quienes dijeron no entender cómo los franceses pueden comer flan sin aquella amarronada presencia".

A mayor abundamiento, indica que en Chile se le habría ofrecido al General José de San Martín un poco de manjar blanco en lugar de lechada, para endulzar y saborizar su mate. Al probarlo, despertó de inmediato su interés por el producto ese año de 1817, más de una década antes que el relato del Museo Histórico Nacional argentino. Agrega que se hizo instantáneamente "adicto" al manjar blanco, contagiando con este gusto a Bernardo de Monteagudo y llevándose varios frascos del producto hacia Mendoza, además de la receta.

"El cocinero José Duré -prosigue el mismo autor- y su colega, el repostero Pedro Botet, ya lo hacían en Buenos Aires antes de que comenzase el siglo XIX pero no figuraba entre las recetas preferidas de sus comensales, pues lo elaboraban demasiado dulce. La que sí tuvo éxito con el fue la amante de Liniers; ella y el militar francés pasaban largas tardes al aire libre comiendo dulce de leche tibio con unos bollitos de manteca y azúcar, otra especialidad de la Perichona".

Desde entonces, la popularidad alcanzada en tierras platenses por el manjar blanco fue tal, que se lo dio sinceramente por creación argentina, siendo llamado dulce de leche y presentado al mundo como un invento argentino, en varias ferias internacionales.

En enero de 2010, además, el Gobierno de la Argentina lo declaró oficialmente como "patrimonio cultural alimentario y gastronómico argentino", en base a información aportada por estudios como los de la investigadora Emmy de Molina a la Secretaría de Cultura, aunque buena parte de ellos estarían basados en la tradición oral y sobre la descrita anécdota de Rosas con Lavalle. Sin embargo, la declaratoria sólo avivó el interés por investigar más sobre su origen y esto mismo ha ido fomentando los vientos de disputa, especialmente con Uruguay y Francia, pese a la pasividad que ha tenido Chile como parte involucrada en el asunto.


Aviso en la revista "Zig Zag" de 1912, mostrando al bar y confitería "Santiago" en la antigua ubicación de Ahumada 264 (esquina Huérfanos), y bajo la administración de Francisco Barrio y Cía. Su sección de repostería fue famosa, con varias delicadezas hechas con el popular manjar blanco.

OTRAS OPINIONES SIMILARES

Otros autores platenses llegan a las mismas conclusiones que Ego Ducrot, como sucede con Julián y Osvaldo Barsky en su trabajo titulado "La Buenos Aires de Gardel":

"En algunos ambientes circulan platos más refinados, y entre los dulces se destacaba el de leche. Éste había sido introducido desde Chile, donde se lo denominaba 'manjar blanco' y se lo preparaban en el siglo XVIII con leche de vaca, canela y vainilla. De ahí pasó a Cuyo y a Tucumán donde comenzó a utilizárselo como relleno de los alfajores, para luego difundirse en Buenos Aires".

Diego Golombek y Pablo Schwarzbaum, por su parte, expresan en "El cocinero científico (cuando la ciencia se mete en la cocina)" cuando se refieren al mismo producto:

"Otras versiones menos patriotas afirman que el dulce de leche fue en realidad inventado en Chile, donde se lo llamaba manjar blanco; es más, se dice que O'Higgins inició a San Martín en el más dulce de los vicios".

Más recientemente, el arquitecto e investigador Patricio Boyle expresó lo siguiente durante el I Seminario de Patrimonio Agroindustrial realizado en Mendoza en Mayo de 2008, en su trabajo titulado "La Mesa y la Cuja en el Colegio Jesuita de Mendoza. Pan, Te, Café, Tabaco, Yerba, Azúcar, Carne y Harina... Ah!, me olvidaba, velas y leña...":

"En cambio, se importan en el siglo XVII varios frascos de Manjar, el célebre dulce de leche de origen chileno y que viajan a través de la cordillera hasta el colegio de Mendoza, cuando Chile no era un reino productor ni de leche, ni azúcar. Se incluyen en el registro los gastos del cajón de embalaje para los frascos".

La fecha que señala Boyle sería, más precisamente, la de 1620 según se consigna en el aludido libro de gastos del Colegio, y si bien Chile no era productor de azúcar, ésta era traída en la Colonia desde los cañaverales peruanos, mientras que la leche se producía reducida al consumo local. Esto da una idea de lo cotizado que pudo haber sido para estos sacerdotes mendocinos este producto. Aunque Juan Luis Espejo menciona en "La Provincia de Cuyo en el Reino de Chile" que documentos del Cabildo de Santiago de 1630 demostraban el envío de vacas desde este lado de la cordillera para el Real Ejército de Chile, otros de 1641 testimonian el interés por la compra de 25 a 30 mil cabezas en la capital para ser enviadas allá, lo que da una estimación del alcance que tenía ya la producción ganadera y lechera chilena. Se recordará, por cierto, que toda la Provincia de Cuyo perteneció a Chile hasta 1776, cuando pasó a manos del flamante Virreinato de La Plata.


Publicidad de "Nifty", quizás el primer helado de manjar, lanzado en 1982.

¿ORIGEN CHILENO?

Sin desmerecer los antecedentes aportados por Ego Ducrot y otros investigadores argentinos, la información no debería ser tan novedosa considerando que existen referencias del siglo XVIII perfectamente a la vista de todos y demostrando que el dulce de leche o manjar blanco estaba presente en Chile mucho antes de la historia argentina sobre su invención. Tal es el caso del "Compendio de la historia natural, geográfica y civil del Reino de Chile", de 1776, donde el famosos cronista y naturalista jesuita el Abate Juan Ignacio Molina, describe una receta del manjar blanco chileno que se hacía de forma casera en la Colonia:

"...un jarrito y medio de leche fresca, doce onzas de azúcar, diez onzas de harina de arroz y un poco de almizcle. Se pondrá a cocer a fuego lento y se agitará bien".

Esta observación explícita sobre la existencia del manjar blanco en Chile en la obra de Molina ya estaba hecha, cuanto menos, desde 1976, pues ese año aparece comentada por Walter Hanisch en su libro "El arte de cocinar de Juan Ignacio Molina"... Sólo que, aparentemente, nadie se había tomado el trabajo de cotejar la información disponible. También existe otra referencia sobre el dulce de leche preparado en Brasil hacia la misma época de Molina, en 1773, en un relato de Minas Gerais que es comentado por Luís da Câmara Cascudo en su libro "A História da Alimentação no Brasil" de 1967.

De ser como aseguran los señalados autores, entonces el manjar blanco o dulce de leche propiamente tal y con la receta central que se le conoce acá en las Américas, habría pasado desde Chile a la Argentina y también al Perú, país donde se lo usa y se lo adapta, por ejemplo, para el célebre postre suspiro de limeña o suspiro limeño, conocido desde el siglo XIX. Fuera de discursos patriotas que lo dan por hecho como creación local, una versión popular peruana que he podido escuchar allá es que el producto lácteo podría haber entrado con el Ejército Libertador, algo que no calzaría con la fecha reportada en territorio platense como aquella de la creación del dulce de leche, pero sí con la posibilidad de que los mismos argentinos lo hayan adoptado durante las guerras de la Independencia en Chile. Esta última versión también coincide con la información de Ego Ducrot, respecto de que llegó a la Argentina y al Perú durante este mismo período y desde Chile; en el caso del país incásico, con la expedición libertadora al mando general de San Martín, quien hizo cargar varios frascos para el viaje, según sus palabras.

Existen otras versiones que colocan a Domingo Faustino Sarmiento llevando a la Argentina la receta chilena, en tiempos posteriores y luego de su exilio en nuestro país, aunque no he podido confirmar cuál es la fuente original de la misma. No es un dato menor, sin embargo, que el producto también exista en Colombia, donde se le llama arequipe, y también en México, correspondiendo allá a la cajeta, aunque en ambos casos con ciertas variaciones de receta. También existen productos sospechosamente parecidos en algunos países de la Europa Mediterránea (España, Italia y Francia), donde se los da por creaciones locales, además.


Manjares blancos, en los supermercados de hoy.

CRÓNICAS Y RECETARIOS

Por este lado de la cordillera, el manjar blanco también fue mencionado con elogios por Vicente Pérez Rosales en "Recuerdos del pasado (1815-1860)", entre otras delicias como almendrados de monjas, coronillas y huevos chimbos, hechos principalmente por las hermanas de órdenes religiosas, a las que también puede deberse la popularización de esas dulces sabrosuras crocantes llamadas "chilenitos", a los que dedicaré una entrada propia a futuro.

Desde 1838, una famosa repostera y comerciante llamada Antonina Tapia tenía un local de alfajores y melindres que aparece mencionado en el "Almanaque Enciclopédico" de 1866, ubicado primero en la Calle de los Baratillos Viejos (hoy Manuel Rodríguez) y luego en la Calle del Colegio (actual Almirante Barroso). Doña Antonina hizo especialmente famosos los pastelillos con manjar blanco, según lo describe Eugenio Pereira Salas en "Apuntes para la historia de la cocina chilena":

"Antonina fue la campeona de la repostería tradicional chilena basada en el hispánico manjar blanco frente a la crema de moda del ascendente influjo francés y alemán; y supo imponer las empanaditas de pera, las cajetillas de turrón y nueces, los alfajores, de legítima ascendencia árabe, altos y bajos que se batían con isócroma lentitud en las pailas de cobre, lanzando un apetitoso vaho que hacía palpitar las ventanillas de las narices de los niños del barrio".

Tres recetas populares de manjar son ofrecidas por el interesantísimo libro-recetario de 1931 titulado "La hermanita hormiga: tratado de arte culinario, recetas de guisos, dulces, menús, etc.", de Marta Brunet:

"Manjar blanco: Para ocho tazas de leche una libra de azúcar que se coloca en una cacerola a hervir a fuego fuerte, revolviéndolo todo el tiempo hasta que la leche y al azúcar formen una pasta espesa que al moverla deje ver el fondo de la cacerola. Entonces se saca y se deja enfriar para echarla en una compotera.

Manjar blanco con nueces:  Una libra de azúcar, un litro de leche, veinticinco nueces peladas y molidas y cuatro huevos. Se hace un manjar blanco con la leche y el azúcar, al estar espeso se le agregan las nueces, se sigue batiendo y cuando ya esté a punto se le echan las cuatro yemas batidas. Se retira y se deja enfriar para agregarle las cuatro claras a punto de nieve; se vuelve a poner al fuego por tres minutos, revolviéndolo constantemente. Hay que revolver siempre para el mismo lado. Se retira y se vuelca en una compotera. Este manjar blanco es especial para rellenos.

Manjar blanco amoldado: Un litro de leche, dos libras de azúcar, un palito de vainilla, cinco yemas muy batidas y cinco claras a punto de nieve. Se hace el manjar blanco con la leche, el azúcar y la vainilla. Cuando esté de punto se retira y al estar un poquito frío se le ponen las yemas, se unen bien y se vuelve al fuego por dos o tres minutos; se saca de nuevo y se espera que enfríe otro poco para echarle las claras, entonces se vuelve al fuego, pero al rescoldo, y se sigue batiendo otro rato hasta que esté muy espeso. Se saca y se sigue batiendo hasta que enfríe. Se echa en un molde y se guarda".




Video del alguna vez famoso comercial de "manjar Colún" de 1989 (fuente: http://youtu.be/BuLm_XMsi1g).

EL MANJAR DE NUESTROS DÍAS

Hasta los años sesenta, aproximadamente, era frecuente que la publicidad chilena de la leche condensada recomendara usarla también para producir manjar blanco en casa, para lo cual sólo basta con hervir en agua un rato los tarros que la contienen, optando después las marcas por producirlo directamente para el comercio, ya fabricado y envasado.

Su uso más popular siempre ha estado asociado a productos de repostería como los mencionados "chilenitos", los finos "repollitos", brazos de reina, tortas, empolvados, "cuchuflís", alfajores, churros rellenos de venta popular, "cachitos", panqueques y las famosas tortas curicanas vendidas por doña Cristobalina Montero ya hacia el año 1870, sólo por mencionar algunas. Una oteada a las espectaculares producciones de pasteles en localidades como Curacaví, Melipilla o La Ligua y ofrecidas por las conocidas vendedoras "palomitas" de las carreteras, puede mostrarnos la cantidad de dulces que se valen del manjar blanco para consagrar su fama, combinándose también con otros productos como el merengue endurecido. La repostería más refinada experimenta con estas mismas combinaciones y otras adiciones más sofisticadas, como los baños de chocolate de rosquillas, alfajores y "mendocinos".

La fuerte industrialización y diversificación del rubro lechero permitió que el manjar blanco se convirtiera en uno de los productos lácteos más populares y demandados de Chile, ya pasada la época de su fabricación artesanal. Precisamente en aquel tiempo, un Decreto del Ministerio de Salud emitido en 1982, establecía que "el manjar blanco o dulce de leche deberá tener un contenido de sólidos totales de leche de 25,5% como mínimo", agregando que "no contendrá más de un 30% de agua", en un claro interés por garantizar la calidad del producto.

En aquella época también fueron famosas las publicidades asociadas al manjar blanco y sus productos relacionados: ese mismo año, por ejemplo, se lanzó al mercado el helado "Nifty" de Savory, con sabor a manjar y con la característica de no derretirse. Siete años más tarde, la marca Colún publicitó su famoso manjar envasado con un histórico comercial de dos niños que actuaban simulando ser hermanos. También hubo por entonces algunos manjares con chocolate, flanes con manjar, mousse de manjar, pequeños envases para consumo en la colación de los niños y los aún populares helados de copa con sabor a manjar, a veces mezclados con cremas, pasas y esencias varias, aún muy afamados. Aparecieron también los manjares sólidos vendidos en cubitos (parecidos al jamoncillo mexicano), variedades de famosas calugas de venta popular (como alguna del célebre calugón "Pelayo"), las versiones industriales de cocadas y otros de esos dulces redondos de manjar mezclados con coco, y hasta unas pequeñas bolsitas de plástico tipo sachet con manjar en su interior, que se consumían en los ochenta apretándolo sobre la boca.

Hay pasiones nacionalistas involucradas en este asunto, por supuesto: revisando el antiguo historial de Wikipedia sobre el tema del dulce de leche, por ejemplo, se puede observar que ciertas "manos negras" intentaron retirar la referencia de Víctor Ego Ducrot y las observaciones de que el producto podría ser de origen chileno y no argentino. Pero abstrayéndose de lo que uno quiera o no quiera creer, más allá de las impresiones que podría provocar la popularidad y la diversificación del producto en un país u otro y por encima de lo que se halle concensuado al respecto internacionalmente, entonces cabe preguntarse a la luz de estos datos: ¿Es posible que el manjar blanco o dulce de leche, ampliamente conocido en América Latina y en parte de Europa, sea una invención chilena?

Quizás futuros estudios puedan ir aportando nuevos, seguros y más contundentes datos para este interesante tema que, por ahora, parece sólo medianamente abordado y tímidamente difundido.

EL INVERNADERO FRANCÉS DE LA QUINTA NORMAL: AGUARDANDO POR EL REGRESO DE SUS JARDINES FLORALES

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El invernadero cuando aún estaba en buen estado (fuente imagen: invernadero-quintanormal.cl).

Coordenadas: 33°26'35.09"S 70°40'52.32"W

Una tierna y hambrienta gatita abandonada vive dentro del antes fastuoso y elegante edificio del Invernadero de la Quinta Normal, parque en el que se constituía como todo un símbolo y una imagen característica de antiguos paseos. Pasando sus malos días en la cúpula central, el animalito parece ser uno de los últimos seres vivos en este maravilloso lugar, ayer rebosante de verdor, de flores y de un verdadero homenaje a la poesía botánica, en sus cerca de 60 metros de longitud y más de 500 metros cuadrados de superficie, pero ahora ruinoso y torturado por esos recuerdos que contrastan con su deplorable realidad a espaldas del ex Palacio de la Exposición, hoy sede del Museo Nacional de Historia Natural.

El Invernadero de la Quinta Normal, por ahora uno de los más penosos y somnolientos Monumentos Históricos de Chile, fue habilitado para el Jardín Botánico Nacional en el sector Sur-Oriente del parque, hacia el lado de la conjunción de las avenidas Matucana con Portales, en la calle interior René Le Feuvre número 249, justo atrás del ex Instituto Agronómico de la Universidad de Chile, hoy edificio del Museo de Arte Contemporáneo. Algunos indican que fue el naturalista alemán Rudolf Amandus Philippi quien habría dirigido la instalación, con la intención de disponer de un recinto que sirviera para albergar, estudiar y exponer especies botánicas que no podrían conservarse de otra forma bajo el clima de Santiago, aunque veremos que fue en realidad su hijo Friedrich. Se recordará, además, que el Parque de la Quinta Normal de Agricultura había sido construido entre 1838 y 1841, trabajos en los que participó el sabio francés Claudio Gay creando un bello jardín con plantas exóticas, primero de carácter botánico y expositivo allí en el terreno.

El edificio refleja pomposamente este estilo decimonónico del estructuralismo en base al hierro de origen francés con toques victorianos y de proto art nouveau, cual espejo de la estética de su época para esta clase de edificaciones de jardines invernales en Europa. Originalmente, sin embargo, parece haber pertenecido al célebre empresario ferroviario Enrique Meiggs, de quien lo adquirió el Estado de Chile para la Quinta Normal de Agricultura, especulándose en algunas teorías que el primer uso del edificio de fierro y vidrio -antes de pasar a ser público- no fue de tipo botánico. Una vez donado o vendido y armado en el parque, se volvió la sede permanente del Observatorio o Conservatorio de Plantas Exóticas, semejando mucho a otros casos internacionales de grandes invernaderos como la Palm House de Kew Gardens en Londres (1848), el Palacio de Cristal del Retiro de Madrid (1887), el Jardín des Serres d'Auteuil en París (1895) y el Jardín Carlos Thays en Buenos Aires (1898). Este parecido innegable con varios otros invernaderos hechos en Francia o basados en el estilo descrito, hace suponer que Meiggs encargó allá su diseño y fabricación, desde donde llegó a Chile.

Aspecto interior del antiguo Invernadero o Jardín de Invierno, en la "Breve reseña sobre la Quinta Normal de Agricultura" de René E. Le Feuvre, para la Exposición Panamericana de Buffalo (USA) de 1901.

Cuadro de Ernesto Molina del Invernadero Francés de la Quinta Normal, con el esplendor de sus mejores años saltando a la vista (imagen original en la Pinacoteca de la Universidad de Concepción). Se observan sus primeros vidrios de blanco empavonado.

Rudolf  Philippi y su hijo Friedrich, ambos paseando por el Jardín Botánico del Parque Quinta Normal hacia 1902. Imagen de la colección de la familia Philippi, publicada por el álbum biográfico "Chile a Color" de la Editorial Antártica (1982).

Por la descrita situación, la fecha de construcción del mismo también aparece con varias diferencias según cada fuente consultada, o en otros casos la información es confusa. Manuel Peña Muñoz, por ejemplo, dice en "Chile, memorial de la tierra larga" que un primer invernadero con cúpula de cristal fue creado por Philippi (padre) en 1853, dato también establecido por René A. Peri Fagerstrom en su "Reseña de la colonización en Chile". Agrega que, desde ahí en adelante, comenzaron a hacerse más populares estos recintos en la sociedad chilena, construyéndose otros famosos invernaderos como el de Lota, muy parecido al de la Quinta Normal. "En pequeños palacios de vidrio empavonado se abrían los flores bulbosas de nuestros nardos rosados", escribe Peña recordando esos años. Sin embargo, otros suponen que la fecha de levantamiento del edificio debe ser el año 1875, por haberse realizado entonces en la Quinta Normal la Exposición Universal. Otras fechas se señalan en 1876, 1889, 1890 y 1892 haciendo más nudos en la cuestión. Al no existir ya los planos originales, además, no se sabe su procedencia exacta ni la identidad del fabricante.

La verdad es que no parece estar clara su antigüedad y su origen, presumiéndose que en realidad formaba parte de la Quinta Meiggs que antes se ubicaba en donde está ahora el Conjunto Virginia Opazo del Barrio Universitario de República, siendo desarmada y trasladada hasta su actual lugar en la Quinta Normal pues, al igual que sucede con los edificios de estilo Eiffel del actual Museo Artequín cerca del parque (ex sede del Museo Aeronáutico) y el Comercial Edwards junto a la Plaza de Armas, sus estructuras pueden ser desmontadas y rearmadas en sistema mecano. Según un informe del que hablaré más abajo y que condujo a su declaratoria de Monumento Histórico,  se puede suponer que Meiggs lo trajo desmontado desde Francia para rearmarlo acá en su quinta particular, lo que explicaría el descrito parecido con otros invernaderos galos como los del Parque des Chateau de Ravelet en Cherbourg y uno del jardín de Massey en Tarbes.

De acuerdo a un interesante artículo del website Arquitectura en Acero, patrocinado por la Asociación Latinoamericana del Acero, el armado de la construcción en la quinta de Meiggs habría sucedido hacia 1864 o un poco después, pues ése es el año en que el empresario encargó al arquitecto norteamericano Jeese L. Wetmore el diseño y construcción de su palacio-residencia allí mismo, inaugurándolo en 1866 con una gran fiesta. De ser así, entones, el Invernadero Francés sería lo último que queda visible y en pie de la antigua y desaparecida quinta, que pasó a manos del Estado en 1890, año en que probablemente se trasladó el edificio ferretero a la Quinta Normal (o un poco después) y se lo rearmó allá, no obstante que su fabricación quizás haya sido anterior, generando las vistas confusiones.

Ese mismo año de 1890, además, el director del Jardín Botánico don Friedrich Philippi (hijo de Rudolf), aparece elevando al Gobierno un informe donde detalla las conveniencias de implementar para la institución a su cargo un "gran conservatorio de fierro". En abril de ese mismo año, las autoridades figuran adquiriendo el edificio y pagando $27.000 por el desarme y la instalación en el lugar que Philippi precisara, según informa el arquitecto Juan Pablo Morales en el señalado artículo del sitio de Arquitectura en Acero. Teóricamente, entonces, lo habrían recibido de manos de Meiggs en aquel momento.



Por estar diseñado con el típico estilo de arquitectura francesa en fierro (que se observa también en los puentes del Mapocho o en galpones ferreteros como los del Mercado Central y la Estación Central) se le ha llamado enfáticamente como Invernadero Francés, además de haber tenido otros títulos como el Jardín de Invierno o Conservatorio Botánico. No obstante, tenía algunas diferencias con el aspecto que puede suponérsele ahora interpretando su deteriorada figura: al principio, era un hermoso edificio de cristales albos por tratamiento de arenado, los que fueron reemplazadas con el tiempo por placas de materiales transparentes. Tenía fuentes de agua interiores y su parte más alta en la cúpula central alcanza unos 15 metros de altura, rematada en un pararrayos. Todo tenía un interesante glamour palaciego retratado en algunas pinturas de época, como un cuadro al óleo de Ernesto Molina que está en la colección de la Pinacoteca de la Universidad de Concepción. Este rasgo también se fue perdiendo con las décadas, como lo haría la belleza juvenil y prístina de una doncella.

Además de haber causado gran sensación en su época, fue uno de los principales atractivos del parque y muchos lo recuerdan como un lugar romántico, punto de encuentro de antiguas parejas de esos barrios, que paseaban mirando maravillas florales impensadas en nuestro país y totalmente vivas en esos terrenos del Jardín Botánico. Los días del Centenario de la República coinciden con el mayor auge del Invernadero Francés y este paseo del Parque Quinta Normal. Podían admirarse dentro del inmueble las colecciones de flora de Juan Fernández, orquídeas, helechos, ninfeáceas y varias especies nativas o plantas medicinales.
Pero pasada su época esplendorosa, hacia los años treinta comenzó a caer en decadencia, precipitándose hacia su desaparición al igual que la propia institución del Jardín Botánico Nacional, que venía en caída desde 1922 al dejar la dirección don Juan Söhrens. Pese a todo, el Departamento de Producción Agraria del Ministerio de Agricultura dispuso varias veces de sus alicaídas dependencias para experimentación y pruebas de sanidad vegetal.

Hacia la década del cuarenta, el edificio se hallaba muy mal mantenido y parcialmente abandonado. Una lastimera descripción de su estado la hace el profesor Hugo Gunckel en 1950. Con los años que siguieron, se convirtió en refugio de vagos, drogadictos y maleantes, obligando a continuas visitas de la policía dentro del parque. Entre 1976 y 1978 se realizó un trabajo de reparaciones y mantención de los jardines de aquel lado de la Quinta Normal, restauración que le permitió al invernadero obtener una breve prórroga de vida antes de caer otra vez en ocaso. Un jardín exterior adyacente a la nave Sur del edificio y ubicado en la hondonada donde antes estaba la laguna "chica" del paseo por la quinta, fue bautizado con el nombre del botánico Carlos Muñoz Pizarro, fallecido precisamente en esos años.

El deterioro no era sólo causa del tiempo: hasta hoy, la mayor parte del daño de la estructura ha sido provocada por las hordas de nuevos salvajes urbanos, mismos que cada vez afean más lo poco que le queda a esta ciudad, pintarrajeándola con el arte rupestre "contemporáneo", rompiendo infinidad de vidrios de la misma y sacando hasta barrotes de metal enteros para llevarse recuerdos o para acceder al interior. Los cristales albinos eran piezas únicas, pues se fabricaron sólo para calzar aquí con sus ángulos, dimensiones y curvas; pero como todos fueron arrasados, acabaron siendo reemplazados por piezas de acrílico y de policarbonato, de muy inferior estética y que cambiaron notoriamente el aspecto general del edificio.



