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APUNTES PARA EL RECUERDO DE LA HISTÓRICA TIENDA DE DON JOSÉ MUSA

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Coordenadas: 33°26'7.10"S 70°39'14.30"W
Entristece ver la antigua y encantadora tiendita de géneros y costuras de don José Musa Llantén, en calle Rosas 1171, convertida ahora en un cascarón vacío y esperando terminar de ser demolido muy pronto. No había nada sorprendente ni inesperado en esto, sin embargo: desde el fatídico terremoto de 2010, era claro que la antigua construcción hotelera con locales comerciales en su primer piso, en la esquina de Rosas con Morandé, no iba a aguantar en pie mucho más, pues sus gruesos murallones quedaron peligrosamente torcidos y su línea de cornisas amedrentaba a los peatones con la pérdida de la rectitud de su geometría.
Hijo de inmigrantes libaneses, aunque don José es habitante de los populares barrios de Gran Avenida, ha sido por décadas uno de los personajes más conocidos de este sector capitalino, pues toda su vida de esfuerzo y trabajo ha estado ligada a estas calles de Santiago. Siempre se apresuró a aclarar que no tenía "nada que ver" con los dueños de la Casa Musa que queda cerca en el mismo barrio, aunque su negocio era llamado con el mismo nombre. Llegó a ser el comerciante más antiguo del sector, según se recuerda, siéndome de enorme ayuda su impecable memoria para mi investigación plasmada en el libro "La vida en las riberas: crónicas de las especies extintas del Barrio Mapocho", que publiqué en versión digital el año 2011.
Don José amaba lo que hacía allí y le aterraba la idea de tener que abandonar su actividad. La idea del retiro obligado la sentía como una especie de espada de Damocles que, como suele suceder a veces, se cumple tal cual se temía, por extraño conjuro del destino.
- ¡Pucha! Me encanta trabajar... No puedo dejar de hacerlo. No sé qué haré cuando tenga que cerrar este local -se lamentaba, al recibir la noticia de que el edificio debía ser desalojado.
Don José comenzó a trabajar en una comercial del barrio de calle Bandera en 1944, cuando aún era adolescente. Había abandonado la escuela recién en el cuarto año básico. Se desempeñaría entonces como junior del local, llevando una vida esforzada y austera que le permitió armarse paulatinamente un pequeño capital, trabajando toda la semana hasta el día sábado, mientras que el domingo se dedicaba a vender puerta a puerta. No siempre recibía buenos tratos de parte de sus empleadores: recordaba una ocasión, por ejemplo, en que uno de sus jefes, haciéndose el gracioso, le descargó casi encima del rostro a él y a otro joven empleado uno sonoro pedo, cuando los dos muchachos estaban sentados almorzando detrás del mostrador. Cuando el maltrato comenzó a afectar su remuneración y derechos laborales, don José decidió partir y dejar atrás esta primera experiencia.
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La tienda de don José Musa.
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Don José, paseando por la entrada.
En 1957 y valiéndose del capital reunido con su energía y tesón, instaló su propio negocio importador de productos para sastrería y costura, que llegó a ser uno de los más solicitados de Santiago. Ubicado primero en Rosas con Bandera y más tarde en el señalado lugar casi llegado a Morandé, el comerciante pudo observar desde allí, entre raso, crea, fieltro, entretelas, forros, listones, hebillas, carretes de hilos y agujas de costura, las románticas etapas por las que transcurrió este barrio: los días del paso del tranvía justo frente a su local, el apogeo del bohemio "barrio chino" de calle Bandera y el boom de la hotelería en torno a la Estación Mapocho. Fue habitué de varios de los clubes-restaurantes que se recuerdan por allí en esos años, especialmente de uno propietado por un serio alemán y llamado "Taranpatria" o algo parecido, que quedaba cerca de Bandera y Rosas, y que tenía la característica de nunca poner música al interior del mismo.
El negocio de don José quedaba exactamente abajo del Hotel Palace Royal, que era más bien un motel parejero, y justo al lado del entonces célebre club bailable y culinario "Coquimbo-Atacama", ocupado después por el "Rancho el Rodeo" cuyas instalaciones fueron destruidas por un incendio, acabando convertido en una planta vacía usada como estacionamiento de vehículos. A la vuelta de la calle Morandé, los bajos del mismo edificio hotelero eran usados por otros históricos negocios como "El Olímpico", favorito de los estudiantes de teatro de la facultad situada al frente, y que ahora se cambió a un local cercano en calle Rosas. Salones de pool, barberías antiguas y boliches memorables para los nocherniegos completaban el paisaje urbano alrededor de la tienda Musa.
La gran época de los sastres en Chile llenó estas mismas arterias y dieron a don José una actividad constante y permanente, que parecía entonces inextinguible, inagotable.
- La demanda de telas y accesorios era enorme -recordaba en uno de nuestros encuentros en su local-, especialmente por las confecciones finas como la Pinaud, Sastrería Cubillos o esos más populares del llamado "Caracol de los Sastres" que había cerca de Bandera y Santo Domingo: varios pisos de negocios de sastrería, donde se peleaban a los clientes y donde nadie podía salir ni a almorzar porque se quitaban clientela en su ausencia. Yo atendía aquí casi todo el día, hasta caída la noche. Tenía cinco o seis personas más trabajando comigo, acá mismo.
Comenzando los años ochenta, se encontraba quizás en uno de los mejores momentos para el negocio, a pesar de que el rubro de la sastrería estaba aproximándose silenciosamente a su jubilación. Incluso reputados modistos como Rubén Campos figuraron entre sus clientes. Orgulloso, hizo colocar el gran cartel de fondo azul que acompañó hasta el último momento a la tienda y bajo el cual solía colocarse a ver pasar el vértigo del mundo afuera, en sus últimos años allí en el barrio:
JOSÉ MUSA
IMPORTADOR
MATERIALES PARA SASTRES
Contaba entonces con cuatro empleados y una secretaria-recepcionista para el local, que proveía a no menos de medio millar sastres, algunos de provincias. Otros clientes eran fabricantes de uniformes institucionales, escolares o de las Fuerzas Armadas, como Ejército y Carabineros. Incluso uno de sus hijos, Nayib Musa, se incorporó al negocio abriendo su propia tienda cerca de la suya en esta misma calle llegando a Puente. Aseguraba que, alguna vez, se realizaron sesiones de fotografía profesional dentro de su tienda, para revistas y suplementos. También tuvo oportunidad de hacer grandes viajes al extranjero a principios de esos años, en su calidad de socio de la Unión Libanesa Cultural Mundial, ocasión en la que conoció incluso la Casa Blanca en Washington D.C.
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Interior de la tienda, hacia el año 2010.
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Don José Musa Llantén, atrás de su antiguo mesón mostrador.
Sin embargo, la debacle de la industria textil chilena en esos mismos años y la estrepitosa caída del rubro de la sastrería y las confecciones a pedido, provocaron drásticos cambios en el mercado dejando atrás la época de vacas gordas para la actividad de don José. Los clientes comenzaron a hacerse pocos, cada vez menos, al igual que sus colegas en este lugar de la ciudad. La tienda sobrevivía sólo por un puñado de compradores estables y muchos otros comerciantes del mismo rubro continuaron cerrando sus tiendas en los años que siguieron. Incluso su hijo cerró su propio negocio, el año 2009, pero don José se mantuvo estoicamente en el mismo sitio.
Trabajando ya solo en la tienda de viejas repisas, mesones de madera y vitrinas antiguas, acosado por los fantasmas del próspero pasado, don José paseaba con una boina puesta y su impecable vestimenta, mientras se lamentaba de lo que creía dos grandes culpables en el golpe de gracia recibido por su rubro: la introducción de las prendas chinas, que nos "educó" en la idea de que el precio se prioriza a la calidad, y la apertura abrupta al comercio internacional sin considerar el impacto sobre los comerciantes e industriales chicos.
En esta ya suficientemente triste situación, vino a tener lugar el terremoto del sábado 27 de febrero de 2010, que dañó gravemente las estructuras del edificio del Palace Royal y sus locales, dejándolo inclinado hacia calle Morandé y obligando a colocar refuerzos para contener el peligro de derrumbe. Al poco tiempo, se dio aviso de la demolición e inminente venta de la propiedad a todos los ocupantes, que procedieron a abandonar el lugar poco a poco.
Con sus 84 años a cuestas, don José Musa fue uno de los últimos en retirarse de allí, junto con el bar "El Olímpico". El plazo final era para mediados del año pasado, tras lo cual el edificio quedó desocupado y fantasmal, habitado sólo por los recuerdos de tiempos que ya parecen perdidos en la historia de la ciudad. La etapa final de la demolición comenzó este año, llevándose todo lo que quedaba del mismo y sin vuelta atrás.
El intrépido e infatigable comerciante, rendido  ante las circunstancias incontrolables, cerró su local en esos días, hacia el mes de junio. Por hallarme fuera de Santiago, no tuve oportunidad de tener algún último encuentro con él en este lugar, pero alcanzó a aparecer entrevistado el 20 de mayo de 2012 en un artículo del diario "La Tercera", con las quizás últimas fotografías que se le tomaran a su local cuando aún permanecía abierto. Lo que quedaba de su existencia en rollos de telas, pretinas, cierres y botones, fue trasladado hasta el cercano pasaje comercial de la Galería Betinyani, en Rosas 1142, apilando la mercadería dentro de un local y tras una cortina, a modo de bodega.
Mientras maquinarias pesadas reducen a escombros la antigua tienda, dicen los demás locatarios del pasaje que, de vez en cuando, aparece por allí el delgado y resignado José Musa Llantén, entrando y saliendo de ese lugar que guarda lo último que queda de su larga y prodigiosa historia de 70 años en el barrio de la calle Rosas.
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Así se ve ahora el edificio donde estaba la tienda, en plenas faenas de demolición.

LOS CEREZOS DEL EX PARQUE JAPONÉS: UNA POCO CONOCIDA HISTORIA DE INTRIGAS, RUPTURAS, VERGÜENZAS Y DISCULPAS

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Vista del Parque Japonés, donde ahora está el Parque Balmaceda, hacia 1940. Imagen de la Casa Foto Mora, publicada en el Flickr de Santiago Nostálgico.
Coordenadas: 33°26'9.84"S 70°37'55.23"W (ex Parque Japonés) 33°25'51.10"S 70°37'27.62"W (nuevos cerezos de 2010)
En julio de 2010, ya casi encima de los festejos centrales del Bicentenario Nacional, fueron inaugurados en el lado oriente del Parque Balmaceda, específicamente en la Plaza de la Aviación, los jardines con 200 cerezos donados por miembros de la comunidad japonesa residente en Chile -la colonia nikkei- con un monolito conmemorativo correspondiente. Las partes se rindieron honores mutuamente, se hicieron los gestos de agradecimiento a la representación nipona y ahí siguen hasta ahora estos arbustos sakuras, símbolo de las fiestas de Hanami en Japón y de gran significación artística en la iconografía de ese país.
Estos ejemplares corresponden al científicamente llamado Prunus serrulata, que puede alcanzar siete u ocho metros de altura. Eso, sin embargo, si esta vez se les permite llegar a adultos y no mueren olvidados como otros muy anteriores que hubo en el mismo parque, pues existe una historia previa e importante sobre esta presencia allí que probablemente nadie se interesaría mucho en contar ya, a pesar de que explica perfectamente por qué su presencia en este sitio, por qué específicamente cerezos y la verdadera limpieza de culpas pasadas que se han hecho con este gesto.
Esta larga historia comienza con la primera mitad del pasado siglo, cuando se inicia una gran migración de ciudadanos japoneses hasta América, alcanzando a nuestro país. Aunque Chile no fue un país de particular concentración de estos inmigrantes, como sí lo fueron -por ejemplo- Brasil y Perú, hubo una cantidad relativa de japoneses en el territorio, instalando pequeños negocios o trabajando en actividades vinculadas al rubro salitrero y comercial. Hacia los días del Primer Centenario, ya existen compañías fundadas o traídas por estos viajeros. Ariel Takeda, dice también en su trabajo "Anecdotario histórico: japoneses chilenos", que entre 1903 y 1914 entraron al país 164 de ellos, principalmente desde países vecinos.
Por entonces, había ciertos vínculos especiales entre ambos países en los extremos del Pacífico, además: a un tratado comercial de 1897, se sumaban relaciones especiales entre sus marinas de guerra, como el contacto entre el Almirante Heihachiro Togo y el Capitán Arturo Prat, la facilitación chilena del crucero "Esmeralda III" a Japón en 1895, que fuera rebautizado "Idzumi".
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Vistas y variedades de sakuras en el antiguo Parque Ueno de Tokio y en el Canal Edogawa. Postal ilustrada por el artista Genjino Xataoka publicada por el sitio Digital History Project (digitalhistoryproject.com).
ORIGEN DEL PARQUE JAPONÉS
Por alguna razón quizás relacionada a la tradición del Hanami o la contemplación de los florecimientos en la vegetación, muchos de estos aventureros japoneses crearon en Chile campos de cultivo, producción de flores y de árboles frutales, varios aquí mismo en la Zona Central. Muchos se familiarizan con las tradiciones chilenas y el folklore de la vida semiagrícola imperante. La colonia sigue siendo ostensiblente baja, sin embargo: junto a los 3.750.000 habitantes censados en 1920, sólo vive un puñado de japoneses divididos en 513 hombres y apenas 44 mujeres.
Al fallecer su padre el Emperador Yoshihito, en 1926 Hirohito asume como el Emperador Shōwa, despertando gran interés y fervor tanto de los japoneses residentes en la isla como de los repartidos por el resto del mundo. La colonia nikkei en Chile se manifiesta enviando saludos y honores al joven soberano, acompañados de un elegante obsequio: una fina montura huasa chilena que, según anota Takeda, fue llevada hasta la casa imperial por un empresario de Valparaíso llamado Heske Senda, mismo que en los días del Centenario había implementado una exposición de hermosa y delicada porcelana artística nipona dentro del flamante Palacio de Bellas Artes.
El regalo llevado por Senda dejó complacido al Emperador, quien, en una forma de retribución, hizo enviar a Santiago de Chile un verdadero bosque de cerezos sakuras, árboles de la flor nacional del Japón. Según las memorias apuntadas por Kyutaro Tsunekawa, la cantidad de estos arbustos fue de 3.000 unidades.
Justo en esos días, las autoridades chilenas llevaban adelante un proyecto de remodelación de todo lo que antaño había sido el antiguo tramo oriente del Paseo de los Tajamares concretados durante la administración colonial de don Ambrosio O'Higgins. Trabajos que, entre otras cosas, significaron la demolición del antiguo obelisco o "pirámide" que celebraba la construcción de aquellos mismos malecones y que fuera destruido en 1927, existiendo hoy una réplica de ladrillo allí junto a la avenida Providencia, cerca del puente peatonal Condell o Racamalac.
El entonces Alcalde de Providencia, don Almanzor Ureta, no bien asumió ese mismo año  se empeñó en erradicar los ruinosos peladeros, la calle costanera junto al río y los basurales que ahora ocupaban el lugar del desaparecido paseo colonial. Su proyecto, además, permitió dar ocupación a una gran cantidad trabajadores afectados por la crisis post Caída del '29, que también había repercutido en las plazas laborales chilenas durante el Gobierno de Carlos Ibáñez del Campo.
En los señalados terrenos adyacentes al río Mapocho, entonces, fueron plantados todos estos cerezos japoneses hasta casi encima de la ex Plaza Italia, donde acababa de instalarse también el conjunto monumental del General Baquedano. Bautizado el nuevo paseo como Parque Japonés, fue inaugurado hacia 1930 de acuerdo a los planos del paisajista austriaco Óscar Praguer, convirtiéndose de inmediato en uno de los lugares de esparcimiento favoritos de la sociedad chilena, ya que funcionaba también como una suerte de continuación del Parque Forestal mientras la ciudad seguía creciendo hacia el sector oriente.
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Primera floración de los nuevos cerezos japoneses en el Parque Balmaceda, ocurrida el año 2012. Bella imagen publicada en el sitio totusbit.blogspot.com.
EN LA ÉPOCA OSCURA
A todo esto, aunque la corriente migratoria seguía siendo débil, la cantidad de japoneses en Chile comenzó a aumentar en aquellos mismos años, lo que en un país acostumbrado a la uniformidad y afectado por las permanentes malas relaciones regionales como el nuestro, despertó rechazo y provocó algunas sobrerreacciones. Esta curiosa dualidad emocional en la sociedad chilena se mantuvo largo tiempo en ciertos grupos de poder y encontraría su válvula de escape con los conflictos internacionales como excusa.
Al aproximarse la Segunda Guerra Mundial, las tensiones de la crisis económica de los treinta vinieron a ser reemplazadas por las presiones diplomáticas y los conflictos de intereses de los países no involucrados directamente en el conflicto, especialmente por las insistencias aliadas a través de las legaciones de los Estados Unidos, para provocar las rupturas con el Eje. De hecho, documentos de la CIA desclasificados en tiempos recientes, demuestran que apenas unos días después del ataque a Pearl Harbor en diciembre de 1941, Washington intentaba convencer secretamente a Chile sobre un supuesto interés de Tokio por bombardear nuestras costas simultáneamente de Norte a Sur y de amenazas proferidas por el embajador Keyoshi Yamagata en este mismo sentido. Sorprende también la actitud que tuvo por entonces el Canciller Juan Bautista Rossetti, icono radical-socialista chileno que, sin embargo, prácticamente corrió hasta la representación de Washington a demostrarse servil a los intereses de la Casa Blanca y pedir su protección intervensionista para poder romper con el Eje.
Chile, que ya había quedado con el estigma de "país germanófilo" durante la primera gran conflagración mundial, se vería rápidamente metido entre fuego cruzado, especialmente en los meses que siguieron a la masacre de los nacionalsocialistas alzados del Seguro Obrero de 1938, llegando a otro dramático capítulo con el sospechoso y nunca bien aclarado hundimiento del vapor mercante chileno "Toltén" en 1942, cerca de New York, ataque a atribuido a un submarino alemán que sirvió para aplastar las no pocas antipatías locales por los aliados y las voces que seguían exigiendo mantener la neutralidad. El propio Canciller Ernesto Barros Jarpa, sucesor de Rossetti en la cartera, era partidario estricto de mantenerse neutral.
La inteligencia norteamericana hablaba incluso de fondos con los que Japón habría intentado influir en representantes del Congreso Nacional de Chile, para evitar la ruptura, según una investigación de la periodista Loreto Daza publicada por la revista "Qué Pasa" en 1997. Importante participación en los esfuerzos por no romper con el país nipón habría tenido don Florencio Durán, a la sazón Presidente del Senado. Hay razones para creer también en que había un grupo dispuesto a alzarse contra el gobierno en caso de quebrar relaciones con el Eje, aparentemente liderado por el General Ibáñez del Campo.
Este clima incendiario, tarde o temprano iba a afectar a la colonia japonesa residente y a sus obras como el Parque Japonés, como veremos.
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Monolito conmemorativo de la inauguración de los nuevos cerezos. Atrás, puede verse el Monumento a Rodó, frente a la Fuente Bicentenario, en la Plaza de la Aviación.
DEL PARQUE JAPONÉS AL PARQUE GRAN BRETAÑA
A principios de 1943, en medio de la euforia política importada desde los acontecimientos de la guerra, el Gobierno de Juan Antonio Ríos proclama la ruptura con los países del Eje y notifica a las embajadas de Alemania, Italia y Japón de un plazo para abandonar Chile. La presión fue tal que el Canciller Barros Jarpa había debido ser reemplazado por Joaquín Fernández Fernández en el cargo, durante el año anterior. Paralelamente, cobraban vigencia las siniestras "listas negras" contra ciudadanos sospechosos (con cargos reales o inventados) y una sucia historia secreta de espionajes e influencias sombrías comienza a escribirse desde ese momento, donde principios como la presunción de inocencia y las mínimas garantías del derecho se diluyen al calor de las circunstancias.
Excediendo todas las normas y mesuras, muchos japoneses fueron mantenidos relegados en Casablanca o en Buin, y el día 16 de septiembre siguiente se notificó al cuerpo diplomático y consular que tenían sólo 24 horas para abandonar el país, abordando contra reloj un tren en la Estación Mapocho para retirarse. Allí, tras ser sometidos a una humillante revisión, burlas y retención de valijas en algunos casos, los representantes se marchan acompañados por comerciantes y funcionarios también japoneses, que partieron voluntariamente con ellos. Pocos meses después, le toco lo propio a los alemanes e italianos.
No contento con la radical decisión diplomática, el Presidente Ríos procedió a uno de los actos más vergonzosos y patéticos de zalamería tercermundista que se han conocido en esta región del mundo, una calaverada innecesaria muy poco comentada en nuestra época: en abril de 1945, ya ajeno a las presiones aliadas o del expulsado Eje, La Moneda proclama urbi et orbi una absurda "declaración de guerra" contra Japón, en momentos en que el final de la conflagración mundial ya estaba prácticamente resuelto y sólo faltaba el sorpresivo pero controversial azote atómico dado en agosto contra Hiroshima y Nagasaki, para acelerar la ya inminente rendición nipona.
En la práctica, el único efecto concreto que tuvo esta poco decorosa "declaración de guerra" fue el infantil cambio de nombre del Parque Japonés con sus hermosos cerezos por el de Parque Gran Bretaña, en una necia adulación al principal representante europeo del bloque de los Aliados. Fue lo más "audaz" que hizo Chile en el contexto de alguna clase de participación en la Segunda Guerra Mundial, si es que acaso se le puede definir de esa manera.
La razón de este acto -que suena tan inaudito- se explica también en el interés casi impulsivo de Ríos por ingresar a la naciente Organización de las Naciones Unidas, ONU, apenas fuera anunciada en Yalta su creación en febrero de 1945, mes en el que Chile emite primero una teatral declaración de "estado de beligerancia" con Japón esperando que fuera suficiente para entrar al grupo. Sin embargo, como la ONU exigía entonces a sus miembros declarar explícitamente la guerra a alguna de las potencias del Eje, La Moneda decidió ir un paso más allá en abril, ganándose así el boleto de membresía que ha permitido a algunos justificar esta polémica decisión de esos años.
A consecuencia de la misma decisión, los cerezos japoneses fueron olvidados y nunca más se les dio debida mantención, desapareciendo con el aspecto floral del antiguo parque, que era especialmente visible en las primaveras. Tsunekawa señala que ya se habían secado todos ellos hacia fines de la década del cuarenta.
Los inocentes cerezos perecieron víctimas de las convulsiones de la historia del siglo XX, dicho de otra manera.
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Placa explicativa en el monolito inaugural de los cerezos.
LOS NUEVOS CEREZOS
Pasada ya la demencia de la Segunda Guerra Mundial y sus efectos en la neurosis chilena, el bautizo del ex Parque Japonés como Parque Gran Bretaña comenzó a incomodar a muchos, quienes para tapar un poco sus pudores prefirieron llamarlo Parque Providencia.
En 1949, sin embargo, el paseo comenzó a ser expiado con un nuevo proyecto: la creación de otro parque sobre los restos del anterior, con la instalación de la estatua del Presidente José Manuel Balmaceda y su obelisco conmemorativo a la entrada del mismo, allí donde antes comenzaban los huertos de cerezos. La imagen de bronce había sido producida y donada por el escultor Samuel Román, y en alguna futura entrada hablaremos más extendidamente de ella y del Parque Balmaceda que nace allí, sobre el antiguo ex Parque Japonés, precisamente con la instalación de este monumento, hasta la proximidad de las Torres de Tajamar levantadas en 1967.
La sensatez y cordura habían regresado a la cabeza de los políticos chilenos para entonces, o al menos una parte de ellas: con la visita del Primer Ministro de Japón Nobusuke Kishi a Chile, se implementa e inaugura en 1958 el Jardín Japonés del Cerro Santa Lucía, hacia el lado de calle Victoria Subercaseaux. Aunque en dimensiones es sólo una sombra de lo que pudo ser el Parque Japonés junto al Mapocho, este encantador rincón tenía una bella ornamentación con peces, grullas y cierta decoración artística que ha desaparecido misteriosamente del mismo, en años posteriores.
En 1980, se inaugura una suerte de continuación del Parque Balmaceda antes de llegar a las faldas de las Torres de Tajamar: la Plaza de la Aviación, con el monumento a esta misma rama de la aeronavegación y otro correspondiente al Monumento a Enrique Rodó hecho por Tótila Albert, ambos separados por la gran fuente de aguas que fuera remodelada en 2005, pasando a llamarse entonces Fuente Bicentenario. También pretendo dedicar futuras entradas a la historia y características de estos elementos de la Plaza de la Aviación, pero por ahora destaco que fue precisamente allí donde los árboles de cerezos de Japón volverían al parque.
En 2010, la Cámara Chileno-Japonesa de Comercio e Industrias, la Sociedad Japonesa de Beneficencia y la Corporación Nikkei de la Región de Valparaíso, donaron con apoyo de la Embajada de Japón la cantidad de 200 cerezos, que fueron plantados desde el lugar señalado y hacia el Oeste junto a la fuente, inaugurándoselos en julio de ese año en una ceremonia dirigida por el entonces alcalde Cristián Labbé y el Embajador de Japón en Chile, Wataru Hayashi. En donde se encuentran plantado el principal grupo de arbolitos, se instaló un monolito con varias placas, algunas de ellas reproduciendo la nómina de miembros de la Sociedad Japonesa de Beneficencia y de la Cámara Chileno-Japonesa de Comercio e Industrias A.G. La principal de las placas metálicas lleva la siguiente inscripción:
"A LA REPÚBLICA DE CHILE
CON MOTIVO DE LA CELEBRACIÓN DEL BICENTENARIO DE SU INDEPENDENCIA Y POR LA AMISTAD QUE NOS UNE, SE HACE ENTREGA DE 200 CEREZOS AL PARQUE BALMACEDA DE LA COMUNA DE PROVIDENCIA"
Otra, explicando la naturaleza simbólica del obsequio con una ilustración de las flores correspondientes, informa lo siguiente al observador:
"'SAKURA'
La flor del cerezo es la flor nacional del Japón. En la cultura japonesa es símbolo de belleza y sencillez y representa la fugacidad de la vida".
He aquí, entonces, una síntesis de toda esa larga historia con alcances diplomáticos, políticos e internacionales detrás de la presencia de los nuevos cerezos japoneses en el Parque Balmaceda, como lavando las culpas de aquellos que se perdieron en los oscuros años cuarenta y dando una nueva esperanza de perpetuidad para los que ahora existen allí, en su lugar.
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Los cerezos, esperando su próxima floración.
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Vista de los arbustos, en fila... Esperamos que estos sí lleguen a ser grandes árboles.

LOS MISTERIOS DE UNA ANTIGUA ESTATUA PERDIDA A LA "CONFEDERACIÓN AMERICANA"

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La estatua "Confederación Americana, al centro del bandejón y paseo de la Alameda de las Delicias. Al fondo, se observa la torre de la Iglesia de San Francisco.
Coordenadas:   33°26'38.57"S 70°39'4.25"W (aproximadas)
En un breve lapso del siglo XIX, en el antiguo paseo central de la Alameda de las Delicias existió un monumento de buenas proporciones y altura pero hoy casi desconocido y del que se recuerda muy poco, correspondiente a una gran estatua un tanto andrógina de estilo greco-románico heroico, vestida con túnicas y usando laureles en la cabeza. En los días en que escribo estas líneas, justamente, se cumplirán justo 150 años desde que fuera retratada por uno de los primeros fotógrafos documentalistas venidos a estas tierras, en la única imagen realmente importante que se tiene del mismo monumento.
Confeccionada de un material ligero, probablemente combinación de yeso sobre armazones y refuerzos, más un material moldeable, la imagen sostenía en una actitud más bien femenina lo que parece ser un fascio apoyado contra el suelo, con su mano izquierda, mientras que la derecha alzaba gallardamente una antorcha. Desconozco si alguna vez fue alimentado este último instrumento con alguna clase de gas para mantener una llama encendida, pues no se observa en la fotografía rematado por una representación de fuego.
La blanca estatua estaba montada sobre una esfera representando al mundo, aunque no se veía exactamente redonda, sino más bien elíptica. Sobre el lugar que correspondía al continente americano, posaba sus pies, hallándose más abajo y hacia la vista frontal una inscripción que revelaba el verdadero sentido del homenaje: "CONFEDERACIÓN AMERICANA", en dos líneas sobre el globo y siguiendo una curva como base para los caracteres.
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Alameda de las Delicias, hacia 1862, con el Obelisco de la Junta de 1810.
El conjunto se hallaba montado sobre un pedestal que aportaba un tercio más de altura a la estatua, y se encontraba rodeado de un pequeño jardín de cuatro pilares con artísticos jarrones de estilo francés renacentista, dentro de los cuales se colocaron plantas con aspecto de amarilidáceas o cintas. Estas grandes copas metálicas tienen un estilo sospechosamente parecido al de un modelo que aparecerá después en el Cerro Santa Lucía, pudiendo tratarse de un traslado, aunque ya no existen en ese lugar. Son los mismos diseños de los jarrones que actualmente pueden verse en el Círculo Español de la Alameda, además.
No tengo a mano, por ahora, datos sobre cuándo habrá sido erigida esta estatua, pero especulo que pudo sucede hacia los tiempos del Gobierno de don José Joaquín Pérez, ya que los pocos registros que se cuentan sobre la misma datan de 1863 y la fábrica de este monumento no parece haber sido suficientemente resistente y sólida para permitirle la duración que un auténtico monumento requería. A mayor abundamiento, cabe señalar que si bien no se ve al monumento en las fotografías de la Alameda tomadas justo hacia mediados de la centuria y donde sí se observa, por ejemplo, el también desaparecido Obelisco Conmemorativo de la Junta de 1810 (cerca de la Iglesia de San Francisco), no es un dato menor el que muchas de las estatuas erigidas en la Alameda durante aquellos años sean producto de una anterior mesa de trabajo comisionada en 1856 para tales efectos, y sobre la que tuvo gran influencia don Benjamín Vicuña Mackenna, fervoroso americanista confirmado y -a veces- hasta lo insensato. Es un hecho que de esta iniciativa surgieron las estatuas de San Martín y la Buenos Aires que ahora está en el Cerro Santa Lucía, aunque no puedo tener la certeza de que la dedicada a la Confederación Americana haya surgido en este mismo y preciso tramo de tiempo.
Como existen pocas referencias en crónicas relativas a la imagen, tenemos así otro indicio de lo efímero que pudo haber sido su presencia allí en la Alameda. Un registro importante lo aportaría el único fotógrafo entre los miembros de la Comisión Científica del Pacífico de 1862-1866, el madrileño Rafael Castro y Ordóñez, quien anotaba lo siguiente en su bitácora de viaje mientras recorría la Alameda de las Delicias de Santiago, con su soberbia hispánica quizás herida ante la altanería patriota de la ex colonia:
"El paseo de la Cañada, extensa calle de cuatro hileras de álamos, se parece algo a nuestro Prado, si bien es mejor, pues tiene por fondo la grandiosa cordillera de los Andes. Está adornada de varias estatuas de bronce y de yeso. De yeso es la República, y además está desnivelada, que por más que tiene bajada la espada, no puede conservar el equilibro; sus esfuerzos son vanos: jamás estas repúblicas guardarán su equilibrio, porque están formadas con los restos de las monarquías... Después de la estatua de la República sigue la del Abate Molina, historiador y naturalista notabilísimo; ésta de bronce, mérito real, y es la primera estatua que se ha fundido en Chile".
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La imagen completa tomada y descrita por Castro y Ordóñez, entre mayo-junio de 1963.
Y cuando llega por fin al monumento de nuestro interés en esta ruta por la Alameda, anota sin renunciar a su orgullo averiado por tantas exposiciones de quizás excesivo ego republicano y casi antihispánico, el mismo que pocos años después desataría las pasiones en la delirante Guerra contra España de 1865-1866:
"Continuando, le sale a uno al encuentro un terrible figurón, envuelto en un luengo ropaje, con un brazo levantado sosteniendo una tea (¿será de la discordia?) y por pedestal el mundo, y los pies del figurón se apoyan sobre América, y dice sobre el yeso que compone el figurón: Confederación Americana. Ninguna reflexión hago sobre ella; es de papelón y basta".
El fotógrafo de esta célebre misión científica y documental enviada desde España, fue el mismo que tomó la famosa imagen de 1863 durante su visita a la capital entre mayo y junio, hace un siglo y medio. Su información, además de demostrarnos lo poco estética que le pareció la figura, confirma que la ubicación en la secuencia de imágenes de la Alameda de las Delicias debió ser antes de llegar a la actual explanada del Barrio Cívico, cerca del Palacio de La Moneda y lo que ahora es Plaza Bulnes, probablemente en la cuadra ubicada cerca de calle Bandera, aproximadamente (la estatua de Molina estaba hacia donde se halla la Universidad de Chile, para tener una referencia más precisa).
Cabe recordar que, ese mismo año, acababa de ser inaugurado el Monumento a San Martín ubicado relativamente cerca del anterior, ya más próximo al palacio presidencial santiaguino. El cronista circunstancial también la encuentra poco más allá en su paseo por la Alameda, después de ver y describir la que aquí comentamos. Es muy probable que el Monumento a la Confederación Americana también haya sido entonces de muy reciente inauguración, al momento de conocerlo Castro y Ordóñez. Y las imágenes posteriores de la Alameda confirman, a su vez, que el conjunto debió salir de allí no mucho tiempo después de que pasara por este sitio el viajero español.
El Monumento a la Confederación Americana fue tan perecible como la misma ilusión heredada de los días de las luchas independentistas a las que rendía loas, cuando los patriotas unidos por un enemigo común y una lucha compartida, creían en la quimera romántica de una América Latina fusionada solemnemente en un gran bloque fraterno. Sin ir más lejos, poco después del registro del viajero en nuestra Alameda, la calaverada de la Guerra contra España, en la que Chile se involucrara sin tener arte ni parte en el conflicto y sólo por sentimientos impulsivos de americanismo, no sólo costó al país la destrucción de su principal puerto, Valparaíso, ante la mirada indiferente de los neutrales y los garantes (además de las burlas del "aliado"), sino que lejos de acercarnos al país generosamente asistido, marcó severas distancias diplomáticas con Perú y empeoró más aún las cuestiones con Argentina y Bolivia, por la llegada rauda y poco meditada a utópicos intentos de acuerdos hechos contra reloj, en el caso de la disputa de Atacama con fórmulas fabulosas de solución al conflicto simiente de la Guerra del Pacífico.
El sueño de la Confederación Americana era, así, tan frágil como el material del que estaba hecha su estatua gallarda y neoclásica allí en la Alameda de las Delicias, desapareciendo en algún momento de los años que siguieron a la famosa misión de la Comisión Científica del Pacífico, que nos dejó la única imagen fotográfica realmente nítida y reconocible de la misma.
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Tipo de jarrones que había en el Cerro Santa Lucía, en 1874, aparentemente del modelo Val D'Osne que ya se perdió desde el paseo del cerro. Tienen una gran semejanza con los cuatro jarrones que rodeaban el antiguo Monumento a la Confederación Americana de la Alameda de las Delicias.

