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"LA ESPUMA" QUE YA SE DESVANECIÓ DE AVENIDA VICUÑA MACKENNA

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Local donde estuvo la fuente de soda en los noventa.

Coordenadas: 33°32'55.67"S 70°35'13.53"W

En avenida Vicuña Mackenna cerca de Central Oriente, pasado el paradero 21 y en un grupo de locales comerciales numerados con el 10064 pero divididos por letras, existió durante los años noventa una popular schopería de la comuna de La Florida, llamada "La Espuma"; o "La Espumita" como le decíamos cariñosamente quienes fuimos sus comensales. Era un lugar bravo, un tanto temido y bueno para interiorizarse en esa vida nocturna alrededor de las cervezas y con poco apego al instinto de conservación, si lo miro fríamente desde ahora.

Nuestras visitas a "La Espuma" solían ser el fin de semana, ocasionalmente en días hábiles. Aunque se suponía que cerraba pasada la medianoche, a veces el local seguía abierto hasta muy tarde, por lo que era corriente encontrarlo con sus cortinas metálicas arriba incluso en la madrugada. Atendía su propio dueño, un señor bajito y de pelo cano, acompañado de alguna mesera de pelo teñido claro y delantal verdoso. A veces, un familiar del patrón también estaba allí trabajando en la caja o en el mesón. El local era pequeño, de un piso y tenía un misterioso pasillo que se perdía hacia atrás del recinto. Había de las tradicionales mesas y sillas fijas, más otras cuadradas, un poco más pequeñas, con manteles llenos de hoyos y quemaduras de cigarrillos.

La especialidad eran las cervezas y schops. Ofrecía otros tragos, pero parecía que jóvenes y viejos llegaban allí buscando sólo la embriaguez de la cebada. Había sánguches y completos, de esos para evitar al paso el hambre, siempre fríos y con mayonesa blancuchenta, pues sólo eran para combatir bajones de hambre, al igual que papas fritas y otros pequeños platillos de su modesta cocinería. Como el local estaba exactamente al lado de una Sala de Pool, era frecuente que los jugadores visitaran el local a final o en los entremedios de sus partidas.

A diferencia de la "Casa Lila" y otras fuentes de soda de este lado de la avenida Vicuña Mackenna, ésta era un tanto lúgubre y temida, con un público no precisamente caracterizado por su roce social y cultura de buena convivencia. Como íbamos en un grupo relativamente grande, sin embargo, nunca tuvimos algún problema. Incluso nos dimos el gusto de invitar a algunas amigas, comolas Carmen Gloria (dos amigas, coincidentemente con los mismos nombres y el mismo primer apellido, una de Vicuña y otra de acá en Santiago), sin incidentes ni tensiones. Nuestra única preocupación era intentar estacionar el vehículo a la vista, ojala en el pequeño estacionamiento frente al propio local.

Aunque asistíamos allí desde el año 1992, aproximadamente, creo que fue en 1997 cuando más veces nos encontramos bajo ese letrero amarillento. Y aunque siempre fue un lugar calmo para nosotros, de todos modos fuimos testigos de las "curiosidades" del local. Una noche de aquellas, por ejemplo, llegó un grupo de tres sujetos jóvenes, muy ebrios y cargando un montón de botellas de cerveza (algunas vacías y otras llenas) que colocaron ruidosamente y sin delicadeza a sus pies, en una de las mesas cuadradas. Pasado un rato, comenzaron a reclamar porque encontraron que los schops que les habían servido eran, según ellos, "pura agua"... El viejito dueño del local comenzó a defenderse de la acusación y los llevó tras el sifón de la barra para que vieran el sistema surtidor de la cerveza desde el balón. No quedaron convencidos y siguieron alegando que le habían echado agua al contenido de sus jarras, hasta que uno de los clientes, me parece que un tipo que trabajaba en un taller mecánico por ahí cerca, se acercó y los increpó provocándolos. Los muchachos trataron de responder al mismo tono del sujeto, pero al ver que éste no cedía, comenzaron a intimidarse y, con la cola entre las piernas, bebieron sus vasos, pagaron en silencio y se fueron con todas sus botellas de lastre.



No quedó ahí la historia: el sujeto de la clientela que logró callar a los odiosos tipos, creyendo que su intervención le habría dado ciertas licencias dentro del local, trató de sobrepasarse de alguna forma con la camarera (nunca supimos qué hizo o dijo, exactamente) y ahora ésta le respondió cortante y seca, dejándole con tosquedad sobre el mesón un plato con lo que había pedido (creo que era un sándwich chacarero) y diciéndole con el rostro endurecido: "¡Ahí está su plato!... ¡Cómaselo!". El tipo trató de pedirle disculpas, pero fue imposible... En un minuto, pasó de héroe a villano. También se retiró en silencio, después, tras la amarga cena.

Nuestras propias historias personales en el localucho no eran tan sórdidas. Cerca de allí, en la esquina del lado, había una academia de conducción en la que aprendí a manejar hacia el año 1993. A veces, dos o tres de mis amigos con quienes me reunía a diario en un sector de avenida La Florida apodado la Antena (por una antigua y enorme antena radial que existía allí) me acompañaban hasta la academia, durante la hora de entrenamiento que hacía desde allí en alguno de los vehículos de aprendizaje. Mientras tanto, ellos siempre se quedaban en alguna fuente de soda cercana, principalmente en "La Espuma", donde les compraba un par de cervezas para la espera, hasta que regresara de la clase y nos bebíamos otra cada uno antes de marcharnos.

Sucedió que un día, sin embargo, la clase en la academia se atrasó y esperé mi módulo por una hora con ellos en la schopería. Como desgraciadamente estaba sin almuerzo, bastó un par de vasos de cerveza para quedar mareado y así fue que me sorprendí a mí mismo a la hora de tener que ir a clases de manejo y pararme para caminar a la academia. Conciente de mi estado, pedí postergar la clase alegando malestares de salud, pero fue imposible; un chicle apenas escondía mi aliento a cerveza, haciendo enormes esfuerzos por mantener la compostura y que mi supervisor no notara que había bebido... Milagrosamente, justo en ese momento cambiaron la clase práctica por una de evaluación oral, lo que me salvó esa tarde de tener que conducir. La rendí con alguna dificultad, pero salí bien evaluado... Sin duda, no me habría enorgullecido ser uno de los pocos que hayan manejado ebrios antes de saber manejar siquiera.

Asistimos hasta "La Espuma" hasta los albores del actual milenio, cuando el interés por esta clase de pequeños boliches se nos fue perdiendo y agotando, desplazados por nuevos y más grandes atractivos de la ciudad. Fue poco después de esa misma época que bajó su cortina, para siempre, cediendo el local a una seguidilla de nuevos negocios que lo han ocupado en los últimos años, allí en la proximidad de donde se encuentra ahora la Estación Metro Trinidad.

Fue así como "La Espuma" de Vicuña Mackenna, finalmente, se desvaneció con todas sus burbujas chispeantes.

HASTA QUE "EL 777" SE MULTIPLICÓ POR CERO

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Acceso al "777" en 1997 (Fuente imagen: diario "La Tercera").

Coordenadas: 33°26'34.20"S 70°38'50.27"W

En la Alameda Bernardo O'Higgins, entre las calles Tenderini y San Antonio, existió por un cuarto de siglo un oscuro pero popular bar-restaurante con perfil de picada, cuyo nombre ha pasado a la historia coincidiendo con el número que ostentaba en aquella cuadra: "El 777" (siete-siete-siete). Y aunque se lo identificaba como un lugar "subterráneo", paradójicamente la cantina se encontraba en el tercer piso de un hermoso edificio residencial de estilo neoclásico, con balaustras y ventanas en arcos, diseñado por el arquitecto Ricardo Larraín Bravo y fechado en 1916. Algún día trataré de dedicarle un texto a esta bella construcción situada entre dos conocidas multitiendas de la Alameda, y actualmente en vías de convertirse también en una casa de este tipo.

Desde que el suntuoso inmueble fuera traspasado al uso comercial, hacia los años sesenta, comenzaron a funcionar en sus espacios una droguería y otras tiendas. Después, los altos comenzaron a ser arrendados al bar y restaurante. "El 777" llega allí hacia el año 1987, formalizando su patente municipal al año siguiente, aunque rumoreaban sus clientes que ocupó los establecimientos que habían pertenecido a un local anterior de este mismo tipo. Contaban allí también que su dueño y fundador, don Arturito, había sido un ex militar o un ex carabinero.

Se accedía al boliche por una estrecha puerta de madera con dintel y tímpano artístico, subiendo por una horrorosa escala con una vuelta, pasamanos lisos y más de 60 escalones que, transcurrido un rato, se volvía todo un desafío a la hora de bajar con algunos mareadores tragos de vino pipeño o el borgoña de chirimoya dentro del cuerpo. Por lo mismo, le motejaban con apodos tan sugerentes como "La escalera al cielo" o "El camino al cielo" (cuando se subía), y"La escalera de la muerte" o "La bajada al infierno" (en la bajada, y con razón). Varios rodaron por sus gastados peldaños de madera opaca. En la proximidad del actual milenio, sin embargo, se había cambiado la puerta de acceso por un pequeño portón metálico, menos estético pero más seguro para la integridad del local. Siempre había algún cartel escrito con plumones sobre una pizarra revestida de acrílico, afuera junto a la puerta, anunciando las colaciones y platillos de oferta en el día: tallarines, porotos con riendas, mechada con puré o cazuela, a precios bajísimos. Un cartel fijo más pequeño señalaba la patente de alcoholes del local.

Las escalas de ingreso (fuente imagen: grupo facebook "El 777").

Mesón principal de atención. Aunque no se distingue bien, me parece que tras la registradora está sentado don Arturito, el dueño (fuente imagen: grupo facebook "El 777").

"El 777" podía ser cualquier cosa, menos un lugar elegante. No recuerdo otro boliche famoso de Santiago Centro que se pueda alejar más de ese concepto. Ya en el mismo acceso estaba esa prueba de valor ineludible para quien quisiera pasar: cuentan de tantas sacadas de cresta por esos infernales veinte metros de prueba al equilibrio y la motricidad, que era casi un rito de iniciación entre los concurrentes. Esta escala, además, estaba cerrada por paredes rayadas con graffitis de todos los tipos imaginables: sprays, plumones, líquido corrector, bolígrafos, etc. Hasta daba la impresión de que se ascendía hacia un edificio abandonado por ella. Al entrar al las salas del local, se encontraban estos mismos rayados en las paredes, puertas y subdivisiones interiores de material ligero, todos ellos como recuerdos de visitantes y clientes. Incluso las mesas y algunas sillas tenían esta clase de mensajes o inscripciones.

La barra estaba a la derecha del pasillo central, hacia el lado que da a la Alameda, aunque no había ventanas en este espacio en particular, sino una luz amarillenta encendida día y noche. El mesón era antiguo, aunque no más que la caja registradora tras la cual se sentaba don Arturito; y atrás del mueble, donde un delgado mesero solía atender en las tardes, se alineaban cantidades de botellas de vino, cerveza y licores, junto a la puerta que conducía creo que hacia la cocina y las dependencias interiores. Había zona de fumadores y no fumadores, y el público cambiaba del día a la noche, siendo preferida esta última de la gente más joven. En el día, los bellos ventanales aportaban casi toda la luz interior en las salas más grandes; a través de ellas se veía magníficamente la Iglesia de San Francisco. Las mesas eran esas típicas de metal con cubierta de madera, y hacia mediados de los noventa, sin embargo, cambiaron las sillas viejas por unas de plástico y suficientemente ligeras para evitar descalabrados en las riñas. El baño era deplorable... Quizás el precio más evidente de lo barato.

Se sabe que, en sus primeros años operando allí y dentro del contexto político de fines de los ochenta, se convirtió en sitio de reuniones y juntas "dirigenciales" de estudiantes y jóvenes. Hubo un tiempo en que siempre había jugadores de cacho, carta y dominó, e imagino que las apuestas acá no eran ilegales. Los meseros hacían buenas migas con los visitantes más frecuentes y por largo tiempo atendió allí una temeraria fémina llamada Jeannette, la Jeanetsita para sus clientes, querida y recordada camarera de los mejores años que tuvo este sitio, amiga especialmente de los universitarios. Otra mesera famosa, en los noventa, fue la tía Cristi, llamada en realidad Cristina Saavedra.

Muchos elogiaban el aire "porteño", como de cantina decadente para marinos, así que se hizo lugar favorito de estacionadores de vehículos, obreros de la construcción, vendedores ambulantes, artistas callejeros, heladeros en verano y algunos empleados de las varias casas comerciales del entorno. No faltaron turistas valientes, queriendo conocer la parte "popular" del país, aunque siempre acompañados de anfitriones locales. También iban lanzas, traficantes, prostitutas, transexuales, carteristas y varios personajes de poco prestigio, sentándose a escasa distancia de otras mesas con borgoñas o piscolas rodeadas de ejecutivos de terno o de risueños estudiantes con sus inconfundibles mochilas o bolsos. A pesar de todo, también pasaron por sus salas poetas y escritores como Alberto Fuguet, quien escribió de este sitio en su "Tinta roja" (1996):

"El 777 es un bar ubicado en el segundo piso de una casa de madera que no por casualidad se ubica en el 777 de la Alameda Bernardo O'Higgins. Que esta casa aún exista después de innumerables incendios y terremotos supera lo que comúnmente se denomina buena suerte. Y lo que ya roza con lo milagroso es que ningún constructor la haya demolido para levantar una torre como las que hay en el resto de la cuadra.

Quizás por su ubicación o por el hecho de que funciona toda la noche, el 777 atrae como un imán a lo más radical de la bohemia santiaguina. En el 777 uno se topa con actores y ladrones. Unos y otros se llevan bien, se complementan. Es gente que acostumbra vivir de noche".

En esos mismos años noventa, tuvo especial atracción para círculos alternativos o undergrounds, especialmente para amantes del rock metal y del punk, aunque esta característica se fue perdiendo un poco en la década siguiente. Quizás por eso fue que Mike Patton, vocalista de la célebre banda "Faith no More", también concurrió hasta este sitio brevemente una noche, con algunos fans y gente de la producción durante su segunda visita a Chile, en 1995 y tras una excelente presentación en un festival rock en el Teatro Caupolicán, por entonces rebautizado Monumental. Lo mismo hicieron actores, compañías de teatro completas, además de cantantes populares y grupos musicales emergentes, que llegaban con sus propios instrumentos en andas hasta alguna de las mesas, retirándose sólo en horas de la madrugada. Alguna vez se realizó una exposición fotográfica en su interior, y la leyenda dice que el músico argentino Gustavo Cerati lo visitó una vez, también, mientras estuvo alternando su vida en su país y en Chile.

El acceso que tuvo el "Bar 777".

El edificio con sus interiores ya demolidos, incluyendo el espacio que correspondía al bar.

Fue un lugar bravo, sin embargo: entre sánguches de pernil, arrollados, empanadas y jarras de schop, las miradas eléctricas se cruzaban, ya sea entre aspirantes a "choros", entre tribus urbanas adversarias o entre barristas de fútbol de clubes enemigos. Varias veces hubo escaramuzas, incluso con armas blancas a la vista, y el bar fue castigado con cierres temporales y amenazas de retirarle la patente. En alguna ocasión, hasta el dueño o un mozo tuvieron que echar mano a algún objeto contundente para amansar a los infaltables curados odiosos y a los ladronzuelos de "recuerdos".

Pese a todo, por su privilegiada ubicación en la Alameda y obviando las inseguridades dentro del mismo, el local era preferido por muchos para jornadas largas, especialmente en las noches. Con la llegada del infausto sistema del Transantiago, sin embargo, se instalaron enormes paraderos justo frente a la entrada del "777". Desconozco si esto habrá tenido alguna clase de impacto sobre la concurrencia del local, ni si ésta fue positiva o negativa, pero el caso es que su entrada pequeña y poco visible quedó perdida detrás de esos techos y gentíos esperando angustiosamente la locomoción colectiva. Cuentan algunos de sus ex clientes, además, que los dueños habrían tenido dificultades para renovar la patente de alcoholes en este mismo tiempo, pues la reputación del local era discutible, especialmente con el consumo de drogas y ciertos casos de supuesto desenfreno sexual de algunos de sus visitantes, ya en los últimos años de vida que tuvo.

Aunque la gloria de la taberna se venía abajo desde hacía tiempo, su muerte ocurre tras la compra del edificio por parte de las multitiendas "Corona", pero como secuela de los daños producidos en el edificio por el terremoto del 27 de febrero de 2010 y que llevaron a ponerlo en venta. Las redes sociales difundieron la triste noticia ante la desazón de los parroquianos: "El 777" había cerrado súbitamente, la triste noche del sábado 13 de noviembre, cuando se anunció a los presentes que sería su última vez allí. No había vuelta atrás. Y aunque fueron muchos los que lo lloraron, la lealtad a la verdad obliga a admitir que la mayoría de ellos ya había dejado de concurrir al boliche, que -de alguna manera- venía agonizando desde hacía tiempo.

En marzo del año siguiente, las maquinarias demolieron casi todo el edificio, dejando sólo el frente: un proyecto de reconstrucción conducido por el arquitecto Max Peña, conservó de su aspecto original sólo esa fachada neoclásica, desapareciendo las casi centenarias salas con pisos de madera y paredes neuróticamente rayadas que habían pertenecido al recordado bar. Todavía se está realizando estos trabajos al momento de escribir estas líneas, aunque se anunció la inauguración para el presente año, así que probablemente ya estará en uso cuando este artículo aparezca publicado.

Fue así como "El 777", esa trilogía numérica coincidente con los símbolos de las tradiciones cabalísticas y cifra perfecta representativa de Dios, desapareció de la Alameda tan fácilmente como multiplicándose por cero.

El mismo edificio, con los trabajos de construcción tras la fachada.

SERGIO SILVA: UNA VOZ Y UNA ÉPOCA

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Fuente imagen: "Las Últimas Noticias" (1986)

Sergio Silva Acuña nació en 1926, cargando en el destino un brillante futuro como locutor, actor de radioteatro, profesor de locución, relator deportivo y varias otras disciplinas. Pasó su infancia jugando fútbol con amigos en las calles de Viña del Mar y, tal como su hermano Iván, empezó a mostrar desde temprano una tendencia a lo que sería la pasión y vocación de su vida: las comunicaciones. Su experiencia radial comienza hacia los años cuarenta.

Para muchos, fue el más grande de los locutores que ha tenido la radio y la televisión chilena, sin parangón ni sustituto, impresión avalada por su trayectoria y por su trascendencia en el tiempo, al punto de que muchas grabaciones de su voz usadas en continuidades de radio, en comerciales o en presentaciones de televisión, seguían usándose todavía a 10 años de su muerte. Casado con actriz María Esperanza Soura, tuvo seis hijos, destacando hasta ahora en los medios de comunicación la bella Esperanza Silva, que siguió los pasos profesionales de la madre como actriz de cine y teatro chileno.

TRAYECTORIA EN EL MICRÓFONO

Silva prestó su maravillosa y profunda voz a todas las instancias de las comunicaciones donde se pudo requerir de su talento: lectura de noticias, documentales, publicidad, encadenamientos de continuidad radial, animación, cortinas, presentaciones, mensajes instructivos, narración oral, etc. Hasta en algo de canto y jingles incursionó. Hubo una época en que, prácticamente, no había una voz en off en las producciones de Canal 13 que no fuera la de don Sergio.

Su importancia y liderazgo en la radio tuvo una prueba de gran importancia en agosto de 1953, cuando encabezó una campaña para convencer a las autoridades de salvar el pueblo de Isla de Maipo, durante los terribles temporales de lluvia de ese año y que casi hacen desaparecer el poblado por el eventual cierre de las compuertas del Canal San Carlos y la crecida del río Maipo. Don Guillermo Inostroza Rojas, en "Historia de Isla de Maipo", recuerda que Silva proclamó con su profunda voz al finalizar la campaña:

"Muchas gracias a la ciudadanía por apoyarnos y a las autoridades por escucharnos, porque así somos los chilenos que sabemos perder o llorar de alegría, cuando ganamos una causa justa como la de hoy en que todos salvamos al pueblo de Isla de Maipo. ¡Que Dios les bendiga esta fría noche de Agosto de 1953!"

Su experiencia en la televisión comienza con los años sesenta, donde alcanzó gran renombre cuando esa particular voz comenzaba a revelar también su rostro: partió como guionista y actor de "Mi familia y yo" de Canal 9, en 1961, pasando desde allí a "Clases alegres" de Canal 13, en 1968. No abandonó su capacidad de reportero, sin embargo: la periodista y escritora Virginia Vidal recordaba que Sergio Silva fue el único representante de la televisión nacional que estuvo presente en la entrega del Premio Nobel a Pablo Neruda, en 1971, mientras ella iba en representación de la prensa continental.

RELATOR DEPORTIVO

Sus relatos deportivos pasaron entre el fútbol y el boxeo, acompañado de otros peso-pesados ya desaparecidos, como Renato "Mr. Huifa" González, Julito Martínez o Pepe Abad.

Cuando se creó la estación de Televisión Nacional de Chile, fue contratado para encargarse del relato deportivo, especialmente de fútbol, aunque se le recuerda por su tendencia a ser muy breve en sus frases de relato, que intercambiaba con observaciones ingeniosas y bromas, algunas de comprensión no instantánea, a diferencia de la locuacidad más enérgica y apasionada que cultivaban otros colegas suyos. Una de esas ocasiones, por ejemplo, un delantero de apellido Herrera falló el disparo del balón al arco contrario, y Silva comentó fingiéndose muy serio y académico, parafraseando la famosa sentencia de Séneca: "Herrera humanum est". Así, solía hacer una dupla ingeniosa y bromista de relato con Darío Verdugo en las transmisiones radiales.

También fue Sergio Silva quien transmitió el Mundial de Fútbol de 1974 para Televisión Nacional de Chile, desde Alemania. Sin embargo, por lo que aparentemente fue un anodino altercado que se magnificó en la comitiva chilena enviada bajo vigilancia de representantes del Régimen Militar, Silva decidiría que era mejor para él vivir un tiempo en Europa, residiendo en Países Bajos y España mientras continuaba trabajando allá en radiocomunicaciones.

A su regreso a Chile, el locutor comenzó a perfilarse como un conductor de programas sobre temas científicos y tecnológicos, especialmente orientados a público joven, experiencia pionera que sería desarrollada y consagrada en los ochenta, por el joven periodista Hernán Olguín, también fallecido por los mismos años en que le tocó a don Sergio.

(Fuente imagen: sitio web ferplei.com).

HUMORISTA INNATO

Su versatilidad profesional era asombrosa: a pesar de la falsa apariencia de hombre parco que tenía, fue notable el desempeño de Silva en el género humorístico y de la comedia, participando de sketches y rutinas con destacados actores del género, tanto para radio y televisión.

Por su carácter bromista, ingenioso y alegre, además de su extraordinaria capacidad de improvisador, encajaba perfectamente con estas artes.

En esta parte de su vida, destacó especialmente por sus personajes de la famosa "Radio Tanda" de Radio Minería, célebre e histórico programa radial donde compartía micrófonos con Ricardo Montenegro, Williams Rebolledo, Patricio Villanueva, Casiano Peláez y Anita González, "La Desideria", entre otros iconos de la radiofonía y las candilejas chilenas. Junto a "La Bandita de Firulete", éste programa es recordado entre los clásicos históricos del radioteatro de humor en Chile.

Hombre de enorme cultura, experiencia y seriedad en su trabajo, también alcanzó a aparecer en las primeras temporadas del programa humorístico "Mediomundo" de Canal 13, a partir de 1985, donde trabajó con otros conocidos cultores del oficio como Pepe Tapia, Jorge Romero "Firulete", Andrés Rillón, Julio Jung, Gloria Münchmayer, el locutor Juanito La Rivera y su propia hija Esperanza, entre muchos otros.

La voz de Sergio Silva, después del canto de presentación de Anita González, en un recuerdo de "Radio Tanda", programa de radioteatro humorístico donde ambos participaban (fuente: youtube.com/watch?v=R65xmpttFaY)

LA TRAGEDIA

Así sucedía que se encontraba en un excelente momento profesional en aquel entonces, recibiendo galardones y con innumerables proyectos. Estaba encargado también de algunos reportajes, entrevistas y notas para la mejor época que tuvo el show "Sábados Gigantes", donde compartía un espacio del programa sentado junto a su amigo el animador Mario Kreutzberger, "Don Francisco", dedicado a curiosidades, "cámaras viajeras" y asuntos de actualidad. Llama la atención que Silva fue un importante reportero de temas urbanos en esta época (edificios especiales, atracciones, personajes, etc.), probablemente uno de los primeros de este tipo en la televisión popular chilena.

Pero la tragedia comenzó justo en este buen tránsito de su vida madura, el domingo 16 de febrero de 1986, cuando debió ser hospitalizado por un arritmia cardíaca y un pequeño ahogo, en el Clínica Reñaca. Como siempre, don Sergio se encontraba risueño y bromista cuando entraba al recinto de atención, aquel día de verano. Por una inexcusable negligencia médica, sin embargo, se le dijo que su malestar era sólo pasajero y, sin realizarse exámenes de ningún tipo, se le administró una droga incompatible con su condición de salud que lo dejó en coma, empeorando a estado vegetal irreversible.

La noticia fue devastadora, pues Silva era a la sazón, uno de los hombres más populares y queridos de las comunicaciones. Intentando ayudar con algo en los enormes gastos que debía enfrentar la familia, sus colegas de los medios de comunicación realizaron encuentros de beneficencia. Poco después, a fines del mes de julio, se le debieron remover sus cuerdas vocales supuestamente para despejar sus vías respiratorias, aunque se comentó en la prensa de esos años que esto se debió a que había desarrollado un cáncer. Como sea, aun si el querido locutor hubiese despertado de su doloroso sueño, ya no tendría esa voz tan característica y propia que enseñoreó cientos de transmisiones de radio y televisión. Su colega Julio Martínez, consternado, comentó en esos días:

"Causa desgarro saber que ha perdido para siempre su voz, acaso lo mejor de su cofre... (es como) amputarle las manos a algún destacado pianista, como Claudio Arrau".

Cabe recordar que la clínica fue demandada por 600 millones de pesos por daños, con la familia representada por el abogado Fernando Uribe-Etxeverría. Sin embargo, en un controvertido proceso judicial quedaron reveladas alteraciones de las fichas médicas y algunos implicados simplemente no se presentaron a declarar. Nadie pagó jamás alguna pena aflictiva por esta situación.

MUERTE Y LEGADO

Su último par de años de vida en estas precarias condiciones, lo pasó Sergio Silva en su casa de calle Las Arañas, en La Reina, donde la familia hizo grandes sacrificios para darle los cuidados y atenciones necesarias, convirtiendo la residencia en una verdadera clínica personal a su servicio. Diariamente, era atendido por la enfermera puentealtina María Elena Valenzuela y la empleada doméstica Eugenia Soto, a quien la familia definía como un verdadero "ángel de la guarda". El kinesiólogo Máximo Escobar brindó también un excelente servicio profesional, para evitar escarificaciones y llagas en el cuerpo del enfermo.

Tras dos años y medio de sueño agónico, Sergio Silva Acuña falleció el sábado 29 de octubre de 1988, a los 59 años de edad, con casi 40 de ellos dedicados a las comunicaciones. Todas las esperanzas de una recuperación milagrosa se evaporaron en el negro año aquel, en que al mes siguiente falleció también el gran humorista Mino Valdés.

Conmocionados, sus deudos, amigos y admiradores fueron a despedirlo a la Iglesia de Santa Marta, en una ceremonia dirigida por el sacerdote holandés Arturo Klaessen, quien había estado yendo diariamente en bicicleta hasta el domicilio de los Silva para darle atención espiritual al don Sergio. Luego, partió un inmenso cortejo hacia el cementerio: iban allí los hermanos Mario y René Kreutzberger, Enrique Maluenda, Juan La Rivera, Raúl Matas, Petronio Romo, Sonia Viveros, Patricio Bañados, Humberto Duvuachelle, Tennyson Ferrada, Carlos Caszely y muchos otros. El dolor se mezclaba con la indignación por lo sucedido en la clínica donde encontró su muerte. La joven Esperanza habló a nombre de sus familiares, agradeciendo a los presentes y clamando justicia, mientras Radio Minería transmitía en vivo los funerales. Flores de pergoleras y pañuelos al viento le dieron el adiós al paso.

