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EL "CHICHA Y CHANCHO": LA PORQUERIZA DE LOS CHANCHITOS MALOS

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Coordenadas: 33°26'0.27"S 70°39'9.15"W
La abundante fauna totémica de la recreativa y noctámbula Aillavilú,  la ex calle de Zañartu en el Barrio Mapocho de Santiago, tuvo un integrante porcino que acuñó sus propios doblones para heredar a la familia histórica del vecindario. Y como sucedió a todas las vidas caídas en infortunio y desgracia en el mismo barrio, este chanchito también sucumbió consumido por el fuego del tiempo, cual suculenta parrillada que quedó olvidada en el calor de las brasas, por un divino asador distraído en sus cervezas.
A estos chanchitos les habría temido hasta el más malo de los lobos de cuentos, sin embargo.
El "Chicha y Chancho" fue un popular pero bravo tugurio con más aires de cantina ranchera, asentado en Aillavilú 1055, casi al centro del callejón. Un viejo local de la capital, que ya desde fines de los años 20 -cuando se construyó este edificio de los arquitectos Alberto Cruz Montt y Roberto Dávila (1928)- acogía en sus bajos oscuros clubes y restaurantes. Uno de ellos, llamado "Café Santiago", fue parte de las locaciones de Barrio Mapocho utilizadas para el filme "Largo Viaje" de Patricio Kaulen, en 1967. Dicho sea de paso, este bello edificio esta seriamente amenazado por la falta de mantención y el daño colateral provocado por el hacinamiento de inmigrantes en sus apartamentos, llevando a la municipalidad a ordenar su desalojo y a sostener disputas con los locatarios de sus bajos.
Asistían al "Chicha y Chancho" trabajadores del sector, cargadores del Mercado de La Vega, rotos del Mercado Central y cuidadores de vehículos de las varias calles del entorno. Por las noches aparecían también algunas chiquillas felices con sus labios de fresa y mejillas casi color salsa de tomates, además de los infaltables enfiestados que llegaban volando desde "La Piojera", "El Touring", "El Wonder Bar", "La Clínica" o cualquiera de los otros bares del sector cuando estos cerraban más temprano sus puertas… Borrachines que se negaban a abandonar la irrenunciable juventud de la noche, en definitiva. Lamentablemente, con esta extraña diversidad llegaban también algunos pillos e indeseables del sector, que tuvieron mucho que ver con la decadencia y desaparición de este sitio, como veremos.
El local, ya con sus cortinas abajo y antes de la transformación de su espacio.
No era muy grande esta porqueriza, y sus espacios estaban divididos por columnas y revestimientos de madera, más paneles de tabiquería en colores durazno y rosáceo. Las instalaciones y las mesas quizás perjudicaban la comodidad dentro del local pero, pasados algunos "terremotos" o cañazos de pipeño, se olvidaban rápidamente.
Bien pudo haber sido el "Chicha y Chancho", quizás, lo más parecido que quedaba en el barrio a esas viejas ramadas y chinganas que lo enseñorearon en el pasado a ambos lados del río, aunque en este caso rodeado de sólidas paredes y arcadas en lugar de ramas. Tenía un aire rústico y olor a combo en el hocico que amedrentaba a primerizos y bisoños.
Aunque su cartel de presentación ofrecía "Almuerzos - Sandwichs", su atracción era ejercida principalmente en las horas oscuras, donde se bebía más que merendaba. De todos modos, se hizo de una clientela fiel por su oferta de comidas típicas chilenas, fundamentalmente de cerdo (perniles, arrollados, prietas longanizas, causeos, etc.), pero más por sus jarras y cañas, pues tenía características de chichería, con regadas ventas de vino y pipeño que parecían competir con el caudal del río. De ahí el nombre, entonces: el "Chicha y Chancho", sus dos grandes ofertas, como lo anunciaba afuera su cartel de acrílico amarillo y tubos fluorescentes.
Aquella propuesta era todo lo que necesitaban sus comensales para acudir a disfrutar de la vida y ponerla en riesgo hasta las horas de la noche, en estos callejones.
También se hicieron cotizados sus "terremotos", tragos muy fuertes, baratos y servidos en un jarrón como los usados para la cerveza, después cambiadas por vasos grandes. Un barril de pipeño con un "terremoto" dibujado encima y con escaso talento artístico, sobre el muro exterior, anticipaba antes de entrar al local lo que esperaría adentro al curioso: una rebosante jarra, la misma que alguna vez terminó también en la cabeza de algún camorrero, según las leyendas.
El "terremoto" sobre un barril, que estuvo por años dibujado afuera de local del "Chicha y chancho", invitando a los sedientos.
