Piezas de cerámica perfumada clarisa. Imagen de 1960, publicada en Memoria Chilena.
Coordenadas: 33°26'13.68"S 70°39'2.52"W (ex Convento de Santa Clara) / 33°30'38.66"S 70°45'58.79"W (Museo del Carmen) / 33°26'31.51"S 70°38'44.70"W (Museo Histórico Nacional)
Hubo una época de Santiago en que, para estas fechas navideñas, un regalo figuraba entre los más cotizados: las cerámicas ornamentales de greda perfumada que se producían en el convento de las religiosas clarisas. Correspondían en la mayoría de los casos a recipientes o miniaturas de greda cocida, policromadas con esmaltes y con esa característica del agradable aroma a flores y bálsamos que expelían al ambiente, en el caso de la vajilla aportando un saludable toque herbal a los alimentos o bebidas.
Las fabricantes de estas piezas eran las Monjas de la Orden de Santa Clara, famosas también por su producción de dulces y confites, que se establecieron en Santiago en un solar de La Cañada (Alameda) donde se levantó su gran convento, cerca del Cerro Santa Lucía y frente al complejo de San Juan de Dios, en 1604. Como ocupaban el lugar donde está ahora la Biblioteca Nacional, en aquellos años la calle Mac Iver era llamada calle de las Claras precisamente por la presencia de las monjas clarisas allí en la esquina con la Alameda. Un grupo de ellas, sin embargo, se trasladó -tras una disputa al interior de la orden- hasta otro terreno cedido por don Alonso del Campo en la cuadra al Norte-oriente frente a la Plaza de Armas, donde permanecieron por cerca de 140 años hasta que don Bernardo O'Higgins enajenó esos terrenos y los vendió hacia 1821 para poder financiar los gastos militares de las guerras de la Independencia. Recuerdo de aquella pasada es el nombre que recibe la calle donde estaban junto a la plaza: Monjitas.
La fabricación de la fina y delicada cerámica perfumada en los talleres de artesanías estas monjas, puede haber comenzado hacia inicios del siglo XVII, entonces. Aparecen mencionadas por el cronista Diego de Rosales hacia 1670, en su conocido trabajo "Historia general del Reino de Chile. Flandes Indiano", al referirse a las exportaciones de productos chilenos hasta Perú:
"Además de esto se llevan al Perú grandísima cantidad de jarros y búcaros, de formas muy curiosas, muy delgados y olorosos, que pueden competir con búcaros de Portugal y de otras partes, tanto que sirven a la golosina de las mujeres, aunque los apetecen para la vista por su hermosura, los solicitan más para el apetito".
Este interés peruano en tales productos aromatizados hechos en Chile, queda confirmado en un inventario de las posesiones del Virrey de Perú el Conde de Lemos, en ese mismo siglo, donde figuran varias piezas de cerámicas perfumadas chilenas.
El Convento de las Monjas Clarisas en la Alameda pocos años antes de su demolición.
Campana del Claustro de las Monjas Claras, del siglo XIX. Estaba ubicada en torno a la entrada del mismo y actualmente se encuentra en las colecciones del Museo del Carmen (donación de doña Ana María Ladrón de Guevara de Riesco).
Las monjas clarisas solían producirlas en su reclusión durante todo el año y de seguro en más de una oportunidad debieron trabajar a pedido, pues la demanda era alta, especialmente hacia fines del siglo XVIII, dada su popularidad. Utilizaban para ello una mezcla de arcilla, arena fina y caolín, creando piezas de paredes muy delgadas, en algunos casos muy frágiles, pero cuidadosamente pintadas con colores relucientes. No me parece que se supiera por entonces siquiera si el olor perfumado, que era descrito como semejante a "pétalos de rosas", provenía de sales o esencias que se agregaban a la mezcla de la arcilla o bien a los esmaltes usados en el policromado de las figuras. Ese olor brotaba especialmente en el caso de los cantaritos, tazas o mates que eran expuestos al calor del brasero para calentar su contenido.