Cumpliendo con lo que fuera su petición en vida, los restos de Sergio Silva fueron cremados y esparcidos en las aguas de Viña del Mar frente a las playas de Avenida 8 Norte, el lugar de sus juegos de infancia, a las 12:45 horas del día siguiente 1° de noviembre. Esto se hizo desde una barcaza salvavidas abordada por los deudos, marinos y representantes de la prensa, salida desde el Muelle Prat de Valparaíso. Fue una ceremonia de hondo recogimiento y congoja.

La ausencia del gran locutor nunca pudo ser llenada, ni material ni simbólicamente. El Sindicato de Locutores instituyó en su memoria el Galardón Sergio Silva, y un establecimiento educacional de La Cisterna tomó su nombre: Escuela Básica Sergio Silva Acuña. Una calle de Maipú también ha sido bautizada con el mismo nombre.

Familiares y deudos arrojando las cenizas de Sergio Silva en las aguas de Viña del Mar. Fuente imagen: "Las Últimas Noticias" (1986).

"BILZ": UNA BEBIDA SIN ALCOHOL DEVENIDA EN GASEOSA PARA NIÑOS

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Ilustración publicitaria de la antigua botella de la "Bilz".

Hace tiempo publiqué aquí una entrada dedicada a la gaseosa nacional "Sorbete Letelier", cuyo destino y continuidad en el mercado se encuentran en suspenso en estos momentos, tras una crisis de la embotelladora que lo producía y ante la desazón de sus devotos consumidores. Allí mencioné la existencia de varias otras marcas históricas de bebidas gaseosas chilenas, que han estado presentes por generaciones en nuestra industria y nuestro mercado.

Uno de los refrescos más antiguos de esta historia comercial es la "Bilz", bebida gaseosa que actualmente hace una dupla inseparable con su hermana "Pap", para la venta orientada especialmente al público infantil, con dos mascotas extraterrestres (Bily y Maik) creadas hacia 1997 y todavía vigentes. Sin embargo, la "Bilz" comenzó sus días como un producto muy distinto: brebaje de fantasía sin alcohol, dirigido a abstemios y personas adultas imposibilitadas por salud de beber refrescos alcohólicos.

La historia de la "Bilz" no nace en Chile, sin embargo: corresponde en realidad a una marca internacional de bebidas sin alcohol creada por el médico naturista alemán Friedrich Eduard Bilz, que adoptó nombres comerciales como "Bilz-Brause" y "Bilz-Limetta". Comenzó a ser producida y comerciada por el empresario Franz Hartmann, y se la ofrecía también como una bebida de características digestivas y casi medicinales, tal como se observa en el origen de muchas otras famosas gaseosas. Su popularidad le llegó rápidamente en Europa, a principios del siglo XX. Sin embargo, al comenzar a ser plagiada masivamente la marca por otras compañías y en otros países, hacia 1905 fue cambiado el nombre del producto, surgiendo así la marca "Sinalco", que aún se conserva para la famosa bebida alemana.

Publicidad de la "Bilz" en 1907, con una certificación de la doctora Eloisa Díaz.

Aviso pubicitario de 1909.

Uno de los "copiones" que imitaron la idea de la bebida sin alcohol apropiándose hasta del nombre de la misma, fue el ciudadano de origen bávaro residente en Chile, don Andrés Ebner Anzenhofer, quien era propietario de una famosa cervecería con su apellido cuyas enormes ex instalaciones con aspecto de castillo se encuentran todavía en avenida Independencia 565, en calidad de Monumento Histórico Nacional desde 1984, aunque en muy mal estado. Se la hallaba, por entonces, en un pujante sector semi-industrial dentro del barrio de la Cañadilla de La Chimba, pero hoy convertido en un lugar peligroso, mismo donde acaba de ocurrir -hace pocos días- un sangriento asesinato ejecutado por una pandilla juvenil de delincuentes extranjeros, justo enfrente de la ex fábrica abandonada, que se ve como una mansión siniestra, esperando que se concreten los proyectos de rescate trazados para su recuperación.

Allí, en sus instalaciones de la Cervecería Ebner, don Andrés comenzó a embotellar su propia "Bilz" haciendo un lanzamiento oficial del producto en el Teatro Municipal de Santiago. La aparición del producto ha sido fechada en 1902, según algunos artículos como el de la revista digital "Poder & Negocios". Sin embargo, en otro reportaje de "Las Últimas Noticias" de mayo 2010, se declara que la fecha de debut de la "Bilz" en Chile es 1905, dato después reafirmado en la página oficial del producto, no obstante que hay ciertas referencias publicitarias que permiten suponer que puede ser anterior a ese año.

Como sea, desde un principio no sólo era ofertada como una cerveza sin alcohol, sino recomendada también para el consumo de personas con ciertas patologías digestivas, tal como sucedía con la auténtica "Bilz" alemana. En una caluga publicitaria publicada en la prensa de 1907, por ejemplo, se reproducen opiniones avalando las virtudes del brebaje, bajo el título orgulloso de "Certificado", remitido por la mismísima doctora higienista Eloisa Díaz Insunza, futura impulsora y primera directora del Servicio Médico Escolar:

"Muy señor mío:

Agradezco a Ud. la muestra de 'BILZ' efervescente que se ha servido enviarme.

Como esa bebida no contiene alcohol, la he indicado a personas que padecen de dispepsias y la han soportado perfectamente.

La juzgo higiénica y muy saludable, y felicito a Ud. por haber introducido en nuestro país una bebida antialcohólica que alejara de nuestro pueblo el pernicioso vicio de la embriaguez.

Saluda a Ud. atentamente,

Dra. Eloisa Díaz".

La compañía del señor Ebner llegó a ser la más importante de su tipo en Chile, hacia los días del Primer Centenario de la República, por volúmenes de producción. Ese mismo año de 1910, la revista "Sucesos" hablaba de ella como "la fábrica de aguas gaseosas más extensa de la República, acreditada por la muy renombrada y afamada bebida Bilz".

Publicidad de "Bilz" en 1909.

Instalaciones de la ex Cervecería Ebner en avenida Independencia.

Por aquella época, la publicidad de la "Bilz" seguía definiéndose por la predicación de su condición de cerveza o bebida no alcohólica, dejando atrás connotaciones más relacionadas con medicina o salud. Su etiqueta la definía sólo como "Bebida de fantasía", mientras que aparece en los avisos como "la única bebida SIN ALCOHOL que ha conquistado la aceptación pública" y "la mejor bebida refrescante preferida por el público".

Sin embargo, seis años después, en 1916, la Cervecería Ebner fue comprada por la Compañía de Cervecerías Unidas (CCU), formada en 1902 y luego que la Fábrica Nacional de Cerveza se convirtiera en sociedad anónima. La misma empresa comenzó a comprar a otras compañías y plantas, como la Fábrica Andwanter, Agua Mineral Cachantún y la Fábrica de Cerveza de Valparaíso, hasta convertirse en la embotelladora más grande de todo el mercado nacional.

En todos estos años de crecimiento, la CCU conservó la "Bilz" como uno de sus tradicionales productos y sin variar su fórmula con sabor "parecido" a frambuesa o guinda, promocionándola en los años cuarenta y cincuenta con mensajes narrativos más vinculados a la publicidad contemporánea, en el sentido de predicar lealtad al producto más que condiciones específicas del mismo, como: "Una preferencia que nunca se olvida" y "El refresco amigo de toda la vida". El eslogan era entonces "Siempre Bilz".

En la segunda mitad de los cincuenta son populares sus calendarios publicitarios, inspirados en las hermosas y sensuales ilustraciones pin-ups que estaban de moda en los Estados Unidos en aquellos días de la post Segunda Guerra Mundial. Esto pone en evidencia que el público al que se orientaba la bebida seguía siendo principalmente adulto, pero es necesario observar que, ya en esa misma década, comenzaron a aparecer avisos donde salían niños o adolescentes bebiendo chispeantes vasos de "Bilz" en bellas ilustraciones a color o en blanco y negro que eran publicadas en las revistas, como invitando a los padres a compartir la gaseosa con sus niños.

Aviso "Bilz" de 1955.

Calendario "Bilz" de 1957.

Desde los años veinte se había adicionado a la producción de la CCU otra famosa bebida llamada "Papaya Rex" con sabor de imitación a la fruta, que en los años sesenta y setenta comenzó a ser publicitada conjuntamente con la "Bilz" pero con un nombre más corto: "Pap". Desde entonces, ambas gaseosas han sido productos hermanos e inseparables.

Como el fenómeno del hippismo llegó a Chile un poco atrasado, fue en los años setenta que, inspirados en este discurso juvenil, los publicistas decidieron promocionar ambas bebidas con el eslogan común "Un mundo de fantasía", comprometiendo así las bebidas con un estilo de mensajes coloridos y evocadores de un mundo imaginario. El concepto fue evolucionando en los años que siguieron hasta adquirir la característica de ser un producto de penetración familiar a través del público infantil, en los noventa. Sus lemas comerciales de hoy giran en torno al tema de "El mundo de Bilz y Pap" y la invitación a conocer "Otro mundo" con sus mascotas corporativas.

Aunque algunos visitantes gringos que prueban la "Bilz" en nuestro país le encuentran con frecuencia un sabor artificial, que definen como de bubble gum o fake berry (quizás similar al que nosotros le encontraríamos a sus queridas mieles sintéticas de gusto indefinible para hot cakes), la gaseosa ha recibido un interesante reconocimiento internacional que hace indiscutible su relevancia como un histórico producto nacional: entrar hace un par de años, junto a "Pap", al reputado y selecto Marketing Hall of Fame, en la categoría "Gran Marca Chilena Producto o Servicio".

Evolución de las botellas y rotulados de "Bilz" y "Pap", durante la segunda mitad del siglo XX y lo que va de éste (Fuente imagen: "Las Últimas Noticias", 2010).

LOS JARDINES FLORALES DEL PASEO AHUMADA

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Don Ricardo General en 1997, atendiendo su garita de venta de flores en Ahumada (Fuente imagen: diario "La Tercera").

Coordenadas: 33°26'31.87"S 70°39'2.77"W

Ya he comentado algunos recuerdos sobre el Paseo Ahumada desde su remodelación y apertura peatonal en los setenta hasta la gran modificación que se hizo en los noventa y que cambió para siempre muchos aspectos que eran característicos del lugar, como sus hermosas fuentes de aguas. Quise reservar una entrada especial para el caso de los kioscos florales que antes engalanaban la esquina de Ahumada con Moneda, justo allí donde se abre el pasaje de calle Nueva York, y de los que sólo queda uno en nuestros días.

Esta esquina tuvo características muy particulares después de la gran remodelación del alcalde Patricio Mekis en la calle Ahumada, que la convirtió en paseo en 1977. Siguiendo los planos de los urbanistas y arquitectos municipales Carlos Aliaga y Álvaro Guridi, se instaló en el vértice una fuente de aguas que marcó por más de 20 años un punto de encuentro en este mismo lugar, y a su alrededor se instalaron los tres kioscos municipales que eran ocupados por floristas, constituyendo un bello y colorido jardín flotante para quienes querían llevar obsequios de amor, del Día de la Madre, el Día de la Secretaria y otras fechas que justificaban regalar rosas, calas, crisantemos o lirios, algunas sueltas, otras en ramos envueltos en papel celofán y las más finas en delicados arreglos artísticos.

Los tres kioscos eran garitas de ferretería de unos tres metros de altura, formadas por columnas-soportes con repisas fijas centrales y un techado modular geométrico un tanto futurista, con influencias base de la arquitectura en hierro pero aplicadas con mayor modernidad en el diseño. Y aunque siempre existieron otras florerías en el barrio, éstas eran las más importantes de todo el Centro de Santiago, preferidas tanto por sus buenos precios como por la belleza de los arreglos, además de ser muy populares. "Con sus garitas de flora aciaga y su fauna ciegamente acampada en el Vivac", escribió Enrique Lihn en su poema "El Paseo Ahumada", publicado en 1983.

Los primeros comerciantes que ocuparon estos puestos eran floristas que estaban en Ahumada desde el año 1973, antes de la construcción del paseo y las garitas. Casi no había una flor en algún escritorio de Santiago Centro, que no se pudiese adivinar comprada a estos vendedores. Después de inauguradas estas estructuras metálicas verdes, uno de sus más conocidos ocupantes de ellas fue don Ricardo General, conocido más popularmente como El General, quien llegó a establecerse allí en 1985.

Precisamente en esta esquina, además, en el local donde ahora está una sede bancaria, existía una famosa sandwichería: "El Tirol", restaurante de comida rápida que llegó a tener fama de ofrecer "los mejores lomitos" de todo Santiago, según sus devotos. Atrás, por el lado de Nueva York, merodeaban los conocidos "compro-dólares", comerciantes informales que se dedicaban a vender y comprar dólares, oro y plata. El punto de reunión acordado con sus clientes muchas veces era la fuente de aguas y la zona de las pequeñas pérgolas florales.

Así lucía el popular local de "El Tirol" hacia fines de los ochenta y principios de los noventa, en la punta de diamante de Ahumada con Nueva York, justo donde estaban la fuente de aguas y los tres kioscos o pérgolas de venta de flores.

Sin embargo, al avanzar los años noventa, la cordialidad y el romanticismo representado en lilas, gladiolos, claveles y tulipas había comenzado a quedar atrás, y las ventas de flores cayeron fuertemente, poniendo en aprietos a estos comerciantes, que diversificaron la venta adicionando globos para niños, tarjetas y otros productos.

Entrevistado por un medio de prensa de aquellos años, El General decía que sólo el día lunes era relativamente bueno, principalmente en la venta de claveles para secretarias que querían decorar sus escritorios, ya que duran más y son económicas. Las rosas, en cambio, se vendían de preferencia en la noche y eran adquiridas por los últimos señores románticos que quedaban entonces. Incluso contaba la historia de un cliente de edad que, apareciendo dos o tres veces al año, le pagaba en cada oportunidad varios meses seguidos para que le enviara una flor diaria a una dama. También recordaba casos en que hombres angustiados o pidiendo perdón por alguna traición amorosa, compraban grandes y onerosos ramos o arreglos con tarjeta y dedicatoria, pero que después llegaban enteros de vuelta al puesto, despreciados por las propias receptoras.

Con la remodelación del Paseo Ahumada realizada en 1999, durante la alcaldía de Jaime Ravinet, sucedió el mismo fenómeno que en la Plaza de Armas, rehecha por la misma administración edilicia y con grandes resistencias y críticas de la ciudadanía: el paseo perdió mucho de su esencia y su estilística, pasando a priorizarse aspectos funcionales vinculados al tránsito de gente y a la actividad del comercio, pero en desmedro de lo estético y los criterios urbanísticos originales del paseo.

A consecuencia de ello, fueron retiradas las fuentes, incluyendo la de Ahumada con Moneda. Sólo uno de los tres kioscos de flores permaneció: el de más al interior, junto al banco de la punta de diamante. Los otros dos, incluyendo la histórica garita de El General, desaparecieron para siempre. Fue así como el antiguo y estimado comerciante debió entrar a retiro, y su jardín de marchitó.

El kiosco que todavía existe es administrado por don Víctor, el último y querido florista que queda de todos los que ocuparon este jardín. Aunque se han habilitado carritos y otros lugares para la venta de flores dentro de las calles principales de Santiago Centro, las dos garitas perdidas han dejado un irreparable aspecto mutilado a este lugar por donde transitan cientos de miles de personas cada día.

El último de los kioscos florales de la esquina de Ahumada con Moneda, atendido por don Víctor, que aparece sentado junto al puesto.

REMEMBRANZAS SOBRE EL CAFÉ Y FUENTE DE SODA "ZURICH" DE PLAZA BAQUEDANO

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Ex local del "Zurich" ya convertido en farmacia, poco después de cerrar en 1997 (Fuente imagen: diario "La Tercera").

Coordenadas: 33°26'15.03"S 70°38'7.82"W (ex ubicación)

El "Zurich" era uno de los núcleos más famosos de la Plaza Baquedano, en su llamado "triángulo" o "trilogía bohemia" que formaba con otros dos conocidos boliches del lugar: el "Bar Plaza Italia Tragos (PIT)" y la "Casa de Cena", todos del mismo dueño. Muy populares en su época, nuestros días de esta trilogía sólo queda en el barrio el último de los mencionados, frente a la Embajada de la República Argentina; tanto el "PIT" como el "Zurich" partieron ya a dormir el sueño del recuerdo y del olvido.

El nacimiento del local se debe a un intento de restaurar un espacio bohemio en Alameda con Vicuña Mackenna, como el que antes había pertenecido en esta misma esquina en la conjunción de avenidas al club "Lido", famoso café-bar visitado por noctámbulos, intelectuales y artistas de la clásica vida nocturna en Santiago. Hasta entonces, todos los huérfanos de esta forma de vida allí debían conformarse con las largas jornadas en la abundancia y comodidad en la "Fuente Alemana", pero sus horarios más diurnos de funcionamiento no se ajustaban a los hábitos de las polillas de cervecería.

A mediados de 1972, entonces, el comerciante Sergio Olivares León fundó el "Zurich", lugar que todos estos buscadores asumieron casi de inmediato como su casa. La fundó en la dirección de Avenida Libertador Bernardo O'Higgins 20, en el primer piso del conocido edificio de la esquina Sur-poniente, apodado el "Edificio Xerox" en los ochenta y noventa por una famosa publicidad de neones que se observaba en su azotea. Siendo algo así como un bar, restaurante, café y schopería, en sus mesas helvéticas fueron consumidas por universitarios y aspirantes a escritores miles de cervezas, schops, churrascos, crudos, tablas, embutidos con chucrut y los enormes lomitos rebosantes de mayonesa y palta, platillo principal y característico del barrio.

En sus inicios, cada vez que había protestas o celebraciones escogiendo -como siempre- a la Plaza Baquedano como escenario, partían después los comensales, muchos de ellos hippies y agitadores políticos, a degustar de las delicias más terrenales y sibaritas del local. El Golpe Militar de 1973 alejó por un tiempo al público de manifestantes políticos, pero de todos modos el "Zurich" siguió siendo sitio de reunión y grandes celebraciones, como la masiva cantidad de clientes que anclaron en sus salas para ver allí la transmisión del Campeonato Mundial de Fútbol al año siguiente, realizado en Alemania y con los locales como campeones, y luego el de Argentina 1978 también con triunfo del anfitrión (y menos entusiasmo acá, pues Chile no había clasificado), que fueran unas de las primeras copas de este tipo con transmisiones a colores. El "Zurich" volvió a reunir público durante el Mundial de España 1982, aunque está demás decir que los chilenos no tuvimos mucho que celebrar en aquella ocasión.

Edificios de la Plaza Baquedano. Imagen de una publicación de Chilectra de 1996. En los bajos del edificio de más a la izquierda, el de la publicidad luminosa "Xerox", se encontraba el famoso "Zurich".

Don Jorge Olivares, dueño y fundador del "Zürich" de Plaza Baquedano, poco después del cierre del local (Fuente imagen: diario "La Tercera").

Los años ochenta y el regreso de las manifestaciones políticas en las calles, fueron complicados para estos negocios en torno a la gallarda estatua ecuestre del General Baquedano. A los efectos que tuvo la recesión mundial y las restricciones nocturnas en el comercio, se sumó la agitación violenta que en algunas ocasiones estuvo presente en la plaza, a pesar de que el local nunca fue atacado por las turbas. Pese a todo, nunca le faltaron clientes en este período, debiendo acomodar su oferta bohemia a los horarios y permisos. Se recuerda, por ejemplo, la noche en que Cecilia Bolocco se consagró como nuestra primera Miss Universo en 1987, celebrada con un desordenado y apoteósico "carnaval" en la plaza. La fuente de soda incluso aparece mencionada en algunas obras literarias, de entonces, como el cuento "Plaza Italia" de Jorge Calvo.

El "Zurich" era, en fin, un territorio de paz: asistían políticos, autoridades y periodistas. Después del retorno a la democracia, vio en sus salas grandes y regados nuevos encuentros, como cuando cientos de clientes lo escogieron para ver en vivo el triunfo del club deportivo Colo-Colo en la Copa Libertadores de 1991. Continuando con la tradición pacífica, para ése y muchos otros festejos que afuera de la fuente de soda estuvieron caracterizados por algún grado de desmanes y enfrentamientos, los mismos exaltados y manifestantes entraban después al "Zurich" comportándose como verdaderos caballeros, aunque sobre sus hombros aún quedaran vestigios de la challa o bien del polvo lacrimógeno.

Pero los años que siguieron fueron de ocaso. La caída del bar parece tener relación con el empeoramiento del barrio en esos mismos años noventa, cáncer de peligros e inseguridades que mataron a muchos otros negocios del sector. Desconozco si el código de paz que reinaba entre los clientes y meseros del "Zurich" fue violado en este período, pero dada la reiterada y tradicional destrucción del mobiliario público y propiedades comerciales en este período, por parte de las chusmas y ya sea por festejo o por congoja, sospecharía que sí.

En septiembre de 1997, tras 25 años de atento y querido servicio al público santiaguino, el "Zurich" desapareció de esa esquina en el origen de la Alameda. Para peor, unos años después, don Sergio decidió cerrar también el "PIT" y sólo mantener el "Casa de Cena". Empero, por lejos el local más querido por Olivares de entre todos, y posiblemente también de la mayoría de los aventureros de la mal llamada Plaza Italia, era el "Zurich".

En donde estaba el venerado local de evocación suiza, se instaló rápidamente una farmacia, y esos remedios para el alma en jarras de cerveza fría fueron cambiados definitivamente por fármacos en tiras y jarabes amargos.

LOS AÑOS DORADOS DEL "CACHACASCÁN" EN CHILE

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Coordenadas: 33°27'22.34"S 70°38'57.27"W (Teatro Caupolicán)

El arte de la lucha libre de fantasía tiene tres etapas muy concretas en su historia en Chile: la primera del "Cachacascán" que es la originaria, la segunda de los "Titanes del Ring" en los años setenta a ochenta, y la nueva de redescubrimiento o "Wrestling chileno", donde se ha fusionado la tradición de las dos anteriores con la estética y estilo difundido por las empresas de los Estados Unidos dedicadas a este género de shows, aunque muy, muy lejos de sus millones en inversiones, transmisiones y publicidad.

La más cercana a lo profesional de todas estas etapas y la más espectacular fue la primera, sin duda, correspondiente al "Cachacascán". Cubierta por un resplandor mágico de romanticismo e idealización sobre sus recuerdos, celebraciones y sacrificios, fue introducida en Chile por influencia de luchadores extranjeros que llegaron a hacer exhibiciones en compañías viajeras. Tuvo también un buen grado de inspiración en las ligas de México, país donde estos espectáculos son toda una institución cultural y parte del folklore popular desde la segunda mitad del siglo XIX. Posteriormente, sucumbió al enfoque que se daba en la Argentina a esta actividad, de innegables y mayores alcances comerciales, aunque con ello se hipotecó a sí misma en una apuesta peligrosa, cayendo en la oscuridad y la decadencia.

Actualmente, entre muchos de los practicantes amateurs de la lucha libre en nuestro país, existe toda una especie de idolatría por aquellas figuras precursoras de tales shows, que llenaban las jornadas de "catch" en el Teatro Caupolicán de San Diego.

LOS ORÍGENES

Se calcula que la entrada de la lucha libre de exhibición llegó a instalarse Chile hacia los años treinta, aun cuando he conocido ciertos testimonios que podrían sugerir la posibilidad de que haya estado ocasionalmente presente desde antes: por ejemplo, como complemento de algunos espectáculos boxeriles de Barrio Mapocho, Estación Central o el puerto de Valparaíso. Hacia fines del siglo XIX, además, hubo muchas presentaciones de circos internacionales en el puerto y en la capital, que incluían exhibiciones de "hombres fuertes", modelo que probablemente se imitó acá también y llevó después a las salitreras y oficinas del Norte de Chile por circos itinerantes. Sin embargo, una influencia decisiva parece haber tenido la venida a Chile de la troupe del empresario de origen francés Constance Le Marand, quien trajo en esos años a sus propios luchadores para montar un concurrido y novedoso espectáculo en el Teatro Royal de calle Huérfanos (el mismo donde se presentó Carlos Gardel en 1917), mezclando realidad con actuación en una novedosa y entretenida muestra.

La popularización general de la lucha libre propiamente chilena comenzará hacia 1940, año en que el empresario de espectáculos don Enrique Venturino Soto, alias "El Cóndor" (por su compañía de revistas así llamada), toma las riendas del Teatro Caupolicán y lo destina a ser escenario de todas las actividades que él promovía tan exitosamente: boxeo, vodevil, revista, teatro, circo, etc. Con buen ojo para el negocio, Venturino creó también un espectáculo basado en el que había ofrecido Le Marand y especialmente compuesto de exhibiciones de esta forma de lucha libre, con personajes creados ad-hoc y que serían el alter ego de los miembros del equipo de guerreros, combinando así la teatralidad con el deporte de combate y el circo chileno, algo que él también conocía perfectamente, por ser el dueño del célebre "Circo de las Águilas Humanas".

Para esta nueva aventura, Venturino se asoció a sus amigos el Huaso Briones y Vicente Manolete García, usando el coliseo de San Diego por casi 30 años para la exhibición de las luchas de hombres en pantaloncillos y zapatillas de alta caña. La temporada era de marzo a septiembre, todos los miércoles y domingo. Crearon un premio llamado Cinturón de Oro el Cóndor, por el que luchaban los gladiadores de estas primeras generaciones comoel Gato Villegas, el Conde de Sousa, el Fantasma DiPietro, el Chúcaro de la Jara, Máscara Roja, El Judío Aaron Steiner, Desiderio, Carlos Pabs, Diego Torres, Barba Negra, Barba Roja, Conde de Sousa o el inigualable Manuel Tolosa, un delirante y divertido personaje apodado Locatellichileno, parodiando el apellido del famoso compositor italiano.

Inicialmente, se le dio al show el nombre de "Catch as catch can", siguiendo una denominación que se usaba en México y Estados Unidos pero heredada desde Inglaterra e Irlanda para señalar una forma de lucha libre deportiva, cuya traducción literal es algo así como "Agarra como puedas agarrar". No pasó mucho para que el título se corrompiera en "El Catch", "Catchascan" y sobre todo "Cachacascán", como pasó a la historia aquí y también en Argentina, con su propia y gloriosa liga fundada precisamente en esos mismos años por visionarios empresarios de las candilejas como Pepe Luctuore, también bajo influencia de expositores internacionales que hacían giras completas por América Latina.
El término "Cachacascán" llegó a ser considerado un símbolo de virilidad y un ideal de valentía o heroísmo, en el concepto popular de la época. También se habló por muchos años de "un cachacascán" para referirse a una escaramuza, o de una "pelea digna de cachacascán" para señalar que una riña de proporciones; y "cachacasquear" se usó como verbo de golpear a alguien.


Don Enrique Venturino Soto, célebre dueño del Circo de las Águilas Humanas y del Teatro Caupolicán, creador de los espectáculos del "Cachacascán" chileno. Imagen de los archivos de la Biblioteca Nacional.

INTERACCIONES CON LIGAS EXTRANJERAS

A pesar de la influencia mexicana, en un principio se notó la presencia del estilo de lucha circense francesa e italiana sobre el "Cachacascán" chileno (como la presencia de personajes con grandes bigotes, camisetas de tirantes, rostros descubiertos, etc.) pero va adoptando rápidamente algunos elementos que le son más locales, tanto estéticos como estilísticos. Se dice que los luchadores chilenos, por ejemplo, combinaban las acrobacias aéreas y saltos tan característicos de la disciplina, con un uso abundante de llaves y "torturas" de fuerza donde había mucha simulación de brutalidad. Rápidamente, sin embargo, la cultura del cine fue agregando otros elementos nuevos a los personajes, como ciertos disfraces, nombres en inglés y caracterizaciones de vampiros, genios, superhéroes o momias.