El "Chicha y Chancho" estaba ambientado de manera básica y rústica, con maderas y adornos propios de un rancho, pintadas de esos colores blancos y rosas. Colgaban banderitas chilenas como si fuera una fonda permanente. Hacia el interior quedaban las mesas cojas y menos elegantes. Era como una especie de mini quinta de recreo, dominada por un ambiente cargado al gusto picante y bravo, rodeado de cabarets y cafés de huifa, no recomendable para pajarones o tímidos. Sus chanchitos ebrios paseaban o cantaban con la emoción del estado etílico; eso, al menos, antes de que alguien hiciera volar alguna de las sillas.
Los músicos de los boliches se largaban a dar interminables serenatas, muchas veces más ebrios que los propios parroquianos, sacándole la cresta a alguna pobre guitarra desafinada. En no pocas ocasiones, el ruido era escondido tras la cortina metálica, bajada para evitar los problemas con las restricciones de horarios o la incomodidad de los vecinos, según parece.
Es común que cantantes y grupos musicales paseen por estos locales de Mapocho tocando repertorios de rancheras, boleros o corridos. René Huesillo, antiguo símbolo del barrio, pasaba por acá frecuentemente. Don René paseaba desde los años 70 por restaurantes de Aillavilú entregando sus canciones y guitarreos de boleros, valses y tristes tonadas a cambio de algunas monedas y aplausos. Se había convertido en uno de los más queridos artistas populares del sector pero, a veces, se sentía pagado con sólo una cañita; o varias… Más de las convenientes. Así, su voz se apagó el año 2003, justo en los días en que había sido entrevistado por un medio de televisión que lo presentó como uno de los personajes más importantes de Mapocho.
Hacia sus últimos años, el restaurante contó con una que otra agrupación que se presentaba más establemente para ofrecer su música, pero no sin polémicas. Fue escandalosa noticia cuando el treintón instrumentista de uno de los grupos del "Chicha y Chancho", en 2002, se escapó con una niñita cantante de rancheras del mismo local, que recién entraba en la adolescencia. Sin dejar pasar la ocasión para satirizar, el irreverente diario "La Cuarta" del miércoles 18 de diciembre de ese año, publicó el título "Policía movilizada ante el romanticón rapto de Rancherita de Renca por El Villano del Sur"; y el viernes 20, seguía mofándose del caso al titular: "En comisaría de Loncoche debutó dúo de La Rancherita y El Villano del Sur"… Posteriormente, contaban en el mismo barrio que el músico se había vuelto a escapar con la chiquilla al año siguiente, incapaz de renunciar a su apasionada y pecaminosa historia de amor.
Poco tiempo después, el "Chicha y Chancho" comenzó a abrir cada vez más tarde y a cerrar cada vez más temprano, como suele ser el presagio de un inminente final en el comercio. Un día de aquellos, simplemente, su cortina de hierro no volvió a levantarse... Le llegó la temida hora al cerdito, que por taños compartió su chiquero con ebrios pendencieros y prostitución.
Noche en calle Aillavilú... Ya muy distinta, más calma y con otra clase de comercio establecido en donde ayer había chanchitos.
Dicen por acá los cuidadores de vehículos y algunos vecinos de Aillavilú, que el cierre definitivo sobrevino por un trágico incidente: una sangrienta "cargada" o "despacho", en la jerga callejera. Habría sucedido, según ellos, que en una de las reyertas entre sus clientes, voltearon a puñaladas a un tipo dentro del local y, para evitar más problemas con la ley (e intentando no frustrar la fiesta, además), tiraron al muerto a la calle intentando fingir que allí lo habían tumbado, pero la policía de todos modos habría adivinado lo sucedido.
Como sea que ocurrió en realidad, el local murió en medio de escándalos y controversias, víctima de los restrojos de atrevimiento que quedaban en el barrio. El siglo XXI ya no era para cerditos malvados. La competencia de "La Piojera" es feroz en esa cuadra, además.
Desde entonces, a veces aparecían esperanzadores carteles o lienzos anunciando el pronto "regreso" del local en versión renovada, seguramente por quienes pretendieron reponerlo con algún proyecto. Nunca se concretó este retorno, quizás para mejor recuerdo del "Chicha y Chancho"; o al menos para no empeorarlo. Un pub trató de instalarse en su local, de hecho, pero tuvo corta duración allí. Justo hacia los días del terremoto de febrero de 2010, los últimos vestigios de la existencia del "Chica y Chancho" fueron desalojados con vesania desde el interior del local, apilados en desperdicios de maderas y metales para ser reciclados como basura de mediana utilidad.
Pueril y triste fin de la porqueriza, aunque desde esos mismos años es ocupado este sitio por una interesante tienda de venta de prendas de cueros y artículos para "motoqueros", más acorde a los nuevos estilos de comercio creativo y novedoso que aparecen con mayor clase por el Barrio Mapocho, cual anticipo de los tiempos mejores que pueden aproximarse para la calle Aillavilú.

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