Coincidiendo con el regreso de la democracia a Chile, se eligió al Invernadero Francés para ser sede del Programa Conservatorio de Plantas Medicinales realizado por Caritas, la Municipalidad de Santiago y la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, además de proyectarse la eventual construcción de un vivero especial de árboles al costado del mismo. Pero, al cesar el programa en 1995, el descuido y el vandalismo se multiplicaron y el edificio fue quedando paulatinamente desocupado y vulnerado otra vez, permaneciendo en el mismo total abandono en que se halla ahora sin que parara la destrucción y el saqueo del mismo, a pesar de ser uno de los últimos exponentes de pabellones vidriados en Chile. Incluso hubo alguna voz deslizando la idea de que era mejor sacarlo de allí, bajo la sentencia de que no tenía "integración" visual con el entorno del parque.

Los más importantes esfuerzos por salvar el invernadero comienzan en nuestro actual siglo con un grupo de trabajo dirigido por la arquitecta María Magdalena Barros, a través de un plan de solicitud de su declaratoria como Monumento Histórico, presentando un expediente en defensa del edificio y desarrollando para ello una exhaustiva investigación apoyada por un aporte Fondart del año 2007, que incluyó un levantamiento de planos dada la ausencia de los originales. Estos esfuerzos se coronaron positivamente con el Decreto N° 0279 del Ministerio de Educación del 17 de julio de 2009, que concedió al edificio la categoría definitiva de Monumento Histórico Nacional.

Sin embargo, hacia los días del Bicentenario Nacional se trazó un completo plan de remodelación de la Quinta Normal, que incluyó la instalación de las populares fuentes de aguas dentro del paseo, gastándose unos 2.500 millones de pesos en estos trabajos inaugurados durante el verano de 2012. El Invernadero Francés permaneció triste y opaco, sin ser considerado en el presupuesto, quedando en las mismas pésimas condiciones de conservación que se habían acumulado durante todos estos años de abandono: destruido y habitado sólo por las penas, una que otra paloma raquítica y, más recientemente, por la pobre gatita grisácea viviendo de la basura o de la ocasional caza de algún gorrión en el parque.

Desde entonces, se han propuesto otros planes de recuperación, de destinación a usos comunitarios o de reparaciones para volver a darle servicio como jardín botánico. Todo sonaba abstracto, sin embargo, hasta marzo de 2012, cuando se anunció la suscripción de un acuerdo para la restauración y reapertura del edificio entre el Gobierno Regional Metropolitano y el Conseil Régional d'Île-de-France. La idea acordada durante la reunión del Comité Mixto de Cooperación Descentralizada, es reparar totalmente el Invernadero Francés con esta asistencia parisina, para devolverle su utilidad y atractivo como pieza histórica de incalculable valor patrimonial. El plan de cooperación, además, contempla la construcción y ampliación de ciclovías por la ciudad de Santiago.

Así, el Invernadero Francés de la Quinta Normal está ahora a la espera del regreso de ese mismo encanto que los verdores y florescencias le dieron por tantos años, llenando de vida su interior en aquellos buenos días del desaparecido Jardín Botánico Nacional, como si fuese un colorido enclave del propio Jardín del Edén en la Tierra y del que sólo siguen en pie esas costillas y demás osamentas de hierro, aguardando pacientemente por la prometida restauración.

La gatita solitaria que vive y duerme en el Invernadero Francés de la Quinta Normal, justo al centro y debajo de la cúpula. Ha sido uno de los pocos seres vivos que ha alojado el edificio en muchos años.

JORNADAS Y POSTALES DEL SEGUNDO FESTIVAL DE "JAZZ A LA VEGA"

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Coordenadas: 33°25'43.60"S 70°38'57.63"W (Patio de Remates)
El año pasado, por estos mismos días, comenté algo sobre el Primer Festival "Jazz a la Vega", espectáculo gratuito de dos noches ofrecido en el famoso Patio de Remates del mercado de La Vega Central. Pues bien: acaba de tener lugar el segundo festival durante los días viernes 24 y sábado 25 de noviembre recién pasados, de 19:00 a 22:30 horas, y la experiencia nuevamente arroja un positivo saldo cultural y un buen recuerdo más para la intensa historia veguina.
Tal como señalé hace un año, queda claro por la convocatoria y por la calidad de los músicos exponentes, que con "Jazz a la Vega" ha comenzado una nueva etapa para la ciudad de Santiago con este singular encuentro organizado por el Colectivo Mapocho y especialmente por su fundador, el pintor y fotógrafo Senaquerib Astudillo. Y aunque soy enemigo acérrimo de ese concepto de mass media descrito como "la tradición que llegó para quedarse" (porque si algo acaba de llegar, no puede ser "tradición"), no hay duda de las grandes proyecciones que tiene "Jazz a la Vega", ni de la indiscutible integración cultural que el festival tiene con su escenario allí, en el antiguo mercado chimbero.
En esta nueva versión del encuentro desfilaron figuras de la talla de los maestros Daniel Lencina, Rodrigo González, Pancho Aranda o Carl Hammond. Patrocinaron la Comunidad Vega Central, la Ilustre Municipalidad de Recoleta y el Instituto Profesional Projazz, sonando desde sus escenarios una notable gama de melodías asociadas al jazz tradicional, el jazz vanguardista, el swing, influencias de foxtrot, bop y orquestal cabaret, más novedosas combinaciones que van desde el ska hasta el tango.
Orfeón de Carabineros, al mando del Suboficial Robinson Leal.
LA PRIMERA NOCHE
La jornada comenzó con un fastuoso cóctail inaugural (nada que envidiarle al del año pasado), con presencia de autoridades veguinas, representantes de los trabajadores del mercado, figuras destacadas del medio y los organizadores.
La jornada es abierta con el Orfeón de Carabineros de Chile a cargo de la batuta del Suboficial Robinson Leal y que, si bien no estaban en el programa original, fueron incorporados al festival haciendo una brillante presentación instrumental con el saborcillo y estilo de esos conjuntos bailables de la vieja bohemia, pasando por un repertorio de jazz, algo de mambo y melódico más canciones populares, que alargaron su presentación mucho más que las tres canciones que se había contemplado para esta apertura.
Las presentaciones de los grupos en el escenario quedaron a cargo de la actriz nacional Lorene Prieto, quien es conocida también por sus talentos musicales (proviene de una familia de músicos, justamente) que tendrían oportunidad de lucirse en este festival, como veremos. Tal como hace un año, el "vamos" lo da allí arriba el representante de la comunidad veguina don Robinson Ahumada con su discurso inaugural, mientras que Astudillo, también al igual que el año pasado, corre de un rincón a otro velando por el perfecto desarrollo de esta fiesta y del cumplimiento preciso de los horarios.
La tarde comienza a irse mientras sube al escenario el joven pianista y compositor argentino Rodrigo Ratier, con los músicos que desde el año 2005 trabajar como el "Rodrigo Ratier Quinteto", un curioso y vanguardista proyecto de fusión entre el jazz y el tango (en lo que se ha llamado nuevo tango) donde incluso se da ocasión a hilos de improvisación y momentos de total predominio del saxofón, entre otros detalles que ponen el relieve la frecuencia jazzística en que opera el grupo. Admito que, habiendo escuchado antes algunos trabajos de Ratier, me costó asimilar la fusión tango-jazz, pues creía sentir que la estructura rígida del ritmo argentino tendía a hacer forzada la combinación; pero después de verlos en vivo, ya no tengo dudas de que la mezcla fluye perfectamente y sin asperezas entre teclado, batería, guitarra eléctrica y saxo, a virtud de estos notables músicos que declaran basar gran parte de su inspiración en el legado del insigne bandoneonísta Astor Piazzolla.
Tras una breve pausa, la jornada continúa con "Rodrigo González Cuarteto", grupo del conocido vocalista que ya es un gran señor en este festival, pues el año pasado participó apoyando la presentación del maestro Valentín Trujillo en la inauguración del "Jazz a la Vega". En estos círculos, González goza de una gran reputación y admiración, más o menos desde fines de los años noventa, siendo conocido por su intensa actividad y sus standards de jazz, pasando por repertorios de swing y adaptaciones de canciones populares. Acompañado de piano, bajo y batería, González pasea así por piezas de connotados compositores y artistas como Van Heusen, Chabuca Granda,  Irving Berlin, Cole Porter o George Gershwin.
Finalmente, se cierra la jornada con un clásico: el maestro trompetista, cantante y showman Daniel Lencina, uruguayo de nacimiento pero chileno por adopción sentimental, que se ha convertido en una figura de enorme solidez en el ambiente jazzístico histórico de nuestro país aunque sus actuaciones se han extendido por toda América, llegando a ser comparado con Louis Armstrong por su versatilidad, energía y talentos. Quedó clara la vigencia de este músico septuagenario allí en el escenario y aún abajo del mismo, cuando pidió por un rato descender el micrófono a nivel del público para tocar y cantar frente a ellos, siempre acompañado por batería, teclado y contrabajo. En algún momento invita a compartir micrófono a Rodrigo González, de hecho.  Tuve el honor, además, de conseguirle una copita de vino a don Daniel, luego que me viera rondando cerca del escenario y me pidiera una para acompañar su presentación con pequeños brindis que cerraron una noche impecable de "Jazz a la Vega".
"Rodrigo Ratier Quinteto".
"Rodrigo González Cuarteto".
Don Daniel Lencina y sus músicos.
LA SEGUNDA NOCHE
Esta segunda jornada abrió cerca de las 19:30 horas con la banda "Santiago Downbeat", que realiza tanto presentaciones instrumentales como vocalizadas por su entonada y potente cantante Natalia Ramírez, única mujer entre esa docena de músicos varones. En actividad desde el año 2008, esta orquesta se aproxima más a vanguardias  de gusto juvenil dentro del jazz, realizando una singular combinación del ritmo con otros de base jamaicana, especialmente el ska, rocksteady y algo de reggae, aunque su repertorio incluye temas antiguos, adaptaciones de temas modernos y también temas propios. Algunas de sus piezas, además, son tomadas de la mítica "Orquesta Huambaly", de la época dorada de los grandes bailables y candilejas chilenas.
Viene después "Pancho Aranda Trío", con un verdadero señor de la música a la cabeza. Jazzista, compositor, director de orquesta y con gran experiencia en el extranjero, principalmente en Italia (algo que se nota en parte de sus repertorios escogidos), desde el piano eléctrico de Aranda brotan melodías que van desde el cabaret y el jazz clásico hasta temas tan asociados a la cultura popular como la canción central de "La Pantera Rosa" y el tema de "Spiderman", mientras es acompañado con batería y contrabajo, este último a cargo de su propio hijo. También incluye temas propios en este libreto. En un momento se suman la voz y desplante de la propia presentadora, Lorene Prieto (muy adecuadamente vestida para este instante, hay que decirlo) y el clarinete de otro conocido de este festival: Andrés Pérez, quien ya tuvo su propia presentación durante la temporada anterior del "Jazz a la Vega". Ha sido un momento de gran deleite para el público, que incluso reclama al momento de salir Pancho Aranda del escenario para cumplir con los rigores de tiempos y plazos.
Finalmente, este tremendo espectáculo tenía que ser cerrado con un golpe a la altura de la circunstancia: "Carl Hammond Big Guns", la Big Band con 20 eximios músicos al mando del maestro Hammond, conocido como todo un "querido viejo loco" de la música en estas aguas de talentos y virtudes musicales desbordadas, donde tiene un enorme prestigio. Doctorado en Composición en Sydney, Master en Teoría y Composición Musical en Estados Unidos y Profesor de la Academia ProJazz acá en Chile, se le reconoce como uno de los directores de orquesta de más experiencia internacional y profesionalismo que han tocado estas tierras, además de poseer un especial carisma y simpatía de "gringo" que lo acercan al público de manera muy personal. Rodrigo González vuelve a ser invitado al escenario, poniendo su portentosa y afinada voz varonil a disposición de esta excelente orquesta, que es ovacionada por los presentes y que casi no los dejan bajar del escenario.
Llega así el cierre de un festival que llenó de música a La Vega Central de Santiago, por segundo año consecutivo y ojala por muchos más, con auspiciosa cantidad de público y más aún de aplausos... Al menos, la promesa para el 2013 ya está hecha.
"Santiago Downbeat".
"Pancho Aranda Trío".
Carl Hammond y su Big Band.

PLAZA BALMACEDA: OTRO RECUERDO DE LA ÉPOCA DEL FERROCARRIL Y DEL TRANVÍA

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Vista del sector aproximado donde está la actual Plaza Balmaceda, en la curva de Matucana hacia el Barrio Mapocho, tomada en el antiguo recinto de la primera Estación Yungay hacia 1870, con el cerro San Cristóbal de fondo. Fuente imagen: fotografía de Eugène Maunoury del Archivo Visual de Santiago.
Coordenadas: 33°25'38.81"S 70°40'42.04"W
Algunas entradas más atrás repasé un poco sobre la historia de la desaparecida Estación Yungay, frente al barrio del mismo nombre allí en los deslindes de la comuna de Santiago y la Quinta Normal, por los orígenes de la avenida Matucana. Corresponde ahora hablar de la plaza que se encuentra exactamente al frente del ex complejo, y que tenía mucha relación con la actividad de ese ferrocarril, como veremos.
Esta plaza de forma triangular ocupa un área de unos 70 a 80 metros por lado dentro de la cuadra, delimitada por las calles Presidente Balmaceda, la cola de la avenida Carrascal (que llega hasta este punto como residuo de la larga calle principal del mismo nombre) y la desembocadura de calle Maipú. Se encuentra justo en donde comienza la vuelta de avenida Balmaceda hacia Matucana, en un barrio obrero y semi-industrial profundamente influido por la actividad ferroviaria que dominó por tantos años este mismo sector que antes era, más o menos, el límite de la ciudad con los terrenos chacareros y arrabaleros del mítico Chuchunco.
El cómo nace la plaza tiene que ver con el origen de esta importancia del lugar en el transporte de la ciudad: después de fundada la primera Estación Yungay en 1863, todo este sector se convirtió en uno de los primeros puntos de intercambio "intermodal" como diríamos en nuestros días, donde el público usuario cambiaba del ferrocarril al tranvía de los llamados carros de sangre (tirados por caballos) y viceversa, situación parecida a la que ocurría en la Alameda de las Delicias con la Plaza Argentina frente a la Estación Central y luego de la construcción de la Estación Mapocho al frente, en la Plaza Venezuela y la célebre Garita Mapocho. En la Estación Yungay, particularmente, se establecía la conexión de ferrocarriles y tranvías hacia la Estación Central y, ya en los tiempos del Gobierno de José Manuel Balmaceda, hacia la punta de rieles que se encontraba frente al Mercado Central, posteriormente reemplazada por la Estación Mapocho.
En 1915, sólo un lustro después de la introducción del tranvía eléctrico y ya entrando en funciones las líneas de ferrocarril en la Estación Mapocho, fue construida la flamante Estación Yungay para pasajeros, curioso edificio situado al frente del recinto que nos importa y del que sólo quedan algunas ruinas en nuestros días. A la sazón, la plaza no existía como el recinto verde y de esparcimiento que hoy existe allí, siendo sólo un espacio medianamente baldío y cercado por antiguas casonas de un piso, donde tendría lugar un verdadero caos vial provocado por el paso de los tranvías y el paso de los usuarios que iban o venían a la estación.
Vista de la Plaza Balmaceda durante trabajos de remodelación a mediados 2012.
Empero, ya entonces se contaba con un estudio presentado en 1913 por la Inspección de General de Ferrocarriles de la Dirección de Obras Públicas, donde se proponían varios mejoramientos al sistema ferrocarrilero interurbano y al tranviario, entre los cuales estaba la construcción de la actual plaza en el punto de arranque de los tranvías locales próximos a la estación. Decía allí que este terreno debía ser ampliado en forma de una plaza, aliviando así la congestión de tráfico existente en el lugar, por lo que es de suponer que de esta intención debió nacer la misma, considerando que ése fue su servicio y utilidad facilitando el uso del transporte urbano, como veremos.
Entre 1927 y 1928, aproximadamente, se abrió el grueso de la avenida Presidente Balmaceda bordeando el Parque Centenario (actual Parque Los Reyes) hasta este sector de la ciudad y dejando atrás la época en que era Mapocho la calle principal que corría paralela a río del mismo nombre. Como era previsible, el lugar frente a la Estación Yungay estaba convertido en una concentración de usuarios del tren  y del tranvía, mientras los carros de ambos servicios pasaban insistentemente por la conjunción de estas calles, saliendo hacia las conexiones a los demás puntos de la ciudad o bien llegando con los numerosos habitantes del Barrio Yungay y sus alrededores.
Es el tiempo, además, en que las suntuosas y aristocráticas casas del barrio decimonónico ya estaban pasando a manos de estratos más populares de la sociedad chilena, mientras que la avenida frente a la Estación Yungay se consolidaba como punto de tránsito y parada para innumerables líneas del tranvía de Santiago, principalmente los recorridos "Yungay-Mercado" y "Yungay Portugal". Todavía quedan algunos restos de las líneas férreas en algunas calles antiguas de estos barrios.
El caos de tranvías y personas era grande en aquellos días, por lo que parece ser la razón de haber tomado la decisión de trasformar la plazoleta vieja y esa cuadra completa, ordenando la construcción de la actual plaza amplia en este sector justo enfrente de la terminal. Esto sucede hacia 1930, según el testimonio de los vecinos, aunque no puedo dejar de mencionar que otros residentes aclaran que la plaza como tal, con árboles y aspecto de parque, aparece recién junto con los trabajos realizados en el sistema del ferrocarril en la zona durante los años cuarenta o después, pues hasta entonces había sido sólo una pequeña plazoleta de escaso verdor y de aspecto duro.
Restos de la antigua estación, al final de avenida Balmaceda y justo frente a la plaza.
El espacio de la plazoleta frente a la estación, entonces, facilitaría la circulación de los tranvías, el abordaje de los mismos y los cambios de dirección dentro de la red de líneas tendidas sobre esas calles de adoquines, al tiempo que daba un espacio con árboles y senderos para los paseantes o vecinos que miraban desde esta tranquilidad el ajetreo incesante de humanos y vehículos eléctricos.
Sin embargo, puedo confirmar un detalle interesante que también aparece mencionado en la colección de escritos titulada "Voces del Barrio Yungay" (Universidad de Arte y Ciencias Sociales, 2009), respecto de que los residentes más antiguos del mismo barrio aseguran que ésta se llamaba originalmente Plazoleta Yungay o Plaza Estación Yungay -algo verosímil considerando que está al frente de la estación homónima- y no Plaza Balmaceda o Plaza Presidente Balmaceda como es llamada ahora.
Este segundo y definitivo nombre del infortunado ex mandatario chileno lo parece haber recibido la plaza hacia los años sesenta o setenta, coincidiendo con la caída de la importancia de la Estación Yungay y quizás para distinguirla del mismo nombre que se da también la cercana Plaza del Roto Chileno en el Barrio Yungay, así como por la influencia nominal de la propia avenida Presidente Balmaceda. Sin embargo, no es algo menor que aparezca mencionada todavía como Plaza Estación Yungay en el trabajo "Las Plazas de Santiago" de Jaime Matas, Andrés Necochea Vergara y Pilar Balbontín Vicuña, publicado en 1983, de modo que el uso de este nombre pudo desaparecer recién en los años del cierre de la Estación Mapocho o aun después. Por desgracia, nuevamente la memoria de los veteranos vecinos no se hace muy confiable en estos detalles.
Vista del sector poniente de la plaza, ya remodelada, esquina de Balmaceda con Carrascal.
La plaza fue por muchos años sólo un sencillo gran jardín de césped y árboles, entre los que destacan sus elegantes palmas chilenas, más algunas bancas en el sendero central. Es, adicionalmente, un testimonio de la transformación radical de la ciudad, pues uno de los costados de su triángulo está determinado por el "apéndice" que queda de la avenida Carrascal, inconexo ya con el resto de esa calle por los cambios viajes y el paso de la gruesa avenida Balmaceda hacia Matucana, en un fenómeno parecido al mismo tipo de "apéndice" que quedó para la avenida Mapocho al otro lado de la gran autopista, junto al Barrio Mapocho.
Con el tiempo, pasada la época del tranvía y advenida ya la de los microbuses, la plaza se marchitó bastante, volviéndose algo oscura y en alguna ocasión hasta fue usada como refugio de delincuentes, al igual que las antiguas instalaciones del ferrocarril al frente, que acabaron totalmente destruidas. Empero, en el año 2010 la Ilustre Municipalidad de Santiago la incluyó en el Plan de Recuperación de Plazas Barriales, destinándose 79 millones de pesos a mejorar la iluminación, remodelarla completa y realizar así su hermoseamiento general. Con ello se prestó al fin oídos a una petición que los vecinos venía realizando desde hacía muchos años, sin obtener respuestas satisfactorias.
El entonces alcalde Pablo Zalaquett reinauguró el lugar en agosto de 2012, presentando su nueva cara: Plaza Balmaceda es ahora más elegante y de más verdor, con algunos juegos infantiles y máquinas de ejercicios. Sigue rodeada de sus pintorescas residencias de época, pero también se nota ya el acoso y encierro de grandes edificios construidos a su alrededor, tendencia que tanto daño ha causado en el mismo sector de aquellos viejos barrios en la ciudad.
Vista hacia el sector de la plaza por Oriente, esquina de Balmaceda con Maipú. Se observan las torres que han comenzado a acercarse al cuadrante de la plaza, dentro del viejo barrio.

UN TEMPORAL DESCENSO PARA LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN EN LA CATEDRAL METROPOLITANA

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Detalle de la Asunción de la Virgen María en álbum de Walton, 1915.
Coordenadas: 33°26'15.31"S 70°39'4.78"W (ubicación histórica) 33°26'15.49"S 70°39'8.47"W (ubicación temporal actual)
Somos una generación, primera después de un siglo, que tendrá la oportunidad de ver y tocar la colosal imagen de la Asunción de la Virgen que pasó toda la centuria pasada y parte de la actual arriba de la Catedral de Santiago, templo consagrado a ella. Se la halló en todo este tiempo coronando el frontón central de su fachada hacia la Plaza de Armas, apareciendo en todas las fotografías turísticas y postales del templo hasta el fatídico Terremoto de 2010, que puso en peligro su aparentemente sólida estabilidad y resistencia.
Como no todos están al tanto de que está desmontada, descendida a nuestro suelo profano y actualmente en exhibición con gran cantidad de información sobre la misma, recomiendo ir a admirar esta magnífica y artística figura al alcance del tacto, por ahora dispuesta atrás del templo y a un costado, más cerca de sus puertas traseras (calle Bandera), esperando la hora de su regreso a las alturas del mismo edificio. Algunos devotos ya ha comenzado a llevarle flores e ir a orar a sus pies, sintiendo el impulso irresistible de la fe popular.
La hermosa figura es de fabricación italiana y fue solicitada para los últimos trabajos de remodelación del templo que serían realizados por el arquitecto Ignacio Cremonesi (también italiano) entre 1898 y 1906, los que le dieron el aspecto definitivo al edificio. Tras llegar a Chile la imagen, se la colocó al centro de la fachada por representar la entidad para la cual estaba consagrado el templo, pero fue acompañada en este frente por otras dos imágenes: El Apóstol Santiago (patrono de la ciudad) a la izquierda y Santa Rosa de Lima (patrona del Nuevo Mundo) a la derecha. Ambas son más pequeñas que la figura mariana y se ubican en posiciones más bajas que la suya.
La Virgen al centro, en el boceto de Cremonesi hacia 1900.
La Asunción de la Virgen es la representación de una alta y estilizada Virgen María, con una mano izquierda arriba buscando la luz del ascenso celestial y la otra baja y más reposada, como si aún permaneciera en este mundo de los hombres. No es exactamente como las famosas representaciones pictóricas hechas por maestros italianos como Tiziano, pero sí muestra a la Virgen en la tradicional escena de los ángeles llevándola al Cielo, como se establece en el dogma: montada sobre una nube, de la que salen rostros de pequeños querubines alados y de rostros infantiles. Las facciones de la imagen son realmente bellas, de gran hermosura y diría que muy delatadora del lugar donde se fabricó, pues la mujer italiana que quizás haya servido de modelo al artista tenía esa característica nariz itálica, grande y proporcionada, perfecta, además de corresponder a un rostro joven de boca pequeña y mejillas redondeadas.
La enorme figura mide 4 metros 36 centímetros desde la base hasta la cabeza, y en su parte más ancha (extremos entre los brazos) la figura mide 2 metros 71 centímetros. Sin embargo, estaba montada en lo alto sobre un artístico plinto con cabeza de ángel al centro, que levantaba la figura 1 metro y 92 centímetros más. Este pedestal, hecho de albañilería, es el que resultó gravemente dañado en el terremoto, lo que, unido al deterioro acumulativo por el paso del tiempo, obligó a desmotar la figura sin que existan en él en la actualidad la cara del ángel querubín que tenía al centro ni mucha de la demás decoración con que contaba.
No obstante su altura y su aspecto macizo, la Asunción de la Virgen pesa sólo 280 kilogramos, considerablemente menos que varios monumentos de Santiago bastante inferiores en tamaño. La explicación de esto se encuentra en el hecho de que la imagen está confeccionada en un artístico y profesional trabajo de repujado frío de placas de cobre, armadas y ensambladas formando la figura soportada por una estructura interior de perfiles y armazón de hierro apernado. La imagen está vacía en su interior, lo tanto. Sólo la cabeza, los pies y las manos están hechas con bronce vaciado en molde.
Como dijimos, con el terremoto del 27 de febrero de 2010, la Asunción de la Virgen se tambaleó amenazante en su lugar de tranquila observación de la ciudad, aunque resistió firmemente en su posición, como el valiente soldado de Pompeya muerto sin abandonar su guardia. Empero, la base de la figura quedó tan destruida que se hizo urgente sacarla de su sitio mientras se restaurara y limpiara el edificio del templo. En esta circunstancia, se implementó un plan común del Ministerio de Obras Públicas con la Universidad Internacional SEK, a través de la Facultad de Estudios del Patrimonio Cultural, para someter a un completo trabajo de restauración la Asunción de la Virgen.
Vista de la imagen tras el terremoto de 2010, con la base y pedestal arruinada.
Trabajos de desmonte y descenso de la figura, en archivos del Consejo de Monumentos Nacionales.
Detalle de la base del la Asunción, con la nube y los querubines.
Tras ser desmontada con grandes esfuerzos por grúas y varios operarios expertos, se procedió a desarmarla y darle limpieza. En esta ocasión se verificó que algunos de los remaches de anclaje estaban sueltos o simplemente ya no existían. Luego todos estas décadas allá en la altura había adquirido un color oscuro y muy opaco, que fue limpiado por los restauradores. Se determinó que mucha de esta costra estaba formada por polvo endurecido y por excrementos de las palomas que tradicionalmente habitan en la Plaza de Armas.
A consecuencia de esta limpieza ejecutada con herramientas mecánicas no abrasivas, cepillos, jabón neutro y con productos químicos en el caso de la corrosión interior, se reveló el color que actualmente tiene otra vez la figura: un ocre rojizo y oscuro por el material del cobre, al que se aplicó una capa especial de aislante acrílico para impedir nuevas adherencias de sustancias y partículas. También se arreglaron las imperfecciones, como perforaciones del material producidas por el tiempo, de la misma manera que se repararon ciertas abolladuras que tenía la imagen.
Así es que, mientras escribo esto, se encuentra en exhibición dentro del templo la enorme figura de la Asunción de la Virgen María que por tantos años pudimos ver sólo desde la distancia o levantando el cuello, apenas distinguiéndola, y así crecimos creyendo que jamás estaría al alcance de las yemas de los dedos... Aquí está entonces, para conocerla por primera vez tan de cerca, antes que regrese a su divina y soberana altura.