También comenzaron a hacer visitas importantes luchadores argentinos y de otras latitudes en la liga chilena, adoptando casi desde su inicio una aspiración internacionalista. En una famosa fotografía del Teatro Caupolicán que figura en los archivos de la revista "Life", por ejemplo, donde se ve una concurrida ceremonia de carácter político de la oposición al gobierno de Gabriel González Videla, se puede observar entre los dos niveles del teatro, junto a otros lienzos promocionales, uno que dice claramente: "Pronto: CATCH Internacional 1950".

En el verano de 1962, mientras se realizaba el Torneo Internacional Cachacascán, causaron gran sensación los enmascarados Hermanos Diablos Rojos de México, quienes se enfrentaron en una histórica lucha con la dupla de chilenos compuesta por Jimmie Garrido, el campeón de Las Condes, y el célebre curicano Pepe Santos. En la misma rueda de torneo se enfrentó el fornido Pantera, un campeón cubano de raza negra apodado "el gladiador de ébano", contra El Colérico Nelson, extraordinario y acrobático luchador argentino. En la misma oportunidad, también se vieron las caras el gigante temuquense Lautaro Rizzo contra el formidable Sansón Gutiérrez; y el mencionado Tolosa contra el guerrero ítalo-argentino Ángelo Donatti.

Tras la profesionalización de la liga argentina con los famosísimos "Titanes del Ring" ese mismo año, comenzando a quedar atrás la historia del "Cachacascán" platense, también realizó visitas al Teatro Caupolicán uno de sus más grandiosos miembros fundadores: el gladiador trasandino de origen armenio Martín Karadagian, uno de los pocos que ostentaba en el mundo auténticos triunfos olímpicos, además de sus talentos como luchador de estos encuentros y cierta experiencia como actor de cine.


Míster Chile en antiguo aviso del "Catch" en el Teatro Caupolicán.

LOS PERSONAJES DEL RING

Ya he contado en otra parte que mi abuelo paterno, Mariano Salazar, fue parte de este equipo de actores-luchadores del "Cachacascán", en su caso presentándose con dos personajes: El Gorila Chileno, que interpretaba a rostro descubierto, y El Hombre Araña, sin ninguna relación con el famoso personaje de la compañía Marvel del mismo nombre (Spiderman es posterior, del año 1962), sino correspondiente a un enmascarado vestido de negro y con capa. Allí compartió ring con tremendos exponentes locales de esa generación, como el propio Pepe Santos, e hizo dupla con otros grandes como el luchador llamado El Foca. Hubo un período en que la cantante de rancheras Guadalupe del Carmen, no se perdía las peleas del Gorila Chileno, asistiendo siempre a estos encuentros, pues era su admiradora incondicional y de primera fila.

Siempre hubo algo de circense y humorístico en estos espectáculos, especialmente en las caracterizaciones de los luchadores. Había uno muy singular, llamado Renato El Hermoso: un Adonis gigante de contextura muscular y larga cabellera rubia, que solía avanzar al escenario en las presentaciones caminando como señorito o modelo glamoroso mientras, a su lado, un asistente iba a su ritmo tirándole perfume con una botella con pera de aire y a veces también peinándolo. En una inolvidable ocasión, le tocó a Renato El Hermoso medirse con Tolosa, el payaso del ring. Luego de subir haciendo su típica caminada desde el camarín al cuadrilátero como si fuera una pasarela de moda, el presentador llamó a su contrincante: el estadio estalló en risas cuando Tolosa apareció imitando a su rival pero, en vez de un refinado señor tirándole perfume, trajo a un asistente vestido como típico gañán callejero del barrio San Diego, de esos que tomaban vino dentro de un tarro, y le pulverizaba encima un supuesto insecticida con una vieja bomba manual de Flit, de esas que usaban las abuelas para matar moscas. Mientras lo hacía, el luchador sonreía y levantaba los brazos para que le echaran del rocío venenoso bajo las axilas, luciéndose con la hilarante escena. El mismo Tolosa tenía otra costumbre realmente ridícula para su personaje: cuando estaba perdiendo la lucha e iba a su esquina a pedir agua, en vez de echársela en la cara con las manos, como acostumbran los luchadores, se la tiraba entre sus propias nalgas.

Ya entonces, cada luchador tenía su estilo característico y su "sello" de pelea: el pequeño Indio Colo-Colo compensaba la falta de estatura con una agilidad y energías fuera de serie, el mismo recurso que en nuestros días ha convertido en celebridad al luchador mexicano de la WWE Rey Misterio. Paolo Rossi, en cambio, apodado "El Hombre Montaña", tenía en su cuerpo ancho y casi cuadrado la enormidad, las calugas y los brazos de hierro suficientes para hacer a sus adversarios la llamada llave del "abrazo del oso", dejándolos fuera de combate. Cabecita de Oro, por su parte, se valía de los cabezazos para noquear a sus adversarios.

Aunque el espectáculo tenía mucho de circense y libreteado, no había que engañarse: estos tipos sabían pelear tan bien como coreografiaban sus combates. Pepe Santos, por ejemplo, era experto en artes marciales; Dragón Chino era encarnado por un profesor de estas mismas artes; Humberto Cabrera se manejaba perfectamente en el boxeo; y el ex Gorila Chileno, ya viejo y bebiendo café con sus amigos jubilados en el Paseo Ahumada, una vez fue provocado por un sujeto joven que terminó aturdido y medio asfixiado con sus manos, como he contado en otra entrada de este blog.

Estas arenas no eran para débiles ni enclenques. Un conocido luchador de esos años, aparece como "El Mamut de la Patagonia" en el cuadrilátero del Teatro Caupolicán, en el filme de humor chileno "Tonto pillo" de 1948: tenía también una extraordinaria agilidad aparejada de la fuerza que alojaba su corpulencia, de gran altura y con cabellera inflamada, como la del personaje Cabellos de Ángel creado por Pepo para la tira "Condorito"; y aunque mucho más pequeño, equivalía acá a lo que fue después André the Giant en el wrestling internacional. Por su parte, el mencionado Lautaro Rizzo sí alcanzaba los mejores estándares: pesaba 110 kilos y medía casi dos metros de altura, poseyendo la fama de tener "fuerzas de búfalo". En una generación más joven, Bruno Siegmundo, Manuel Vargas y el famoso Míster Chile, que habría sido campeón nacional de levantamiento de pesas en los años sesenta pasando al "Catch" y luego a los "Titanes del Ring".


Los Hermanos Diablos Rojos Mexicanos, ilustres visitas del ring chileno en el campeonato de 1962 (Fuente imagen: diario "La Tercera de la Hora").



Diego Torres, el luchador conocido como El Tarzán Chileno, en fotografía tomada hacia 1960, hoy de los archivos del Museo Histórico Nacional.

OTROS VIEJOS ESTANDARTES

En la época con más disfraces y máscaras, era común que los luchadores asumieran dos o más papeles de guerreros, reservando sólo uno a su presentación a rostro descubierto. El temido y afamado Tino Benvenutti, por ejemplo, además de un personaje con su nombre encarnó en el ring a El Estudiante y al Conde Drácula; y el maestro Miguel Ángel Fanfani, en realidad llamado Oscar Norberto Rodríguez, interpretó -además de su alter ego personal en traje azul- a fieras como El Ángel Rojo y Mr. The Death, con un disfraz de huesos que se adelantó por décadas al de la mascota corporativa de la banda "Misfits", entre varios otros y a pesar de que por su delgadez Manolete García lo retaba diciéndole que jamás sería un luchador profesional. Una de sus primeras luchas había sido en un campeonato del Gimnasio Nataniel, en 1962, donde se presentó como El Romano. Sólo en 1962 pudo incorporarse al Teatro Caupolicán, donde llegó a ser director de la nueva generación de luchadores.

Las primeras escuelas amateurs estaban en el famoso Club México, sede del boxeo en calle San Pablo, y en el Fortín Prat de Valparaíso. Algunos comenzaban a formarse muy jóvenes. Sin embargo, sucedía algo curioso: el que varios luchadores actuaran sin máscara en al menos uno de sus personajes, muchas veces permitió al público descubrir casualmente que sus "héroes" eran en realidad cargadores de La Vega Central, guardias de seguridad o nocheros. Otros, sin embargo, eran universitarios, músicos e incluso hombres de teatro, profesionales que en varias ocasiones abandonaron sus trabajos para dedicarse especialmente a este rentable negocio del "Catch", como fue el caso de mi abuelo. Muchos aprovecharon también ciertos parecidos físicos con personajes conocidos para construir sus propios papeles en la lucha, como Omar Shariff, Sancho Panza, Abdula y el clásico Tarzán Chileno siempre acompañado de su amigo El Peta.

El espectáculo del "Cachacascán" fue paseado e imitado en varias partes del país. Valparaíso también fue una importante sede de estas peleas. El negocio parecía tener gran prosperidad hacia los sesenta, año en que se incorporan muchos nuevos personajes y se adoptan más elementos tomados de la cultura popular y televisiva para la creación de los mismos. Pero la incipiente crisis económica de los setenta y la necesidad de aumentar la cobertura comunicacional de los espectáculos de lucha libre, llevaron a los empresarios Augusto Olivares y Ernesto Morales, propietarios del show, a venderlo a la televisión el programa.

Esta decisión fue definitiva para el futuro del viejo "catch" en Chile y no estuvo exenta de polémica dentro del ambiente, pues le fue arrebatada a Fanfani toda la generación de nuevos luchadores que venía formando para continuar con la actividad gladiadora del Teatro Caupolicán.

"Nunca habrá otra vez en Chile una lucha libre como la de los tiempos del Cachacascán"
, solía decir Fanfani, romántico y nostálgico de sus años de apogeo como The Death.


El clásico personaje de Míster The Death, encarnado por el maestro Miguel Ángel Fanfani, quien aparece a la derecha en fotografía del año 1997 (Fuente imagen: diario "La Tercera").

EL FINAL DE UNA ÉPOCA

Sin embargo, la caída de esta legendaria época sobrevino con la venta del espectáculo a la televisión, cuando nace el programa de "Los Titanes del Ring" en la Estación de Televisión Nacional de Chile, en una primera temporada de 1971 a 1974, que en la práctica fue sólo una imitación de bajo presupuesto del programa argentino del mismo nombre y que también había liquidado la edad del "Cachacascán" platense en 1962, pero con el plus comercial de las transmisiones televisivas que, en algún momento, llegaron a alcanzar gran audiencia.

El giro abrupto y el cambio de nombre han gestado el mito de que la lucha libre chilena nació sólo como mala copia de los "Titanes del Ring" argentinos, echando una tonelada de cemento de olvido y desdén sobre toda la tradición muy anterior, iniciada por el histórico "Cachacascán". Por otro lado, la incorporación de criterios de trabajo que hicieron a nuevos luchadores menos dispuestos a recibir en serio las patadas y golpes que antes moreteaban a los aguerridos precursores de estos shows lúdicos, por cuestiones de televisión y de llegada al público familiar, fue realzando la percepción de lo irreal del mismo en las transmisiones, y en no pocas veces los "titanes" fueron objeto de burla y caricatura.

Destinos inciertos tuvieron los luchadores formados o herederos del "Cachacascán", al pasar la época de la clásica lucha libre chilena: Ya en el tiempo de los "titanes", La Araña Juan Parra, se vio involucrado en el caso de un dramático secuestro de un infante; yJimmi Garrido, el campeón, apareció años después implicado también en un asunto policial. Míster Chileen cambio, pasado su regreso al ring con los "titanes" chilenos, se encargó también de una funeraria en Valparaíso y ha dado algunas entrevistas tras cancelarse el programa; y quien usó el traje de su archirrival La Momia, el calvo y atlético Bruno Siegmund, quien conoció los rigores del Teatro Caupolicán con sólo 15 años encarnando personajes como El Hombre Tijera y 007, se dedicó a músico, maestro enfierrador y profesor de lucha, aunque nunca ocultó mucho sus rivalidades con Míster Chile fuera del escenario; un cáncer fulminante le arrebató la vida a este titán de un metro 97 centímetros de altura, el año 2005. También enseñaría su oficio a las nuevas generaciones el veterano Fanfani, fallecido el año 2008 a los 72 años, siendo considerado para la posteridad como un respetado aporte para el actual resurgimiento amateur del género.

Las "noches de titanes", con lo bueno y lo malo del rubro, pertenecen a una época posterior a la que nos interesa por ahora, de modo que la dejaré para una futura entrada, ya que es en ella cuando se produce la decadencia y caída de la clásica lucha libre chilena, al intentar semejarse a un modelo extranjero que ya se encontraba en retirada y revisión por aquellos años, valiéndose incluso de personajes casi infantiles (Frankenstein, con una máscara similar a cualquiera de casas de disfraces, y otros copiados de famosos luchadores de México, como El Santo) y luego teniendo que enfrentar las restricciones de reunión y de actos masivos durante los años ochenta.

A la sazón, pues, el género de espectáculos iniciados por el epopéyico e inolvidable capítulo del "Cachacascán" chileno, ya dormía profundo en la paz de su sueño de muerte.


Tino Benvenutti, el hombre detrás del luchador El Estudiante, y Bruno Siegmund en el traje de La Momia, que si bien era un personaje posterior al "Cachacascán", presentado en "Los Titanes del Ring", el hombre detrás del disfraz había alcanzado a particpar en las luchas antiguas del Teatro Caupolicán siendo un adolescente, con personajes como 007. Ambas imágenes son del año 1997 (Fuente imagenes: diario "La Tercera").

LA "PICÁ DEL HUASO CARLOS": LA CANTINA DONDE ES IMPOSIBLE IR SÓLO UNA VEZ

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Coordenadas: 33°26'52.44"S 70°40'28.50"W

Este simpático boliche tiene fama de ofrecer uno de los tragos "terremotos" más mareadores y sabrosos de todo el comercio popular de Santiago, además de sus especialidades en comida chilena, colaciones de la tarde y las infaltables cervezas, favoritas de los universitarios. El "cola de mono" también tiene aquí una reputación incomparable. Los cuequeros se reúnen a tocar en estas salas de color verde y abundante decoración costumbrista, golpeando panderos hasta se acaba el pipeño y la borgoña, en esas noches de música y baile. Folkloristas conviven con miembros de tribus urbanas, estudiantes, trabajadores, turistas y chiquillas "mariposas nocturnas". Hasta cuando está más lleno, siempre queda un lugarcito más en algún rincón.

Ubicado en Esperanza 33 esquina Romero, en medio de un vecindario de antiguas casas que ya han comenzado a ser desplazadas por los mismos proyectos inmobiliarios que acosan al Barrio Yungay, los dominios de la "Picá del Huaso Carlos" se han extendido por un territorio principalmente de universitarios, dada la proximidad de casas de estudio alrededor, además de la cercanía al Metro Unión Latino Americana en la Alameda.

El bar-restaurante pertenece a don Carlos Cárdenas, el patronímico y respetado Huaso Carlos, por cuyas mesas y mesones han pasado generaciones de leales clientes alegres, músicos y vecinos del barrio, pues es imposible no volver a esta cantina una vez que ya se la ha visitado. El Huaso la atiende personalmente, y aunque tiene un falso aspecto de hombre adusto, es una persona muy afable y cordial con su gente. También es propietario de algunas salas de pool en el sector de Padre Hurtado, además de un veterano que ha conocido lo bueno y lo malo de la misma historia bohemia que ahora teje más capítulos también en su local.

El patrón, tras su mesón en una tarde de primavera del 2009.

El mítico y afamado "terremoto" del local.

Sus salas son desde antaño un lugar de reunión, charla y encuentro.

Este boliche nació como la "Chichería el Huaso Carlos", algo que se confirma en las boletas y en uno de los cuadros folklóricos que han adornado por décadas el lugar: junto a una pareja huasa bailando cueca dentro de una fonda, hay un barril con el mismo nombre pintado encima. El sitio también tenía desde su origen el estilo de fonda o chingana que ha mantenido hasta nuestros días y que se refuerza en esos cuadros de ingenuo talento artístico. Don Carlos lo fundó hace unos 40 años, según sus cálculos, siempre con este carácter popular y folklórico, además de orientado al cariz de "picada" alternativa. De ahí el nombre que le dieron sus parroquianos, quedando para la posteridad como la "Picá del Huaso Carlos".

El cuartel de pipas está en una de las viejas casonas de un piso de este sector. Se accede al mismo por entre una mampara, con dos grandes barricas custodiando este acceso de los clientes. Al interior, uno se enfrenta a un palacio compactado de chilenidad, con las señaladas obras de pintura, decorados y lámparas colgantes desde el alto techo de madera. También hay algunos gorros típicos y de fantasía prendidos en esos mismos muros colmados de avisos con precios, afiches y otros colocados por los propios visitantes más jóvenes, anunciando tocatas o encuentros de teatro. La barra principal con mostradores y sus repisas con botellas ocupan un enorme espacio al fondo del local, bajo el cual cuelga el más grande de los carteles dando la bienvenida. Como sucedía en el desaparecido "777" de Alameda, algunos comensales tiene la costumbre de hacer anotaciones en los muros verdes, dejando testimonio de alguna noche de farra o celebración.

Los vinos y chichas dulces del "Huaso Carlos" son de fama comprobada. Un antiguo letrero que alguna vez fue luminoso, dentro del local y atornillado en el dintel sobre el acceso de una sala a otra, invita atentamente al cliente: "Pida el rico pipeño". Cada vez que llegan las partidas de agua de la alegría, algún cartel de papel es colocado en los vidrios hacia el exterior anunciando el feliz arribo. Además de los platos de comida típica, hay empanadas, huevos duros y charqui que se ofrecen como bocadillos. Tampoco faltan los completos a la venta.

El "terremoto" de este sitio merece un comentario especial. Alguna vez me referí a él en la primera "Galería de Terremotos" que publiqué hace tres años en este blog. Al pipeño con helado de piña se le agrega acá coñac, fernet, manzanilla, menta y granadina, combinación que lo tiene señalado como uno de los mejores tragos de este tipo disponibles en Santiago. Sin embargo el Huaso Carlos, sin ánimo de entrar en polémicas, asegura que esta receta la ha ofrecido en su local casi desde los inicios, mucho antes del terremoto de 1985 que, según la leyenda, fue el hecho asociado al origen del "terremoto" en la historia de la coctelería popular chilena, particularmente en la célebre cantina de "El Hoyo". Esto abona a mi impresión ya antes expresada en este blog, de que si bien en dicho bar de la Estación Central tuvo lugar el bautizo del trago con el nombre de "terremoto", en 1985, la receta puede tener semejanzas con otras anteriores que mezclan vino o pipeño con helado de piña, como la que se asegura vendida en el "Huaso Carlos" desde los años setenta.

Los cuequeros vienen acá seguido, musicalizando el ambiente de pipas y cuadros polvorientos. Es corriente encontrarlos en las tardes. Alumnos de la USACH y de la cercana Universidad ARCIS también lo frecuentan, haciendo del "Huaso Carlos" un lugar de público ecléctico y variado, a veces bastante colorido y en otras horas del día más conservador. Y es que aquí, pues, todos los clientes son VIP.

El barrio se ha vuelto un tanto complicado en los últimos años, especialmente en las noches. Para la tranquilidad de los visitantes, una caseta de seguridad ciudadana fue instalada en la esquina vecina a la "Picá del Huaso Carlos", así que, como el querido Huaso declara tener energías y ganas para mantener aún el negocio, confiaría en que éste seguirá alegrando por largo tiempo más a nuestra ciudad, con sus jarras de pipeño, sánguchitos de pernil y el sonar de las cuecas urbanas.


"CASINO BONZI": EL TEMPLO DE LA DIVERSIÓN EN EL DESAPARECIDO PORTAL EDWARDS

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Fachada del "Casino L. Bonzi" en la Alameda, en el edificio del Portal Edwards (Fuente imagen: revista "Zig Zag", 1912).

Coordenadas: 33°27'1.38"S 70°40'30.86"W (antigua ubicación)

Al pasar el siglo XX completo, el otrora concurrido y famoso "Casino Bonzi" ha ido convirtiéndose en un desconocido en la historia de la ciudad, como si su época de esplendor estuviese condenada al olvido conforme se aleja en el tiempo, perdiéndose por la oscuridad de la crónica y los recuerdos vagos de generaciones que ya murieron. Por alguna extraña razón quizás vinculada con esto mismo, el conocido cronista se refiere a este histórico centro bohemio sólo como "un tal Casino Bonzi" vecino al popular Teatro Politeama; otros autores ni siquiera han citado su nombre al recordar la antigua bohemia del sector de Estación Central, ejemplificando con otros locales que fueron muy posteriores e incluso menos coloridos que éste.

La verdad es que el "Bonzi" fue mucho más que "tal": el centro de recreación más importante que ha tenido la Alameda en este sector de la ciudad cercano a la Estación Central, y particularmente el más célebre de los que se ha ubicado en las dependencias del desaparecido edificio del Portal Edwards, convirtiéndose en un hito de la abundante vida nocturna y festiva que creció alrededor del portal y del teatro a principios de la pasada centuria, contagiándose de esa vida intelectual y aventurera que rodeó siempre al mismo barrio. Lo poco que ha quedado escrito de él, es lo que ha inducido al ninguneo.

Por entonces, hubo un "barrio chino" en Estación Central muy parecido al que encontró acogida en calle Bandera. Como se recordará, en Bascuñán Guerrero casi llegando a la Alameda, por ejemplo, estaba el restaurante "Atenas", que en su tiempo fuera atracción para figuras como la del propio Presidente Arturo Alessandri Palma. Años después, en 1933 se instaló frente al teatro el cabaret "Viena", ofreciendo la mejor variette, dos orquestas y "lindas muchachas bailarinas". Sin embargo, ninguno tuvo la importancia y el atractivo que el club del "Casino Bonzi", que fue, en cierta forma, el precursor de esta clase de establecimiento recreativos en el portal comercial y alrededor del mismo.

UNA GRAN EPOPEYA BOHEMIA

Lautaro García, en su "Novelario del 1900", también nos dejó algo escrito en recuerdo del "Bonzi" (al que llama con errata "Bonci"), recordando a mediados del siglo sus años hacia el Primer Centenario:

"Tal vez, o sin tal vez, los representantes de las nuevas generaciones de trasnochadores que suelen pasar, por casualidad, en la alta noche por frente al Portal Edwards y contemplan su obscura soledad provinciana, no se imaginan que bajo esas lóbregas arcadas de estilo italiano ochocentista estuvo radicada, hace siete lustros, la alegría nocturna del Santiago que recién empezaba a despertar a la vida europeizada y galante.

Lo que le dio auge y concentró en ese extremo de la ciudad, como se consideraba en la época al barrio de la Estación Central, a todos los amigos de la trasnochada con música fue la construcción del Teatro Politeama en el fondo del Portal, separándolo de éste por una calle y la instalación bajo las arcadas, mirando a la Alameda, del Casino de Bonci. Como todavía subsistían los viejos prejuicios postcoloniales de que el noctambulismo era una costumbre pecaminosa, el Portal Edwards se convirtió en sitio prohibido para las personas serias y honestas.

Por lo tanto obtuvo de inmediato el favor de la gente juerguista y peripatética. Empezaron a circular por los hogares santiaguinos, en voz baja, picarescas historias sobre lo que sucedía después de la una de la madrugada en el Casino y sus alrededores. Se susurraba que ni en París se veía descoco semejante. Era lo que faltaba para que se transformara en el sitio de moda".

El "Casino Bonzi" había nacido casi con el mismo Portal Edwards, a principios del siglo XX, fundado por un comerciante italiano con ese mismo apellido. Este mismo señor Bonzi, asociado con otro de apellido Marini, había inaugurado en 1908 el complejo vecino al portal llamado Parque Oriental, compuesto de seis kioscos y un teatro de estilos chinos en su arquitectura de fantasía, de modo que estaba emparentado desde temprano con la atracción y diversión ofertada en el edificio comercial.

Eduardo Balmaceda Valdés, en sus recuerdos de "Un mundo que se fue", también comenta algo sobre sus pasadas juveniles por el lugar y las sacadas de quicio de las que fue víctima el patrón, en los primeros años de servicio del casino:

"Allí llegaban noche a noche casi todos los noctámbulos de Santiago. Nuestro grupo era el más joven y por ende, el más entusiasta.

Cuántos malos ratos hicimos pasar con nuestras travesuras al dueño de aquel célebre casino, el italiano Bonzi, qué expendía un vaso de whisky por la suma de un peso, ni más ni menos".

Su clientela era gente de vida o de paso en el barrio, mezclándose intelectuales con obreros de los ferrocarriles, pasajeros de los hoteles que funcionaron en el edificio y gran parte del público y los actores del Teatro Politeama. En 1912, se publicitaba con "Lúcidos conciertos todas las noches por la orquesta de damas vienesas", agregando que su oferta era también de "bombones, confites y licores finos" de importación directa, pues el restaurante y bar era, a la vez, una confitería famosa por sus chocolantes, como era tradición en muchos otros establecimientos de este tipo hacia esos años. Los miércoles y los viernes se ofrecía allí un show especial de "noches blancas", con un festival de bandas militares bajo "iluminación á giorno" (como si fuera de día).

Balmaceda agrega que, en su apogeo, el casino era especialmente atractivo entre la juventud, de moda sobre todo durante las noches:

"...las damiselas del barrio latino se pirraban por llegar a ese recinto donde un romántico pianista llamado Pons ejecutaba una especie de coro, melancólicos valses y trozos de operetas; después, en cierta época, fue este pianista sustituido por una desusada orquesta de damas vienesas que desentonaban en aquel ambiente con sus semblantes virginales y sus albas y sencillas túnicas, y cuyo director veíase obligado a poner cara de palo al escuchar las intencionales cuchufletas que el público les lanzaba a cada instante".

A pesar de estas críticas a la orquesta femenina, cabe hacer notar que las damas vienesas fueron lo que más se publicitó como atractivo para este casino, por largo tiempo, pues parece que siempre hubo cierta aspiración por darle un perfil de refinamiento, como veremos.

"Más tarde de la noche -continúa Balmaceda-, cuando no se formaba una de aquellas baraúndas de "sálvese quien pueda", tan frecuentes en los sitios nocturnos de aquel tiempo, los aficionados subíamos al tablado y ejecutábamos en el piano los trozos más populares y de moda que el público por lo general aplaudía, pero que a veces también, no satisfecho con la ejecución, nos lanzaba una nutrida lluvia de vasos, panes, etc. Cuántas veces, con Fernando Santa Cruz, que éramos los pianistas de esta comparsa, recibimos ambas manifestaciones".

El palaciego Portal Edwards, poco después de inaugurado.

¿CÓMO ERA EL "BONZI"?

Por las fotografías que existen del "Bonzi", se deduce que la decoración interior buscaba inclinarse a la incuestionable elegancia, además de los finos muebles disponibles al público y los cuadros ornamentales de sus salas. Una gran lámpara araña de cristal de Venecia colgó durante toda su existencia al centro del salón. No obstante, el recién citado autor acota también que "a eso de las tres de la mañana había que ser valiente o algo confiado para quedarse allí tranquilo". Esta bravura comenzó a empeorar hacia los últimos años de existencia del negocio, aunque fue un tanto endémica en todo el entorno del barrio de la Estación Central.

"Establecimiento de lujo y de moda", recalcaba los avisos del local, e intentaba demostrarlo en cada detalle: su barra debió haber sido una de las más grandes y bellas en esos años. Un gran cartel sobre el arco de la entrada principal se presentaba a los clientes, encima de un orgulloso blasón de nuestro Escudo Patrio: "CASINO L. BONZI", aunque la gente le llamaba también "Casino de Bonzi" o, simplemente, "Casino del Portal Edwards".