UNA TRADICIÓN DE CUATRO SIGLOS: LA PROCESIÓN DEL SEÑOR DE MAYO

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Ilustración de la primera procesión del Señor de Mayo, en revista "En Viaje" de 1960.
Coordenadas: 33°26'26.57"S 70°38'55.76"W (Iglesia de San Agustín)
El recién pasado lunes 13 de mayo tuvo lugar la Procesión del Señor de Mayo, que se considera la más antigua que tiene lugar en Chile, atrayendo una gran cantidad de público en la breve hora que dura su ruta por el sector más céntrico de la ciudad de Santiago. La ocasión tuvo la particularidad de coincidir con los 400 años de la imagen devocional, fabricada en plena Colonia.
Esta tradición también ostenta la que probablemente sea la más antigua de las cofradías existentes en Chile, misma encargada de sacar en andas al Señor de la Agonía, aunque existe cierta informalidad alrededor de las mismas y de sus membresías, si se la compara con el rigor casi estatutario de otras sociedades religiosas existentes en Chile.
Aunque su antigüedad en el continente es superada por casos del siglo XVI, como el de las Fiestas de Popayán en Colombia o el Santo Entierro de Santo Domingo en Guatemala, el origen de la Procesión de Mayo en Santiago tiene una interesante analogía con la de las Fiestas del Señor de los Milagros de Perú: el culto alrededor de una imagen de Cristo que quedó en pie dentro de un destruido altar, tras un terremoto que echó al suelo todo el resto de la ciudad (mayo de 1647 en el caso chileno y noviembre 1655 en el peruano), curiosamente un día 13 en ambos casos, número fatídico para los supersticiosos.
Esta historia comienza cuando aún estábamos en mitad de nuestra vida colonial y cuando la capital chilena apenas tenía unos 5.000 habitantes, varios de los cuales perdieron la vida en los trágicos sucesos donde surge la figura del Señor de Mayo y sus tradiciones hasta ahora no olvidadas, pese a todo, y reforzadas en la memoria -quizás- por la naturaleza trágica e irrenunciable de un país constantemente golpeado por las fuerzas telúricas.
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Ilustración del reportero gráfico y dibujante Luis F. Rojas para "Episodios Nacionales", mostrando al Cristo de la Agonía sobreviviendo al terremoto de 1647.
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Sitio donde había estado ubicada la casa de la Quintrala, ya con una pequeña construcción casi solariega que sirvió como local comercial, según se ve en esta vieja imagen con el Templo de los Agustinos atrás. La leyenda hablaba de galerías subterráneas secretas entre la casa de la Quintrala y el vecino claustro.
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El Señor de Mayo en su altar, al fondo de la nave izquierda del templo.
LOS ORÍGENES: EL TERREMOTO DE 1647
Ya he transcrito en este blog algo breve sobre el fatídico terremoto que azotó Santiago de Chile el día lunes 13 de mayo de 1647, según lo expuesto en el artículo "El Señor de Mayo" de la obra "Episodios Nacionales", editado bajo dirección de A. Silva Campos. Al momento del cataclismo, ésta era la imagen de la capital descrita por Benjamín Vicuña Mackenna en su "Historia crítica y social de Santiago":
"...tenía sólo trescientas casas de moradores, no menos de doce iglesias, capillas y monasterios, que ocupaban con sus muros talvez un tercio del circuit0 poblado. Adquiría así la capital un aspecto de lúgubre y solitaria solemnidad, que lo desierto de sus calles, la sombra crecida de sus huertos, lo encerrado de sus edificios y el aire de tristeza y de austeridad que era congenial a aquel siglo, contribuían a revestir de cierto melancólico encanto".
Como se sabe, el formidable ataque de la naturaleza llegó en frías horas nocturnas, cerca de las 22:30 horas; o 22:39 según el cronista Vicente Carvallo y Goyeneche. Noche despejada y de Luna nueva, de acuerdo a los cálculos de don Diego Barros Arana. Según una carta del Obispo de Santiago y fraile agustino Gaspar de Villarroel al Consejo de Indias,"sin que hubiese más que un instante que pudiese hacer continuación entre el temblar y caer". El terremoto llegó en forma artera, a diferencia de muchos otros sismos: sin anunciarse, sin anticiparse con temblores menores y sin los ruidos de tierra que suelen despertar a los durmientes segundos antes del gran sacudón.
Probablemente, el sismo de 1647 superó los 8 grados de la Escala de Richter según actuales expertos, a juzgar por el grado de destrucción que alcanzó, siendo conocido por muchos como el Magno Terremoto y que, según un testimonio del Tesorero Real Zerpa, duró lo suficiente para "rezar entre tres o cuatro Credos", lo que se calcula en unos tres a cuatro minutos, aunque Villarroel aseguraba que fue "como medio cuarto de hora".
Casi nada quedó en pie al terminar el terremoto; ni siquiera las iglesias, para dar refugio a la fe de los desesperados, por lo que las misas debieron hacerse largo tiempo más al aire libre. La Iglesia de San Agustín donde estaba el Señor de la Agonía del que ya hablaremos y que motiva la Peregrinación de Mayo, no fue la excepción, acabando reducida a escombros. Todavía se conservan fragmentos de muros de roca y arcos que se atribuyen a aquella antigua iglesia, al inicio de la nave Sur, incluyendo una grieta que habría sido causada por el mismo terremoto y que es protegida detrás de un cristal, junto al actual altar consagrado al beato y mártir español José Agustín Fariña.
Los edificios públicos quedaron en ruinas, y fue tal el terror generalizado de la población que incluso al venirse abajo la Cárcel, que estaba adosada al también destruido edificio del Cabildo, ninguno de los prisioneros que la ocupaban se atrevió a salir desde la seguridad de aquellos restos al caos reinante afuera. Dos millones de pesos en destrucción calcularía el Cabildo para la pobre colonia. Se estimó que unos 600 habitantes perdieron la vida y que la ciudad quedó prácticamente sin niños después de la calamidad, pero documentos de Jerónimo de Quiroga hablaban del doble de víctimas en todo el Reino de Chile. Los cadáveres eran traídos como "troncos humanos" hasta los fosos y mucha gente murió en las semanas y meses que siguieron, producto de la insalubridad y las enfermedades provocadas por las condiciones ambientales, que siguieron con lluvias y hasta nevazones.
"Hubo casas donde perecieron hasta trece personas -dice Vicuña Mackenna-, y por varios días estuvieron acarreando los cadáveres a un campo santo improvisado, habiendo ordenado el Obispo que no se cobraran derechos, para hacer las inhumaciones más expeditas. Bajo de la propia ramada que construyeron para habitación de aquel prelado enterraron, según éste, catorce cadáveres, y en un solo día personas incógnitas dejaron expuestos sobre los escombros de la Catedral otros diez, que fue preciso sepultar allí mismo".
En tanto, los vivos, que habían conocido las ramadas como lugares de fiesta o recreación plebeya, ahora las usaban como toldos para cobijarse en las calles. Para hacer más triste el castigo, en aquellas noches comenzó a llover copiosamente. Fue heroica la reacción y labor del Obispo Villarroel y sus asistentes aquella terrible jornada, sin embargo, mitigando en parte el drama que se vivía en aquellos momentos a pesar de haber resultado herido también.
Fue tan grave la situación del Santiago del Nuevo Extremo que, en medio de las demoliciones y reconstrucciones, muchos comulgaron incluso con la idea de mudar la ciudad completa. Ya he publicado la transcripción de un interesante estudio del investigador Gabriel Guarda sobre la capital de Chile antes y después del terremoto de 1647, reflejando cómo fue el impacto para la ciudad y su transformación forzada después del terrible cataclismo.
Quedo en deuda, sin embargo, para publicar a futuro más detalles de este fatídico terremoto, que está considerado entre los peores que han afectado al territorio chileno y del que se puede decir mucho, muchísimo más que lo relatado en este subtítulo.
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El momento del terremoto, según lámina educativa de la revista "El Peneca", mayo de 1909.
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Grabado con la imagen venerada, publicado en la portada de la "Reseña histórica sobre la milagrosa imagen del Señor de Mayo que se venera en la iglesia de los P.P. Agustinos de Santiago de Chile", del Arzobispado de Santiago.
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Antigua imagen del Señor de la Agonía publicada por revista "En Viaje" en 1947.
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Cartel anunciando la realización de la Procesión del Señor de Mayo.
EL SEÑOR DE LA AGONÍA
Los sacerdotes agustinos, al momento del terremoto, justo se encontraban terminando su gran templo en la calle Estado con Agustinas, luego de sesenta años de trabajos, postergaciones e intervalos. Recuerda Vicuña Mackenna que, ese año de 1647, los numerosos obreros se hallaban ya acabando la parte de la techumbre.
Desde principios del siglo XVII, guardaban allí en el edificio al llamado Señor de la Agonía, quizás la más preciosa reliquia santiaguina de entonces después de la Virgen del Socorro.
"El Señor de la Agonía -escribe Benjamín Vicuña Subercaseaux en 1947- era también la insignia de una de esas cofradías que en Europa se organizó para marchar a Jerusalén (...) Ese Señor de la Agonía es el emblema que nos queda de la imaginación de entonces. ¿Habéis visto algo más aterrador?".
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A ésta, en particular, se la considera una de las primeras obras escultóricas artísticas de Chile, producida en madera policromada hacia 1604, 1605 ó 1606 según calculan algunos autores basándose en escritos de Villarroel, aunque otras fuentes estiman que debe ser de 1612. Sí se sabe que comenzó a ser exhibida permanentemente al público en febrero de 1613, razón por la que este año ha celebrado oficialmente su cuarto centenario de existencia.
El lego agustino Pedro de Figueroa, de origen peruano, la había confeccionado en su celda claramente inspirado en la imaginería e iconografía medieval, aunque no era artista ensamblador o tallador, por lo que también se consideraba "milagroso" que haya logrado confeccionar una imagen como aquella, con tal nivel de expresividad y realismo, algo en lo que el propio Obispo Villarroel creía. Se ha dicho, sin embargo, que un carpintero le habría asistido en ésta y otras obras religiosas talladas por su mano. La motivación del fraile era proporcionarle a la ciudad de Santiago imágenes religiosas propias pues, a diferencia de ciudades como Lima o Arequipa, prácticamente no había encontrado acá esta clase de trabajos.
La dramática expresión es lo más distintivo de la imagen, casi terrorífica como señala Vicuña Subercaseaux. Se teoriza que retrata el momento preciso en que Jesucristo mira hacia el infinito exclamando su dramático: "Elohim, Elohim, lama sabactani" ("Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonas?"), aunque una leyenda popular decía que adoptó ese gesto durante el terremoto.
También se ha repetido majaderamente que esta extraña imagen de Cristo en la Cruz pertenecía a doña Catalina de los Ríos Lisperguer, la célebre y controvertida Quintrala, que tenía su casa allí en la esquina vecina a la del templo agustino, donde ahora se encuentra el Edificio La Quintrala con sus famosos centros de reunión como el "Sportsmen" y el "Patio de las Agustinas". Le tenía devoción luego de haberle pedido favores para librarse de unos cargos que podían haberla llevado a la cárcel, pagándole en retribución el encendido diario de dos velas de una libra, pero en algún momento su expresión atemorizante superó su escasa tolerancia.
Son conocidas las historias alrededor de esta figura femenina. Alguna vez, esa calle de su residencia fue llamada también Calle de la Muerte, lo que se unió a la oscura fama de la aludida y leyendas suyas sobre pactos diabólicos. Su relación con el Señor de la Agonía, por lo tanto, tampoco está exenta de esta clase de chismes: se cuenta así que, acosada por esa mirada de la imagen o molesta por no escuchar sus ruegos, lo expulsó deshonrosamente de su casa. De esta manera, el Cristo de madera llegó hasta la iglesia agustina, quedándose para siempre allí.
"A la hermosa y trágica encomendera -escribe Sertorio Candela en un artículo de 1960-, después de una de sus sesiones o aquelarres con una esclava negra, la bruja Juana, de Talagante, se le antojó que el Cristo de fray Pedro la miraba en forma terrorífica. Parecía que esos ojos estuvieran empapados en un eterno barniz de odio o de ira extraterrena y, entonces, doña Catalina, en el paroxismo de su disgusto, ordenó con voces destempladas que el Crucificado saliera de su casa sin demora".
La misma historia cuenta que los asustados esclavos cargaron con prisa la figura hasta el templo agustino, con la instrucción de avisar a los sacerdotes que jamás la llevasen de vuelta, pues la Quintrala "no quería en su casa hombres que la miraran feo". Sin embargo, otra versión dice que la polémica mujer se asustó en realidad por la mirada del Cristo de la Agonía justo cuando azotaba un esclavo, arrojando la imagen por la ventana. De acuerdo a este último relato, fueron los vecinos los que recogieron al Cristo y lo llevaron a la iglesia.
Fuera de las leyendas, sí parece ser cierto que la Quintrala tuvo en su casa esta figura durante algún tiempo, quizás durante los mismos días en que Santiago se reconstruía por causa del terremoto descrito. También reafirmó su devoción por el el Señor de la Agonía al momento de morir, existiendo registros de generosas donaciones suyas a la Orden de San Agustín luego del mismo terremoto. Algunas tradiciones dicen que su cuerpo se hallaría escondido dentro del templo, incluso bajo el propio altar mayor.
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El Señor de Mayo sobre su carro de andas, poco antes de comenzar la procesión.
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Acercamiento a la imagen del Cristo.
EL MILAGRO DEL SEÑOR DE MAYO
Al momento de ocurrir el terremoto de 1647, la imagen venerada se encontraba contra el único de los muros que se mantuvo parcialmente en pie y que parecía ser, paradójicamente, uno de los más ligeros y poco resistentes de todos. En el documento de 1977 titulado "Reseña histórica sobre la milagrosa imagen del Señor de Mayo que se venera en la iglesia de los P.P. Agustinos de Santiago de Chile", se describe así la situación de la figura dentro del templo:
"El Crucifijo estaba colocado, desde hacía tiempo, en uno de los altares de la Iglesia de San Agustín, en un tabique que cerraba un arco de la nave del Evangelio, tan fácil de caer, que cualquier movimiento más o menos fuerte lo habría podido echar por tierra".
Cómo sería la impresión del Obispo Villarroel no bien terminó el terremoto, entonces, al ir a la iglesia en ruinas de San Agustín y encontrar en pie allí sólo un muro con el Cristo de la Agonía y su crucifijo de más de dos varas de altura frente al mismo, además de dos velas encendidas. Así se describe este acontecimiento en el mencionado trabajo "Episodios Nacionales":
"Mientras soldados y vecinos ayudaban en la medida de sus fuerzas a la remoción de los escombros, y extracción de heridos y cadáveres, las miradas se detuvieron atónitas en las ruinas del templo de San Agustín… A ambos lados del crucifijo conocido por el nombre de “Señor de la Agonía” que milagrosamente se había salvado del desastre, ardían dos grandes velones, que ni el viento de la noche, ni la sacudida fueron capaces de apagar. ¿Qué era aquello?"
No fue lo único atribuido en el Señor de la Agonía como una intervención divina: hasta hoy, se da por hecho que la corona de espinas de la imagen cayó desde la cabeza hasta su actual posición en el cuello de Cristo por acción del terremoto, y que nunca ha podido ser repuesta a su lugar en la frente de la figura, pues pareciera no poder pasar ya más arriba del ancho del mentón y la nariz de la figura.
"Lo recio de los remezones -detalla Candela- hizo que la corona de espinas en forma inconcebible se deslizara de la cabeza para quedarle como un collar alrededor del cuello, posición en la que se encuentra hasta nuestros días".
Un mito adicional asegura que en cada ocasión que se ha intentado forzar a la corona a volver a su posición original, sucede un nuevo sismo devastador en Santiago, como fue el rumor que corrió con el catastrófico terremoto de 1985. Se cree que esta superstición proviene de los intentos de Villarroel por poner la corona en su sitio a poco de haber descubierto intacta la imagen: decía que en cada tentativa, volvía a venir una réplica que lo obligaba a desistir.
Si embargo, Vicuña Mackenna -que no era precisamente adicto a creer en milagros- hace una descripción un poco distinta de lo que en realidad habría sucedido allí, en la iglesia reducida a ruinas:
"...el edificio inconcluso de San Agustín cayó sobre sus propios andamios, sin perdonar, como se ha creído, el altar del Señor de la Agonía, porque el milagro no estuvo en que la imagen sostuviera su propio tabernáculo, sino en que, habiendo caído todo, éste no fue derribado de la cruz. Quedó, al contrario, la efigie firme en ella y sin que se apagaran dos bujías, que a esa hora tardía de le noche, dicen, le había encendido su propio artífice, que aún vivía. En una relación vemos que el Cristo se sostuvo solo por un brazo, pero nada encontramos en ésta sobre el pasmoso milagro de la corona de espinas caída de la cabeza al cuello, donde la conserva todavía".
El mismo autor propone en "Los Lisperguer y la Quintrala" que, como el templo de San Agustín se encontraba totalmente en ruinas, es muy posible que la imagen del Señor de la Agonía haya llegado a refugiarse en la casa de doña Catalina y no en la vecina iglesia destruida. Quizás así se cruzan las historias y surge la creencia de que ella "expulsó" de su casa a la imagen, si es que acaso se trata de un mito.
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Los miembros de la cofradía religiosa -la más antigua de Chile- preparándose para la salida.
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Comenzando a tomar posiciones en el carro que cargará al Señor de Mayo.
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Esta conocida devota se presenta año a año en la procesión y la misa solemne, portando la imagen del Señor de Mayo que se ve en la fotografía, y que corresponde a un antiguo grabado litográfico que podría remontarse a fines del siglo XIX o principios del XX.
LA PRIMERA PROCESIÓN
Al irse aproximando el frío amanecer del día 14, el Obispo estaba aún con la frente vendada y sangrante en la Plaza de Armas, alrededor de una fogata que se había improvisado durante la noche con tablones y maderas. Como no quedaba en pie un sólo lugar donde hacer una misa, mientras los rostros abrumados de la población imploraban la misericordia divina y la invocación de la fe tras esta trágica prueba, Villarroel había levantado con sus propias manos un sencillo altar provisorio allí en la plaza.
Para poder responder a la angustia cristiana, los sacerdotes habían recurrido a lo que tuviesen a mano: el tabernáculo y el Santísimo Sacramento de la Iglesia de la Merced se había conservado intacto, así que fue usado para la eucaristía; los sacerdotes de San Francisco llevaron en procesión a la Virgen del Socorro traída por el propio Pedro de Valdivia, colocándola en la misma plaza mayor, considerada ya entonces como la Santa Patrona de la Ciudad de Santiago. Ha de recordarse que los franciscanos habían perdido dos de sus miembros, al caerse la torre de su templo en la Cañada de la futura Alameda. Y los agustinos, en medio de la euforia por haberse salvado la imagen del Cristo de la Agonía, llevaron el tesoro en andas sobre sus hombros y a pies descalzos hasta el mismo lugar de la plaza, siendo colocada allí sobre otro altar que se armó en la ocasión para darle solemnidad a las figuras religiosas.
El propio Obispo Villarroel salió a recibir a estos feligreses. Había dado en la plaza una plegaria de consuelo que duró gran parte de la noche. La leyenda cuenta que todos hicieron un gesto de terror y asombro al ver ante sí la expresión del Cristo de la Agonía, sufriente y mirando al cielo, o tal vez por el detalle de la corona de espinas deslizada hasta su cuello. Según Oreste Plath, el pueblo creyente decidió esa misma noche hacer una procesión anual en honor a esta imagen.
El propio Villarroel entrega otros detalles de estos sucesos, en sus escritos legados a la historia a partir de una carta suya firmada el 9 de junio siguiente para el Consejo de Indias:
"Reunido todo el pueblo en la plaza, pusimos en ella el Santísimo Sacramento del Altar que, en una caja de plata, vino del convento de la Merced.
Trajimos en procesión allí mismo, viniendo descalzos el obispo y los religiosos, con grandes clamores y universales gemidos, un devotísimo crucifijo que tienen los agustinos y que caída toda la nave quedó fijo en su cruz; halláronle con la corona de espinas en la garganta, como dando a entender que le lastimaba  una tan severa sentencia".
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Al salir el tenue Sol del amanecer siguiente, el día iluminó una ciudad devastada, destruida casi en su totalidad, pero con su fe reafirmada por los hechos.
Las fuentes no son claras sobre cuánto estuvo allí el Señor de la Agonía: algunas dicen que permaneció por varios días más, y otras que fue retirado esa misma noche. Todas coinciden, sin embargo, en que lo hizo atrayendo a los devotos y cimentando su imperecedero mito. Y como las noches que siguieron a las del terremoto eran una terrible tortura para los santiaguinos, por el temor a la oscuridad mezclado con las réplicas sísmicas, hubo un vuelco masivo hacia la religiosidad en todas sus formas, apareciendo reportes de innumerables hechos sobrenaturales o intervenciones que se juzgaron entonces como milagrosas, al tiempo que los fieles iban a diario jurar lealtad a la sufriente figura con la corona de espinas al cuello.
Los santos fueron devueltos a sus lugares respectivos; sin embargo, cuando le tocó al Cristo de la Agonía, una inmensa cantidad de promesantes y fieles acompañó en caravana a la procesión, hasta la ruinosa Iglesia de San Agustín. Nacía así, para la posteridad, el concepto del Señor de Mayo, que es como se conoce desde entonces a la figura. Poco después, en el legajo 32 del Acta del Cabildo del 10 de julio de ese mismo año, se establecía lo siguiente:
"Acordose se pidiesen a la sacratísima Virgen de los Cielos, la Virgen Santa María, Nuestra Señora, y a su gloriosa natividad un voto de festejarla con sacrificios divinos que se hagan perpetuamente a los trece de mayo".
Esta consagración de la procesión a la Virgen "y a su gloriosa natividad", además de explicarse por el énfasis que la iglesia colocaba sobre la Santa Madre, explicaría el surgimiento formal de la procesión con la imagen de los Dolores. A fuerza de pura devoción popular, sin embargo, se imponía la veneración e identidad del Señor de Mayo. Al año siguiente, este Cristo fue consagrado como "protector" de Santiago y se oficializó la procesión en su honor.
"Desde entonces -dice Vicuña Mackenna en una nota a pie de página- data la procesión y rogativa llamada todavía del Señor de Mayo que costea la ciudad. En los primeros años fue una procesión de sangre muy solemne y sangrienta que tenía lugar a las diez y media de la noche de cada aniversario, con asistencia del presidente, los oidores, todas las autoridades y principales vecinos, que concurrían con cirios rojos. La ciudad entera se confesaba y comulgaba en ese día".
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La caravana empieza a salir del edificio.
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Saliendo de la iglesia, a calle Estado.
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Avanzando hacia Moneda.
LA PRIMERA COFRADÍA
La procesión surgida del cataclismo estaba destinada a volverse de enorme importancia para los santiaguinos, transformándose también en un símbolo interesante sobre la resignación humana en la tarea de mantenerse firme sabiendo que una condena de desgracias sísmicas siempre acompañarán el destino de este pueblo. Sospecho que quizás haya influido en su relevante popularización, además, el hecho de que mayo ha sido tradicionalmente el mes de veneración de la Santa Cruz y de las llamadas Fiestas de las Cruces, dándole a Santiago de Chile una ocasión para instaurar una celebración propia y de carácter localista en este mismo período.
También es una casualidad asombrosa que el día del terremoto coincida con el aniversario del 13 de mayo de 1585: el de la toma de posesión de las propiedades sobre las cuales Fray Cristóbal de Vera fundaría el claustro y el templo agustino en Santiago poco después de su arribo al país, según datos aportados por Carvallo y Goyeneche en la primera parte de su "Descripción Histórico Geográfica del Reino de Chile".
En las descritas circunstancias y con la naciente tradición ya encima, el Obispo Villarroel fundó dos grupos de devotos santiaguinos participantes de la procesión anual que se había instaurado para cada 13 de mayo desde el primer aniversario de la catástrofe:
  • La Cofradía del Cristo de la Agonía, de la que no se sabe mucho, pues parece desaparecer o acaso fusionarse en épocas posteriores.
  • La Cofradía de Jesús, María y San Nicolás de la Penitencia, correspondiendo a la que perpetuó la Novena y las procesiones durante los siguientes siglos, emparentada con la misma línea de la que actualmente se encarga de estas tareas.
La sociedad religiosa, en la que habían participado los propios miembros de la familia Lisperguer, era conocida en su tiempo como la Cofradía del Señor de Mayo, aunque el escritor e historiador Guillermo Carrasco, quien ha trabajado en la restauración del edificio agustino y en investigaciones sobre la propia imagen del Señor de la Agonía, asegura con buenos argumentos que esta agrupación adoptó el nombre de Venerable Orden Tercera de San Agustín el año 1806, como su título definitivo.
Un detalle interesante es que, hasta aproximadamente mediados del siglo XIX o un poco más, la cofradía guardaba todos sus trajes, artículos religiosos y cirios usados en las procesiones, en una habitación con celda hacia el lado de calle Agustinas muy cerca del cruce con Estado, por ahí frente a la salida lateral de la Iglesia de San Agustín. Esto era en el sector de la casa original que había pertenecido a la temible Quintrala, según se creía, lugar de innumerables leyendas y fama nada de santa como hemos dicho. Hacia los años previos al estallido de la Guerra del Pacífico, sin embargo, dicha residencia estaba convertida en un conocido café santiaguino y las celdas que sirvieron de bodegas a la cofradía eran ocupadas por clubes de billar y negocios parecidos.
El descrito vínculo histórico entre los "tiradores" del Cristo de la Iglesia de San Agustín y su origen en esta antigua agrupación fundada por Villarroel, es lo que la hace que la actual cofradía de sociedad religiosa del Señor de Mayo sea la más antigua de Chile, de entre todas las que aún siguen vigentes y activas. Antes, esta agrupación se encargaba de colocar también a la figura de Cristo con una vistosa corona de flores formando un corazón a sus espaldas, además de un altar de andas decorado con cuatro serafines que tocan instrumentos musicales.
Parece que la importancia adquirida por esta procesión adquirió una rápida relevancia en todo el Reino, alcanzando incluso aspectos internacionales de fama y connotación: según una escritura pública encontrada en la Secretaría de las Cortes de Apelaciones y que fuera citada en su tiempo por el investigador Ramón Briceño, el 23 de marzo de 1672 los sacerdotes agustinos ofrecieron al propio Carlos II apadrinar de esta tradición en torno al Señor de Mayo, aunque no está claro si tal solicitud, formulada cuando fray Juan Toro Mazote de la Serna era el jefe de la Provincia Nuestra Señora de Gracia de Chile, fue respondida por el soberano.
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Marchando por calle Ahumada. Atrás a la derecha, el los arcos del Edificio Crillón.
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La procesión avanza por calle Compañía y Merced, a un costado de la Plaza de Armas. Se ven los arcos del zócalo en el Portal Fernández Concha y en la esquina, más atrás, el ex Edificio Gobelinos.
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Volviendo por calle Estado hacia el templo.
LA PROCESIÓN DE NUESTROS DÍAS
Todos los miembros de la cofradía de San Agustín se reúnen los 13 de mayo en la iglesia respectiva, comenzando su actividad y movimiento hacia las 18:00 horas. Éste es el último día de la Novena del Señor de Mayo, que ha comenzado el 4 de mayo anterior. La gente ha estado visitando todo el día el templo y rezando la tradicional oración que aquí se hace al Señor de la Agonía, que con algunas variaciones en sus versiones dice así:
"Heme, Aquí, a tus pies, Señor de la Agonía, contemplándote crucificado y encarnecido. Quisiste recoger todos los dolores y las angustias del género humano, para hacerlos tu propio dolor y angustia. Mirando tus pies y manos enclavados siento mitigarse en mí los sacrificios que me impone la vida, y cobro energía para negarme a las inclinaciones desordenadas de mi naturaleza.
(aquí se hace la petición)
No desoigas, Señor mi oración pues soy tu hermano, aunque deudor a tu justicia divina por mis inequidades. Quiero ir con mi pequeña cruz humildemente, tras la tuya, hasta el día que te dignes reconocerme, por toda una eternidad, heredero de la gloria de tu Padre Celestial por los méritos infinitos de tu Pasión.
Amén".
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La mayoría de los integrantes de la cofradía son ancianos, "tiradores" todos hombres, aunque algunas damas vinculadas tradicionalmente a este templo ayudan y colaboran con el grupo. A los cofrades se los puede distinguir por una pequeña capa blanca bordada con figuras religiosas, que se colocan sobre sus hombros y amarran por el cuello. Muchos de los integrantes del grupo, además, acumulan una larga trayectoria en esta procesión. Antes, lo hacían echándose al hombro las andas del Señor de Mayo, aunque ahora es paseado sobre un antiguo y pintoresco carro, que tiran con dos gruesas cuerdas. Varios de ellos, ya por limitaciones físicas, no participan como "tiradores" del Santo Patrono, sino que la acompañan al frente la procesión, junto con los sacerdotes y diáconos.
La ceremonia comienza con un masivo público dentro del templo a las 19:00 horas en punto y las plegarias que suelen abrir esta clase de actos religiosos. Este año, grandes lienzos festejan los 400 años del Señor de la Agonía, que ha sido bajado desde su lugar en el fondo de la nave Norte del templo, permaneciendo todo el día sobre su carro al frente del altar en la nave mayor, recibiendo visitas y peticiones de los fieles. El carro comienza a ser tirado mientras la gran caravana de gente le acompaña y es animada con megáfonos. Al salir al paseo, los devotos sacuden pañuelos blancos saludando la figura que viene con la bandera de Chile y la del Vaticano como escoltas.
Cuentan acá en la procesión que, en los últimos años, ha crecido mucho la cantidad de asistentes, varios de ellos interesados en los aspectos más culturales y patrimoniales de este evento. Algunos fieles permanecen en la iglesia, mientras tanto, no sólo los más ancianos o enfermos. De hecho, ésta sigue parcialmente llena hasta que retorna la imagen venerada.
Tengo entendido que la procesión seguía antes una misma ruta coincidente con la que habrían hecho los agustinos en 1647, aunque no sé si aquélla fue la misma que se hace ahora: sale del templo hacia calle Estado, baja en dirección al Sur a calle Moneda doblando hacia Ahumada, por donde continúa hasta la Plaza de Armas; pasa por Compañía bordeando el Portal Fernández Concha, y luego de una breve parada allí dobla otra vez en Estado y regresa así a la iglesia. Todo sucede en un ambiente de enorme fervor popular, mucho interés de los curiosos y loas a la imagen del santísimo Señor de Mayo, aunque no sin uno que otro problema en la ruta, especialmente por las ramas de árboles que se encuentran perturbando la marcha y que un integrante de la cofradía se encarga de ir levantando con un largo instrumento de madera dispuesto a estos efectos.
La procesión coloca al Cristo en la nave central cerca del altar, hacia las 20:00 horas. Se canta la canción nacional y se da inicio a la misa solemne del Señor de Mayo. Sorprende la cantidad de fieles de todas las edades y orígenes que están allí reunidos y que esta época tan poco favorable a la fe católica aún es capaz de convocar. También parece haber allí una sensación sólida de pertenencia y valoración de la imagen del Señor de Mayo: una consciencia colectiva de que se trata de una de las piezas más valiosas que ostenta la ciudad de Santiago de Chile, a la par de uno de los más potentes símbolos de nuestro país, constante e imperecederamente obligado a convivir con las tragedias y a convertir sus desgracias en nuevas motivaciones para la fe o la esperanza.
El Señor de Mayo volverá a su altar, siguiendo con el drama de su mirada al cielo de cuatro siglos ya y el misterio de su corona de espinas en el cuello, cautivando la imaginación del observante y la lealtad de sus creyentes. Su procesión, con la memoria generaciones y generaciones de "tiradores" a cuestas, también seguirá dormida el resto del año, esperando cada 13 de mayo para despertar otra vez y recordarnos esa naturaleza trágica y telúrica que nos ha dado un tan particular y propio sentido de nacionalidad y de pertenencia, desde estas tierras de Santiago del Nuevo Extremo en el Reino de Chile, cargando por los siglos sus propios e históricos calvarios.
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El Señor de Mayo retorna a su iglesia, ante el fervor y los aplausos.
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La solemne misa del Señor de Mayo cierra la jornada.