LOS ORÍGENES DEL PESEBRE NAVIDEÑO "CHILENIZADO"

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Un pesebre de estilo "rural", tradicional chileno (Revista "En Viaje", 1967).
Coordenadas: 33°26'15.31"S 70°39'7.57"W (ubicación del pesebre en la Catedral de Santiago durante Navidad)
Hace algunos años publiqué por estas mismas fechas y en este blog, un resumen de la historia del pesebre universal y de cómo muchos símbolos de naturaleza precristiana e incluso pagana se reflejan en las versiones que se hacen del mismo acá en Chile, al igual que sucede con el pino navideño, como los animales escogidos para la escena del Nacimiento y ciertas tradiciones asociadas al mismo desde sus orígenes por intervención de San Francisco de Asís en las costumbres navideñas.
En la proximidad de la Navidad 2012, quisiera aprovechar de profundizar un poco más en los antecedentes de la "chilenización" del pesebre popular de nuestro país, y que suele ser representado con personajes a la usanza campesina, como algunos ponchos, sobreros tejidos y otros elementos tomados del folklore chileno, a veces incluso con una especie de ramada pajiza simbolizando el lugar del Nacimiento de Belén.
Mucha de esta tradición puede observarse también en el pesebre navideño que se instala todos los años en la Catedral de Santiago, como veremos más abajo, además de los que aparecen en varios otros recintos de la capital donde son montados por estas fechas.
"Visita al pesebre", ilustración de la "Lira Popular" (Fuente: "Aunque no soy literaria : Rosa Araneda en la poesía popular del siglo XIX" de Micaela Navarrete).
LOS ANTIGUOS PESEBRES CHILENOS
Como en otros países de América Latina, el pesebre fue traído por los conquistadores españoles, aunque puede haber recibido influencias de las órdenes franciscanas que les acompañaban y luego por inmigrantes europeos como italianos y alemanes.
Junto con facilitar la dispersión y penetración del evangelio en tierras indianas, el símbolo del Nacimiento de Cristo ponía en marcha a toda la comunidad criolla que se involucraba en la confección del mismo todos los años, especialmente la de carpinteros y artesanos que levantaban estos Nacimientos en las iglesias, desde donde saltaron a las casas patronales y a antiguos puestos del comercio citadino. En 1646, por ejemplo, el sacerdote Alonso de Ovalle describía en sus famosas crónicas cómo durante las fiestas religiosas, una cofradía completa de "morenos" se encargaba sacar en andas el Sagrado Nacimiento de Belén y llevarlo en la procesión.
Ya entonces era corriente que el pesebre se montara el 8 de diciembre; y en los que tenían carácter oficial o institucional, se colocaba al Niño Dios sólo en el día de la Navidad, como declarándolo "nacido". También era corriente que pasara del Año Nuevo armado y se lo desmontara sólo el día 6 de enero, en la Pascua de los Reyes Magos o de los Negros, tradición que habría provenido del Perú y que salvó de una invasión boliviana al poblado de San Lorenzo de Tarapacá, en la quebrada del mismo nombre, cuando en 1842 sus habitantes lograron expulsar a invasores del altiplano usando en sus cañones el plomo que sacaron de la imagen del bebé Jesús en un pesebre a tamaño natural que seguía montado el pueblo ese mismo día de los Reyes Magos.
Hacia los días de la Independencia, lo habitual era aún que se proporcionara un espacio para los pesebres en templos religiosos más importantes, las plazas municipales y algunas casas aristocráticas que colocaban pesebres importados dejando las puertas abiertas para que devotos más modestos llevasen ofrendas a la llamada "Guagua Linda", "Lucerito" y "Preciosura" como se le denominaba al Niño Jesús. Estas ofrendas para los pesebres solían ser panes amasados y tortillas de rescoldo, quesos, huevos cocidos, frutas, hortalizas, granos, etc., que en varios casos después eran regalados a familias y niños pobres. Oreste Plath comenta que los visitantes de estos pesebres eran atendidos por los propietarios con mistela, horchata y helado de canela, costumbre que -me pregunto- quizás tenga alguna relación con la posterior tradición de esperar a visitas y amistades en estas fechas con tragos de cola de mono y pan de pascua.
Existen registros del año 1833 de que en la Parroquia de La Estampa de Independencia, se realizaba un cántico al Nacimiento donde aparecían las siguientes líneas, probablemente entonadas antes de la colocación del Niño "nacido" en la escena de Belén:
Esta noche es Noche Buena
y no es noche de dormir
que la Virgen está de parto
a las doce ha de parir.
Pesebre artesanal "indígena", en imagen del blog de la Asociación Nacional del Folklore de Chile (ANFOLCHI, anfolchi.blogspot.com).
EL "DISTRITO DE LOS PESEBRES" DE RECOLETA
Carlos Lavín recuerda en su libro sobre el barrio de La Chimba cómo los conservadores y contemplativos vecinos del barrio de la antigua Recoleta tenían un sector que en cada Navidad era denominado “El Distrito de los Nacimientos”, por la gran cantidad de pesebres que se construían todavía hacia inicios del siglo XX y que intentaban competir entre sí por ser el más reluciente y hermoso.
Dice el autor que, en calle El Manzano llegando a Eusebio Lillo, las hermanas Azola presentaban el más bello y completo de todos estos Nacimientos, montándolo dentro de su enorme propiedad y acompañando la inauguración con grandes fiestas en las que recibían asistencia para consumar la escena del Nacimiento de Belén, gracias a donaciones de aportes o figuras por parte de amigos y vecinos:
"Debe recalcarse esta condición porque la fiesta de las Azolas hizo época atrayendo promeseros de Renca y Quilicura, que se confundían en cuatro piezas ornadas por hábiles pesebristas. Se cantaban villancicos auténticamente hispanos como 'En el portal de Belén' o la 'Albada de Navidad' con acompañamiento de piano, arma y guitarra y se entonaban alabanzas a las santas del barrio: Sor Ventura Fariña Andonaegui y la Beatita Benavides. Venían desde Lampa y Batuco rosadas, fornidas y orondas aldeanas para aportar sus ofrendas campestres al 'niño Dios', prolongándose la ritual celebración los días que durara el abastecimiento de cuatro aposentos atiborrados de viandas, frutas, dulces y bebidas donados por los fieles".
El pesebre de las Azola, además, debía competir con otros famosos como el de doña María Muñoz en calle Andrés Bello, y también con el de las Jofré en la Calle de los Hermanos (hoy Santa Filomena), el de las Marques, el de la señora Bulgada y el de la señora Cerón en la calle de Lillo, además de otras otras instalaciones de carácter exclusivamente familiar que aparecían para todas las fiestas navideñas en el "Distrito de los Pesebres" de La Chimba.
En aquellos años, además, se cantaba una canción aún más vieja a los Nacimientos, remontada a los orígenes de la música folklórica chilena y que ya decía en su letra:
De Renca te traigo choclos
y unos porotos pallares
para con un buen pilco
Chiquillo Dios te regales.
Con doña María
Tu Madre querida
También don Chepito
Puede acompañarte.
Niños frente a un pesebre en aviso de los años sesenta para la "Polla Gol".
LA FOLKLORIZACIÓN DEL PESEBRE
Aunque muchos pesebres tenía un estilo más europeo aún en el cambio de siglo, con los personajes vestidos y ambientados fielmente a su época y como si tratara de un diorama histórico, la tradición popular había comenzado a intervenir también en esta estética y características, adicionándole elementos localistas y propios del folklore, más reconocibles para nuestra cultura. Las figuras de la Sagrada Familia, por ejemplo, muchas veces eran donadas como ofrenda por algunas familias, siendo la del Niño Jesús la más valiosa y honorable, colocada el día 8 y homenajeada con la Misa del Gallo. Los animales del estable fueron los mismos de la ganadería rural, incluyendo cabras, gallinas y hasta patos o cerdos. Los pastores y Reyes Magos son tallados con poncho y manto huaso, a veces con el típico sobrero campesino.
Con el tiempo, guitarras, arpas, barricas, fardos de paja, mujeres gordas tomando mate o un perro quiltro echado junto a la cuna de paja, terminan de "chilenizar" la escena representada, a veces a escala natural y en otras sólo en miniaturas para instalación doméstica. Ya en tiempos de la consolidación de la República, se suman las banderas chilenas, las escarapelas y los otras señales patrióticas más propias de una temporada de Fiestas Patrias que de la Pascua de Navidad, propiamente. Surge, en definitiva, toda una ambientación costumbrista para los mismos, que hace al pesebre una práctica de carácter tan popular y tradicional como religiosa.
"No sólo figuran las imágenes clásicas de la familia -decía la folklorista y musicóloga Raquel Barros-, el Niño, los pastores y Reyes Magos, sino también los pobladores y campesinos de una región con todos sus oficios y actividades... Se simboliza a José como un campesino, a la Virgen como una campesina. A los Reyes Magos como una pareja más acomodada y a los pastores como inquilinos".
En cada zona de Chile, sin embargo, va recibiendo elementos culturales propios del lugar geográfico, como hacía notar en los sesenta don René Arabena Williams, Presidente del Instituto de Conmemoración Histórica y miembro de la Asociación de Pesebristas de Barcelona. Así, tenemos una distribución costumbrista más o menos como sigue:
  • En el Norte de Chile, los Nacimientos son montados en mesas con indios de aspecto incásico, animales domésticos y muchos juguetes, mezclándose villancicos con bailes "chinos", todo con mucha influencia indígena y danzas que duran hasta tres días.
  • En Valparaíso, en cambio, se montan en conjuntos de grandes dimensiones decorados con anclas, velas, adornos marinos, timones, faros móviles, miniaturas de los ascensores de los cerros, buques, etc. En otras zonas de la región aparecen referencias al mundo de los pescadores.
  • En Melipilla, destacan los pesebres de gran tamaño reproduciendo escenas en vivo de distintos pasajes bíblicos, con vecinos peleando por tener el mejor de ellos a la vista.
  • En Pomaire, las figuras eran hechas por artistas de la greda, totalmente a mano.
  • En el Centro Sur, territorio huaso de Colchagua, Curicó, Talca y Maule, el pesebre incluye caballos, fajas, arreos y lucidas mantas.
  • En la Araucanía, hay alusiones al mundo indígena y al folklore mapuche en las representaciones.
  • En el Sur Austral, finalmente, se representa al Nacimiento con "carretitas chanchas", distintas embarcaciones, lagunas de espejos y los rebaños de ovejas como los típicos de las postales magallánicas.
El propio hermano de René Arabena, el escritor y poeta Hermelo Arabena, escribió para él un cántico al pesebre que dice lo siguiente, tomando elementos de esta geografía cultural:
...Niño de la Cañadilla
quién te pudiera ofrecer
una alfombra de diamantes
y la corona de un rey.
Quien pudiera regalarte
oro de Andacollo fiel,
salitre de Antofagasta,
ovejitas de Aisén.
Pesebre montado en la Antigua Iglesia de las Agustinas. Se representa la escena como el nacimiento de Cristo en la cima de un cerro, al que suben los peregrinos y pastores llevando regalos.
PRESERVANDO LAS TRADICIONES
La tradición del pesebre chileno siempre estuvo vinculada también al mencionado oficio del artesano, cuyo trabajo parece haber sido otro importante motor de difusión para el mismo. Abundarán, así, en figuras típicas de greda y cerámica producidas por artistas de Talagante, Quinchamali, Melipilla, El Monte o Pomaire. En este último pueblo, de hecho, era tradicional entre las mujeres cantar un villancico al pesebre que decía en una de sus estrofas:
Yo soy una pobre huasa
que de Pomaire ha venido
a celebrar su niñito
que dicen que ha nacido.
De estos sets para armar pesebres aparecieron las versiones más comerciales de los mismos, algunos de madera tallada, de yeso e incluso de plástico ya en nuestros tiempos, pero también "chilenizados", aunque estas versiones modernas abrumaban a expertos cultores de la tradición como Arabena.
Parte del afianzamiento y la mantención de la popularidad del pesebre chileno puede deberse a esfuerzos de mantener la tradición, llevados adelante por representantes del Taller de Arte del Instituto de Cultura Hispánica, que a partir de 1952 comenzó a realizar exposiciones de Nacimientos de Belén realizados por sus propias alumnas, todos los meses de diciembre, y que buscaban tanto mantener el folklore belenístico como apartar de él ciertas tendencias decorativas importadas desde otros países y que incluían recargarlos de regalos o adicionarle decoración propia de los pinos navideños, como bolas de colores y luces eléctricas.
Este mismo Instituto, con el taller bajo dirección de doña Lucy Lafuente y mientras realizada la 15° exposición de pesebres en sus salones, anunció la creación de una asociación destinada a conservar y difundir las tradiciones propias del pesebre chileno, hacia el año 1967. Para Lafuente, además, existían sólo cinco tipos de auténticos pesebres: el tradicional policromado, el estilizado, el tallado en madera, el de corte popular y el de niños.
"No es necesario que San José sea un huaso con espuelas -decía en una entrevista de la revista "En Viaje"-, pero sí que sea campesino. Para esto es necesario que cada pieza sea trabajada con amor. Es la única forma de transmitirles vida".
El folklore del pesebre incluye también ciertos ritos, como la "Oración de los Animales" comentada por Plath y que vuelve a verificar sus orígenes en la tradición franciscana, consistiendo en una bendición para los animales bajo el símbolo de que el Niño Jesús nació rodeado de bestias en el mismo pesebre. Agrega el escritor que, en una ceremonia de las fiestas navideñas de 1964 realizada en la plazoleta de la Parroquia de San Antonio de Padua, llegaron más de doscientas aves, perros y otras mascotas con sus dueños, para recibir la bendición.
A la sazón, entre los pesebres más conocidos de la ciudad de Santiago destacaban el de los Padres Franciscanos de la Alameda, el de las Monjas de la Providencia y el de la Recoleta Dominicana. No menos famoso era el pesebre el que montaba particularmente René Arabena, quien solía recibir a los visitantes y curiosos con mistela y pasteles, tal como se hacía en el pasado.
Pesebre del templo de Santo Domingo dentro de una "ramada", en la calle del mismo nombre.
EL PESEBRE DE LA CATEDRAL DE SANTIAGO
Esta "chilenización" del pesebre ha sido respetada y oficializada por la Iglesia Católica a través del Nacimiento de Cristo a tamaño natural que se monta todos los años en la Catedral de Santiago, correspondiente a un gran conjunto de madera tallada por los hermanos Gerardo, Claudio, Aurelio y Patricio Rodríguez, hijos del artista sanantonino Aurelio Rodríguez. La obra se hizo por petición del Cardenal de Santiago, monseñor Francisco Javier Errázuriz.
Este Nacimiento es relativamente reciente, sin embargo: fue inaugurado en las fiestas navideñas de diciembre de 1999, como inicio del Jubileo y Congreso Eucarístico del Año Santo (año 2000 del Señor). En sus primeras ocasiones allí  era montado en un altar lateral dentro del templo; sin embargo, ya más cerca de nuestra época, se hace esto en una instalación propia y evocando con sus formas a la gruta de Belén, para poner en su interior y alrededor las figuras, en la nave lateral derecha de la Catedral.
La obra está compuesta en total de 14 piezas: la imagen del Niño, ocho figuras humanas y tres unidades más representando ovejas, más el burro y el buey. Fue elaborada tomando por base el diseño que anteriormente había hecho para un pesebre más pequeño del Templo Votivo de Maipú la avezada artesana de Pomaire doña Julia Vera.
En este artístico Nacimiento o Belén pueden observarse -entre otras cosas alusivas a esta nacionalización estética-, la llamada Cruz de Chile, misma del Templo de Maipú diseñada con la combinación de la cruz latina y los elementos gráficos de la bandera chilena con la estrella en el crucero, siendo sostenida por el Arcángel Gabriel. También se reemplazó a los tradicionales Reyes Magos y a los pastorcillos por personajes como un indígena, un pescador y un campesino que ofrecen al Niño Jesús productos típicos de Chile: una barra de cobre, un canasto de peces y un recipiente de frutas (en estos casos, representando los rubros de la minería, la pesca y la agricultura), más un pastor que hace lo propio con la oveja, como en los Nacimientos más universales.
El pesebre de la Catedral de Santiago, con la Cruz de Chile al fondo de la gruta.