En otra parte de su libro y abundando en la historia del casino, García hace también una detallada descripción de su ambiente de la boîte, su show y su clientela, que preferiría transcribir completa en lugar de intentar disfrazarla con palabras mías:

"Era a principios del 1910. Chile entero se preparaba para celebrar el centenario de su emancipación política y Santiago se aprontaba para echar la casa por la ventana y el alma patriótica por la puerta. El Portal Edwards vivía sus noches más gloriosas. Por la clientela de damas tocadas con sombreros a lo Van Dyck con plumas lloronas, blusas de mangas abullonadas, ceñidas a reventar seda -imperaba el talle de avispa- y polleras de amplio ruedo encarrujado, y de caballeros de chaqueta de colores claros, grises, café con leche, jipijapas a la Santos Dumont y botines de charol; y por los vibrantes aires de opereta que salían a bocanadas del Casino, el sitio parecía un rincón vienés, incrustado en el corazón del barrio Estación.

El Casino de Bonci fue la primera pastelería con característica de café concert, al estilo del Viejo Mundo, que se atrevió a abrir sus puertas en la capital. Su salón iluminado "a giorno" -era la expresión de la época- con las primeras instalaciones de luz eléctrica, estaba revestido de espejos en cuyas lunas, como en una mágica luminaria, se multiplicaba innumerablemente el fulgor de las ampolletas vestidas con las faldas de cristal de las tulipas.

Hasta la medianoche, aún se veían donde Bonci padres de familia con sus honestos hijas tomando helados con barquillos; pero cerca de la una de la madrugada, empezaba a llegar el público que había concurrido al Politeama y los parroquianos del centro más o menos achispados. También hacían su entrada, algunas hetairas criollas de rumbo y queridas elegantes acompañadas de sus ufanos galanes. El ambiente cambiaba de aspecto humano. A la compostura de ademanes y a las conversaciones en voz baja de la clientela anterior, sucedían los gestos llamativos y las risas ruidosas de las damas recién llegadas y los desplantes amatonados de sus acompañantes. El salón, poblado de pequeñas mesas de mármol y sillas de respaldo metálico, vibraba con las cadencias voluptuosas -así se las adjetivaba entonces- de los valses de Straus, Gilbert y Lehar, los autores de las operetas en boga, que ejecutaba la Orquesta de Damas Vienesas. Pero éstas, merecen párrafo aparte.

Las Damas Vienesas eran la sensación del Casino. Con su maestría musical -cada una de ellas era una magnífica instrumentista- y sus cabelleras rubias más o menos auténticas, levantaron polvareda entre los tenorios de 1910, muchos de los cuales que hoy son respetables abuelos, disimularán la nostalgia de aquellas noches con una grave carraspera y la frase de puntos suspensivos: ...¡Cosas de la juventud!

Esas violinistas y celistas que tocaban sonriendo y que una vez concluidos sus números, pasaban con aires recatadamente desenvueltos entre los piropos de la afiebrada concurrencia nocherniega, le quitaron el sueño a muchos santiaguinos. Vestían unos vaporosos trajes blancos de gasa "chambery", que sólo dejaban ver sus insinuantes escotes y sus rosados brazos de aldeanas; una banda azul les cruzaba el pecho, como defendiendo con su místico color la castidad de sus portadoras. ¡Cómo tocaban el Danubio Azul! Los hacendados de Colchagua y Curicó que hacían sus escapatorias extraconyugales a la capital, encontraban que las "gringas hacían hablar a los instrumentos". ¡Quién las hubiera llevado para un rodeo!"

Y pasando a describir el controvertido ambiente nocturno que se generaba en el casino, prosigue:

"A la una y media de la madrugada la cosa estaba que ardía donde Bonci. Todo el mundo se sentía un poco embriagado más que de alcohol, de la euforia que palpitaba en el ambiente. Ellos acercaban las guías de sus retorcidos bigotes al rosado caracol de las orejas de sus damas y éstas reían hasta mostrar el diente de oro. Los taponazos del champaña fusilaban las tulipas de las luces. El recinto parecía el escenario de un segundo acto de opereta. Ya habían llegado las artistas y los actores de la Compañía que actuaba en el Politeama y los noctámbulos elegantes, de apellidos de etiquetas de vinos. También solían aparecer a esa hora escritores, pintores y periodistas que entonces ocupaban, con sus nombres, el primer plano de la actualidad literaria y artística.

De vez en cuando aparecía de capa y chambergo, con su andar claudicante, la figura del poeta Antonio Bórquez Solar en compañía de Manuel Magallanes Moure que lucía su barba morisca; o se asomaba la ciranesca nariz de Armando Hinojosa, el cáustico humorista que dirigía "Sin Sal", una especie de "Topaze" de la época. Un cliente asiduo, que casi noche a noche dejaba oír su voz grave y elegíaca, era aquel bohemio colombiano, que se llamó Claudio de Alas. La nota erudita la ponía don Enrique Nercasseaux y Morán, catedrático de asombrosa memoria, que aparecía de vez en cuando; y la montmartresca, el escultor Coscolla que vestía casaca de terciopelo y pantalones a cuadros ajustados al tobillo. Era un español de rostro nazareno y larga melena, diestro imaginero, que a fuerza de modelar cabezas de santos había concluido por parecerse a ellos. El dandysmo estaba representado por Gustavo Balmaceda, con su estampa de Brumel y su sonrisa displicente que en el fondo ocultaba un desencanto incurable; así como la seducción galante la encarnaba Adela Cazarete, que trastornara el seso desde Ministros de Estado para abajo.

Hoy todos ellos no son sino sombras de un pasado santiaguino próximo en el tiempo, pero muy lejano en el espíritu".

Antigua fotografía, con una vista de la fastuosa barra al interior del casino (Fuente imagen: revista "Zig Zag", 1912).

LAS PELEAS DE ANTOLOGÍA

Comenzando a describir ahora la sensación ambiental del local y su temperatura cultural, García no oculta las pendencias y las rencillas que siempre encontraron arena para justas en esta clase de centros y clubes, consagrados especialmente a los vividores y a los nictófilos de Santiago:

El "clima" artístico mundano, al que inyectaban melodiosa euforia las hijas del Danubio, solía alterarse algunas noches en forma belicosa. Había algunos escándalos gordos. Ya era un parroquiano al que con los principios de la "mona" se le ponía el vino agresivo, y le afloraba desde el concho de su psicología el antepasado aborigen; o ya era una Desdémona de cité la que con sus complacencias a las insinuaciones de un futre "levantador", provocaba el incidente.

- ¡De un soplido soy capaz de matar a todos estos pijes que hay aquí! -exclamaba parándose en medio del salón, con aire de perdonavidas, el lejano descendiente de Michimalonco.

Una provocación semejante no podía dejarse pasar sin una respuesta del mismo calibre.

- ¡Hocico te sobra, roto botado a gente; pero parece que te va a faltar resuello!

- Como el señor va a necesitar mucho aire para cumplir su promesa, es mejor que se vaya a tomarlo afuera -observaba un chusco.

Con la salida zumbona y las risotadas generales, el matón se sentía corrido y se apaciguaba sin que el asomo de camorra prosperara. Pero cuando el asunto era por cuestión de faldas, o mejor dicho de ojos, la trifulca no la evitaba nadie.

- Ese tipo que está al frente, me tiene nervioso, Violeta. Hace rato que está con sondistas para acá.

- ¿Y yo que culpa tengo?

- Es que le estás chichoneando.

- Ya empezaste con tus celos. No se puede salir a ninguna parte contigo. No la puede mirar nadie a una, sin que tú no pienses mal.

- Como si yo no te conociera. ¿No ves? Otra vez te hizo un gesto.

- Yo no me he dado cuenta.

- Yo, sí; y al tiro voy a aclararlo.

- No seas tonto, Arístides. Te vas a poner en ridículo. A Arístides le importaba un pepino el ridículo y resueltamente se dirigía al don Juan.

- ¡Qué se ha figurado el muy imbécil? ¡Hasta cuándo le va a estar guiñando el ojo a la señorita?

- Hasta que me mejore. Es un tic nervioso que tengo.

- Vea modo de que se le quite porque si no, yo lo voy a sanar con un par de sopapos.

- Prefiero ir a ver a un médico, Ud. no me inspira confianza.

- Salga a la Alameda, si es hombre.

- ¡Uy, uy, qué miedo!

- No le haga juicio, no pelee mi hijita -intervenía la causante del altercado, haciéndose la que lamentaba la cosa; en el fondo, muy complacida de la actitud de su hombre.

- Hace bien en disuadirlo de su locura, porque si se me acaba la paciencia y me paro, no le respondo de su nariz.

- ¿Tipo de m...?

En el preciso instante en que de varias mesas se pedía más cultura, una bofetada del Otelo con chaleco de fantasía, hacía rodar con silla y todo al desprevenido tenorio y se armaba la marimorena. Rodaban botellas y mesas y el centro del salón se transformaba en un ring. Pelea a la criolla, sin finteos, a pura "tupida". Las damas lanzaban agudos gritos como si un tropel de ratones se les hubiera subido por entre las faldas; pronto los amigos y simpatizantes de los peleadores también intervenían en la lucha. La concurrencia se dividía en dos bandos y la pelea se hacía general. Nadie sabía a quien le pegaba, pero todos los hombres enardecidos por la atmósfera bélica lanzaban golpes a diestra y siniestra. Un espejo se hacía trizas por un botellazo mal dirigido. Algunos golpes locos daban precisamente en las narices y ojos de los parroquianos más serenos y que se habían levantado con el propósito de separar a los contrincantes y restablecer la calma. La llegada de la policía ponía término a la gresca.

La comisaría del barrio, con mucho tino y previsión, mantenía siempre destacados en la cuadra del Portal a sus guardianes más fornidos. Para los representantes de la autoridad era tarea ardua el establecer quien había sido el iniciador y culpable del bochinche. Apaciguados los ánimos, y pagados los cristales rotos, satisfechos con las bofetadas, los golpes dados y también con los recibidos, todos deponían sus arrestos pugilísticos y nadie reclamaba de nadie. Los interrogatorios no daban ningún resultado. Oyendo las declaraciones de ambos bandos se creería que aquello no había pasado de ser un entretenimiento, un poco brusco si se quiere, entre amigos.

Era la reacción varonil tácitamente establecida por la psicología nacional. Ante la perspectiva de ir a pasar el resto de la noche en chirona y admirándose unos a otros la bravura para dar y recibir bofetadas, no era raro que los contendores, después de darse mutuas explicaciones, concluyeran finalmente bebiendo juntos en la misma mesa.

Y como si no hubiera pasado nada, el alba sorprendía a todos jurándose amistad eterna ante las últimas botellas. Cantando "Frou-Frou", la canción que hacía furor por aquel tiempo, salía la comparsa camino de Gachón, la casa de cena de la calle Eleuterio Ramírez, donde los noctámbulos comían la tradicional cazuela de ave de la amanecida.

Una descripción parecida hace Balmaceda, sobre estas memorables batallas:

"...y como por aquel tiempo todos usábamos bastones, formábase a veces una verdadera batalla en la que para no salir magullado había que treparse con los de su comparsa sobre aquellas potentes mesas circulares de mármol con patas de hierro y defenderse como en una fortaleza; luego, la entrada de los "pacos" y los que no lograban huir, a discutir áridamente hasta el amanecer en la más próxima comisaría".

Otra vieja fotografía, mostrando en este caso el interior del salón con algunos clientes sentados en torno a una de las mesas (Fuente imagen: revista "Zig Zag", 1912).

INTELECTUALES Y DAMISELAS

Pero todavía hay más antecedentes aportados por Gracía sobre la historia del casino... Inmediatamente después, continuará su entretenido relato dándonos una descripción sobre el entorno del "Bonzi" y las características del barrio en que se encontraba allí como atracción de intelectuales, a pasos de la Plaza Argentina frente a la estación:

"No todo era diversión frívola ni música vienesa en aquel lugar que mantenía el cetro de la nocturnancia santiaguina. Bajo sus arcadas también latía la vida intelectual. Entre el prosaísmo de tiendas, mercerías y baratillos, la librería de don Emiliana d'Alençol era el cenáculo de un grupo de poetas que vivía en los aledaños del Portal. ¿Habrá que decir que tanto el dueño como sus contertulios todos soñaban con la gloria literaria? D'Alençol, hermanando lo práctico con lo espiritual, unía a sus actividades de librero las de escritor.

Además de publicar sus obras propias, editaba las de sus amigos para ayudarlos a salir del anonimato. Desgraciadamente los pequeños volúmenes, repletos de ilusiones vivieron lo que las rosas, el espacio de una mañana, en la vida literaria de esos años. Generoso en todo sentido, el editor festejaba con frecuencia a sus cefradas con unos rociados ágapes, a los cuales asistían representantes de la bohemia de otros barrios, en el Restorán Atenas, el mismo que todavía está en la calle Bascuñán Guerrero y cuyo propietario era un ciudadano griego de apellido Karabao. De aquí el helénico nombre del establecimiento.

Todas las páginas que escribieron aquellos muchachos que no alcanzaron sino la gloria de sus propios aplausos, se hundieron en el limo triste de los libros que nadie recuerda. El único título que persiste es el del restorán, que fue la novela vivida por su juventud de aprendices de escritores".

Cabe recordar que la Plaza Argentina, tan cerca de allí, era a la sazón un gran centro de ordenamiento del transporte colectivo de la ciudad, frente a la Estación Central de la Alameda. Desde ella salían hacia todos los rincones de la ciudad los tranvías que se llevaban de vuelta a sus casas (y posteriormente de regreso al bar) a estos borrachines y aventureros que frecuentaban el casino.

Alberto Santana, por su parte, también escribió algunos recuerdos interesantes del "Bonzi" en su libro "Grandezas y miserias del cine chileno", de 1956, en los que relata algo de sus visitas al casino acompañado por el francés Cheveney, uno de los precursores de la filmografía en Chile:

"El que esto escribe recuerda haber conocido en 1918 a don Julio Chenevey ya como administrador del desaparecido Teatro Politeama del Barrio Estación, haciendo memoria de las películas que había filmado primer0 en su patria y luego en Santiago. A medianoche, después de la función, don Julio invitaba a los que soñábamos con estas alboradas y que éramos sus amigos, al famoso Casino Bonzi que daba al Portal Edwards y, entre taza y taza de espumoso chocolate, nos narraba las sorpresas en gestación del nuevo arte; nos describía la recia personalidad de Carlos Pathé, uno de los primeros industriales del cine y de Georges Mélies, el fantasmagórico, que descubrió los trucos fotográficos y los puso al servicio de la cualidad para el romance y la fantasía, que el cine ofrecía".

El influjo artístico proveniente del cine y teatro vecino, siempre se hizo sentir en el "Bonzi". Esto lo hizo receptivo también a ciertas damas de gran reputación en esos días. En su trabajo titulado "Historia social de la música popular en Chile, 1890-1950", por ejemplo, Juan Pablo González Rodríguez y Claudio Rollé comentan la presencia de "mujeres elegantes como Adela Coussirat", allí en el club. Y además de la querida Adelita, según recuerda Balmaceda en su mencionado trabajo, concurría al "Bonzi" otra distinguida dama del ambiente artístico: Nelly Brown, "elegante cortesana, de característico tipo sajón", según sus palabras. En general, todos los artistas menos "los de gran cartel", según anota el autor, invariablemente terminaban en el casino después de sus funciones:

"Aparecía también con frecuencia en esos andurriales una bizarra y popular moza, que decían de buena familia, Teresa Valenzuela, y que un espíritu bohemio no pudo asimilar a las severas normas del hogar y la llevó a alternar en estos círculos de impenitentes vividores. Donde Teresa llegaba, formábase un corro de hombres que ella dominaba con la exhuberancia de su temperamento y físicamente con su ebúrnea belleza criolla.

Las hermanas Layard, bonitas, bien vestidas, también muy agabachadas, solían aparecer dando una atractiva nota. Una de ellas despertó un gran entusiasmo en un joven e inteligente político que la llevó a dar un paseo por Europa".

Ricardo Antonio Latcham, en tanto, comentó lo famosa que era la animación de la Bella Carmela, otra célebre fémina de entonces que se hizo conocida precisamente por las canciones que cantaba en el "Casino Bonzi", una de las cuales, correspondiente al corrido "El Venadito", decía:

Quisiera ser perla fina
de tus lucidos aretes,
pa' morderte en la orejita
y besarte en los cachetes

EL FINAL DEL CASINO

Pero el famoso club y casino comienza a desaparecer hacia los años veinte, cuando ya no hay menciones importantes en los medios escritos y tampoco la publicidad de las revistas de época. Es, además, el período en que comienza la retirada de los buenos tiempos del barrio que había crecido en torno a la Estación Central, cediendo definitivamente su territorio a las clases populares y más modestas. Coincide también con el período de decaimiento del Teatro Politeama hasta el incendio que lo destruyó en 1941, llevándose una importante cantidad de personas que visitaban el portal comercial.

El empeoramiento de la calidad de la clientela dañó gravemente las pretensiones refinadas del casino. Los matones y los sinvergüenzas intentando hacer "perro muerto" se volvieron cada vez más frecuentes, y Balmaceda indica que en algún momento ya era tradicional en las noches ver los mozos de chaquetillas blancas saliendo al exterior a toda prisa "y jugar a las escondidas entre los arcos del Portal con algún cliente inescrupuloso (en verdad lo éramos todos) que tratara de evitar el pago del consumo". Después vino la formación de bandos castigando o defendiendo a algún sujeto, con las antológicas peleas porque a algún celoso "le miraron" a la acompañante, como vimos que cuenta el memorialista.

Para poder liberarse de estas molestias y malos comportamientos, el "Casino Bonzi" cambió radicalmente su carácter de boliche popular y comenzó a cerrar temprano, "aburguesándose" según Balmaceda. Incluso llegó a eliminar los bailables y las presentaciones en vivo, el algún momento. Se tornó, así, un sitio donde las familias iban tranquilamente a beber café, refrescos o chocolate, conservándose principalmente su oferta como salón de té y de pastelería-confitería, quedando atrás esas jornadas de amor desbordado por los placeres de la noche y sus euforias. Fue así como acabaron los días de la famosa ex boîte.

Una tremenda historia quedó atrás, pues fueron muchos nombres ilustres y personajes bohemios los que visitaron el "Casino Bonzi" antes de su desaparición: a los hermanos Eduardo y Fernando Balmaceda, a Hinojosa, Magallanes Moure, Bórquez Solar y Lautaro García, se suman los Montt Pinto, los Scroggie Vergara, Domingo "Pirulí" Peña Viel, o el comedido y correcto grupo que estos apodaban "los grandes", compuesto por Jorge Sánchez, Carlitos Pereira, Lucho Jaraquemada, Luis Izquierdo Valdés, los hermanos Ossa Prieto, Ujo Cotapos, Juanito Villamil, Enrique Concha Cazotte, Roberto "El Largo" Larraín, Fernando Balmaceda, Fernando "Morondo" Morandé, etc. Allí estuvo también el diplomático Enrique Antúnez Cazotte con sus colegas del Ministerio de Relaciones Exteriores, además del periodista Benjamín "El Loco" Cohen, su colega de "El Mercurio" Juanito Ossa, el poeta Hurtado Borne y su amigo Montt Calm, el escritor Joaquín Edwards Bello, quien mencionará después al casino en su trabajo "Hotel Oddó", al igual que lo hizo Daniel de la Vega, entre muchos otros intelectuales que brindaron y rieron en su salón.

Como se aprecia claramente, entonces, el "Bonzi" nunca fue un café o bar más de Santiago, sino uno de sus más célebres centros de reunión diurna y nocturna, lamentablemente atrapado ya en el cedazo del olvido y del desconocimiento, cuando ni siquiera existe el propio edificio donde tuvo casa el famoso restaurante y bailable de las proximidades de la Estación Central.

LA LARGA Y AGITADA HISTORIA DEL ESCUDO ESPAÑOL EN LA PORTADA DEL CERRO SANTA LUCÍA

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El Escudo Español en un fotografía publicada por la revista "En Viaje", en 1936.

Coordenadas: 33°26'27.82"S 70°38'38.45"W

Una de las piezas más imponentes y atractivas del paseo del Cerro Santa Lucía de nuestra capital, es la portada almenada por la que se accede a la actual Terraza Caupolicán, al fina de la llamada Subida de las Niñas y el desaparecido Acueducto Romano que este sendero contorneaba, hasta dar precisamente en el gran portal de ladrillos y dos torres, con aspecto de ruinas de un castillo.

Sin embargo, destaca en él la presencia de un majestuoso Escudo Español de roca tallada, colocado firmemente en el arquitrabe de la portada, escoltado por dos gallardos leones heráldicos y con varios elementos militares a sus pies y entorno, como tambores de infantería, trofeos de fusiles, corazas, mazas, alabardas, lanzas, sables, cañones de guerra largos, cañones cortos tipo trabuco y sus pilas de balas esféricas, todo con acabados de detalles sencillamente perfectos. La imponente corona colocada sobre el conjunto y que forma parte del blasón original, debe ser una de las más bellas que se hayan esculpido en su época para homenajear el poder soberano del monarca español, pero que, en la práctica, estaba próximo a ser derrocado en aquellos días. Su estilo es un barroco colonial tardío de gran detallismo y delicadeza.

Aunque la terraza está construida sobre uno de los dos fuertes hispánicos usados los realistas en el cerro, la presencia de dicho heraldo ha inducido a interpretaciones populares erradas sobre un supuesto origen colonial de la portada, cuando ésta es posterior y se la construyó durante los trabajos de remodelación ordenados por el Intendente de Santiago don Benjamín Vicuña Mackenna. Por otro lado, no han faltado chismes de tradición oral entre mitómanos y fantasiosos, intentando sostener que dicha pieza artística habría sido parte de secuestros de ornamentación patrimonial de Lima durante la ocupación chilena del Perú en la Guerra del Pacífico, fábula que también se ha tratado de sentar sobre otras conocidas reliquias de la ciudad como la Fuente de la Libertad Americana en la Plaza de Armas, los cañones virreinales del Palacio de la Moneda y los famosos Leones de Providencia. La verdad es que este escudo jamás ha tocado suelo peruano.

Las vicisitudes y derivas en los antecedentes de este blasón de piedra es poco conocidas. Muchos las resumen diciendo que sólo se trataba de una pieza artística que iba a ser colocada en el Palacio de la Moneda, pero el plan se frustró con la llegada de la Independencia y después Vicuña Mackenna decidió instalarla en el cerro. Sin embargo, su historia es mucho más compleja y entretenida.

Acueducto Romano y Portal del Escudo Español en 1874. Nótese la maravillosa ornamentación artística que lucía esta compleja estructura cuando recién inaugurada.

EL ORIGEN DE ESCUDO

Durante el gobierno colonial de don Luis Muñoz de Guzmán (1801-1808), surgió la idea de coronar un acceso en el frontispicio del Palacio o Casa de Moneda con un gran escudo de armas españolas esculpido en piedra, cuando el edificio del arquitecto Joaquín Toesca fue terminado en 1805 tras casi 10 años de arduo trabajo y sin que éste alcanzara a verlo concluido, falleciendo antes.

Aprobado ya el proyecto, don José Santiago Portales y Larraín, a la sazón Superintendente de la Casa de Moneda y padre de don Diego Portales Palazuelos, además de próximo a ser prócer de la Patria Vieja, fue quien solicitó la participación de un avezado escultor y pintor para encargarle la obra: don Ignacio de Andía y Varela, un talentoso y trabajador artista de San Felipe, a quien hizo venirse a Santiago.

Andía y Varela había nacido el 2 de febrero de 1757 en la capital, en la casa llamada El Consulado de calle Catedral, donde ahora se encuentra el edificio del ex Congreso Nacional de Santiago, y era primo del religioso y cronista Manuel Lacunza, el mismo de la famosa frase "Nadie puede saber lo que es Chile si no lo ha perdido", para quien pintó un hermoso óleo llamado "La venida del Mesías en gloria y majestad". Otro cuadro famoso de Andía y Varela es "La alegoría de la muerte", además de algunas acuarelas que pintó a fines del siglo XIX y que están entre las primeras en dignificar el retrato de los indígenas del territorio chileno, como una titulada "Parlamento de Lonquino" que realizó mientras viajaba al Sur de Chile con el Gobernador Ambrosio O'Higgins. Durante este viaje, además, tomó muestras de muchas maderas sureñas que, ya de regreso, clasificó y coleccionó en su residencia.

Curiosamente, Andía y Varela había participado también haciendo los dibujos para un frustrado proyecto de Monumento a la Independencia cuando ésta aún no tenía lugar, en esos mismos días de la gobernación de O'Higgins, así que su lealtad a la corona que iba a ser representada en el escudo de armas era bastante relativa. También había esculpido las pilastras de las escalas en el segundo patio de La Moneda y se cree que los antiguos pilones de roca que estaban en el palacio.

Portales solicitó al escultor hacer un boceto de la obra y tomar algunas muestras de piedras que pudiesen usarse, para remitirlas a España con una explicación del proyecto y esperar así la aprobación del mismo. Ni bien llegó el visto bueno, se dio inicio al trabajo artístico que, en total ocupó tres años y nueve meses de la vida de Andía y Varela, que laboró afanosamente en el taller de su casa en calle Huérfanos haciendo esquina con la calle de las Cenizas (o La Ceniza, actual San Martín), ubicada en el vértice Noreste del cruce. El material que utilizó allí fue roca extraída de la cantera llamada La Contadora, en el Cerro San Cristóbal.

Otra fotografía publicada por la revista "En Viaje", en 1936.

EL ESCULTOR ESTAFADO

Concluido su fatigante trabajo para el que recibió ayuda de seis asistentes talladores de piedra, Andía y Varela lo presentó a las autoridades para que se diera la aprobación final y se realizara la paga respectiva, para de ahí ser colocado por fin en la Casa de Moneda. Portales y sus acompañantes quedaron fascinados con la obra, al visitar el taller del escultor, y la dieron por aprobada sin dilaciones. La obra artística medía 3.20 metros de altura por 3.10 metros de ancho.

Sin embargo, para la cuestión del valor, se había nombrado tasadores a dos ingenieros que también partieron a observar y evaluar el trabajo: los peritos españoles Felni y Antero. Concientes de las carestías económicas de la colonia, los dos respondieron a Andía y Valera, según lo que anota el investigador Carlos Rojas Contreras en un artículo dedicado a esta pieza:

"Tasamos su obra en doce mil pesos únicamente para que puedan pagársela; sin embargo, el valer ella, para nosotros, tanta plata como pesa".

Para peor, cuando correspondió a la Superintendencia pagar por el trabajo, el estado del erario era tal que Portales sólo accedió a cancelar la mitad de lo establecido por los peritos: seis mil pesos, pues la gobernación se negaba a pagar más que eso. Quizás las autoridades superiores a él trataban de pasarse de listas en otro de los constantes abusos que los agentes hispanos solían cometer contra comerciantes y trabajadores criollos, creando otra de las razones que motivaron el movimiento independentista que ya comenzaba a gestarse entonces.

Frustrado por la deslealtad del gobierno, Andía y Varela no aceptó la oferta. Profundamente decepcionado y sintiéndose con razón estafado, a continuación se retiró de regreso a la zona del Aconcagua, dejando la enorme pieza escultórica abandonada y tirada en el patio de la misma casa de calle Huérfanos, a la espera de que los españoles fueran a buscarla y la colocaran en el lugar que se tenía previsto.

Nunca llegarían a hacerlo, sin embargo.

Final de la Subida de las Niñas y el Portal del Escudo Español.

DESPRECIADO, SEPULTADO Y OLVIDADO

Se estaba en ese momento cuando ocurren los sucesos del 18 de septiembre 1810 y se inicia el camino hacia la Independencia de Chile, con la Primera Junta Nacional de Gobierno, aprovechando las circunstancias internacionales que son conocidas y que comprometían a España en difíciles momentos para mantener sus colonias imperiales. Había comenzado el período de la Patria Vieja.

La agitación social y política que estalló aquel año y que se mantuvo hasta la Reconquista en 1814, llevó a postergar indefinidamente la instalación de ese blasón de piedra que permanecía abandonado en la ex casa del señor Andía y Varela, y que en un breve tránsito había pasado de ser una prenda de lealtad y obediencia de la gobernación chilena a la Corona Española, a un odiado símbolo de opresión y sometimiento del espíritu patriota e independentista.