EL ABUELO DEL CAPITÁN PRAT Y SU LEGADO EN LA MEMORIA DE LA CALLE BANDERA

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Ilustración con la antigua vista de la calle Bandera hacia el Norte, aproximadamente donde estaba el negocio de don Pedro Chacón. Al fondo se puede observar la silueta de la Iglesia de la Compañía de Jesús, destruida por el fatídico incendio de 1863.
Coordenadas: 33°26'23.29"S 70°39'8.38"W (ex ubicación, aproximada)
Es algo ya comentado alguna vez el que la figura del Capitán Arturo Prat Chacón, como máximo héroe nacional y próximo al nuevo aniversario del 21 de mayo en Iquique, ha sido tan potente y destellante en el contexto de la conmemoración histórica, que ha eclipsado en parte la luz presencial de otras figuras con su propia participación en la gesta, haciendo que algunas de ellas dependan sólo de su relación o vinculación con el sacrificio del insigne marino chileno, como sucede de alguna manera a la imagen del Guardiamarina Riquelme, el Teniente Serrano o el corneta Cabrales en la propia "Esmeralda", o en la otra parte de este esta misma gesta naval al Comandante Condell y hombres garantes de su extraordinaria hazaña en Punta Gruesa, como el Capitán Orella o el grumete Bravo con su legendaria puntería.
Puede decirse que quizás suceda algo parecido con el abuelo materno de don Arturo, cuyo recuerdo queda reducido muchas veces a sólo ser el ancestro del héroe de Iquique desconociéndose, en parte, el brillo propio que tiene este personaje en las crónicas y relaciones históricas, especialmente para la ciudad de Santiago. Tanto es así que en el lugar donde estaba su quinta en Providencia, donde hoy se pueden ver las palmeras de la Plaza Juan XXIII, un monumento conmemora en el sitio sólo el paso de don Arturo Prat durante su infancia por el mismo, sin mencionar el nombre del ilustre abuelo dueño de la desaparecida propiedad.
Este pequeño artículo es un esfuerzo es por enfatizar el legado histórico que el abuelo de Prat logró dejarle a la ciudad, por méritos propios y también por las fortunas de las circunstancias relativas a su época.
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Bandera flameando sobre el Congreso Nacional de Santiago. Imagen de 1993.
PEDRO CHACÓN Y MORALES
Don Pedro Chacón y Morales había nacido en Santiago hacia 1784. Antiguo cabildante y adinerado comerciante, tenía un conocido local de venta de telas en el sector de la actual calle Bandera con Huérfanos, en pleno centro de la capital. Casado con doña Concepción Barrios Bustos, apodada doña Conchita, dos de sus hijos fueron ilustres diputados: Andrés y Jacinto Chacón, este último conocido poeta de su generación. Su hija María Luz del Rosario Chacón, en tanto, tras contraer matrimonio con el también comerciante de Santiago don Agustín Prat de Barril, sería la madre del héroe de Iquique.
Don Pedro vivía de sus negocios de mercaderías, los que habían comenzado a verse seriamente comprometidos con el inicio de las refriegas y luchas por la Independencia, pero que todavía estaban en vilo después de la gran revolución emancipadora.
"...era uno de esos honorables comerciantes perseguidos en el régimen pasado -escribe Sady Zañartu- y que clamaban por el advenimiento de un mundo mejor, en el que hubiesen menos alcabalas y almojarifazgos, y más libertad de comercio con el extranjero. Su tienda, situada en esta calle, esquina con la de los Huérfanos, estaba atestada de ruanes, bretafias, hilos de oro y plata, creas, choletas, zangaletas, y una infinidad de artículos de procedencia francesa que, por la pobreza general, nadie compraba".
La calle de la Bandera había sido llamada antaño callejón del Licenciado Morales Albornoz (aludiendo a un viejo residente de la misma) y posteriormente como calle Atravesada de la Compañía, por cortar la arteria del mismo nombre y pasar a un costado del Templo de la Compañía de Jesús, incendiado en 1863. Este detalle daba una característica particular a la clásica calle nacida en tiempos tempranos de la Colonia: si se la miraba desde cerca del negocio de don Pedro Chacón hacia el Norte, se veía la mitad de la misma interrumpida en su ancho por la figura de la iglesia jesuita, pues sus contrafuertes superaban la planta de la cuadra en que se encontraban. Así la describe don Benjamín Vicuña Mackenna:
"....era sobre angosta, tristísima, porque los enormes estribos del jesuítico, edificado después de un terremoto, ocupaban por cautela casi un tercio de su espacio en su parte septentrional, al paso que la blanca, aplastada, fatídica muralla del doble claustro de las monjas de la limpia Concepción (Agustinas) comenzaba en la esquina de la calle de este nombre, donde yacía su cementerio, y tapando callea iba a terminar en la Alameda".
Sin embargo, en parte gracias a don Pedro, épocas mejores se le venían a esta calle.
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Además de ser un centro bohemio y recreativo, calle Bandera se constituyó como una importante concentración de casas periodísticas, desde la segunda mitad del siglo XIX hasta pasados los días del Primer Centenario. En la imagen, publicada por revista "En Viaje", se ve el edificio del diario "La Tarde" en Bandera esquina NE con Compañía, demolido en 1965.
DÍAS DE INDEPENDENCIA
Tras largo tiempo soportando abusos de la administración realista, Chacón había optado por la peligrosa apuesta de apoyar los decididos vientos del independentismo. Se cuenta que hasta repartía folletos patriotas en su propio establecimiento de la calle Atravesada de la Compañía y que tuvo una relación de amistad personal con San Martín y O'Higgins. Sin embargo, con la caída de las familias más aristocráticas del régimen anterior y la virtual cacería de brujas que se hizo con los sospechosos de ser realistas, debió observar cómo su tienda se iba quedando cada vez con menos clientes y ventas, peligrando su continuidad en el comercio santiaguino. Su bodega estaba atestada de telas francesas y españolas que había hecho traer con la esperanza de venderlas a buen precio, cosa que estaba bastante lejos de la realidad que debía vivir esos días.
La suerte mezclada con su ingenio por fin lo premió en 1818, el mismo año en que contrajo matrimonio con doña Conchita. Al enterarse de cuál era el diseño de la flamante Bandera de la Patria Nueva, presentada ese mismo año en sociedad, decidió que debía confeccionar una propia para engalanar y solemnizar su local. Al mismo tiempo, en los festejos de celebración del nuevo pabellón ese año, su alicaída tienda fue una de las que necesitó proveer de género y prendas a las comparsas, grupos oficiales y artistas que se presentaron durante la fiesta, de modo que la oportunidad de recuperar el negocio estaba totalmente en sus manos.
Al año siguiente, pudo presentar su enorme bandera chilena justo hacia los días del aniversario de la Independencia: hizo colocar un escudo sobre la entrada a su tienda y un gran mástil, donde la colgó para asombro y admiración de todos, pues las piezas de este emblema todavía seguían siendo muy escasas. Incluso las cinco o seis banderas oficiales que el Estado de Chile había logrado fabricar sorteando la pobreza de las arcas fiscales, seguramente andaban en esos días en manos del Ejército Libertador, lejos de la contemplación civil. Tanto era así que las dos que se usaron en la Plaza de Armas de Santiago para la ceremonia oficial habían sido solicitadas como préstamo a la Gobernación de Valparaíso y devueltas ese mismo día, por lo que la bandera de Chacón en su tienda era, acaso, la única que los chilenos podían observar de manera permanente en exhibición hacia aquellos días, además de tener dimensiones descomunales para una pieza de este tipo en la época.
Sin embargo, y a pesar de las loas populares recibidas por el comerciante, veremos que las decisiones posteriores de don Pedro no resultaron muy felices ni prósperas para su futuro. Adhiriendo a las intrigas de los pipiolos, por ejemplo, llegaría a ocupar el cargo de diputado en los inicios de primera Guerra Civil, siendo suplente por Vallenar en el II Congreso Nacional, en el Segundo Período Legislativo, entre el 1º de agosto y el 6 de noviembre de 1829. También reemplazó en el rol a don Rafael Bilbao Beyner, quien que optó por cambiar su diputación por Santiago. Fue diputado reemplazante en la Comisión Permanente Calificadora de Poderes, además. A la larga, estos compromisos lo meterían en una madeja de problemas.
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Neón del cabaret "Tabaris" de  Bandera, en el  filme de 1951 "Uno que ha sido marino". La época del "Barrio Chino" y su incorregible bohemia de Mapocho en la antigua calle santiaguina.
EL NOMBRE DE CALLE BANDERA
Prácticamente no hubo en Santiago un vecino que no fuera a mirar la imponente bandera de Chacón. La pieza no sólo era simbólicamente única en proporciones y disposición, sino también de gran calidad, pues su dueño la había hecho fabricar con buenos materiales de su bodega y hasta habría ordenado bordar en hilos de plata la estrella del campo azul. Se cree que incluso pudo haber sido usada en algunas ocasiones más por las autoridades, hasta que pudieron contar con un número razonable de banderas propias para sus actos públicos.
La bandera de don Pedro dio nuevos aires de popularidad no sólo a su tienda, sino también a todas esas cuadras comerciales de la calle. Zañartu dice que permaneció largos años más allí flameando, hasta que se decoloró y envejeció tras una feliz y longeva vida. Se hizo común, así, hablar de ir a comprar "a la Bandera" para referirse al célebre negocio del comerciante y a la propia cuadra en que se hallaba. "Desde entonces se le empezó a cambiar su primera designación" a la calle, concluye Luis Thayer Ojeda: el uso y la repetición le dieron el nombre definitivo de Calle de la Bandera, nuestra actual Bandera, una de las más importantes e históricas del radio central de la ciudad de Santiago.
Sin embargo, incapaz de aceptar la victoria de sus enemigos políticos a pesar de la década transcurrida desde su efímero paso por el Congreso seguido de la derrota pipiola en Lircay, en 1840 don Pedro se lanzó a atacar con dureza la candidatura del General Manuel Bulnes e hizo circular en Santiago un controvertido periódico titulado "Guerra a la Tiranía" donde, según leo en las fichas de reseñas biográficas parlamentarias del Congreso Nacional, se iniciaron en el periodismo figuras como Pedro Godoy y Jotabeche. La violenta línea editorial del pasquín le costó un juicio en su contra por parte del fiscal de la Corte de Apelaciones don Manuel José Cerda, y una fuerte multa exigida en la sentencia.
A pesar de sus naufragios en el mundo de la deliberación y las luchas partidistas, sin embargo, sería por la impronta allí dejada por don Pedro que la calle de su vieja tienda, finalmente, pasó a ser llamada hasta nuestros días como Bandera. Su huella es imborrable, entonces, tanto en los planos como en la memoria de la metrópolis.
El nombre de Bandera lo ha conservado esta calle -que va desde la Alameda a Mapocho- en todas sus etapas de vida, quizás como símbolo ulterior de republicanismo en la capital chilena: desde los años en que fuera la principal concentración de las casas periodísticas del siglo XIX y parte del XX ("La Tarde", "La Unión", "Los Debates", "La Patria", "La República", "El Popular", "Libertad Electoral", "El Ferrocarril", etc.), hasta los controvertidos días en que albergaba al nocherniego "Barrio Chino" hacia sus últimas dos cuadras llegando a la Estación Mapocho, con recordados dancings, clubes bohemios y cabarets que comenzaron a decaer y desaparecer hacia los años cincuenta ("El Teutonia", "El Zeppelin", "Nigh Club Tabaris", "El Patio Criollo", "El Dragón", "American Bar", etc.), hoy reemplazados por restaurantes populares y tiendas de ropa usada.
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Imagen del Capitán Prat en el Monumento a los Héroes de Iquique en el barrio del Mercado Central, en Mapocho. Cerca de allí, calle Bandera lleva su nombre gracias a un recuerdo nominal dejado allí por el abuelo materno del héroe naval.
EL ABUELO ILUSTRE
Ya retirado de las contiendas políticas y parece que con sus años de bonanza económica un poco distantes, hacia 1853 don Pedro Chacón puso en venta sus terrenos en Providencia, esos donde su nieto el niño Arturo Prat corría jugando acompañado de su madre tras dejar atrás la finca de Ninhue. La familia se trasladó desde allí hasta una pequeña residencia de la calle Nueva de San Diego, hoy Arturo Prat, curiosamente a sólo una cuadra corta de la continuación de la calle Bandera al otro lado de la Alameda. El ex fundo fue ocupado para labores sociales y atención de huérfanos por parte de las Hermanas de la Providencia. Hoy se ve allí a la mencionada plaza con palmeras, que estuvo amenazada por proyectos urbanísticos de nuestros tiempos.
El pequeño Arturo comenzó a estudiar en una escuelita de esa misma calle Nueva de San Diego. Aunque tenía buenas notas, su salud era mala y alguna vez fue objeto de burlas por parte de abusones en aquellos años, hasta que un día de esos, luego de recibir una paliza de los mismos niños, llegó al colegio escondiendo un machete con el que dio una tremenda zurra a sus agresores, golpeándolos con el canto si filo del mismo, derecho a defensa que fue aprobado por sus profesores cuando los mismos abusadores llegaron llorando a acusarlo a la dirección. Esta pintoresca anécdota aparece descrita en el trabajo "Leyendas Nacionales" de Silva Campos. Un tiempo más tarde, luego de ser sometido por su madre al entonces novedoso tratamiento hidroterápico de Priessnitz para superar sus dificultades físicas y su mala salud, Arturo logra ingresar con sólo 10 años como cadete a la Escuela Naval del Estado en Valparaíso, junto a su primo político y amigo Luis Uribe, en agosto de 1858. Ambos hombres llegarían juntos a la epopeya del 21 de mayo de 1879. La misma Escuela Naval ahora lleva su nombre.
El orgulloso abuelo don Pedro Chacón, fallecería a la avanzada edad de 95 años. Y aunque el principal recuerdo  que de él se hace es por su relación genealógica con el héroe naval, algunos de sus demás nietos, hijos de don Agustín Prat con su hija Rosario, también tendrían participación destacada en la Guerra del Pacífico, como lo señala Pedro Fuenzalida en su "Vida de Arturo Prat":
"Rodolfo y Ricardo también sirvieron al país en la guerra de 1879. El último de ellos, Ricardo, comenzó a prestar servicios en 1881, dos años después  del sacrificio de su hermano Arturo, como oficial de la artillería cívica en Valparaíso, donde obtuvo el grado de capitán, siendo más tarde inspector de guardias nacionales. En 1898 pasó a la Dirección de Territorio Marítimo, donde sirvió hasta junio de 1925, fecha en que obtuvo su jubilación, después de 44 años de servicio".
En este glorioso Mes del Mar y con los festejos de Iquique ya encima, entonces, quise recordar aquí a quien no sólo ostenta en el recuerdo haber sido el abuelo del Capitán Arturo Prat Chacón, sino también a la huella perpetua que dejó en el nombre de una de las más conocidas y transitadas calles de nuestro Santiago de Chile.
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Una tienda vende banderas chilenas en 1970. Imagen de la colección Zig Zag.

CRÓNICAS DE LA FLORIDA: EL BODEGÓN DE LA SALLE, YA NO ES LO QUE ERA

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Ilustración digital mía para dar una aproximación a cómo lucía el bodegón hacia sus últimos años, en las horas en que recibía el Sol del atardecer allí en los terrenos de cultivos de La Salle.
Coordenadas:  33°32'40.55"S 70°33'52.90"W
Tierras extrañas eran aquellas, en el ex paisaje rural de Macul, La Florida y Puente Alto, mucho antes de que sus campos acabaran fagocitados por el crecimiento de la ciudad. Territorios curiosos, en los que se mezclaba el aire del viejo paisaje suburbano de la Zona Central y la precordillera -al que ya me he referido recordando algunos hitos de la avenida Rojas Magallanes Oriente- con ancestrales caminos de viajeros y arrieros coloniales, atravesando los Andes desde y hacia el lado argentino por el Cajón del Maipo. Entre los vestigios de entonces, aún está el antiguo puente de cal y canto sobre el Canal San Carlos. Todo sazonado con un catálogo no escrito de leyendas y tradiciones varias.
Viejos viñedos y bodegones hoy repartidos en distintos estados de conservación por esos territorios, fueron parte de este mismo paisaje ancestral de los suburbios de Santiago: desde el Castellón de la Viña San Carlos de Puente Alto o el sencillo y relicario bodegón de la avenida Los Toros, hasta las fastuosas instalaciones de las viñas de la Concha y Toro hacia Pirque, epicentro de esta actividad en la zona.
Uno de estos vestigios del enorme pasado agrícola y vitivinícola al Sureste de la ciudad, fue un enorme y vetusto bodegón de adobe y gruesos soportes de madera, que se hallaba en lo que antes habían sido los patios y campos del Instituto de La Salle en la comuna de La Florida, por el sector de la avenida del mismo nombre hacia el interior de lo que ahora es la calle Santa Amalia al poniente, que por mucho tiempo estuvo reducida a sólo un miserable y triste sendero interior de tierra, que bordeaba después las rejas del límite de los terrenos donde los sacerdotes instalaron su conocido centro educacional en los años cincuenta.
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Sector donde se encontraba la bodega, visto en nuestros días.
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Loma donde estuvo alguna vez el edificio.
CARACTERÍSTICAS Y ANTIGÜEDAD
Los Hermanos de las Escuelas Cristianas de La Salle se establecieron en este antiguo sector, que era llamado El Vergel, aunque en sus orígenes fue denominado Fundo Provenir. Allí, además de educar, se dedicaron también a la producción agrícola y una pequeña viña, sacando partidas de un estupendo "vino tinto de misa" que todavía se comerciaba por temporada en los años ochenta y que tenía buena fama entre los habitantes de estos lados. El gran terreno estaba distribuido en un amplio sector ubicado entre el ex Fundo las Mercedes, al Norte, y por el Sur el llamado Callejón del Agua, que corresponde actualmente al tramo de avenida Trinidad entre el Canal San Carlos y avenida La Florida, tomando su nombre por una canalización menor y luego una tubería que allí corría trayendo agua desde el sector de El Canelo. Más al Sur, estaban otro conocido fundos, como el de San José de la Estrella y Santa Rosa del Peral. A la sazón, además, la avenida La Florida era identificada como el Camino que va de Santiago a San José de Maipo.
Cuando los hermanos de La Salle llegaron a la propiedad hacia los años cincuenta, ésta mantenía aún los recuerdos de la industria vitivinícola que anteriormente había desarrollado la familia Marambio, productora de vinos que eran exportados incluso a París, en sus mejores días. La magnífica casa patronal que allí se ve y que tiene vista hacia avenida La Florida, existía desde hacía más de 50 años antes, calculándose incluso que podría remontarse a 1880. Así describe el lugar, en 1923, el "Álbum de la Zona Central de Chile" con informaciones agrícolas:
"VIÑA 'MARAMBIO' (antiguo fundo Porvenir) de don Alejandro Marambio, ubicada a 3 kilómetros de la Estación Bellavista, del Ferrocarril de Pirque. Tiene una superficie de 105 hectáreas planas regadas con primeras aguas del Canal San Carlos. Sus principales explotaciones son: Viña que ocupa una extensión de 21 hectáreas de uva escogidas para la fabricación de Jugo de Uva, embotellándose toda la producción en el mismo fundo (300.000 botellas anuales) que expende en el país y en el extranjero. Cuenta con una instalación completa de maquinarias, etc. Posee una plantación de árboles frutales, especialmente manzanos (5.000 árboles), para explotación, duraznos, nogales, membrillos, etc. Chacarería en general. Pastería: enfarda pasto alfalfa".
Aunque la actividad de la ex viña del Fundo Marambio ya estaba totalmente muerta cuando llegaron allí los sacerdotes, en otro testimonio de la importancia del fructífero pasado agrícola descrito había aquí también un gran bodegón situado sobre una pequeña loma junto a unos álamos, atrás de donde se hallan ahora las canchas deportivas del colegio. En alguna época, esta construcción fue ocupada por los sacerdotes para almacenar las botellas de vidrio en que era envasado el producto, las herramientas agrícolas, las barricas de guarda, las cubas para las frutas de los innumerables árboles y maderas de construcción. En el mismo álbum de informaciones agrícolas citado, se menciona que había más de uno de estos bodegones dentro del fundo, además de otras instalaciones:
"Tiene buenas casas habitación, gran chalet, grandes bodegas (de altos) y vasijas de roble americano, adecuada para la producción de vino, dos casas habitación y 15 casas de inquilinos, material sólido".
El edificio de la bodega que quedaba en pie al llegar estos, con una añosa puerta de madera y un grueso palo como dintel, se encontraba entre la línea de canalización para regadíos que se extendía desde lo alto captando aguas del Canal San Carlos, hasta los terrenos de La Salle, pasando por el vasto campo de cultivos que daba una maravillosa vista a quienes saltaban los cercos y alambres de púas intentando detener en vano a los intrusos. Nadie parece tener datos concretos sobre cuán antigua era esta edificación que también había formado parte de las instalaciones de la Viña Marambio, aunque un anciano vecino del sector y de apellido Menares, fallecido hace algunos años, contaba que su abuela mantenía un testimonio familiar recordando haber observado la construcción de la bodega en los años del Gobierno de don Manuel Montt. Si esto fuera cierto, el origen del bodegón podría hallarse hacia el año 1860, aproximadamente. El hermano Edmundo, de la misma congregación, me comenta también que esto está muy cerca de la época en que aparecería mencionado el productivo sector de estos fundos agrícolas en los trabajos de geografía de Francisco Solano Asta-Buruaga y Cienfuegos.
Con muros de adobe con cerca de 1.10 metros de grosor, el bodegón de dos pisos habría llegado a medir la enormidad de 114 metros de largo por unos 20 metros de ancho, según recuerda el mismo hermano Edmundo, que ha investigado mucho sobre la historia de los establecimientos de la congregación en La Florida. Maderas de pino Oregón, roble pellín y pisos de raulí se usaron en su fábrica, que además contaba con una aislación térmica notable. Incluso el segundo piso, con sólida madera en el suelo y compartimentaciones interiores contrastantes con la tosca rusticidad exterior, fue usado para dormitorios en los años en que funcionaba el internado dentro del instituto. Algunos terremotos, sin embargo, botaron parte de su longitud e inclinaron uno de los muros, pero en general el edificio se mantenía bastante estable.
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Lugar del sauce y la acequia, donde nos reuníamos, a un lado de la gran bodega.
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Vista desde el mismo ex "campamento" del sauce hacia donde estuvo el edificio.
UN LUGAR DE ENCUENTRO
Cuando la conocí y pude acercarme a la enorme bodega, ésta estaba atrás de un amplio sector floridano conocido como La Antena, nombre que provenía de una altísima y muy visible antena de transmisión radial que existió allí hasta que los terrenos fueron urbanizados y se la hizo desaparecer. Esto es hacia el paradero 20-21 de la avenida La Florida y vecino a la Villa Santa Inés, vecindario que se construyó sobre la Hijuela A del ex fundo de La Salle, justamente, extendiéndose un manto de cultivos hasta más allá de la avenida Tobalaba, cerca del conocido Fundo El Panul. Algunas veces, se veía un tractor paseando entre estos sembradíos, por el lado cercano al de la bodega que aquí describo. La franja más oriental cerca del canal es una propiedad privada, ahora pertenecientes a una empresa de aguas, pero investigaciones posteriores realizadas por los propios hermanos han confirmado, demasiado tarde, que parte de esos terrenos pudieron pertenecerles por haber correspondido al fundo original a fines del siglo XIX, enajenados en circunstancias poco claras.
Recordar cómo llegué hasta este lugar, me remonta a los años de ímpetus y aventuras juveniles: a un lado del campo y del bodegón, estaba un solitario sauce rodeado de matorrales que, conocido como "El Arbolito", era un lugar espléndido para reunirse luego de una breve caminata desde nuestros lugares de ocio, pues en realidad parecía un sitio naturalmente dispuesto para hacer campamentos y tomarse algunas licencias de vida muy seguros, lejos de la mirada de los quisquillosos. Fue nuestro rincón adorado entre 1993 y 1994, centro de memorables encuentros entre amigos de aquellos años.
Se entraba más rápidamente a este sector saltando una acequia que varias veces pasaba llena cerca y cerca del tope. Como las reuniones en este lugar involucraban invariablemente grandes cantidades de cerveza y brebajes aún más fuertes, el saltar de regreso esta hondonada provocó más de un divertido accidente en aquellos días. El camino principal conectaba a nuestro sitio con el gran bodegón, y en medio había también algo como una pequeña ex piscina o estanque ya seco que había sido redescubierto por los curas haciendo excavaciones en el terreno, y del que ahora no quedan ni rastros. La huella de las acequias se perdía bajo el suelo por exclusas subterráneas, vestigios de la importancia que tenían los regadíos en el antiguo fundo.
El lugar era cálido y acogedor. Muchas veces encendimos fogatas en las noches frías, pero siempre procurando tenerla lejos de los pastos secos y las ramas del sauce. Cuidábamos "nuestro" lugar con vista a las plantaciones casi como si se hallara en la propia casa, y lo manteníamos limpio, pues era un refugio. En el verano hacía tanto calor y el pasto era tan grueso y acolchado, que no pocos pasamos allí alguna noche mientras los demás seguían con su fiesta unos metros más allá, despertando sólo con el cantar de los pajaritos y el frío del alba. Varios grupos de muchachos de aquellos años se reunían ahí, adoptando motes excéntricos para identificarse: estaban los "Mardá", vecinos de ese barrio; los "Hippie Hate Band", adictos al rock metal y al punk. Nosotros éramos los "Taberna Boys", al menos por el tiempo que nos reunimos allí. Todos se conocían y nunca hubo rencillas, y cada vez que se necesitaba ubicar a alguien después de las 21:00 horas, era casi seguro que lo hallaríamos en esta guarida.
Las noches se hacían eternas, mientras la mole oscura del bodegón seguía desviando la mirada un poco más allá, como una bestia gigante cuidando nuestra recreación. O acaso éramos más bien como una comparsa de sacrílegos feligreses rindiendo honores a ese templo oscuro o siniestro, sacado de otro tiempo para ser traído con misteriosos conjuros al nuestro. Su silueta bajo la Luna era sobrecogedora, al tiempo que la fonda del sauce no paraba ni un instante. De lo humano y lo divino, de alegrías y de depresiones, de parrandas y de reflexiones; todo se conversaba allí. Cada recién llegado aparecía con nuevas botellas de alegría y, en caso de acabarse, bastaba una rápida "pasada de gorro" para que un emisario saliera raudo a traer más. Todo sin escándalo, sin bullicio innecesario y sin explosiones viscerales de insulto a la inteligencia, pues teníamos nuestros propios códigos en ese refugio.
En aquella época, el bodegón era sólo ocupado como eso: como bodega oscura y hermética. Pasaba la mayor parte del tiempo abandonado y cerrado, guardando sus secretos; e incluso con sus antiguas ventanas y tragaluces clausurados desde hacía décadas. Los misterios de un siglo y medio o más permanecían dormidos en su oscuridad y telarañas.
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Paisaje precordillerano, desde el sector donde estaba la bodega.
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Antiguo tornillo de compuertas y esclusas subterráneas para los regadíos, atrás de la bodega.
LA DESTRUCCIÓN DEL BODEGÓN
Los problemas comenzaron cuando tipos extraños a estas villas -probablemente ajenos a La Florida, inclusive- comenzaron a aparecer con insistencia en esos tranquilos terrenos, antes usados sólo por niños elevando volantines y los noctámbulos de nuestros grupos. Eran sujetos escandalosos y marihuaneros por vocación, que nos miraban con desconfianza y hostilidad, como si los invasores fuéramos nosotros. Usaban precisamente las sombras del sector en el gran bodegón como escondite para sus vicios, mientras sonaban desde lo lejos sus discusiones de borrachos pendencieros y botellas quebradas contra troncos de los árboles.
Fue la crónica de una muerte anunciada: todo acabó brutalmente, una noche, con un incendio que fue juzgado de inmediato como intencional, provocado por manos anónimas aunque casi seguro que de entre esos extraños. A pesar del esfuerzo de bomberos por controlar las llamas que parecían sofocarlo desde adentro, el bodegón quedó convertido en dos muros en ruinas, destechados, humeantes y con su interior reducido a cenizas. Incluso esas bellas botellas verdes donde antes se envasaba y etiquetaba el famoso vino de misa, quedaron transformadas en una grotesca mancha de cristal derretido, endurecido y trizado entre los carbones.
La triste noticia nos atrajo a todos hasta nuestro ex refugio esa misma noche, debiendo resignarnos a la visión perturbadora de su destrucción casi total e irreversible.
Vecinos dados al chisme y enemigos de mutantes como los que íbamos al famoso potrero del sauce, hicieron correr la calumnia perversa de que algunos de nosotros habíamos sido autores de tamaña calaverada, lo que perjudicó nuestra posibilidad de poder seguir reuniéndonos allí con la misma libertad y tranquilidad que antes. Otros aseguraban que los autores del incendio eran hijos de funcionarios de determinada institución, pero nunca se confirmó.
Los restos de metales, tablones centenarios y planchas de los techos, en tanto, fueron recogidos en carretones y camionetas por algunos astutos que le quisieron sacar alguna ganancia fácil, y lo que quedó del edificio fue hecho desaparecer hasta sus bases, costando en nuestros días identificar dónde estaba su imponente estructura ya demolida. Miles de maderos y tablones que estaban guardados y reservados por los hermanos para la construcción de una capilla frente a su casa sacerdotal se perdieron también en el siniestro, de modo que los edificios quemados fueron dos: el del siglo XIX y otro que ni siquiera nacía aún.
Así se fue para siempre el Bodegón de La Salle, ese año de 1994, último de nuestras reiteradas visitas habituales en sus faldas, allá a espaldas del instituto. Sólo unas pocas ocasiones más nos vimos otra vez en ese inmenso e improvisado club al aire libre, pues el ánimo de seguir allí se desvaneció con el humo de su destrucción. El lugar jamás volvió a ser el mismo.
Con el tiempo, la calle Santa Amalia se extendió más allá de avenida La Florida hasta pasar por el lado del viejo terreno, y las villas residenciales han crecido casi encima del mismo. Hoy sólo se ven allí esos álamos, las acequias junto a la vera de pastos secos mecidos por la brisa, y los caminos reducidos a pequeños senderillos, mientras que el clásico sauce que servía de toldo a nuestros encuentros noventeros, ya no parece tan acogedor ni cómodo que en aquellos años. Quizás sólo espera el momento en que también reciba su sentencia de muerte para proyectos inmobiliarios. El hermano Edmundo cree también que quizás queden fotografías del bodegón en manos del encargado del Museo de La Salle, que quizás alguien con más tiempo y curiosidad que yo pueda llegar a conocer. Echando una mirada a Google Earth, pareciera que sólo en la imagen de 2005 del registro histórico alcanzan a distinguirse algunas formas con la geometría recta que quedó en el suelo por la presencia del desaparecido edificio.
Ahora, sólo pueden verse senderillos trazados encima de aquel lugar, acabando con toda huella dejada por la estructura. En consecuencia, nada hay ya que recuerde allí al antiguo testimonio del esplendor agrícola de esta enorme comuna, con la presencia y claridad que lo hacía este colosal bodegón.

Y HUBO UNA VEZ UN "PALACE HOTEL" EN LA ALAMEDA

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El Palace Hotel de Alameda 2860, en los años treinta.
Coordenadas: 33°27'2.02"S 70°40'35.76"W
Es casi de Perogrullo hacer notar la cantidad de hoteles que crecieron en torno a sus principales dos grandes estaciones ferroviarias de Santiago, tanto la de Mapocho y, desde mucho antes, la Estación Central de Alameda de las Delicias, allí frente a la Plaza Argentina, otrora centro de alto movimiento también para los tranvías históricos de la ciudad.
Célebres hoteles complacían la necesidad de alojamiento de los viajeros de la Estación Central: desde el romántico Hotel Alameda, convertido hoy en un salón de pool a la entrada de avenida Exposición, al fastuoso Royal Hotel del antiguo Portal Edwards; todos en grandes edificios neoclásicos de pretensiones francesas, en un barrio con gran presencia de prostitución, ritmos noctámbulos de vida y música de los bailables favoritos del espectro más popular capitalino. La hotelería más modesta, mientras tanto, se ubicaba del otro lado de nuestra principal arteria santiaguina, a veces con refugios lúgubres y deprimentes para el agotado viajero.
En la dirección de Alameda número 2860, a esquina Sureste con calle San Alfonso a una cuadra de la estación y donde hoy se alza altivo y categórico el Hotel Imperio, existió antes un bello edificio de aquella misma primera generación de hoteles modernos en torno a la Estación Central, que configuraron parte del aspecto que conserva este barrio comercial a pesar de no existir ya la construcción: el Palace Hotel, especialmente conocido en los años treinta, pleno apogeo del ferrocarril y de los tranvías que repletaban estas dinámicas cuadras.
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El hotel ocupaba casi media cuadra, por lo que su partida dejó cambios de numeración que harían difícil adivinar dónde estaba, si no es sabiendo su posición esquinera. Destacaba principalmente por la torre cilíndrica ubicada justo en el vértice, coronada en una terraza circular con un contorno de balaustras y hermosos jarrones ornamentales de ánfora, tipo de decoración que fue bastante recurrida en la Alameda de las Delicias desde los días del cambio de siglo o incluso un poco antes. Tres pisos eran aquellos de los que disponía el edificio, más el subterráneo y la azotea, sobre la cual se leían dos grandes letreros luminosos con el nombre del hotel, al igual que en los arcos de entrada al mismo, en su inconfundible torre. El zócalo estaba consagrado especialmente al comercio, extendiéndose toldos desde sus vanos hacia la vereda, como era costumbre en aquellos años. Al parecer, disponía de un cómodo restaurante propio.
No he podido averiguar quién fue el arquitecto de este curioso edificio sin parangón en toda la Alameda de las Delicias. Su aspecto y estilos, sin embargo, tienen semejanza con el experimento neoclásico franco-itálico del Palacio Ruiz-Tagle en el casco antiguo de calle Catedral. Quizás corresponda a la misma época, hacia los años veinte, o bien se remonte al período cercano al Primer Centenario, cuando la monumentalidad arquitectónica iba en imparable ascenso.
Propietado por la sociedad Tohá, Torm y Cía., el hotel de nuestro interés se jactaba de varias virtudes en su publicidad de 1933, aparecida en la revista "En Viaje" de la Ferrocarriles del Estado, además de su cercanía a la Estación Central:
"El Palace Hotel es el más recomendado para Familias y Viajeros, por su seriedad y limpieza. Comidas sanas y abundantes.
Sus dueños recomiendan hacer presente cualquier desatención y serán atendidos con el mayor agrado".
De acuerdo a esta misma publicidad, los precios parecían ser bastante razonables: alojamientos simples por montos que iban desde 6 a 10 pesos diarios, y alojamientos con pensión por 12, 14, 15, 16 y 18 pesos diarios. Para tener una referencia, cabe señalar que una buena cena individual costaba en esos años unos 3 pesos.
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Le pierdo el rastro al Palace Hotel y a su edificio hacia mediados del siglo XX. Coincidentemente, en 1951 aparece en donde creo encontrar su clásica esquina, un edificio construido por Miguel Sancho B. con los planos del arquitecto Luis Vergara. Aclaro que saber esto no es un gran mérito de mi parte: está señalado en una inscripción al exterior del actual edificio, que además guarda cierto parecido tenue con el bauhaus del célebre Oberpaur, que antaño fuera sede del famoso café y confitería "Goyescas". Al menos tiene la misma solución curva en el vértice de la esquina, tal vez heredada de la idea del desaparecido torreón que impuso allí el anterior Palace Hotel.
Los establecimientos actuales fueron ocupados por el Hotel Real y, desde hace varios años hasta ahora, por el Hotel Imperio, uno de los más conocidos de este sector de la capital y poseedor de un elegante restaurante que contrasta con los boliches más populares del barrio. La cordial y atenta gente del "Imperio", sin embargo, recuerda que el Palace Hotel terminó sus días hace treinta años (o más, pues la engañosa memoria siempre quiere hacernos creer que somos más jóvenes) en un espacio más pequeño y vecino por el lado de la corta calle San Alfonso, donde ahora se encuentra una sede bancaria que se llevó los restos de la vieja construcción hotelera, en donde habría funcionado ya en su ocaso.
Como en tantos otros casos de la historia urbana de Santiago, el Palace Hotel y su elegante edificio de torreón esquinero sólo viven en unos cuantos avisos de revistas sepias y el recuerdo vago de quienes sólo alcanzaron a verlo ya en sus días de desarraigo y decadencia final.
Este artículo, en consecuencia, no podrá ser más que un panegírico póstumo para el alguna vez bello edificio.
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Vista actual del Hotel Imperio. Lugar que, según mi cálculo, ocupaba el edificio del "Palace".
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Imagen por el lado de calle San Alfonso. A la izquierda se observa parte del actual edificio del Hotel Imperio, y a la derecha un edificio bancario que ocupaba los últimos establecimientos que tuvo el Palace Hotel ya en sus últimos años, según un par de testimonios orales que pude obtener en el sector.