La belleza artística era el otro atractivo de la artesanía clarisa: se hacía sobre estas piezas una cuidadosa decoración que incluía motivos florales y aves; y hacia la etapa final había producción de muchas miniaturas de pájaros, perros y corderos, inclinación zoomórfica que podría explicarse por el amor animalista que han profesado tradicionalmente los grupos religiosos relacionados con la figura de San Francisco de Asís, como lo advierte la investigadora María Bichon. Las más populares eran las miniaturas de mates, teteras, platillos, mesas con vajillas y braseritos o salamandras, además de tazas y platos con flores en relieve, palmatorias, sahumadores con forma de paloma y vasijas con tapas de flores y pájaros.
Probablemente, entonces, no había en la Colonia una casa aristocrática donde no figuraran estas curiosidades, ni clan familiar que no atesorara al menos una de estas piezas todavía en el siglo XIX. Muchas de ellas eran regaladas especialmente a benefactores y colaboradores de la orden, además. Y don Diego Portales, en una de sus famosas cartas a su amigo Antonio Garfias, le suplica en 1835:
"Por Dios le pido que me mande dos matecitos dorados de las monjas, de aquellos olorocitos: con el campo y la soledad me he entregado al vicio, y no hay modo que al tiempo de tomar mate, no me acuerde del gusto con que lo tomo en dichos matecitos. Encargue que vengan bien olorosos, para que les dure el olor bastante tiempo, y mientras les dure éste, les dura también el buen gusto; junto con los matecitos, mándeme media docena de bombillas de caña, que sean muy buenas y bonitas."
Incluso durante la centuria siguiente quedaban algunas guardadas en alguna vitrina de familia, como herencia de bisabuelos y tatarabuelos, y de seguro habrá más de alguno por ahí entre particulares que no están seguros de su valor, sin hallarse enclaustrado tras los cristales de colecciones históricas como sería el caso de las que están en el Museo Histórico Nacional y en el Museo del Carmen del Templo Votivo de Maipú. Esta última institución cuenta con una pequeño pero valioso set donado por doña Esther Lois Cortés. También hay varias cerámicas en colecciones privadas de difícil acceso.
Colección de cerámicas perfumadas de las monjas claras en el Museo del Carmen de Maipú.
Más miniaturas aromáticas del Museo del Carmen, donadas por doña Esther Lois Cortés.
Llamadas popularmente"locitas de las clarisas", "gredas de monjas" u "ollitas de las monjas", el investigador costumbrista Raúl Francisco Jiménez consideraba esta forma de artesanía chilena con la relevancia y la importancia folklórica de las cerámicas de Quinchamalí, Limache o Pomaire, pues eran una genuina y auténtica manifestación cultural-artística, además de un producto nacional muy típico en su época.
"Al decir de la gente que conoció estos trabajos -escribió en la revista "En Viaje" en 1960-, verdaderos milagros de unas manos superadas en paciencia, eran significativas miniaturas perfumadas que se ofrecían, no para la venta al público, sino para regalo de sus benefactores y síndicos".
Se ha creído a veces que el secreto de las clarisas era sólo el de cómo producir cerámicas aromáticas, aunque la arcilla y loza perfumadas han existido en otras latitudes. Sin embargo, el secreto incluía también el cómo se llegaba a esta calidad del producto y a aquél aroma en particular. En España practicaron esta artesanía especialmente las mujeres de origen moro durante el dominio árabe, pasando así a las tradiciones hispanas y desde allí traído a Chile por las primeras tres o cuatro clarisas españolas del flamante beaterío. El misterio que se atribuía en su época a las monjas era ya entonces, también, el cómo hacían para que el perfume de las piezas perdurara tanto tiempo sin desaparecer. Toda la técnica, además, era celosamente transmitida por monjas superiores a otras aprendices, y así la fórmula nunca salía del puñado de iniciadas dentro del claustro.