Por lo recién descrito, después de los primeros triunfos de los patriotas sobre los realistas muchos santiaguinos de clases populares se metían en la casa abandonada para apedrear e intentar destruir el despreciado Escudo de Armas de España, especialmente intentando sacarle sus decoraciones de armas y símbolos militares. Fue tal el peligro y la vulnerabilidad en que estaba, que el señor Juan Francisco Zegers, conciente de que su valor volvería a ser estimado cuando pasara la fiebre ambiental, arrendó la casa e hizo que la enorme pieza de roca fuera enterrada en un sector del patio.

A todo esto, el señor Portales, el ex Superintendente de la Casa de Moneda, contagiado también del ánimo independentista se reclutó en la causa, participando en la junta gubernativa y luego asumiendo como miembro del Congreso Constituyente y del Primer Congreso Nacional. Andía y Varela, por su parte, se había terminado de entregar por completo a la misma simpatía patriota: fue su mano la que talló en madera el primer Escudo Patrio de Chile, presentado al público en la gran fiesta patriótica del 30 de septiembre de 1812 en el gobierno del General José Miguel Carrera. Tras una brillante carrera artística, en la que abrazó también el hábito religioso, falleció el 13 de agosto de 1822, siendo sepultado en una cripta de la Iglesia de la Compañía de Jesús, la misma que desapareció tras el fatídico incendio del 8 de diciembre de 1863.

Más de medio siglo permaneció oculto el escudo de roca, en tanto, resguardándose de sus vándalos y de los conflictos que persistieron en la Patria Nueva, aun después de las epopeyas de Chacabuco y Maipú.

Vista del acceso y el escudo en la portada.

VICUÑA MACKENNA RECUPERA LA PIEZA

Apenas asumió la Intendencia de Santiago, don Benjamín Vicuña Mackenna inició una gestión casi personal para recuperar el gran Escudo de Armas de España, que ya permanecía enterrado desde hacía más de 50 años en el mismo sitio. Amante de las bellas artes y obsesionado con hermosear la ciudad, el ilustre intelectual comprendió rápidamente cuál era el valor de la enorme pieza, pensando de inmediato en incorporarla a su proyecto de construcción de un parque urbano en el Cerro Santa Lucía.

"¡Qué tiempos aquellos -exclama Rojas Contreras- en que había espíritu público y cariño por enaltecer el arte"... Luego de negociar con los herederos del escultor, los señores Manuel Varela y Francisco Javier Mandiola, el Intendente consiguió que estos donaran la pieza a la ciudad y así, el 13 de junio de 1872, se ordenó formalmente sacarla de su largo sueño en aquella improvisada tumba de tierra. La orden se ejecutó durante el mes siguiente, excavando en una parte del terreno donde ahora existía una caballeriza encima, dentro de la antigua casa.

El escudo se encontraba en relativo estado de conservación, tanto a causa del olvido como de los ataques que había recibido en los días de la Independencia. Luego de la proeza de desenterrarlo y sacarlo, se le encargaron las reparaciones al cantero artístico Andrés Staimbuck, quien estaba a cargo de trabajos escultóricos del cerro, como la característica Ermita del Santa Lucía.

Luego de la primera etapa de restauraciones, fue exhibido en la Exposición Nacional de Artes e Industrias de septiembre de 1872, realizada para la inauguración del Mercado Central de Santiago y su enorme edificio ferretero construido encima de donde estaba antes la Plaza de Abasto, terminado justo hacia los días en que Vicuña Mackenna había asumido ya la Intendencia de Santiago. También fue presentada en Chile, en aquella feria, la estatua "Caupolicán" de Nicanor Plaza. Allí, el escudo fue observado por el Capitán de Artillería don Ambrosio Letelier, quien escribió del mismo en una Memoria, sin guardarse palabras para elogiarlo:

"Las formas bien terminadas, los contornos bien delineados, los perfiles acentuados vigorosamente; la artística proporción del conjunto y los detalles, todo ese grupo de piedra está demostrando al primer golpe de vista, la grandeza de genio que impulsaba a aquel cincel admirablemente manejado.

La corona real de España, está perfectamente bien modelada, con sus diamantes y sus joyas en relieve; como el mundo que la espera, y sobre este mundo, la Cruz de Cristo, símbolo de las leyes católicas".

El Escudo Español en la actualidad.

COLOCACIÓN EN EL CERRO

Terminada la feria inaugural, el escudo fue transportado hasta el Santa Lucía, donde se realizaban los trabajos de remodelación y construcción del paseo por prisioneros bajo supervisión y apoyo de profesionales expertos. Con grandes esfuerzos, fue elevado hasta su definitiva posición en la portada, sobre el acceso que antes daba a la plazoleta del fuerte en el Castillo González, donde ahora se encuentra la Terraza Caupolicán y donde estuvo antaño la batería Marcó de los militares realistas.

La colocación en el arquitrabe quedó a cargo de Staimbuck, mientras que la construcción del portal de ladrillo fue obra del albañil chileno Tránsito Núñez, quien falleció en enero de 1974 poco antes de ser totalmente inauguradas las obras del cerro. El portal mide 11 metros de altura, por 13.30 metros de ancho y 2.10 metros de grosor. Núñez y su cuadrilla lo hicieron de acuerdo a los planos de don Manuel Aldunate, quien diseñó también los dos torreones del lado Sur del Castillo González y el octógono situado al otro extremo, junto a la piedra actualmente llamada Roca de Caupolicán, por la estatua de Nicanor Plaza que después se instaló allí.

Tras ser colocado en su lugar definitivo, en el mes de noviembre de 1872, el conjunto comenzó a ser llamado -por lo mismo- como el Portada del Escudo Español. Para subir a pie hasta este sitio existe la mencionada Subida de las Niñas (así bautizada por su forma zigzagueante, como de un juego infantil), que en su parte más alta pasaba por el Acueducto Romano, singular construcción de arcos también hecha por Núñez, que surtía de agua a las fuentes y jardines inferiores del paseo. Todo el conjunto estaba decorado con hermosos jarrones ornamentales de la casa metalúrgica francesa Val d'Osné, además de maravillosas figuras artísticas de inspiración clásica.

"La parte superior -escribe Vicuña Mackenna en su "Álbum del Santa Lucía-, notable por su almenado que da a todas estas estructuras el aspecto feudal de la conquista (estilo que se quiso conservar a esta parte del antiguo castillo González) está dispuesta como plataforma para una banda de música.

Desgraciadamente, por un efecto de óptica inevitable y no siendo posible tomar la vista de esta portada sino del plano inclinado del cerro, no aparece aquella en todo su relieve ni en el nivel correspondiente".

Por desgracia, prácticamente todas las señaladas ornamentaciones en la subida ya han desaparecido misteriosamente del cerro, quedando sólo algunas pilas y copas. El propio Acueducto Romano desapareció casi por completo, no habiendo de él más que algunos pocos restos de la estructura, que han sobrevivido a terremotos y demoliciones. Y al problema del rango de visualización del escudo descrito por Vicuña Mackenna, también se suma el que la vegetación que después creció en el cerro, lo oculta desde casi todos los ángulos inferiores, de modo que la buena vista del mismo y de la portada sólo se logra llegando a sus pies.

El magnífico portal con su escudo español rotundo y con leones musculosos a cada lado del escudo, entonces, es lo último que queda del que fuera el más bello y artístico de los caminos interiores que tuvo el Cerro Santa Lucía, tras consumarse la ilusión de Vicuña Mackenna de convertirlo en un paseo encantado.

Vista de la portada desde su lado trasero, por la Terraza Caupolicán.

LA MANO DE KULCZEWSKI EN MAPOCHO: LA PISCINA ESCOLAR TEMPERADA DEL CLUB DE LA UNIVERSIDAD DE CHILE

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Acceso de avenida Independencia con la Piscina Escolar de fondo, en 1969. Alcanza a verse el famoso cartel de neones de "Aluminio El Mono", ya desaparecido. Fotografía de Josep Alsina, del actual archivo del Museo Histórico Nacional.

Coordenadas: 33°25'53.33"S 70°39'8.43"W

La Piscina Escolar del Club Deportivo de la Universidad de Chile es uno de los más artísticos trabajos del arquitecto Luciano Kulczewski García (1898-1972), sin parangón en toda la ciudad. Por lo mismo, aprieta el alma ver al estupendo y original edificio deportivo, de uno de los más grandes arquitectos nacionales y exponente de estilos de radical influencia en la identidad de Santiago, humillado en todo su exterior, agrietado y vandalizado por infames grafiteros que hasta han escalado sus muros para seguir afeándolo y tratando de convirtiéndolo en una inmundicia digna de sus propios guaridas y cubiles. La Piscina Escolar está, acaso, pidiendo a gritos un rescate que la salve del deterioro y del maltrato.

El origen de este singular edificio se encuentra en un proyecto para ocupar uno de los terrenos que había quedado ganados al río por la ribera Norte, luego de la canalización y estrechamiento del cajón del Mapocho, en las grandes obras realizadas entre 1888 y 1891. Se trataba de una planta situada entre las calles Santa María, Independencia, Artesanos y que quedó como cuadra propia al abrirse después la avenida La Paz hacia el Cementerio General, en 1907, haciéndose provisoriamente allí una plazoleta con arbustos.

El proyecto contemplaba construir una amplia piscina techada y de aguas temperadas, primera de estas características en el país, especialmente disponible a los escolares chilenos y al cuerpo deportivo de natación de la Universidad de Chile. Fue hacia mediados de los años veinte que comenzó a materializarse la obra, encargándole los planos a Kulczewski, quien los elaboró hacia 1925. Se recordará que el consagrado arquitecto es el mismo autor del Edificio de la Gárgola, al inicio de calle Merced frente al Parque Forestal, y la actual sede del Colegio de Arquitectos, entre otras importantes obras de Santiago.

Fuente imágenes: "La arquitectura de Luciano Kulczewski: un ensayo entre el eclecticismo y el movimiento moderno en Chile", de Fernando Riquelme (Santiago, 1996).

Luciano Kulczewski, el arquitecto.

La piscina en los Planos de Kulczewski.

¿CUÁNDO SE CONSTRUYÓ?

En 1926, se fundó oficialmente el Club Náutico Universitario, importante grupo que iba a ser el gran interesado en la proyectada piscina, para sus actividades de natación y polo acuático. Además, la rama tiene el mérito de haber sido uno de los pilares de la fundación del popular Club Deportivo de la Universidad de Chile, aportándole también el famoso "chuncho" emblema del club al año siguiente, insignia que antes había sido la suya en el equipo náutico. Esto último está confirmado por artículos de la revista "Los Sport" previos a 1928 y por otros de la revista "La U", que aparecen mencionados en la página web oficial de la Universidad de Chile, haciéndose el siguiente extracto de uno de ellos:

"El diseño de este chuncho fue traído desde Alemania por Don Pablo Ramírez, distinguido dirigente de la natación que llegara a convertirse en un hombre público... El chuncho de la U simboliza la sabiduría, el conocimiento mutuo, la armonía entre el cuerpo y el espíritu, suprema aspiración del deporte bien entendido".

Fue otro dirigente de natación, don Horacio Ramírez, quien adaptó el símbolo y utilizó como emblema del "Club Náutico" en 1926, pasando de allí al club mayor. De alguna manera, entonces, el origen de la propia Piscina Escolar y la rama universitaria de natación, está vinculado al surgimiento del Club Deportivo de la Universidad de Chile y a su característico heraldo histórico del chunchito azul.

En tanto, las agitaciones políticas de la época o bien las dificultades económicas habían prolongado la consumación del proyecto de construcción de la piscina, generando confusiones en algunas fuentes sobre cuál es el año de su inauguración, que es paseado entre fechas que van de 1924 hasta 1937, según mi impresión. También habían existido conflictos con ciertos intereses en destinar ese mismo terreno ganado al río a la construcción de dependencias para la Biblioteca Nacional o bien de un recinto educacional con infraestructura de punta para aquel entonces, pero el propio Pablo Ramírez, a quien apodaban "el Ministro de las piscinas", se opuso tenazmente resguardando su destino ya decidido, pues era su sueño que todos los escolares chilenos aprendieran a nadar en la infancia y surgieran de allí las generaciones de futuros campeones.

A mayor abundamiento, corresponde explicar que el plan del controvertido Ministro de Hacienda, expresado hacia 1928 y resistido por muchos grupos políticos e intelectuales de entonces, era colocar para habilitar cuatro piscinas en zonas altamente pobladas de la capital chilena, una de las cuales era la de Mapocho. A la sazón, sabían nadar menos de un millón de los 8 millones de chilenos, y era tradicional que nuestro país sacara todo el tiempo los lugares más bajos en las competencias de natación, por falta de infraestructuras para entrenamiento y práctica profesional.

Así entonces, la construcción del edificio que originalmente iba a ser llamado Pileta Escolar de la Universidad de Chile, se concretó durante los años del primer gobierno del General Carlos Ibáñez del Campo, siendo inaugurado definitivamente en 1929, como lo señala una placa trizada de piedra colocada afuera en la fachada, junto al acceso principal. Quizás meta la cola, también, alguna falta de objetividad o imprecisión influida por la política, atribuible en algunas fechas mal reportadas sobre el año de entrega de la obra.

CARACTERÍSTICAS Y ESTILO

Situado en la dirección de avenida Santa María 983, haciendo esquina con la entrada de calle Independencia, el resultado fue una construcción que se ha descrito varias veces como tremendo referente del estilo art decó en Santiago, especialmente por su potente fachada de cornisas y pilastras. Con cerca de 55 metros de largo (Sur a Norte), el recinto ocupa aproximadamente unos 3.500 metros cuadrados, incluyendo el frontis (dos pisos) y la piscina techada hoy dividida en ocho pistas.

Este estilo art decó tiene cierta presencia a este lado del barrio Mapochino, por cierto, ahí en las puertas de La Chimba y manifiesto en otros ejemplos como el edificio del Centro de Salud Norte (ex Policlínico de la Caja del Seguro Obrero) y algunas viejas fachadas de casonas por el lado de Recoleta. En la piscina son característicos también los "aleros" de artesones de albañilería en el exterior, donde están las entradas secundarias, sostenidas por pares de columnas gruesas y con los espacios lacunarios superiores vacíos. La parte trasera, en cambio, es más sencilla y sigue la forma triangular del galpón de la piscina, con vanos geométricos y pilastras. Se lo considera, además, una de las primeras manifestaciones del movimiento arquitectónico moderno en Chile, que se extiende desde mediados de los años veinte hasta mediados de los sesenta.

"Tanto el país como el Kulczewski de entonces -escribió el historiador Miguel Laborde en "El Mercurio" (13 de mayo de 2000)- buscaban dar un paso más hacia la modernidad; pero no en la dirección que proponían las vanguardias. De 1929, muestra muy gráficamente el "disfraz" de la masa potente y moderna que se recubre, enmascara, ornamenta, con elementos geometrizados que la hacen más digerible por los habitantes de la época. Pero igual exhibe una fuerza nueva, la presencia de una estructura eficiente y sólida; por entonces, el Banco Central y los edificios Turri de la Plaza Baquedano, pioneros, ya daban cuenta del mismo cambio estético".

Sin embargo, hay otras influencias eclécticas en el diseño de la piscina, que trascienden al art decó: el galpón interior también es un ejemplo palpable de la arquitectura en hierro surgida de las escuelas de Pritchard y Eiffel, que en el mismo barrio ha tenido ejemplos tales de este estilo como los puentes del Mapocho (especialmente el Puente de los Carros), el edificio de ferretería del Mercado Central, el interior de la Estación Mapocho, los desaparecidos kioscos comerciales de la Plaza Venezuela y la garita del tranvía que existió largo tiempo allí también. No es todo: en las terminaciones y ciertas características de los vanos, ventanas, vidrios y puertas metálicas, hay decoraciones de un tímido art nouveau, mucho más simplificado y sencillo que aquél manejado por Kulczewski en otras obras de su autoría, reducido aquí sólo a sugerencias. Cabe notar que la palabra "Piscina" está inscrita afuera sobre el acceso al edificio, en caracteres cursivos que también simulan organicidad, en este caso semejando deliberadamente a la letra manuscrita.

A pesar de estos pequeños detalles, la ornamentación general del edificio es mínima. Quizás por esto, el hall frente al acceso fue decorado con estatuas antiguas de evocación clásica, para darle al recinto uno de los pocos elementos de realismo figurativo que pueden observarse dentro del mismo, aunque no pertenezcan al diseño. Una de ellas corresponde a un modelo en minitaura del diseño de la Estatua de Caracas del Cerro Santa Lucía, del Trofeo Andrés Bello extendido por el Embajador de Venezuela don José Abel Montilla, al Club Deportivo de la Universidad de Chile en 1944.

La piscina propiamente tal, temperada, bien iluminada con la luz del día y la artificial durante las noches, fue toda una novedad para la época: tiene 25 metros de largo por unos 17 metros de ancho. Originalmente, tenía una pendiente descendente que bajaba hasta los 2.80 metros de profundidad, muy temidos y peligrosos para los inexpertos, como comentaba Armando Méndez Carrasco en las "Crónicas de Juan Firula". Pero esta profundidad, más cerca de nuestros días, le fue reducida a 1.70 metros. En la "Revista de Educación" del Ministerio de Instrucción Pública, se declaraba con orgulloso en 1934, elogiando estas características:

"Mens sana in corpore sano (mente sana en cuerpo sano). Por siglos de siglos se está repitiendo este aforismo. Mantenga usted su cuerpo es perfecto estado de aseo y lo mantendrá sano. La piscina Escolar Temperada le ofrece esta oportunidad. Está abierta todo el año de 8 a 20 horas y sus aguas son desinfectadas mecánicamente a base de cloro, soda y piedra alumbre. La única en su género".

Joven nadadora deportiva en la piscina escolar, en fotografía de 1965 tomada por Eugenio García y actualmente en las colecciones del Museo Histórico Nacional.

Algunas actividades en la piscina, en 1972: ensayos del grupo de danza "Aucamán" del Instituto de Educación Física, y un muchacho con impedimentos físicos saltando al agua, como parte del programa de rehabilitación de niños discapacitados del Departamento de Educación Física y Kinesiología de la Universidad de Chile.

CAMBIOS EN EL ENTORNO

La piscina se convirtió en un importante centro de actividad del sector, visitado no sólo por estudiantes, sino también por curiosos y familias completas. Don Elías Maturana, un recordado y querido fotógrafo de cámara minutera, se instaló en el lugar en 1942, permaneciendo en el Barrio Mapocho por cerca de otros 60 años más, ofreciendo allí su oficio. Retrató a muchos de los bañistas que frecuentaban el lugar, antes de cambiarse hacia el lado del Mercado Central. Por esos mismos años, la Universidad de Chile promovía su piscina ante el público en los siguientes términos, en un documento institucional de la casa de estudios:

"Piscina Escolar Temperada.- Es una institución que sirve las necesidades deportivas de la ciudad entera. Provista de un magnífico edificio, dotado de instalaciones muy completas, es el lugar obligado de las competencias de natación en Santiago".

Sin embargo, el edificio más importante de la natación de entonces, lucía un tanto aislado dentro de la cuadra, por ser de los más altos entonces y vecino a un temido sector del barrio conocido como el "Luna Park", así llamado por un hotel y centro de recreación que existía allí con ese nombre y sobre el cual se montó, años después, el famoso y desaparecido cartel de neones de "Aluminio El Mono". Atrás de la piscina estaba cerca la recientemente demolida mansión Montt Montt de calle Artesanos, bella casona decimonónica después destinada al servicio sanitario y que, en esos años, estaba encargada a la atención de pacientes con enfermedades de transmisión sexual, principalmente mujeres de vida menesterosa.

No parecía ser un barrio típico para instalar una valiosa piscina deportiva, pero sin duda que el edificio ayudaba a dignificar el sector. Alejandro Magnet cuenta también, en un trabajo sobre el Padre Hurtado, que el sacerdote iba a buscar niños pelusas abandonados del Mapocho para darles albergue, los que se colocaban contra una pared de la piscina llamada "el muro caliente" (donde estaba el calefactor del agua) para capear las noches frías. Mario Olea Guldemont, por su parte, dice en sus "Crónicas otoñales" que las duchas del recinto fueron ocupadas un tiempo para la salubridad pública:

"Los servicios de salud y la policía literalmente "arreaban" a cuanto pobre diablo zarrapastroso divisaban por las calles de Santiago; los conducían a la Piscina Escolar y allí los bañaban, "pelaban" y desinfectaban".

Frente al lúgubre hotel señalado, al inicio de la Plaza de los Artesanos había por entonces una tierra de nadie con campamentos y ferias de cachureos que alcanzaban a saltar la avenida La Paz y tocar el lado de la Piscina Escolar. Robos, prostitución y violencia se reunían allí en esos no demasiados metros cuadrados hasta que, interpretando un largo clamor de los vecinos, el Alcalde de Santiago don José Santos Salas decidió erradicar de allí el tenebroso gentío del "Luna Park", en un completo plan de 1947-1948 que consistió en pasar los viejos galpones abandonados de la empresa del tranvía a los comerciantes de La Vega Chica, el desplazamiento de la feria de antigüedades y cachureos a la otra ribera del Mapocho (cerca de la Cárcel Pública) y la erradicación de los campamentos de la Plaza de los Artesanos para construir allí las pérgolas de las flores, para las vendedoras que acababan de ser obligadas a retirarse de la Alameda.

Uno de los conjuntos para los floristas se levantó tanto en este lugar preciso de la cuadra en la plaza, correspondiente a la Pérgola Santa María, mientras que la otra se hizo cruzando La Paz y vecina a la Piscina Escolar, correspondiendo a la Pérgola San Francisco. Ambos recintos fueron diseñados y construidos con puestos de albañilería sólida, originalmente sin el galpón que se les instaló después, y con un sencillo estilo art decó que, en la práctica, buscaba alinearse con la estética dominante allí representada por la piscina.

En una entrevista de la revista "Bifurcaciones" al cineasta Sergio Castilla, leo un interesante recuerdo sobre la relación entre esta pérgola floral y la Piscina Escolar (donde él ganó un campeonato nacional de natación), mientras describe algunos pasajes de su filme "Gringuito":

"La Pérgola de las Flores está en la película porque pasé muchas veces por allá, cuando iba a la piscina de la Universidad de Chile, que quedaba al frente. Yo era nadador y en esa piscina salí campeón de Chile. Recuerdo que el día de la carrera, para la suerte, me compré unas flores. Una de las cosas que me enseñó mi madre fue el gusto por las flores".

Por esta misma ubicación adyacente de las pérgolas, es inevitable que en las famosas pasadas de grandes cortejos fúnebres entre cascadas de pétalos arrojados tradicionalmente por las floristas a uno y otro lado de la avenida La Paz, siempre aparezca al menos una parte de la Piscina Escolar en las fotografías o filmaciones que se han hecho documentándolas.

HACIA NUESTROS DÍAS

A lo largo de su historia, la Piscina Escolar no sólo ha visto pasar grandes nadadores y torneos del Club Deportivo Universidad de Chile, sino también importantes encuentros estudiantiles, actos culturales y hasta ha servido de albergue en períodos de lluvias torrenciales, emergencias o catástrofes. En los años cincuenta y sesenta, se hacían los concurridos campeonatos interescolares de natación, a los que acudían alumnos de todo Chile. Todavía son muy populares sus Olimpiadas Interfacultades.

En otras épocas, también hubo en la piscina espacio para la música y el boxeo. Hacia los setenta, fue casa de los ensayos del grupo de baile folklórico "Aucamán" y de los entrenamientos del Instituto de Educación Física. A partir de 1972, también fue sede del inicio de un proyecto del Departamento de Educación Física y Kinesiología de la Universidad de Chile, destinado a dar terapias de rehabilitación en agua para niños con secuelas motrices de enfermedades como meningitis, poleomelitis o por falta de extremidades, programa pionero que se adelantó a la creación de la Teletón. Hasta poco antes de esos años, además, permaneció instalado en la piscina un trampolín de unos cinco metros de altura, retirado después por razones que desconozco. Vimos ya que la piscina era más profunda, característica que le fue modificada en tiempos recientes. Y fuera de las cursos de natación, se ofrecerán allí clases de artes marciales, aeróbica y salas con maquinaria de trabajo muscular, hasta ahora.

Tuve ocasión de conocer este edificio deportivo en casi todos sus detalles durante el año 1987, cuando fui alumno de un grupo de clases de natación en esta piscina, en la misma escuela de nado que todavía funciona allí. En las salas menores del recinto se ofrecían varias otras disciplinas complementarias o distintas de la natación, y la sala superior albergaba también varios premios y copas recibidos por el club. Los mismos camarines que por esos años ochenta todavía eran de gris albañilería desnuda, todos a nivel subterráneo, hoy están pulcramente embaldosados. Sí se conservan iguales esas graderías escalonadas para unas 400 personas cómodas, también de concreto, y por las que alguna vez han rodado pajarones temerarios, por su descuido al subir y bajar por ellas. Hubo ocasiones en que estas graderías se llenaron desde la base hasta la cima, especialmente en campeonatos de natación.

El olor del cloro y de la asepsia, característicos del recinto de la piscina, me acompañaban en esas noches fría del invierno, sin embargo con las aguas tibias allí disponibles para nosotros. Todavía conserva esta característica allí adentro. Por entonces, los alumnos salíamos con el pelo húmedo alrededor de las 22:00 horas y, hasta donde sé, fue la primera piscina chilena en ofrecerse abierta hasta este horario, aún vigente. Como fue mi primer contacto directo y regular con el Barrio Mapocho, abrigo especial cariño por estos recuerdos de adolescente en este lugar.

La Piscina Escolar, que en algún momento fue rebautizada oficialmente como Piscina Temperada de la Universidad de Chile, está declarada inmueble de Conservación por el Ministerio de Vivienda y Urbanismo, pero la necesidad de darle mantención y reparaciones me invita a pensar que necesita de la categoría de Monumento Histórico Nacional que pueda extender el Consejo de Monumentos Nacionales con justicia sobre esta extraordinaria y única obra, una de las mejores del currículo dorado de Kulczewski.

EL ESTADO DE CONSERVACIÓN

Si bien el edificio está estructuralmente firme, los efectos del deterioro causado por el paso del tiempo y algunas agresiones como las descritas al principio, se ha hecho patentes. Incluso ha desaparecido parte de su decoración, como las copas que coronaban las columnas al frente y atrás del edificio. Hubo quienes llegaron a hablar de un inminente peligro para la continuidad del edificio tras el último gran terremoto 2010, y algunos alumnos de la Universidad de Chile le organizaron un "funeral simbólico", tratando de alertar a las autoridades de las necesidades de darle reparación urgente al complejo.

Pero han existido manifestaciones de una intención por mantenerla, durante los últimos años. En 2005, por ejemplo, Chiledeportes entregó cerca de 237 millones pesos para el proyecto titulado "Plan de Mejoramiento de la Piscina Escolar de la Universidad de Chile", impulsado ese mismo año por la Dirección de Deportes y Actividad Física, algo que fue anunciado con grandes expectativas. En el acto de momentánea despedida del recinto en septiembre, cuando se la cerró para iniciar los trabajos, se realizó un multitudinario acto al que asistieron alumnos, deportistas y se realizaron exhibiciones de artes marciales más una presentación musical de cuarteto de guitarras, en presencia del Rector de la Universidad y otras autoridades. La piscina reabrió sus puertas en mayo de 2007, con varias reparaciones de sus estructuras y también mejoramientos técnicos al interior del recinto. En casi 70 años de existencia, nunca antes había recibido más que parciales reparaciones, la mayoría de carácter estético o mejoramientos, de modo que esta era la primera vez que se le hacía una mantención tan profunda.

Sin embargo, el terremoto de 2010 causó notorios daños en parte de la fachada e interiores, provocando caídas de material a la calle. Coincidentemente, el año anterior se había propuesto iniciar un plan maestro que pretendía remodelar el Barrio Mapocho, del que formó parte la destrucción de las antiguas pérgolas y la feria Tirso de Molina para ser reemplazadas por los modernos edificios comerciales que allí existen ahora.