EL TRÁGICO DERRUMBE DEL EDIFICIO "CASA PRÁ" EN 1904

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Vista del lugar del desastre. El muro que se ve atrás en pie es el divisor del Banco Matte. A la izquierda, parte del armazón de andamios y estructuras de vigas que quedaron en pie.
Coordenadas: 33°26'22.42"S 70°39'5.96"W
El lunes 10 de octubre de 1904, pasadas las 15 horas, tuvo lugar una de las peores catástrofes chilenas del rubro de la construcción, prácticamente olvidada en nuestros días a pesar de la consternación general que provocó en su época y de los efectos que tuvo sobre la valoración de la seguridad de los trabajadores de esta clase de obras, desde allí en adelante.
Ese año, la célebre y desaparecida Casa Prá, una de las primeras en modernizar el comercio chileno con fuerte influencia europea en sus productos y particularmente la de origen francés, se encontraba levantando sus segundos y más espaciosos cuarteles en un edificio de calle Huérfanos 1033-1071, entre Ahumada y Bandera, justo en un terreno al lado del entonces Banco Matte. Según Alfonso Calderón en su "Memorial del viejo Santiago", éste edificio y el anterior de 1898 de la casa comercial, habían sido obras del gran arquitecto Eugène Joannon Crozier, el mismo autor de otros proyectos como el Edificio Comercial Edwards, la Iglesia de Nuestra Señora de la Victoria en calle Bellavista y el Santuario de la Inmaculada Concepción de la Virgen del Cerro San Cristóbal, entre muchas otras conocidas obras.
La nueva construcción de tres niveles más un subterráneo, iba a aplicar en forma un tanto novedosa el hormigón y el concreto armado, tecnología que, en cierta forma, se hallaba aún a prueba en esos años para esta clase de edificaciones. Para ello, se construyeron primero las grandes columnas-soportes de ladrillo del edificio proyectado, entre las cuales se tejió una red de andamios con vigas de madera y metal, que servirían para el trabajo y la circulación o funcionalidad de los muchos trabajadores de la obra.
Lamentablemente, parece ser que la resistencia de las columnas y vigas no estaba completada y no era la suficiente, error que sería el detonante de la gravísima tragedia, aquella fatídica jornada al inicio de una nueva semana.
Publicidad Navideña de la Casa Prá en 1903, cuando aún tenía su casa central en calle Estado y se comenzaba a proyectar la construcción de la nueva sede en Huérfanos cerca de Ahumada.
Eran las 12:30 horas de la recién comenzada tarde, y cerca de 80 trabajadores, quizás la mayoría de ellos esforzados rotos residentes de los barrios del alrededor, se encontraban rondando las faenas de construcción. Por entonces, era costumbre que estas labores comenzaran a esa hora, para garantizarse la asistencia y la fuerza de mano de obra correspondiente allí presente. Estos obreros, además, tenían la suerte de trabajar en una gran obra en aquellos días de crisis financiera y de grandes problemas en la economía chilena. A la hora señalada sonó la campanilla de una alarma en las obras, avisando que debían retornar al trabajo y así lo hicieron, reportándose ante el mayordomo que anotaba sus nombres en el acceso y luego procediendo a cambiar sus ropas de calle por las de trabajo. A continuación, escalaron por niveles y andamios a seguir con la tarea que ya iba por el basamento y la terminación de las vigas verticales.
Hacia las 15:20 horas todo parecía aún como cualquier jornada de lunes, cuando el estruendo del derrumbe sonó de súbito por todo el Centro de Santiago, como lo haría la explosión de un polvorín. Los testigos recordaban el ruido más específicamente como un trueno, seguido de dos explosiones, por lo que muchos creyeron que se había tratado de algún estallido.
Los curiosos se agolparon casi de inmediato frente a la polvadera junto al Banco Matte: toda la estructura de columnas y andamios, tres o cuatro niveles colmados de hombres, se habían venido abajo. El cuadro semejaba una catarata de ladrillos, trozos de muros y de maderos revueltos, desparramados en puñados sobre el suelo como mondadientes gigantes apuntando en todas direcciones. Se confundían en la dantesca escena los escombros con los cuerpos de los trabajadores; gritos, gemidos y una nube gris espesaban el ambiente. Mientras tanto, los heridos y los sobrevivientes, aún sangrantes, aturdidos y con la cara sucia, intentaban inútilmente rescatar a sus compañeros sepultados y desaparecidos bajo las ruinas. La masa de curiosos fue tal que los guardias debieron abrirle paso dificultosamente a los rescatistas. En menos de dos horas, toda la ciudad completa ya estaba enterada de la trágica noticia y no se hablaba de otra cosa.
Representación de la tragedia en "La Lira Popular" de octubre 1904.
Brillante y heroica labor correspondió, de inmediato, al personal de la Guardia y al del Cuerpo de Bomberos de Santiago, cuyos voluntarios llegaron raudamente a tratar de rescatar por turnos a los infortunados, ayudados de otros valientes civiles que arriesgaron sus vidas en el lugar. En el "Diario bomberil del voluntario de la 5ª Compañía don Gaspar Toro Barros, 1904-1907", anotó allí el aludido:
"Octubre 10: A las 3:25 gran hecatombe! estaba tomando once en el estudio cuando el Sr. Meneses nos avisa que se acababa de venir abajo la casa Pra en construcción. Corro al escritorio y saco el sombrero y al panizo. Apenas había llegado a la pecha cuando oigo pan! pan! la campana de incendio! tomé un coche y fui a casa a mudarme, me mudé y en el mismo coche al boche. Ya había varios bomberos y nos pusieron a sacar escombros, cosa casi imposible pues la casa era de tres pisos y con subterráneo y de una construcción muy rara: sin murallas, pero cimiento romano y alambres. Estuvimos hasta las 5 hora en que nos dieron orden de retirarse! se pasó lista, volví a casa a las 5:00".
Al correr la noticia, los familiares y amigos de los trabajadores llegaron hasta el lugar, tratando de confirmar el destino de sus seres queridos. En la confusión y la incertidumbre, sin embargo, la mayoría sólo consiguió más que sumarle angustias a su ya lastimera y afligida situación. Pero, dada la magnitud del desastre, pocas vidas ya podían ser salvadas en esas penosas tareas que quedaban... O mejor dicho, pocas vidas quedaban para ser salvadas.
Pese a todo, de los cerca de ochenta trabajadores, la muerte logró alcanzar a unos 15 ó 20 de ellos. La cifra puede ser mayor, no obstante, porque muchos de ellos permanecían graves todavía unas semanas después del accidente, y la prensa no siguió la evolución de la convalecencia de todos ellos hasta el final, como para saber en qué terminaron sus casos.
Multitud reunida frente al lugar del accidente. Huérfanos visto hacia el oriente.
Samuel Fernández Montalva, en una crónica que escribió como testigo de estos sucesos, confiesa el shock en que quedó tras haber visto la terrible escena de la tragedia. Cuenta también cómo encontró allí, entre las ruinas, a un señor italiano de apellido Escolari que se hallaba junto al cuerpo agónico y boca abajo de un amigo, intentando sacarlo de entre los escombros con ayuda de otros de los hombres, hablándole enternecedoramente mientras desenredaba alambres y retiraba restos de andamios o ladrillos que aplastaban al mismo. La víctima era de apellido Signére, trabajador de origen francés que, a pesar de su rescate a las 23:15 horas y tras ocho horas de fatigosas labores, de todos modos falleció después en el hospital tras una horrible agonía.
"Todos diéronse cita en el lugar del suceso -comentaba en la "La Lira Chilena"-. Las quejas, lamentaciones, críticas, amenazas, etc., etc., dejábanse oír en esa oleada de cabezas humanas. No faltó quien asegurase que el derrumbe era inevitable y que los obreros lo preveían, pero trabajaban siempre empujados por las necesidades y la falta de recursos. Una señora, demasiado religiosa por cierto, aseguraba que el sitio aquel estaba maldito por haber sido el lugar donde La Ley(nota: se refiere al diario "La Lei") nació y fue excomulgada; que en ese mismo punto cayó -pocos años há- un tremendo rayo como castigo del cielo, y que como triste final de todo lo que ella aseguraba, hoy veíase ese pedazo de tierra sirviendo de tumba a un grupo de hombres, sanos y robustos, casi como los mismos momentos en que el nuevo director del diario antedicho caía, también, segado por la guadaña de la muerte. ¡Tristes coincidencias sacó a la luz esa señora!".
El mismo Fernández Montalva da una nómina de fallecidos que había hasta ese minuto, nueve días después de la tragedia, o por lo menos los nombres de los que él se enteró:
  • Víctor Escobar, casado sin hijos, residente en avenida Cumming 1112.
  • Narciso Morgado, casado y con un hijo. Residía en en calle Camilo Enríquez 344.
  • Bernardo Ramírez, casado, con un hijo. Vivía en Ibáñez 215.
  • Juan Derat, soletero y residente en 21 de Mayo 795.
  • Juan de Dios Donoso, soltero y con residencia en Bellavista (número no precisado).
  • Pedro Signére, casado y con cuatro hijos. Vivía en calle Camilo Enríquez 694.
  • Emilio Ojeda, casado con dos hijos. Vivía en calle Brasil (número no precisado).
  • Evaristo Pérez, casado con un hijo, residente de Maipú 74.
  • Eugenio Chanolet, soltero, residente en 21 de Mayo 795.
  • Sabino Soto, casado con dos hijos. Vivía en Tocornal 134.
  • José Villamón Gómez, soltero y residente en 21 de Mayo 795.
  • José Acuña, soltero, residente en calle Esperanza (número no precisado).
  • Alejandro Zúñiga Díaz, cuatro hijos. Residía en pasaje Blanco 6.
  • José M. Fernández, casado, cuatro hijos, que vivía en Benavente 716.
Faenas de rescate en el lugar.
La conmoción fue total en la ciudad, desde ese momento. Los voluntarios del Cuerpo de Bomberos prácticamente vaciaron las medicinas y útiles de ambulancia usándolos con los innumerables heridos del lugar, como consta en las Actas de Directorio de las siguientes reuniones, donde se debió reunir recursos para reponer el material utilizado. También recibieron ayuda de los locatarios de boticas y droguerías cercanas, que corrieron a poner medicamentos y productos de primeros auxilios para los rescatadores en el lugar donde ocurría el drama. Muchos heridos permanecieron atrapados hasta alta horas de la madrugada, en el sector del subterráneo que iba a tener el edificio y que quedó totalmente cubierto por los restos de la estructura desmoronada.
Desde el día siguiente, la multitud atestaba ya el acceso del edificio de La Morgue de Santiago, con familiares que aún no sabían el destino de sus parientes y otros que iban directamente a recoger sus cuerpos, sabiendo que los suyos estaban en la nómina de víctimas. La prensa constató la profunda y dolorosa emoción de las escenas terribles allí vividas, desde temprano.
Comenzaron a organizarse, espontáneamente, campañas solidarias para asistir a las familias de las víctimas y de los heridos que repletaban las salas hospitalarias. La colonia de franceses residentes en Chile fue una de las primeras en reaccionar, asistiendo económicamente a los infortunados y dando grandes muestras de solidaridad, pues recuérdese que, además de los trabajadores franceses que aparecen fallecidos en la nómina, la casa comercial a la que debía pertenecer el edificio era del señor Prá, un reputado comerciante francés residente en Chile. Otra importante campaña de asistencia la organizó la Dirección del Diario "El Mercurio", con una recolección de fondos que fueron directamente a la caridad de las víctimas y sus deudos. Hubo conmovedores gestos de filantropía y desprendimiento en esos duros momentos.
Aspecto del lugar siniestrado, con parte de las estructuras aún en pie.
La prensa publicó sentidos reportajes sobre la tragedia en los días que siguieron. La revista "Sucesos", por ejemplo, se hizo cargo de un largo artículo titulado "La catástrofe de la Casa Prá", en su edición del 14 de octubre, donde detalla los pormenores de lo ocurrido. Lo propio hizo el mencionado Fernández Montalva en "La Lira Popular", el día 23 del mismo mes. Irónicamente, sin embargo, el autor sugiere allí que la vieja costumbre criolla de faltar al trabajo el primer día de la semana luego de festivos y jaraneados días domingos, conocida como el clásico "San Lunes", habría salvado varias vidas ausentes en el momento del accidente.
La muerte de los hombres no fue en vano, sin embargo: desde ese momento cundió el clamor popular por contar con prontitud con una Ley de Accidentes Laborales, que diera cobertura y seguridad a los trabajadores, despertando un interés acogido por el Partido Democrático y otras organizaciones populares y sindicales, que se refirieron a los fallecidos como auténticos mártires de esta necesidad. Desde ese momento, la exigencia se convirtió en parte integral de las demandas de los trabajadores durante toda la lucha de los movimientos alrededor de los días del Primer Centenario Nacional, ya que el Código Civil había demostrado no ser suficiente para garantizar la asistencia en los accidentes de trabajo. Otro efecto colateral de la tragedia parece haber sido el abandono general en la ciudad del sistema Cottancin para la construcción del concreto con  refuerzos de varillas metálicas y relleno de cemento, precisamente el que se estaba usando en el edificio derrumbado.
Lo que quedó de los antiguos trabajos se terminó de destruir por completo y la construcción del nuevo edificio de la Casa Prá se consumó unos meses más tarde. Desconocemos si alguna vez hubo alguna placa conmemorando a los trabajadores fallecidos en aquella catástrofe del 10 de octubre de 1904 pues aquel edificio, al igual que el recuerdo de obreros caídos, acabó demolido y reemplazado entre las páginas de la historia de la ciudad de Santiago.
Familiares, amigos y deudos, esperando afuera de la Morgue de Santiago.

LA HISTORIA DEL SALITRE CHILENO SALIENDO AL MUNDO, EN LA ESTACIÓN METRO SANTA LUCÍA

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Afiche publicado en Suecia en la década de 1930. Su imagen es el símbolo de la muestra.
Coordenadas: 33°26'34.50"S 70°38'42.35"W (Estación Santa Lucía)
En septiembre del año pasado, justo hacia los días de mi regreso a Santiago, publiqué algo con relación a la exposición "Paisajes y gente de Chile" montada en la vitrina de la DIBAM de la Estación Metro Santa Lucía. Y ahora, justo cuando preparo una nueva salida desde la capital hacia tierras de pampas y calicheras, coincidentemente veo montada en la misma vitrina una nueva e interesante exposición: "SALITRE DE CHILE: El oro blanco traspasa las fronteras", a cargo del periodista Víctor Mandujano e inaugurada recién el 5 de enero, manteniéndose hasta fines de marzo.
Por su temática, esta muestra atraerá sin duda la atención más "profesional" de historiadores, cronistas, publicistas y diseñadores gráficos: incluye fotografías, referencias históricas, imágenes de época pero, principalmente, afiches de promoción del salitre chileno publicados en Estados Unidos, Argentina, Brasil, Australia, Francia, Suiza, Bélgica, Checoslovaquia, Alemania, Holanda, Gran Bretaña, Irlanda, Grecia, Turquía, Egipto, Palestina, Sudáfrica, Lituana, China y Japón. Algunas de estas piezas son bastante exclusivas y de tirajes originales muy bajos, por lo que constituyen todo un hallazgo y es una valiosa posibilidad la de contemplarlos en esta vitrina de la estación, por lo mismo.
Estas piezas fueron concebidas, en general, durante las campañas publicitarias del Comité Salitrero de la asociación encargada de la propaganda del salitre, cuyos delegados contaban con gran libertad de iniciativa para sus trabajos, lo que incluía escoger las propuestas de artistas y diseñadores locales para la promoción internacional del producto.
La muestra está acompañada del siguiente texto explicativo:
"Desde la Guerra del Pacífico (1879) hasta la crisis de 1930, el salitre o nitrato de sodio extraído desde la pampa de las provincias nortinas, fue el pilar sobre el cual se cimentó la economía chilena por sus exportaciones a los más variados países del mundo.
Tras la Guerra del Pacífico, en 1894 se estableció en Iquique la Asociación Salitrera de Propaganda cuyo objeto era el de “Mantener i estender la propaganda a favor del consumo del salitre en los mercados consumidores i hacerla en lo posible en otros mercados”.
La Asociación estuvo representada en el extranjero por el Comité Salitrero Permanente de Londres y la publicidad para los países de América latina, dirigida desde Chile, tenía la responsabilidad de nombrar a los delegados a cargo de la publicidad en cada país.
En diciembre de 1888 el ministro de Hacienda envió una circular a todos los consulados chilenos pidiendo información sobre el consumo de salitre en sus respectivos distritos y sobre las posibilidades para aumentar su uso. En los años siguientes la promoción de las ventas de salitre constituyó uno de los principales objetivos de la política exterior chilena.
Sin embargo, el estallido del conflicto europeo de 1914 alteró temporalmente el panorama y postergó los proyectos de reorganización de la industria. En muchas regiones del norte de Europa, donde el salitre era empleado como abono, los terrenos de cultivo se convirtieron en campos de batalla. Pasaron varios meses antes de que se reactivara la demanda de salitre, ya no como fertilizante, sino que como materia prima para la fabricación de la pólvora.
Parte de estas campañas es la selección de afiches que aquí se muestra y que custodia el Archivo Nacional de Chile, adscrito a la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (Dibam). Permanecen como un testimonio del esfuerzo pionero en la promoción de las exportaciones que en algún momento constituyeron el llamado “Sueldo de Chile”."
Aunque por espacio se omitió en el panel informativo de la muestra, cabe añadir una información importante relativa a la promoción internacional del salitre chileno en aquellos años: que en 1927, el Gobierno del General Carlos Ibáñez impuso la liberación de las ventas de salitre a la Asociación de Productores y, con la Ley N° 4.144 promulgada en junio de ese año, creó la Caja de Crédito Salitrero y la Superintendencia de Salitre y Minas, organismo que canalizó parte del impuesto a la exportación, la modernización de la industria salitrera y el desarrollo de su publicidad.

Afiche publicado en Egipto, desgraciadamente sin fecha ni firma.
Afiche publicado en Japón, sin referencias.
Afiche publicado en Francia. Tampoco tiene fecha.
La exposición también está acompañada de palabras de Baldomero Lillo en "Páginas del salitre" (Editorial Nascimento, 1968):
“Diariamente los obreros a trato que trabajan a cielo descubierto en la pampa suspenden sus labores a las tres o tres y media de la tarde. A esa hora los rayos del sol son tan ardientes y han caldeado de tal modo la tierra y el aire, que proseguir la faena en esas condiciones es poco menos que imposible.
Los barreteros y particulares abandonan entonces sus agujeros y se arrastran más bien que caminan hacia el campamento. Y llegados allí se encuentran que su vivienda es un respiradero del infierno, pues las planchas de zinc que forman el techo y las paredes, recalentadas por el sol, elevan la temperatura del interior a límites increíbles. Añádase a esto los olores nauseabundos que salen de los rincones donde se amontonan basuras y desperdicios, y se tendrá un cuadro bien poco halagüeño del hogar del obrero en la pampa salitrera.
Después de guardar las herramientas y quitarse el polvo del traje, el obrero sale de su casa y se dirige a la fonda, en la que permanece hasta la noche entregado a sus pasiones favoritas: el juego y el alcohol.
Al día siguiente, a las tres o cuatro de la mañana, está otra vez en la pampa ejecutando su pesada tarea. Y así transcurre un día y otro hasta que una enfermedad de las muchas que lo acechan o un accidente del trabajo, como la explosión prematura de un tiro o un trozo de costra que cae sobre él desde lo alto, o la inmersión en el caldo hirviente de un cachucho, concluyen con su mísera existencia”. 
Ahí está la exposición a la vista de los visitantes y pasajeros, entonces, disponible en sólo una breve parada del Metro de Santiago. Un gran saludo y despedida, en mi caso, mientras me propongo regresar por un rato más a esas mismas tierras de lucha y de victoria sobre la más agreste pero rica naturaleza, en pampas resecas donde se tejieron las más duras epopeyas de la conquista humana, mismas que dan forma a la historia del Salitre de Chile de esos hermosos y coloridos afiches.
Afiche publicado en China. No tiene fecha precisada.
Calendario de 1927 producido por John Sands Ltd. en Sidney, Australia.
Afiche producido en los Estados Unidos hacia 1899-1900.
Afiche publicado en Brasil, fechado en 1939.

LA TRAGEDIA DEL "MÍCHEL": OTRA HISTORIA DEL RÍO MAPOCHO QUE NADIE RECORDARÁ

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Imagen de la noche del asesinato, con personal de Bomberos y amigos del fallecido rodeando el cuerpo. Fotografía publicada por el portal noticiosos Terra.cl.
Coordenadas: 33°25'58.18"S 70°38'54.18"W ("caleta" del Puente Recoleta)
Muchos recuerdan cuando la televisión reveló, hacia el año 2001, la existencia de las “caletas” de niños mendigos viviendo como pequeñas pandillas en las proximidades de los puentes Pío Nono, Loreto, Recoleta, La Paz, Padre Hurtado, Manuel Rodríguez y General Bulnes. Una realidad social de la que ya se sabe algo gracias a los esfuerzos de Polidoro Yáñez y del sacerdote Alberto Hurtado por sacar de la más paupérrima miseria a los pelusas o "cabros de río", pero que por alguna razón la sociedad tiende a olvidar y a desconocer cuando no esté en las noticias, quizás distraída en sus propios caudales de urgencias y atención contingente.
De no ser por trabajos de enorme valor testimonial como "El Río" del alguna vez pelusa mapochino Alfredo Gómez Morel, o las escenas más crudas del filme de 1967 "Largo Viaje" de Patricio Kaulen, la existencia de estas realidades se perderían en la brisa tibia de la ciudad, asomando en los medios no más allá que como efímeros chispazos en el raudo pasar del tiempo.
En tanto y sin embargo, muchos pelusas de las "caletas" del Mapocho, incluida la alguna vez famosa "Caleta Chuck Norris" que concitó tanta atención pública en su momento, ya dejaron de ser niños tiernos e indefensos: en su fracaso por salir de este estilo de vida, algunos retornaron al río, y allí viven aún, ya como muchachotes, sobreviviendo de la mendicidad y de uno que otro acto reprochable que, uno a uno, van llenando sus prontuarios. Su marginación allá abajo, en el río, es casi como un renuncio simbólico a la sociedad imperante, a sus valores y a sus convencionalismos; hasta el acto de tener que mirarlos hacia abajo y ellos hacia arriba doblando el cuello, tiene una metáfora cultural innegable.
Una de estas historias perdidas es la del Míchel, otro ex pelusa crecido en la vagancia del río y de las calles del Barrio Mapocho y de sus mercados, que llegó a pisar los años de adultez viviendo y pidiendo dinero a los transeúntes que pasaban por las pasarelas del Puente Los Carros o el Puente de La Paz, parado allá abajo y tratando de atajar al aire las monedas que le arrojara algún peatón conmovido con su apariencia de ángel en desgracia, tal como lo hacen hasta ahora sus ex compañeros de correrías.
- ¡Una moneda, pipito! -gritaba intentando ser simpático- ¡Cualquiera nos sirve!
Claro: eso era de día, porque al parecer el Míchel no escapaba a la tentación delincuencial en que se desenvuelven todos estos "cabros de río" durante las horas de penumbra, desesperados por complacer sus bajos vicios y los impulsos de una moral fracturada, destruida y, cuando no, atrofiada. Esto explica que algunos lo odiaran en el sector con la misma intensidad que otros lo querían e intentaban hacer menos desgraciado su estilo de vida, con el ritual de arrojar "una moneda al río", como reza el título del conocido cuento de Nicomedes Guzmán.
El Mapocho, visto desde los puentes.
De la misma manera que sucede hoy con los actuales muchachos moradores del río y del submundo bajo los puentes, el Míchel a veces recibía en el aire alguna fruta de algún caritativo cliente que viniera de La Vega o del Mercado Central. La delgadez de estos chiquillos mendigos muchas veces hace creer a los sensibles que es el hambre la que los acosa, mas no es así: suele ser la droga, la inhalación de solventes, el abuso del alcohol o esa inmunda maldición extranjera llamada pasta base con todo lo asociado al tipo de vida sucia y traumática de quien la consume, lo que les mantiene famélicos y enclenques, como preparándose para caber en el sencillo cajón en el que serán despedidos por unos pocos sin caravanas ni coronas florales.
Por las noches, y siguiendo la tradición de los "cabros de río" que alguna vez fueron niños allí mismo, el mendigo juvenil dormía con sus varios perros pulgosos y los amigos de sus campamentos o "caleta", generalmente cerca de Recoleta. Al menos el Míchel tenía a su novia allí también: una chica apodada la Rucia por el rubio color de sus cabellos, muchacha compañera de desgracias, de tragedias, de miserias y quizás también de vicios.
Nadie recordará estos detalles, ni la tragedia de alguien que también fuera nadie. Y qué ironía que quien se arrogue la tarea contarla sea yo, que habitualmente desprecio y abomino la delincuencia y también a quienes pretenden explicar, indistintamente, todos los casos con fábulas sociales o recetas sacadas de manuales pseudo-humanistas. Pero nadie más se tomaría la molestia de poner en la memoria algo sobre el Míchel, pues ya resulta claro que nadie lo hará; a nadie le importa. Tal vez, éste es mi castigo por haberlo conocido; o quizás el suyo, por haber sido una eterna oveja descarriada condenada a vivir de monedas arrojadas al río y cuya historia, como muchas -tantas otras-, de todos modos será diluida en las aguas del Mapocho, arrastrada hasta el océano y perdida para siempre. Es parte de la maldición de los "cabros de río", de la que ni siquiera Gómez Morel escapó, pues tras haberse "rehabilitado" el escritor cayó en el más depresivo abandono y murió como vulgar N.N. en una triste pensión donde era acogido.
Curiosamente, me hallaba terminando y corrigiendo mi libro digital "La vida en las riberas: crónica de las especies extintas del Barrio Mapocho", un día de verano, cuando las noticias dieron aviso del asesinato de un tal Michael Joshua Chávez Chávez, de 21 años, en el mismo borde del río Mapocho donde él había estado viviendo, pernoctando y pululando desde hacía tantos años. Su cadáver quedó tirado y empapado en su propia sangre, que las crecidas del río no tardarían en borrar ese mismo año; las imágenes lo mostraron rodeado de peritos, de potentes focos de luces y de gente mirando con curiosidad desde los bordes de la garganta del Mapocho y desde el Puente de la Recoleta. La Rucia, allí presente, lloraba sin consuelo ante las cámaras.
El Puente Los Carros, entre los dos mercados de Mapocho.
Todo se acabó para el Míchel esa noche del 1° de febrero de 2011. Arriba, detrás de los pretiles del río, la ciudad crecía, se modernizaba y avanzaba: aparecían grandes edificios residenciales nunca antes vistos en el barrio, y se concluían las nuevas dependencias del Mercado Tirso de Molina, antes formado por estrechos pasillos de aspecto feriante en donde el chiquillo vagabundo del Mapocho hizo otra parte importante de su vida, ganándose las monedas del día, a veces pidiéndolas y -según decían- otras veces no.
En la oscuridad de aquella fatídica madrugada, hacia las 3 de la mañana, apareció ante los muchachos de la "caleta" un bolso que había caído desde alguno de los puentes al río, o al menos eso se dijo, porque los robos de estos artículos son cosa habitual en ese sector. El bolso fue rescatado por la pandilla bajo el Puente de la Recoleta quienes, al abrirlo, descubrieron la suma de $40.000 al interior de la misma; todo un dineral para estos jóvenes siempre menesterosos.
Desgraciadamente, la tentación por el dinero fue más poderosa para el Míchel que los estrictos códigos de solidaridad pandillera de los "cabros de río". Intentó apoderarse de todo el dinero que había allí en el bolso, comenzando a discutir con sus compañeros de penurias. Una de ellas, la Prisci, de 25 años, se hallaba durmiendo en esos momentos, pero al despertar y advertir que el resto se repartía el dinero, no toleró la deslealtad insolente armando una acalorada pelea y, valiéndose de un arma blanca, le clavó al Míchel una certera estocada en el pecho, por estarse apropiando de su parte del botín. Sin el dinero y ya con la vida escapándose a borbotones de sangre, el muchachón quedó tendido sobre los adoquines del río, en la orilla Norte, bajo la desembocadura de la avenida la Recoleta. Bomberos de la cercana Octava Compañía de Santiago bajaron e intentaron socorrerlo en una rápida reacción, pero al llegar personal médico del SAMU, sólo se pudo constatar que ya estaba muerto: había fallecido unos minutos después del ataque.
Al acudir personal de Carabineros de Chile y de la Brigada de Homicidios de la Policía de Investigaciones, la Prisci fue detenida para enfrentar en la tarde siguiente la audiencia de control. El cuerpo del fallecido, en tanto, permaneció tapado por plásticos hasta la salida del Sol de la mañana de se día martes, junto al basural de la orilla, rodeado por los investigadores policiales, por sus acongojados amigos y por la desconsolada Rucia, que yacía de rodillas junto al cadáver, mientras la gente que pasaba por el puente temprano miraba la macabra escena. Fue recogido y llevado al Servicio Médico Legal.
Según me comentan su ex camaradas de vagancia y marginalidad, el Míchel fue sepultado en algún lugar del Cementerio de Lampa. Desconozco quién le podría llevar flores hasta allá, si es que alguien lo hace.
En la proximidad del cumplimiento de dos años del asesinato de Michael Chávez, quise recordar aquí esta pequeña historia que quizás ya a nadie le importe, o de alguien que en realidad jamás importó a nadie, pero que tal vez se siga repitiendo en los círculos del eterno retorno de las tragedias de la marginalidad misérrima y deplorable que se oculta en el río Mapocho allá entre los dos mercados, como un lastre histórico pero casi invisible del que la ciudad no ha podido desprenderse aún, por más que se esfuerce.
La Rucia y los amigos del Míchel, en la mañana del día de su asesinato, escoltando el cadáver bajo el Puente de la Recoleta, a la espera de que llegara el juez a levantarlo. Fotografía publicada por el portal noticioso Emol.cl.