Perdiéndose ya este secreto alquímico, al irse diluyendo y reduciendo el arte entre las clarisas de Santiago, comenzaron a cundir falsificaciones que no llegaban ni a la sombra de aquellas viejas y exquisitas piezas originales. La última artesana original de figuras perfumadas que sobrevivía y seguía fabricando tales maravillas fue Sor María del Carmen de la Encarnación Jofré. Con su fallecimiento, sucedido el año 1898, Chile perdió quizás para siempre una de sus más bellas y especiales artesanías típicas, pues los conventos de monjas clarisas de La Florida, Puente Alto y Los Ángeles también se apartaron de su propia tradición y señalaron el final de la tradición cultivada allí en el Monasterio de Santa Clara, que demolido en 1913 para construir el edificio de la Biblioteca Nacional.
Hacia principios del siglo XX, habían muchas piezas perfumadas de cerámica en el mercado, pero hechas por artesanas que habían sido asistentes de las monjas en sus talleres, por lo que ya no pertenecían a las facturadas por las religiosas del convento ni tenían la calidad de las verdaderas. Luego, vinieron otras cerámicas pintadas de manera parecida, pero más copiadas de las artesanías tradicionales de pueblo, como recordaría Jorge Délano en su libro "Botica de turnio" de 1964, haciendo recuerdos traídos de inicios de siglo, antes del Primer Centenario:
"Como a los diez años, edad en que empecé a emanciparme, incursionaba entre Pascua y Año Nuevo, junto con algunos compañeros de colegio, por las 'ventas' de la Alameda, callampescos quioscos que se alineaban a lo largo del más antiguo paseo santiaguino. En algunos había un letrero en que se leía: 'Aquí está Silva', lo que significaba que allí se expendían 'cola de mono' y 'ponche con malicia'. En los más inocentes vendían frutas, 'aloja' y 'locitas de las monjas', representaciones estas de figuras populares modeladas con primitiva gracia en greda cocida y coloreada con un esmalte al que las monjitas deben haber mezclado algunos granos de almizcle o quizás de incienso. Ahora las hacen muy semejantes en Pomaire; pero sin el peculiar olor que me incitaba a chuparlas.Jamás he vuelto a percibir ese aroma tan misterioso y evocador. Si hoy volviera a encontrarlo me sentiría de nuevo enfundado en mi traje blanco de marinero, con el nombre de Arturo Prat escrito en letras doradas sobre la frente.(...) ¡Ah! ¡Si yo pudiera sentir una vez más el olor de las 'locitas de las monjas'! Pero el secreto se ha perdido, y ahora las pintan al 'duco'."
No obstante, Jiménez sugiere que sí parecen haber existido personas que manejaron parte de la secreta técnica, o al menos supieron imitarla, cuando estaba extinta ya la producción artesanal de las monjas clarisas:
"Sin embargo, esta técnica escondida la obtuvieron ciertas familias ajenas a los ajetreos religiosos, y la fueron transmitiendo por herencia a sus sucesores"
"Perro rojo", cerámica de Talagante en el Museo Histórico Nacional. Aunque figura rotulada sólo como "cerámica moldeada y policromada (siglo XX)" de autor anónimo, según mi impresión podría pertenecer al tipo de artesanías perfumadas que difundieron por aquella localidad talagantina las hermanas Gutiérrez, especialmente doña Sara Gutiérrez, alguna vez colaboradora de la Biblioteca Nacional y del mismo museo.
Más colecciones de miniaturas de cerámica perfumada clarisa en el Museo del Carmen, del Templo Votivo de Maipú. Destacan los colores rojos, dorados, verdes, amarillos, negros y ocres del policromado.
Éste fue el caso de Sara Gutiérrez Jofré, quien proveyó a la sección de folklore de la Biblioteca Nacional algunos pintorescos trabajos de este estilo y clase, aunque con notorias diferencias respecto de las originales de las monjas claras, como el uso de muchos motivos antropomórficos e iconografía costumbrista.