En junio de 2011, la piscina fue parte de las visitas hechas en Santiago por expertos en restauración del Departamento de Patrimonio Nacional del Ministerio de Cultura de Polonia, acompañados por miembros del Consejo de Monumentos Nacionales. Iban motivados tanto por el origen polaco de la familia Kulczewski como por el hecho de que haya sido rector de la Universidad de Chile don Ignacio Domeyko. Ese mismo año, la Dirección de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas llamaba a licitación del proyecto titulado "Conservación Piscina Escolar Universidad de Chile". Se está en este tránsito, actualmente.

Durante el Día del Patrimonio de mayo 2012, la Piscina Escolar estuvo abierta por primera vez para los visitantes con visitas patrimoniales y guías, además de un pequeño homenaje a Kulczewski, montándose también una pequeña exposición fotográfica en la sala superior donde están los premios. Espero que sea sólo la primera de todas las que vienen.

El día que sean reparadas las cornisas artísticas de su fachada y se borren los horripilantes rayados de pintura aerosol en la parte baja y alta del edificio, procurando que no se repitan, la Piscina Escolar de la Universidad de Chile podrá volver a su esplendor original, ese que mantuvo intacto por tantos años... Y a ver si nuestra sociedad es capaz de "alcanzar" el nivel de desarrollo y cultura que, al parecer, sí teníamos hace 80 años para con la comprensión del valor de algunos edificios históricos.

EL "BLACK AND WHITE": AÑOS DESCARRIADOS DE LA CASA COLORADA

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Interior del "Black and White" en sus buenos años. Imagen original de Pablo González, perteneciente a la colección del Museo Histórico Nacional.

Coordenadas: 33°26'18.26"S 70°38'57.71"W (ex ubicación)
 
El bar y boîte "Black and White", símbolo de todo una época en Santiago, se encontraba en Merced 876, "frente al Teatro Santiago, donde al lado se comían tortas milhojas", como escribió de él Claudio Giaconi. Su espacio estaba en el primer piso de la Casa Colorada, la suntuosa ex mansión del Conde de la Conquista don Mateo de Toro y Zambrano, hoy convertida en museo.

El local daba hacia la calle por el lado Oriente de esta casona solariega declarada Monumento Histórico Nacional en 1960, y no era el único de su tipo que ocupaba tan elegante arquitectura colonial: atrás, al interior de la casa, estaba el "Club de Ambulantes de Correos", mientras que "El Colonial" se halló en el segundo piso; antes, los altos de la residencia habían sido ocupados también por el "Café Fancy", otra atracción para intelectuales y poetas. Se recuerda entre algunos veternaos que el vecino "La Bomba" estaba justo al frente, cruzando Merced. Dentro de la casona funcionaba también una imprenta, una agencia de empleos, una pajarería y lustrines, según recordaba Oreste Plath.


El "Black and "White" habría sido fundado allí en el zócalo en los años cuarenta según algunas fuentes, por el ciudadano italiano oriundo de Rapallo don Silvio Tonolli Testori, quien habría llegado a Chile al parecer viviendo primero en Iquique. Tras viajar y establecerse acá a la capital, decidió crear el famoso club tan cercano a la Plaza de Armas, al que en sus inicios se definía con el contagioso lema "El Rincón de la Bohemia Santiaguina", como rezaba en grandes letras el lugar del pequeño escenario donde hacían presentaciones artistas de circuito de aquellos años, iluminados por unas pocas luces amarillentas de ampolletas colgantes. Siempre había allí un piano vertical, una batería y dicen que un destartalado micrófono, además de un ventilador de escritorio para intentar capear el calor en días de verano. Desde orquestas bailables hasta folkloristas pasaban por este rincón.

Se entraba por una puerta doble de hojas articuladas y que, en las escasas horas o días en que permaneciera cerrado el local, era antecedido por rejas plegables metálicas, similares a las de los ascensores antiguos. La política de los mozos -de humita negra y después de corbata y cotona- era "servido y pagado", desalentando la práctica malévola del "perro muerto". Las mesas se veían dispersas y no era raro que los clientes las juntaran cuando eran más de cuatro.
El propio dueño solía dejar botada la caja registradora para ir a conversar con su marcado acento en las charlas y largas tertulias que hacían allí sus comensales, escritores, artistas y periodistas de aquellos buenos años. Asistía al bar también la alegre y colorida comparsa del Bellas Artes, aunque las salas podían verse poco lucidas y más tendientes a la penumbra, convirtiéndolos en clientes pardos y grises como cualquiera de los otros allí presentes.

Una nota del diario "El Mercurio" de diciembre de 2008, presenta un resumen de la fama y trayectoria que experimentó el boliche en sus cerca de tres décadas vida:
"Este local, que funcionaba las 24 horas del día, estaba ubicado al interior de la Casa Colorada en calle Merced. Podía atender a más de dos mil clientes en sus mesas y larga barra. Tenía un pequeño escenario donde semanalmente se podía escuchar cuecas, tangos, arias de ópera y música selecta.

Contaba con pizarras que anunciaban las carreras hípicas y conocidos eran sus platos de guatitas, riñones al jerez o el cola de mono, la chicha de Villa Alegre y su famoso pisco sour".
Se cuenta que muchos escritores de temáticas sociales frecuentaron por entonces al "Black and White" y brindaron con sus piscos, borgoña de frutillas, ponches de culén, ponches de piña (posibles ancestros del actual trago "terremoto") o sus pichunchos. Entre otros: Luis Cornejo, Nicomedes Guzmán, Alfredo Gómez Morel y Armando Méndez Carrasco, quien revelaría que a este sector específico de la ciudad de Santiago le correspondió el mote (o parte de él) de "Chicago Chico" aludiendo a los bajos fondos que allí operaban, eligiendo tal título para su famosa novela sobre el mundo del hampa capitalina. También menciona a la casona colonial y sus barras bohemias en "Cachetón Pelota" y "Crónicas de Juan Firula". Lo propio hace Juan Uribe Echevarría en "El púgil y San Pancracio". Joaquín Edwards Bello también pasó por sus salas y poncheras de tinto, al igual que el poeta Eduardo Anguita y se ha dicho hasta la distinguida periodista Lenka Franulic, acompañada de algún par de caballeros en los años en que se hacía llamar Vanessa, causando gran sensación por su altura y su estampa.

El local fue uno de los lugares favoritos de los periodistas de los años cincuenta hasta la mitad de los setenta (cuando ya comenzaba su caída), tanto así que se les podía ubicar llamado por teléfono al local y sabiendo que siempre andaban por él, como si se tratara de sus oficinas, de acuerdo a los testimonios de viejos tercios de la época. Hubo poetas que no llegaron con menos entusiasmo en la más luminosa época del club. Por eso se lo menciona en la memoria o los libros de muchos otros clientes ilustres que lo frecuentaron: el aventurero Raúl Morales Álvarez (quien dilapidó una fortuna ganada en la Lotería, en esta clase de locales), Carlos Peters Barrera, Hernán Millas, Germán Marín, Tito Mundt, Juan Emilio Pacull, Enrique Lafourcade y Oreste Plath, uno de los principales informantes literarios al respecto, este último. Alguna vez se ha dicho que hasta Neruda pasó por ahí. "Era el tiempo del cubilete y del dominó", escribiría Plath refiriéndose a la boîte.

Uno de los jugadores de cacho allí dentro habría sido el caricaturista Raúl Figueroa Silva, más conocido por su pseudónimo Chao, hijo de Pedro Pablo Figueroa, el autor del "Diccionario Biográfico de Chile" que tanto facilitó la labor periodística nacional. Apodado guatón Chao por sus amigos del club, dice Plath que "era ostentoso cuando ganaba y cuando perdía se volvía rabioso y derramaba las copas". Y si bien el mismo autor comenta que Teófilo Cid prefería almorzar en el vecino "Club de Ambulantes de Correos", puede sospecharse que hubo una época en que también dejó huella dentro del "Black and White", de acuerdo a algunos testimonios orales.
"...como siempre -escribió Peters Barrera describiendo el recinto-, olía a tabaco y encierro. Sobre el largo y alto mesón de madera del bar reposaban -como reliquias sagradas- un par de frascos de vidrio con oscuras cebollas escabechadas que flotaban en vinagre, además de un indolente gato negro que miraba con desinterés el ajetreo de los mozos".
Vista del "Black and White", en el famoso mesón de la barra con la cotizada chicha dulce en jarras. Imagen original de Pablo González, perteneciente a la colección del Museo Histórico Nacional.

Clientes reunidos en el local. Imagen original de Pablo González, perteneciente a la colección del Museo Histórico Nacional.

Por su parte, el profesor de música Agustín Cullell, el compositor Eduardo Maturana y el diplomático Carmelo Soria, solían reunirse en varios bares bohemios de esos años, pero especialmente el "Black and White", como lo cuenta el primero de los nombrados en un homenaje publicado en la memoria del fallecido Maturana el año 2003, en la "Revista Musical Chilena":
"También son los años de una enriquecedora bohemia. Por ella transitan intelectuales y artistas recorriendo los emblemáticos bares y cafés del Santiago nocturno. Acompaño a Eduardo en estos peregrinajes y el recuerdo me trae a la memoria las tertulias del Café Iris en Alameda con Estado, donde se reúne con uno de sus inseparables amigos, el grande y malogrado poeta Teófilo Cid, arrastrando siempre su orgullosa miseria dentro de un raído y manchado gabán. Al grupo se solían integrar otros conocidos personajes: Andrés Sabella, Manolo Segalá -un pintor catalán excéntrico, más tarde desaparecido en Brasil- junto a dos que con el tiempo se harían célebres: Alejandro Jodorowsky y un joven y tímido Jorge Edwards. Tales romerías se proyectaban igualmente a distintos lugares no menos simbólicos: El Negro Bueno, El Bosco, Café Sao Paulo y sobre todo el Bar Black and White al interior de la antigua Casa Colorada, en cuyo amplio recinto Eduardo, Carmelo Soria, mártir de la dictadura, y quien esto escribe, jugábamos interminables partidas de ajedrez hasta altas horas de la madrugada. Es también la época en que Eduardo destaca como impulsor de dos importantes proyectos: la creación, junto a Salvador Candiani de una nueva orquesta, por cierto de corta vida, la Sinfónica Santiago (1944), dirigida por este último, y la fundación de la Sociedad Tonus (1950), orientada a la divulgación de la música de vanguardia".
Amigo de estos personajes era un garzón llamado Samuel Fuentes, quien recordaba el nombre de todos sus clientes más antiguos al momento de recibirlos, saludarlos y atenderlos. Era el mismo encargado de escribir en pizarras afuera cuál era el plato del día. Dentro del local, demás, estaba lleno de carteles y rayados en paredes y vidrios anunciando platillos y tragos disponibles al público. Vimos que los favoritos eran las guatitas y riñones al jerez acompañados con arroz pero, de entre todos los sándwiches, el más solicitado era el "tártaro" según recuerda Plath. Para esquivar las restricciones de la Ley de Alcoholes, a veces le colocaban frente a los clientes que sólo pedían tragos, unos cubiertos y platos sucios simulando que habían almorzado algo, práctica que todavía se utiliza en muchos negocios de Santiago para desafiar las puritanas e irreales exigencias de la misma clase de legislaciones.

De acuerdo a las fuentes consultadas, la caída del club podría haber comenzado con los años sesenta a setenta, y dicen también que siendo tomado por un público menos brillante y lucido que el de sus mejores años. Coincidentemente, don Silvio Tonolli falleció en 1969 según anota Plath, quedado heredado el negocio en manos de sus hijos y un yerno. Quizás hicieron sus mejores esfuerzos al respecto, pero el ocaso de la antigua bohemia en esos años y en especial en los setenta, se notó en ciertos cambios ambientales del local y del mismo barrio. Además, durante la discusión del proyecto de ley sobre Monumentos Nacionales (Ley Nº 17.288) a inicios de 1970, ya había comenzado a proponerse sacar a los bares de esta histórica casona colonial. En aquella ocasión, el controvertido diputado socialista Mario Palestro peinó sus gruesos bigotes con un discurso en el que declaró lo siguiente, sacando al baile el que muchos miembros de la Cámara también frecuentaban aún la cantina en esos años:
"La Casa Colorada se ha convertido en una especie de mercado persa en pequeño, de donde los amigos que van al 'Black and White' -más de algún Diputado lo conoce- salen haciendo los correspondientes zigzagues antes de tomar la movilización para sus casas, si es que son capaces. Estas cosas hay que arreglarlas. Como se ha dicho, se pretende dejar las calles Compañía y Merced exclusivamente para peatones, para preservar esas reliquias ahí, justamente donde se estableció el primer Gobierno de Chile".
Según los testimonios y algunas leyendas negras sobre el barrio, éste terminó sus días más cerca de los cabarets y con mucha presencia de homosexualidad marginal, prostitutas, copetineras y los infaltables gañanes de mala vida con más de algún roce con la justicia, además de la fuerte presencia del tráfico de polvo de ángel y otras extravagancias en la recreación de los oscuros últimos comensales que afectaron el comercio alrededor del kilómetro cero. Allí, en medio de la vorágine céntrica, el resistente "Black and White" se acabó aproximadamente hacia abril de 1976, cerrándose su destino también con el proyecto de transformación del uso de la antigua edificación colonial.

Había comenzando ya una nueva época para la Casa Colorada, seguida de la gran restauración de 1978 a 1980 y su disposición a ser la limpia e impecable sede del Museo de Santiago.

La Casa Colorada, sede del Museo de Santiago. La entrada entre los locales más cerca de la cámara son los que ocupaba el "Black and White" entre los años cuarenta y setenta.

UN RECUERDO PARA EL SALTO ECUESTRE DE LARRAGUIBEL EXISTENTE EN LA FLORIDA

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Escenas del famoso salto de Larraguibel montando a Huaso.

Coordenadas: 33°30'42.18"S 70°35'22.95"W

Sobre una sólida plataforma de base circular y escalonada, por las plazas cerca de la intersección de Américo Vespucio con la pista Sur de Departamental hacia avenida La Florida en la comuna del mismo nombre, se encuentra desde hace unos 30 años una estructura de madera que llama la atención de los paseantes pero que, por no existir información sobre la misma, desconocen en su gran mayoría a qué corresponde el conjunto. Como es inevitable, ha sido vandalizado sin piedad: además de varios palos robados, incluyendo uno de los cinco verticales superiores (hoy quedan cuatro), le fueron botados algunos de los postes de concreto que rodeaban la estructura, y los que quedaron fueron pintados con los colores corporativos de un equipo de fútbol, "marcando territorio" sobre el mismo.

La obra corresponde en realidad al Monumento del Salto Ecuestre de Alberto Larraguibel, y fue instalado allí tras la construcción de la vecina Población Alberto Larraguibel de avenida Américo Vespucio, cuya calle central fue bautizada Viña del Mar también para recordar la ciudad donde tuvo lugar esta hazaña, mientras que la segunda principal fue llamada Coraceros, en recuerdo del Regimiento que sirvió de escenario para el record visto por más de 5 mil espectadores, incluidos visitantes extranjeros, jueces internacionales y el propio Presidente de la República don Gabriel González Videla.

Alberto Larraguibel y el caballo Huaso, en fotografía de la editorial Zig Zag de 1949, hoy perteneciente a las colecciones del Museo Histórico Nacional.

Otras calles de la misma población que hace homenaje al militar llevan nombres como Caballo Huaso, el mismo montado por Larraguibel, Capitán Riquelme, quien fuera segundo en la dupla del jinete en 1949, Caballo Chileno, montura de este último, y General Eduardo Yáñez, quien fuera compañero de Larraguibel en el equipo olímpico de 1952 y que, años más tarde, en en 1981, recibió el Premio Mejor Jinete de Todos los Tiempos, extendido por el Comité Olímpico Internacional.

La estructura central está confeccionada con los materiales y en la proporción precisa de la valla que saltó con su célebre caballo de 16 años llamado Huaso, el joven Capitán del Ejército Alberto Larraguibel Morales, oriundo de la Araucanía y a la sazón con 29 años, en el marco del Concurso Hípico Internacional: nada menos que 2 metros 47 centímetros de altura, marca que nunca ha sido superada ni igualada siquiera, a pesar de los más de 60 posteriores años de intentos.

Hasta ese minuto, el record de salto ecuestre lo tenía desde octubre de 1938 el equitador italiano Antonio Gutiérrez, sobre su caballo Ossopo. Pero en la señalada ocasión y tras una caída que podría haber frustrado la hazaña, Larraguibel Morales, que tenía también la marca sudamericana desde el año anterior, logró saltar la última de las pruebas mientras se medía con su camarada de armas el Teniente Luis Riquelme, quien iba en el lomo de Chileno. Así marcó este record hasta ahora imbatible, en la tarde del 5 de febrero de 1949, en lo que Larraguibel definió como un instante perfecto de comunicación, equilibrio y entendimiento entre el caballo y el jinete.

Larraguibel, siguió haciendo historia después de su hazaña: obtuvo doble medalla de oro en los Juegos Panamericanos de Buenos Aires en 1951 y participó en los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952, aunque debió abandonar por lesiones el glorioso y elogiado equipo chileno de aquel entonces. Por esta misma razón, se retiró al año siguiente, dedicándose a servir como instructor de equitación. Huaso, en tanto, fue considerado una celebridad en el mundo militar y vivió atendido como una estrella en la Escuela de Caballería, con derecho a pasear por todas las áreas verdes del recinto, libremente. El elegante y querido caballo murió allí en agosto de 1961, mientras que su heroico jinete falleció en Santiago, en abril de 1995.

Video con la historia y la filmación del sorprendente salto de Larraguibel y el caballo Huaso (Fuente: http://www.youtube.com/watch?v=2tRVB3ymEOY&feature=fvwrel).

Vista general de la reconstrucción de la valla ecuestre de 1949, en La Florida.

Vista lateral.

La réplica-monumento de la vaya del salto en La Florida, conmemora así una de nuestras más grandes hazañas deportivas y uno de los pocos records mundiales logrados por chilenos. Me parece que antes de la creación del paseo y las áreas verdes, cuando este llano era sólo un estéril sitio sin vegetación corriendo por el lado del canal que allí pasa, el monumento se encontraba un poco más al Norte, según recuerdo más cerca de Departamental. Los cambios en las calles lo han dejado más al interior y, después de las grandes remodelaciones realizadas, fue trasladado a esta base circular en la que permanece y que fuera construida en 2005, pero ahora rodeada por un parque.

Existen otras réplicas del histórico salto, como el de la Escuela de Equitación del Ejército en Quillota o el del "Santiago Paperchase Club" de Huechuraba, pero ésta parece ser la única que se encuentra en un parque público y tan cerca de la ciudadanía general; misma exposición que lo mantiene en estado vulnerable y vandalizado, infelizmente.

Impresiona estar frente a ese conjunto de casi dos metros y medio e imaginar un caballo pasando con jinete y todo sobre tal altura, lo que da una proporción real al observador sobre la magnitud de la hazaña de Huaso y Larraguibel, aún escrita en letras de oro en la historia de las artes ecuestres internacionales. Es, además, una forma de hacerse una auténtica percepción de la altura que fue superada en aquella epopéyica marca, más allá de las impresiones reducidas a fotografías y videos que existen de ella. Mirándolo, casi se puede oír la euforia que causó este logro, y que tras un estallido de aplausos convirtió al hombre y al caballo protagonistas en verdaderos héroes ante la sociedad chilena y la historia internacional de las disciplinas ecuestres.

Tal vez no sea tan majestuoso como el monumento ecuestre que homenajea desde hace pocos años a Larraguibel y a Huaso en Viña del Mar, pero el que se encuentra en La Florida tiene una valor didáctico y demostrativo que le es tan propio. Y si ya es una lástima que no exista en él la información que antes complementaba al conjunto permitiendo comprender de qué se trata, más penoso será el día en que termine de ser destruido por algunos de los mismos floridanos, a veces tan obsesionados con afear e "invunchear" todo lo que brille en ciertos rincones interesantes de su propia comuna.

MESAS, COPAS Y DÉCADAS DEL RESTAURANTE Y CLUB SOCIAL "CÍRCULO FORDIPRECA"

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Coordenadas: 33°26'11.05"S 70°39'7.95"W

Uno de los salones y centros culinarios más escondidos entre las fachadas del Santiago céntrico es el "Círculo Fordipreca", club social de los jubilados vinculados a la Dirección de Previsión de Carabineros de Chile (DIPRECA) ubicado en calle Santo Domingo 1060, entre Bandera y Puente, frente al Edificio Gasco y al lado de otro conocido restaurante del sector (el "Entre Mesas"), a sólo una cuadra y media de la Plaza de Armas.

Los carteles y pizarras con los platos del día, en el acceso de puertas escalonadas y baldosas formando una estrella octogonal, son el principal indicador para el transeúnte, de que aquella es la entrada hacia los comedores dentro del suntuoso y elegante edificio que los acoge.

En su época, este hermoso edificio de estilo neoclásico francés de dos pisos y media mansarda, debió haber lucido esplendoroso en la cuadra, representando en su plenitud la arquitectura europeísta de fines del siglo XIX. Hoy se encuentra esperando urgentemente una echada de manos a las reparaciones pendientes desde el terremoto de febrero 2010, que dejó algunas grietas en el piso inferior pero daños considerables en el segundo piso, por lo que actualmente éste permanece clausurado, con agresivos alambres de púas cerrando el paso hacia arriba en la bella escala de madera que se encuentra en el hall, primera al final del pasillo del acceso.

Pasando junto a la oficina administrativa del Club Social y la peluquería dispuesta allí para los socios (toda una oda a las clásicas barberías que también funcionaron acá en Santiago alguna vez), se llega al espacioso salón del restaurante, o el "casino", como le llaman sencillamente sus visitantes habituales. A la derecha se encuentra una sala menor y más elegante, con lámpara colgante, usada de preferencia por el directorio. Más allá está el salón del bar, de grandes dimensiones, y al fondo las cocinerías.

El salón principal es de gran altura y con accesos de luz natural en el techo. La distribución de mesas es prolija, pulcra, y una tarima de madera situada en la parte frontal de este espacio a modo de escenario, más un elegante palco o balcón en lo alto del lado opuesto, atrás, revelan el pasado de este sitio como sede de grandes encuentros y enormes fiestas.

Este salón todavía es arrendado para esta clase de encuentros, como matrimonios o celebraciones, y en algún lugar del recinto queda también un piano que sirvió para animar tarde y noches dentro del "Círculo Fordipreca", de modo que esos recuerdos de grandes festejos aún tienen ciertos ecos dentro del club.

El club-restaurante fue fundado el 11 de junio de 1940 y se encontraba asociado a los usuarios en Santiago de la antigua Caja de Previsión de Carabineros de Chile, creada ocho años antes. Administrado por concesiones, siempre se ha orientado a comida típica o popular chilena: prietas, cazuela, porotos con longaniza, pernil con papas cocidas y el tradicional pescado con ensalada "a la chilena"; también chuletas, lomo y bife a lo pobre; y pollos al coñac, al champiñón o asado simple con arroz. Desde la barra salen vasos de vino tinto, pipeño, pisco y otros con más refinamiento.

La construcción que lo acoge, según los administradores, data de la época del 1880, aunque diría que su fachada pertenece más bien al 1900. También están convencidos de que habría sido levantado sobre un terreno que perteneció en algún momento a la familia Carrera, según me cuentan, y que incluso pasó por él doña Javiera hacia sus últimos años de vida.

Por esta última razón es que, en la oficina central del club frente al hall, hay una gran reproducción de un famoso retrato al óleo de don José Miguel Carrera, acompañado de otro de don Manuel Rodríguez en la misma sala. La casona con aspecto palaciego allí levantada, perteneció al General Carlos Ibáñez del Campo, precisamente el fundador de Carabineros de Chile, pero fue definitivamente cedida al centro institucional por su viuda, doña Graciela Letelier de Ibáñez.

En 1976, la vieja caja previsional desapareció y el departamento fue rebautizado Dirección de Previsión de Carabineros, por lo que el Club Social pasó a ser llamado ForDipreca, pues pertenecía al círculo de Fuerzas de Orden en Retiro (FOR).

Denominado desde entonces "Club Social Círculo Fordipreca", el restaurante hoy es administrado por don Manuel Barrientos Soto. Mantiene también muchas características de picada popular y son especialmente conocidas sus empanaditas de pino y queso, vendidas en platos de a seis y a precios muy convenientes. Un par de meseras atienden toda esa sala, alternando según el orden de entrada de cada grupo de clientes. Un timbre suena desde la sala del bar cada vez que un plato de los pedidos está listo y deben retirarlo.

En general, viene hasta este sitio toda clase de gente, pero llaman más la atención y destacan por su número los funcionarios retirados de carabineros, esos de la vieja escuela, que prefieren este rincón con sus ex camaradas de armas antes que los cafés frecuentados por los jubilados por el Paseo Ahumada. Entre copas, cafés y arrollados con puré picante, lo que uno escuchará aquí en sus entretenidas tertulias son, principalmente, temas como recuerdos de la época del tranvía, la epopeya del Mundial del '62 o alguien que viajó a la Antártica.

Espero que alguien se haga cargo pronto de recuperar este magnífico edificio, que por sus características y estética también merecería un capítulo completo investigando sus reales antecedentes e historia, más allá de lo que se cree o se afirme popularmente sobre él. Mientras tanto, sigue siendo una gran experiencia beber alguna cerveza en días calurosos o vinito navegado en las tardes frías, en su salón "casino" y con las famosas empanaditas de queso del club echando vapores sobre la mesa.

UN CARABINERO EN SERVICIO DESDE EL MÁS ALLÁ

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Coordenadas: 33°32'37.00"S 70°34'50.26"W

Muchos funcionarios de carabineros muertos trágicamente en servicio, tienen sus respectivas animitas señalando el lugar de su desgracia. Existen varias de ellas en carreteras o ciudades, y algunas han adquirido fama popular importante, como las cuatro animitas de Carabineros de Fuerzas Especiales asesinados en 1984 en un atentado explosivo en Valparaíso, la del Cabo Castillo en la carretera de Antofagasta o la animita del Carabinero Cristián Vera asesinado hace pocos años una noche del 11 de septiembre en Pudahuel.

El hecho de pertenecer a una institución creada para dar un servicio de seguridad y orden público les otorga a estos fallecidos una connotación martirial especial en el credo popular, además de un aura de protección al desvalido, como si la vocación del sujeto siguiera manifestándose más allá de la vida para con la ciudadanía. Por esto, la institución muchas veces asume como suya también la animita de su miembro caído en servicio, adicionando emblemas, banderas, placas o pintando las grutas y casuchas con sus colores corporativos; un pequeño Walhalla personal para el alma del finado.

Una animita de carabinero que ha cobrado especial importancia entre los creyentes, se encuentra en la intersección de las calles Santa Amalia y Colombia en la comuna de La Florida, esquina surponiente. Es un cruce que ha visto la muerte de varias personas, incluso tras la instalación de un semáforo que antes no existía allí. A pesar de eso, han seguido ocurriendo choques y atropellos, razón por la que animita se puede encontrar también en la esquina opuesta. La que nos interesa es la del Cabo 2° Juan Ramón Morales Gajardo, conocido más popularmente como Juan Ramón o "Paquito",en una alusión cariñosa a la expresión paco, que es como se llama en nuestro país de manera informal y un tanto peyorativa a los representantes de Carabineros.

Conozco relativamente bien su historia, porque vivía muy cerca de este lugar cuando ocurrió allí su muerte, a la altura del paradero 20 de avenida Vicuña Mackenna. Morales era miembro de la policía motorizada, pertenecía a la dotación de la Subcomisaría Cabo 2° Pablo Silva Pizarro de Los Quillayes y tenía 29 años esa fatídica tarde del 3 de julio de 1993. Casado con doña Nadia Faúndez, residente en Talca, Morales pertenecía a la institución desde el 1° de noviembre de 1985, donde era apodado "El Tuco" por sus pares. Había destacado y recibido felicitaciones por su desempeño en varias ocasiones. En mayo de 1987, por ejemplo, logró detener a un peligroso delincuente que también lideraba una célula de un grupo subversivo, logrando incautársele armas de guerra y granadas. Posteriormente, en el fatídico aluvión del 3 de mayo de 1993 en Las Perdices, él fue uno de los primeros en llegar al lugar y dar valiosa ayuda para evacuar a los damnificados, en una acción que se le celebró como realmente heroica.