UNA PLAZA DEDICADA AL PERIODISTA BELTRÁN ALFARO CORTÉS EN LA FLORIDA

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Imagen del monolito y la plaza en 1997, tras la remodelación (publicada en "La Tercera").
Coordenadas: 33°32'31.92"S 70°35'39.47"W
La Plaza Periodista Beltrán Alfaro Cortés se ubica en una cuadra entera al poniente del paradero 19 ½ de avenida Vicuña Mackenna, en la comuna de La Florida. Comparada con otras plazas de Santiago, quizás no es de tan grandes dimensiones: está formada por en romboide de unos 45 por 87 metros, entre las calles El Sauce, Río Bueno, Río Maipo y el pasaje Río Tinguiririca.
Rodeada de residencias, esta plaza fue construida casi en el corazón de una tranquilla población de clase media conocida como la Villa Diario La Tercera, originalmente relacionada con los trabajadores de la compañía periodística alrededor del diario del mismo nombre ("La Tercera de la Hora", en esos años) y concluida totalmente hacia principios de los años ochentas.
El espacio se constituye como un área de recreación especialmente para niños del barrio, por los juegos fijos que allí existen. También hay sólidas bancas que parecen ser atracción de algunas parejas jóvenes, entre árboles, arbustos y palmeras que dan sombra el conjunto. Bien mantenida y con riego cuidado, luce el césped verde y pulcro. En tiempos más recientes se le han instalado también algunas máquinas de ejercicios, e incluso ha sido escenario de pequeños actos y shows, como en septiembre del año 2010, cuando se presentó allí al famoso perro quiltroSpike de los comerciales de la compañía abastecedora de gas "Lipigas", con gran atención del público infantil presente.
Lo que más llama la atención en el lugar, sin embargo, es una enorme piedra blanca a modo de monolito, con una concavidad tallada sobre la cara principal de la misma y con una inscripción en ella que recuerda en la plaza al ilustre coquimbano que originalmente llevaba su nombre:
PLAZA
PERIODISTA
BELTRAN ALFARO CORTES
AGOSTO 1983 DIARIO LA TERCERA
Exactamente al lado de la roca, se alza sobre un plinto el mástil de alguna fantasmagórica bandera chilena que alguna vez flameó por encima de los árboles de la plaza, y que quizás desde hace años ya está totalmente ausente.
El nombre del periodista homenajeado está asociado a una tragedia: en agosto de 1982, tuvo lugar la abrupta muerte del profesional de la prensa Beltrán Alfaro Cortés, de 42 años, casado y padre de dos hijas. Hombre muy querido por sus colegas y vecinos, había nacido en Coquimbo, titulándose en el periodismo en 1962 y había trabajado en estaciones radiales como la Radio Minería de La Serena. Más tarde, cuando se trasladó a la capital, comenzó a trabajar en Radio Minería de Santiago, además de pasar por la Radio Presidente Balmaceda y Radio La Chilena. Al momento de su dramática muerte atropellado por un automóvil, trabajaba como reportero del diario "La Tercera".
La traumática partida produjo un hondo pesar entre sus compañeros de labores y amigos. El ambiente periodístico debió soportar justo por esos mismos días, además, la pérdida del cronista deportivo Sergio Martínez Quiroga, también de 42, casado y con una hija, quien falleció tras una larga y cruel enfermedad. Fue un triste período para el gremio, como podrá deducirse.
Fue así que, por iniciativa de la dirección del diario "La Tercera" y de los residentes de la villa, se decidió colocar el nombre del fallecido periodista de sus filas a la flamante plaza, en un acto realizado justo un año después, en agosto de 1983 como dice la inscripción en la roca, quedando así -para la posteridad- como Plaza Periodista Beltrán Alfaro Cortés.
Sin embargo, la primera etapa de vida de la plaza no fue del todo luminosa. Hacia comienzos de la década siguiente se convirtió en un sitio un tanto seco, no muy bien mantenido y deficientemente iluminado. Por esta razón, se organizó una campaña que contó con generosos aportes de "Supermercados Ribeiro", cuyo cuartel por el sector estaba cerca de allí, en la esquina de Vicuña Mackenna con Enrique Olivares, hoy ocupados por instalaciones de la cadena "Unimarc". Esto permitió remodelar la plaza y recuperarla con senderos interiores, escaños y basureros, reinaugurándosela oficialmente al mediodía del sábado 11 de octubre de 1997 con un acto público al que concurrieron vecinos, autoridades comunales, ejecutivos de la comercial "Ribeiro" y representantes del diario "La Tercera".
Con ocasión de este rescate del recinto, se le instaló también un segundo monolito celebrando el día de la entrega de estos trabajos, aunque bastante menor tamaño que el principal, y donde se lee la siguiente inscripción:
SUPERMERCADOS
RIBEIRO
CON LA COMUNIDAD
4 - OCT 97
Con el tiempo, se fueron agregando los juegos de niños, las máquinas de ejercicios y también se mejoró la iluminación, siendo hasta ahora una de las plazas mejor cuidadas de la comuna, según parece, pues existen otros casos de áreas verdes en La Florida que no tuvieron el mismo feliz destino a pesar de hallarse también entre los varios vecindarios residenciales que crecieron por estos barrios hacia los años ochenta y noventa.
Cabe señalar que esta no es la única plaza donde se le rinde homenaje a la memoria de Alfaro Cortés: en su tierra natal de Coquimbo, en febrero de 2008, se inauguró la Plaza del Periodista con un monolito y placa donde se lo recuerda a él junto a los nombres de varios grandes colegas de la misma región, como Pedro Vega Gutiérrez, Eduardo Sepúlveda Whittle, Humberto Vásquez Brito, Humberto Véliz Zepeda, Horacio Miranda Droguett, Héctor “Tito” Castillo, Mario Planet Rojas, Antonio Puga Rodríguez y Alejandro Vicuña Leiva, entre muchos otros.
Sin embargo, la plaza que lleva el nombre de Beltrán Alfaro Cortés en La Florida es la única consagrada especial e individualmente a la memoria de este periodista, con su nombre grabado en aquella piedra tan voluminosa y pesada que probablemente -y a pesar de los rayados e intentos de throw-up que debe soportar- durará allí acaso más que las propias casas que contornean esta áreas verdes.

EL EDIFICIO LUNA PARK: OLVIDADO, DESDEÑADO Y YA CASI DESAPARECIDO

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Detalle de una imagen de Josep Alsina tomada en 1968, mostrando el edificio.
Coordenadas: 33°25'51.75"S 70°39'4.71"W
La calle Artesanos dio espacio a muchos edificios históricos que se han perdido o que están en vías de perderse, en la ribera Norte del Mapocho. Entre los que llegaron a la vejez pero de todos modos perecieron de muerte súbita, está el caso de la Mansión Montt Montt, recientemente demolida y de la que ahora sólo queda un peladero cercado, además de los ex perros cuidadores del recinto durmiendo allí afuera, a la intemperie y atrás de la cuadra de la Piscina Escolar. Y entre los que han ido pereciendo por muerte lenta y dolorosa, en cambio, están casos como el del Teatro Balmaceda, a escasa distancia de los galpones de la Vega Chica.
Exactamente al lado de este teatro, hacia la esquina con avenida La Paz y atrás de las flamantes nuevas instalaciones de la Pérgola Santa María, se encuentran los restos (o mejor dicho las ruinas) del otrora ostentoso y glamoroso edificio llamado en sus buenos días como el "Luna Park" (nunca he sabido si era su nombre oficial), una estupenda construcción palaciega que, en sus mejores años, ofrecía en sus tres altos pisos una suntuosa belleza que marcó con su presencia una larga época en aquel rincón chimbero y veguino, con su edad de oro hacia los años treinta, cuando era sede de servicios de hotelería y espectáculos que lo convirtieron en un verdadero centro bohemio de gran reputación y atractivo para la sociedad santiaguina. Muchos pasajeros llegaban desde la Estación Mapocho, siendo éste uno de los pocos centros hoteleros del barrio que se hallaban en el borde Norte.
El edificio fue levantado en un sector que ya era famoso por la intensidad de sus atracciones relacionadas con actividades circenses, exhibiciones hípicas y más tarde el vodevil, con antecedentes a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Esta esquina, en particular, era conocida también por la presencia del club Hippodrome Circo de la Cooperativa Vitalicia, más popularmente llamado como el Hipódromo Circo por los muchos asistentes que iban a presenciar allí las famosas peleas pugilísticas de precursores del boxeo profesional chileno como Juan Budinich, Carlitos Aliaga, Manuel Sánchez o Juan Beiza. Quizás algún día pueda preparar una entrada especial a esta romántica y nostálgica época del barrio chimbero.
Locales comerciales de cachueros en la planta inferior del edificio, en fotografía de una revista "En Viaje" de 1948. Actualmente, este mismo local es ocupado por un negocio de venta de ollas y artículos de aluminio.
Con esta fama en el sector de la encrucijada entre las calles Artesanos y La Paz, no extraña que el flamante edificio Hotel Luna Park también haya reservado parte de su recinto a la actividad del espectáculo popular. Su brillante estilo neoclásico y de elegante influencia francesa con simetría total de diseño, en la dirección 871 de Artesanos, albergaba no sólo los servicios hoteleros de sus pisos más altos: también era un centro de actividad comercial en los locales exteriores de su planta baja, tenía un restaurante con bailables y orquestas en vivo para la clásica bohemia capitalina, un conjunto residencial atrás al estilo de un ordenado y pulcro cité, y un patio que fue famoso por sus fiestas... Todo en el mismo edificio, que se erguía señorialmente justo al frente del Puente de los Obeliscos de avenida La Paz.
Abundando en el aspecto del hotel, las fotografías antiguas lo revelan como una construcción muy parecida a otros ejemplos que han existido en el viejo Barrio Mapocho, como el desaparecido edificio llamado "El Buque", en General Mackenna con Bandera. Su zócalo era de vanos con arcos rebajados de gran altura, dividido del segundo pisco por una cornisa de la que nacían los balcones con balaustras para los ventanales de este nivel, también de gran altura y rematados por artísticos tambanillos o capirotes. El tercer piso ofrecía a la vista ventanas de diseño casi igual al del segundo, pero carentes de sus balcones y coronas. En la máxima altura, se levantaba una cornisa doble con mucha horizontalidad y diseño artístico, desde la cual bajaban al nivel de los balcones del segundo piso algunas líneas de muros-cortinas verticales con aspecto de pilastras, que en alguna época fueron pintados de un color más oscuro que el resto del edificio.
Al Hotel Luna Park y su complejo interior se accedía por un gran pórtico central con reja de forja, transitando por un pasillo de fina madera en el techo y el piso, que conducía en línea recta hacia el espacio del fondo del edificio, apodado el Patio o el Parque por algunos, en un camino al que se iba accediendo a las distintas dependencias y espacios internos del conjunto.
Vista actual con lo que queda del edificio.
La presencia del "Luna Park" en este sector llegó a ser tan fuerte que influyó incluso en la toponimia informal: a todas estas cuadras inmediatas se les llamó de la misma manera, tal como a los galpones abandonados para guardar tranvías de la ex Compañía del Ferrocarril Urbano (el Mercado Luna Park, ocupadas por la Vega Chica) y hasta a un infernal sitio abierto frente al edificio hotelero y que, junto a la entonces llamada Plaza de los Artesanos, había sido virtualmente tomado por indigentes o personas muy pobres, que desde los años treinta vendían también cachureos y baratijas en la llamada Feria de los Artesanos, precursora de los llamados mercados persas en Santiago, allí en la misma calle. De hecho, en la propia planta baja del "Luna Park" se instalaron tiendas de venta de esta clase de cachureos y que formaban parte de la señalada feria, como se observa en antiguas fotografías publicadas por la revista "En Viaje" de la Empresa de Ferrocarriles del Estado y que tenía su sede a escasa distancia de allí, en la Estación Mapocho.
El ambiente festivo y popular se apoderó de todo ese sector de La Chimba bajo influencia del "Luna Park", más allá de la mera cuestión nominal. Fueron famosas, por ejemplo, las presentaciones de bolerista radicado en Brasil don Lucho Almarza, quien tocó allí con una orquesta integrada también por los músicos Pablo Ramírez, Jorge Martínez en el saxo y Chichibi en el violín, como recuerda el insigne periodista Osvaldo Rakatán Muñoz en su famoso "¡Buenas noches, Santiago!", quien recalca también el origen exclusivo y de orientación aristocrática que buscaba el centro "Luna Park" y que mantuvo en sus primeros años. Un mito dice que hasta Carlos Gardel cantó en el mencionado anfiteatro del sector, durante su visita a Chile.
Hacia el cuarenta, sin embargo, el panorama del barrio había cambiado dramáticamente y el nombre del "Luna Park" había dejado de ser sinónimo de un enclave de glamour en un barrio pobre... "La Corte de los Milagros", le llamaban despectivamente algunos a todo este sector saturado de "chiquillas", gañanes, cafetines y tipos pendencieros. Entonces, "Luna Park" pasó a ser un título infame que causaba temor y hasta repudio, asociado a un oscuro ambiente que servía de refugio y fomento a la delincuencia, la vagancia, la prostitución y la decadencia en todas sus formas.
Portón cerrando el acceso, tal como luce hoy.
"Luna Park es el conjunto de construcciones más antiestético e insalubre", reclamaba -por ejemplo- el periódico de los veguinos "El Fortín Mapocho" en 1947, años después convertido en el ariete de la oposición antipinochetista. En tanto, Daniel de la Vega transcribe la siguiente descripción horrorosa del cariz que llegó a tener este oscuro reducto urbano, que figura en "Ayer y hoy. Antología de escritos":
"Ustedes escribieron un párrafo sobre los jardines de Recoleta, y no dijeron nada de aquel Luna Park, que después de varios años de vida lánguida y artificial, desapareció entre los aplausos de todos los vecinos. En este terreno cerrado, algunas noches se bailó, funcionó una ruleta y se vendieron algunas naranjas y unas botellas de gaseosa. Siempre había en sus puertas unos grupos de atorrantes, y los vecinos de Recoleta, cuando se recogían tarde, ya no les temían a los ladrones que pudieran esconderse en los puentes, sino al misterioso silencio, a la densa sombra del Luna Park, de donde podía salir un batallón de bandidos. Los vecinos de Recoleta, al pasar por esas rejas, apresuraban el paso, y buscaban con sus ojos las lejanías de la calle, viendo modo de escapar e irse a arrojar a los brazos de un carabinero. El Luna Park fue cruel. Se vengó de su fracaso con ferocidad. Cada uno de sus árboles, después de las dos de la madrugada, tomaba aspecto de bandido".
Radicales medidas municipales tomadas entre 1947 y 1948, que desplazaron las viejas ferias de cachureos de los artesanos y trajeron a las floristas que habían sido desalojadas de las pérgolas de la Alameda, fueron desplazado definitivamente este lado tórrido crecido alrededor del "Luna Park" y su vecindario inmediato homónimo, aunque el carácter que tenía como refugio para clases trabajadoras, tan distinto a las pretensiones de su pasado, no lo perdería.
Vista del pasillo hacia el interior del ex hotel.
"De acuerdo al plan de embellecimiento de nuestra capital -celebraba el mismo diario veguino-, aprobado por la Municipalidad de Santiago, todos los comerciantes que están instalados en el sector denominado Luna Park, deberán abandonarlo definitivamente dentro de unas semanas más. Este recinto, cuya presentación daba un feo aspecto a la ciudad, será destinado para el estacionamiento de autos y microbuses que actualmente ocupan la ribera opuesta del Mapocho".
Convertido ya el edificio central en un refugio de las clases populares, curiosamente muchos de los más queridos comerciantes y personajes chimberos estuvieron vinculados al mismo, en especial entre los floristas que llegan al barrio hacia esos años. Entre ellos, la inolvidable Chirigua Ubeda, vendedora de flores de la Pérgola Santa María que llegó a ser todo un símbolo del gremio y que había tenido alguna relación familiar con los entonces dueños del Hotel Luna Park, donde pasó parte de su dificultosa infancia. También vivió en el grupo residencial interior su colega pergolero Claudio Soto, quien fue para mí una gran fuente de información sobre el edificio, hace unos pocos años. Don Claudio declaraba orgulloso y emocionado que allí mismo, en la comunidad residente del ex hotel, conoció a su amada esposa "hace cincuenta años".
Hacia los sesenta, se levantó sobre la azotea del edificio y hacia el lado de la esquina, un símbolo imperecedero que llegó a eclipsar en importancia al propio palacio chimbero. Se trataba de un enorme panel luminoso haciendo -sin proponérselo- historia en la iconografía publicitaria de la ciudad de Santiago: el cartel de neones de "Aluminio El Mono", visión inolvidable para quienes alcanzaron a conocerla cuando seguía activa todavía en los años ochenta, y de la que ya he publicado algo al respecto en otro artículo de este blog.
Otra vista del edificio.
El detalle de este famoso y recordado simio de colores, sin embargo, servirá para que muchos puedan identificar cuál era el Edificio Luna Park del que hablo aquí, pues intentar identificarlo ahora a partir de sus tristes restos, es una tarea tan penosa como difícil. Además, en aquellos años pocos santiaguinos recordaban ya que dicho edificio que servía de pedestal al famoso cartel de neones, se llamó alguna vez "Luna Park" y había servido como hotel.
Pero a la caída de sus buenos años sobrevino después la caída material del propio edificio: ruina seguida de más ruina. La decadencia, el deterioro y la destrucción fueron reduciendo al otrora esplendoroso Hotel Luna Park como un gran jardín sin agua y bajo el castigo del Sol. Tres incendios llegaron a afectarlo desde entonces, según recuerda don Claudio. Al parecer, fue uno de ellos combinado con parte de los daños dejados por el terremoto de 1985, lo que obligó a demoler el edificio hasta la mitad de su hermosa arquitectura de ayer, viéndose ahora recortado, mutilado con crueldad y ensañamiento, dejando apenas algunas balaustras como recuerdo de sus señoriales balcones.
Actualmente, del ayer magnífico "Luna Park" con tres pisos, monos danzantes en su azotea y una interminable sonajera vida bohemia y enérgica en su interior, sólo queda una cáscara ruinosa, cerrada por un simple portón de fierro que casi caricaturiza ese antiguo portal de acceso. Sus patios antes saturados de ánimo nocherniego ahora son estacionamientos de vehículos, y en sus locales comerciales inferiores, hacia calle Artesanos, sobreviven una tienda de ollas y artículos de aluminio (justo donde antes estuvo la de cachueros) y una farmacia. De la elegancia originaria, quizás no queda ya ni la pena de la ausencia.
Sólo quienes cruzaron su propia vida con la de aquel semi-desparecido edificio recuerdan algo sobre el amplio hotel, residencial y centro de eventos del "Luna Park", del que ahora sólo quedan residuos condenados -quizás- a la cuenta regresiva para alcanzar la hora de su extinción total.

LA CAPILLA DE LA VICTORIA: EL PRIMER TEMPLO PATRIOTA DE MAIPÚ

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La Capilla de la Victoria en 1968, en imagen de la revista "VEA".
Coordenadas: 33°30'38.85"S 70°45'50.32"W
El 5 de abril es el día de la tradicional efeméride de la Batalla de Maipú de 1818, entre los patriotas del Ejército Unido al mando de José de San Martín y los realistas del Ejército Real de Mariano Osorio. Quienes visiten ahora el lugar donde tuvo escenario esta decisiva aunque no última batalla por la lucha independentista del territorio chileno, se encontrarán con las ruinas de lo que fuera un antiguo edificio, allí en el actual Santuario del Templo Votivo de Maipú, antecediendo a la gran basílica y frente a la avenida 5 de Abril, hacia donde comenzaba el llamado Camino a la Rinconada.
Como se sabe, estos restos de murallones corresponden al templo que los patriotas hicieron erigir como promesa a la Virgen del Carmen, jurándole levantar una iglesia en donde quedara sellada la libertad de Chile luego del desastre de Cancha Rayada, que aguó provisoriamente el buen ánimo ganado en la justa de Chacabuco. El General Bernardo O'Higgins habría proclamado a la Virgen del Carmen o de Monte Carmelo como la Generalísima de las Armas y Patrona de Chile en febrero de 1817, poco antes de asumir como Director Supremo. Un año después, el 14 de marzo de 1818, se reunieron en la Catedral de Santiago las fuerzas civiles, militares y políticas, ocasión en la que a proposición de O'Higgins se realiza el siguiente compromiso ante el pueblo santiaguino:
"En el mismo lugar en donde se dé la batalla y se obtenga la victoria, se levantará un templo a la Virgen del Carmen, Patrona y Generala de los Ejércitos de Chile, y los cimientos serán colocados por los mismos magistrados que formulen este voto, en el mismo lugar de su misericordia, que será el de su gloria".
Una de las pocas fotografías interiores que existen, mostrando el altar.
Imagen con el aspecto antiguo que tenía el templo y su torre-reloj.
El templo hacia 1970. Fotografía de los Archivos del Museo Histórico Nacional.
Se cuenta también que el propio General San Martín alentó a la tropa durante la lid de los Cerrillos de Maipú, asegurándole a los hombres que las fuerzas patriotas estaban bajo el alero de la advocación de la Virgen del Carmen.
Consumada la victoria y tras los grandes festejos -que no estuvieron exentos del lamento, por pérdidas de valiosos héroes como el Coronel Santiago Buenas-, se dio curso a esta intención obteniendo la autorización del Congreso el 7 de mayo de 1818. La primera piedra de la que iba a ser la obra se colocó formalmente el día 15 de noviembre de ese mismo año, en presencia de O'Higgins, San Martín y una gran muchedumbre. En la ocasión y con un breve discurso, el Director Supremo reiteró las razones para escoger este lugar y a esta advocación en el homenaje, recibiendo la bendición del inicio de las obras por el Canónigo Pedro de Vivar, quien había sido designado Gobernador Eclesiástico del Obispado de Santiago.
Empero, distintas circunstancias retrasaron la construcción del edificio y la llamada Capilla de la Victoria quedó inconclusa por mucho tiempo, pareciendo incluso que el proyecto se hallaba definitivamente naufragado. La caída del Gobierno de O'Higgins en 1823 paralizó los trabajos y los murallones que alcanzaron a ser levantados terminaron siendo usados para pesebreras y corrales.
Ninguno de los héroes de Maipú y quizás tampoco de los más célebres veteranos de la contienda, entonces, alcanzó a verla terminada. El aislamiento y la marginación de esta zona con respecto a Santiago, además de su baja población, contribuyeron al virtual olvido del juramento allí formulado.
El templo y el monumento, hacia 1940.
Alero al costado de la capilla en 1970. Archivos del Museo Histórico Nacional.
Sólo en 1885, durante el Gobierno del Presidente Domingo Santa María, se inyectaron nuevos fondos para salvar el proyecto pendiente y que así pudiera concluirse la capilla. Pudo ser inaugurada y bendecida recién el 5 de abril de 1892, durante el Gobierno de Jorge Montt, pasados ya los acontecimientos de la infausta Guerra Civil cuyo espíritu había sido tan distinto al que originalmente motivara la construcción del templo.
El edificio resultante fue una pequeña iglesia de estilo románico y neoclásico, con torre de reloj y campanario al frente, arquería de medio punto en accesos y vanos, con nave central de techo curvo. Convertido en 1895 en la sede de la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen, a propósito de la celebración de la Fiesta de Pentecostés del 2 de junio de ese año, el lugar comenzó a ser rodeado de árboles (algunos todavía existen allí) y unidades conmemorativas de la Batalla de Maipú, incluidas las estatuas de O'Higgins y San Martín que ahora están a un costado del gran Santuario, detalles que lo convirtieron rápidamente en un importante centro de homenaje militar y nacional.
Sin embargo, el terremoto del  16 de agosto de 1906 dejó gravemente dañada la estructura, comprometiéndola por completo y obligando a reparaciones un tanto rápidas e improvisadas que no parecen haber sido óptimas, extendiéndose por varios años más; tanto así que parte de su aspecto arquitectónico se fue perdiendo en estos cambios.
Un temblor ocurrido el 14 de abril de 1927 sorprendió en esta vulnerable situación al templo, echándole abajo su campanario, el que le fue reemplazado por otro de madera más sencillo y pequeño, además de menos coherente con las líneas artísticas originales de la Capilla de la Victoria.
En 1942, con motivo de la celebración del Congreso Mariano de diciembre de ese año, el Obispado de Santiago -con Monseñor José María Caro al mando- decidió que debía construirse un nuevo edificio para acoger al Templo Votivo de Maipú y cerrar definitivamente la vieja y deteriorada iglesia del santuario, que ya casi se caía sola. Así, llamaron al año siguiente a un concurso internacional para presentación de proyectos, ganando la propuesta del chileno Juan Martínez Gutiérrez, en lo que sería el origen de la actual Basílica de Nuestra Señora del Carmen allí emplazada, a espaldas de la ex capilla en ruinas.
Aunque la historia del actual templo de imponentes proporciones la abordaré en algún próximo artículo que sirva de continuación de éste, corresponde decir que, tras la colocación de su primera piedra en julio de 1944, este edificio pasó por la misma mala racha de postergaciones y retrasos que el primero, extendiéndose su construcción por largo tiempo más a pesar de los reclamos de la comunidad de feligreses, pero con cierto agrado de algunas agrupaciones religiosas radicalizadas dentro de la propia Iglesia que veían el proyecto como un innecesario gasto de recursos valiosos, cuya falta iba agregando nuevos suspensos al avance de la obra.
Así, entre atrasos y conflictos intestinos, el nuevo y reluciente templo pudo ser inaugurado el 24 de octubre de 1974, gracias a la creación de la Fundación Voto Nacional O'Higgins que lo mantiene hasta ahora y luego de un aporte especial otorgado por el Régimen Militar de entonces.
Fue tanta la prisa por dar pronta inauguración al Templo Votivo de Maipú, que esto se hizo cuando no estaba del todo concluido y todavía faltaban partes del mismo.
Sólo entonces se decidió demoler el ruinoso edificio de la Capilla de la Victoria, aunque muchos exigían que se mantuviese en pie a pesar de su estado. Así, ese mismo año de 1974 se decidió conservarle sólo los muros laterales allí justo frente a la basílica nueva, como homenaje a los héroes y patriotas que concibieron la creación de este primer templo de la Independencia de Chile y de la Virgen del Carmen. Son los mismos murallones que actualmente se mantienen con sus añosos ladrillos desnudados y rodeados de pequeños jardines con árboles, sirviendo de antesala en la explanada y en la ruta directa hacia las puertas del templo actual.
Por Decreto Supremo N° 645 del 26 de octubre de 1984, se declaró Monumento Histórico Nacional al Templo Votivo de Maipú y también a los restos de la antigua iglesia Capilla de la Victoria que siguen en pie, como recuerdo de la Independencia allí consagrada con las armas y con el sacrificio de los héroes de la libertad de Chile.