"EL BOLETISMO ILUSTRADO": LA HISTORIA DEL TRANSPORTE COLECTIVO RETRATADA EN SUS PROPIOS BOLETOS

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Coordenadas: 33°26'34.50"S 70°38'42.35"W (Estación Santa Lucía)
Ya he comentado en este blog sobre las interesantes exposiciones con que suele sorpredener al público la vitrina del Departamento de Comunicaciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (DIBAM) en el andén Sur de la Estación Metro Santa Lucía: "La Magia de Molina La Hitte (1906-1970)" en 2011,"Las vacaciones de nuestros abuelos" y"Paisajes y gente de Chile" en 2012, y más recientemente "Salitre de Chile: El oro blanco traspasa las fronteras", todas preparadas y montadas por mi amigo el periodista, coleccionista y talentoso investigador Víctor Mandujano.
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En estos precisos momentos, más precisamente a partir del pasado fin de semana, se puede encontrar allí en la misma vitrina DIBAM una nueva y valiosa muestra, quizás una de las mejores que han pasado por detrás de esos cristales: "El Boletismo Ilustrado II", con una brillante y pulcra exposición de imágenes de boletos de micro y transportes públicos en general. Compuesta por piezas del año 1875 hasta 2007, pertenecen a las colecciones de Francisco Riquelme y del propio señor Mandujano.
Debo comentar que ya antes, en 2009, se había expuesto una muestra de similar tenor en la misma vicrina, titulada "El Boletismo Ilustrado" y de la que esta es su segunda parte. Esperaba con ansias esta muestras desde mi último regreso a Santiago, y la verdad es que la espera ha quedado ampliamente complacida.
Se recordará que los boletos, particularmente del sistema de microbuses entre los cincuenta y los ochenta, fueron toda una institución en la historia urbana popular chilena y muy especialmente en la de Santiago... Los mismos que volaban por nuestras calles como hojas de otoño, aunque durante todo el año, en aquel tiempo cuando era imposible saber que algún día se volverían piezas de culto.
Tanto abundaban por las calles estas pequeñas etiquetas de papel, de hecho, que en el alguna vez famoso juego infantil ochentero de al pegar-pegar había un desafío llamado "la micro con boleto", que consistía en ir a recoger raudamente uno de estos para subirse en la espalda del pobre burro que hacía de microbus y pasar la prueba.
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Sin embargo, estos boletos eran frecuentes objetos de fraudes: además de las incontables veces en que el chofer no los entregaba quedándose con el dinero pagado por el pasajero (a veces en colusión tácita con él, que pagaba un poco menos por el truco), especialmente a los escolares, ciertos micreros tenían la costumbre de hacerles las llamadas "falditas": cortes estratégicos que no iban por el prepicado de la tira que dividía los boletos y que permitía sacar adicionalmente uno o dos de ellos cada diez cortes aproximadamente, recaudo que iba derecho a sus bolsillos.
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Con relación a lo anterior, quizás pocos recordarán ya los "premios" que se ofrecían para incentivar a usuario a pagar y pedir su boleto sin devolverlo evitando estas prácticas, pues retener la pieza era el único mecanismo de medición del flujo de pasajeros en esos años: desde los millones de boletos que se canjeaban por una silla de ruedas en campañas de beneficencia, hasta aquellos que venían con un sistema similar al de "raspe y gane". También había unos con letras, donde se desafiaba al usuario a formar con varios de ellos una palabra o frase ganadora, recibiendo un premio.
Los boletos, al igual que los títulos de los antiguos recorridos del sistema de microbuses y taxibuses, fueron una herencia de los tiempos del tranvía y del ferrocarril urbano. Aprovecho de recordar que ya he publicado aquí en el blog un par de síntesis sobre la historia de los tranvías de Santiago y del sistema general de transportes en microbuses por la capital, hasta su transformación total con el nefasto Transantiago que actualmente amarga la vida de los santiaguinos.
Son más de 210 los boletos de este tipo que se encuentran en la exposición, haciendo un perfecto retrato de la evolución del sistema y de la iconografía popular relacionada con estas mismas piezas: desde aquellos con la swástika de lubricantes"Energina" hasta los célebres pingüinos del boleto escolar E.T.C. en los sesenta, que fomentaran este apodo generalizado para los estudiantes de uniforme. Pueden observarse allí también otros valiosos ejemplares como la "rueda con alas", el conejito del transporte en San Antonio, los piratas del la SALF, el indiecito tipo Little Hiawatha de la línea El Cortijo o los felinos gemelos de Los Leones, además de los incontables numerados y los que tenían dibujos de los vehículos de transporte respectivos. La colección incluye también viejos boletos del sistema ferroviario y, como excentricidad, algunos que incluso aparecen impresos con errores.
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Así pues, la muestra "El Boletismo Ilustrado II" se divide en las siguientes secciones:
  • Los antiguos (1875-1970)
  • Bellas piezas y series
  • Regiones (Arica a Punta Arenas)
  • Los Escolares (1950-2012)
  • No devuelva el boleto
  • Casa de Moneda (1988-2003)
  • Gran Santiago (1990-2005)
  • Interprovinciales Santiago (desde 1990)
  • Faltas de ortografía
  • Los trenes (1926-2000)
  • Llegó el Transantiago (2005-2007)
La página web de la DIBAM presentando la muestra, aporta un poco más de profundidad sobre la información que puede encontrar el espectador allí en la exposición de la estación del Metro:
"Los boletos más perfectos son los impresos por la Casa de Moneda, que tenía la imprenta de mayor calidad en Chile. Más adelante surgieron otras que comenzaron a producir, a menor costo, boletos con diseños muy diferentes, a veces impuestos por los propios dueños de las “máquinas”. Entre éstas se destacan Roensa, Impresores 27, J. Mora y Jormar.
Las series más hermosas son las de la línea El Golf-Matucana, que lanzó a inicios de los 90, grupos conmemorativos de Vacaciones; Bomberos; Medios de Transporte; Fiestas Patrias; Navidad; Industria Nacional, etc. La iniciativa fue imitada por la línea Cerro Barón, de Valparaíso, que editó una serie con 198 boletos diferentes (turismo, animales y paisajes).
Otras piezas muy codiciadas son las Lokal Trafik, que en su dorso incluyen fotografías de algunos Presidentes de Chile, folcloristas, poetas y, por cierto, los anteriores a 1950.
Una de las series más buscadas es la del Bicentenario nacional, con seis momentos históricos de la movilización colectiva en el país y textos del sitio Memoria Chilena, de la Biblioteca Nacional.
La exposición incluye también notables fotografías de época pertenecientes a los archivos del Museo Histórico Nacional y Biblioteca Nacional, las que contextualizan las épocas a las que se refiere cada uno de los capítulos de la muestra".
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Don Víctor me ha proporcionado muy gentilmente algunas imágenes (que he publicado acá para complementar la entrada) y textos relativos a su valiosa colección, y que vienen a completarme gran parte de esta historia del transporte colectivo chileno retratada en tales piezas. Allí se observa que los perfectos boletos impresos en la Casa de Moneda duraron hasta 1980, más o menos, en una parte de la historia del diseño gráfico nacional que ha sido deficientemente abordada por los revisores culturales, según nuestra impresión. Se advierte, además, que la filosofía de producción de estos boletos muchas veces toca tradiciones más propias de la filatelia y de la numismática, produciendo iconografías que se acercan bastante al arte de la estampilla, la moneda y el billete.
Estas piezas, además, hacen un bosquejo de tiempo y evolución general de la línea histórica del sistema: los "carros de sangre", los mencionados tranvías eléctricos, las góndolas a bencina antepasadas de las micros y que aparecen en 1919, la poluta época de micros y liebres, seguida de las micros amarillas y, finalmente, el actual Transantiago... Quedará en la reflexión de cada lector si esta secuencia fue de desarrollo o de involución.
Las fotografías que se han dispuesto como complemento para la exhibición muestran escenas tales como los trabajos de tendidos de rieles para tranvías en la Alameda hacia 1928 y el paso de estos carros por la misma arteria frente al Cerro Santa Lucía hacia 1950, además de una bomba de bencina "Energina" e imágenes de niños colgando de la popa del un trolebús hacia los años sesenta, entre otras fotografías históricas.
La ordenada, bella y nostálgica exposición estará montada durante todo el mes de junio, por lo que es del todo recomendable una pasada por la Estación Santa Lucía a quienes quieran recordar aquellos tiempos en que esas piezas nada valían, perdiéndose en nuestros bolsillos o como marcadores improvisados de libros, y quizás sirvan también como una curiosa revelación a las generaciones más jóvenes que no los conocieron.
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"SOCIEDAD MUTUALISTA UNIÓN FRATERNAL": SALAS CON HISTORIA DE UN BOLICHE SOBREVIVIENTE EN LA QUINTA NORMAL

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Coordenadas: 33°26'20.74"S 70°41'28.22"W
En calle Santo Domingo 4105, en la esquina con Patria Nueva y a sólo pasos de la Autopista y de la Estación Metro Gruta de Lourdes, se alberga uno de los secretos mejor guardados de la vida popular y folklórica de la comuna de Quinta Normal: el bar y restaurante "Sociedad Mutualista Unión Fraternal", quizás uno de los últimos bastiones de este tipo que todavía quedan en pie por este lado de la ciudad de Santiago, cuya antigüedad se nos pierde en los calendarios.
El nombre deriva de la asociación a la que pertenece, habiendo nacido como casino y club con comedores de la misma: la Sociedad Mutualista Unión Fraternal, grupo de asistencia solidaria creada principalmente por obreros el 2 de octubre de 1873, con personalidad jurídica N° 2324. Adaptando el largo nombre, sin embargo, quizás la mayoría prefiere hablar de él como restaurant "El Fraternal", aunque veremos que tiene varios motetes más. Su símbolo son dos manos estrechándose dentro de un engranaje rotario, en algunas versiones con una antorcha coronando la unidad representada.
Don Mauricio Rodríguez, actualmente a cargo, me cuenta desde la barra de tragos que este clásico boliche fue fundado para la sociedad poco tiempo después del nacimiento de la misma, aunque su ubicación era originalmente, en una desaparecida casa esquina de este mismo sector, pero hacia el lado de calle San Pablo. Revisando antiguos documentos del Congreso Nacional de Chile, particularmente de la Cámara de Diputados hacia los años sesenta, encuentro una dirección para la Sociedad Mutualista Unión Fraternal en San Pablo 4164, que podría haber correspondido a la anterior.
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Más o menos desde el último cambio de siglo y milenio juntos, la administración de la antiquísima casona que ocupa hoy el restaurante está en manos de Rodríguez y sus empleados, atendiendo con esmero y dedicación esta joyita histórica. Lo hace junto a los veteranos mozos que aquí trabajan aquí, en esta casona que "debe tener más de 100 años ya", según nos confiesan adentro... Y yo creo que hartos más que esos.
Llamado entre los vecinos y concurrentes también como "La Mutualista", "La Unión Fraternal", "Unión Fraternal Casino y Restaurant" o simplemente "La Unión", "El Fraternal" como ya hemos dicho (así se publicita en el cartel colgante frente al acceso) y hasta "El Frater", se recuerdan fiestas memorables en estas salas cómodas y espaciosas, varias decoradas con antigüedades (salamandras, máquinas de escribir, barricas, máquinas de coser, etc.), cuadros pictóricos y fotografías clásicas. Siendo técnicamente un club social más que un bar o restaurante, es un lugar con aires de picada que intenta mantenerse limpio y pulcro, con manteles amarillos y verdes en todas las mesas y servilletas de tela en las copas.
Las comidas típicas de las mesas chilenas están señaladas en carteles e incluso en rayados de la propia fachada: empanadas, parrilladas, bife a lo pobre, conejo escabechado, chancho silvestre, arrollado, pastel de choclo, pollo al cognac, pollo al pil pil, pernil con papas, costillar, guatitas a la jardinera, chupe de guatitas, etc. Mi renuncia voluntaria a las carnes corrientes me motiva a pedir pescado frito con puré y ensalada, incluido el loable detalle del pancito con mantequilla y crema picante. El plato es tan grande que termino luchando con mi propio reflejo de satisfacción alimentaria para terminar. El postre de huesillo en su dulce jugo viene a cuenta de la casa, y para los bolsillos en apuros, también se ofrecen pequeñas listas de platillos para la colación del día. Para el guargüero están las cervezas, ponches, borgoñas, piscos sour, tintos y blancos, aunque el mozo -de perfecto traje negro- me recomienda probar el "terremoto" que aquí ofrecen, con la promesa de que es otro de los mejores de la urbe.
En muchos aspectos, la impecable mixtura de folklore con oferta culinaria, además de la ornamentación chilena y popular, pueden poner a este negocio a la altura de otros pocos parecidos de la Quinta Normal, como la sorprendente "Capilla Los Troncos" de la que ya he hablado: en términos generales, corresponde a una categoría especial de refugios con espíritu y sabor, acaso locales con vida cultural propia y una energía de identidad que fluye desde y hacia el resto de la ciudad, recíprocamente. A su vez, esa distancia geográfica de los grandes centros comerciales de la metrópolis le han permitido mantener un aspecto más rústico y auténtico, no influido por criterios revisores como sucede con otros conocidos focos de recreación beoda, alejados del núcleo urbano más céntrico. Es el mismo caso del "Pipas Bar" de Macul o el querido "Negro Bueno" de La Florida, según mi impresión.
Dicho de otro modo, estamos frente a un sitio digno de algo así como el grito "¡Hay ambiente!" que proclamaba Rakatán en sus recordadas críticas bohemias, pero con un enfoque más popular, más obrero y más folklórico.
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Detrás de la chillona puerta de acceso con esas campanitas tipo carillón anunciando a las visitas, me gusta de inmediato un buen detalle dentro del local: hay salas pequeñas e íntimas que seguramente aíslan un poco del boche exterior en los días de mayor concurrencia, todas conectadas al pasillo hacia el fondo, donde está el bar recargado de decoración y botellas coloridas, verdadera taberna de placeres y felicidades para el público que se fascina con las modestias sin ostentaciones innecesarias.
La más grande de todas estas salas está por el frente y es un comedor con escenario hacia el lado de la fachada que da a la calle. Allí han sonado grandes presentaciones de grupos cuequeros, orquestas bailables otros músicos populares, razón por la que el local también ha sido llamado "La Fonda" entre sus comensales, otro nombre que acá aprovechan para promoverlo con carteles colocados por el sector de calle Patria Nueva convidando a los curiosos a pasar. Famoso era un cantante y tecladista que alegraba con su arte estos bailes de largo tiro, viernes y sábado. Estos encuentros solían extenderse hasta avanzadas horas de la madrugada, especialmente con los bailables y artistas de dobletes en las noches de fin de semana. Algunos colectivos, como el Centro Social y Cultural "El Romerito", incluían allí en el boliche presentaciones con folklore urbano más teatro en vivo y algo parecido al café concert.
Empero, esta fonda urbana se ha vuelto un poco silenciosa en estos meses: ciertos conflictos con la municipalidad han apartado momentáneamente a sus alegres cuequeros, orquestas y dobles de artistas famosos, pero me juran que volverán pronto a "El Fraternal". Mientras tanto, el escenario es ocupado por un gran monitor con la televisión abierta encendida y las melodías han sido desplazadas por la radio, a la espera del regreso de guitarras, panderos y sonajas.
Esperaremos, entonces, que el canto popular y festivo retorne a estos salones de la Quinta Normal custodiados por la magnificencia monumental de la Basílica de Lourdes, recordándonos que este local es uno de los últimos de su género y de tal antigüedad sobreviviendo en la ciudad de Santiago, como un secreto bastión rodeado por el frenesí del cambio, del progreso y de la alteración total e incontenible del modus vivendi de toda una sociedad.
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UNA AMARGA PERO RESIGNADA DESPEDIDA PARA LA GALERÍA "EL PATIO"

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Coordenadas: 33°25'36.03"S 70°36'57.91"W
La agonía de la galería comercial "El Patio", o más exactamente del Centro Artístico y Artesanal El Patio (así se presentaba en su viejo cartel en la entrada), se extendió con crueldad: esto, porque los lugares de encuentro que alguna vez valoró la ciudad, comienzan a morir el mismo día en que se anuncia su inminente destrucción, en este caso extendida por más de un largo año de incertidumbres con todo lo que eso involucra: espera, angustia, falsas esperanzas, intentos de revertir la situación y, finalmente, el resabio amargo de la resignación.
Los recuerdos de la Galería "El Patio", especialmente de sus librerías como la "Chile Ilustrado" y el turístico restaurante "Phone Box Pub", me trasladan a esa parte de mi propia juventud que se irá cuando le caigan encima las máquinas de demolición que ahora calientan motores: esos días haciendo tiempo allí, para esperar a mi querida polola del Liceo 7, cuyos cabellos dorados ya han quedado muy lejos de mi vida; o buscando refugio con extraños que se volvían amigos y cómplices, en los días de protestas populares que ya no existen, hacia fines del Régimen Militar; o esas cervezas con amigotes ya desaparecidos del mapa de mi existencia, tras visitas a la tienda "Rock Shop" en el Paseo Las Palmas, para estar al día con las novedades de la música... Toda huella de aquello se acabará cuando lo haga también el pintoresco pasaje.
Fueron cerca de 50 años los que resistió esta galería en el sector de Providencia 1670, entre Padre Mariano y Antonio Bellet. Su acceso con pesadas rejas metálicas en destaca por esas dos casonas de corte colonial inglés a cada lado, con plantas trepadoras, el alto árbol principal al frente, luces de neones anunciando bares y un aspecto un tanto sombrío, pero muy parecido al de los patios de antiguas mansiones de este sector de la ciudad, precisamente. Allí, en los bajos, lo primero que uno encuentra casi como tenantes heráldicos custodiando ese acceso, son la tienda de modas "Los Trapos" y la sofisticada "Relojería", a la izquierda y la derecha respectivamente.
Adentro, sin embargo, se combinaba un aire de bohemia diurna con intelectualidad alrededor del café, la cerveza o los libros usados. Bancas y árboles ornamentaban este paisaje, destacando la gruesa flor de la pluma cada año lucía más contorsionada y voluminosa allí en el patio, que muchos confundían con el parrón que daba sombra afuera del "Phone Box Pub", cuando no tenía a la vista sus flores amoratadas... Enormes y viejas enredaderas cuyo triste destino ya podemos comenzar a sospechar.
Literatura, cómic, gastronomía, diseño, coleccionismo, moda, arte, hemeroteca, fotografía, joyería, música... Todo se combinaba en este sitio insólito, para una oferta "inteligente".
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Acceso a la galería, en Providencia 1670.
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La gruesa y retorcida enredadera de la flor de la pluma.
LA HISTORIA DEL PASAJE
El recinto total de la galería ocupaba unos 1.200 metros cuadrados de uno de los más valiosos suelos de la ciudad de Santiago. He ahí el germen de su tragedia, justamente.
Era una especie de isla o enclave en medio de la vanguardia urbana de Providencia, que nace de una donación hereditaria realizada por el pintor y Premio Nacional de Arte Pablo Burchard Eggeling, pasando a manos de la casa de beneficencia social del Hogar de Cristo. Sin embargo, el  hecho de que parte de la misma figurara propietada por una familia particular, sería lo que precipitaría quizás su destino final, como veremos más abajo.
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El sector de la casona azul ubicada al costado oriente del conjunto interior, pertenecía entonces al pintor y arquitecto Pablo Burchard Aguayo, hijo de Burchard Eggeling, permaneciendo varios años más en su propiedad. El caserón vecino, en tanto, pertenecía al constructor Arsenio Alcalde Cruchaga, futuro presidente de la Cámara Chilena de la Construcción, con quien Burchard hijo planificó la creación de una galería de arte abierta dentro del recinto.
El complejo fue inaugurado en 1967 con exposiciones de las obras de Burchard y otros autores, aunque hay ciertas referencias en la literatura que permiten dar por hecho que este espacio era usado como centro de exhibición artística ya a principios de los sesenta. En 1965, por ejemplo, se expuso allí mismo una muestra retrospectiva de Burchard, recientemente fallecido por entonces, titulada "Setenta Años de Dibujo y Acuarela", como puede observarse en el "Boletín de Artes Visuales" N° 13 de la Unión Panamericana. Llama la atención que el recinto de ya era llamado como Galería "El Patio" en esos días.
Tras la reinauguración de la galería y con la nueva administración, unas de las primeras figuras en exponer en mayo de ese año de 1967 fueron Consuelo Orb Castellano con sus pinturas y la artista germana radicada en Chile doña Inge Dusi, con sedas y tapices de batik. También hubo una presentación póstuma de los telares de Violeta Parra, en 1969. Por la misma época, se exhibió la obra del pintor alemán Otto Quirin, que se hallaba residiendo de paso en nuestro país.
El lugar se convirtió también en centro de debates, reuniones y encuentros musicales, figurando el guías turísticas internacionales de América y Europa. Destacaba ya entonces por su elegancia, iluminación y buena capacidad de acogida al público, ganando un interesante premio otorgado por la "Revista Providencia" con patrocinio de la Ilustre Municipalidad de Providencia, el Servicio Nacional de Turismo y el auspicio de Shell-Chile, el 20 de julio de 1979, en el Primer Concurso de Decoración "Vitrinas y Locales de Providencia".
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El "Taller Puangue" y los accesos a las salas del segundo piso.
"EL PATIO" EN LOS OCHENTA
A principios de los años ochenta, sin embargo, el pasaje pasó por un período de olvido y desolación. Aunque al interior destacaban las librerías "Australis",  "Books Second Hand" y "Lila", especializadas respectivamente en literatura turística, en idioma anglo y en libros de género, la falta de público tenía en crisis al pasaje. Se realizaban pequeñas ferias interiores y remates para atraer público, pero el escaso resultado y problemas con fiscalizadores de impuestos obligaron a echar pie atrás.
Sin embargo, la segunda mitad de aquel decenio iba a resultar bastante más generosa que para la galería, que en aquellos días de carestías y crisis internacionales. La llegada de las tocatas de música a sus dependencias, también sería un impulso interesante.
En 1985, se instaló la librería "El Kiosco", de don Francisco García-Huidrobro, dedicada principalmente a material ecológico. Sería el mismo fundador del café y restaurante "El Patio", en 1989, volviéndose un escenario para personajes como el grupo "Los Tres",  Joe Vasconcellos, Lalo Parra y Gato Alquinta. Sus especialidades culinarias, para quienes rechazan la carne en el plato, eran el tofu con ensalada y arroz integral, el seitán, las verduras salteadas o al vapor en algo llamado el canasto chino.
Parte de la recuperación de la galería se debió también a la fundación del "Phone Box Pub", por parte del comerciante británico Thomas Drove en 1984. Se recuerda a este sitio por ser uno de los primeros pubs que se conocieron en Santiago y probablemente en todo Chile, convirtiéndose rápidamente en centro de eventos, guarida de tocatas de rock y un expendio de variados tipos de schops. El pub también fue importante centro de exposiciones hasta sus últimos años, como una muestra de caricatura humorística realizada en 2005 con publicaciones de Guillo Bastías. Qué ironía que en estos momentos sea, entonces, el último de los negocios en tener que cerrar sus puertas dentro del pasaje.
Recuerdo que hacia fines de aquella década, además, había pintores que lucían sus obras en atriles dentro de "El Patio", más uno que otro artesano con sus artículos de orfebrería económica a la venta, que quizás quedaban como legajo de aquellos primeros años del pasaje como centro de encuentros y ofertas más bien artísticas. Fue cuando llegué por primera vez a este sitio, buscando cassettes de música de Vangelis. Obviamente, no era el tipo de refugio donde uno podía llegar pidiendo cañas de "terremoto" o exigiendo precios de picada, pero el lugar era uno de los pocos que amalgamaban lo popular con lo turístico, lo artístico y lo refinado en plena Providencia, con muchas conveniencias y comodidades para el visitante.
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El pasillo principal y el pasaje bajo la parra, frente al "Phone Box".
VISITAS ILUSTRES Y ÚLTIMOS AÑOS
Cuentan que hasta el General Augusto Pinochet se habría aparecido algunas veces por "El Patio", interesado principalmente en libros para su colección. Al menos, eso es lo que dice la leyenda sobre la galería, aunque en algunos artículos publicados en internet puedo leer que en realidad se habría tratado de sus asesores, que iban a comprar por encargo. Sería toda una curiosidad en cualquier caso, sin embargo, porque hacia los mismos días del Plebiscito de 1988, "El Patio" acogía también a oficinas tales como la sede del Centro de Informaciones para la Nueva Era, bastante cargada a la oposición e incluso a cuestiones de contracultura.
Por entonces, entró a trabajar al lugar don Patricio, el sempiterno guardián y administrador de la galería, con quien tuve ocasión de sostener una triste y nostálgica conversación hace unos pocos meses, en mi último regreso a Santiago. 24 años de sacrificios del cuidador se perderán en la memoria y llegarán a su fin, con el cierre definitivo del pasaje. Por la misma época, en 1991 para ser más preciso, falleció Burchard Aguayo; y nueve años más tarde, le tocaría a Alcalde Cruchaga.
Don Patricio y los locatarios recordaban muchas otras visitas ilustres a la Galería "El Patio", especialmente después del retorno de la democracia. En un artículo del año pasado en "La Tercera", encuentro interesantes referencias confirmándome estos testimonios:
"Era sólo un pasillo al final del patio, pero con el tiempo fue creciendo junto al número de visitantes y nombres ligados a la vanguardia de los primeros años de la democracia. Fue el lugar donde debutó Álvaro Henríquez en la capital, en una performance de Germán Bobe, donde Alejandro Jodorowsky hizo sus multitudinarias lecturas de tarot. También, donde llegaban visitantes ilustres como los integrantes del Cirque du Soleil, el cantante Manu Chao o el pintor Oswaldo Guayasamín, quien bebía siempre cognac Courvoisier. 'Roberto y Lalo Parra siempre me decían que este era el único lugar de Plaza Italia para arriba al que venían', recuerda García-Huidobro, quien asegura que volverá a abrir su café en alguna otra ubicación.
Había un ambiente de estilo alternativo y contracultural bastante particular en "El Patio", hacia aquellos años pasada nuestra época de filtradores permanentes de gas lacrimógeno en Santiago: pelos parados y de colores, chaquetas con tachas y camisetas estampadas, pero evidentemente de un estrato más acomodado que aquello observable en sucuchos a veces terribles como "El Trolley" de San Martín, el inolvidable "Serrano 444" o la famosa "Picá de don Chito", aunque siempre tuve la impresión de que estos parroquianos de Providencia no tenían real conciencia de tales diferencias manifiestas. Más cerca de nuestros días, la galería fue también sede de la Feria del Vinilo, encuentro donde se ofertaban discos antiguos, organizada por la Cooperativa del Vinilo. La "Sala Nodo" en los altos, en tanto, servía igualmente a la música como al discurso político.
Uno de sus últimos locales fundados al interior del pasaje fue el "Café Comics", hacia el 2011, aunque después emigró a otro sitio por avenida Manuel Montt. Creo que, pocos años antes, funcionó allí también el "Restaurante Dalí", si la memoria no me engaña; y hacia el 2002 se instaló en el segundo piso del pasaje un centro de biodanza, de Sergio Rivera y Cecilia Vera.
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El espacio interior del patio, con la librería "Chile Ilustrado" y el "Café la Clave" atrás.
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El café y restaurante "El Patio", al final de la galería.
LA DECISIÓN DE DESTRUIRLO
Es verdad que las casonas y jardines de este paseo adoquinado se deterioraron un poco en las últimas décadas, pero la decisión de destruir el complejo fue exclusivamente de naturaleza mercantil: el Hogar de Cristo, tan ajeno ya a las motivaciones originales de su fundador San Alberto Hurtado, en sociedad con la familia Alcalde Ochagavía heredera de gran parte de la propiedad, vendieron la Galería "El Patio" a la Inmobiliaria Las Pataguas y la Constructora Santolaya, que han trazado un ambicioso proyecto sobre el mismo.
Cabe comentar que el Hogar de Cristo venía recibiendo varias ofertas de compra del terreno desde hacía tiempo, pero todo quedaría listo para un final convenido cuando la familia Alcalde tomó una de estas propuestas y decidió vender, informando a los locatarios de esto, conminándolos a desalojar y presionando así a la fundación caritativa a desprenderse de su parte. Pero, según un artículo del diario "La Tercera" del 13 de mayo de 2012, don Luis Alberto Alcalde comunicó entonces que existía un acuerdo concreto con el Hogar de Cristo para vender, y que tenía a la sazón cuatro años ya.
La decisión de demoler el lugar fue anunciada a principios del año 2013, aunque ya se venía comentado de su inminencia desde el año anterior, cuando fueron notificados todos los locatarios del sector oriente de la galería quienes pagaban su arriendo a los Alcalde, mientras que los del otro sector lo hacían al Hogar de Cristo. Todos los asuntos controversiales de esta decisión quedaron en manos de la oficina de abogados Iruarrizaga, Arnaiz y Cía., encargada de los asuntos inmobiliarios del Hogar de Cristo. Las campañas no lograron más que aplazar brevemente el decreto de muerte del lugar.
Ya en abril pasado, don Patricio el cuidador me adelantó que el cierre definitivo se venía en junio. Según la información que él manejaba entonces, ciertos locales del pasaje se cambiarían, uno de ellos al Barrio Lastarria; pero en cuanto al "Phone Box Pub", con su famosa caseta roja de teléfonos estilo inglesa (parecida a la del "Doctor Who"), su desaparición ya estaba anunciada, pues cesaría actividades de manera definitiva.Ni siquiera el haber ganado una mención en 1996 como uno de los "Mejores Bares del Mundo" por la prestigiosa revista "Newsweek International", que aquí celebraban con un elegante diploma colocado en un marco afuera del local, ni haber contado con un acuerdo de arriendo en el que el Hogar de Cristo se comprometía a mantener alquilado el espacio hasta el 2014, salvó al "Phone Box" de esta severa condena.
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La famosa caseta roja del "Phone Box Pub".
ADIÓS A LA GALERÍA
Las noticias recientemente publicadas confirman estas últimas malas nuevas: ceremonias de despedida se han programado para el cierre definitivo del "Phone Box", marcado en los calendarios para el próximo 10 de julio. Se van para siempre esas fiestas de música en vivo, los recitales rock, la cerveza alemana a destajo bajo la enredadera de la flor de la pluma y la parra, con los platillos de lomo a lo pobre, filete a la plancha, carne mechada, pastel de choclo, salmón y congrio frito, cremas de choclos, cazuelas, etc. Se va también el recuerdo de esos guisos de pastel de carne con salsa de riñones que dieron debut al local en los ochenta.
El "Phone Box" era el ultimo negocio que quedaba en actividad dentro de la galería, mientras escribo esto: el primero en marcharse parece haber sido la adorable librería "Chile Ilustrado", hace unos meses, con sus inscripciones exteriores anunciando venta de literatura humanista, "Historia-Folklore-Arqueología-Antropología", siendo ocupada después y brevemente por una oficina de atención. Me parece haber visto y conversado fugazmente allí, alguna vez, con el destacado periodista Nibaldo Mosciatti, mientras escarbaba libros viejos hace pocos años. Varios otros personajes conocidos la frecuentaban.
En tanto, la librería y taller de diseño "Books Second Hand" cerró hacia la quincena del mes de junio, al igual que el café-bar "Desmadre" con una fiesta de despedida; y el encantador "Café La Clave", con su lema "sabores y sonidos del mundo", lo hizo el jueves 27. Al día siguiente, cerró sus puertas al final del pasaje el famoso "Restaurant-Bar El Patio", una de las principales atracciones de la misma por casi 25 años y que ahora trasladó sus cuarteles a un nuevo local en la cercana calle Cirujano Guzmán. Allí continuará con sus ceviches, los reputados platos vegetarianos y la alguna vez novedosa "barra internet" que ofrecía a sus comensales, rindiendo lealtad a esa publicidad que, en 1998, rezaba sobre sí:
"Un ambiente íntimo en plena galería El Patio. A toda hora se pueden saborear platos vegetarianos, acompañados de jugos naturales, tragos o cervezas".
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Los cerca de 15 otros locales que quedaban, han bajado cortinas durante el último fin de semana, algunos con sentidos ritos de adiós. Son los casos de la "Librería Australis" de doña Cecilia Pizarro, situada al lado del "Restaurant-Bar El Patio", siendo quizás el más antiguo de sus locales, cotizado por sus mapas, libros y guías turísticas; lo mismo con la vecina tienda de diseño "Cualquier Mano", y a su lado el "Taller Puangue" de Becky Herrera, con prendas y estampados. El final tocó también al local de artesanías y artículos esotéricos "Por Arte de Magia", con sus conocidos e intrigantes muñequitos siempre congelados en extrañas acrobacias en las vitrinas. Hubo cerca una sucursal de la tienda de ornamentación y decoración "Divina Providencia", según recuerdo. Y ahora se viene el turno del "Phone Box", último en la lista de sacrificios.
PROVIDENCIA SIN MÁS "PATIO"
Así pues, media centuria de historia en la ciudad desaparecen como la espuma en la playa; acaso como si nunca hubiesen existido. Una torre de 21 pisos se planifica ahora sobre esos terrenos, como ha sido la perpetua maldición para todos estos rincones de valor ciudadano e histórico en la urbe. Su peso aplastará hasta las memorias de este lugar, sin duda.
"El Patio" nos deja lecciones que no son nuevas, por cierto: mientras algunos culparán al modelo económico y aprovecharán de hacer declaraciones retóricas, otros aplaudirán justificando el progreso y el derecho del desarrollo. En tanto, sin embargo, Santiago seguirá al acecho, arrinconado, acosado en cada metro cuadrado de sus mejores y más valiosas posesiones, como la isla del tesoro rodeada por una ambiciosa flota de bucaneros.
Ha cambiado mucho este sector de Providencia, en tan pocos años. Tanto, que hasta da vértigo. El célebre "Teatro Circus OK" también ha sido arrasado, con el restaurante "El Parrón". La ola casi se lleva también a la Plaza Juan XXIII, frente al ex Mercado Modelo. La destrucción de "El Patio" es sólo una consecuencia de esta marejada mutagénica que altera a uno de los sectores de Santiago donde mejor se paga el mercado del suelo, base causal de todos estos problemas... Problemas a los que, por cruel coincidencia, se suman la destrucción de la cúpula de la Iglesia de Nuestra Señora de la Divina Providencia, con el terremoto de 2010, y al incendio que consumió gran parte de la Parroquia de la Congregación de las Hermanas de la Providencia, al año siguiente. Todo en sólo unas cuantas cuadras de distancia.
Siendo testigo de cómo desaparece la ciudad ante nuestros propios ojos, como la carne de un leproso, inevitablemente se me viene a la memoria en este frío invierno santiaguino -además del recuerdo personal en aquellos lugares- esa famosa y decisiva frase profunda del personaje Roy Batty, hacia el final del filme futurista de culto "Blade Runner", aparentemente inspiradas en un poema de Rimbaud:
"He visto cosas que los ustedes ni siquiera imaginarían: naves de ataque incendiándose más allá del hombro de Orión; he visto rayos C destellando en la oscuridad, cerca de la Puerta de Tannhäuser... Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia... Hora de morir".