El día de su tragedia, exactamente dos meses después de su valerosa actuación, hacia las 13:30 horas él y su acompañante recibieron un llamado urgente, solicitando escoltar el traslado de una persona herida desde Santa Sofía de Lo Cañas hasta el Hospital Sótero del Río, ya que el retraso de la ambulancia había obligado al concejal Sergio Ossandón a hacer uso de su vehículo particular para conducir al paciente hacia el recinto hospitalario. Cumpliendo con la orden, lamentablemente los carabineros debieron cruzar por esta peligrosa conjunción de calles avanzando por Colombia hacia el Sur, cuando aún no existía el semáforo.

Morales se estrelló violentamente con un vehículo Chevette conducido por una muchacha del sector llamada Paola, que iba por calle Santa Amalia hacia el poniente. El golpe fue formidable y el cuerpo del infortunado Morales voló cayendo al otro lado de la calzada, cerca de donde está su animita, mientras que la motocicleta quedó tirada en un charco de fluidos, con una tremenda marca del impacto en todo el tren delantero. Su compañero, que iba más adelante, no notó el accidente hasta pasado un rato, cuando advirtió la ausencia de su par. Un helicóptero llevó al herido hasta el hospital institucional, pero fue declarado muerto en el trayecto, producto de sus gravísimas heridas: traumatismo encéfalo craneano abierto y fracturas múltiples en el cuerpo.

(Fuente imagen: diario "La Tercera")

(Fuente imagen: diario "La Tercera")

En medio del luto, esta animita surgió de la misma forma paulatina que han observado autores como Plath y De la Cruz: primero, aparecieron las velas a las pocas horas, encendidas durante las noches en el lugar donde cayó su cuerpo. Después, vino la improvisación de un pequeño altar que pronto acabó reemplazado por una casuchita para dejar flores y placas de metal, madera o mármol. Las primeras de éstas, con agradecimientos por favores recibidos, comienzan a aparecer al poco tiempo, conservándose una del año siguiente de su muerte, lo que hace presumir que se le adjudicó con rapidez un carácter de "milagroso" y "generoso", que atrajo cada vez a más devotos de "Paquito". Así, aparece a continuación una reja cerrando el perímetro, dispositivos adicionales para recibir placas, maceteros, flores y todo lo que corresponde a una de las animitas más conocidas y veneradas de La Florida.

Los solicitantes, como es costumbre, dejan papeles con peticiones de favores. También hay decoraciones institucionales y banderas chilenas, resaltando la solemnidad del ánima y la confianza que sus fieles depositan en la investidura formal del fallecido. Una fotografía de Morales está dentro de la casucha, acompañada de una estatuilla de la Virgen del Carmen, infaltable advocación en las animitas de funcionarios de Carabineros de Chile. Es tanta la cantidad de ofrendas, flores y adornos que recibe esta animita periódicamente en el no muy grande espacio que ocupa, que su aspecto y su colorido siempre varían, semana a semana.

Después de muchos otros accidentes, incluyendo uno definitivo de un amigo que vivía por este sector y que también iba en motocicleta pero perdiendo mucho menos que Morales, se instaló por fin un semáforo en este temido cruce. Irónicamente, uno de los postes que los soportan está exactamente al lado de la animita.

Prácticamente no hay noche en que "Paquito" no reciba una visita y no quede alguna de sus velas encendidas, pidiendo o agradeciendo favores a un funcionario de Carabineros de Chile que, para la tradición de la fe popular, aún sigue allí prestando servicios a la comunidad floridara.



UN ASESINATO Y SUICIDIO EN EL CONGRESO NACIONAL DE CHILE

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Diputado Luis Correa (izquierda) y senador Zenón Torrealba (derecha)

La política partidista, por su propia naturaleza carnívora, ha arrojado a la historia de Chile varios episodios de enorme curiosidad y de los que hoy se habla escasamente, escondidos bajo mantos de vergüenza y del falso decoro, especialmente en la Cámara de Diputados del Congreso Nacional de Chile, donde la inexperiencia y el afán de figuración de los actores los traiciona con frecuencia, haciéndoles actuar movidos por el ímpetu o el descontrol. Al respecto, sería más fácil encontrar información en una revista "Topaze" que en libros de historia, sobre todas estas sabrosuras: el disparo al cielo de Jorge González von Marées en el primer día de sesiones de la Cámara Baja, los cenicerazos de la Carmen Lazo contra sus adversarios o la vez que Mario Palestro advertía en un discurso a la derecha que pendía sobre sus cabezas"la espada de Pericles"(sic), sólo por mencionar algunos hitos.

Empero, hay en un hecho especialmente trágico en este recuento, sucedido en ese mes de septiembre tan generoso en aportarle a nuestra historia fechas dramáticas, alrededor de las propias Fiestas Patrias; algo que vino a tener lugar en el Congreso Nacional de Santiago, ya en los estertores finales del primer gobierno de Arturo Alessandri Palma y casi como símbolo anticipado de lo que iba a ser el fin de la República Parlamentaria.

En 1923, el comerciante y empresario Luis Correa Ramírez contaba ya con 52 calendarios de vida y había logrado el cargo de diputado tras las reñidas elecciones parlamentarias realizadas dos años antes. Representaba al Partido Demócrata, un conglomerado de discurso proletario integrante de la Federación de Izquierda y que vino a ser una suerte de ensayo para el surgimiento del socialismo partidista en Chile, aunque aún vinculado al aliancismo liberal pro-alessandrista.

Integrado al pacto de la Unión Liberal, que tenía la supremacía del poder legislativo, el PD había superado por escaso porcentaje al Partido Democrático Nacional con el que se fusionó años más tarde, quedando por debajo del Partido Radical y el Partido Liberal dentro del mismo pacto. Sólo Vicente Adrián Villalobos acompañó a Correa en la representación de su partido por Santiago, dentro de la Cámara.

En las mismas elecciones, el PD había logrado un solo senador: don Zenón Torrealba Ilabaca, popular político y periodista de origen curicano; hombre enérgico, fundador del diario "La Tribuna" y, si bien era menor que Correa Ramírez, le aventajaba por su experiencia parlamentaria iniciada en los días del Primer Centenario de la República, también como diputado por Santiago. Además, fue Presidente del Centro Social Obrero e influyente dirigente al interior del PD, condición que sería vital para comprender cómo y por qué se desencadenaron los hechos sangrientos.

En su actuación dentro de la Cámara, en tanto, Correa Ramírez destacó por proyectos de ley en favor de los trabajadores y en el contexto de fuertes agitaciones obreras que tenían lugar en esos días. Empero, el calvo y obeso diputado guardaba una secreta ambición, similar a la de sus muchos colegas y correligionarios: quería alcanzar el preciado puesto del Senado, tradicional trampolín de los candidatos a la Presidencia de la República. El problema era que ese puesto ya estaba ocupado por Torrealba y con grandes posibilidades de ir a la reelección, como había sucedido también con su representación anterior por Santiago en la Cámara, siendo una de las pocas cartas seguras que le quedaban al partido en esta instancia.

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Salón de Honor del Congreso Nacional.

Como se aproximaba el final del período senatorial, en septiembre de 1923, el PD llamó a elecciones internas para elegir a su próximo candidato. Torrealba iba seguro a buscar ser reelecto, pero esto no amedrentó a Correa, que se postuló convencido de poder ganar tras su desempeño en la Cámara Baja y viendo tan cerca la oportunidad de su vida para conquistar un escaño en la Alta. Por varios días, el partido vivió fuertes disputas y polarizaciones internas, ya que ambos exigieron la lealtad de sus camaradas y amigos dentro del mismo, apostando a que serían los elegidos.

Al parecer, las descalificaciones, el triunfalismo y las burlas calentaron exageradamente el ambiente intestino del conglomerado, contagiados de la fuerte pugna que existía entre los grupos liberales que apoyaban al gobierno de Alessandri Palma para acaparar puestos y cupos de poder. Intentando moderar el clima enrarecido del PD, se constituyeron tribunales de honor para devolver el buen juicio a los militantes.

Por desgracia para Correa, su adversario ganó limpiamente la controvertida y peleada elección, el día 8 de septiembre. Fue un humillante balde de agua fría, algo catastrófico para el diputado, que no podía creer que su enemigo Torrealba celebraba en su cara un virtual regreso al mismo escaño por el que tanto había peleado y sufrido.

La frustración y la ira de Correa se volvieron incontenibles. Ciego de furia e incapaz de aceptar la derrota, solicitó a su victorioso contendor que tuvieran un encuentro en una sala menor de reuniones reservadas, que usaban las comisiones de la Cámara de Diputados en el tercer piso del edificio del Congreso Nacional de Santiago. La junta fue concertada para el día lunes 10 de septiembre.
Torrealba asistió a la reunión creyendo que iba a ser hidalgamente felicitado por su contrincante. Craso error: aunque no se conocen bien los detalles de lo sucedido, por haber sido ambos los únicos presentes en esa sala, se sabe que, luego de algunos saludos protocolares y de haber sido cordialmente recibido, dentro de la sala y ya a puerta cerrada, Correa desenfundó un revólver disparándolo a quemarropa e inesperadamente contra el indefenso senador. Acto seguido, se suicidó de un tiro en la cabeza.

Al oír los dos disparos, personal y funcionarios de la Cámara corrieron a la sala, abriendo las puertas y encontrando allí una escena dantesca: ambos hombres agónicos, encharcándose en su propia sangre ya en los últimos segundos de vida. Torrealba tenía el cráneo abierto por el tiro, y estaba inerte en el sofá de la sala; Correa yacía en un sillón vecino, con la sien perforada por su propio tiro, aunque aún respirando. Cuando llegó la Asistencia Pública, ya había muerto. Nada pudo hacerse por ninguno de los dos.

La noticia fue un verdadero escándalo y aunque se trató de salvar la memoria de Correa del escarnio público, fue imposible detener que fuera señalado como asesino. Apareció una escueta nota ese mismo día, en diarios como "Las Últimas Noticias", pero al siguiente se amplió en un completo reporte del diario "El Mercurio", gracias a que los periodistas lograron ponerse en contacto con el diputado por Chiloé don Eduardo Grez Padilla, quien estaba al tanto de todo lo sucedido y fue testigo de parte de los hechos, como recuerda Rafael Valdivieso Ariztía en su libro "Testigos de la historia".

A pesar de la gravedad de lo sucedido, sin embargo, las elecciones que debían realizarse al año siguiente comenzaron informalmente su etapa de campañas a los pocos días del crimen, por lo que el duelo fue superado rápidamente por el clima de ambicioso fervor político y electoral.

Aunque por muchos años rondaron algunos rumores sobre las "verdaderas razones" del crimen, o supuestos datos adicionales que harían todavía más oscuro aquel sangriento episodio de 1923, poco y nada se habla en nuestros días de uno de los episodios más siniestros que han involucrado a elementos de las clases políticas chilenas y, muy particularmente, a las intrigas de la Cámara de Diputados del Congreso Nacional.

CÓMO CONOCER LOS PAISAJES Y GENTE DE CHILE SÓLO TOMANDO EL METRO

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Coordenadas: 33°26'34.50"S 70°38'42.35"W (Estación Santa Lucía)

Lo primero que hice al año pasado al regresar de mi temporada invernal siempre fuera de la capital, fue comentar la exposición que la DIBAM monta en sus vitrinas  de la Estación Meto Santa Lucía, encargada a mi estimado amigo el periodista cultural y verdadero gentleman Víctor Mandujano. En aquella ocasión se trataba de la muestra fotográfica sobre el trabajo de Alfredo Molina La Hitte, el retratador de la bohemia y la revista chilena, a la que siguió otra notable exposición relacionada con las vacaciones "de nuestros abuelos", en la misma vitrina.

Ahora, que estoy de regreso en un Santiago tibio tirando para frío tras meses a Sol intenso y aridez casi absoluta, me corresponde destacar una nueva exposición que se realiza en estos mismos momentos y en estas mismas galerías en el andén Sur de la estación del metro: "Paisajes y gente de Chile", con  26 hermosas imágenes históricas seleccionadas sintetizando un recorrido por la diversidad étnica y geográfica de Chile... Puñete en la guata para los dogmáticos que siguen pregonando la idea chata de que somos un país plano, sin variedad y sin razones para  inflar el pecho: huasos, rotos, mapuches, niños, ancianos, obreros industriales, trabajadores del campo, paisajes agrestes, paisajes urbanos, etc.


Cabe señalar que las fotografías elegidas pertenecen a conocidos maestros de la lente, como Antonio Quintana, Jorge Opazo, Domingo Ulloa, Jack Ceitelis, Luis Ladrón de Guevara e Ignacio Hochhäusler, además de varias otras cuya autoría se desconoce.

"Mar de ovejas", anónimo.
(Exposición DIBAM "Paisajes y Gente de Chile" 2012)

Escuela nocturna para obreros en Matucana 49-a, anónimo, C. 1915.
(Exposición DIBAM "Paisajes y Gente de Chile" 2012)

"El hombre de la pala", Antonio Quintana, 1959.
(Exposición DIBAM "Paisajes y Gente de Chile" 2012)

 "Niños jugando", Antonio Quintana, c. 1960.
(Exposición DIBAM "Paisajes y Gente de Chile" 2012)

Horno para producción de Cerámica, Lota, Ignacio Hochhäusler, 1950.
(Exposición DIBAM "Paisajes y Gente de Chile" 2012)

 Angelmó, Domingo Ulloa Retamal, C. 1959.
(Exposición DIBAM "Paisajes y Gente de Chile" 2012)

 Ambulancia de la Cruz Roja de Punta Arenas y sus voluntarios, anónimo, c. 1920
(Exposición DIBAM "Paisajes y Gente de Chile" 2012)

Parte importante de la muestra está inspirada y contextualizada, además, en este interesante texto del Premio Nacional de Literatura Mariano Latorre (1886-1955), en su crónica "Chile país de rincones" (Santiago, 1944):
"Se caracteriza Chile por la diversidad de sus climas y por el enredo tectónico de su geología.

Altas cordilleras que dominan el paisaje y le dan su fisonomía; un alongado valle, verde camarada de las cumbres blancas; un encadenamiento de lomas que mueren en la costa y donde las mareas moldearon, en el transcurso de los siglos, bahías y estuarios; desiertos que se beben los ríos andinos, valles risueños engastados en ásperos cerros, ríos que se precipitan sonoramente a luchar con las olas del Pacífico, cerros que al hundirse en el mar se convierten en islas asombrosamente fértiles; pero, ante todo, cordillera, valle y costa cortados por rincones feraces que bordean el trópico y se acercan, en el sur, a las nieves polares.

Se unen así, a través de una ruta zigzagueante, las llamas del norte con los corderos de Magallanes, los mangos y granadas con las manzanas del sur, las uvas del centro con las fresas de las selvas, el salitre y el guano con el carbón de Arauco y los cóndores de los Andes rozan sus alas con las de las gaviotas y alcatraces del litoral.

Pluralidad de rincones y pluralidad de almas en cada rincón.

La multiplicidad es el carácter del paisaje chileno. Y múltiple es también, la psicología de su poblador, pero paisajes y hombres son unos en su pluralidad.

Se advierten, sin embargo, desde la Colonia en el chileno, dos características contrarias, separadas casi siempre en tipos diferentes, pero a veces, coincidiendo en el mismo individuo y que explican reacciones personales y colectivas del hombre de Chile.

Una está enraizada en la tierra y es conservadora, la otra es indeterminada y casi siempre anárquica. La primera predomina en el huaso; la segunda en el roto.

(...) Santiago unificó artificialmente a Chile. Como si el norte, el centro y el sur fuesen iguales, trató de nivelarlos por medio de una política uniformadora. Y, en realidad, el huaso económico, y el roto dilapidador son personajes centrales del drama social de Chile.

Enemigo de reformas, el huaso; revolucionario, el roto. Obstinado y creyente el primero, ateo e irrespetuoso el segundo. La derecha y la izquierda de Chile los encuentran en sus filas antagónicas.

Entre ambos, acomodaticia y cauta, vegeta una clase media que busca en vano su posición en la vida chilena.

(...) Aristocracia colonial, nuevos ricos, nuevos pobres y pueblo conviven sin penetrarse ni menos comprenderse. Sus barrios repiten las ciudades coloniales del valle central, se amontonan chalets de todos los estilos donde estaban antiguas chacras, y las casuchas y ranchos de primitiva estructura subsisten en los suburbios.

Sin proponérselo, pero con aguda comprensión de la tarea que corresponde al artista nato, los escritores chilenos han pintado el medio en que nacieron, en el que transcurrió su juventud o en el que el azar les destinó, realizando quizá por intuición, el agudo consejo de Tolstoi a los novelistas rusos de su tiempo: “Describe bien tu aldea y serás universal”."
La exposición, de la que he preferido sólo reproducir algunas pocas imágenes, sigue en exhibición y seguramente lo estará por algún buen tiempo más, así que no olviden visitarla en la Estación Metro Santa Lucía durante estos días... A ver si les ayuda también a planificar desde ya sus vacaciones de verano.

 Paseo Ahumada 39, anónimo, c. 1929-1930
(Exposición DIBAM "Paisajes y Gente de Chile" 2012)

Baño de ovejas en estancia de Magallanes, anónimo, c. 1920
(Exposición DIBAM "Paisajes y Gente de Chile" 2012)

 Lanchas en el río, Jorge Opazo
(Exposición DIBAM "Paisajes y Gente de Chile" 2012)

Llegada a La Unión, Provincia de Valdivia, Domingo Ulloa Retamal, 1960.
(Exposición DIBAM "Paisajes y Gente de Chile" 2012)

 Anónimo,  zapatero remendón.
(Exposición DIBAM "Paisajes y Gente de Chile" 2012)

Niño y ángeles, anónimo, c. 1930.
(Exposición DIBAM "Paisajes y Gente de Chile" 2012)

Pulpería, anónimo, c. 1925.
(Exposición DIBAM "Paisajes y Gente de Chile" 2012).

EL ENORME GALPÓN DE LA ESTACIÓN DE SERVICIO SUR DE SANTIAGO

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Coordenadas: 33°28'6.75"S 70°37'44.75"W

En estas coordenadas puede verse, desde servicios de fotografía aérea o registro satelital, un enorme galpón oscuro situado en calle Padre Orellana 1876, entre las calles Ñuble y General Gana, en medio de este clásico barrio santiaguino. Calculo que debe tener 10 metros de altura, 70 de largo y unos 27 de ancho, proporciones que lo hacen parecer un verdadero hangar enclavado en plena ciudad, dentro de un terreno todavía más grande y que pertenece a la Dirección de Mantenimiento de la Municipalidad de Santiago.

Es una curiosidad que una estructura de tales dimensiones sea tan poco conocida y advertida en la ciudad, perdiéndose entre cuadras antiguas y nuestra inclinación citadina a transitar por la metrópoli casi sin mirarla. Sólo el tránsito de camiones amarillos con sellos municipales que entran y salen desde ella, si es que también alguien los nota, puede motivar quizás la curiosidad de algún santiaguino para preguntarse a qué corresponde este gran espacio techado, del que brotan además los ruidos de motores en marcha y potentes chorros de mangueras de limpieza.

La mole metálica ostenta su relativa antigüedad pero más todavía su sólida vigencia allí, aún de pie y resistente, burlándose de la historia sísmica de nuestro país y del paso inexorable del tiempo. Es la Estación de Servicio Sur de la Ilustre Municipalidad de Santiago, inaugurada el 9 de agosto de 1961, durante la alcaldía de Ramón Álvarez Goldsack, famoso ex general, dirigente y activista del ibañismo que, entre otras obras por la comuna, consumó también la construcción del Monumento al Capitán Prat y a los Héroes de Iquique que existe a un costado del Mercado Central de Santiago.


El sitio es usado desde entonces como corral y guardería de vehículos de transporte de la municipalidad, como camiones recolectores, camiones cisternas, camiones de carga y buses de traslado de personas, además de recibir atención mecánica y limpieza en compartimentos distribuidos en los costados del recinto. No sé si en el pasado habrá servido también a los trolebuses que aún circulaban en los años en que se levantó, pero los encargados me dicen que nunca se lo empleó específicamente como estación de tranvías o algo parecido, sino que siempre como corrales.

El nombre oficial de la Estación de Servicio Sur es "Alcalde Germán Domínguez Echenique", quien fuera edil de la Municipalidad de Santiago entre 1951 y 1952, ocasión en la que le tocaría ser la primera autoridad municipal chilena que fuera invitada en esta calidad por su homólogo de New York, para que participara de un encuentro internacional de alcaldes americanos. Militante conservador, Domínguez también fue diputado entre 1945 y 1949, presidente de la Sociedad Empresa Periodística del diario "El Chileno" y Director del célebre Club Fernández Concha.


Hay un gran movimiento de trabajadores allí dentro, pero de todos modos se dan el tiempo de pedir fotografías y responder consultas, amablemente. Casetas hechas de albañilería en su entrada y en su sector central, además de compartimentos para el mantenimiento de los vehículos pesados completan el interior de esta gran obra.  Atrás, se ven algunas oficinas administrativas y por los lados exteriores al frente, el edificio de la Dirección de Mantenimiento de la Municipalidad ocupa un único piso de muros amarillos que se extiende hasta la esquina de General Gana, luciendo escuálido bajo el tamaño del galpón que domina la postal de esta cuadra. La Dirección de Mantenimiento también ha usado antes este lugar para poner en remate algunos vehículos municipales.

Tal vez no se trate de una maravilla de ingeniería o de un tributo al patrimonio urbano entre los edificios públicos, pero sí es una gran curiosidad tamaña estructura ubicada y casi en los deslindes de la Comuna de Santiago y en medio de este viejo vecindario a las puertas del Barrio Matadero.

BENJAMÍN GONZÁLEZ CARRERA: ENTRE LOS "RECUERDOS DE UNA FAMILIA" Y "UN CHILENO DE TOMO Y LOMO"

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La semana recién pasada falleció don Benjamín González Carrera, veterano investigador histórico, ex profesor, genealogista y escritor, integrante de varios centros de investigación histórica, ex miembro del equipo de investigadores del Centro de Estudios Históricos Lircay, ex director del Comité Patria y Soberanía y del Instituto de Investigaciones Históricas José Miguel Carrera, además de descendiente directo del mismo héroe de la Independencia. Para quienes fuimos sus amigos fue un hecho tan triste como esperable, sin embargo, pues su último tiempo los había pasado con dificultades de salud y ya condenado a una silla de ruedas, a pesar de haber concluido en este mismo período una importante obra que lo colocara merecidamente en las bibliotecas y librerías nacionales.

Nacido el 25 de marzo de 1921, don Benjamín siempre fue un hombre disponible para asistir a generaciones nuevas de investigadores, sin altanerías ni intereses políticos, pues nunca hizo distinciones entre la gente que se lo solicitara. Un gran hombre y un gran patriota pero, sobre todo, un gran amigo. Estuve muchas veces en su departamento, allá en Avenida Ossa cerca de Príncipe de Gales, donde pude conocer tantos de sus interminables recuerdos, sus archivos y su "cuarto secreto" saturado de libros antiguos, mapas, revistas y hojas sueltas, donde solía sentarse frente a su computador a concluir historias personales enredadas con las del propio país al que tanto amó. Su distinguida esposa siempre esperaba a las visitas con alguna delicia culinaria, entre las que recuerdo purés de manzanas o carne en salsa de nueces. Siempre colgaba una imagen gallarda de don José Miguel Carrera frente al living.

A lo largo de su vida, fue un hombre de muchas profesiones: contador auditor, profesor de historia, profesor de matemáticas, administrador de empresas y agricultor, siendo muy conocido y estimado especialmente por el sector de Melipilla. Tras haber trabajado como profesor de historia en el Liceo de Temuco, realizó un gran viaje a Europa en los años sesenta, titulándose en la Universidad de Lovaina, en Bélgica. Después trabajó como contador en el holdingDuncan Fox entre 1970 y 1980, fundando ese año la empresa Expresport que operó hasta 1984. Permaneció vinculado desde entonces, a las actividades agropecuarias, pero su pasión íntima la constituía la investigación de áreas humanísticas y ciencias sociales, que lo acompañaron hasta el final de sus días.

Hombre de cultura vastísima, cordial y ameno, por alguna razón -que ya he visto mucho en otros personajes, también- siempre mantuvo un bajo perfil y la mayoría de las veces publicó sólo por mecanismos informales, a través de la internet o páginas editoriales. Lo suyo eran más bien las entrevistas, las "peleas" por cartas al diario (hubo una época en que era algo corriente leerlo en la sección de lectores del diario "El Mercurio) y las exposiciones enviadas al Congreso Nacional, especialmente por cuestiones históricas y problemas limítrofes, tema para el cual hizo público y con ayuda de algunos de nosotros sus conocidos, un folleto digital titulado "Historia Cartográfica Resumida de los Límites de Chile", el año 2001. Este bajo perfil, sin embargo, le jugó más de una vez en contra, pues algunos especularon dando palos de ciego sobre su verdadero carácter e ideología. De hecho, en un mal programa de conversación nocturna de TVN del año 2002, conducido por Felipe Camiroaga y Cecilia Serrano, fue engañado por los periodistas del espacio con una invitación a supuestamente hablar "de chilenidad": al parecer, los muy torpes habían creído que el maduro y pacífico don Benjamín era una especie de nacional-revolucionario-etnocentrista y, en medio de la transmisión, le presentaron como sorpresa al famoso "huaso negro" (un ciudadano extranjero de color que era famoso esos días por andar vestido de huaso en una promoción dieciochera) como si esperaran que el intelectual abuelo se parara indignado haciendo una escándalo o que se negara a darle la mano... Todos quedaron con tamaña bocota abierta, sin embargo, cuando don Benjamín saludó caballerosamente al figurín dándole la mano y poniéndose de pie para esto, haciendo gala de su reconocida hidalguía, con la demostrada calidez y cordialidad que siempre demostraba sin distingos.

Un día de aquellos, cuando se compró su primer computador, don Benjamín me pidió que fuera a introducirlo en su uso ya que desconocía la mayoría de las utilidades de esta herramienta, aunque las intuía perfectamente. Quería remunerarme por esta paleteada, pero no acepté. Ese día, ahí en el desorden de su "cuarto secreto", me explicó su proyecto: estaba reuniendo todas las memorias históricas de sus dos líneas familiares en un sólo documento: el lado de los González y el de los Carrera, con un trabajo que se prolongó por casi diez años de paciente indagación y transcripción, que le obligaron a postergar su retiro definitivo de estas actividades casi hasta los 90 años de vida. También se basó en escritos que tenía archivados desde los años sesenta o antes, especialmente los de su primo genealogista Rafael Sotomayor González, de modo que la recolección de sus antecedentes abarcó un formidable espacio de tiempo.

Don Benjamín, durante el lanzamiento de su libro el año 2011.


Benjamín González Carrera y doña Anita María Ried, ambos miembros del Instituto de Investigaciones Históricas José Miguel Carrera y descendientes del prócer , colocando una ofrenda floral en la cripta de los Carrera en la Catedral de Santiago.

LOS RECUERDOS DE UNA FAMILIA CHILENA

El resultado de este inmenso trabajo fue el libro "Recuerdos de una familia chilena: los González y los Carrera, forjadores de la patria", el único que publicó en forma impresa, bajo el alero del Centro de Estudios Bicentenario y con apoyo del Centro de Investigaciones Históricas José Miguel Carrera. Se trata de un interesante trabajo que reúne, en más de 400 páginas, una infinidad de antecedentes, documentos y fotografías relativas a estos dos linajes chilenos.

