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Alfredo Gómez Morel, en imagen de la reedición de 1997 de "El Río".
Pocas historias humanas logran ser tan desgraciadas y paradójicas como la del escritor y cronista chileno Alfredo Gómez Morel, un hombre que pareció torcer la mano a un oscuro destino, pero que acabó totalmente dominado por los designios del mismo, de forma implacable, como una maldición inconjurada... Un destino que lo engañó a él y a su entorno, haciéndole creerse redimido ante la vida, pero sólo para volver a caer en el pozo más miserable de la desgracia, en no pudo escapar por más tiempo al asedio de la muerte penosa.
Muchos hombres de esfuerzo y exdelincuentes del Barrio Mapocho que abrazaron la redención, fueron de los pelusitas que buscaban para dar acogida, en sus respectivos proyectos, benefactores de esos años como Polidoro Yáñez Andrade y San Alberto Hurtado, allí en el río de la capital chilena. Y fue Gómez Morel quien proporcionó, quizás, la mejor descripción que podría haberse realizado sobre la forma de vida sórdida y a ratos infrahumana en que se desplazaban estos rapaces y mozalbetes, los "cabros de río" en la jerga del hampa santiaguina.
Gómez Morel fue una de las excepciones en todo este círculo maldito de los bajos fondos capitalinos: primero, porque logró salir de una vida delincuencial y siniestra que parecía haber definido ya su trazado existencia, a diferencia de legendarios hampones de la época como el Cabro Eulalio, el Negro Carlos, el Nimbo, el Veneno y el Rucio Bonito, entre muchos otros que murieron en ella. Y segundo, porque consiguió canalizar el tormento de este lapso de vida sombría hasta las páginas de libros y artículos, que fueron verdaderas revelaciones sobre el mundo del hampa en la sociedad de entonces.
Su gradual introducción al submundo delincuencial, además, mantuvo a Gómez Morel intercambiado espacios de vida entre los islotes o los puentes del río Mapocho y las casas correccionales por las que pasaría a temprana edad, conociendo prematuramente el pandillismo y convirtiendo el delito en su profesión hasta ya adulto. Su cambio, su transfiguración, llegaría cuando ya parecía todo perdido o irreversible, por increíbles circunstancias.
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