UN ILUSTRE RECUERDO DEL BÁSQUETBOL CHILENO: LOS DÍAS DEL COACH DAN PETERSON EN EL GIMNASIO NATANIEL

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Dan Peterson y su hijo Jeff, entre los seleccionados chilenos de básquetbol en el Gimnasio Nataniel. Imagen gentilmente facilitada por el propio coach Dan Peterson.
He recibido en estos días, un alegremente sorprendente correo electrónico, de una figura internacional de deporte de alto rendimiento: el coach Dan Peterson, figura de inmenso valor en el básquetbol mundial y que, contrariamente a lo que dictaría la racionalidad y la lógica en estos casos, se ha dirigido sin atisbo de soberbia y muy cordialmente hasta mí para establecer un contacto, en este caso por recomendación de su hijo Bill Peterson... Y para aumentar mi feliz asombro, ambos me han escrito con un casi perfecto castellano.
La razón de este contacto es muy concreta, sin embargo: el distinguido entrenador Peterson quería comentarme algo de sus recuerdos a propósito de mi artículo sobre la destrucción del Gimnasio Nataniel de Santiago, donde mencioné su importante paso por la Selección Masculina de Básquetbol de Chile a principios de los años setenta. A diferencia de los chilenos, que ya nos hemos acostumbrado a olvidar con patológica facilidad todo aquello que nos ha acompañado durante nuestra vida en la ciudad, Dan recodaba con especial cariño sus aventuras profesionales en ese estadio, entre los años 1971 y 1973, por lo que su desaparición también ha sido una triste noticia para él.
Nacido en el Estado de Illinois a inicios del año 1936, Daniel L. Paterson logró forjar un prestigio por el que fue galardonado en 1998 como uno de los 10 mejores entrenadores de la historia de Copa Europea de Baloncesto, en las celebraciones del cincuentenario del campeonato. Así de grandes son las alas de este personaje que pasara por nuestro país y nuestro desaparecido Gimnasio "Sabino Aguad" o más popularmente Nataniel, en aquellos días del Gobierno de la Unidad Popular, cuando el deporte era una de las pocas actividades que aún unían a la polarizada sociedad chilena. Ni siquiera él, que era apolítico y ajeno a las cuestiones del poder, se salvó de ser salpicado por las odiosidades: por su origen estadounidense, muchos lo acusaban de ser agente de la CIA o un espía de Washington, calumnia que la familia se tomaba con humor, sin embargo.
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Escenas de la exitosa gira del equipo chileno de Dan Peterson por los Estados Unidos. En la imagen, el chileno Lorenzo Pardo (con el número 18) esquivando al adversario Jimmy Dan Conner durante el encuentro de Kentucky, el 29 de noviembre de 1972 (fuente imagen: bigbluehistory.net)
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Vista interior del desaparecido Gimnasio Nataniel, donde Dan Peterson forjó a una de las mejores generaciones del baloncesto chileno moderno (fuente imagen: basquetbolcurico.blogspot.com)
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El destacado coach Dan Peterson hacia los días de su regreso al entrenamiento profesional, el año 2011 (fuente imagen: blog The Hoop, thehoop.blogspot.com)
Apodado El Gringo Peterson, agarró el timón de la Selección Chilena de Básquetbol en 1971. Había llegado hasta acá con el respaldo de un gran desempeño en el equipo de la Universidad de Delaware, el Fightin' Blue Hens, cuyas riendas había tomado en 1966. Su gestión fue considerada revolucionaria, comparada frecuentemente con lo que su compatriota Kenneth Davidson hizo también unas décadas antes por el básquetbol moderno en Chile.
En su generación de seleccionados figuraron grandes deportistas de la canasta, casi legendarios ya, como Rual Villella Giordano, José Verdejo, Eduardo "Huaso" Arismendi, Lorenzo Pardo, Carlos Vargas y el prodigioso Manuel Herrera, futuro Presidente de la Federación Chilena de Basquetbol a quien Dan había tenido el buen ojo de cambiarlo desde el puesto de alero a base. Estos gigantes se veían aún más altos al lado de Dan, que era más bien de tamaño bajo pero siempre vestido con sus notorios pantalones a rayas. Elogiado el trabajo de Peterson, su ex alumno Villella recordaría entrevistado por "El Mercurio de Valparaíso" del 21 de enero de 2002: "A mí se me abrió otro mundo, otra etapa en lo deportivo cuando él llegó a Chile".
Durante su talentosa gestión para reflotar la actividad del balón-canasta en Chile, se realizó una célebre gira de exhibición de la selección chilena, iniciada en 1972, contra los mejores equipos universitarios de los Estados Unidos. Fue tal el ritmo de competencia, que se acumularon 40 partidos en 40 días. Su hijo Bill recuerda que era tanta la exigencia de aquella temporada, que los seleccionados chilenos debieron dividirse en dos grupos una noche, para poder jugar simultáneamente contra los equipos de Duke y Kentucky.
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Seleccionados chilenos en el Gimnasio Nataniel (imagen: gentileza de D. Peterson)
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 Siempre en el gimnasio, el entrenador en acción (imagen: gentileza de D. Peterson)
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De espaldas, con sus típicos pantalones rayados (imagen: gentileza de D. Peterson)
Bill y su hermano Jeff, que durante su estadía acá fueron matriculados en el Colegio Nido de Águilas donde también haría clases su madre, a veces acompañaban a su padre en estas actividades en el recordado Gimnasio Nataniel... "El lugar tenia un atmosfera mágica -me lo describe-, en la noche especialmente". Esta impresión me la repite el propio coach Dan: el Nataniel era un "puesto mágico", en palabras suyas. En las fotografías que me ha facilitado gentilmente con registros de aquella experiencia en el gimnasio y que aquí reproduzco, aparece entre algunos de los altos basquetbolistas chilenos de esa generación, acompañado también con sus pequeños niños.
En 1973, tras su inolvidada contribución al básquetbol nacional, Peterson se fue de un Chile sumido en las circunstancias históricas del Golpe Militar. Establecido en Italia, se encargó del equipo del club Virtus Pallacanestro Bologna, donde le aseguró varios títulos y copas durante su exitosa gestión que se extendiera hasta cuando emigró al club Olimpia Milano. La selección chilena de básquetbol y el cuartel de calle Nataniel Cox, en tanto, volverían a conocer una figura de talla internacional en 1977, cuando asume el insigne y estricto entrenador Randy Knowles, aunque su experticia en esos años recién comenzaba a tomar cuerpo.
Peterson se alejó del entrenamiento profesional en 1987, al dejar el Olimpia Milano. Volvió a nuestro país en 1999, para realizar lecciones de básquetbol para la Universidad Católica, durante un torneo en el mes de septiembre de ese año. El señor Dan me cuenta que, en aquella época, volvió a ver con mucha emoción el Gimnasio Nataniel, del que conserva grandes memorias, además de forjar una gran amistad con el periodista Humberto "Tito Norte" Ahumada.
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En el Estadio Nataniel (imagen: gentileza de D. Peterson)
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Bill y Jeff, los hijos de Dan, con los seleccionados (imagen: gentileza de D. Peterson)
La aventura de vida de Peterson tuvo un nuevo capítulo regresando al entrenamiento del mismo equipo Olimpia Milano en la temporada 2011. Confirmo, además, que él y su familia conservan aún nobles sentimientos hacia nuestro país, además de sus claros y lúcidos recuerdos. Su hijo Bill, residente en Chattanooga, Tennessee, me confiesa que aún prueba comida chilena de doña Pía, una paisana nuestra vendedora de empanadas de Atlanta. "¡Casi como la panadería Tomas Moro!", recalca.
Ya concluyendo, debo reconocer que para mí ha sido un tremendo elogio y una inyección al orgullo el recibir un contacto y material histórico directamente proporcionada por una figura protagonista con la estatura del gran Dan Peterson, de quien estaré eternamente agradecido por este favor, al igual que a su hijo Bill. Empero, los sentimientos se vuelven conflictivos si recuerdo que esta agradable sorpresa ha sido a propósito de la pérdida irreparable del Gimnasio Nataniel, cuyo lugar hoy es ocupado por otra colmena inmobiliaria en esos barrios de Santiago.
Muchos proclaman que no vale la pena llorar sobre la leche derramada, pero para la memoria de la ciudad es indiferente si el valor de un recuerdo a sólo causa nostalgias y melancolías. Por eso, he querido rescatar este episodio de la historia deportiva nacional y algo sobre el trabajo que desarrolló acá alguna vez un coach de categoría mundial como Dan Peterson, en el Gimnasio Nataniel que hemos perdido... Y lo dejo expuesto como lo que habría sido: otro antecedente de enorme valor para haber salvado este histórico estadio de la vil destrucción, quizás hasta haberlo declarado Monumento Histórico Nacional, si el tiempo hubiese jugado en favor de quienes pretendieron detener su infame final.
Nota biográfica sobre la historia de Dan Peterson, de Basket Connection Channel: "El pequeño gran hombre: Retrato de Dan Peterson". Desde el minuto 2:20 relata su paso por nuestro país y reafirma su profundo cariño por nuestro país. Fuente original: http://youtu.be/IjdzNiSa8jA 

DOS OBELISCOS DE LOS PUENTES INVISIBLES EN EL RÍO MAPOCHO

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Puente de los Obeliscos, en Mapocho, cuando ya estaba siendo desmantelado hacia 1968. Se observan los dos obeliscos de fines del siglo XIX que le daban el nombre al puente y que hoy se hallan un poco más al Este de la posición que se observa en la imagen. (Fuente fotografía: colecciones del Museo Histórico Nacional)
Coordenadas:  33°25'57.00"S 70°39'5.65"W y 33°25'55.32"S 70°39'5.34"W (antigua posición) / 33°25'57.30"S 70°39'3.53"W y 33°25'55.86"S 70°39'3.07"W (ubicación actual)
Han existido varios obeliscos o "pirámides" conmemorativas en las orillas del río Mapocho a lo largo de toda su relación con nuestra ciudad, desde la Colonia hasta nuestros días. Cada uno de ellos ha marcado la realización de importantes obras urbanísticas y, por su propia naturaleza conmemorativa, han señalado también períodos importantes de la vida en la ciudad y de su desarrollo material.
De entre estos obeliscos mapochinos se recuerda, por ejemplo, que el Gobernador Ortiz de Rosas hizo levantar uno como registro de sus tajamares allí construidos en 1749, con el nombre de Fernando VI grabado en el mismo, además del nombre del constructor Campino. Don José Zapiola comenta que había una “pirámide” pequeña frente al Puente Purísima todavía en sus días hacia la intendencia de Vicuña Mackenna, aunque podría corresponder al de Ortiz de Rozas. Ya en pleno siglo XX fueron demolidos los dos levantados por Don Ambrosio O'Higgins en la última década del siglo XVIII: uno en Providencia cerca de donde actualmente está la réplica del mismo, conmemorando la inauguración de los últimos tajamares coloniales, y otro un poco más retirado de la orilla del río, en San Pablo cerca de la actual avenida Brasil, celebrando su camino hacia Valparaíso. En tiempos más cercanos a los nuestros se instaló también el obelisco del ex Parque Gran Bretaña, actual Parque Balmaceda.
Hace pocos años, fueron repuestos allí entre los dos mercados populares de Mapocho un par de grandes obeliscos que también forman parte de esta secuencia histórica de "pirámides" conmemorativas. Muchos los habían dado por perdidos ya en la ciudad; otros los habían olvidado de tal manera que los confunden con elementos nuevos introducidos al paisaje del río, cuando la verdad es que habían estado allí desde el siglo XIX.
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ORÍGENES DE LOS OBELISCOS
Lugar de reposo de palomas y hasta algunas de esas gaviotas mapochinas a las que les canta un conocido tema musical del grupo "Illapu", estas dos torres de roca canteada hoy soportan el peso de nuestros conflictos e iras sociales más que con la historia que les dio nacimiento, mientras señalan recuerdos de puentes que ya no existen: puentes imaginarios, ilusorios, como un espejismo sobre el río.
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La historia de estos dos hitos tiene varios vaivenes, pero siempre aludiendo a puentes desaparecidos del río Mapocho, por extraña paradoja.  Comienza en la época de la destrucción del Puente de Cal y Canto, el orgullo del Corregidor Zañartu y de toda una ciudad por cerca de cien años. En pleno gobierno de José Manuel Balmaceda, se ejecuta el plan de canalización del río Mapocho en la garganta de piedra que actualmente contiene esas violencias con las que tantas veces antes trató de ahogar a la ciudad.
Desgraciadamente, los expertos a cargo del proyecto no tuvieron mejor idea que la de destruir el Puente de Cal y Canto, incapaces de adaptarlo al nuevo escenario, y así el ingeniero director Valentín Martínez hace dinamitar parte de sus bases justo en la víspera de una tremenda crecida del río, que acabó echándolo abajo el 10 de agosto de 1888, ante la indignación popular y la desazón de toda la ciudad, escandalizada con la irracional destrucción que llegó a tener repercusiones políticas, en el Congreso. A pesar de la explosión de rabia, descrita muy detalladamente por Justo Abel Rosales en su libro sobre el Puente de Cal y Canto, los trabajos continuaron y el despreciado ingeniero Martínez continuó un tiempo más en su cargo.
Sin embargo, al terminarse las obras de canalización, éstas estaban siendo dirigidas por otro personaje: José Luis Coo, destacado y joven ingeniero, dedicado también a la industria vitivinícola y vinculado a la fundación de la comuna de Puente Alto. Ni bien concluyó esta larga etapa de trabajos en plena oscuridad de la Guerra Civil de 1891, los ingenieros habrían solicitado levantar los dos obeliscos conmemorativos de la consumación de tan inmenso proyecto, justo en el lugar donde antes se había ubicado el Puente de Cal y Canto.
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Puente de Cal y Canto derrumbado, en 1888. Los obeliscos señalaban originalmente el lugar preciso donde se encontraba antes el paso aquel desaparecido primer puente sólido de albañilería en el río Mapocho.
CARACTERÍSTICAS DE AMBAS ESTRUCTURAS
Terminados ya los trabajos asumidos por Coo y de camino a abrirse las bocas de las calles en las nuevas cuadras ganadas al río con la misma canalización, se levantaron ambos obeliscos de roca canteada en el señalado lugar, uno a cada lado del río. Ambos alcanzan más de 14 metros de altura y están montados como piezas armadas alrededor de un eje o poste central. El diseño de ambas "pirámides" es más bien  neoclásico, con plinto rectangular por base y reducción gradual de su grosor hacia la punta "pirámide".
Cabe recordar que la mayoría de las rocas empleadas para la construcción del canal interior del Mapocho, fueron seleccionadas de la gran cantera del cerro San Cristóbal luego de un estudio realizado por el científico Ignacio Domeyko, el escultor Nicanor Plaza y los constructores Alejandro Thompson y Andrés Staimbuck, contratándose muchos canteros españoles para las cuadrillas de trabajo en el río. Recalco este punto porque es posible que el material de construcción de los obeliscos haya tenido la misma procedencia.
La cara frontal del plinto en el obelisco del lado Norte, fue inscrito con lo siguiente:
ENERO DE 1888 – SEPTIEMBRE DE 1891
CONSTRUIDO BAJO LA DIRECCION
DEL INGENIERO
DON JOSE LUIS COO
SEGUN EL PROYECTO
DEL INGENIERO
DON VALENTIN MARTINEZ
En todo el texto, y quizás a consecuencia de las posibilidades oportunistas que generaba el anatema que pesa hasta ahora sobre la memoria del ingeniero Martínez como verdugo del Puente de Cal y Canto, el nombre que se destaca notoriamente en la inscripción como principal es el de don José Luis Coo. Exactamente lo mismo sucede en el otro obelisco, del lado Sur, en cuyo plinto se lee:
INGENIERO DIRECTOR
DON JOSE LUIS COO
INGENIEROS AYUDANTES
DON VICTOR SANTELICES S.
DON JUAN MEYJES
DON FEDERICO VON COLLAS
INSPECTORES
DON FAUSTINO LAGOS
DON ELISEO BENAVIDES
DON LAUREANO NAVARRETE
DON HERIBERTO VENEGAS
La descrita relación de los obeliscos con la ubicación que tenía antes el Puente de Cal y Canto allí mismo en el río, como continuidad entre las actuales calles Puente y La Paz, dio origen a una leyenda que todavía se oye en nuestro siglo: de que ambas "pirámides" habrían pertenecido al desaparecido puente, hablándose de ellas como el último vestigio del mismo, cuando la verdad es que son posteriores a la destrucción del Cal y Canto. Si bien se ha dicho alguna vez que el material de roca habría sido extraído del puente en ruinas para hacer los obeliscos, la verdad es que ambas estructuras aparecen sólo después de la canalización.
Una historia menos conocida, aparece derivativamente de otra: como se señala que para el viejo Puente de Cal y Canto se usaron cientos de miles de claras de huevos en la mezcla de la argamasa de su construcción, un mito quizás surgido de una confusión de las leyendas, señalaba que los obeliscos habían sido hechos también con miles y miles de cáscaras de huevo prensadas, cuando en realidad son de roca sólida.
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LOS OBELISCOS, EL PUENTE Y LA AVENIDA LA PAZ
Si bien se recordará que el Cal y Canto no quedaba alineado exactamente con la avenida de La Independencia, la ex Cañadilla de la Chimba, sino con la muy posterior avenida La Paz donde se colocaron originalmente los obeliscos, él era la conexión por excelencia con la otra ribera del río, paso obligado de caravanas, comerciantes, viajeros, visitantes y héroes de la lucha por la emancipación que huían al exilio o que regresaban de Chacabuco con las banderas del triunfo, por lo que los obeliscos señalaban allí mucho más que sólo la ubicación de un demolido puente colonial.
Pasada la época del Cal y Canto, los obeliscos del Mapocho se asociarán ahora a otro famoso puente que también ya ha desaparecido: el Puente de la Paz, o mejor dicho De los Obeliscos, se convirtió en el paso necesario de las caravanas de adiós para los difuntos, dándole a la ruta de estas torres ese inesperado carácter funerario muy parecido al que encarnó también el mismísimo Puente de Cal y Canto en los años en que fuera el principal paso hacia la necrópolis.
Aunque no sería hasta la década del treinta que los puentes del Mapocho comenzaron a quedar instalados en lugares más o menos definitivos, por la ubicación de este puente entre ambas "pirámides", sería llamado Puente del Obelisco o Puente de los Obeliscos, a pesar de que en algunas referencias oficiales aparecía señalado como Puente de La Paz o Puente de Avenida La Paz.
A todo esto, la avenida La Paz justo frente a los obeliscos y a la ex ubicación del Puente de Cal y Canto, se ejecutó como parte de un proyecto iniciado hacia 1907, correspondiente a un plan vial que se hallaba pendiente desde el siglo anterior y que, entre otras cosas, pretendía conectar directamente esta calle con la avenida del Panteón del Cementerio General y que será la Plaza de la Columnatas de avenida La Paz. No pocas veces en que se despedía a un ilustre finado, los obeliscos fueron decorados junto con el nuevo puente metálico allí colocado, saludando al cortejo alineado hacia el panteón del cementerio.
El diseño del mencionado puente era del estilo llevado hasta el Mapocho por la firma francesa Schneider & Co. Creuseot: mecano en arquitectura en fierro con viga de celosía curva y vanos con crucetas, a diferencia de las líneas rectas de los puentes que colocó también en sobre el río la compañía de capitales británicos Lever, Murphy & Cía, como el actual Puente Los Carros. Las pirámides quedaban justo en el vértice oriente del empalme del puente con cada orilla.
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Fotografía del Puente de los Obeliscos en una crecida del río del 22 de junio de 1914. Publicada por Jorge Walton en el “Álbum de Santiago y vistas de Chile”, al año siguiente.
SÍMBOLOS EN EL VIEJO BARRIO MAPOCHO
Cabe comentar que la pasada del puente y los obeliscos hacia el lado de La Chimba era toda una inmersión en la cultura popular de la ciudad, allí en la misma salida del paso vehicular y peatonal: el Mercado de La Vega Central, los días del Hipódromo Circo y luego el Luna Park, famosos centros recreativos del pueblo, además de la Plaza de los Artesanos donde se instaló una célebre feria de cachureos y antigüedades, simiente de los llamados mercados persas, donde ahora está el complejo del Mercado Tirso de Molina... Todo a un paso en la bajada del puente.
Cuando hacia 1948 fueron construidas las pérgolas de las flores para albergar a los comerciantes que habían sido retirados de la Alameda frente al templo de San Francisco, los obeliscos y el puente homónimo anticipaban las despedidas que tradicionalmente realizan las floristas a las caravanas fúnebres que marchan hacia los cementerios chimberos.
Los obeliscos, como se aprecia, indicaban en el imaginario urbano lo que había sido un importante sitio de tránsito por la ciudad de Santiago, su antiguo acceso a través del Puente de Cal y Canto y ahora el Puente de La Paz, a la vez que una despedida para los fallecidos. Reforzando su valor histórico, además, se instaló en uno de ellos el 26 de agosto de 1963, en la "pirámide" de la ribera Sur, una placa conmemorativa del paso de Ejército de los Andes por este lugar en los días de la lucha de Independencia, proceso que le dio el nombre a la ex Cañadilla. Dicha pieza, decía lo siguiente:
"Por aquí entraron chilenos y argentinos victoriosos de Chacabuco en el Ejército Libertador de los Andes, el 13 de febrero de 1817. Éste fue el Camino de Chile que comunicaba con el Imperio de los Incas – Siglo XVI. En la siguiente centuria, llamose Camino Real de la Cañadilla y en el Gobierno del Exmo. Sr. D. Bernardo O’Higgins, Calle Buenos Aires".
Sin embargo, esta placa fue retirada tiempo después del obelisco y colocada en un segmento del muro de la Parroquia Carmelita del Santo Niño Jesús de Praga, templo de líneas neogóticas en General Borgoño con Independencia. Está aún en su muro hacia el lado de la avenida principal; y como los obeliscos actualmente se encuentran en una posición distinta a la que ocupaba antes el Puente de Cal y Canto y su alineación indirecta con la avenida Independencia, es probable que nunca vuelva al plinto de la "pirámide".
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Vista del Puente de los Obeliscos hacia el Sur. (Fuente fotografía: colecciones del Museo Histórico Nacional)
LOS OBELISCOS, OTRA VEZ SIN PUENTE
Muchas postales, fotografías y filmaciones de las antiguas pérgolas o del paso de los funerales por entre las tradicionales cascadas de pétalos, alcanzan a mostrar a uno o los dos de estos obeliscos en la entrada de la arteria que lleva directamente al cementerio. Como vimos, las dos estructuras fueron parte del camino de despedida de innumerables figuras, héroes y mártires, por lo mismo.
En aquellas últimas décadas del Puente de los Obeliscos, en la bajada Norte del mismo y junto al obelisco de ese lado del río, era frecuente ver varios puestos de fritangas de pescado y sopaipillas, como se observa en fotografías de José Muga fechadas en 1960 y actualmente pertenecientes a las colecciones del Museo Histórico Nacional. Era parte del descrito ambiente popular imperante en el territorio chimbero.
Empero, durante la presidencia de Eduardo Frei Montalva, el alcalde de Santiago don Manuel Fernández propuso retirar el antiguo Puente de los Obeliscos, aunque originalmente con el propósito de construir uno nuevo. Los trabajos de desarme y deshuesado comenzaron hacia 1965 aproximadamente, primero cerrándolo por el lado Sur con tablados de madera y dejándolo mientras tanto sólo como paso peatonal, pero después retirando su carpeta y cerrándolo por ambos lados.
Aunque no es mi intención hacer una historia completa de aquel puente en este texto, cabe señalar que fotografías de Josep Alsina muestran trabajos de retiro de la estructura parcialmente ejecutados todavía cerca del año 1970, casi anticipando que permanecería pendiente por largo tiempo más la construcción del nuevo paso a pesar de las protestas y de la molestia general de los comerciantes chimberos, las floristas y los veguinos por este retraso. La inutilizada estructura del ex puente se convirtió en refugio de mendigos y niños pelusas del río durante aquel período, además de un símbolo oscuro de la inoperancia casi vernácula de nuestras autoridades.
Después de perder al Puente de Cal y Canto, ahora la ciudad había perdido al Puente de Los Obeliscos... Y las "pirámides" de rica, otra vez, se habían convertido en señales fantasmales, indicando la posición de un puente irreal, tragado por los remolinos del tiempo en la ciudad de Santiago.
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Reinstalación de los obeliscos, en agosto de 2010.
UNA DÉCADA DESAPARECIDOS
Tras esta injusta espera, agravada por las convulsiones políticas de la época, recién el año de 1974, en pleno Régimen de la Junta Militar que acababa de tomar el poder, se propuso en términos generales un proyecto de nuevo puente entre los dos obeliscos, devolviendo la alegría de los comerciantes del sector chimbero. Más bien una idea abstracta, que incluso hacia los últimos años de aquel régimen, adquirió la forma de un plan quimérico y de corta duración para reconstruir allí el Puente de Cal y Canto, como parte de los preparativos para las celebraciones del Quinto Centenario del Descubrimiento de América.
Sin embargo, la alegría no tardó en convertirse en una oquedad, frustrada por el retraso en la ejecución del plan no obstante que la transformación del Puente Los Carros en paso exclusivamente peatonal, había devuelto parte de la facilitación del flujo de personas entre ambas riberas. Así, pasó y pasó el tiempo, sin puente... De alguna manera, la sociedad chilena hasta se acostumbró y adaptó a la ausencia de un paso en este sitio, entre ambos obeliscos.
Ya a fines del pasado milenio y con los proyectos de construcción de la Autopista Costanera Norte encima, se presentó un nuevo proyecto de un puente en el lugar de avenida La Paz, allí donde los solitarios obeliscos lloraban ahora al desaparecido puente mecano. La empresa encargada de las monumentales obras del Mapocho desmontó las dos altas "pirámides" el año 2001, en un trabajo mancomunado con la Municipalidad de Santiago. Acto seguido, guardó las estructuras desarmadas en bloques numerados en unas bodegas especiales.
Este tramo del río quedó con un aspecto amputado: sin Cal y Canto, sin Puente de La Paz y ahora sin obeliscos, después del siglo que había transcurrido con ambos monolitos alzándose en sus contornos. Fue casi una década más la que pasaría, en que algunos olvidaron y otros echaron a correr los infaltables rumores de quien necesita información y no la halla: que habían sido destruidos, que se habían extraviado, que se los había quedado la concesionaria de la autopista en construcción, etc.
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Trabajos de reinstalación ya casi concluidos.
EL REGRESO
Como sucedió también con el anterior puente, los santiaguinos se acostumbraron a la ausencia de los obeliscos y los olvidaron. Un talento tan propio y recurrente en nuestra sociedad, por supuesto. En el vertiginoso ritmo del progreso material, además, la existencia de esta clase de monumentos allí en el Mapocho era sólo un recuerdo que no todas las generaciones compartían ya.
Sin embargo, en agosto de 2010 y con los festejos centrales del Bicentenario de la Independencia Nacional casi encima, los dos obeliscos reaparecieron en las riberas del Mapocho: regresaron gracias a una operación de reposición que costó cerca de 20 millones de pesos. Afortunadamente, tuve ocasión de hablar por entonces con los trabajadores encargados de las operaciones de rearmado de ambos obeliscos, realizada a inicios del señalado mes, y enterarme así de algunos de los pormenores de su retorno al Mapocho.
Esta vez, sin embargo, las torres de piedra se ubicaron en un lugar distinto al original: un poco más al oriente del nuevo Puente La Paz, a medio camino entre éste y el Puente Los Carros. No siendo una ubicación del todo apropiada para su lucimiento, por desgracia no es lo peor que les hemos hecho ahora que volvieron: si en aquellos días en que ni siquiera estaba terminado su ensamble ya comenzaban a ser atacados por los paleo-ideogramas de pseudo grafiteros y escatologistas del arte, podrá imaginarse cómo lucen ahora estas reliquias históricas del río Mapocho, resistiendo toda clase de ataques, rastros de manifestaciones políticas, orines y al propio instinto destructivo de la sociedad chilena que no ha dejado de rayarlo y pintarrajearlo hasta el absurdo.
Ahora, los obeliscos señalan un puente invisible, por lo tanto; acaso imaginario, pues ya no corresponde ni al Puente de Cal y Canto ni al Puente de los Obeliscos... Quizás sólo sean los extremos de un puente de tiempo, a estas alturas: un paso hacia épocas y capítulos de la ciudad que a pocos importan ya.
Nota: para conocer algo más sobre el los obeliscos del Mapocho, puede echarse un vistazo a lo que escribí de él en el tomo II de mi libro digital "La Vida en las Riberas: Crónica de las especies extintas de Barrio Mapocho", haciendo clic aquí.
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Los obeliscos, hoy.

ROMANCE DE LUCES DORMIDAS EN EL "AMERICAN BAR"

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Esta imagen de una bailarina en un club, figura en los archivos fotográficos del Museo Histórico Nacional. Aparece señalada allí como una escena captada en el "American Bar", aunque no he podido confirmar si se trata del local con ese nombre en Valparaíso o, el que nos interesa, de Santiago en calle Bandera, pues los testimonios de antiguos conocedores de estos clubes me salen empatados 2 a 2, por desgracia. De todos modos dejo publicada esta imagen porque, de acuerdo a los testimonios con los que cuento, el antiguo "American Bar" tenía un ambiente muy parecido al del puerto, y también ofreció alguna vez espectáculos similares, como los que se ven en la imagen.
Coordenadas: 33°26'3.27"S 70°39'11.57"W
Este será uno de los artículos con más inseguridad que haya escrito en este blog, pues tras años de buscar información me ha constado una enorme cantidad poder dar con datos duros sobre el bar de marras; y los testimonios orales, en este caso, resultan inusualmente contradictorios, pero veamos qué sale...
He dicho ya que el llamado "Barrio Chino" de Mapocho tenía una cuadra neurálgica de diversión en sus mejores años, hacia mediados del pasado siglo: el tramo del 800, aquel donde estaban también otros famosos centros recreativos como "El Zeppelin", "La Antoñaña", "El Dragón Rojo", "El Teutonia", "La Estrella de Chile" o el "Oro Purito". Lugares de luz y oscuridad; refugios de bohemios incorregibles donde se mezclaban en las mesas peligrosos rufianes del mundo del hampa con prestigiosos intelectuales premiados en Chile y el extranjero.
Cerca de la esquina poniente al inicio esta cuadra, justo en Bandera 808 haciendo vértice con San Pablo, existía uno de los más populares y longevos locales de este tipo, sólida trinchera de la bohemia mapochina con características de gran fuente de soda: el "American Bar", situado como uno de los primeros de la cadena de boliches que alimentaron en la señalada cuadra esas noches interminables de música, cervezas, cabaret, comidas a destajo y copetineras paseando entre las cofradías de clientes, en la época romántica del tranvía corriendo por esa misma calle y de la Estación Mapocho en plenitud.
Aunque he notado que algunas veces se confunde a este "American Bar" con otro famoso centro recreativo homónimo de Valparaíso -que guardaba muchas similitudes con el de nuestro interés, según me cuentan veteranos de aquella bohemia-, el de Santiago fue fundado por el comerciante de origen italiano don Héctor Gioro, en los años de los bailables nocturnos y las orquestas en vivo engalanando los interiores de estos refugios capitalinos. A veces había algún músico en este sitio, también: grandes maestros tocaron allí, como el violinista Eugenio Maturana, quien fundara con Andrés Sabella la llamada Logia del Tango, reuniéndose ambos con frecuencia en otros de los innumerables clubes de la misma calle Bandera.
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Vista del muro donde antes estaba el acceso al "American Bar" en Bandera 808.
El nombre del local proviene quizás de la llamada "barra americana" que estuvo de moda como atracción antaño, correspondiente a los bares surtidos y con carta amplia de tragos o cócteles a pedido del cliente. Los comensales lo conocían como "El American" a secas, siendo famoso por sus jarras de cerveza, sus vinos, sus sabrosos platillos económicos de comidas. Aunque muchos me aseguran que no tenía exactamente el perfil de club bailable ni nocturno, ciertos comerciantes del Barrio Mapocho como don Nano hablan de algún período en que las orquestas de jazz, mambo o foxtrot  tocaron en el "American Bar" durante su mejor época, además de shows en vivos con alegres y curvilíneas muchachas. Según apunta Ana Vásquez-Bronfman, el "American Bar" era quizás "lo más malévolo que había en Santiago" en cuanto a shows nocturnos se refería. También fue mencionado a la pasada en libros de Roberto Castillo y Sergio García.
No puedo confirmar aquel pasado más audaz del bar, pero me consta que, en 1949, el negocio aparece en revistas institucionales del gremio de los dueños de hoteles y restaurantes figurando como el "American Café", bajo propiedad de la sociedad Gioro, Dameri y Cía. Ltda. Empero, al caer la bohemia de los dancings de calle Bandera luego de la transformación de esta cuadra en barrio residencial, el bar se alejó paulatinamente de las fiestas de madrugada y de las supuestas noches con sus conjuntos sonando en vivo que le adjudica la tradición oral que conozco. Y aunque habría seguido ofreciendo sus espectáculos de night club y algo de striptease durante varios años más, en algunos casos con audaces y célebres bailarinas del ambiente según algunos viejos mapochinos, su amplitud como club de entretención se fue reduciendo y se acabó.
Sus últimos años de lucha con la modernidad y con los nuevos escenarios de la noche, el "American Bar" los habría pasado contraído y transformado en un popular restaurante con algo de fuente de soda otra vez,  conservando así esa característica que fue parte de su identidad desde los orígenes del negocio. Me cuentan otros conocedores del barrio de generaciones más nuevas, como mi amigo iquiqueño Claudio, que aún eran famosos en esos últimos días sus caldos de ajíes, ofrecidos como verdadero desafío culinario a los parroquianos y que se hacían con variedades de este pimiento como base de la preparación.
Tras el cierre del negocio, ya con otros dueños y otro cariz para el local, la esquina que perteneciera al "American" fue remodelada severamente y hasta nuestros días aloja a un pequeño supermercado "Ekono" y a una casa de cambio, exactamente al lado de la galería Centro Comercial Santiago-Bandera de esta cuadra, antes de fama terrible, pero que ha conseguido ya ser domada y pacificada por las autoridades.
Milagrosamente, sin embargo, aún se conservan en pie los muros donde estaba el acceso al "American Bar", alguna vez entrada hacia un largo pasillo ya desaparecido en el local. Hoy, sin embargo, este rincón está bloqueado: no conduce ya hacia ninguna parte, salvo a recuerdos frágiles de testigos y al eco orquestal de aquella música de tiempos desleídos.
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Vista actual de la esquina de Bandera con San Pablo.
Nota: para conocer algo más sobre el "American Bar", puede echarse un vistazo a lo que escribí de él en el tomo II de mi libro digital "La Vida en las Riberas: Crónica de las especies extintas de Barrio Mapocho", haciendo clic aquí.