Asistí al lanzamiento del libro el año pasado, el 16 de noviembre de 2011, en el mismo Instituto Carrera. Aunque habían pasado unos tres años desde la última vez que vi a don Benjamín, luego de una delicada operación cardiaca que se le había practicado entonces, me reconoció con facilidad y pude conversar con él un rato en medio de la agitación del momento y las solicitudes de firmar libros. Fue la última vez que nos vimos, por desgracia, pero en un encuentro altamente simbólico, por haber significado la consumación de tanto esfuerzo y tanto trabajo.
"Quisiera poder mostrar a mis posibles lectores -escribe en el preámbulo- la forma en que se desarrolla la vida de una familia en Chile hacia comienzos del siglo XX, tan simple como en la propia Edad Media, contando simplemente el acontecer de nuestra infancia sin malicia, sin culpa, que la educación antigua trataba de prolongar lo más posible".
A diferencia de otros libros también basados en historias de familias o apellidos, González Carrera se tomó aquí la molestia de ir tratando de hacer un retrato contextual de cada período que va abordando en el libro, de modo que acaba construyendo también un ensayo histórico de Chile a medida que abarca cada generación desde los albores de la Conquista hasta nuestros días. Tanto es así, que incluso da algunos detalles sobre las noticias que eran importante en la opinión pública de ciertos períodos. Los personajes no son sólo seres dispersos y sin entorno, sino actores con consecuencias e influencias interesantes en su época, pues el autor se esfuerza por destacar la huella de cada uno en la historia más que en los méritos personales o las cadencias que podrían ser importantes sólo para la memoria y el orgullo de sus descendientes. Por lo mismo, hay un gran interés por describir las ciudades y localidades a las que se alude, en su respectivo momento de cronológico.

"Recuerdos de una familia chilena" también avanza en algunos de los procesos históricos que afectaron a la sociedad chilena, especialmente en el camino desde la vida agrícola hasta la construcción de las sociedades industriales y citadinas. Estudia el origen de los González en la llegada misma de los conquistadores españoles, y cómo la familia adquirió la hermosa Hacienda Chocalán con su primer propietario, don Nicolás González Caravedo, lugar que fuera escenario también de los movimientos de la Independencia de Chile. Esta estancia se ubica en Melipilla, zona que será especialmente importante para el clan y donde tuvo otras propiedades como la Hacienda El Carmen. Avanzando, comienza a describir cómo los González se consolidan tempranamente como familia hacia el siglo XVIII obteniendo también algunos abolengos y pergaminos en esta ruta, algo que podría darnos una pista, además, de la popularidad que tiene este apellido en Chile. Sin embargo, hay un notorio énfasis en el vínculo con el campo chileno que mantuvieron los González en aquellos años, oportunidad que el autor no pierde para desmitificar con sus comentarios algunas de los episodios históricos que se asocian ya más cerca de nuestra época a la Reforma Agraria y a la influencia en Chile de la Guerra Fría, por ejemplo.

Al referirse a los Carrera, en cambio, tiene mucho más que decir debido a la carga ineludible de narración que involucra el tema de los hermanos Carrera en el relato histórico familiar. Vuelve a estudiar aspectos heráldicos y cronísticos que se remontan al tiempo de la influencia directa de España sobre la naciente sociedad chilena, partiendo por Ignacio de la Carrera e Iturgoyen y su llegada a Concepción, en el siglo XVII. A medida que se enfila hacia el núcleo generacional de los héroes de la Independencia, nuevamente va intentando representar no sólo el aspecto de la realidad de aquellos días, sino también rasgos sociológicos como las costumbres y tradiciones reinantes en esos años. Es elocuente y dramático el capítulo dedicado a los hermanos Carrera, por supuesto, además de ofrecer a la investigación algunos documentos poco conocidos o derechamente inéditos. Y hay algo de inmenso valor adicional en el trabajo del autor: avanzar en las generaciones posteriores, llenando así un enorme vacío de información genealógica que había existido hasta la publicación de "Recuerdos de una familia chilena". Ahí están, por ejemplo, los ocho hijos del matrimonio Carrera Pinto, de los que la mayoría conocíamos sólo al héroe don Ignacio. Las generaciones llegan así hasta don Juan Vicente González y doña Merceditas Carrera, sus padres, pero cuando aún faltan más de 100 páginas de información novedosa en el libro para terminarlo, donde la historia familiar vuelve a enredarse entre la vida en la ciudad y los campos chilenos.

Hay varios asuntos interesantes a la historia urbana y la cultura popular en el libro de González Carrera. Abarca, por ejemplo, detalles sobre las residencias antiguas de Santiago Centro y algo menciona alrededor de la llamada Casona Sánchez Fontecilla, aclarando que antes pertenecía a don Diego Sánchez de Morales. También, entre su reproducción de documentos dice algo de gran importancia sobre una famosa ilustración que muchos consideran la primera caricatura chilena, hecha para ridiculizar a O'Higgins, a San Martín y a los demás lautarinos, de la que siempre se ha discutido si fue publicada originalmente por José Miguel Carrera en los volantes revolucionarios que hacía circular por La Plata, o bien por la prensa peruana en los últimos días del Virreinato. Según González Carrera, el dibujo pertenece a la propia mano del prócer y acompañaba una de las ediciones de su "Manifiesto". También da detalles interesantes de algunas residencias y locales que eran ocupados por ancestros del clan en calles como Huérfanos, en la época tardía del siglo XIX, además de su esbozo de los señalados contextos de tiempo para cada período, que van haciendo pinceladas para los retratos de la sociedad y la realidad urbana, en cada caso. Las fotografías históricas también pueden ser otro aporte: además de las imágenes familiares, hay allí antiguas postales del Club de la Unión, calles céntricas, el edificio de las tiendas "Gath y Chaves", la antigua Plaza de Armas, la Estación Central, etc.

Los libros sobre líneas familiares, especialmente cuando se concentran en los personajes de  mayor importancia entre ellos, generalmente pecan de no prever que el interés del lector no relacionado con los apellidos de marras pueden celebrar con mucha menos intensidad la información que allí se expone con orgullo y pecho henchido. Sin embargo, en el caso de "Recuerdos de una familia chilena" hay un valor especial por la sabia precaución de don Benjamín de no abandonar el entorno temporal de cada época, haciéndolo así un documento valioso a la indagación sobre la historia urbana y cultural de Chile a lo largo de los cuatro o más siglos que allí son relacionados.

Don Benjamín González Carrera (al centro), en su juventud, junto a su tío Fernando Ojeda (a la izquierda) y don Pedro Valenzuela Benavente (a la derecha) en las Casas de San Pastor (fuente imagen: "Recuerdos de una familia chilena").

Escudo de la familia Carrera dibujado por don Rafael Sotomayor González. (fuente imagen: "Recuerdos de una familia chilena").

EL CHILENO DE TOMO Y LOMO

Don Benjamín tenía también una especial admiración por los hombres de trabajo, por los "rotos" y hasta los gañanes, con quienes se entendía casi de igual a igual a pesar de su posición de hombre vinculado a linajes familiares y un estrato sociocultural importante, como vimos recién. Conservo la copia de un bello escrito suyo que cedió generosamente el año 2006 para que fuera publicado en medios digitales y del que me regaló una transcripción completa, originalmente hecha en máquina de escribir. En él refleja esta admiración total que tenía por el hombre de esfuerzo, representado en un amigo que conoció cuando éste trabajaba de conserje en un edificio. Lo reproduciré en su totalidad a continuación, no sólo para demostrar el magnífico retrato que hace su autor sobre la vida de Juanito, un chileno trabajador y esforzado como los que siempre elogió con singular emoción, sino porque es una representación perfecta también, del amor que siempre profesó y manifestó en vida por la esencia del pueblo chileno:
"UN CHILENO DE TOMO Y LOMO:

Juanito, de seis años de edad, huérfano y aburrido de ser maltratado por sus tíos que le acogían, se fue de la casa. Llevaba la simple ropa que modestamente vestía, su honda, su cortaplumas y fósforos.

Su incierto destino eran los cerros de los alrededores de la ciudad de Nancagua, por donde ya había vagado, pudiendo orientarse en relación a la ciudad y a algunos puntos de referencia, como el río Tinguiririca, la quebrada y el monte.

Ascendía los cerros y comenzaba a oscurecer sin encontrar un refugio donde pasar la noche. En un claro del monte enmarañado, aparecen los muros de un antiguo y semidestruido horno de carbón que podría acogerlo. Las arqueadas paredes con dos grandes aberturas que habrían hecho hace tiempo, la función de puertas y algunos trozos desmoronados de los viejos muros, parecieron al pequeño e impulsivo excursionista un recinto apropiado para protegerlo en su primera y solitaria noche de libertad.

Juntando algunas ramas para tapar los dos grandes boquerones, le pilló la noche y el cansancio, quedándose dormido en la tosca y hospitalaria madre tierra.

Con las primeras luces del alba, abandona su guarida en busca de algo con qué aplacar su hambre. Caminando y recogiendo los frutos del boldo y del maqui, se encuentra con una vaquita que da de mamar a su cría. Recoge una buena cantidad del mejor pasto de por ahí cerca y lo lleva a la vaca, que lo recibe agradecida. Luego la acaricia, con las manos mojadas coge las ubres y llena su tarrito de choca de leche fresca, con lo que completa su primer desayuno en los cerros.

Ahí pasan algunos días, hasta que su innata inquietud lo impulsa a conocer lo que hay al otro lado del río. Se acerca a la orilla, con sólo seis años a cuestas; ve con temor  la torrentosa corriente. Duda... Pero se lanza al agua. Va manoteando y pataleando como puede, con su escasa experiencia en algunas lagunas de la zona, hasta alcanzar la otra orilla mucho más abajo de lo que él divisaba desde la ribera opuesta, encontrándose con un paisaje distinto.

Mojado y entumido, comienza a caminar por el campo abierto, hasta que divisa una casita de quincha con barro. Se acerca hasta su puerta y observa al lado de una cocina a leña, a una abuelita que lo mira y le dice:

- Mi'jito, ¿por qué está tan mojadito?. Pase a calentarse.

El niño se sintió acogido y entró. La señora le convidó un desayuno y comenzó a interrogarle, sin que Juanito soltara palabra.

El niño salió de la casa y volvió tarde con un gran atado de leña seca, que depositó al lado de la cocina. Al atardecer llegó el dueño de casa y preguntó por la causa de la aparición de este niño. La señora le contó lo ocurrido y le dijo que le había traído leña.

Ante la imagen del niño y lo servicial que se había portado, el abuelo aceptó que pasara la noche en el galpón.

 Así comenzaron a pasar los días, ayudado y alojando. Salía temprano armado del hacha y cortaba ramas de espino, armaba rastras, que al día siguiente iba a buscar con el caballo, dejando a los abuelitos felices y provistos de combustible para la cocina y el invierno.

Un buen día, se apareció en la casa un patrón grande, conocido del abuelito, que venía en un carretón y se pusieron los dos a conversar. Andaba buscando una vaca que se le había perdido. El dueño de casa le contó que ahora tenía alojado en casa un niño que conocía todo el cerro y que tal vez hubiera visto la vaca buscada. Llamó a Juanito, el patrón se le acercó y le extendió la mano, pero el niño retrocedió a unos cinco metros y lo escuchó. Ahí no más. Por las señas de la vaca que le dio, dijo que podría ser la que él había visto.

- ¿Sabes dónde se encuentra? -le preguntó.

- Sí, señor - Contestó.

- ¿Podrías llevarme a ese lugar?

- Sí, señor - Repitió.

- Entonces vamos altiro - dijo el patrón, sacando del camión dos caballos ensillados-. Súbete y vamos.

Pero el niño, temeroso, le dijo:

- No. Yo me voy a pie...

Partieron, el niño adelante y el patrón detrás a caballo. Subieron muchas lomas, cerros, quebradas, hasta alcanzar un llano al pie de unos roqueríos, desde donde el niño le señaló unos puntitos de colores, diciéndole que ese era un piño de ganado. Allá se dirigieron hasta ver de cerca el ganado. Le indicó una vaca overa colorada, el patrón revisó la marca y resultó ser la mismísima.

De vuelta a casa del abuelo, el patrón pasó al niño un puñado de plata. Pero el niño no la quiso recibir, pues no sabía lo que era, de manera que se lo entregó al abuelo.

Pasando el tiempo, el patrón agradecido le mandó de regalo una potranca, casi salvaje. Juanito la trató con cariño, le dio de comer en la mano, la rasqueteaba y la cuidaba. La tenía domada por el cariño, la montaba en pelo y la guiaba con sus manos puestas en el cuello. Resultó muy rápida para correr. Iba con el abuelo, a correrla a una larga alameda de tierra, quien determinó que era bueno llevarla a las carreras a la chilena.

En abuelo lo llevó varias veces a presenciar las carreras, para que tomara conocimiento y conociera las reglas del juego. Finalmente se presentó en la cancha montando a su yegua, para competir con el gran campeón de la zona, un potro negro de buena alzada. El abuelo le advirtió que el potro era duro de riendas. Así, al llegar casi juntos al final de la quincha central, el caballo negro pasó de largo, y Juanito le puso la mano en el cuello a la yegua, que dobló "en U", como un celaje, y dejó atrás al negro, que no la alcanzó más.

El abuelito juntaba las platas que le participaban los apostadores; le compraba ropa de huaso y aperos. Un día lo convidó al pueblo, a Nancagua, y estaban tomando desayuno en un boliche central, cuando aparece una señorita que saluda al abuelo, luego se dirige a Juanito y le dice:

- ¿No me conocís?

- No, pus

- ¿No eres Juan?

- ¡Sí, pus!

- Entonces eres mi hermano -le dice ella con gran sorpresa del abuelo, quien ignoraba el origen del ahora "campión" de las carreras a la chilena de la zona, un joven ya de 17 años.

La hermana de Juanito le dice que tiene que educarse y conocer las letras, por lo que lo envía a la Escuela de Puente Negro, ubicada aisladamente y lejos, al interior de las Termas del Flaco, en la cordillera frente a San Fernando.

Largos dos años pasa en esta escuela educacional, con estilo correccional, enseñado a látigo y castigo corporal.

Al cumplir los 19 años, es enviado a hacer el Servicio Militar, al Regimiento de San Fernando, donde pasa menos de un año, pues fue relevado por buena conducta y conexiones.

Volvió a su natal Nancagua a trabajar con el antiguo patrón, a quien le había ubicado la vaca extraviada en los cerros.

Más adelante, un hermano lo convenció de venirse a trabajar a Santiago, para que pudiera progresar y lo instaló en su casa del barrio Quinta Normal. Desde ahí, en varias ocasiones, solía tomar una micro hasta el paradero final, observándolo todo, para volverse luego en el micro recorrido.

En una salida llegó a la Avenida Providencia con Carlos Antúnez, bajó de la micro y se puso a caminar. Preguntó a un barredor dónde podría encontrar trabajo en un edificio.

- Pregunte en ese edificio grande, puede que ahí encuentre -le dijo.

Se dirigió a las Torres de Carlos Antúnez y pidió hablar con el administrador. Luego de conversar con el secretario, llegó al propio administrador, quien lo invitó a sentarse y le preguntó de dónde venía. Al saber que procedía desde Nancagua, le hizo cerrar la puerta y comenzó a interrogarle sobre sus conocidos nancagüinos. Le preguntó sobre sus actividades en Nancagua y supo que trabajaba con el señor Pavez, consultándole por la señora de éste. Al saber que su nombre era Margarita, le confesó que ella era su hija y que el señor Pavez era su yerno.

Desde ese momento, quedó contratado y recomendado al mayordomo, para que lo introdujera en el conocimiento de las nuevas labores.. Así comenzó desde el más modesto trabajo del edificio, y por su interés, su comportamiento y su constancia, permaneció en él por veintidós años, alcanzando el más alto cargo de mayordomo.

Con el fin de ampliar sus conocimientos y su experiencia, se trasladó en el mismo cargo a un edificio más tranquilo, ubicado en Avenida Américo Vespucio, barrio Bilbao.

Durante la permanencia de sus labores en las Torres de Carlos Antúnez, conoció a la que fuera su esposa, cuya familia tiene una propiedad agrícola en Manantiales, al poniente de Cholqui, en la comuna de Melipilla. Sigue felizmente casado y tiene dos hijos de 17 y 19 años, hija e hijo respectivamente.

COROLARIO:

Esta resumida historia, verídica, relatada sin la menor jactancia, desde la completa desnudez de un niño bien chileno, de carácter independiente, trabajador, honesto y leal, hasta alcanzar un respetable nivel de cultura y un buen grado de responsabilidad en la escala social, debido exclusivamente a su inteligencia, honestidad y perseverancia en sus labores, y el poseer esa innata intuición de poder apreciar y reconocer que el trabajo honesto es la base de su desarrollo personal y de su éxito, prueban una vez más la bendita idiosincrasia del Pueblo Chileno, inculcado a la población desde los primeros conquistadores y fundadores de nuestra Nación, por los Padres de la República de Chile y por los buenos gobernantes, lo cual permite al Pueblo de Chile distinguirse en el concierto de las naciones.

Santiago, abril 2002
Benjamín González Carrera"
Benjamín González Carrera a los pies del Monumento al General Carrera, frente a la Moneda, en el año 2010 (Agradecimientos por la imagen a H. Fiebig).

Y UNA DESPEDIDA...

Don Benja
era, pues, un señor de vieja escuela, a veces contradictorio e incomprensible para esta época del juicio fácil y las palabras mal meditadas: un romántico de la historia y de las visiones políticas, diría, de esos que ya no calzan en modelos vigentes en nuestros días. Un mismo hombre que, por ejemplo, hablaba a veces del "pronunciamiento militar" para referirse al golpe de 1973 siguiendo el cliché desde su parte más conservadora, pero por otro lado aplaudía la valentía del pueblo mapuche en su lucha en la Araucanía, desde su parte más rebelde y combativa.

Don Benjamín, el orgulloso tataranieto del Prócer José Miguel Carrera, el hombre que amó al genio y cariz del pueblo chileno, incansable defensor de Chile frente a las controversias limítrofes, estudioso obsesivo y exhaustivo de la historia nacional, falleció el 8 de octubre de 2012, quizás sin saber lo cerca que él estuvo también de ser, desde su propia realidad y a su modo, otro chileno de "tomo y lomo" como aquellos por los que profesó tanto cariño y admiración.

Con él se fueron quizás muchas otras historias que quedaran condenadas a la categoría de inéditas: sus charlas en el Club Providencia, las reuniones del 21 de Mayo en la Hermandad de la Costa, sus coloquios y lecturas en el Instituto Carrerino, sus exposiciones redactadas para el Congreso Nacional, nuestras reuniones en el desaparecido "München" de calle El Bosque Norte, sus colecciones de libros, sus apuntes, sus pasiones, sus amarguras, sus alegrías... Al menos algo ha quedado de todo este inmenso compendio existencial, sin embargo, en su libro y en el escrito que aquí reproduje.

EL "INDIO PÍCARO": UN HÉROE VIRIL DE LA ARTESANÍA POPULAR CHILENA

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A pesar de la inclinación un tanto sombría y gris de nuestro pueblo, el humor "falocrático" todavía ocupa parte del infantilismo y la travesura casi cultural del chileno medio: desde el niño que estropea los cuadernos del compañero dibujando penes bailarines hasta el conspirador que raspó una vez la última "A" del gran cartel carretero anunciado: "SALIDA A EL PAICO". Diría que, tradicionalmente, la mitad o más de los chistes contados por compatriotas concluyen directa o indirectamente entre los calzoncillos de varón... Lo mismo en la pared del baño, el asiento de la micro y hasta en la boca del candidato municipal. Para todos los casos se trata de una especie de sabotaje destructivo, de lo que Edwards Bello llamaba "invunchismo". Es decir, estamos frente a un vandalismo irreverente y humorístico: arruinar las cosas con una sorpresa tan golpeadora como encontrarse de bruces con un inesperado falo.
Un "juguete" que resume esta obsesiva fascinación por ruborizar o escandalizar al prójimo por esta vía es, sin duda, el famoso "Indio Pícaro" de nuestras ferias artesanales y centros de venta de recuerdos para turistas, por algunos más conocido con el mote de Pichulonko, que en algún momento incluso contó con página web propia y animaciones flash sobre sus aventuras, hechas por una agencia. Todavía sigue causando entuertos y sustos a los turistas curiosos (especialmente las damas) que llegan hasta estos lugares de venta e intentan tomarlo, intrigados preguntándose cuál puede ser la utilidad de tan extraña pieza de madera tallada a mano, sonriendo con su dentadura equina y sus ojos invisibles mientras, casi como un Alien de Giger, oculta su potente secreto. En su caso, un secreto erecto bajo el poncho. Lo compren o no, los turistas nunca lo olvidarán después de esta experiencia.
 
Por su rotunda sorpresa, debe ser uno de los productos que más se venden a los viajeros en estos centros de artesanía de Santiago, a pesar de que se lo puede encontrar desde Arica a Magallanes. Tanto es así que el entonces Vicepresidente de Estados Unidos de América, Dan Quayle, compró un par de "Indios Pícaros" en una parada mientras iba con su comitiva desde Santiago a Valparaíso, en el período en que asistía a la transmisión del mando presidencial de 1990, algo que aparece descrito en periódico "The Washington Post" del 12 de marzo de ese año, confirmando que al menos uno de estos dos indios picantes fue a parar a la mismísima Casa Blanca... Curiosa coincidencia nominal, además, porque Quayle lo había comprado en la localidad de Casablanca.
 
Veinte años después, la superstar Lady Gaga se quedó con una de estas figuras regalada por una de sus fans chilenas, como se verifica en el diario "Las Últimas Noticias" del martes 29 de marzo de 2011 y en las palabras de la propia cantante pocos días antes, cuando comentó ante su público en Las Vegas de tan curioso obsequio "con un pene muy grande", según sus palabras.
 
Aunque con frecuencia se los compra como pisapapeles o adorno de escritorios, la espalda plana de muchos "Indios Picaros" ha servido para que sean adquiridos de a pares y usados para sostener filas libros sobre muebles. Otros lo usan sólo como decoración "patriótica". Además, fue uno de los 136 elementos guardados en la "Cápsula Bicentenario" que se guardó en la Plaza de Armas, el año 2010, como algo característico de Chile y de nuestra época.
"Indio Pícaro en el Mercado Central de Santiago, de grandes proporciones y al que se le puede levantar la parte superior por una módica suma.
 

Es tal la popularidad de Pichulonko que, a causa de la falta de patentes, ya comenzó a aparecer en otros países vecinos y hasta han llegado partidas de este fetiche popular pero fabricadas en plástico y procedentes de países de oriente, especialmente de China, que ni siquiera se acercan al buen trabajo artesanal de los originales vendidos acá. En otras épocas fue popular también una figura de bolsillo fabricada y vendida acá, llamada el "Chino Cochino", que semejaba a un oriental dentro de un barril al que, apretándole la cabeza con su característico gorrito de arrocero, se deslizaba hacia abajo dejando ver bajo la barrica su enorme corpulencia masculina, en un mecanismo inverso al del "Indio Pícaro", que debe ser levantado para que deje expuesto su talento. También existe una versión femenina, llamada la "India Pícara", pero es menos conocida, a veces también se la denomina Guacolda.
¿De dónde proviene este ingenioso artículo tan acorde a nuestro curioso gusto por la fealdad y por lo bizarro, pero divertido? Un reportaje del diario "El Mercurio" del 18 de octubre de 2000 parece resolver este enigma: de acuerdo a la buena memoria de uno de sus creadores, Jorge Medina Ramírez, un artesano del sector Candelaria que a la fecha del artículo tenía 44 años y residía en medio de un bosque nativo junto a la carretera al Volcán Villarrica, el nacimiento del famoso icono tiene lugar hacia 1980, basándose en un muñeco apache articulado que su patrón, don Ramiro Herrera, había traído desde un viaje al extranjero: a esta figura se le podían ver los genitales pero bajo un taparrabo de cuero. En esos días, trabajaban para Herrera como carpinteros para la construcción de cabañas turísticas cerca del volcán, los artesanos Camilo Valenzuela y Alejandro Olave, cercanos a Medina. Herrera les propuso a los tres que tallaran un modelo propio del indio en madera pues pretendía regalárselo a un amigo de Santiago. Así lo hicieron y produjeron al primer "Indio Pícaro" casi exactamente igual al que ahora sigue en plena vigencia y popularidad, aunque basando su aspecto, en parte, al de indígenas locales. Quizás el tocado de plumas sea algún recuerdo de su inspiración original en el muñeco piel roja.

 Desde ese instante, la historia del "Indio Pícaro" sólo es éxito y masificación: al poco tiempo, Herrera les encargó otros cinco más para seguir regalándolos; luego más, y más... Y más. Pasó rápidamente al comercio y, así, el famoso personaje se convirtió en la celebridad artesanal que todavía cotizan los turistas, haciéndoselo en distintos tamaños hasta nuestros días: desde minúsculos llaveros hasta estatuillas de tamaño natural, todos con el mismo mecanismo para ser levantados y sacar afuera su gónada de terror.
Me parece que es Santiago donde más venta de "Indios Pícaros" tienen lugar fuera de la Región de la Araucanía, y por eso lo he incluido en este blog. Pero allá en su tierra natal no todos lo aceptaron con risas y jocosidad: reputados artesanos de cerámica mapuche como don Sergio San Martín, de Gorbea, vieron con indignación la popularidad de esta figura y la calificaban sólo como un resultado del mercantilismo unido a la vulgaridad en el oficio. En el Mercado de Temuco, además, se inició la costumbre de poner en mesones de ventas, pedestales o en el suelo enormes figuras de este indio y cobrar una pequeña suma a los turistas por levantarla y sacar a la luz su miembro viril, algo que se ha copiado acá en Santiago en lugares como el Centro Artesanal Santa Lucía y hasta algún restaurante del Mercado Central.
 
 
"Indios Pícaros" en venta en la Feria Artesanal de calle Pío Nono", Barrio Bellavista.
 
En el Norte Grande de Chile, sin embargo, he notado que hay quienes tienen una versión especial sobre el origen no del "Indio Pícaro" propiamente tal, sino más bien de las estatuillas de significación fálica: muchas se fabrican bajo inspiración de cerámicas incásicas, mochicas o aymarás conocidas en aquellas regiones y algunos comerciantes especulan, por lo mismo, que acaso hay alguna relación entre el "Indio Pícaro" nacido en el Sur del país con esta clase de fetiches fálicos. Aunque no creen que corresponda a un ancestro de Pichulonko, sí recalcan que las representaciones fálicas inspirando algún grado de hilaridad ya existían antes que él, con los mencionados ejemplos tomados de réplicas o copias de piezas arqueológicas. En honor a la verdad, sin embargo, esta clase de estatuillas existen también en varias culturas de la antigua Europa, del Asia Menor y hasta en Oriente, pues parecen corresponder a alguna forma de fetichismo fálico que aquí en Chile se tomó por cosa de bromas y jugarretas a través del "Indio Pícaro".
 
Con relación a lo anterior, en un reportaje del diario "La Cuarta" del 10 de enero de 2012, el eléctrico ingeniero eléctrico jubilado José Fuentes, poseedor de un conocido local del Mercado Municipal de Temuco donde se venden "Indios Pícaros" y otros gigantes se ofrecen a ser levantados por un par de monedas de $100, recuerda que antaño existía una artesanía fálica de origen peruano y concebida también para afirmar bibliotecas, poniendo uno en cada extremo, agregando que fue un artesano de Catripulli (entre Pucón y Curarrehue) el que creó el mecanismo articulado de la figura que hoy conocemos, haciendo que su pene quede al descubierto y erecto si se lo intenta levantar por la cabeza. Sin embargo, otros artesanos de Temuco y Santiago son enfáticos en declarar que se trata de una creación sureña y desafían a cualquiera a mostrar una pieza, imagen o registro que demuestre la existencia de algo parecido a este indio antes de la popularización del mismo a principios de los ochenta.
 
Técnicamente, el "Indio Pícaro" quizás no corresponda a lo que podríamos definir en rigor como artesanía típica, y menos a algún arte tradicional de Chile, pero aun así se trata, incontestablemente, de uno de los productos más característicos y populares de nuestro país disponibles a los visitantes y viajeros: esos mismos que se encantan con la famosa e insolente sorpresa que Pichulonko esconde bajo sus faldas.
 
"Indios Pícaros" junto a una estatua fálica basada en arte cerámico andino, en un puesto artesanal de Arica.
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