El problema es que doña Sara tampoco habría revelado del todo su técnica, esa con la que reinterpretó la forma de artesanía en greda aromática, pues aseguraba que era peligrosa y podía producir ceguera en artesanos inexpertos que se aventuraran en la producción de tales piezas. Gracias a su influencia, sin embargo, hubo una interesante producción de cerámica perfumada en Talagante, aunque sin la importancia ni la calidad de la hecha antaño por monjas clarisas. De hecho, tengo la fundada sospecha de que una miniatura talagantina de un perro rojo actualmente en exhibición en del Museo Histórico Nacional, pertenecería no sólo a esta generación de nuevas cerámicas perfumadas, sino probablemente a esta misma autora o algunas de sus alumnas, aunque figura rotulada como "anónimo".
En 1975, sin embargo, la Investigadora del Museo Histórico Nacional doña Vanya Roa Heresmann hizo públicos los resultados de una investigación titulada "Cerámica perfumada, monjas claras", en la que anunció el redescubrimiento de la fórmula química de la cerámica aromática y sus características esenciales, como la calidad de la arcilla utilizada por las clarisas. Llegó a estos resultados a partir del estudio de colecciones que encontró en Linares, y los conventos de monjas clarisas de Los Ángeles y de Puente Alto, valiéndose de la misma fórmula recién rescatada, retomaron de inmediato la producción artesanal de cerámica aromática, perfumándola después del policromado con pigmentos que incluyen clara de huevo y aceite de linaza, para lo cual se valían de sustancias aromáticas de origen vegetal que no pertenecen a la flora chilena y que han sido mantenidas en reserva desde entonces. Ese mismo año realizaron una exposición en el Museo Histórico Nacional para mostrar el "regreso" de la cerámica perfumada clarisa.
Si bien fue notable el redescubrimiento de la fórmula y el resucitar de la artesanía cerámica de las monjas, y aún celebrando que la tradición no esté perdida del todo, tengo la sensación de que la opinión de varios entre quienes están más familiarizados con el tema, es que la nueva generación de estas piezas no llegó a tener la espectacularidad ni la longevidad aromática que tenían las originales de la Colonia y del siglo XIX. Pueden compararse algunas piezas antiguas con otras de las nuevas cerámicas de las claras en el Museo de Arte y Artesanía de Linares.
Gran parte de la historia de esta artesanía fue reunida en un estudio de la investigadora María Bichon titulado "En torno a la cerámica de las monjas", publicado en la "Revisa Chilena de Historia y Geografía N° 108 de 1946, y en "Locita de las monjas clarisas" de Guillermo Carrasco, publicado por Juan Antonio Massone el año 2001 en la selección "Homenaje a Oreste Plath". Desde hace unos años, además, existe también un interesante trabajo de recopilación de antecedentes sobre tan singular cerámica perfumada, realizado por Claudia Prado Berlien con el título "Precisiones en relación a un tipo cerámico característico de los contextos urbanos coloniales de la Zona Central de Chile", expuesto en el XVII Congreso Nacional de Arqueología Chilena realizado en Valdivia el año 2006.
Cada vez quedan menos de estas piezas de la cerámica perfumada clarisa: a pesar de su popularidad, existen pocos hallazgos de las mismas en excavaciones arqueológicas o inspecciones de niveles históricos de la ciudad. Las que Vanya Roa halló en Linares prácticamente estaban botadas y olvidadas, de hecho. Tal vez su propio valor las condenó a extinguirse: atesoradas como joyas en su mejor época, su estilo infantil y casi naif las fue condenando a la ignorancia y a la desvaloración, en especial cuando se perdió su principal característica aromática por el paso del tiempo, volviéndose así meras piezas de colección o decoración que se fueron destruyendo o perdiendo.