DEVELANDO UN MISTERIO ANCESTRAL (PARTE I): LAS HUELLAS DEL SANTIAGO ANTES DE SER SANTIAGO


Ilustración de la Ciudad de Santiago de Chile, por el cronista indígena peruano Felipe Guamán Poma de Ayala, hacia 1615, en su "Nueva Crónica y Buen Gobierno". Aunque es un plano esquemático e imaginario, se advierte que por entonces la capital chilena era comprendida sólo como un campamento militar-religioso fortificado alrededor de la Plaza Mayor (de Armas), con el río Mapocho flanqueándola al costado.
Coordenadas: 33°26′16.68″S 70°39′1.44″O (Plaza de Armas)
Una secuencia de investigaciones recientemente publicadas, han sacado del horno un tema tan interesante como apetitoso a la historia urbana: los orígenes precolombinos de Santiago de Chile, en épocas anteriores a la fundación oficial de la ciudad por parte de los conquistadores españoles. Se habla de un centro de desarrollo inca con una sede en la propia Plaza de Armas de Santiago y sus inmediatos, propuesta que incluso ha dado pie a especulaciones sobre la posibilidad de la existencia de un asentamiento humano completo y entendible como "urbe" previo a la llegada de don Pedro de Valdivia y sus huestes.
Tres trabajos consecutivos, publicados por divina coincidencia en un breve plazo de tiempo, han completado una visión bastante más profunda y argumentada sobre este origen más remoto de la ciudad de Santiago: Patricio Bustamante y Ricardo Moyano en 2012, Rubén Stehberg y Gonzalo Sotomayor también en 2012, y Alexis López en 2013. Iremos abordando estas investigaciones a lo largo de esta secuencia de entradas, con las que aprovecharé de llenar un largo vacío que arrastraba en este blog con relación al tema de atención.
Parto, entonces, con este abundante y vigoroso tema de estudio pretendiendo hacer no más que un pequeño aporte a su difusión, fuera de los círculos estrictamente científicos o académicos que no nos corresponden.
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UNA DISCUSIÓN HISTÓRICA
La presencia de huellas correspondientes a la antigua administración incásica en Santiago, ha sido abordada ya por otros autores como Ricardo E. Latcham, Carlos Peña Otaegui, René León Echaíz, Justo Abel Rosales, Armando de Ramón y Carlos Keller, entre muchos otros. Si bien las pruebas van desde el sacrificio ritual con enterramiento de la momia del Cerro El Plomo hasta el fuerte pukará del Cerro Chena, las dudas orbitaron siempre en torno a la intensidad que tuvo esta influencia y presencia del elemento incásico sobre el valle.
Personal y humildemente, creo que un caso de especial interés sobre estas presencias, lo señala la existencia de una piedra ceremonial que habría sido descubierta en el Cerro Santa Lucía y que actualmente se encuentra encastrada en un muro de la antigua residencia de don Benjamín Vicuña Mackenna, en el museo histórico que lleva su nombre. Ya me he referido en un artículo de otro blog a las observaciones del arqueólogo Luis Cornejo sobre dicha pieza, quien señala que la piedra fue tallada con alguna representación de cultivos y cursos hídricos, pudiendo corresponder a una huaka para rituales kapacocha de sacrificios humanos. Para complementar esta serie de artículos, preparo la redacción de un artículo especial sobre dicha piedra ceremonial en este blog.
Volviendo a la discusión del grado de influencia sobre el Valle del Mapocho por parte del Tawantinsuyu o administración imperial incaria (con sede en el Cuzco y que llegaba hasta el río Maule, como se sabe), éste es un tema que adquiere cuerpo especialmente hacia la segunda mitad de los años setenta, en especial por los estudios de Rubén Stehberg y Osvaldo Silva: creía que la dominación incásica fue fuerte, el primero, y tenue, el segundo, por lo que sus enfoques se confrontaron. Parte importante de este mismo debate giró en torno a las referencias sobre un centro administrativo en los primeros años de la colonia del Mapocho, particularmente en Actas del Cabildo fechadas el 10 de junio de 1541, que mencionan un "tambo grande que está junto a la plaza de esta ciudad", y del que no se sabía a ciencia cierta si había sido levantado por manos incásicas o españolas.
De acuerdo a la exposición que hizo Stehberg, un centro de desarrollo incásico estaba aquí en Santiago desde antes de la llegada española y bajo gobernación del jefe indígena Quilicante, representante de la autoridad imperial en el Valle del Mapocho, quien se encontraba en ejercicio a la llegada de Almagro por estas tierras en 1536. Empero, de acuerdo a lo concluido en los años setenta por Silva, la sede administrativa de Quilicante debía estar entre Lampa y Colina, no en la ciudad de Santiago propiamente dicha.
Sin embargo, más de 35 años tuvieron que transcurrir para que los estudios arrojaran datos más cerca de lo definitivo al respecto, tiempo en el que otros hallazgos e investigaciones fueron reforzando también la idea de que la mano del Tawantinsuyu no fue tan tibia ni tímida por estas tierras, como se había creído.
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Fundación de Santiago en el Santa Lucía, según óleo de Pedro Lira (1889). Siempre se ha considerado imaginaria esta escena, porque la fundación de la ciudad tuvo lugar en la Plaza Mayor o Plaza de Armas. Sin embargo, el Cerro Santa Lucía sí habría tenido una función esencial en los criterios que llevaron a la elección de este lugar del Valle del Mapocho para la fundación de la colonia de Santiago del Nuevo Extremo.
EL MAPOCHO INCAICO
Faltaba una confirmación de peso histórico y argumental para verificar esta importancia del valle del Mapocho en la administración ancestral incásica, esfuerzo que fue complacido recientemente con la publicación de nuevas investigaciones conjuntas del Jefe de Antropología del Museo Nacional de Historia Natural, el arqueólogo Rubén Stehberg, y del historiador Gonzalo Sotomayor, retomando así la eventual solución al nudo que había quedado ciego en los años setenta, aportando pruebas realmente sorprendentes sobre el tema de marras.
El trabajo de ambos autores fue publicado -con gran expectación del mundo científico e investigativo- en el "Boletín del Museo Nacional de Historia Natural" N° 61 de 2012, bajo el título "Mapocho incaico".
Vamos repasando un poco los hechos en torno a la fundación de Santiago, para comprender este asunto y la visión aportada ahora por Stehberg y Sotomayor sobre estos mismos acontecimientos.
Como se indica en los libros de historia, cuando el soldado Pedro de Gamboa eligió el punto central de la naciente ciudad de Santiago del Nuevo Extremo para su fundación, estacó allí una cruz con objeto de señalar el sitio desde el cual se trazaron las demás cuadras de la colonia mapochina, usando la rígida distribución de damero. La ubicación casi arbitraria y la creencia de que el mencionado tambo junto a la plaza se construyó en este período, fueron ideas dominantes entre arqueólogos e historiadores, según parece.
Sin embargo, la investigación de los dos autores ha formado una impresión muy distinta en ellos, como comentan en su artículo:
"Para la búsqueda de información etnohistórica se utilizó, en primer lugar, la bibliografía disponible resultando de gran importancia las fuentes publicadas en las mensuras de Ginés de Lillo publicadas en 1941 y 1942, que unidas a la sistematización de parte de ellas por Tomás Thayer Ojeda (1905) en su Santiago en el Siglo XVI y por Carlos Larraín (1952) en su estudio sobre Las Condes, permitieron coordinar la información que aportan, con la de nuestras investigaciones en el Archivo Histórico Nacional, Ministerio del Interior (Chile) resultando de gran importancia algunos volúmenes del Archivo de la Real Audiencia (1638), en particular el juicio entre el capitán Pedro Gómez Pardo y el convento de Santo Domingo sobre tierras de la Chimba, que aportó un antiguo mapa fechado en la primera mitad del siglo XVII. Estos últimos documentos llevaron a revisar el Archivo del Convento de Nuestra Señora del Rosario de los padres Dominicos de Santiago, que resultó ser de una riqueza inesperada, puesto que en él se encontraron numerosos documentos del siglo XVI y principios del siglo XVII que comprobaron nuestra hipótesis que el emplazamiento de la ciudad de Santiago fue elegido por corresponder a un punto estratégico para el control no sólo del espacio del actual valle del Mapocho, sino que también de la cuenca del río Maipo en general y de los territorios de más al sur".
Agregan que los siglos de transformación del suelo por la agricultura y la urbanización, fueron haciendo desaparecer casi todos los ancestrales rastros de la proto-ciudad de Santiago previa al arribo hispánico: edificios, viviendas, depósitos, chacras, canales de hasta 30 kilómetros y complejas acequias de regadío, salvándose sólo algunos centros funerarios por su situación en el subsuelo.
Croquis de la capital chilena publicado en "Santiago durante el siglo XVI: constitución de la propiedad urbana y noticias biográficas de sus primeros pobladores" por Tomás Thayer Ojeda (Santiago de Chile, Imprenta Cervantes, 1905 - Disponible en la Biblioteca Nacional). Clic encima para ampliar.
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Dibujo del sector central de Santiago en el siglo XVII, publicado por Alonso de Ovalle (1646).
VESTIGIOS DE "OTRO PASADO" EN SANTIAGO CENTRO
De acuerdo a lo observado por Stehberg y Sotomayor, los vestigios arqueológicos señalan la existencia del antiguo asentamiento incásico en Santiago, con influencias de las culturas diaguitas y Aconcagua. Se habría tratado, acaso, de una ciudadela o pequeño establecimiento de carácter agrícola muy ajeno al de las culturas locales hortícolas y cazadoras-recolectoras que había antes, las que mantenían un modus vivendi más bien disperso y falto de cohesión administrativa. De hecho, el del Valle del Mapocho pudo haber sido el único establecimiento de este tipo en unos 500 km. a la redonda.
Pero también hay algo más profundo y trascendente en esta investigación, como ellos comentan:
"La información histórica, arqueológica y geográfica disponible coincide en señalar que entre el cerro Huelén por el oriente, los dos cauces del río Mapocho por el norte y sur, respectivamente y en algún punto intermedio entre las actuales calles Bandera y Brasil, por el poniente, se emplazó un importante centro urbano Tawantinsuyu. El conjunto arquitectónico se organizaba en torno a una gran plaza que, según la información arqueológica y etnohistórica disponible, se emplazó exactamente en el lugar donde Pedro de Valdivia fundó la suya".
Me permito apuntar aquí algo: no creo que esto sea lo mismo que decir que la ciudad y la capital chilena ya estaban fundadas al momento de la llegada de los españoles, como han querido interpretar algunas opiniones; pero las pruebas sí parecen hablar de un asentamiento vinculado directamente a la administración política del Tawantinsuyu en él, vigente a la llegada hispánica, lo que por sí mismo es una noticia de enorme interés y trascendencia en la comprensión de los orígenes de nuestra ciudad.
En el trabajo de Stehberg y Sotomayor se recuerda, además, la existencia de piezas cerámicas de clara influencia incásica y otros hallazgos que se han realizado en la planta central de Santiago. Uno de ellos -de los más importantes- consistía en dos aribaloides, un plato y una pequeña plancha de oro que fueron encontradas bajo la actual calle Catedral cerca da Plaza de Armas, y que son comentadas por Latcham en 1928. La dupla de investigadores se refiere así a ellos:
"...el primer hallazgo que se desea destacar aquí corresponde al encontrado en esta avenida, de la ciudad de Santiago. Fue hallado durante la instalación de la matriz de alcantarillado, a una profundidad de 4,4 m. Las piezas estaban en poder de Otto Aichel quien las dio a conocer en una conferencia a fines de 1908, aparentemente publicada y a la cual no hemos tenido acceso (Aichel 1909). De tratarse de las primeras instalaciones de alcantarillado, suponemos que se concentraron en la plaza y sus alrededores motivo por el cual el lugar del descubrimiento no debió estar muy alejado de la Plaza de Armas".
El tipo de hallazgo sugiere cierto establecimiento con algunos rasgos aristocráticos, según observó Latcham, pudiendo tratarse de una instancia administrativa vinculada directamente gobierno inca.
"La presencia de estos restos arqueológicos -agregan los autores del "Mapocho incásico"- es una prueba relevante que en el lugar se desarrollaron actividades político-administrativas de cierta importancia, durante el período Tawantinsuyu".
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Esquema de los enterramientos encontrados en el sector de Marcoleta-Portugal en 1970, según croquis publicado por la revista "En Viaje".
MÁS EVIDENCIA ARQUEOLÓGICA
Cronológicamente, si en efecto existió un centro administrativo incásico en valle mapochino con las características que se le adjudican, se daría la curiosidad de que fue uno de los últimos núcleos de poder del Tawantinsuyu que quedaron durante la Conquista y la Colonia, pues siguió funcionando después de la partida de Almagro y hasta la llegada de Pedro de Valdivia, período en el cual ya había caído la mayoría de los demás centros de administración imperial incaica.
Insistiendo en lo mismo, Stehberg y Sotomayor recuerdan el hallazgo de más de 10.500 trozos de cerámica bajo una cripta ubicada en la esquina Noroeste de la Catedral de Santiago, varios de ellos datados en períodos prehispánicos, confirmando que el templo fue levantado sobre un asentamiento incásico anterior, muy posiblemente el mencionado tambo, con carácter ceremonial:
"De cuatro fragmentos fechados, dos correspondieron al tipo Monócromo Rojo Pulido que dieron fechas prehispánicas (570+/-55 y 615+/-60 años AP), lo que les permitió afirmar que la primera edificación de la Catedral “se instaló en la mitad oriente del solar poniente frente a la Plaza de Armas, sobre un asentamiento indígena del período Incaico”. Lamentablemente no incluyeron más información sobre esta ocupación prehispánica ni informaron sobre la presencia de alfarería decorada del período Tawantinsuyu".
Descubrimientos de cerámica muy parecidos han tenido lugar en la construcción de la Escuela Dental de la Quinta Normal y en el subsuelo del Palacio del Real Tribunal del Consulado de calle Bandera, donde ahora está el Museo de Arte Precolombino, a los que se agregan restos funerarios encontrados en la remodelación del edificio del First National City Bank de la misma calle (osamentas vinculadas a la cultura El Molle y otras posteriores a la cultura incásica) y otros en Marcoleta entre Portugal y Lira, en el sector de la Clínica de la Universidad Católica y la Remodelación San Borja, a sólo una cuadra de la Alameda (un cementerio indígena con bóvedas y pasillos, que todavía se usaba en tiempos tempranos de la Colonia). Ya entonces, en abril de 1970, escribía Beco Baytelman en la revista "En Viaje" sobre este último hallazgo:
"Según el arqueólogo Julio Montané, Jefe de la sección de arqueología del Museo Histórico Natural, las tumbas habrían sido hechas entre los 40 años anteriores hasta los 40 años después a la llegada de los españoles. La respuesta es cautelosa, ya que sabemos que la dominación de los incas sobre el valle central corresponde a unos 45 a 50 años antes de la conquista española y las piezas demuestran que se trata de un cementerio inca local".
Súmese a esto la aparición de otra necrópolis precolombina de influencia incásica y diaguita-Aconcagua encontrada durante la construcción de la Estación Metro Quinta Normal, el año 2001. Arrojó tal cantidad de nuevas piezas y huesos que debió habilitarse un depósito especial en el vecino Museo Nacional de Historia Natural para poder albergarlas.
Más hallazgos por la misma línea han tenido lugar en sectores periféricos o vecinos al casco antiguo santiaguino, como en el Puente Carrascal (sitio funerario), en calle Alférez Real junto al Cerro Santa Lucía (cerámica), en Los Guindos de Ñuñoa (cerámica) y en el Jardín del Este de Vitacura (restos de un extenso poblado prehispánico). También está el caso es el de los paredones o tambillos del inca, a la altura de la actual Estación Mapocho y hacia el poniente, aunque le dedicaré próximamente un capítulo especial ya que este asunto mantiene cierto grado de discusión. Por el lado chimbero y hacia el Norte de la región, en tanto, están los descubrimientos reportados en la ex Chacra Bezanilla en Independencia (cerámica de influencia cuzqueña), el Camino al Bosque Santiago de Conchalí (complejo funerario, con bóvedas), calle Guanaco Bajo del ex Fundo Conchalí (utensilios, herramientas y figuras decorativas) y Población Arquitecto O'Herens de Conchalí (cementerio del período del Tawantinsuyu).
Los enfoques nuevos, acompañados de estas evidencias arqueológicas, entonces, permiten suponer que el mencionado cacique Quilicante en realidad habría residido con una población leal al inca en el Valle del Mapocho y que sólo se habría trasladado al Aconcagua cuando recibió a los españoles ofreciéndole su ayuda y cooperación. Lo hizo no porque viviera en aquella zona, sino por razones estratégicas: protegiendo precisamente el centro mapochino de la amenaza de los invasores. Crónicas de autores como Jerónimo de Vivar,  de las que hablaremos en el próximo artículo de esta serie, confirman que Quilicante regresó al Valle de Santiago después de la partida de Almagro y sus huestes de vuelta al Perú.
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Arriba: Aribaloides y plato encontrados a 4,4 m de profundidad en calle Catedral junto a una planchita de oro (Latcham 1928, reproducidos por Stehberg y Sotomayor en 2012). Abajo: piezas cerámicas encontradas en el cementerio incaico de Marcoleta, hoy en el Museo Nacional de Historia Natural (Stehberg y Sotomayor en 2012).
EN LAS AFUERAS DE SANTIAGO
Hay más rastros en el entorno de la capital chilena. Del lado Sur de la ciudad, por ejemplo, se propone que la actual comuna de Macul podría haber sido una colonia de mitimaes provenientes de lo que hoy es Ecuador, pues Macul es el nombre de también a una aldea del Departamento de la Libertad en Guayaquil. Y del otro lado, hacia Talagante, don Benjamín Vicuña Mackenna había definido esta localidad en los siguientes términos:
"...villorrio donde los apellidos indígenas prevalecen todavía como en los tiempos de Pedro de Valdivia, en que Talagante era una colonia de mitimaes del Inca".
Regresando a la evidencia arqueológica, con relación a los sectores más altos del murallón cordillerano hay reportes interesantes en el área de Lomo Pelado del Cerro de Ramón en La Reina (cementerio indígena de carácter aristocrático), el Fundo Santa Teresa de La Dehesa de Lo Barnechea (restos de población y taller lítico), el sector San Enrique de Las Condes (cerámica), el "Cementerio de Indios" de la Quebrada de Ramón (cerámicas y estructuras de un establecimiento indígena con influencia inca) y la llamada Piedra Numerada del Cajón del Río Cepo en Valle Nevado (estructuras de asentamientos y cerámicas).
Todavía más en las afueras de la actual ciudad, Stehberg y Sotomayor recuerdan los casos de calle Guardiamarina Riquelme de Quilicura (complejo funerario), avenida Américo Vespucio altura del 1.500 y Parcela 24 (cerámicas y lascas) y Villa Las Tinajas de Quilicura (complejo funerario del período Tawantinsuyu).
He sabido de tramos reconocibles de rutas identificadas con el Camino del Inca en el sector de Colina, aunque hay otro caso aún más interesante en Chacabuco, también mencionado por los autores:
"Un completo análisis de la pictografía de Chacabuco y el rol que desempeñó en la expansión meridional de los incas fue efectuado por Berenguer (2011). Allí en la caverna Iglesia de Piedra, al pie de Morro del Diablo, en la quebrada Infiernillo -nombres cristianos que aluden a la existencia en el lugar de manifestaciones indígenas consideradas paganas- se representaron una serie de motivos pintados en distintos colores (rojo, amarillo, blanco y negro) entre los que destacó una figura humana esquemática con túnica ajedrezada y una hilera de rombos en traslación y dos triángulos en sus extremos. La representación rupestre del patrón en escaques o casillas de tablero de ajedrez, se ha considerado un diseño emblemático del arte incaico. La pictografía de Chacabuco presentó grandes similitudes con las encontradas en Quisma Alto y Tamentica (Región de Tarapacá) así como otras áreas meridionales del Tawantinsuyu, desde Arequipa (Perú) al sur, incluyendo el noroeste de Argentina".
Caso especial es el del Cerro El Plomo, con estructuras, cerámicas y la mencionada momia infantil hallada cerca de la cumbre, que ahora se encuentra en el Museo Nacional de Historia Natural de la Quinta Normal. Stehberg y Sotomayor dicen, al respecto:
"...a 5.430 msnm, en los orígenes de los ríos El Cepo y Mapocho, a 45 km al nororiente de la ciudad de Santiago, a 30 m de su cumbre, existen tres estructuras rectangulares de piedra. En la de mayor tamaño se halló, en 1954, el cuerpo congelado de un niño de origen incaico, junto a un rico ajuar y ofrendas consistentes en una bolsa con coca, figurillas de plata, oro y concha (Spondylus) y otros adornos de cobre laminado. A los 5.200 msnm se localizó una plataforma ceremonial construida de piedra, con un orificio ritual en su interior".
En este mismo tema, ha sido importante el trabajo realizado por Ángel Cabeza, Vicepresidente Comité Internacional de Patrimonio Inmaterial de ICOMOS, a quien tuve ocasión de conocer y poner atención durante un ciclo de clases de la Escuela de Gestión Cultural realizadas en dependencias de la USACH. De acuerdo a sus estudios, El Plomo adquirió la significación simbólica de santuario por ser la montaña más alta de su sector y señalar en su falda el nacimiento de la cuenca del río Mapocho. Según observa Cabeza, además, el Cerro El Plomo y el Cerro Peladeros situado frente al Cajón del Maipo (donde también existen vestigios un santuario inca), señalaban los extremos de las salidas solares en equinoccios y solsticios si se observa la cordillera desde el valle de Santiago, habiendo en ambos vestigios de lo que parecen ser santuarios de influencia incásica.
En el próximo artículo de esta serie, veremos algunas evidencias y huellas registradas en crónicas y documentación colonial apoyando la propuesta de Stehberg y Sotomayor respecto de la existencia del centro administrativo incásico en el Valle del Mapocho, coincidente con la actual ciudad de Santiago.
Plano esquemático de la ciudad de Santiago al momento de su fundación, en 1541. El trazado "urbano" no es más que el de un campamento estrictamente circunscrito entre la Cañada (Alameda), el Cerro Santa Lucía, el río Mapocho y las chacras del sector del Cañaveral de A. Núñez o de Saravia (hoy barrio Brasil). Clic encima para ampliar la imagen.

DEVELANDO UN MISTERIO ANCESTRAL (PARTE II): REVELACIONES SOBRE SANTIAGO EN UNA SEGUNDA MIRADA A LOS DOCUMENTOS COLONIALES

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Mapa Europeo basado en el Plano de Santiago de Amadeo Frezier, de 1712.
Coordenadas: 33°26'16.47"S 70°39'1.95"W (Plaza de Armas) 33°25'53.97"S 70°39'9.83"W (Camino del Inca sobre Santiago)
Retomamos aquí nuestra mirada a lo revelado por el estudio del arqueólogo Rubén Stehberg y el historiador Gonzalo Sotomayor, que comenzamos a abordar en la entrada anterior de esta serie sobre el pasado incaico del Valle del Mapocho.
Dicen ambos autores en su trabajo publicado por el "Boletín del Museo Nacional de Historia Natural" N° 61 de 2012, que las crónicas y la documentación oficial más tempranas relativas al territorio chileno, verifican la existencia de un asentamiento humano previo en el lugar que ocupa Santiago, y que Pedro de Valdivia se limitó a repoblarlo y reestructurarlo de acuerdo al estilo europeo de trazado urbanístico.
Los dos investigadores son categóricos sobre las pistas dejadas por estos cronistas y que revelarían la verdadera iniciativa y motivación de Valdivia para ocupar el valle mapochino:
"En ningún caso utilizó la idea de construir, edificar o fundar un pueblo, sino que poblarlo. De acuerdo a nuestra opinión, las citas son claras en el sentido que iba habitar/ocupar un pueblo preexistente. Además, este pueblo o ciudad no era cualquier emplazamiento. Era similar al Cusco, es decir una réplica del centro político, administrativo y ceremonial principal, una capital. Si era como el Cusco, entonces debía disponer de plaza, edificios administrativos (kallanka), ushnu, sistema de canalización, chacras y otras instalaciones acordes con su carácter de asentamiento principal".
Veamos qué es lo que dicen esas crónicas chilenas y documentación colonial a las que se refieren los autores.

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EN LAS CRÓNICAS DE VIVAR
Stehberg y Sotomayor ponen especial atención en la información que legara a la historia de Chile don Jerónimo de Vivar, cronista de don Pedro de Valdivia y autor de la "Crónica y relación copiosa y verdadera de los reinos de Chile", de 1558. Allí queda en evidencia que existía conocimiento sobre la existencia de un asentamiento incásico en el valle del Mapocho antes de la fundación de Santiago, como veremos.
Vivar, que residía en Chile desde 1545 pero que vino rezagado siguiendo la expedición de Valdivia, decía que la intención de este último era fundar en estas tierras una ciudad como la del Cuzco pero a orillas del Mapocho, sugiriendo que el lugar ya estaba elegido por él antes de salir del Perú hacia el Sur, por tratarse de un asentamiento anterior.  En efecto, podemos confirmar que Vivar comentaba en sus crónicas algunos antecedentes como éste:
"El general Pedro de Valdivia se partió del Cuzco y se fue a la ciudad de los Reyes. Dio orden en cómo subiesen un navío cargado de mercaderías para las provincias de Chile, y mandó a su capitán, que allí había enviado, que después de haber despachado el navío, se fuese con la gente que tuviese hecha a Tacana, porque allí le esperaría hasta que allegase. Hecho esto y dada la mejor orden que pudo, él partió para la ciudad del Cuzco con toda la prisa que pudo, poniendo gran solicitud en juntar la gente por los apellidos y bandos que en aquella sazón había, porque los unos eran Pizarros y los otros Almagros".
Luego de describir detalles como los relativos al poder administrativo del inca manifiesto en establecimientos por el Norte Grande y el Norte Chico del territorio chileno (para el registro de riquezas que eran llevadas al Perú, por ejemplo), Vivar escribe sobre el proceder de Valdivia en estas empresas:
"Acordó de partirse para el valle del Huasco, que es adelante caminando para el sur treinta leguas, y antes de su partida mandó soltar los presos indios que tenía. Y a los principales que allí estaban entregó las mujeres e hijos del cacique Gualenica, y les mandó que las llevasen y entregasen a su señor, y le dijesen de su parte, puesto que entre ellos había mortal guerra como bien veían, que no impedía a la fidelidad que los cristianos tenían y usaban, y a lo que a ellos les obligaba su religión cristiana y su nación española, y que le dijesen la cortesía y buen tratamiento que les habían hecho, y que supiese cómo él con toda su gente se iba a poblar un pueblo como el Cuzco a las riberas del río nombrado Mapocho, y que fuesen allá a darle la obediencia en nombre de Su Majestad".
Repitamos la frase de oro de este párrafo: "poblar un pueblo como el Cuzco a las riberas del río nombrado Mapocho". Esto explicaría la celeridad y decisión con que Valdivia venía a Chile, particularmente al valle central: sabía que existía el Mapocho, sabía de la presencia de un centro administrativo en vecindad y su propósito siempre habría sido colocar allí una población súbdita sobre la que ya existía, según la interpretación que se hace. "Prácticamente se vino directo siguiendo el Camino del Inca que lo condujo derecho a la ciudadela Tawantinsuyu del Mapocho", señalan los dos investigadores.
Hay varias otras señales curiosas dejadas por Vivar en sus crónicas, por cierto: fue cuando él mismo llegó a Santiago hacia 1545, por ejemplo, que insistió en mantener su afirmación de que el proyecto de Valdivia consistió en "poblar un pueblo como el Cuzco" junto al Mapocho. Es decir, reafirmando que la conquista del valle se hizo sobre la base de un asentamiento anterior.
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Arriba: alfarería y cerámica encontradas en La Reina. Abajo: alfarería incaica procedente de San Enrique de Las Condes. Todas se encuentran en el Colección Museo Nacional de Historia Natural (Fuente: Stehberg y Sotomayor, 2012).
EL MISTERIOSO JEFE QUILICANTE
Mencionamos ya en el artículo anterior de esta serie que Vivar aseguraba que un cacique que ha sido llamado Quilicante, Quilicanta, Quilacanta o Culacante , líder de origen cuzqueño representante del poder administrativo prehispano en la Zona Central, se había establecido en Santiago a la partida de los primeros españoles, hacia 1536 ó 1537. En palabras del cronista:
"En este ejercicio pasaron veinte días en los cuales envió el general mensajeros a los caciques y gente que viniese de paz. Incomportable fue la hambre que en estos veinte días padeció el campo por hacer esta diligencia importante, pues ya pasados estos días que habemos dicho, vinieron de paz el cacique Quilicanta y el otro cacique que arriba dijimos que se dice Atepudo. Estos caciques hacían la guerra al cacique Michimalongo antes que nosotros entrásemos en la tierra. Tenían gran diferencia entre estos cuatro señores".
Sin embargo, el cronista colonial interpreta que el traslado del jefe indígena fue para "poblar" el valle mapochino, al notar cierta hostilidad en los propósitos que se tejían sobre estas tierras, asumiendo además una actitud preventiva:
"Vinieron otros once caciques de la comarca, los más cercanos, que eran amigos y allegados de aquellos dos caciques, mayormente del Quilicanta. Por ser valeroso y ser uno de los ingas del Pirú estaba puesto por el Inga en esta tierra por gobernador. Y estando este inga en esta tierra cuando vino el adelantado don Diego de Almagro y él le sirviese y se le diese por amigo, fue esta amistad parte que él fuese enemistado de los caciques e indios como muchas veces suele acaecer. Era principalmente adverso suyo Michimalongo, el cual le quiso matar. Viendo el Quilicanta la enemistad que le tenían y le mostraban, ajuntó a todos sus amigos y vínose a poblar al valle y río de Mapocho, y de allí les hacía la guerra a los caciques Michimalongo y Tanjalongo, la cual tenían muy trabada cuando el general allegó con los cristianos a esta tierra".
La creencia de que Quilicante tenía una sede y establecimiento mas hacia el lado del Aconcagua, sin embargo, tiene que ver con que éste fue el lugar donde había recibido a Almagro, como lo describe Vivar, aunque los autores de "Mapocho incaico" se preguntan si este contacto lejos del poblado primitivo o la proto-ciudad de Santiago sería más bien de motivaciones estratégicas, para alejar a los hispanos de este centro de desarrollo del Tawantinsuyu, y por eso retorna al valle mapochino al marcharse la expedición almagrista.
"Los caciques salidos de paz -continúa Vivar-, el general los juntó y les habló, haciéndoles saber a lo que venía, y que si daban la obediencia a Su Majestad y servían a los cristianos, como hacían los caciques e indios del Pirú, que ellos y sus mujeres e hijos e indios serían bien tratados y mantenidos en paz y quietud y justicia, y que supiesen que no se habían de rebelar contra los cristianos, a pena que si acaso se rebelasen y quebraban de lo que prometían y no obedecían a los mandamientos reales, serían muy bien castigados como hombres rebeldes. Lo cual les dio bien a entender con un indio que sabía y entendía muy bien la lengua, y el mismo Inga Quilicanta por ser del Cuzco. A lo cual respondió él por todos, que él había venido con todos aquellos caciques e indios a dar la obediencia a Su Majestad, y servir a los cristianos, y que así lo harían de allí en adelante sin faltar punto".
Fue aquí, en este sitio donde se establecería la ciudad de Santiago, entonces, que Quilicante se encontró con Valdivia al llegar al valle tiempo después, lo que se explicaría con la existencia de un asentamiento previo y, a su vez, indica cómo se enteró de la existencia del mismo el conquistador cuando vino a fundar la ciudad. Quilicante era, en consecuencia, el gobernador imperial a cargo de la colonia incaica de Santiago cuando arribaron por Chile los dos grupos de conquistadores hispanos.
Mapa de Santiago publicado por el sacerdote jesuita Alonso de Ovalle en su obra "Histórica relación del Reyno de Chile i de las Mifiones i Miniftterios que exercita la Compañía de Jesús", de 1646. Aunque hay bastante de idealización en este plano, Ovalle muestra los barrios de La Chimba, parte de la vereda Sur de la Cañada (Alameda) y los principales edificios dentro del cuadrante de la ciudad. Se observa incluso la presencia de tajamares en el Mapocho, y se señalan los principales centros religiosos de la ciudad. Clic encima para ampliar la imagen.
EN LAS CRÓNICAS DE ROSALES
El sacerdote jesuita Diego de Rosales aporta otra de las más interesantes crónicas coloniales chilenas que son citadas en este tema: "Historia general del Reino de Chile, Flandes Indiano", que si bien es escrito hacia el 1650, fue rescatado y publicado acá recién en 1877 por don Benjamín Vicuña Mackenna, luego de encontrar un ejemplar en Londres, en manos privadas.
Stehberg y Sotomayor también observan en este texto de Rosales algunas referencias interesantes al fuerte pasado incaico del territorio chileno, partiendo por el propio viaje de don Diego de Almagro y su frustrado retiro desde el mismo. Como en el caso de Vivar, prefiero reproducir más de lo que los autores extractaron de Rosales para su artículo, pues creo necesario no omitir la información contextual de cada cita:
"Quien viere tanto oro en aquellos tiempos en Chile y tan poco en estos, no dude que Chile tiene ahora el mismo que antes, y advierta que el no verle ahora en tanta abundancia es por la guerra y por la falta de gente, que mucho más hubiera, por ser más ricas de oro las tierras de más adentro, como después se verá, si hubiera tanta gente como entonces, que además de los indios había muchos del Perú, que son grandes mineros y todos sacaban oro para enviar al Rey Inga; y como vieron los Gobernadores del Perú y los indios que en Chile había de aquel Reino, que Almagro y los españoles se apoderaban de esta tierra y que su Rey se la había dado y ya no trataba de conquistarla con sus armas y gente, le fueron desamparando y se fueron unos a su patria, los otros entre los puelches de la otra banda de la cordillera, y solo quedó en Colina Culacante inga. Y los españoles robaron las casas de sus depósitos en Mapocho y se apoderaron de las vírgenes Mamaconas que había en un monasterio y estaban consagradas por los ingas a la deidad del sol en Chile, como en el Perú, de las doncellas que acá habían nacido a los indios peruanos."
Las palabras del cronista confirman prácticamente todo lo que se plantea aquí: la existencia de un asentamiento previo, la presencia de un santuario de culto solar y el sometimiento administrativo del territorio a la mano del inca representada por Quilicante.
Vuelven a poner el índice sobre Rosales en una interesante afirmación que hace sobre la llegada de la expedición conquistadora y colonizadora de Pedro de Valdivia al mismo valle mapochino:
"Pasó al valle de Aconcagua, donde había estado Barrientos, y allí le dio la paz el cacique Tagolongo, que quiere decir Cabeza Quebrada, prometiendo obediencia y lealtad al Rey nuestro señor por haberle significado la grandeza de su poder. Aquí, con la seguridad de este cacique y con la abundancia que hallaron de comida, se recreó la gente y descansó por algunos días, hasta que pasaron al deseado valle de Mapocho, donde se alojó en la Chimba, a la orilla del río y a la parte del norte, y queriendo hacer allí un fuerte y principio de ciudad, por juzgar el sitio por apropósito, le salió el cacique Loncomilla, que quiere decir Cabeza de Oro, señor del Valle de Maipo, a dar la paz, y le dijo que no poblase en la Chimba, que otro mejor sitio había de la otra randa del río, a la parte del sur, donde los ingas habían hecho una población, que es el lugar donde hoy está la ciudad de Santiago".
Rosales también aclara que el cacique Loncomilla habría sido quien mostró a don Pedro de Valdivia un sitio preciso del Valle del Mapocho en donde los incas habían fundado la antigua población del mismo, y que se corresponde exactamente con el lugar donde hoy está nuestra ciudad de Santiago.
Plano de S. Giacopo (Santiago) de 1776, publicado por el famoso cronista y naturalista, el Abate Juan Ignacio Molina, detallando lugares relevantes de la ciudad en el siglo XVIII. Clic encima para ampliar la imagen.
PALABRAS DE OTROS CRONISTAS
Aprovecho de hacer aquí algunas citas extractadas de los textos de otros célebres cronistas coloniales que, si bien no aparecen tan atendidos en el artículo "Mapocho incaico" de Stehberg y Sotomayor, creo que también aportan con datos relevantes sobre el estado real de los asentamientos del Valle del Mapocho a la llegada de los hispanos y la fundación oficial de Santiago del Nuevo Extremo.
Alonso de Góngora Marmolejo, por ejemplo, en su "Historia de todas las cosas que han acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado", decía lo siguiente en 1575, a propósito de la frustrada expedición de Almagro:
"Habiendo tornado relación verdadera llegó con su campo, que era muy vistoso y de muchos caballeros y hombres nobles muy principales, al llano y asiento donde agora está poblada la ciudad de Santiago. En su comarca y en todos los valles por donde pasaba hablaba amorosamente a los señores y principales, informándose de la tierra, hasta que entendió que la noticia y relación que en el Pirú le habían dado no era así. Sus amigos le importunaban sobre volverse, diciéndole que la buena tierra quedaba atrás y que no había otro Pirú en el mundo; con todo esto, como hombre constante, quiso primero saber los secretos que en la tierra había y ver todo lo que pudiese".
Y luego, para referirse al arribo de Valdivia en el valle, anota lo siguiente, reforzando la idea de que el conquistador venía perfectamente informado del lugar propicio para sentar la colonia:
"...prosiguiendo su camino, reconociendo la tierra y la disposición que tenía, entró en el valle y llano de Mapocho, acariciando los principales que de camino le salían a ver, buscando dónde hacer asiento y poblar para desde allí descubrir y visitar la provincia; y siendo informado que en ninguna otra parte hallaría tan buen sitio como en donde estaba después de haber visto lo demás, pareciéndole ser lo mejor, hizo asiento y pobló donde agora es Santiago. Luego trazó la ciudad y repartió solares en que hiciesen casas algunos caballeros que consigo llevaba y otros soldados de menor condición, dándoles indios a todos los más, conforme a la posibilidad de la tierra".
Otro retrato interesante de Santiago antes de ser tal, aparece en la famosa "Histórica Relación del Reino de Chile" del jesuita Alonso de Ovalle, publicada en 1646:
"En este valle, dos leguas de la cordillera a la orilla del río Mapocho, creó Dios un cerro de vistosa proporción y hechura, que sirve de atalaya, de donde a una vista se ve todo el llano como la palma de la mano, hermoseado con alegres vegas y vistosos prados en unas partes y en otras de espesos montes de espinales, de donde se corta la leña para el común uso de la vida humana. Al pie de este cerro (que es de moderada altura y tendrá de circuito poco más o menos de dos millas) hallaron los castellanos poblados gran suma de indios, que, según refieren algunos de los autores que tengo citados, llegaban a ochenta mil, y pareciendo al gobernador Pedro de Valdivia que, supuesto que los naturales de la tierra habían poblado en este lugar, sería sin duda el mejor de todo el valle, le eligió para fundar, como lo hizo, la ciudad de Santiago, a 24 de Febrero de 1541, la cual está en treinta y cuatro grados de altura, y darle de longitud sesenta y siete, distante del meridiano de Toledo mil novecientos ochentas leguas".
El Abate Juan Ignacio Molina también aporta algo interesante en su "Compendio de la historia civil del Reino de Chile", de 1795, sobre el aspecto poblacional de Santiago al llegar los españoles:
"Esta provincia, distante de los confines del Perú más de 600 millas, es una de las más fértiles y amenas del reino. Su nombre significa tierra de mucha gente. Su población, en fin, por lo que dicen los primeros historiadores de Chile, era en esta época numerosísima".
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Croquis del Santiago de 1552, por Tomás Thayer Ojeda (Fuente: Stehberg y Sotomayor, 2012).
ALGO MÁS DE DOCUMENTACIÓN COLONIAL
Los autores del Museo Nacional de Historia Natural repasan también algo sobre los escritos e informes del sacerdote Bartolomé de las Casas,  el Procurador y Protector Universal de todos los Indios, con relación a los derechos familiares de algunos indígenas de la comarca y cuyas propiedades habían ido siendo absorbidas por los españoles, y de cómo esto afectó también a las ex posesiones del Tawantinsuyu. Algo parecido puede observarse en las políticas promovidas por Fray Domingo de Santo Tomás, y el Franciscano Morales.
Considerando, en este contexto, que hay varias otras indicaciones coloniales sobre lo relacionado en las crónicas como las de Vivar o Rosales, Stehberg y Sotomayor llegan a una conclusión definitiva:
"Pedro de Valdivia eligió el emplazamiento del valle del Mapocho por contar éste con una importante infraestructura la cual se encontraba disponible para la apropiación jurídica castellana como consecuencia que se encontraba adscrita al Tawantinsuyu y al hecho que las ideas lascasianas no habían penetrado aún en los juristas que se encontraban en Perú y en los letrados venidos a Chile. Sería el dominico Gil González de San Nicolás quien encendió el debate en nuestro país (Hunneus Sin Fecha). Existe evidencia que la incautación de las tierras e infraestructura por los peninsulares obedeció esencialmente a la idea que ellos tenían, especialmente Pedro de Valdivia, que ellas pertenecían al Estado Inca. Es por este motivo que cuando se autoasignó tierras en el valle de Quillota tuvo cuidado de señalar "que fueran de los ingas pasados" y que previo a la apropiación de las tierras de los indígenas fuera una exigencia que se requiriera primero la averiguación de su asociación al Tawantinsuyu. Este fundamento jurídico para la apropiación la encontramos en otros hechos jurídicos que, además, se encuentran cargados de simbolismo como su juramento como Gobernador en el "tambo grande que esta junto a la plaza de esta ciudad" (que era, además, el lugar de sesión habitual de esa Corporación y casa de Pedro de Valdivia según actas del Cabildo)".
Más documentación oficial de la administración hispana en la colonia chilena, va reforzando la impresión vertida por los autores. Hay importantísimos ejemplos dignos de consignar: por ejemplo, que en las Actas del Cabildo de Santiago, se registra que el 10 de junio de 1541 se llamó públicamente a consejo y se pidió la reunión del pueblo señalando el lugar con la citada frase "en un tambo grande que está junto a la plaza de la ciudad", sitio que habría sido el acostumbrado para esta clase de encuentros. Los autores suponen que se trataba de una kallanka incásica y que su elección para elecciones y actos de las autoridades tenía por objeto guardar legitimidad ante la mirada de los indígenas locales.
Cabe recordar, adicionalmente, que en una carta del 20 de julio de 1552 que es referida en el Cabildo de la Ciudad de Valdivia, don Pedro de Valdivia informa al Rey de España que pobló en la provincia de Mapocho la ciudad de Santiago, y que esta localidad ya "estaba poblada de indios que fueron sujetos a los Ingas, señores del Perú".
División del actual territorio de Las Condes entre los distintos caciques zonales, hacia 1540 (Fuente imagen: "110 Aniversario de la Comuna", Ilustre Municipalidad de Las Condes - 2011). Clic encima para ampliar.
¿DÓNDE ESTABA EL CAMINO DEL INCA?
Stehberg y Sotomayor concentran buena parte de su investigación en ciertos documentos de la Real Audiencia sobre pleitos de propiedades y que arrojan importantísimas pruebas al tema en discusión, por precisar la ubicación correcta del Camino del Inca, que se constituía como la ruta de movimiento administrativo y comercial incásico sobre la colonia chilena.
Un caso se observa en la escritura de compromiso del 28 de julio de 1578 ante el escribano público y de Cabildo don Juan Zapata, conservada en el Archivo del Convento de Santo Domingo, donde se señala que el Juez Árbitro Capitán don Juan Hurtado, había fallado lo siguiente mencionado al Camino del Inca y el Cerro Blanco de Monserrat:
"Ante todas las cosas como dicho camino es el deslinde de dichas tierras por aquella parte, declaro que lo que lo era el que desciende por el Portezuelo de Huechuraba por las razones pruebas y evidencias que acumula en dicha su sentencia a la que se debe dar entero crédito así por el consentimiento y anuencia de las partes, como por haberse pronunciado en un tiempo en que no tenía esta capital más que treinta y siete años y seis meses cabales de fundación en el cual existirían todavía los vestigios y señales de dicho camino y entre los pobladores habría muchos de los que lo trajinaban con ocasión de ir y venir a las minas y valle de Chile, y ser por el que entraron los conquistadores a apoderarse del cerro de piedras de esta ciudad que llaman vulgarmente de Monserrat, donde se colocó la primera fortaleza de que se conservan hasta hoy no pocas señales que contestan con la Historia del reino en este punto…”
De acuerdo a lo expresado y concluido por el Procurador, el Camino de Chile vinculado directamente al Camino del Inca no sería exactamente la prolongación posterior de la Cañadilla de La Chimba, actual Independencia, sino más bien una ruta señalada por una línea casi recta desde la puntilla del Cerro de Monserrat (Cerro Blanco de Recoleta) hasta la Plaza de Armas de Santiago.
Empero, de acuerdo al voluminoso estudio de Justo Abel Rosales sobre estas materias, el viejo Camino de Chile en la Cañadilla se coincide con el Camino del Inca: además de haber sido un sendero natural formado por un brazo desaparecido del Mapocho, lo que hoy es la avenida Independencia por largo tiempo fue considerado como la continuación de esta ruta ancestral sobre la ciudad de Santiago.
Aunque el debate es interesante para la historia de la ciudad, por ahora prefiero guardar discusión para alguna futura entrada que quiero preparar exclusivamente para la historia de la Cañadilla de La Independencia en La Chimba. Sin embargo, cabe señalar que también es mencionado en "Mapocho incaico" el trabajo de Justo Abel Rosales, quien considera que el Camino de Chile pasaba "sin errar una pulgada de terreno, por el medio de la vía pública conocida hoy por calle de la Cañadilla" (avenida Independencia). A esta convicción había llegado el autor de "La Chimba Antigua: la Cañadilla de Santiago" tras estudiar varios documentos coloniales, destacando un acuerdo judicial del 12 de agosto de 1578 entre el convento de Santo Domingo y el Capitán Pedro Ordóñez Delgadillo, donde se fijó el trazado de este camino y que Rosales considera el más antiguo.
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Ilustración de María Graham de la calle de Santo Domingo, en 1822. El paisaje urbano es el heredado de los tiempos ya tardíos de la Colonia.
EL PRIMER PLANO DEL CAMINO DEL INCA EN SANTIAGO
Los autores del estudio publicado por el Museo Nacional de Historia Natural comentan la existencia de otro camino ancestral que aparece mencionado en una mensura del 25 de noviembre de 1603 de la chacra de dominio del ayudante de Ginés de Lillo, don Blas Pereira, como el "camino que sale de la Guaca hacia esta ciudad y entran en el río". El Cerro La Guaca era el que actualmente se conoce como Cero Navia. Agregan los investigadores:
"Además del camino de Chile o del Inga mencionado en los párrafos anteriores, existió, asimismo, un sendero que unió el sector de Quilicura o Renca con la ciudad de Santiago y que aparece denominado en los primeros años de la conquista europea como camino del cerro La Guaca y cuyo origen muy posiblemente se remontaba al período anterior".
Al respecto, en 1613 tiene lugar un pleito judicial de los herederos del Capitán Bernabé de Armijo contra doña Juana de la Cueva, disputando la Chacra Grande de Huechuraba. Como parte del desarrollo del caso, se precisaba establecer la ubicación concreta del Camino del Inca en su desembocadura sobre Santiago, tramo llamado Camino de Chile como hemos dicho, ya que esta ruta señalaba connaturalmente el límite de varias propiedades incluida la del litigio.
Para establecer con precisión este trazado, prestó declaración durante el proceso el anciano indígena peruano Gaspar Jauxa, a la sazón residente en La Chimba, valiéndose de un traductor al castellano.  De acuerdo a su testimonio, Jauxa había llegado al territorio chileno hacia los 6 años, acompañando a los españoles. Y agrega de estos recuerdos:
"...el camino que llaman de Chille es yendo desde las casas de doña Isabel de Cáceres donde están los paredones viejos de la casa del inga, caminando por la viña del maestre de campo don Juan de Quiroga hacia la de don Pedro Delgadillo y de allí al cerrillo de Huechuraba, subiendo el dicho camino por la cordillera que va de Colina y este camino ha sido siempre el que llaman de Chille y estaba tan usado que parecía camino de carretas y de presente está cerrado con chacras y no usado".
Justo Abel Rosales también había inspeccionado afanosamente información relativa a este pleito judicial y otro realizado ese mismo año de 1613, entre el Sargento Mayor Juan de Casana y el doctor Andrés de Mendoza por el deslinde de sus propiedades, ocasión en la que el Capitán don Juan Ortiz de Cárdenas, versado en estos temas, declararía a inicios del pleito que el  "el Camino que llaman de Chile y siempre se ha llamado es el que viene de Huechuraba como de él consta y parece por haber entrado por él la primera gente española", coincidente con la Cañadilla. Varios otros testigos se presentaron en ese juicio aportando su parte, como un indígena valdiviano llamado Tomás, encomendero de don Pedro Delgadillo, y otro un indígena de nombre Melchor de Sixa, ambos de edades avanzadísimas, además del presbítero Hernando de Peña Fuente y el octogenario indio Alonso Liua, encomendado de doña Catalina Hurtado viuda del capitán Juan de Ahumada.
Otro interesante documento surge de una solicitud presentada por Gómez Pardo, tras lo cual la Real Audiencia presentó una observación de una propiedad en juicio solicitando a Francisco Luis Besa la confección de un plano de todos los terrenos de La Chimba. Esta pieza fue entregada al tribunal el día 26 de agosto de 1641, apareciendo en ella la ubicación exacta de la Viña de Juan de Quiroga recién mencionada, y que coincide con la que ha reportado don Justo Abel Rosales en sus estudios sobre La Chimba de Santiago: desde la vega del río Mapocho hacia el Norte, costado poniente de la Cañadilla, actual avenida Independencia. En el mismo plano colonial está representada la casa de doña Isabel de Cáceres en el extremo inferior izquierdo, en lo que hoy sería la calle Puente o Bandera, aproximadamente.
El sencillo plano de Santiago de 1641 ejecutado por Besa es, entonces, el más antiguo de los que se conocen donde aparece el tramo del Camino del Inca en la actual Región Metropolitana, figurando con el nombre de "Camino de Chille".
Plano de la Chimba y del Valle del Mapocho, confeccionado por Francisco Luis Besa y entregado al tribunal de la Real Audiencia el 26 de Agosto de 1641 (Fuente: Stehberg y Sotomayor. 2012).
LOS OTROS CAMINOS EN EL VALLE
Siendo, así, el Camino de Chile la calle o avenida más antigua que haya tenido Santiago de las que se conservarían en el trazado urbano, cabe advertir la presencia de otros caminos interiores en el Valle del Mapocho, que suponen la existencia de una red de trazados especiales que parecen tener cierta coincidencia con líneas ceremoniales-solares que veremos con más detalle, en próximos artículos de esta serie.
De acuerdo a lo expresado por Stehberg y Sotomayor, podrían haber cuatro de estas rutas adicionales principales, verificadas en crónicas coloniales y en hallazgos arqueológicos que se han realizado sobre lo que fueron sus senderos, y que corresponden a los siguientes:
  1. El primer tramo tiene orientación Este-Oeste y comienza en la antigua plaza incaica que ocupaba el lugar de la Plaza de Armas, para seguir hacia el poniente aproximadamente por la actual calle Catedral, desembocando sobre la avenida Matucana. Se ha encontrado evidencia arqueológica apoyando esta posibilidad, como los hallazgos de Catedral, la Escuela Normal de Preceptores (en Compañía esquina Chacabuco) y en la Estación Metro Quinta Normal, donde vimos que apareció un cementerio incásico. Se supone que este sendero continuaba más al poniente, quizás por la calle Catedral o bien desviándose por la avenida San Pablo que, como se sabe, en los tiempos del Gobernador Ambrosio O'Higgins fue habilitada como el camino de carretas y viajeros entre Santiago y Valparaíso, existiendo antes un monolito o "pirámide" que conmemoraba la inauguración de estos trabajos de la tardía Colonia hacia la altura de la actual avenida Brasil, más o menos.
  2. El segundo tramo viene a ser una continuación del sendero anterior pero en dirección hacia el Este, también saliendo desde la plaza incaica primitiva. Continuaba por las tierras de Apoquindo, Vitacura y La Dehesa hasta el Cerro El Plomo, todos lugares donde los hallazgos arqueológicos también han arrojado sorpresas, como vimos en el inicio de esta serie de artículos.
  3. Muy distinta es la orientación del tercer tramo, con eje Norte-Sur. Este sendero iba paralelo y al oriente del camino "a los Promaucaes", identificado con el llamado Camino del Puente Antiguo del que hablaremos más abajo, y que funcionaba como continuación al Sur del Camino del Inca después de empalmar sobre la ciudad de Santiago y el centro. "Esta ruta debió unir las chacras ubicadas en ambientes de gran fertilidad al pie de la cordillera andina -escriben Stehber y Sotomayor-, desde La Dehesa y Apoquindo rumbo a Tobalaba, Peñalolén, Macul y Ñuñoa y con aquellos emplazados en Pirque (lado sur del río Maipo) uniéndose al camino que iba a los Promaucaes y continuar unidos hacia Huelquén y Chada (Cordón de Angostura)". Los autores agregan que esta ruta pudo seguir el trazado del canal Apochame y de Tobalaba a modo de servidumbre, para su mantención, sugiriendo que a través de senderos laterales, conectaba varios puntos de la ciudad donde se han hecho hallazgos de valor arqueológico y que parecen tener vinculación con la influencia incásica en el valle: los cementerios de La Reina y La Reina II, calle Pérez Rosales con avenida Larraín, calle Javiera Carrera 346 (Tobalaba) y Los Guindos (Ñuñoa).
  4. Finalmente, el cuarto tramo coincide con el "Camino de la Guaca" que unía en el pasado a Quilicura-Cerro Navia con el centro urbano del Mapocho y su plaza central, atravesando el río Mapocho. Como aparece mencionado ya en documentos de 1546, es de suponer su origen prehispánico. En otro documento colonial fechado el 14 de enero 1563, se señala que había en él una chacra propiedad de don Diego Inga.
Cabe señalar también que la propia ruta central identificada como el Camino del Inca continuaba con otro nombre mucho más al Sur de Santiago, atravesando el río Maipo a poca distancia de la desembocadura del río Claro. Los dos autores que publican "Mapocho incaico" recuerdan que era llamado en su época como el mencionado Camino del Puente Antiguo en esos parajes, y que existen registros concretos del mismo:
"Este camino aparece representado en el Plano de el Llano de Maipo (1755-1761) de Antonio Lozada y claramente diferenciado del "Camino Real del Puente" que corría paralelo al oeste y del "Camino Real de Tango" que corría aún más al oeste (...) Este mismo camino figura como "Camino del Puente", en el Plano del Capitán Nicolás de Abos Padilla, 1746".
En próximos artículos de esta serie, comenzaremos a abordar ya el tema de la geografía sacra vinculada al elemento incásico que influyó en el ancestral asentamiento humano, ceremonial y administrativo de lo que después sería el Santiago del Nuevo Extremo.