MONASTERIO DE LA VERÓNICA: EL BEATERÍO QUE HA DESAPARECIDO EN INDEPENDENCIA

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El convento y una parte de la iglesia del Monasterio de La Verónica, vistas desde el lago de calle López. Imagen publicada por Lavín en "La Chimba", en 1947.
Coordenadas: 33°25'37.68"S 70°39'26.94"W (ex ubicación)
En la cuadra de calle Aníbal Pinto con Coronel Agustín López de Alcázar, frente a la sede de la popular fábrica de empanadas y pequenes "Nilo" de la esquina opuesta, se encontraba hasta hace poco un antiguo complejo monasterial que albergó por gran cantidad de años al Beaterío de las Monjas Verónicas en el Barrio de La Chimba, en la actual comuna de Independencia. La pala y la picota ya pasaron con fiereza por ahí, haciéndolo desaparecer hasta lo profundo para abrirle espacio a un nuevo proyecto inmobiliario.
Las monjas que ocuparon largamente estas instalaciones y le dieron su nombre eran de la Congregación Franciscana de las Hermanas Verónicas, alusiva a Santa Verónica Giuliani, una célebre abadesa y estigmada italiana de la Orden de las Clarisas Capuchina de los siglos XVII y XVIII, canonizada en 1839. Las hermanas que profesaron en su nombre se caracterizaban por realizar labores sociales por los desposeídos y los sufrientes.
La sentencia final para este añoso complejo fue el terremoto del año 2010, pero el deterioro y el olvido ya venían acosándolo desde hacía mucho tiempo antes, inmisericordes. Como en varios otros casos del patrimonio perdido en Chile, la catástrofe y la naturaleza trágica de nuestro país sólo vinieron a finiquitar un destino o inminencia que ya estaba escrita.
Fachada y torreta campanario de la capilla, poco antes de la demolición.
ORÍGENES DEL MONASTERIO
La ubicación del edificio y sus claustros era en un sector de La Chimba con notoria influencia religiosa femenina, pues se encontraba cerca de otros monasterios como el del Buen Pastor y el de San Juan Bautista en calles Rivera y Cruz, respectivamente, situación que le permitía al servicio religioso y a los feligreses prescindir de los centros de ejercicio de la fe ubicados más hacia el lado de calle Independencia, en la entonces Cañadilla, como es el caso del Monasterio del Carmen Bajo de San Rafael levantado por el Corregidor Luis Manuel de Zañartu en la tardía Colonia.
El terreno había sido donado originalmente por el mismo Corregidor a esta Congregación de Hermanas Carmelitas Descalzas de San Rafael, que él había establecido en la Cañadilla y en la que se habían incorporado sus dos hijas a tierna edad, en los mismos días en que el irascible Zañartu se jalaba los cabellos con las demoras y motines en los trabajos del Puente de Cal y Canto, su magna obra para la ciudad de Santiago.
Sólo después de la Colonia, ya en el siglo XIX, el mismo terreno fue donado por las carmelitas descalzas a la Congregación Franciscana de las Hermanas Verónicas, a quienes les pertenecería por cerca de un siglo más. Así se hizo construir allí el claustro y la capilla, en un servicio religioso orientado inicialmente a dar cobijo y atención a las niñas huérfanas.
De acuerdo a la información proporcionada por Carlos Lavín en "La Chimba", el beaterío de La Verónica era el segundo más antiguo de los tres del barrio ya mencionados, y se concluyó en este lugar el año 1867, tanto sus claustros como su iglesia, que a la fecha en que escribía el autor (1946) ya era una construcción en estado vetusto. Sin embargo, en el trabajo "Patrimonio Histórico de la Comuna de Independencia" de Magda Anduaga, Patricio Duarte y Antonio Said, publicado por el Instituto de Restauración Histórica Arquitectónica de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile, se informa que el beaterio fue fundado antes, en 1865, y que éste "fue dotado de una iglesia que dio servicio público desde 1867 bajo la protección de Santa Salomé...".
Curiosamente, se inauguró a ambos edificios en una época en que el barrio conservaba la fama ganada en la Colonia por sus chinganas y fondas de calles como Maruri o Las Hornillas (Vivaceta), entre ellas la famosa Fonda del Arenal de doña Peta Basaure, ubicada a poca distancia del convento, en calle Lastra. Era un folklórico barrio preferido por rotos, vividores y nocherniegos, por lo tanto.
Vista del frente de la iglesia, desde calle Pinto.
La grutita del jardín, ya vacía.
ARQUITECTURA Y ESTILO
Instituido por el Arzobispo Rafael Valentín Valdivieso, se consideraba a este complejo de las verónicas "en el rango de las más genuinas antigüedades de la metrópoli", en palabras de Lavín. Su estilo externo general tenía una base muy sencilla, tal vez de pretensión neoclásica ausente ya de romanismos, pero influida por el funcionalismo republicano de la arquitectura aunque conservando algunos elementos propios del estilo colonial y de la posterior edificación decimonónica de grandes proporciones, valiéndose de adobe y materiales parecidos.
"Los muros de circunvalación -detalla Lavín-, en muchas partes sostenidos por los estribos, los portones, ventanales y los techos yacen incólumes pero revestidos de ese tono especial, sentado y apacible, que se llama pátina. El sistema de construcción es absolutamente típico de los mediados del siglo XIX y puede ser considerado como un modelo vivo (...) El conjunto es adorable de arcanidad santiaguina del período neorrepublicano, en el cual las edificaciones quedaban confiadas a la artesanía".
En el mencionado trabajo de Anduaga, Duarte y Said, se agrega sobre el estilo general del conjunto y particularmente su iglesia:
"...a diferencia del Buen Pastor, se caracterizó por la rusticidad de su fábrica de gruesos muros de adobes y básica volumetría. Constituyó una noble expresión de la sencilla arquitectura que iba dando forma al barrio que surgía entre La Cañadilla y el Callejón de Las Hornillas".
Aunque la capilla con jardines y grutita de oración se encontraban hacia el lado de calle Pinto, la dirección del edificio era por el costado, en calle López 456, donde estaba el acceso al convento.
Imágenes religiosas y algo del interior de la capilla, en fotografías publicadas por Herrera y Cardoso en su memoria "Restauración y Conservación de tres imágenes religiosas", para la Escuela de Postgrado de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, en 2007.
ALHAJAMIENTO Y ASPECTO INTERIOR
La nave de la capilla tenía un retablo de madera policromada en el altar, y contaba con columnas decorativas de aspecto neorrománico y neocolonial, bastante coloridas, al igual que algunos enrejados de forja ornamental. Sin ser de gran detallismo artístico, contrastaba bastante con la sencillez exterior del templito.
Existe una enumeración de las piezas artísticas albergadas dentro de la Capilla de La Verónica, y que fuera presentada por los alumnos tesistas María del Consuelo Herrera y Cairo Cardoso en su memoria de postgrado "Restauración y Conservación de tres imágenes religiosas: San Antonio de Padua, Ángel que custodia el altar izquierdo, ángel que custodia el altar derecho", para la Escuela de Postgrado de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, en 2007:
  • Tres oleos sobre tela que decoran los nichos del retablo del altar mayor.
  • Dos pinturas religiosas ubicadas en la nave central del templo.
  • Una pintura religiosa del convento de las Hermanas Descalzas de San Rafael.
  • Seis imágenes religiosas de yeso policromado: San Francisco de Asís, Santa Clara y la Inmaculada Concepción en el retablo interior de la capilla; dos ángeles custodios y San Antonio de Padua en el presbiterio.
El claustro, en tanto, era un lugar de habitaciones espaciosas y de altura, lo que le provocaba un ambiente frío al interior. Contaba con patios cautivos de relativo espacio, pues su planta no era tan grande como la del Buen Pastor. Los pasillos cruzaban la propiedad formando estos espacios internos destechados, algunos con abundante verdor vegetal y plantaciones.
La misma clase de árboles y palmeras que podían verse en sector del jardín de la gruta frente al templito, se hallaban también hacia el interior, en un patio principal rodeado por los claustros y habitaciones. Como hubo antes patios de árboles frutales dentro del complejo, algunas zonas al interior del mismo eran conocidas como la Sección de los Naranjos o la Sección de los Paltos.
Murallones del antiguo claustro, con su asiento y sus estribos, vistos por el lado de calle López. Se observan ya agrietados por el terremoto, esperando la hora de ser demolidos.
INFLUENCIA EN LA TOPONIMIA LOCAL
Fue tan importante la presencia del claustro y su iglesia en la esquina, que la calle Pinto fue llamada e identificada por mucho tiempo como la Calle de La Verónica, aunque no era su título oficial, pues a todas estas arterias estrechas se las denominaba formalmente por letras en el orden del abecedario.
La misma aparece mencionada como Calle de La Verónica, por ejemplo, en una alerta y registro del libro de Bomberos de la Compañía España N° 10 de Santiago, con fecha 31 de marzo de 1869. Sucedió que, a las 10 de la noche de ese día, se dio la alarma de incendio en la hoy calle Pinto cerca del convento, que consumió varios ranchos en el sector donde se encontró alguna vez la Población el Arenal u Ovalle, con aglomerados y pobres caseríos que comenzaron a ser erradicados hacia los días de la intendencia de don Benjamín Vicuña Mackenna, declarado enemigo de esta suerte de campamentos donde acaudalados empresarios explotaban la necesidad de techo de las clases más modestas de la sociedad chilena. El claustro y la iglesia estaban dentro del cuadrante general de esta enorme población, de hecho.
Fue el propio Vicuña Mackenna el que obligaría a cambiar el nombre de la Calle de La Verónica, por un decreto del 6 de julio de 1872, que determinó conmemorar a generales y coroneles de la Independencia con los actuales títulos que llevan todas esas calles de la ex población El Arenal.
Curiosamente, sin embargo, a la calle que correspondía a la de La Verónica se le asignó el nombre del Coronel Francisco Antonio Pinto, pero hoy se la denomina Aníbal Pinto en honor al ex Presidente de la República, quizás por el asiento de alguna confusión con el apellido a lo largo de su historia, parecida a la situación que se generó en calle Fray Camilo Henríquez cuando pasó a ser llamada San Camilo.
Vista de la esquina de la capilla y parte de sus jardines.
SUS ÚLTIMAS DÉCADAS
A principios de los años setenta en el siglo pasado, el Cardenal Raúl Silva Henríquez puso fin a la Congregación Franciscana de las Hermanas Verónicas, algunas de cuyas integrantes emigraron a la Congregación de las Hermanas de la Providencia, de acuerdo a la mencionada exposición de Herrera y Cardoso. Entre 1997 y 1998, el terreno fue vendido: la parte de los claustros principales y la capilla quedaron en propiedad de la Congregación de las Hermanas Descalzas de la Reina, mientras que el resto del terreno se traspasó a la empresa Sopraval. Al año siguiente, se les habría entregado en calidad de comodato el lugar a la Congregación Religiosa de las Hermanas Franciscanas Misioneras de Jesús.
Administrado por la Fundación Santa Clara de la mismas franciscanas misioneras de Jesús, este recinto (y siempre con la dirección de calle López) funcionó hasta sus últimos años como sede del Hogar Santa Verónica, en el que las religiosas realizaban labores de cuidado de ancianas, muchas de ellas con postraciones físicas. Era corriente que grupos de estudiantes o vecinos generosos llegaran a la casa de retiro a ejecutar labores voluntarias en favor de los internos o a entregar algunas donaciones.
La capilla, por su parte, no fue escenario sólo de celebraciones religiosas o de ceremonias del calendario de fe, sino también de algunas presentaciones artísticas, como la efectuada en 1994 por el director Alejandro Castillo para la obra teatral "Moscas sobre el Mármol" de Heiremans, la que volvió a estrenar en este mismo sitio en enero de 2010 en el marco del festival "Santiago a Mil", contando con Gloria Münchmeyer y Luciano Cruz-Coke en el elenco.
Desgraciadamente, sin embargo, nadie sabía en ese momento que la obra de teatro iba a ser el último evento de este tipo que podría presentar en La Verónica, a causa del catastrófico terremoto de mes siguiente.
Costado del claustro y la ex casa de reposo, por calle López.
CIERRE Y DESTRUCCIÓN
Una imagen publicada por Lavín de los murallones con estribos que dan hacia calle López en los cuarenta, demuestra que el edificio debió haber recibido alguna reparación exterior posterior, pues su aspecto era ya entonces de deterioro notorio. Sin embargo, todos estos arreglos fueron cosméticos: además del progresivo desuso del complejo y de la falta de personal para la casa de ancianos, los sismos y el paso de los años fueron revelando otra vez las antiguas grietas que cruzaban toda esta construcción, misma que perfectamente podría haber aspirado a ser Monumento Histórico Nacional. Hacia el año 2000 ya estaba en franca decadencia, pasando cerrada su iglesia  la mayor parte del tiempo y con varios vidrios quebrados.
Atacada con violencia por el fatídico Terremoto del 27 de febrero de 2010, el destino terminó de echar su suerte y de frustrar a los pocos que soñaron alguna vez con la conservación de la capilla y del claustro.
Sin vuelta atrás, el castigado complejo terminó de ser desocupado y desalhajado, llegando a su fin como propiedad de las hermanas carmelitas descalzas. Y las franciscanas misioneras de Jesús que lo administraron, por su parte, se retiraron raudamente del lugar, poniendo fin a una larga época en el mismo. Luego de ser vendidos, acabarían demolidos sin contemplaciones ambos edificios, patios e inmuebles vecinos. Un gran proyecto inmobiliario se ejecuta allí en estos momentos, en la cuadra Pinto entre López y Barnechea. Incluso la numeración de la calle Pinto cambió: pasó del 1600 al 1300, al menos para este complejo que se ubicará precisamente en el mismo espacio que ocupaba el convento.
Así las cosas, del antiguo edificio del Monasterio de La Verónica, aquellas antiguas calles populares del Barrio La Chimba en plena transformación, guardarán sólo la fragilidad abstracta de las memorias y los olvidos.

"LA IBERIA": CATRES PARA EL SUEÑO DEL RECUERDO EN SAN DIEGO

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Vista del interior de la fábrica, a fines de la década del '20.
Coordenadas: 33°27'42.63"S 70°38'56.98"W
La altura de calle San Diego con sus dos cuadras al Sur del cruce con avenida Manuel Antonio Matta, carga con el peso de una larga aunque ya vaporosa historia dentro de la ciudad de Santiago, compartiendo episodios de las crónicas de la bohemia con las del comercio popular en nuestra urbe: el café "Volga", en donde se desató la tragedia del escritor Héctor Barreto, mártir de la Generación del '38, caído en una pelea callejera por cuestiones de la política; al frente, el Teatro Imperial y su época de revista y vodevil; y más allá, cerca de Matta, el célebre "Club Comercio Atlético", fundado en 1932.
Allí, en medio de la época y la geografía de aquellos sitios nocherniegos y aventureros, existía una compañía cuyo edificio con estilo de los años veinte aún se mantiene en pie entre las calles cortas de Santiago y Santiaguillo, registrando tan próspero pasado en la inscripción alta de su fachada de toques art decó y dos pisos: FÁBRICA DE CATRES "LA IBERIA". Ocupaba originalmente los números 1245 a 1249 de San Diego, cuyos bajos ahora pertenecen a pequeñas tiendas comerciales y a un restaurante.
Fundada en 1926, "La Iberia" fue uno de los varios talleres de fabricación de catres y marquesas de todo tipo que existieron en Chile durante esa época, y que exportaban conjuntos incluso al resto  de América y Europa. Sus dos empresarios fundadores fueron don Pablo Sáez y don Pablo Sáenz, la sociedad Sáez & Sáenz. Es de imaginar la cantidad de confusiones que pudo haber generado más de una vez esta similitud de nombres y apellidos entre ambos industriales, que eran dueños de otros negocios además de esta fábrica.
La inversión inicial de la sociedad para la creación del taller fue de 360 mil pesos, que habían aumentado a 400 mil sólo tres años después, manufacturando por entonces un volumen anual superior al millón de pesos, cantidades que la pusieron definitivamente entre las más importantes industrias de su rubro entre los años veinte y treinta. Sus operaciones financieras figuraban confiadas al Banco Nacional y el Banco Español Chile.
Todo parece indicar que el taller de "La Iberia" estaba distribuido en este lugar entre el segundo piso y un galpón en el patio interior, mientras que las salas de exhibición y ventas estaban en el primer piso. La principal clientela de los productos de la compañía era de la Zona Central y Sur de Chile, siendo afamada la calidad y la elegancia de los modelos de catres que producía en sus mejores años. También tenía una reputación especial la durabilidad de los productos de la fábrica, de acuerdo a lo que se observa en textos oficiales de Estado describiendo la empresa cuando ésta recién tenía sólo unos pocos años de existencia y de actividad en el mercado, pero que aún así fuera presentada orgullosamente por Chile en la Exposición Mundial de Sevilla de 1929.
No me fue posible saber hasta cuándo fue ocupado este edificio por "La Iberia" por la fábrica, sin embargo. No di con vecinos antiguos del barrio que pudieran recordar la presencia de la empresa en este barrio, lo que me lleva a especular que quizás abandonó su edificio de calle San Diego hace demasiados años ya para que aún quede algo en la memoria oral. Quizás a futuro pueda aportar algo más de luz sobre el final de la empresa en este sitio a las puertas del Barrio Matadero, aunque esta duda e incertidumbre le aportan un rasgo más de romanticismo y dulce misterio a su tenue recuerdo.
Probablemente, muchos ven este edificio blanco de "La Iberia" al pasar por San Diego hacia el centro, preguntándose por la compañía que dejó allí sus huellas... O, tristemente, a estas alturas quizás nadie lo haga ya, ni le importe. Por eso me he tomado la tarea de averiguar algo más sobre el secreto de esa fachada, donde la otrora rentable fábrica de la Sáez & Sáenz ahora duerme sobre sus propios catres, en el sueño sin vuelta del tiempo.

"LA UNIÓN CHICA": BAR POÉTICO Y REFUGIO SIN TIEMPO

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La famosa imagen del poeta Jorge Teillier en las puertas del restaurante "La Unión Chica", con la lista de ofertas y platillos (fuente: Flickr de Santiago Nostálgico).
Coordenadas: 33°26'36.05"S 70°39'3.80"W
Sé que se tiende a exagerar y abusar del uso de la metáfora de los lugares "donde el tiempo parece detenido", cuando se habla de patrimonio vivo y de aleros que aún cobijan a la vieja bohemia de inclinación intelectual que existía en el clásico Santiago de Chile. Sin embargo, en este caso específico de "La Unión Chica", se justifica plenamente volver a echar mano a tan insistido concepto, pues su validez  se hace plena y totalmente verificable.
Ubicado en calle Nueva York 11, en pleno sector del Santiago Centro financiero (Barrio La Bolsa), su nombre real ha sido "Bar Restaurant Unión", pero la vecindad del restaurante con el fastuoso y aristocrático Club de la Unión le ha valido el mote de "La Unión Chica", que lo ha acompañado por todos estos años alegrando la vida de toda una línea histórica de grandes escritores, poetas y personajes nacionales, a cuya memoria Jaime Miguel Gómez, o Jonás, dedicó los siguientes versos libres, titulados "Poetas en la Unión Chica" ("La voz del agua", 2005):
Es mediodía en el bar "La Unión"
y los parroquianos comienzan
a embriagarse
de la ciudad que bulle.
Todo sucede alrededor
de la velocidad
de portafolios
cuentas
deudas
compromisos.
Pero en esta mesa de madera
en que la vida dejó claras huellas
el tiempo se detiene.
Allí están
El Chico Molina
Iván y
Jorge Teillier
Rolando Cárdenas
Pablo de Rokha que saluda desde una mesa vecina,
Vicente Huidobro que pasa volando
Neruda se aproxima
y Vallejo
desde su sombra antigua hace una seña
a Wenche
pone otra botella de tinto
sobre la mesa.
Algunos de sus viejos comensales cuentan que el local ya va por el centenario existiendo allí, con sus elegantes mamparas, su decoración tipo bar británico y ese gran mesón de madera, bronce y lámparas. La verdad, sin embargo, es que fue fundado alrededor del año 1940, aunque hay quienes cuentan que su aspecto definitivo lo adoptó en los sesenta. Su época de oro y más romántica parece comenzar en 1979, cuando se consagra como una especie de círculo de clientes muy parecido al de los ya casi desaparecidos clubes democráticos de vividores y aventureros ligados a la intelectualidad o la deliberación, funcionando como una suerte de alternativa "popular" al refinado Club de la Unión o "Unión Grande". De ahí el refuerzo a su nombre: "La Unión Chica".
Imagen del exterior del "Bar Unión" en fotografía de Guillermo Palma, publicada por Manuel Peña Muñoz en su trabajo "Los Cafés Literarios en Chile" , de 2001.
Distintas imágenes de los cofrades literatos que allí se reunían en los años ochenta, y que vuelven a reunirse el año 2001 para el artículo de Elisa Montesinos titulado "Los sobrevivientes de La Unión Chica". Las imágenes pertenecen a Leonora Vicuña.
Fotografía donde aparecen Rolando Cárdenas, Germán Arestizabal, Aristóteles España e Iván Teillier en "La Unión Chica", tomada en marzo de 1982. Imagen publicada por Memoria Chilena.
Veteranos mozos atienden cordialmente al visitante. Varios productos del "Unión" son de reputación exclusiva: sus guatitas (callitos) a la madrileña, el puchero a la española, los huevos a la ostra, el cabrito al horno, la escalopa Unión, sus borgoñas de frutilla, durazno o chirimoya, sus pichunchos y su celebrado cola de mono, cuya receta me parece al paladar que incluye algo así como un licor con sabor a frutas secas, además de tener fama de ser uno de los más mareadores que existen en la buena oferta santiaguina. Antaño, era el lugar favorito para comer también caracoles, preparados a la española según se recuerda. Y hoy aunque cierra relativamente temprano, antes de la medianoche, abunda en su interior la representación de la bohemia diurna: discutidores de política, artistas reales o aspiracionales, jugadores de dominó y diría que más de algún visitante proveniente del propio Club de la Unión o de La Bolsa, sentados junto a lustrabotas o vendedores en perfecta armonía social.
De todos estos visitantes históricos, hubo un grupo de intelectuales que se sintieron especialmente contagiados por el perfume secreto e íntimo de "La Unión Chica" y la convirtieron así en su lugar de encuentro durante toda la década de los agitados años ochenta, casi todos ellos provenientes de provincia y, en general, todavía limitados de recursos en aquel entonces. La tradición comenzó hacia los días del toque de queda, cuando se hizo corriente verlos allí reunidos para conversar y matar el tiempo hasta las noches. Los encuentros se prolongaron hasta fines de los ochenta, aproximadamente, acabándose cuando también lo hizo la época de nuestra historia a cuyo contexto pertenecieron.
La única mujer en ese grupo, la escritora y fotógrafa Leonora Vicuña, hija de los poetas José Miguel Vicuña y Eliana Navarro, dejó un importante registro de aquellas reuniones antes de marcharse por largo tiempo a Francia. Allí están, por ejemplo, los poetas Iván y Jorge Teillier, quienes eran también aficionados concurrentes al desaparecido "Patio Esmeralda" de Barrio Mapocho y "Los Cisnes" de Macul. La predilección de Jorge por "La Unión Chica", sin embargo, era porque se encontraba tan cerca de las oficinas donde se hacía el Boletín de la Universidad de Chile donde él trabajaba, cruzando la Alameda.
En la misma cofradía estaban el pintor Germán Arestizábal, el vendedor viajero Roberto Araya y los escritores Álvaro Ruiz, Carlos Olivárez, Aristóteles España, Ramón Díaz Eterovic, Juan Guzmán y el controvertido Eduardo "Chico" Molina, fanfarrón y algo charlatán que se jactaba de tener por amigos desde importantes autoridades políticas hasta peligrosos hampones como el "Cabro" Eulalio.
Elisa Montesinos rescata y describe parte de este ambiente en aquellos años, de voz de algunos de sus propios protagonistas allí reunidos, en un interesante artículo del año 2001 titulado "Los sobrevivientes de La Unión Chica", publicado después por un sitio literario vinculado al "Proyecto Patrimonio":
"Todos hablan al mismo tiempo. Casi no es necesario hacer preguntas. La historia se va armando con los retazos que cada uno recorta de su memoria.
Las condecoraciones de botones negros que inventaba Jorge Teillier, a la usanza de una orden antimilitarista. O cuando descubren que todos eran de provincia, menos Roberto Araya, y éste se puso a llorar como un niño. 'Decidimos nombrarlo hijo ilustre de Negrete para que no se sintiera menoscabado', comenta Díaz Eterovic.
'Peleábamos mucho; era una escuela de ataque y defensa', dice Álvaro Ruiz. Roberto Araya cuenta cuando leyó un poema y Ruiz se lo pisoteó en el suelo. 'Es que eran muy malos', se defiende el aludido".
Los hermanos Teillier aparecen en las imágenes originales tomadas por Leonora, junto a su colega el elegante y señorial Rolando Cárdenas, trío de bebedores y vividores fallecidos durante la década siguiente. En esas fotografías se puede reconocer el mismo aspecto actual y decoración interior del local, como la campana de cocina con imágenes inspiradas en la cerámica tipo Quinchamalí o esas elegantes lámparas de estilo inglés. Jorge dejó, de hecho, una bitácora de estas reuniones, que fue descubierta en su casa de La Ligua tras su fallecimiento. Una de las fotografías más famosas que se tienen de él, lo muestra precisamente en las puertas del "Unión", con la lista de ofertas escritas a su espalda.
Díaz Eterovic, en tanto, jamás pudo renunciar al influjo del bar en esos días, volviendo a colocarlo en los escenarios de sus novelas policiales, como "Los siete hijos de Simenon" y "Nunca enamores a un forastero". Y cuando escribió la introducción para "Vagabundos de la nada: poetas y escritores en el bar Unión", publicado por la Editorial La Calabaza del Diablo en 2003, recordó desde lo profundo:
"1980. Nos rodea la oscuridad de la época y el miedo asedia al vino. Hablamos en susurros. La vieja mesa de madera crece con las horas. Al mediodía ha llegado Jorge con algunos libros bajo el brazo. Lo espera su hermano Iván. Lo esperamos Rolando Cárdenas, Germán Arestizábal, Álvaro Ruiz, Carlos Olivares, Roberto Araya Gallegos, Aristóteles España, Juan Guzmán Paredes, Mardoqueo Cáceres y algunos más que ‘matamos’ las horas conversando de poesía, de fútbol, de los chismes literarios de esos días, pobres y grises, como todo lo que nos rodea. Es el inicio de una tertulia más en la ‘Unión Chica’, bar ubicado en la calle Nueva York, en el centro de Santiago, con sus garzones de chaqueta blanca y mesas de madera, que eran el medio que rodeaba nuestras reuniones; de esas charlas interminables que iban quedando registradas en una bitácora que Jorge Teillier custodiaba con especial celo y que finalmente, después de su muerte, se encontró en su casa de La Ligua, entre sus libros de poesía y manuscritos".
Díaz Eterovic no es el único en novelar memorias del "Unión": el bar aparece mencionado también en trabajos literarios como los de Roberto Ampuero ("El último tango de Salvador Allende"), Eduardo Vassallo ("Zugzwang") y Juan Villegas ("Yo tenía un compañero"), por mencionar algunos.
En aquel tiempo, muchos llamaban todavía a "La Unión Chica" como el "Bar de don Wenche" aludiendo al apodo de su dueño, el ciudadano español Wenceslao Álvarez, cuya mano y la de su leal primo Senén compañero de esta aventura comercial, parece notarse en la cantidad de platillos hispánicos que ofrece el restaurante, como vimos. Don Wenceslao es hijo de un don Wenche anterior que había poseído ya otro bar en el Centro de Santiago antes de fundar este local en calle Nueva York, hacia 1940 como también dijimos. Leonora Vicuña contó una vez que cuando pudo volver al bar tras la dolorosa y triste muerte de Jorge Teillier en 1996, el actual don Wenche sólo atinó a decirle: "Don Jorge ya no está".
Manuel Peña Muñoz informa en su trabajo "Los cafés literarios en Chile" sobre otros personajes e hitos asociados al bar, agregando que aparecieron por él, alguna vez, también figuras de la talla de los escritores Francisco Coloane, Gonzalo Rojas, Jaime Gómez Rogers, Mario Ferrero, Marino Muñoz Lagos, Emilio Oviedo y Gonzalo Drago, entre otros.
"En el Bar de la Unión Chica se idearon proyectos literarios como la antología Nueva York 11, alusión a la dirección del bar, gestionada por Carlos Olivárez y que después publicó Hugo Galleguillos de la editorial Galinost. También se creó aquí la revista La Gota Pura, que editaba de manera más o menos artesanal la poesía de autores marginales y de la provincia".
(...) Acudían también al Bar de la Unión Chica el profesor de filosofía Juan Guzmán Paredes, el poeta Roberto Gallegos y el escritor y músico Enrique Valdés, oriundo de la Patagonia y autor de las excelentes novelas Ventana al sur y La Trapananda, alusión esta última a su territorio de infancia. Junto con recordar su niñez en la provincia, tema común del grupo, Enrique Valdés andaba siempre con sus partituras de música ya que interpretaba el violoncello en la Orquesta Sinfónica de Chile. Con posterioridad viajó a Estados Unidos y tras permanecer allá durante varios años, regresó a vivir a su Coyhaique natal".
Valdés iba a veces acompañado por los integrantes de la Orquesta Sinfónica, y según recordara Aristóteles España, lo hacía para beber vino pipeño. El músico también escribió sus recuerdos del "Unión" y de Teillier en un trabajo titulado "Solo de Orquesta". Quizás pudo encontrarse allí con poetas también asiduos visitantes del local, como Mauricio Barrientos, José Ortiz Suárez o Jaime Quezada.
Ronnie Muñoz Martineaux, en el artículo "El bar 'Unión'. Poesía, vino y nostalgia" publicado por la "Revista Literaria Rayentru" en 2005, continúa con esta nómina de parroquianos adictos al restaurante y el clima generado dentro del mismo:
"Otros habitúes infaltables son: doña Quenita y don Carlos Valdés, quien, siempre vestido de gris, fuma un eterno cigarro en el mostrador. La tarde y el vino pasan como las nubes y el mesón del Wenche parece una gran barca a la que se aferran marineros, soñadores, piratas y grumetes.
(...) Nunca falta un bohemio que evoca los versos consagrados al vino por el gran poeta persa Omar Khayan: “Nuestro tesoro, el vino/ nuestro templo, la taberna,/ nuestras mejores amigas, la sed y la embriaguez”. También al atardecer más de algún parroquiano canta un tango; los ojos se humedecen y las botellas iluminan el crepúsculo. Al final, don Wenche, avisa a los parroquianos y timoneles que el bar se cierra. Ante la voz del almirante se pide la última botella y vienen los abrazos y despedidas de esa gran cofradía de amigos y soñadores que deben regresar a los cotidiano, a morirse un poco entre las calles santiaguinas".
Algunas veces habrían aparecido por allá Enrique Lafourcade, el célebre autor de "Palomita Blanca", y la polémica poetiza Stella Díaz Varín, conocida como "La Roja" o "La Colorina", famosa tanto por su fatídica belleza como por su incorregible y violento carácter. Otros concurrentes ha sido la poetisa  Yolanda Lagos viuda de Juan Godoy, el poeta y abogado Mardoqueo Cáceres, y destacados periodistas como Mario Gómez López, Raúl Mellado y César Fredes, quien dedicó un artículo al bar en el diario "La Nación" del 16 de junio de 2007. También lo harían políticos, juristas, actores, académicos, etc.
"Qué será de Juan Guzmán Paredes, preguntamos -escribía España en 2006, en artículo del mismo sitio de "Proyecto Patrimonio"-; de Ronnie Muñoz Martineaux, de tantos amigos dispersos por el mundo y otros que ya habitan en el País de los Muertos. Recordamos a Stella Díaz Varín, quien falleció en junio de este año, a Eliana Navarro, a Yolanda Lagos quien suele aparecer todos los meses por calle Nueva York, domicilio del restaurant.
La Unión Chica es un bar lleno mitos y leyendas. Lo que no existe, se inventa. Por ahí divisamos entre la multitud de parroquianos a antiguos boxeadores, prestamistas, profesores jubilados, futbolistas en retiro, actores ancianos, ex cantantes de tango que hoy ven pasar sus días ajenos al aplauso, rodeado de recuerdos y botellas que los mozos de la Unión se esmeran en destapar para alegría de los contertulios".
Toda la fama y leyenda del "Unión" ha atraído hasta sus mesas a otras generaciones de intelectuales, escritores o artistas más jóvenes que han pretendido perpetuar aquella camaradería consolidada en los años ochenta. Pero la nostalgia quizás nunca llegue a reemplazar el creativo fenómeno sucedido entonces, en tiempos muy distintos, y con nombres distantes. Hoy, hay un rincón con fotografías del trágico poeta lárico, de Teillier, dentro del bar en el sector que más frecuentemente ocupaba y donde se cuenta que nunca almorzaba, sólo bebía y conversaba con cofrades o leía poemas. Sus amigos y admiradores descubrieron allí en el local una placa conmemorativa para él en agosto de 2011, en un acto encabezado por su sobrino y presidente del Partido Comunista don Jorge Teillier.
Seguirá allí "La Unión Chica", entonces, con sus experimentados meseros y sus impecables mesas clásicas, ofreciendo las delicadezas de siempre, como caldillos de congrio, carne mechada, tortilla española, cazuela, sánguches de pernil o de pulpa de cerdo y humitas, más las mismas botellas de vino que llenan las repisas tras el mesón y que han deleitado paladares de escritores e inspirado a tantos poetas de ayer.

LA ÚLTIMA SONRISA DEL TONY COLIGÜE

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Héctor Aguilera Campos, el tony Coligüe (1918-2013)
Coordenadas: 33°27'10.97"S 70°38'48.53"W (su residencia en Barrio 10 de Julio)
Hace pocos días, el viernes 5 de abril, falleció en Santiago a los 95 años de edad don Héctor Manuel Aguilera Campos, el mismo hombre que encarnó por décadas al célebre tony Coligüe en los principales circos chilenos. Casi sin cobertura periodística ni interés de la prensa, su deceso se produjo encontrándose totalmente retirado y afectado por la cruel enfermedad de Alzheimer y una diabetes que, hacía poco tiempo, le había significado la amputación de ambas piernas, combinación que lo mantuvo postrado gran parte de sus últimos días en una clínica de la comuna de La Florida, siendo alcanzado por la muerte en este estado.
Coligüe fue uno de los payasos chilenos más conocidos de las artes circenses nacionales, perteneciente a una generación privilegiada de talentos entre los artistas de estos escenarios, con otros exponentes como los tonys Caluga, Zanahoria, Piripipi, Chicharra, Zapatín, Cascarita o el gran clown Pollito Pérez, y precursores de esta forma de espectáculo como el internacional Montes de Oca o el tony Chalupa. Ya he comentado algo sobre esta interesante historia circense, tal como se la retrató en la exposición "Circo Chileno" en la Biblioteca Nacional, el año 2011, en cuya inauguración apareció quizás por última vez en forma pública el ya anciano y marchito señor Aguilera, para admiración de todos los presentes.
Nacido en 1918, don Hernán se inició muy tempranamente en estas artes que ocuparon cerca de 70 años de su existencia. Siendo alumno de una escuelita de su estimada Talca, quedó fascinado con las presentaciones de un circo de propiedad del empresario Manuel Cerpa, al punto de que escapó de su hogar para seguirle la huella a la compañía y trabajar en ella, en los años veinte. Este circo hacía sus presentaciones en zonas campestres, generalmente colocando una alfombra bajo una higuera a modo de escenario, para entretener trabajadores y familias que iban como público.
Sin embargo, su entrada al mundo del circo fue más bien como acróbata y trapecista, destacando de tal forma que fue contratado rápidamente por el "Circo Corales", primer circo "moderno" en el país y fundado por don Juan Corales González quien, por oficiar como animador, provocaría sin proponérselo el surgimiento de la expresión popular de"Señor Corales" que se usa para referirse a los presentadores circenses o de funciones de espectáculos. En este lugar comenzó a interpretar a un personaje llamado el tony Ajicito junto a los hermanos Corales, al que se dedicaría a tiempo completo luego de sufrir un accidente que lo alejó definitivamente del trapecio. Como era delgado y de gran altura, sin embargo, sus propios colegas lo apodaron "Coligüe", aludiendo a la planta nativa relacionada con los bambúes y que crece en el Sur de Chile. De ahí el nombre del personaje que le daría fama y prestigio internacional: el tony Coligüe.
Don Enrique Venturino Soto, célebre dueño del "Circo de las Águilas Humanas" y del Teatro Caupolicán, donde el tony Coligüe llegó a ser el artista principal. Imagen de los archivos de la Biblioteca Nacional.
"Cañón atómico" originalmente usado la rutina "La Bala Humana" del tony Coligüe. Pieza en exposición para la muestra del Circo Chileno de 2011 en la Biblioteca Nacional, gracias al propio artista, don Héctor Aguilera.
En la mejor época de esta dilatada carrera, compartió escenario con grandes exponentes del gremio como Caluga, Chicharra, el primer Tachuela y Pollito Pérez. En estas aventuras recorrió Chile varias veces y la mayor parte de Sudamérica, con distintas compañías circenses. Fue una de las estrellas más relucientes del grandioso "Circo de las Águilas Humanas" hacia inicios de los años cuarenta, al alero del inolvidable empresario de espectáculos don Enrique "Cóndor" Venturino, el mismo creador del Cachacascán, cuna de la lucha libre profesional en Chile. Coligüe también había destacado ya en la cartelera del prestigioso "Circo Buffalo Bill" y luego el "Circo Frankfort". Su característica e identidad era la de un tony pícaro, bonachón, algo travieso y con tendencia a meterse en líos, vestido con chaquetones negros o dorados, y grandes chalupas rojas. También era dueño de un impecable castellano y voz pausada, algo nasal, lo que quizás le permitió internacionalizarse con mayor facilidad y coquetear también con la poesía y la recitación en varias oportunidades de su carrera.
En medio de sus años de agitada carrera como saltimbanqui, Aguilera contrajo matrimonio y formó familia con la mujer que sería su amor de la vida prácticamente desde el momento mismo en que la conoció: doña Laurentina Quevedo Ibáñez, su querida Lala, con la que tuvo tres hijos y medio siglo de interrumpida compañía. Una de sus hijas era ahijada de Lillo, el tony Caluga. Aguilera vivía con su familia en la casa N° 3 del pintoresco cité de calle San Francisco 659, casi llegando a avenida 10 de Julio Huamachuco, barrio popular y romántico, con pasado de noches pecaminosas y también épocas de candilejas. Era un hombre amante de su tierra y de su folklore, además: gustaba de escuchar sus colecciones con cintas de cuecas chilenas y se cuenta que amaba las expresiones populares de cultura nacional.
Cómo se informara en un sentido homenaje a su memoria hecho por la Radio Carrera de Éxitos, la experiencia internacional y la fama el tony Coligüe lo llevaron a ser reclutado en el "Circo de los Hermanos Tejedor" de Argentina, y las compañías "Tropicana", "Prince" y "Royal Dumbar Circus" de Colombia. También fue invitado a importantes compañías de Perú, donde se le consideró toda una estrella del medio circense en aquellos años.
Conforme seguía madurando y creciendo profesionalmente, Aguilera comenzó a ser reconocido como maestro de muchos nuevos talentos que lo eligieron como su profesor y hasta tutor, en algunos casos. Se le recuerda como un hombre sumamente generoso, vocacional y respetuoso de su oficio, siempre dispuesto a asistir con ayuda y enseñanza a otros. Profesional al extremo de pintarse dos horas antes de salir al escenario. Sus rutinas, además, fueron de las primeras en instalar famosos sketches de payasos como la parodia de "La bala humana" (conocida también como "El cañón atómico"), "La batería electrónica", "El cogoteo" (de donde surgió, aparentemente, la graciosa navaja gigante de utilería), "La papa", "La leche" y la hilarante "La guagua", que ejecutaba con un compañero ad hoc y alumno enano llamado Coligüito, con una mamadera gigante.
Fueron años de grandes presentaciones, pasando por escenarios importantes como el Teatro Caupolicán, el tradicional cuadrante de circos de Alameda con General Velásquez y las carpas de algunas de las más famosas familias de este espectáculo de Chile, donde comenzó a compartir profesión con esa siguiente generación de tonys como Chocolate, Piolín, Caluga Jr. (de quien fuera su "padrino" espiritual) y los Tachuelas hijos.
Mamadera gigante usada por el tony Coligue en su rutina llamada "La Guagua". Presente en la exposición "Circo Chileno" de 2011 en el Salón Bicentenario de la Biblioteca Nacional de Santiago, gracias a la gentileza de Héctor Aguilera.
Chalupas del tony Coligüe e imagen fotográfica (a la izquierda del grupo) donde aparece con otros de sus colegas payasos. Presente en la exposición "Circo Chileno" de 2011 en el Salón Bicentenario de la Biblioteca Nacional de Santiago, gracias a la gentileza de Patricio Scacchi.
Sus últimas grandes presentaciones en el ambiente parecen remontarse a los años ochenta, algunas de ellas de regreso en el "Circo las Águilas Humanas" en el Teatro Caupolicán, aunque con una nueva administración de la histórica compañía. Lamentablemente, los impedimentos físicos y de salud fueron apartándolo del escenario.
Hallándose ya retirado, en 1994 el tony Coligüe fue representado para la obra de teatro "Las siete vidas del tony Caluga", donde aparecía también una caracterización de Abraham Lilloel tony Caluga como personaje principal, además de las de Alberto Díaz Hidalgo el tonyChalupa y Pollito Pérez como otros personajes.  Sin embargo, sólo tres años después  de recibir este homenaje en a dramaturgia, Lillo falleció a los 81 años, dejando atrás una de las más grandes epopeyas de vida en aquella época circense, de la que Aguilera pasó a ser quizás su solitario gran representante vivo el último de su talentosa especie. El tony Coligüe era, además, el penúltimo sobreviviete de los 20 inolvidables payasos que participaron del primer elenco del "Gran Circo del tony Caluga", según recordaba el tony Caluga Jr.
Aunque su salud estaba comprometida desde mediados de los noventa, en 1999 la peor tragedia golpearía la puerta de su casita en el viejo barrio santiaguino: su amada Laurentina falleció de un infarto, destrozando el alma del payaso que, esta vez, lloró. Tras sepultarla en el Mausoleo de la Sociedad Circense de Chile, el anciano Aguilera nunca pudo recuperarse de este dolor: su ánimo y su estado general comenzaron a deslizarse por tabla rasa hacia el abismo, y empenzó a verse afectado por una secuencia de duras enfermedades y padecimientos que condenarían su destino, como lo comentara un artículo de "Las Últimas Noticias" del miércoles 10 de abril pasado. Su hija Carmen, de 55 años, decía allí:
"Desde que mi mamá murió, mi papá se fue para abajo, sin ella como que se sentía en la nada (...) En sus ratos de lucidez se acordaba, la llamaba, a pesar del Alzheimer nunca la olvidó".
A pesar de todo, el año 2011 se hizo presente en la inauguración de la comentada exposición "Circo Chileno" de la Biblioteca Nacional, en donde se exponían parte de los instrumentos y artefactos usados en sus rutinas y donados a la colección. Era clara la fragilidad en que se encontraba ya el nonagenario artista en aquel momento, en la que sería su última aparición pública. Al año siguiente, le serían amputadas sus extremidades inferiores, dejándolo postrado en la cama mientras su estado seguía deteriorándose gravemente.
Héctor Aguilera y su amada Laurentina, en imagen de propiedad de la familia.
Don Héctor dando una entrevista ya en su retiro para el último homenaje que recibiera su amigo de toda una vida y compadre, don Abraham Lillo, el tony Caluga, en mayo de 1997. Imagen publicada en Circo.cl
Afectado por sus complicaciones de salud ante la angustia de sus hijos y nietos que le daban cuidado, Héctor Aguilera falleció el señalado día viernes coincidente con el aniversario de la Batalla de Maipú en los calendarios. Toda la comunidad circense chilena lloró de inmediato su partida y, aunque la razón técnica de su muerte fue un paro cardiorrespiratorio, muchos atribuyen al dolor de haber perdido a Lala, la mujer de su vida, el cargo de llevarlo finalmente a la tumba.
En el velorio en su casa del Barrio 10 de Julio y a escasa distancia del Teatro Caupolicán -que tanta importancia tuvo en su carrera-, el ataúd fue decorado con su viejo saco de tela dorada, sobre el cual se colocó un retrato de don Héctor y otro con el maquillaje de su alter ego el tony Coligüe. En el cortejo destacaban muchos de sus actuales herederos de oficio como los tonysCopucha, Cuchara o Caluga Jr. Fue sepultado en el Cementerio General el domingo siguiente a su muerte, en el mismo Mausoleo de la Sociedad Circense de Chile en calle O'Higgins entre Los Espinos y Los Pimientos. Todo se hizo sin presencia de cámaras ni medios de prensa, distraídos en las banalidades de la televisión profana y el periodismo de espectáculos vacío de nuestros días.
Allí, durmiendo la paz de los fallecidos junto sus ex colegas y amigos de profesión, en el mismo complejo donde reposa su amada Laurentina, quizás el inolvidable tony Coligüe reserve su última gran sonrisa para el simbólico reencuentro de amor en la eternidad de la muerte y entre los finos hilos de oro del recuerdo y la gratitud.

VENTANAS AL PASADO: UNA EXPOSICIÓN FOTOGRÁFICA SOBRE LOS AÑOS ROMÁNTICOS DE SANTIAGO

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Imagen en exposición: Hotel Colón en calle Santa Rosa, hacia 1870.
Coordenadas: 33°26'18.44"S 70°39'1.38"W
Estoy acostumbrado a oír acá en la capital, cada vez que estoy de vuelta y de los mismos santiaguinos, que en esta ciudad no tenemos instancias culturales a la vista o que la difusión patrimonial prácticamente tiene que llegar a golpear las puertas de nuestras casas para que sea efectiva, visible o auténtica. De hecho, algunos aburridores profesionales adictos a hacer discursos transponiendo sus propios complejos de inferioridad o frustraciones identitarias hacia toda la sociedad que debe soportarlos, han hecho un verdadero deporte de esta cantaleta cursi.
La verdad me parece un poco distinta,  sin embargo... O bastante distinta, debería decir, sin llegar a caer en falsos optimismos ni exageración positiva.
Santiago está plagado de pequeños y grandes esfuerzos de difusión de cultura y saber. Que el ritmo delirante de la propia ciudad nos tenga programados para no poder verlos y pasarlos de largo, es otro problema, pero las pruebas está allí (o al menos lo están para el que padezca baja inhibición latente): placas explicativas en las calles, cada vez más paneles de información histórica en iglesias o edificios institucionales, recorridos y visitas guiadas, pequeñas exposiciones en las vitrinas del Metro, etc. Una reseña histórica se ha impreso, por ejemplo, en los bimbos de cierre que rodean actualmente al Monumento al General Bulnes que se halla en reparaciones y mantención en la Alameda, frente a La Moneda, con detalles sobre la propia obra y su homenajeado. Esto habría toda una extravagancia hace 10 ó 15 años; ahora, en cambio, se vuelve algo necesario.
Un caso interesante de estos esfuerzos está perfectamente vigente y observable aún en la cara Norte del Portal Fernández Concha, por el lado de la Plaza de Armas y entre las vitrinas expositivas que dan hacia la vereda de calle Merced, entre arcos y entradas del icónico edificio: una exposición de fotografía histórica, con reproducción a gran tamaño de las imágenes del clásico Santiago y referencias sobre las mismas.
La muestra fue anunciada hacia mayo del año pasado y participan en ella la Fundación ProCultura y la Ilustre Municipalidad de Santiago, con apoyo privado de las compañías Metrogas y BiceVida. Muchas imágenes fueron proporcionadas por Cenfoto, departamento de fotografía histórica de la Universidad Diego Portales, y se las ha estado renovando cada 45 días para que así se roten unas seis exposiciones al año en las siete vitrinas disponibles 24 horas al día. Según la idea original del entonces Alcalde de Santiago, Pablo Zalaquett, el objetivo de la muestra permanente era "recuperar" el Portal Fernández Concha como un espacio cultural y patrimonial.
Varias de las fotografías expuestas pertenecen a Emilio Garreaud, conocido fotógrafo francés residente en Chile, que fuera uno de los precursores de este oficio en el país. Otras son de fotógrafos anónimos y facilitadas por ciertos coleccionistas, como César Gotta de Argentina. El primer grupo de imágenes colocadas allí en 2012, incluía fotografías del Portal Fernández Concha y el entonces célebre Hotel Inglés ubicado en sus altos, además de otras de la Plaza de Armas hacia 1860, cuando ésta tenía un jardín central circular y enrejado, del que ya hablé en otra entrada relacionada con viejos jarrones de mármol que han paseado por distintos lados de la ciudad a partir de este sitio.
Imagen en exposición: Plaza e Iglesia de la Recoleta, hacia 1910.
Imagen en exposición: Calle Santo Domingo hacia 1880, con el carro aguatero.
Imagen en exposición: Calle Morandé también hacia 1880 y con dos niños posando.
En mi última visita, recién llegado de vuelta a Santiago, enctre las imágenes exhibidas observo varias que ya me son familiares y a las que también he echado mano alguna vez en mis blogs y textos digitales, como aquella de la antigua Plaza de la Recoleta con la Iglesia de San Francisco al fondo (fechada hacia 1910), la calle Santo Domingo con un carro aguatero pasando por ella (hacia 1880), la calle Morandé con dos niños posando ante la cámara (hacia 1880), una de la casona con pilar esquinero del Hotel Colón y sus hospedados en calle Santa Rosa (hacia 1870), la antigua Iglesia de la Vera Cruz y calle Lastarria (1895), la Alameda de las Delicias vista hacia el oriente y con el Cerro Santa Lucía aún sin ornamentar de fondo (hacia 1870) y un tranvía de caballos o "carro de sangre" pasando por la Alameda justo en el sector donde estaba el antiguo Monumento a los Escritores de la Independencia (fechada aquí en 1868, aunque según los antecedentes con los que cuento habría sido inaugurado en 1873).
La ejecución de estas exposiciones fotográficas rotativas está en el marco de un proyecto mayor de rescate patrimonial en la Comuna de Santiago, que incluyó los trabajos realizados para la restauración del Museo Casa Colorada y la Catedral de Santiago y la remodelación de los edificios del Museo de Arte Precolombino y de la Municipalidad de Santiago.
Según tengo entendido, el plan original habría considerado mantener estas verdaderas ventanas hacia el romántico pasado de la ciudad de Santiago de Chile por 24 meses, aunque sería interesante que la actual administración edilicia considerara todo lo necesario para perpetuar esta muestra que enaltece a nuestra ciudad y despeja, en parte, el mito majadero y acomplejado de quienes siguen vociferando que esta urbe, el "Santiasco" en el mismo cliché, no ofrece grandes manifestaciones de interés a la vista por su propia cultura, por muy atrasados que aún sigamos en nuestra autovaloración patrimonial y otros temas relacionados... Algo es algo. 