OSNOFLA: LA COMEDIA Y LA TRAGEDIA DE UN CREADOR PROLÍFICO

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Caricatura de Osnofla en sus días de colaborador y subdirector de revista "Pobre Diablo".  Imagen gentilmente proporcionada por Mauricio E. Valenzuela.
Coordenadas: 33°26'5.75"S 70°39'15.36"W (ex lugar de su residencia)
"¡Pero si el autor vivía aquí mismo, en una pensión de Mapocho!", fue lo que oí de un viejo vividor hace años, durante mis días investigando algo de la historia del barrio riberano de la ex estación, al tiempo que cantaba ese extraño poema de acentos forzados y anómalos, y que en mi ignorancia (como la de muchos otros) también creía obra de Nicanor Parra.
Empero, es tan difícil comenzar a buscar algo partiendo de cero; de la nada absoluta, porque la memoria cultural chilena ha sido infamemente cruel con Osnofla, al punto de que casi no ha querido dejar pistas sobre su prolífico paso por el mundo de la sátira editorial y hasta ha avalado -de alguna manera- una impostura sobre la autoría de su más célebre poema de humor.
De haber sabido antes que Luis Enrique Alfonso Mery, más conocido en su época por ese pseudónimo de Osnofla (su propio apellido, invertido) había sido familiar de mi amigo Mauricio Emiliano Valenzuela, todo habría sido tan fácil... Tan fácil y tan justo. Sólo me enteré de este parentesco cuando publicó su propio artículo de recuerdo por el autor: "Calles Morandé y Osnofla", del diario "La Nación Domingo" del 14 de noviembre de 2010. Hace poco, además, él ha difundido algunas imágenes sobre el caricaturista, que me motivan a completar aquí en el blog este artículo que tenía pendiente por largo tiempo ya.
Salvo por un puñadito de investigadores del comic chileno que han escrito algo en la internet sobre el autor, como sucede en el excelente sitio de Ergocomics.cl, Osnofla ha pasado al virtual olvido en los medios, a pesar de haber sido un talentoso periodista satírico, poeta y caricaturista de editorial Zig-Zag. Solía firmar también como OSN, Love de Pega, Chiri Moya y Baudelaire Gutiérrez. Si bien el señalado sitio web declara que no participó en la más famosa revista satírica chilena, la "Topaze", documentación que me ha facilitado Valenzuela confirma que el autor sí figuraba como redactor en aquella tira, pocos años antes de fallecer y cuando ya se hallaba residiendo en los bordes del Barrio Mapocho. Esto también aparece mencionado en una nota póstuma hecha por la revista "Pobre Diablo".
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Portada del libro "Fidel Cornejo y Cía", de Romanangel con prólogo de Antonio Acevedo Hernández, 1935. Ilustración de Enrique Alfonso, alias Osnofla. Imagen gentilmente proporcionada por Mauricio E. Valenzuela.
Según señala el experto en historia del cómic chileno Mauricio García, los inicios de Osnofla habrían sido en una revista de humor con noticias en broma e ilustradas, titulada "Garabatos", comentada alguna vez incluso por figuras como Pablo Neruda y Alfonso Calderón. Fue colega directo de grandes consagrados de estas artes, como René Ríos, alias Pepo, y Jorge Carvallo, alias Jorcar. Amigo de importantes intelectuales, pintores y artistas, en 1937 había participado en la revista "Fantoches" de Zig-Zag, cuya temática era periodismo de espectáculos, siendo allí el principal colaborador, acompañado de otros caricaturistas como Pekén y Luciano Valencia. En esta revista estaba a cargo de una sección jocosa titulada "La farsa de los proverbios". Ese mismo año se incorporó a la revista infantil "Campeón", cuya circulación no duró mucho, aunque hoy es apetecida por coleccionistas.
"Alfonso, que fue desde su adolescencia un humorista -dirá después la editorial de la mencionada "Pobre Diablo"-, para encarar la vida y para observarla, no obstante su pluma fácil y su cultura, no quiso imprimirle otro curso a su carrera literaria que la que le señalaba su índole satírica. Nunca escribió sino en broma, y su copiosa obra en prosa y en verso explotó nada más que los temas risueños y joviales".
Jorge Montealegre, importante recuperador de la obra de Osnofla y de otros grandes exponentes del rubro, informaba que éste trabajó también en revistas infantiles como "El Peneca", para la que, además, producía la viñeta "Dos Pelos y su abuelito", concebida como publicidad para el clásico producto alimenticio "Cocoa Raff". Además, participó en el equipo de la revista "La Familia Chilena", de corta circulación en 1944. Otras actuaciones las tuvo en revistas como "Sucesos", "Monos y Monadas" y "Correvuela".
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Viñeta humorística de Osnofla (OSN), republicada por Ergocomic.cl.
Su más transcendente y longevo trabajo, sin embargo, fue una especie de canción-copla que ha sido llamada "Poema XXI", así renombrada aparentemente por Hernán Díaz Arrieta, el crítico Alone, quien la consideraba entre los 100 mejores poemas producidos en Chile. El apodo del poema alude a los "20 poemas de amor" de Pablo Neruda, personaje que estuvo muy vinculado a la difusión del mismo, como veremos.
Corresponde a una curiosa y jocosa obra de versos que él estructuró de una manera muy particular, echando manos al recurso de forzar deliberadamente la acentuación de varias palabras al final de ciertas líneas, para darle a los versos un ritmo particular en las rimas. Dice este extraño y feliz experimento de Osnofla, que llegó a ser considerada como una especie de canción popular en su época:
Fue una tarde triste y pálida
de su trabajo a la sálida
pues esa mujer neorótica
trabajaba en una bótica.

Cuando la vi por vez primera
una pasión efimera
me dejó alelado, estúpido
con sus flechas el Dios Cúpido
que con su puntería sabia
mi corazón herido habia.

Me acerqué y le dije histérico:
- Señorita, soy Fedérico.
¿Y usted? Respondió la chica:
-Yo me llamo Veronica.

Y en el parque a oscura y solos
nos quisimos cual tortolos.
Pasó veloz el tiempo árido
y a los meses el márido
era yo, de aquella a quien
creía pura y virgén.

Llevaba un mes de casado
lo recuerdo fue un sabado.
La pillé besando a un chico
feo, flaco y raquitico.
De un combo la maté casi
Y a ella, entonces, le hablé asi:

“¡Yo que te creía buena y cándida
y has resultado una bándida!
Y el honor solo me indica,
mujer perjura y cinica,
después de tu devaneo,
que te perfore el craneo”.

¡Y maté a aquella mujer
de un tiro de revolver!
El poema de Osnofla, siendo recitado por el locutor Hernán Inostroza.
Según tengo entendido, el poema tenía por título original "La Botica" (o mejor dicho, la "La Bótica"), aunque en otros lados se comenta que su verdadero nombre era "La eterna historia".
Lamentablemente, como el recuerdo del motejado "Poema XXI" trascendió más allá del recuerdo y la gratitud hacia su auténtico creador, se extendió con él también un error que ya parece generalizado: que pertenecería al repertorio creado por Nicanor Parra, por la razón de que el antipoeta solía recitarlo con frecuencia y quizás sin la precaución de advertir que pertenece originalmente a Osnofla. No ha faltado también quien especula que pertenecía a Pablo Neruda y que quedó fuera de sus "20 poemas de amor" por misteriosas razones, desde donde fue tomado "prestado" por Parra. Para peor, la Internet se ha encargado de esparcir más todavía estos errores, salvo por algunas fuentes bien informadas como las que he señalado más arriba.
No es casual el vínculo que se establece con Neruda en el poema: se cuenta que el futuro Premio Nobel solía recitarlo ante sus amigos y con mucha emoción, en el bar de su propia casa en Valparaíso o en el "Club La Bota", llevándolo después hasta sus recitados en México. Su popularidad se hizo tal que solía ser cantado en reuniones familiares y encuentros festivos, pasando después al repertorio de declamaciones en vivo del antipoeta Parra, como hemos dicho. El gran sarcasmo de la historia es que al "Poema XXI", por estas mismos razones, se lo cita frecuentemente como creado por quienes en realidad sólo lo popularizaron, difundiéndolo ante sus amigos y su público admirador.
Casado y socio del círculo de periodistas desde 1946, Enrique Alfonso efectivamente vivió sus últimos años en Barrio Mapocho, frente a lo que hoy es la Facultad de Teatro de la Universidad de Chile (Sede Pedro de la Barra), arrendando en el tercer nivel de calle Morandé 763, en un hotel de fachada enladrillada con arcos y largas escalas de acceso, con maderas crujientes en cada piso, que bien puede remontarse a los primeros años del siglo XX. En sus bajos tenía este edificio negocios como la "Imprenta de Chile", donde ahora hay un local de venta de poliestireno. Se encuentra, a su vez, entre el Hotel Valparaíso (del que ahora forma parte) y el Palace Hotel, reliquias dominando las esquinas de la cuadra en los buenos años de la actividad ferrocarrilera del sector. La construcción de este último ha sido recientemente demolida, a causa de los estragos que provocó el terremoto de 2010 en su estructura, llevándose de paso famosos boliches que estaban en sus bajos como el bar "El Olímpico" (ahora reubicado cerca de allí), la "Peluquería Morandé" y, por el lado de Rosas, la tienda de telas de don José Musa, de la que ya he hablado en otro artículo.
Sin embargo, allí en su refugio de pisos tableados y con alto techo, Osnofla vivía un drama lejos de la risa y el ingenio de sus caricaturas humorísticas: el alcohol había comenzado a destruir su vida, consumiéndolo desde adentro, como a tantos otros hombres del Barrio Mapocho ha sucedido también, por extraña recurrencia. A pesar de sus visibles convalecencias, sin embargo, se presentaba animosamente a trabajar y siempre manteniendo su inagotable sentido del humor.
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Enrique Alfonso Mery, hacia sus últimos años. Imagen publicada en "Pobre Diablo".
Sus últimas incursiones profesionales fueron establemente en la revista "Pobre Diablo", redactando textos hilarantes e ilustrándolos él mismo, con el pseudónimo de Chiri Moya como la principal de sus varias rúbricas. Las portadas de esta revista eran célebres por llevar la mano de Pepo en aquellos años, en la segunda mitad de los cuarenta. Alfonso estaba a cargo de una sección especialmente divertida dentro de la publicación: "El Ring Poético".

Osnofla, el creador sarcástico, falleció en enero de 1949 según reporta nuestro amigo Valenzuela. Murió en casi completo olvido, viviendo esos últimos y tormentosos años en su habitación-refugio del hotel de Morandé "inadvertido, casi solo, hecho pedazos por el ardiente vicio de Baco, certeza y precio que pagan los poetas amantes de la noche y la bohemia", según lo describirá más de 60 años después.
García recuerda las palabras de Pepo para la despedida de su colega de trabajo en "Pobre Diablo", revista donde se le hizo también un homenaje póstumo, para quien había sido su subdirector: "Sólo al final de su vida pidió permiso para descansar", dijo en su memoria.
Como escribí hace un par de años en otro artículo que publiqué en la comunidad de Contenidos Locales, es un acto de justicia, entonces, advertir que el llamado "Poema XXI" que tuviera tanto valor en su tiempo y que sigue dando prestigio a otros autores ya consagrados y debidamente premiados en las artes líricas, pertenece en realidad a Luis Enrique Alfonso Mery, su auténtico y legítimo creador.
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El viejo hotel de calle Morandé (al centro, el de fachada de ladrillo y columbas de sus arcadas pintadas azules), en cuyo tercer piso pasó sus últimos días Osnofla.

EL ENIGMA DE LA CIUDAD DE SANTIAGO EN UNA MILENARIA PIEDRA DEL MUSEO VICUÑA MACKENNA

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Fotografía del paseo del Cerro Santa Lucía recién inaugurado. Se cree que la piedra en cuestión podría haber sido hallada en este cerro durante los trabajos iniciados hacia 1872 por la Intendencia de Santiago, por entonces a cargo de don Benjamín Vicuña Mackenna.
Coordenadas: 33°26'28.44"S 70°38'1.75"W
He publicado con anterioridad las dos primeras partes relativas a los estudios históricos y arqueológicos que demostrarían la existencia de un asentamiento humano en el Valle del Mapocho desde mucho antes de la fundación oficial de la ciudad de Santiago y bajo administración del Tawantinsuyu. La primera parte la dediqué directamente a los trabajos publicados por Stehberg y Sotomayor en base al material arqueológico del valle, y la segunda en relación a los documentos coloniales y crónicas que irían en demostración de esta teoría.
Sin embargo, para abordar la siguiente parte de esta serie y especialmente los capítulos relativos a la existencia de una geografía sacra dentro del valle mapochino creo necesario traer al blog -primero- algo relativo a la piedra ceremonial que fue encontrada en la planta histórica de Santiago y que se halla ahora en el Museo Nacional Benjamín Vicuña Mackenna, en el número 94 de la avenida del mismo nombre. Hasta hoy, sólo tenía publicada una nota corta en otro sitio, que pretendo usar de base para extenderme en ésta.
En efecto, lo que publicaré sobre los estudios relativos a aquella geografía sacra de Santiago por parte de autores como Bustamante y López, servirían para explicar aunque sea en parte el misterio de esta enigmática piedra (y viceversa) de la que muy poco se sabe y sobre la cual rondan más incertidumbres que certezas.
La señalada pieza lítica se encuentra perfectamente a la vista e incluso al alcance de las manos de los visitantes del Museo Vicuña Mackenna, allí en su entrada alrededor de la fuente de mármol. De buen tamaño y forma casi redonda, en una mirada rauda podría parecer sólo una pieza más de las muchas piedras tacitas que existen en territorio chileno. Sin embargo, en la misma muralla donde está incrustada hay otra que es del tipo piedra tacita y con tres concavidades, que creo sospechosamente parecida por material y tipo de factura a las que existen también en el Museo Nacional de Historia Natural. Mirando las dos rocas encastradas en esa misma pared, salta a la vista en la comparación que la piedra misteriosa de nuestra atención tiene notorias y definitivas diferencias con lo que sería una de tipo tacita.
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La extraña piedra ceremonial, en el Museo Vicuña Mackenna.
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Acceso del Museo Vicuña Mackenna, donde se encuentra el muro con las piedras.
La ubicación de ambas piedras es en el señalado muro de roca canteada, sobre la habitación que alguna vez fuera el despacho personal de don Benjamín Vicuña Mackenna, donde tenía también su archivo y biblioteca particular. Este pabellón, a su vez, era parte de la residencia principal que el ex Intendente de Santiago tenía en tal terreno, constituyendo lo último que queda en pie de aquella quinta. Debe recordarse que esta obra fue declarada Monumento Histórico Nacional en 1992 y su valor histórico es enorme: en la misma residencia vivió provisoriamente, también, el ex Presidente de la Argentina don Bartolomé Mitre, en 1883 durante su última visita a nuestro país, el mismo donde había pasado antes sus días como exiliado de la dictadura de Rosas. Ambas piezas arqueológicas son parte de este monumento, en consecuencia.
Es difícil interpretar los grabados de la piedra ceremonial, la principal allí adosada. A ojo de ex diseñador, ni siquiera me parece que esté en la posición correcta, sinó que apostaría -con timidez- a que se halla algo girada, a pesar de lo abstracto de la misma y si es que alguna vez sus creadores pensaron en que pudiese ser mirada de esta manera en vertical. Sin embargo, se cree con buenas razones que podría interpretar una suerte de "maqueta" del valle alrededor del río Mapocho, y que las hendiduras geométricas serían campos de cultivos atravesados por desviaciones o canales del mismo, hechos en tiempos perdidos de la oscuridad de la historia de esta región. Le encuentro cierto aire familiar, además, con la estructura de los canchones o eras que he observado con frecuencia en zonas de antigua agricultura al interior de Tarapacá, por ejemplo. Su origen estaría, por lo que se supone, en un esfuerzo por establecer alguna relación mágica y religiosa entre el cultivo en el Valle del Mapocho y la importancia de las aguas de riego en la ancestral colonia incásica que aquí parece haber tenido sitio.
Las tacitas ubicadas a su lado en la residencia decimonónica, acaso formaban parte del mismo escenario en que fuera encontrada la roca, por lo que quizás vienen a demostrar el carácter ritualista que algunos estudiosos le adjudican también a estas piezas, aunque por ahora no serán objeto de nuestra principal atención.

No está claro cómo fue que ambas rocas cuidadosamente talladas por expertos canteros precolombinos, llegaron a ese muro del actual Museo Vicuña Mackenna. Sí se sabe que la residencia del ilustre intelectual fue hecha entre los años 1871 y 1874, por el ingeniero y cantero experto Andrés Staimbuck. La fabricó con piedras que iba retirando del Cerro Santa Lucía, precisamente, casi al mismo tiempo que allá se ejecutarían los trabajos de construcción del paseo  que el Intendente Vicuña Mackenna ordenó en el ex Cerro Huelén, cumpliendo con ese sueño que casi lo llevó a la ruina. Puede suponerse, por consiguiente, que las dos piezas líticas que fueron colocadas en los muros exteriores de su casa, también fueron encontradas en el mismo cerro, aunque falta la confirmación final de este dato.
Cabe recordar que otra roca intervenida por manos humanas y que se encuentra junto a la piedra inaugural del Puente de Cal y Canto, hoy en la entrada poniente del mismo Cerro Santa Lucía, también parece mostrar alguna ancestral y desconocida representación tipo "maqueta", quizás del mismo peñón del Huelén según algunas opiniones. Sin embargo, en su caso corresponde a una roca de material más claro y granuloso, a diferencia de las que fueron colocadas en la casa del Intendente de Santiago, que son de aspecto basáltico, oscuras, muy sólidas y de apariencia parcialmente pulida.
Por otro lado, es sabido que el peñón del Huelén era considerado un bastión de gran importancia para los indígenas locales todavía en los tiempos de la llegada de don Pedro de Valdivia, quien corrió de allí a los habitantes del cerro, el clan del cacique Huelén-Huara, e hizo instalarle una ermita dedicada a Santa Lucía.
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La piedra tacita que acompaña a la roca ritual, en el mismo muro del pabellón que perteneció a la residencia de Vicuña Mackenna.
El arqueólogo Luis Cornejo es uno de los que cree en la alta posibilidad de que la piedra ritual del Museo Vicuña Mackenna haya estado originalmente en alguna parte del Cerro Santa Lucía, según comenta en un interesante artículo que forma parte del trabajo "Mapocho, torrente urbano", escrito por varios autores (Matte Editores, Santiago de Chile, año 2008). De paso, Cornejo parece ser uno de los pocos autores que he encontrado refiriéndose a la pieza en cuestión y de manera más o menos extendida. Agrega en su texto que la presencia de la piedra en el antiguo Huelén puede ser evidencia de que los incas habían constituido en él una huaka para rituales kapacocha, de sacrificios humanos, y que la piedra probablemente buscaba alguna relación ceremonial con la comentada productividad agrícola. De ahí su estrecho nexo con la posibilidad de que esté vinculada a la presencia de un asentamiento prehispánico súbdito del incario en el Valle del Mapocho.

Sorprendentemente, piedras "maquetas" del mismo tipo que ésta han sido encontradas sólo en las huakas ubicadas en importantísimos centros políticos y ceremoniales del Tawantinsuyu, como el de la ciudad capital imperial del Cuzco, en Apurimac, en Ingapirca (Ecuador) y en Samaipata (Bolivia). Personalmente, he oído una opinión de que la pieza puede ser incluso anterior al arribo de las huestes incásicas por estas tierras, pero la escasa información disponible no aporta mucho más al respecto.

Cuando se instaló el Museo Nacional Benjamín Vicuña Mackenna en lo que quedaba de la casa del intelectual y los terrenos de su quinta, en 1957, ambas piedras se mantuvieron en su sitio. Se construyó la pileta con la antigua fuente de aguas que antes estuvo en el cerro, al igual que algunos jarrones decorativos de mármol y otras instalaciones ornamentales e históricas. Las dos rocas forman parte del conjunto y se ven desde afuera del recinto inclusive, aunque pocos pueden sospechar el inmenso valor de ambas piezas y, particularmente, el misterio que encierra ese extraño diagrama o esquema del Valle de Mapocho, hecho quizás por las manos del inca y conteniendo el secreto místico o ceremonial que tuvo este territorio donde arribara después el español, para fundar y poblar la definitiva ciudad de Santiago del Nuevo Extremo.
Cabe preguntarse, en tanto: ¿Qué clase de valor ritual pudo tener el Valle del Mapocho para la civilización que confeccionó la piedra? ¿Por qué y para qué la tallaron dentro de este mismo concepto ceremonial? ¿Simboliza un lugar geográfico preciso o sólo una representación subjetiva? Las respuestas están ocultas en la misma piedra, precisamente, que por ahora sólo podemos interpretarla con legítimas incertidumbres, aunque relacionándola con las próximas partes de la serie que pretendo seguir difundiendo acá sobre los estudios del misterioso establecimiento incásico anterior al Santiago hispánico.
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Roca con "tacitas" en la exposición permanente del Museo Nacional de Historia Natural de la Quinta Normal. Para mi gusto, la pieza tiene cierta semejanza con la piedra tacita que acompaña a la roca ceremonial del Museo Vicuña Mackenna.