MÚSICOS Y CALLEJEROS: ALGO SOBRE LOS ARTISTAS DE LA CANTINA, LA PLAZA Y LA VEREDA

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Ilustración de un guitarrero popular publicada en "La Lira Chilena" en 1904.
En la segunda cuadra de avenida San Diego, exactamente en la entrada de la tienda de artículos musicales "Casa Amarilla", por cerca de 30 años se colocó un señor de pelo cano y ojos secos, totalmente ciegos y cerrados, tocando tristes melodías populares y canciones sureñas con una vieja guitarra maltratada. Casi nadie sabía su nombre, pues aunque resultaba alguien afable hacia los años ochenta, era de difícil comunicación: el Cieguito de la Casa Amarilla, le decían quienes lo conocieron. Su aporreado instrumento estaba lleno de parches, y le adosó una armónica fija que sólo ocasionalmente tocaba y que fue abandonando hacia sus últimos años.
Por triste conjura, la cabeza del personaje ya no andaba bien: allí, siempre tirado en el mismo lugar, vestido con su terno roñoso, cantando y envejeciendo por monedas sobre unas baldosas frías en verano o invierno, la escasa luz de la razón se le empezó a apagar, al mismo ritmo que lo hacían también su voz y el sonido de sus viejas cuerdas opacas. Su pobre guitarra parecía una momia envuelta en kilos de cinta adhesiva, informe, cerrando toda una vida de daños o trizaduras hasta quedarse casi totalmente muda como quien la tocaba. Y un día de esos, en esta penosa decadencia, el famoso Cieguito de la Casa Amarilla ya sin capacidades de ofrecer su canto ni relacionarse otra vez con el mundo, totalmente inconexo con la realidad, desapareció de allí, no recuerdo con exactitud ya cuándo.
Recientemente, la comunidad bohemia y nictófila de calle San Diego ha perdido a otro de estos históricos iconos: el cantante popular y folklórico Egidio "Huaso" Altamirano Lobos, veterano acordeonista y cantor de larga trayectoria del bares de calle San Diego, especialmente en el restaurante "Las Tejas", donde era habitual verlo por quienes frecuentábamos el boliche, y alguna vez también en "Los Canallas" antes de que emigrara a calle Tarapacá. Allí en el famoso local de "Las Tejas" donde paseó por más de 25 años, don Egidio se ganaba la vida reuniendo monedas y tocando canciones a pedido del público, al estilo wurlitzer humano. Recuerdo alguna ocasión en que sólo le mencionábamos algún estilo, como cueca brava, chora, campesina, porteña, tonada, valsecito, bolero o simplemente canto popular, y siempre encontraba alguna pieza en su repertorio mental para cantarla con su fiel acordeón piano, al lado de nuestra mesa. A veces se jactaba de tocar también música rock, jazz, mambo, ranchera, foxtrot y otras aprendidas de la época de los clubes bailables de Santiago con grandes orquestas como las de "El Pollo Dorado", local donde también alcanzó a trabajar. Empero, creo que aquella pieza que más veces le oí tocar fue la famosa "Adiós Santiago querido", del Guatón Zamora.
Ilustración de apunte que hice una vez del llamado "Cieguito de la Casa Amarilla", en San Diego.
Don Egidio Altamirano en "Las Tejas", imagen publicada por "The Clinic" en noviembre de 2012.
Elvis Jr., el aspirante a "músico" (o algo así).... Imagen de vitrinearte.wordpress.com
Ilustre nativo porteño pero residente de la Población La Pincoya de la capital, el septuagenario Huaso Altamirano fue, sin duda, uno de los cantantes populares más conocidos de las noches santiaguinas en este lado de la ciudad, que compartió con maestros como González Marabolí en alguna época y con Daniel Muñoz en otra, correspondiente ya la nuestra. Fue un balde de agua fría para muchos enterarse de su partida, por lo mismo, a pesar que se sabía algo sobre sus últimos padecimientos. Sus funerales se realizaron el pasado martes 23 de abril en el Cementerio Parque del Recuerdo.  Dudo que alguien pueda reemplazar ese acordeón y esa misma voz, por gastada que estuviese ya, en los salones de "Las Tejas".
Aclaro desde ya que no pretendo resolver en este artículo desde cuándo contamos en nuestra historia con el privilegio de los cantantes e instrumentistas populares de la cantina, la plaza o la vereda, aunque se sabe de sobra que se remontan a las fondas y chinganas coloniales cuanto menos. Bastaría quizás con hojear un ejemplar de "La Lira Popular" para hacerse una idea de lo secular de su presencia en Chile. Tampoco es mi interés hacer un retrato gremial de su trabajo y de su aporte a nuestra identidad nacional, sabrosura que también me reservaré para alguna futura entrada de texto. Sí me inspira la idea de recordar algunos de los más importantes que hayan alcanzado a conocer las últimas generaciones de santiaguinos, muchos de ellos sirviendo como verdadero referente humano a la ubicación espacial dentro de la ciudad, dependiendo del lugar que ocupen: "la esquina donde canta el cieguito", "el kiosco donde toca el acordeonista", "la cuadra del flautista", etc.
Hay gente que se molesta cuando asevero que en los difíciles años de la década del ochenta, la actividad popular con cantantes e instrumentistas callejeros era mucho más colorida y abundante que en nuestros días. Quizás preferirían que dijera que todo, absolutamente todo es mejor ahora que en el  tiempo de la dictadura, incluso si hay que mentir para bosquejar esa fábula conceptual. Pero la verdad es que, como sucedió ahora con don Egidio, parece haber una pérdida progresiva de viejos personajes, a veces sin relevo generacional. Aunque muchos prefieren engañarse y creer que la libertad y la democracia también son una garantía de expansión cultural interior en los pueblos, la verdad es que este ambiente y esta auténtica cultura del músico en la calle y los boliches parece haberse ido contrayendo y haciéndose menos visible, en muchos casos. Es como si la tiranía del tráfico vehicular y el utilitarismo estresante en la calzada hubiese llegado ya a tomarse las aceras y las veras peatonales, espantando paulatinamente a todo a y todos. Algunos restaurantes, por ejemplo, tienen la política radical de no aceptar el ingreso de artistas populares, pero en su lugar mantienen encendidos potentes parlantes con música en corte de moda y a todo tarro (o algo que pretende ser música, en muchos casos), agarrando a latigazos los tímpanos de aquellos que pretendían conversar en una mesa.
Hace poco, en agosto del año pasado, muchos de estos artistas trataron de hacer un llamado a las autoridades para que se les permitiera recuperar las calles de Santiago como su escenario, reuniéndose a tocar juntos en la Plaza de Armas con un conocido músico y folklorista patagón a la cabeza: don Patricio Chocair Lemus, el autodenominado Aysenino re-contra porfiado a quien tuve el gusto de conocer hace algunos años. La cruzada de estos hombres ha sido tratar de lograr una ley de la República que los autorice para ejercer su oficio en las calles de todo Chile, tarea para la cual Chocair incluso realizó una formidable caminata hasta el Congreso Nacional en Valparaíso.
Tristes melodías de un flautista no vidente en la salida del Metro Moneda, hacia el año 2008.
El conocido músico ciego de Huérfanos cerca de Morandé. Imagen del año 2009.
Un guitarrista eléctrico pinta de notas la salida del Metro Patronato, el verano 2011.
Desde el estupendo muchacho imitador de Elvis Presley que aparecía en los recorridos de micro de calle Pocuro e Irarrázaval, hasta la virtuosa banda de Charleston, jazz y foxtrot que se colocaba hacia el lado de Puente y 21 de Mayo en otras épocas, todos estos personajes daban un calor especial al paso de la vida por las calles de Santiago. Muchos conocimos por primera vez un arpa viéndola tocar al peladito que se subía a las micros en la Alameda hacia Plaza Baquedano; y el primer didgeridoo australiano en acción lo ví en manos de un muchacho que lo tocaba en el pasaje frente al Museo de Arte Precolombino. Lo mismo dirán muchos niños al ver y oír un saxofonista que toca bajo el galpón de la Estación Central.
El talento desbordado de algunos de estos incomprendidos es notable: uno de ellos toca canciones del folklore altiplánico en guitarra y una zampoña adosada a la misma, el la Estación Metro Grecia; otro muy conocido le colocó una armónica a su guitarra eléctrica y llenó de fluidos blues el sector del odeón de la Plaza de Armas. En tanto, un trío suena como verdadera orquesta de música tradicional nortina en el sector del Persa Biobío, en Barrio Matadero; otro trío prefiere el rock n' roll de los días de la era hippie en el Metro Los Leones, con guitarras y media batería, mientras que el cuarteto musical de Plaza Baquedano a la entrada de Merced se entregó al jazz. Así pues, queda claro que no exagero al creer que muchos talentos sin parangón pueden encontrarse en ese ambiente urbano: sabido es que el músico e instrumentista Carlos Cabezas, por ejemplo, fue reclutado para el grupo "Los Jaivas" luego que la propia baterista de la banda, Juanita Parra, lo viera y escuchara en un microbus donde estaba tocando.
Algunos de estos artistas sin escenario estable cantan o tocan por monedas; quizás la mayoría "pasa el gorro" al final. Otros, lo hacen sólo para vender sus CDs al público, aceptando o no incentivos económicos en la misma tarea. El caso más curioso que conocí, hacia el año 2006, era el de un cantante guitarrero sureño llamado El Gavilán, que abordó con su sombrero vaquero y su instrumento la Línea 5 de Metro sólo para cantar a los pasajeros sus canciones de estilo balada ranchera, incluyendo una de bella letra dedicada a los muchachos víctimas de la entonces reciente tragedia de Antuco, con mucho orgullo y sin aceptar monedas del público que lo escuchaba entre los carros, pues su única motivación era darse a conocer.
Sin embargo, incluso en la ausencia de talento la presencia de un músico a medias o aspirante a tal, cada cierta cantidad de cuadras, dignifica un espacio urbano: hasta aquél que con escaso talento y dominio de la flauta apenas logra silbar una que otra nota falsa en una plaza o entrada a galería comercial, con su tarro monedero al costado, tiene algún encanto pintoresco que nos revela (o nos hace creer, no lo sé en realidad) una contemplación y devoción especial por la música en el pueblo. No existe sociedad cultivada o que aspire a ser tal, que no tenga resuelta una coexistencia íntima con las artes musicales.
Don Carlos Canivilo, el acordeonista de la Galería España, en imagen de 2008.
Un diestro teclista no vidente ameniza el restaurante "El Campesino" de calle Conferencia, en 2009.
"Lo hermoso de este mundo no lo puedo ver", dice este flautista ciego cerca de Los Leones, año 2010.
En esta misma reflexión general, entonces, diría que algunos de los más reconocibles artistas populares vinculados a la música y que recuerdo en este minuto desde la memoria de las calles en el sector Santiago Centro, en distintas épocas, podrían ser los siguientes:
  • Lázaro Salgado, un conocido folklorista popular y avezado payador que solía cantar en el sector del Mercado de La Vega, entre los puestos. Era muy querido y alcanzó a tocar algún tiempo allí en territorio veguino con Roberto Parra, antes de fallecer en los años ochenta. Todavía hay muchos quienes recuerdan sus musicales pasadas por este mercado.
  • El antes llamado Cieguito del Clarinete en el sector de Ahumada y Huérfanos, con su característico abrigo de invierno y sus gafas negras, además de un gorrito de lana. Posteriormente, comenzó a tocar guitarra y un cornetín o armónica fijos, pues dicen que su instrumento de viento anterior le fue robado. En los ochenta y noventa era tan popular que incluso era mencionado en la rutina de un conocido humorista, que hablaba de "un marido que era tan avaro, que sacaba a su señora a bailar donde el cieguito del clarinete allá en el Centro". Todavía aparece en Huérfanos cerca de Morandé, hacia la caída del Sol.
  • Don Enrique Leyton, el guitarrista de la entrada al Pasaje Matte por el sector de Ahumada llegando a la Plaza de Armas. Dueño de una maravillosa voz para tonadas, boleros, canciones populares pero especialmente el tango criollo, este caballero gordito e invidente llegaba temprano a sentarse en su silla y tocar por casi toda la luz del día. Varias veces fue entrevistado por canales de televisión, y leo en una nota de "El Mercurio" de 2003 firmada por Mentessana, que había sido un integrante de la desaparecida "Orquesta de Ciegos" que tocaba en un local llamado "El Rey de las Papas Fritas" de calle Morandé, muy popular en los años sesenta. No pocos pasan por la entrada del pasaje comercial hacia las galerías, sin recordar allí con pena y nostalgia lo que fuera su presencia allí por más de 30 años.
  • La autodenominada Minina, o también llamada a sus espaldas "La Warren", que cantaba y vendía discos en el sector de La Vega Chica. En sus tiempos mozos había ostentado una belleza espectacular (o eso dicen sus admiradores), además de su talento para el rock & roll, rumba y mambo. Lamentablemente, penosos problemas de salud la obligaron a un anticipado retiro del circuito callejero de artistas.
  • El Tanguero, acordeonista del sector de calle Ahumada pasado Estado, aproximadamente. Conocía tantas piezas de tango y las cantaba con tal pasión que incluso sorprendía a turistas extranjeros que pasaban por allí, y en más de alguna ocasión alguna pareja de visitantes platenses no resistió las ganas de bailar mientras él tocaba, hacia fines de los ochenta. No sé exactamente qué sucedió con él, pues fue desapareciendo hasta no volver a vérsele más en esa esquina.
  • El Ciego del Rock & Roll, como se llama a un gordito no vidente y siempre vestido de negro que hoy canta con singular energía y potente voz cerca de donde estaba el artista anteriormente nombrado, apoyado por dos "asistentes" que suelen tocar un pandero y un claxon, mientras este cantante improvisa movimientos casi coreográficos, palmadas y percusiones sobre lo voluminoso de su propio cuerpo. Su repertorio de rock n' roll, twist y rhythm and blues pasa por artistas como Elvis Presley, Paul Anka, Little Richard y especialmente Chubby Checker.
  • Don René "Huesillo", notable personaje del sector Mapocho que tocó por cerca de tres décadas en los bares y cantinas del sector, a veces acompañado de otro guitarrista. Era muy conocido en el bar "La Piojera" y el desaparecido "Chicha y Chancho", entre otros del callejón Aillavilú. A pesar de haber aparecido en un reportaje de la televisión poco antes, lamentablemente el músico popular amaba tanto las tonadas, boleros y valsecitos como las cañas de trago, que al parecer lo llevaron a la tumba hacia el año 2003.
  • El autodenominado Doble de Luis Miguel, que de Luis Miguel no tiene nada en realidad. Es un sujeto vestido de terno y que canta en un micrófono apagado, mientras realiza histriónicas coreografías simulando actual en un escenario.  De rasgos toscos y labios muy gruesos, se trata de un enfermo de epilepsia y con al parecer cierto retraso mental, que antes, cuando era más joven, se colocaba en la Alameda cerca del metro Universidad de Chile, donde más de alguna vez tuvo conflicto con los estudiantes del Instituto Nacional, a principios de los noventa. Emigró a un lugar más cerca de la Plaza de Armas, donde suele vérselo ahora presentándose aún como el Luis Miguel chileno. Quizás no esté ni cerca de ser un músico en verdad, pero al menos se cree su cuento del canto.
  • Héctor Benavente, alias Elvis Jr., autodenominado así en homenaje a su ídolo Elvis Presley, a pesar de que su instrumento es una improvisada y destartalada batería de bidones y cajones. Su costumbre movediza por el Centro de Santiago y sus constantes problemas con la autoridad lo hacen difícil de ubicar en estos días, pero ya he comentado algo sobre él en mis recuerdos personales sobre el Paseo Ahumada. Aunque en realidad su oficio tiende al humor y la improvisación, él también se toma bastante en serio lo que hace, sin abandonar la cuota de comedia.
  • El Gordito de la Flauta, muchachón gordo y rechoncho que toca este instrumento en el sector de calle Huérfanos entre Ahumada y Estado, sentado en el suelo y con su tarrito de limosnas cerca de un famoso expendio de comida rápida. Padece claramente síndrome de Down, pero eso no ha afectado su capacidad de aprenderse un repertorio de canciones que toca largas horas del día con su flauta dulce.
  • Don Carlos Canivilo, conocido y veterano acordeonista y cantante de canciones populares, boleros y tangos en el sector interior de la Galería España y el ex edificio del Hotel Victoria. Como ha sucedido a otros músicos, este señor debió soportar el robo de su instrumento hace unos años por parte de algunos rufianes, pero le fue repuesto generosamente por el dueño de una conocida joyería del sector, que le regaló otro en forma anónima. Don Carlos integró por cierto tiempo un dúo con otro histórico músico ciego de Santiago Centro: don Egidio Morales, eximio tecladista con el que tocaba cerca de la Plaza de Armas.
Otro acordeonista ciego en Pasaje Presidente Pinto con Agustinas, año 2009.
Alegre trompetista acalorando la noche en Estación Baquedano, hacia el 2011.
Abuelito aferrado a un guitarrín tipo ukelele en Ahumada cerca de Compañía, este año 2013.
Obviamente, he dejado a muchísimos otros del cuadrante central capitalino afuera de este recuento, aunque deliberadamente a aquellos que sólo hacen humor a través del canto o los instrumentos, como los clásicos "Les Roteques" o los más conocidos "Atletas de la Risa", ambos surgidos en el Paseo Ahumada. También quise omitir, por ahora, a organilleros y chinchineros, ya que ellos pertenecen a expresiones folklóricas que preferiría abordar en forma específica, con un artículo especial. Como no es mi intención reunir a todos los exponentes de esta música urbana, sugiero intentar consultar el registro de artistas del proyecto "Santiago Sonoro", dedicado especialmente a este objetivo, aunque no he tenido muchas noticias de este esfuerzo después de anunciado su lanzamiento, pero sé que tienen un sitio operativo en Facebook.
Es verdad que resultaría utópico el sólo pensar en darles autorización a todos para tocar donde quieran, cuando quieran y como quieran. Recuerdo lo difícil que era, por ejemplo, dictar clases en un instituto del Edificio España allí en Agustinas con Estado, hacia el año 2006, con toda una banda de guerra folklórica dos pisos más abajo, armada de potentes amplificadores. Sin embargo, tampoco creo sensatas las verdaderas persecuciones que se han hecho contra estos personajes, con fuertes multas, detenciones y retención de instrumentos, en circunstancias de que esas mismas calles céntricas a veces lucen saturadas de hampones y delincuentes que escasamente llegan a conocer rigores parecidos.
A pesar de mi visión un tanto pesimista sobre el futuro de la música urbana y peatonal, cerca de nuestra época hemos tenido casos interesantes en la nueva generación de estos exponentes, en algunos casos bastante doctos, como la pequeña orquesta sinfónica que suena en el Metro Los Leones bajo el centro comercial, o los violines que aparecen en la estación Plaza de Armas o las voces de ópera que alguna vez oí en el Pasaje Phillips. Recuerdo también que, a fines de los ochenta, una chiquilla adolescente tocaba concentradísima un gran órgano eléctrico con pedales, creo que un Roland, a la salida de un local de instrumentos musicales en Providencia cerca de Pedro de Valdivia. Hoy, un notable y enérgico cuarteto de foxtrot y mambo suele colocarse en la salida del Metro hacia el inicio de calle Puente y a veces también en Agustinas entre Estado y Huérfanos: "Son de la calle", se llaman, nombre que lo dice todo y de los que tengo dos ejemplares de los CDs que venden en el mismo lugar de sus presentaciones.
En estos días de luto por la partida de Egidio Altamirano, entonces, vaya para todos los músicos populares de la cantina, la plaza y la vereda, jóvenes y viejos, talentosos o aprendices, ciegos o videntes, vivos o muertos, este pequeño pero sincero homenaje de quien ha crecido en una ciudad agradablemente musicalizada y acariciada por las melodías de todos ellos, cual banda sonora de la vida en la urbe.
Otro invidente toca la armónica en el pasaje comercial de Bombero Ossa, el año 2009.
"Son de la Calle", tocando en el acceso al Metro Plaza de Armas, ese mismo año.
Joven talento en el violín, al interior de la misma estación, hacia el 2011.

LOS ARTÍSTICOS MUEBLES DECIMONÓNICOS CON IMÁGENES DE SANTIAGO EN EL MUSEO DEL CARMEN

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Coordenadas: 33°30'38.66"S 70°45'58.79"W (sector en Museo del Carmen)
En la sala del período colonial-republicano y siglo XIX del Museo del Carmen, en el Santuario del Templo Votivo de Maipú, se encuentra en exhibición un conjunto de piezas únicas, tanto en su género como en su lujo y en la historia que llevan encima: el juego de muebles artísticos con diseños alusivos a distintos edificios y lugares históricos de la ciudad de Santiago de Chile, además de alguno relacionado también con Valparaíso.
El conjunto general está compuesto por los siguientes objetos: una mesa de centro, cuatro sillas, un diván, una mesa redonda menor, un escritorio-costurero, dos mesas laterales y un tocador con espejo. Otros accesorios secundarios -originales y adicionados- son un recipiente de piso, más una lámpara colgante, dos candelabros y cuadros que forman parte de la ornamentación adicional en el cuarto que ocupan, para la contemplación y admiración de los visitantes del museo.
La belleza, pulcritud y delicadeza del elegante trabajo es extraordinaria. Los muebles son de base de madera con finos tapizados, pero la maravillosa decoración es resultado de una minuciosa labor artística ejecutada con papier maché, nácar (concha de perla) y esmaltados, realizado en algún taller londinense hacia el año 1850, aproximadamente, a petición de don Rafael Ocón, aristocrático santiaguino que se encontraba por entonces residiendo en Inglaterra. Sin embargo, debo anotar que en la "Guía Metodológica para el Museo del Carmen", publicada por la Fundación Futuro en noviembre de 2003, el rico comerciante chileno aparece mencionado como Ramón Ocón.
Al parecer, el solicitante sentía cierta nostalgia de su patria natal y particularmente de la ciudad de Santiago, pues encargó expresamente a los artistas que estos muebles fueran decorados con las pinturas basadas en reconocibles grabados de algunos de los principales edificios y sitios históricos de la capital chilena, haciéndose así las coloridas reproducciones que ofrecen estas mismas piezas, muy bien conservadas para la antigüedad que ostentan.
De estilo victoriano con abundante uso de dorados y plateados, hay en ellos una gran cantidad de ornamentación orgánica y de evocación floral, acorde a las escuelas artísticas románticas post-barrocas y ya en transición hacia lo que será después el art nouveau.
Los edificios de las escenas que pueden identificarse en estos muebles únicos, son las siguientes:
  • La Plaza de Armas, cuando era una plaza dura sólo con la Fuente de la Libertad Americana al centro y los antiguos edificios del costado Norte al fondo. Esta imagen está en la mesa principal de centro y en otra versión en el respaldo de una de las sillas-sofás.
  • La Real Casa de la Moneda de Santiago, actual Palacio de La Moneda, en el respaldo del único diván del juego mobiliario y de otra de las sillas.
  • La antigua Catedral de Santiago, como lucía hacia la primera mitad del siglo XX, mucho más sencilla y sobria que hoy. Está en una de las sillas.
  • El Portal Ruiz Tagle, en el costado del cuadrante de la Plaza de Armas, donde ahora se encuentran nuevos edificios y portales comerciales. Está en el respaldo de otra de las sillas.
  • El Edificio de la Aduana de Valparaíso, única referencia al puerto, que aparece retratado en la cuarta silla del conjunto y la mesa circular accesoria.
Según la información publicada por el museo, el lujoso set de muebles fue adquirido más tarde por un acaudalado empresario minero de Copiapó y Chañarcillo: don Francisco Echeverría Guzmán, casado con la prominente dama de la época doña Teresa Blanco Gana, hija del Almirante Manuel Blanco Encalada. La pareja habría encontrado el juego de muebles a la venta en un remate realizado por la sucesión familiar del señor Ocón. Quedará en los secretos de la historia cuántos ilustres visitantes de su casa pusieron codos y posaderas en estos valiosísimos muebles, por lo mismo.
Se cuenta que a don Francisco le encantaba la ostentación y el lujo, razón por la que algunos le apodaron en su época "El Conde" y otros motetes parecidos. Aunque esto explicaría perfectamente su interés por los muebles, una versión que se expuso durante una breve exhibición de estas mismas piezas en el Centro Cultural de Las Condes, hacia el año 2003, proponía que el conjunto fue regalado en realidad a doña Teresa por Napoleón III, como obsequio nupcial, versión que no parece precisa pero que en alguna ocasión se ha repetido, ya que el Emperador habría sido también su padrino del matrimonio en la Iglesia de La Madeleine, en París.
Los Echeverría Blanco tuvieron dos hijos, pero la familia se vio golpeada sin piedad por el destino: primero con el fallecimiento de doña Teresa, a causa de un absurdo y horrible accidente en una máquina durante la inauguración de una planta minera de propiedad familiar en Totoralillo, en 1864; y luego en 1877 con la trágica muerte de don Francisco y su hijo Julio, en el naufragio del vapor inglés "Atacama" frente a la ciudad de Coquimbo, cuando viajaban a Valparaíso.
Desde entonces, los elegantes muebles quedaron en otros sucesores hasta que comenzaron a ser expuestos en el desaparecido Palacio Urmeneta hacia 1910, ocasión en que se comete el error de asociarlo a un supuesto regalo de Napoleón III para el flamante matrimonio, versión que parece inexacta.
Posteriormente y tras varias andadas, el Museo del Carmen decidió adquirir todo el juego mobiliario y tenerlo en exposición hasta nuestros días. La colección se encuentra en una salita especialmente dispuesta para estos efectos, con un cuadro de la infortunada doña Teresa en el muro principal, forrado de elegante papel mural verde oscuro, otorgando así la oportunidad a los visitantes de conocer estos objetos únicos en su tipo acá en Chile.
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