GUÍA TÉCNICA DEL BUEN BORRACHO: GALERÍA DE LOS MÁS COTIZADOS "TERREMOTOS" DE LA CIUDAD (QUINTA PARTE)

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Me ha costado sacar adelante esta quinta guía de tragos "terremotos" de Santiago: por muchas razones que considero preferibles, he decidido ir apartando un poco al alcohol en todas sus propuestas, aunque mantengo la travesura del título original de esta serie de entradas. Suscribo más bien a la idea de que el fomentar la borrachera no puede ir más allá de la humorada o del chiste fácil, digamos a lo canción de "Los Mox!", pero quisiera no hacerme parte ya de los dramas que involucra la ingesta desmedida de bebidas embriagantes que practica nuestro pueblo, por alguna extraña razón cada vez más infeliz y triste desde que recuperó sus noches de vida bohemia por las que tanto lloraba, olvidando que aquellas eran un reflejo del ánimo contenido en el día y no una mera válvula de escape a las desgracias de ese mismo día.
Qué decir, entonces: sólo invitar a mis compatriotas a seguir disfrutando de la ambrosía de nuestro trago nacional no reconocido, el "terremoto", pero con las archiconocidas advertencias de no conducir, no desafiar la buena suerte y no olvidar que vivimos en una sociedad atestada de ladrones y asaltantes al acecho del indefenso, para desgracia del orgullo patrio, y que han encontrado en los discursos sociales y dogmas sociológicos una buena excusa ante el tribunal para diluir en todo el resto ciudadano lo que, a fin de cuentas, son sus responsabilidades individuales.
Me explico: sería una lástima que el embriagante y alegrador "terremoto" pasara algún día desde este estatus cultural y folklórico al anatema de vicio provocador de muerte, accidentes o conductas reñidas con la convivencia mínima. Parte del esfuerzo de quienes fomentamos su conocimiento y veneración, entonces, debe ir orientado también en promover su consumo responsable, aunque sea por  protocolo. No quiero entrar en prédicas de mesura cínica, por supuesto,  pero el lector recordará una máxima a la que ya antes me he referido en este blog: incluso para quedar botado de ebrio, hay formas medianamente responsables e inteligentes de hacerlo.
Bien, quise empezar con esta pequeña reflexión esta quinta parte, no sólo para aprovechar el artículo como si se tratase de una plegaria, sino para explicar mi demora en producirlo después de largo tiempo publicado ya el anterior y para recalcar que los locales no faltan para degustarlo y retratarlo acá, sino que ha fallado la voluntad del autor en hacerlo... O acaso ha tenido éxito esta misma voluntad, por cuanto esta sequía de textos sobre el "terremoto" son reflejo de la mesura que pretende mantener quien escribe con respecto al consumo de estas cautivantes bebidas alcohólicas típicamente chilenas y a las que deseo larga vida, al igual que a sus vibrantes bebedores.
No me privaré, sin embargo, de la proclama terremotil veritas et terraemotus! y les recuerdo la ubicación de nuestras cuatro guías anteriores, que han sido copiadas y hasta plagiadas, pero jamás imitadas:
Finalmente, y sin más preámbulo ni reflexiones, pasemos a nuestra guía quinta sobre los mejores tragos "terremotos" de Santiago, clarando desde ya que los valores y características aquí señalados corresponden al período de otoño 2013. Muchos saludos a todos.
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Coordenadas: 33°28'24.29"S 70°38'56.00"W
  • LUGAR: "El Molino"
  • DIRECCIÓN: Franklin 1140, Barrio Matadero-Bío Bío, Santiago.
  • VALOR: $ 1.700
  • CARACTERÍSTICAS: Vino pipeño muy rico, precautoriamente refrigerado, al que se le agrega fernet, granadina y helado de piña tipo agua. Como se prepara a la vista del comensal, uno puede decidir si lleva todos los ingredientes adicionales, sólo uno o ninguno. Servido con bombilla en caña de medio. Diría sin miedo a equivocarme que es uno de los mejores de todo ese sector del mercado popular del ex Matadero y del Biobío.
  • HISTORIA: La Tía Audelina, patrona del local, dice que vende "terremotos" prácticamente desde que abrió este popular boliche del Barrio Matadero, hace unos diez años, aunque su consumo es mayor en las estaciones calurosas. Acá vienen a pedirlo trabajadores de mercados y ferias del sector, aunque el público del local es surtido. El buenísimo pipeño parece ser el principal pie de apoyo del "terremoto" que aquí se oferta.
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Coordenadas: 33°31'20.31"S 70°35'57.51"W
  • LUGAR: "La Chinita"
  • DIRECCIÓN: Avenida Vicuña Mackenna Poniente 7434, Paradero 14, La Florida.
  • VALOR: $ 1.700
  • CARACTERÍSTICAS: Se trata de otra receta con características particulares, o "terremoto" de la casa. En este caso, además del clásico vino pipeño, el helado de piña es de tipo crema, muy sabroso, al que se agrega fernet, un poco de pisco y también algo de cacao, dándole un sabor bastante propio y característico del que no tengo reparos. "Terremoto negro", podríamos llamarlo si así se quiere, aunque no confundir con otras versiones casi experimentales que se venden con vino tinto y helado de frutilla, por ejemplo. Se sirve en vaso de medio con bombilla. Los "terremotos" del Paradero 14 tienen fama de ser los mejores de La Florida, y el de "La Chinita" cumple con este estándar.
  • HISTORIA: Hace tanto tiempo que lo venden ya, que nadie recuerda en la administración del local la fecha en que se incorporó en la carta de tragos. Algunos dicen que parece haber estado allí siempre, y los viejos carteles exteriores del local donde también aparece ofrecido este clásico "terremoto" verifican una situación bastante parecida. Aunque el público es ecléctico en este local, el "terremoto" tiende a ser más solicitado ente gente joven o visitantes de edad universitaria. Francamente, lo encontré de los mejores disponibles en todo este sector de Santiago Sur y lo recomiendo totalmente.
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Coordenadas: 33°30'32.98"S 70°45'30.69"W
  • LUGAR: "La Higuera"
  • DIRECCIÓN: Chacabuco 84, sector central de Maipú (cerca de la Plaza Maipú).
  • VALOR: $ 1.700
  • CARACTERÍSTICAS: Vaso cercano a la medida del medio, quizás un poquito menos, con helado de piña más bien de tipo crema, y un vino pipeño de tipo muy claro de color pero deleitoso que ya he visto en otros locales de Santiago, y que parece bastante apropiado para esta mezcla terremotil. A lo James Bond:agitado, no revuelto. Se puede servir con fernet y/o granadina según el gusto del cliente. Servilleta, bombilla y ¡listo! Es muy dulce aunque no llega a ser relajante, y la mezcla de pipeño con helado me pareció óptima en proporciones.
  • HISTORIA: Éste debe ser el "terremoto" más antiguo que se venda en la comuna de Maipú, curiosamente tan cerca de la plaza y el Templo Votivo. Esta picada, "La Higuera", es una de las más tradicionales de todo el país, además, por lo que difícilmente no podría encontrarse acá el trago que lleva con justicia largo tiempo ya en su carta. Lo piden jóvenes y viejos, según mi percepción, y en la relación precio-calidad sin duda se trata de una de las buenas ofertas que existen para el "terremoto" acá en la Región Metropolitana.
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Coordenadas: 33°26'43.74"S 70°39'33.90"W
  • LUGAR: "Restaurant 18"
  • DIRECCIÓN: Alameda Bernardo O'Higgins 1653 esquina Fanor Velasco, Metro Los Héroes
  • VALOR: $ 2.000
  • CARACTERÍSTICAS: Un "terremoto" con medio litro de verdad, en la clásica jarra schoppera que se ha integrado a la oferta terremotil entre quienes manifiestan interés por demostrar que su producto es, efectivamente, de 1/2. Lleva un pipeño ámbar que tiende al color oscuro y que se sirve allí mismo en la sala del comedor, desde una gran barrica manipulada por las meseras. El helado es piña al agua y se agrega una porción mediana, a la que se adiciona después el fernet y la granadina, más de esta última que la otra. Servido con bombilla, nada más, la mezcla y los ingredientes que se usan en este local logran un buen equilibrio entre dulzor y acidez.
  • HISTORIA: Aunque dicen en "El 18" que venden terremoto "desde siempre", recuerdo que en mi época universitaria el trago no existía por ninguno de estos barrios relacionados con casas de estudio, aunque sí lo ofertan desde hace algunos años especialmente por la gran cantidad de estudiantes y jóvenes que deambulan por el sector. Este histórico restaurante, como se recordará, ocupaba los bajos del recientemente siniestado Palacio Iñiguez por el lado de Dieciocho, al otro lado de la Alameda, y de ahí su nombre. Muchos creían que el traslado al actual local iba a ser provisorio, mientras se hacían remodelaciones y mejoras en el edificio, pero el reciente gran incendio que destruyó gran parte del mismo mantiene en suspenso esta posibilidad. Mientras tanto, se puede ir a beber algún "terremoto" al nuevo local de "El 18" desde el cual se puede mirar por los ventanales el edificio semi-destruido.
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Coordenadas: 33°26'15.76"S 70°39'15.97"W
  • LUGAR: "El Nuevo Congreso"
  • DIRECCIÓN: Catedral 1221, Santiago Centro.
  • VALOR: $ 1.700
  • CARACTERÍSTICAS: Estupendo y aún joven "terremoto" con pipeño clarito de sabor concentrado, helado de piña con algo de mixtura, quizás levemente más cargado al agua, y que puede ser servido a gusto del cliente con fernet, granadina o ambos, tendencia que ya estoy notando generalizada entre los expendios del trago. Se sirve en el clásico gran vaso de medio y, en este caso, me toca con un pequeño regalo de la casa: una pequeña porción de papas fritas como acompañamiento. Buena atención y a la altura del buen "terremoto".
  • HISTORIA: Es otro de los "terremotos" recientemente presentados a la ciudad, con quizás menos de dos años en oferta. Sin embargo, como "El Nuevo Congreso" es una de las picadas más tradicionales y pintorescas que pueden encontrarse en el Centro de Santiago, casi al lado del ex Congreso Nacional (de ahí el nombre), podemos preverle un buen futuro a esta propuesta que extraña no haya estado antes en las cartas del querido boliche de doña María Teresa, considerando además que los pipeños de buena medalla ya estaban hacía tiempo entre los atractivos del local. 
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Coordenadas: 33°26'21.81"S 70°40'17.52"W
  • LUGAR: "La Picada de Gloria" (ex "Café Santa Julia")
  • DIRECCIÓN: Catedral 2492, esquina García Reyes cerca del Metro Cumming, Santiago Centro.
  • VALOR: $ 1.500
  • CARACTERÍSTICAS: Se sirve a la vista del cliente en un gran vaso cercano al medio litro. Muy apropiado pipeñito, acompañado del infaltable helado en consistencia media, particularmente abundante aunque de ninguna manera con esa treta que ya creo haber comentado de algunos locales, que con la piña fría pretenden esconder la baja calidad del vino o combinaciones un poco "brujas" con aguardiente o licores de mal alambique. Aunque todo se hace ante la atenta mirada del comensal, a la adición del fernet y de la granadina se suma la de alguna goma o jarabe que forma parte de los "ingredientes secretos" de esta buena receta.
  • HISTORIA: Fabiola, la patrona del negocio, prepara personalmente esta receta desde que tomó las riendas totales del negocio este año. Es un local curioso, donde se pueden comer también las célebres sopaipillas pasadas que allí se ofertan, además de su cola de mono. Me cuentan que ya tiene parroquianos leales al "terremoto" los fines de semana, que llegan en grupo. El local destaca principalmente por su estilo retro, tipo cantina vieja, con una saturada decoración de toda clase de objetos, herramientas y cuadros antiguos, convirtiéndose en esa clase de picadas donde la vista de curioso jamás estará quieta y tranquila... A menos que se le pasen de cuota los "terremotos".
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Coordenadas: 33°26'1.51"S 70°37'30.12"W
  • LUGAR: "Arcano"
  • DIRECCIÓN: General Salvo 88, Providencia, Estación Metro Antonio Varas.
  • VALOR: $ 2.000
  • CARACTERÍSTICAS: Debe ser uno de los mejores "terremotos" que he probado en el ambiente de los pubs y fuera de las cantinas más tradicionales que lo vieron nacer. Lleva pipeño dulce y de gusto popular, de un perfecto color amarillo ámbar, más un deleitoso helado de piña cuya textura también parece mixta, entre agua y crema, aunque de sensación más emulsionada al paladar: oro puro pasando por la bombilla. Como ya se ha vuelto corriente, puede llevar fernet, granadina o ambas, según lo solicita el cliente, aunque aquí se sirve toda la mezcla en un vaso de medio grande y estilizado, sello de la casa.
  • HISTORIA: El "terremoto" también es reciente en el "Arcano". Lo propusieron un día en la carta, durante el verano, se quedó para el resto del año y aún sigue vivo, solicitado por los varios concurrentes que tiene este conocido pero aún incipiente barrio bohemio del sector Antonio Varas. No estoy seguro aún de si éste es el único pub en esas cuadras que ofrece regularmente el "terremoto" como parte de la lista de tragos, pero sí tengo claro que su oferta rompe con el prejuicio de varios hermanos terremotos, respecto de que es imposible encontrar un buen y auténtico "terremoto" en el ambiente masivo de los pubs o clubes más sofisticados de Santiago, que estén fuera de su circuito tradicional o más conservador. Pueden ir cuando quieran para verificarlo.
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Coordenadas: 33°26'20.68"S 70°41'28.13"W
  • LUGAR: "Sociedad Mutualista Unión Fraternal" (llamado también "Restaurant El Fraternal")
  • DIRECCIÓN: Santo Domingo 4105, esquina con Patria Nueva a pasos de la Estación Metro Gruta de Lourdes, Quinta Normal.
  • VALOR: $ 2.500
  • CARACTERÍSTICAS: Este "terremoto" vale enteramente lo que se paga. Se prepara con todo en magnífica calidad: el pipeño Italia, de un dulzor único, el helado de color un tanto beige, además de una textura muy cremosa, y sólo un toque de fernet, nada más. Se sirve con dos bombillas y un palillo de madera para que se pueda revolver la mezcla mientras se bebe. Se sirve en una jarra cervecera de unos 400 c.c. según calculo, o un poco más. Un "terremoto" inconfundible y de tremenda calidad que recomiendo sinceramente.
  • HISTORIA: Ya he hablado recientemente de este tradicional centro bohemio de la Quinta Normal, en una entrada anterior. A diferencia de otros casos que hemos visto en esta cuenta, el "terremoto" del viejo boliche parece ser antiguo, remontándose cuando menos a la llegada de la administración del señor Rodríguez en el local, hará unos 12 años. Fundado en 1873, no todos los días se puede decir con propiedad que uno bebe un "terremoto" en un local de 140 años... Y si además ese "terremoto" es uno de los mejores de la ciudad, la combinación resulta perfecta.
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Coordenadas: 33°26'31.55"S 70°39'53.40"W
  • LUGAR: "Goodrinks"
  • DIRECCIÓN: Agustinas 2027 casi esquina Brasil, Barrio Brasil
  • VALOR: $ 1.800
  • CARACTERÍSTICAS: Vino pipeño con tendencia al seco, no tan dulce como otros casos. En comparación con otros locales, acá le ponen bastante granadina y fernet, lejos de la "pizca" que se ve en la mayoría de los sitios. Helado de piña de textura media a base de agua. Servido en vaso de medio de plástico (que en realidad es sólo una aproximación al medio litro, eso es sabido) y la infaltable bombilla.
  • HISTORIA: Sé que algunos consideran que la calidad del vino pipeño debe ser proporcional a su dulzor, pero yo particularmente no participo de este criterio. Me gustan también los pipeños más secos si la preparación compensa esto, y es precisamente lo que parece suceder en el "Goodrinks" de Barrio Brasil, propietado por doña Clara... Uno de los primeros boliches que comenzaron a vender "terremotos" en el Barrio Brasil, por cierto, cosa que no me extraña: este sitio, en medio de un vecindario de pubs y restaurantes de perfil universitario y adulto joven, mantiene ciertas características más propias de bar popular aunque moderno, más parecido al de los negocios que vieron nacer el trago de marras.
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Coordenadas: 33°27'3.45"S 70°40'39.70"W
  • LUGAR: "La Guinda"
  • DIRECCIÓN:  Avenida Libertador Bernardo OHiggins 3098 esquina Exposición, Santiago (a un constado de la Estación Central)
  • VALOR: $1.950
  • CARACTERÍSTICAS: Vaso de vidrio de medio, con pipeño sureño exquisito y un magnífico helado de piña tipo crema. Tienen aquí la precaución de mantener el helado en una consistencia adecuada, a diferencia de otros sitios donde cometen lo que considero un error: congelarlo y endurecerlo como ladrillo, lo que afecta después la mezcla en el vaso. Aquí el cliente puede tomarse la chance de elegir con qué quiere su "terremoto". Las opciones son coñac y ron para los avezados, manzanilla para los más innovadores y granadina para los deleitosos clásicos. Muy buena propuesta y excelente resultado, para mi gusto.
  • HISTORIA: Esta fuente de soda y restaurante se encuentra ubicada en los bajos del célebre ex Hotel Alameda y vecino al otrora famoso centro de recreación "El Chiquito", en tierra bajo dominio del comercio popular y de la Estación Central del Ferrocarril. Se recordará que este sector de la ciudad es aquel donde se considera nacido como tal el trago "terremoto" en 1985, de modo que no extraña su presencia en "La Guinda", aunque desde hace una cantidad más bien pequeña de tiempo: dos o tres años. Les recomiendo dejar alguna propina a las meseras que atienden la barra y preparan ante sus ojos este elíxir.
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Para concluir, sugiero revisar también nuestro artículo con un sentido réquiem por todos los "terremotos" desaparecidos, ya que la lista se ha agrandado en estos dos años transcurridos desde la última guía, y es así como han partido al olvido ya otros conocidos locales con venta de "terremotos", incluyendo uno de Mapocho que aparecía en esa nómina de 2011: el "Villorca", reemplazado por "La Picá  de Tonini" ahí cerca de los inicios de calle Teatinos.
Así pues, doblando la mano al destino, buenos deseos para todos los "terremoteros" por vocación y nos vemos en la sexta guía... "Veritas et terraemotus!".


LOS ANCESTRALES "PAREDONES DEL INCA" QUE BORDEARON AL RÍO MAPOCHO

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Coordenadas:  33°25'59.75"S 70°39'15.05"W (inicio, aprox.) 33°25'56.03"S 70°39'54.20"W (final, aprox.)
He estado resumiendo acá en el blog material sobre los estudios del arqueólogo Rubén Stehberg y el historiador Gonzalo Sotomayor su célebre artículo del "Boletín del Museo Nacional de Historia Natural" N° 61 de 2012, titulado "Mapocho incaico". Complementados con publicaciones de otros autores, ellos han ido demostrando la existencia de un asentamiento humano de influencia incásica en el Valle del Mapocho, antes de la llegada de los españoles y de la fundación oficial de la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo.
Con relación a este tema, importante evidencia podría ser también el caso de los "tambos", "tambillos" o "paredones del Inca" que había en la vega Sur del río Mapocho, desde el actual sector de calle Bandera o Morandé hasta la Quebrada de Saravia, hoy sector del barrio y la avenida Brasil.
De acuerdo a la información que se conoce de ellos, eran murallones relativamente pequeños que desaparecieron con el tiempo, probablemente a mediados del siglo XVII, debido a los cambios urbanísticos de la joven ciudad. Habrían estado formados por una serie de pequeños tramos construidos con piedra y enfilados a la sombra de los arbustos o junto a los pedregales del río.
¿DÓNDE ESTABAN LOS PAREDONES?
La ubicación de los paredones del Inca cerca de la salida del antiguo Camino de Chile, antigua conexión del Camino del Inca sobre la proto-ciudad de Santiago y luego la ruta de los conquistadores que fundan la colonia hispana en el valle, reforzaría la idea de la influencia administrativa e imperial incásica en el primitivo poblado de Santiago, sobre el cual los españoles sólo llegaron a ocupar y retrazar una ciudad de acuerdo a sus visiones urbanísticas. Sin embargo, veremos que también hay divergencias de opiniones al respecto.
Se cree que, originalmente, estos tambillos servían como descansos o paredes de antiguos asentamientos justo en la desembocadura del Camino de Chile y coincidente con la Cañadilla de La Chimba, actual avenida Independencia. Los españoles los encontraron como un vestigio del pasado más remoto y misterioso, casi paralelos a la actual calle de San Pablo, donde se hallan en nuestros días la Estación Mapocho y el Parque de los Reyes. Más específicamente, iban por la calle del Ojo Seco luego llamada Sama, correspondiente a la actual General Mackenna.
Basándose en lo que estudió del archivo de Protocolos de Escribanos, Tomás Thayer Ojeda habló de ellos refiriéndose a los puntos de mensura en el antiguo trazado de la ciudad de Santiago, hecho como planta original de fundación por el alarife Pedro de Gamboa:
"El antiguo límite empezaba en la calle de Tres Montes (hoy José Miguel de la Barra), seguía oblicuamente formando las calles de Santo Domingo, Esmeralda, y San Pablo y, desde la calle de Teatinos, continuaba por la de Sama, hasta un punto denominado en aquella época Paredones o Tambillos del Inca. De manera que todo el terreno situado al norte de las calles indicadas pertenecía, como ya se ha dicho, al lecho mismo del río".
Refiriéndose a los mismos trabajos de Thayer Ojeda sobre estos tambillos, Stehberg y Sotomayor describen una impresión distinta a la que los señalarían nacidos en tiempos prehispánicos, sin embargo:
"De acuerdo a este autor, los Paredones o Tambillos del Inca (...), corresponderían a una edificación realizada poco después de la fundación de la ciudad de Santiago, opinión con la cual concordamos. Sería muy poco probable que los contingentes adscritos al período Tawantinsuyu hubieran construido sobre el lecho mismo del río o en su área de inundación. Por lo demás, los españoles solían agregar la palabra viejo o antiguo para designar el origen pre-europeo de una instalación, que no es el caso. De acuerdo a los títulos de merced de tierra del valle de Aconcagua que hemos analizado en otra parte (Sotomayor y Stehberg 2007), por paredones se aludía usualmente a construcciones de piedra. Por lo tanto, con la designación de los Paredones o Tambillos del Inca, los europeos estaban indicando que se trataba de una edificación en piedra, muy distinta a las iniciales construcciones de madera y paja y posteriores de adobe que emplearon los españoles en la edificación de la ciudad de Santiago y, que sus ocupantes eran de origen peruano. La palabra Inca aquí debiera entenderse como una autoridad colonial que estuvo ligada anteriormente al Tawantinsuyu y que conservaba, en los primeros años de la fundación de Santiago, cierto status y recursos económicos, lo cual le permitió construir su vivienda, por cierto, en los extramuros de la ciudad..."
Los mismos autores señalan una ubicación precisa de estas estructuras, de acuerdo a testimonios de la época:
"...localiza con precisión el "paredón y tambillos del Inca" a unas 10 cuadras al norponiente de la Plaza Mayor y, por tanto no corresponderían a una misma instalación arquitectónica con el "tambo grande", que estaba junto a la plaza de Santiago, como supone González".
Por este último apellido, aluden a los trabajos de Carlos González Godoy, particularmente a su artículo titulado "Comentarios arqueológicos sobre la problemática inca en Chile Central", publicado en marzo de 2000 en el "Boletín de la Sociedad Chilena de Arqueología" N° 29. González, quien interpreta y comenta también los trabajos anteriores de Stehberg de los años setenta, había redactado lo siguiente sobre los "tambillos" considerándolos parte de una misma estructura que bordeaba la ribera Sur del Mapocho desde los puntos que hoy corresponden al Barrio Mapocho hasta el Barrio Brasil:
"Es probable que el "tambo grande" sea el que Tomás Thayer Ojeda ubica en su mapa de Santiago de 1600, identificándolo como "paredón y tambillos del inca" (...), cuyo emplazamiento habría estado en el sector de la actual Estación Mapocho, en la banda sur del río epónimo. Creemos que los datos del Cabildo y del mapa de Thayer corresponden a una misma instalación arquitectónica, opinión compartida por León".
Sin embargo, vimos ya que Stehberg y Sotomayor son de la idea de que estos paredones eran otros distintos del llamado "tambo grande", que debía ubicarse en la actual Plaza de Armas, según informan. Estos tambillos ribereños debieron ser construidos después de la fundación de Santiago, teoría de la que también habría sido partidario Thayer Ojeda, de acuerdo a la interpretación de ambos autores.
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Detalle de la ubicación de los paredones o tambillos del inca, según plano de Thayer Ojeda.
EN EL SECTOR DEL ACTUAL BARRIO BRASIL
Empero, no fue ésta la opinión de René León Echaíz, quien se refirió a ellos como "restos incaicos que se encontraban a la actual Avenida Brasil". Un croquis publicado por el propio Thayer Ojeda en 1905, además, también revela una posición distinta a la de otros mapas para estos paredones, marginándolos a la altura del Cañaveral de García Cáceres, varias cuadras más al poniente de donde empezarían según otros planos. Gonzalo Piwonka comenta de algunas propiedades que se hallaban entre las actuales calles San Martín y Almirante Barroso, que colindaban al Norte con estos muros o tambillos, separándolos del río. Stehberg y Sotomayor suponen que se trata de los mismos "paredones" indo-hispánicos, a diferencia de los denominados "paredones viejos de la casa del inga" en calle Puente y cerca de la Plaza, según sus cálculos, de los que hablaremos más abajo. De todos modos sospechan que pudieron ser hechos para alguna autoridad incaica del Tawantinsuyu en plena Conquista.
Osvaldo Silva Galdames, por su parte, consideraba que los "paredones del Inca" estuvieron asociados a los establecimientos de indios de servicio que llegaron con los españoles a Santiago y que se hallaron bajo órdenes de doña Inés de Suárez, siendo levantados para separar a los españoles de los yanaconas pero a la altura del barrio de La Chimba, no sólo tan al poniente como las referencias que vimos recién:
"El contingente foráneo fue localizado en la margen norte del río Mapocho, levantándose un gran murallón para protegerlo de sus crecidas. Tal fue el origen del barrio de La Chimba y de los Paredones del Inca que suele asociarse con una ocupación prehispana".
De acuerdo a lo que ya había observado León Echaíz, sin embargo, este tipo de ruinas incásicas de tambillos han sido encontradas en sitios de especial importancia para las rutas primitivas y los tambos del desaparecido imperio, existiendo otros casos por ejemplo, en las orillas del Choapa, en San Felipe, uno en Quillota (mencionado por Ginés de Lillo), en la localidad de Tango en Colina, en Malloa, en Cucaltegüe (a orillas del Tinguiririca), en un sector de Teno (que existía aún en el siglo XVII) y en Camarico cerca de Talca.
Con relación a las dudas sobre el origen de estos tambillos, llama la atención que desde un inicio y hasta pocas décadas de la fundación oficial de Santiago, estas estructuras siguieran siendo llamadas "paredones del inca", gentilicio que se usó con frecuencia para designar lo que estaba antes del arribo de los conquistadores, como el caso de llamado Puente del Inca, en el camino cordillerano a Mendoza.
Personal y modestamente, no me siento convencido de que la ausencia del adjetivo "viejo" indique que pertenecen al período de transición indígena-hispánico y no a uno anterior. Me produce ruido, además, un ejemplo específico de ese mismo sector del Mapocho: el Puente de Palo de la Recoleta, por ejemplo, era llamado también Puente Viejo por los criollos pero no porque fuera prehispánico, sino porque era anterior al Puente Nuevo de Cal y Canto, aunque ambos hayan sido construidos en el período colonial.
Plano de la Chimba y del Valle del Mapocho, confeccionado por Francisco Luis Besa y entregado al tribunal de la Real Audiencia el 26 de Agosto de 1641 En la parte inferior, abajo del "Río de Santiago" (Mapocho) que ha dibujado el autor, aparece un grupo de cuadrados representando los solares más cercanos a la ribera. De acuerdo a la documentación colonial disponible, precisamente entre ellos estaban los llamados "los paredones viejos de la casa del inca". Como esto es frente al Camino de Chile o del Inca (actual Independencia), debieron hallarse hacia la calle Puente o Bandera, aproximadamente, por el costado de la continuación del mismo camino hacia la Plaza de Armas (Fuente: Stehberg y Sotomayor. 2012).
¿OTROS PAREDONES? ¿MÁS ANTIGUOS?
Ya vimos en otras entradas previas que los propios Stehberg y Sotomayor mencionaron en su estudio un pleito judicial de 1613, entre herederos del Capitán Bernabé de Armijo y Juana de la Cueva por la Chacra Grande de Huechuraba. Sucedió entonces que el primer testimonio que se presentó en el juicio le correspondió al anciano indio Gaspar Jauxa, oriundo de Xauxa en el Perú pero residente en La Chimba de Santiago, ciudad a la que había llegado a los 6 años con los primeros españoles venidos al Valle del Mapocho. En la declaración de Jauxa hecha en su lengua nativa y traducida al castellano por otro indígena llamado Diego, dejaría establecido lo siguiente:
"...como persona tan antigua que es, sabe que el camino que llaman de Chille es hiendo desde las casas de doña Isabel de Cáceres donde están los paredones viejos de la casa del inga, caminando por la viña del maese de campo don Juan de Quiroga hacia la de don Pedro Delgadillo y de allí al cerrillo de Huechuraba subiendo el dicho camino por la cordillera que va de Colina y este camino a sido siempre el que llaman de Chille y estaba tan usado que paresia camino de carretas y de presente esta serrado con chácaras y no usado".
De acuerdo a lo expresado por los autores, no serían precisamente a los tambillos de nuestro interés aquellos a los que se refería Jauxa con esta declaración. Cabe señalar, sin embargo, que la casa de doña Isabel de Cáceres se habría encontrado por el sector de calle Bandera o Puente, o acaso cerca de allí. Aunque la ubicación precisa está nublada por la ambigüedad, esto es sospechosamente cerca de donde comenzaban los murallones en el plano de Thayer Ojeda y que autores como González indican en la ribera misma del Mapocho. Mas, Stehberg y Sotomayor se muestran convencidos de que son otros tambillos también cercanos al río, pero no los mismos:
"Aparte del mencionado "tambo grande", es posible que existieran alrededor de la plaza incaica un conjunto de edificios destinados a funciones administrativas, religiosas y habitacionales. Una de estas instalaciones fue denominada "paredones viejos de la casa del inga" y se encontraba en el solar de doña Isabel de Cáceres, en la ciudad de Santiago. Sabemos que este solar se encontraba junto al camino del Inca puesto que en un juicio colonial por el deslinde del Camino de Chille o del Inca, el informante Gaspar Jauxa, natural del Perú, quién llegó con los primeros conquistadores españoles, señaló que esta calzada partía de estos paredones – que él conoció personalmente- rumbo al norte. Esta valiosa información nos permite inferir que la construcción se encontraba aproximadamente en la actual calle Puente, muy próxima a la plaza. Para este testigo, el Camino del Inca se iniciaba en este lugar y lo describe de sur a norte y no al revés, como hubiera sido lo esperable pensando que el Tawantinsuyu se estaba expandiendo hacia el sur y, el mismo llegó siguiendo esta dirección".
Me sigo preguntando si existirá alguna confusión sobre los mismos tambillos: Thayer Ojeda y León Echaíz se refieren a los "paredones o tambillos del Inca" como los ubicados a la altura del Llano de García Cáceres, sector que corresponde al actual Barrio Brasil, como dijimos. Sin embargo, dicho terreno ocupaba entonces una gran porción de la ciudad cercana incluso a la actual Autopista, de modo que ser vecina al tramo más amplio de los paredones no desconoce que el origen de la línea de muros comenzaba hacia el sector de calles Bandera o Morandé sobre el Mapocho, como se observa en el plano de la ciudad hecho por Thayer Ojeda. Si vemos que los "otros" paredones, los llamados "los paredones viejos de la casa del inca" quedaban a quizás sólo una cuadra del inicio de los anteriores, por ahí por calle Puente, entonces no sonaría tan descabellado preguntarse si se trataba de los mismos o si alguna vez estuvieron unidos.
Un autor que considera, aparentemente, que serían los mismos tambillos o paredones, es don Juan Guillermo Muñoz Correa, según lo que publica en un artículo de la "Revista de Historia Social y de las Mentalidades", del Departamento de Historia Universidad de Santiago de Chile:
"También anotado Paredones del Inca, en el cascajal al norte de la traza y de la chacra de Diego García de Cáceres, junto al río Mapocho. De Isabel García hija natural mestiza de Diego García de Cáceres, con cuya viña deslindaba en la parte surponiente, y por la suroriente con Juan García Cantero (...) En un juicio de 1613 uno de los testigos declaró que el camino de Chile corría desde las casas de Isabel "donde están los paredones viejos de la casa del inga, caminando por la viña del maestre de campo don Juan de Quiroga hacia lo de Pedro Delgadillo". No he ubicado esta viña mencionada de Quiroga, su viuda, doña Mariana de Córdoba y Aguilera, compró otra viña muchos años después al norte de La Cañada".
Quedo en deuda, mientras tanto, con abundar respecto a la relación de nuestra actual avenida Independencia, la ex Cañadilla de La Chimba, con el ancestral Camino del Inca y el Camino de Chile al que nos hemos referido, y que explica en gran medida esta clase de influencias del poder incaico sobre el valle mapochino y la presencia de tantos vestigios suyos en el mismo.
Plano esquemático de la ciudad de Santiago al momento de su fundación, en 1541. El trazado "urbano" no es más que el de un campamento estrictamente circunscrito entre la Cañada (Alameda), el Cerro Santa Lucía, el río Mapocho y las chacras del sector del Cañaveral de A. Núñez o de Saravia (hoy barrio Brasil). Clic encima para ampliar la imagen.

UNA VIEJA MISTERIOSA Y POCO CONOCIDA: LA GRUTITA DE LA VIRGEN EN LA CASA DE LA CULTURA DE ÑUÑOA

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Coordenadas: 33°27'23.67"S 70°35'13.83"W
No es una animita propiamente tal ni tiene las típicas placas de agradecimientos por favores concedidos, pero a la grutita de la Virgen en la Casa de la Cultura de Ñuñoa, en avenida Irarrázaval, todavía le quedan devotos y pedidores de su divina intervención, especialmente mujeres mayores que llegan de vez en cuando por el patio de la vieja casona, por su costado oriente. Palmas, cerezos, guindos y duraznos llenan estos patios y pasillos, por lo que la gruta se encuentra rodeada del dominio floral que hay en este sitio.
Dicen los cuidadores, jardineros y algunos visitantes o vecinos de la suntuosa casona (que tuvimos ocasión de consultar durante una concurrida feria de libros que allí se realiza todos los años), que habría sido hacia el período del Primer Centenario de la República cuando se construyó el altar original de la Virgen en este lugar, oratorio correspondiente a la actual grutita situada a los pies de lo que hoy es otro gran árbol del recinto.
Fue un punto de relativo interés para el ejercicio popular de la fe en la comuna, aunque ayer más que en nuestros días. Cuentan que antes había candelabros para colocar velas de adoración o agradecimiento, pero en un patio lleno de hojas secas y ramitas, eso ha de haber sido un riesgo. Sólo quedan unos candeleros fijos a los costados de la base de la estatuilla, dentro de la gruta y lejos de los peligros incendiarios.
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Si el dato es correcto sobre la fecha de origen del primer altar, entonces es probable que haya sido instalado después de ser adquirida la casona por don José Pedro Alessandri Palma, político, empresario y hermano del futuro Presidente Arturo Alessandri. Compró la residencia a la familia Ossa justo en 1910, incluyendo el fundo, al que bautizó como Santa Julia en honor a su esposa, doña Julia Altamirano. Además de su valor agrícola, desde entonces la casona se hizo importante en la vida social de la aristocracia santiaguina, convirtiéndose en un lugar de paseos, celebraciones y encuentros fastuosos.
Alessandri falleció en 1923 y la casa fue traspasada a la Municipalidad de Ñuñoa a fines de 1952 por la sucesión familiar, época en la que la actual grutita ya existía, según la información oral proporcionada por los empleados municipales y los devotos de esta figura de la Virgen. Gran parte de los terrenos habían sido loteados y vendidos ese mismo año. El 15 de junio de 1973, por Decreto Supremo Nº 723 del Ministerio de Educación, la casa y sus patios son declarados Monumento Histórico Nacional, incluyendo esta gruta dentro del terreno. Hoy es la Casa de la Cultura de la Municipalidad de Ñuñoa, además de servir como sede de la Biblioteca Comunal Gabriela Mistral.
La estructura de rocas que da forma a la gruta se ve bien mantenida. No sé si la imagen de la Virgen, de no gran tamaño, sea la originalmente puesta en el viejo altar. Parece ser que también ha sufrido algunos atentados, pues debió ser rodeada por una fea reja metálica de jardín, con una puerta de bisagras y cadena con candado.
Dentro de esta área enrejada, existen pequeñas plantas y flores en maceteros. Alguien pintó de azul celestial el fondo interior de la misma gruta, como telón tras la imagen mariana, todavía visitada por los creyentes que la conocen y que aún sobreviven en esos barrio ñuñoínos.
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