![](http://1.bp.blogspot.com/-ZGxQGeV9wlU/UT0Rbr4br1I/AAAAAAAAP8I/sUxDs021rm0/s1600/EdificioLunaParkfotodeJosepAlsina1968.jpg)
Detalle de una imagen de Josep Alsina tomada en 1968, mostrando el edificio.
Coordenadas: 33°25'51.75"S 70°39'4.71"W
La calle Artesanos dio espacio a muchos edificios históricos que se han perdido o que están en vías de perderse, en la ribera Norte del Mapocho. Entre los que llegaron a la vejez pero de todos modos perecieron de muerte súbita, está el caso de la Mansión Montt Montt, recientemente demolida y de la que ahora sólo queda un peladero cercado, además de los ex perros cuidadores del recinto durmiendo allí afuera, a la intemperie y atrás de la cuadra de la Piscina Escolar. Y entre los que han ido pereciendo por muerte lenta y dolorosa, en cambio, están casos como el del Teatro Balmaceda, a escasa distancia de los galpones de la Vega Chica.
Exactamente al lado de este teatro, hacia la esquina con avenida La Paz y atrás de las flamantes nuevas instalaciones de la Pérgola Santa María, se encuentran los restos (o mejor dicho las ruinas) del otrora ostentoso y glamoroso edificio llamado en sus buenos días como el "Luna Park" (nunca he sabido si era su nombre oficial), una estupenda construcción palaciega que, en sus mejores años, ofrecía en sus tres altos pisos una suntuosa belleza que marcó con su presencia una larga época en aquel rincón chimbero y veguino, con su edad de oro hacia los años treinta, cuando era sede de servicios de hotelería y espectáculos que lo convirtieron en un verdadero centro bohemio de gran reputación y atractivo para la sociedad santiaguina. Muchos pasajeros llegaban desde la Estación Mapocho, siendo éste uno de los pocos centros hoteleros del barrio que se hallaban en el borde Norte.
El edificio fue levantado en un sector que ya era famoso por la intensidad de sus atracciones relacionadas con actividades circenses, exhibiciones hípicas y más tarde el vodevil, con antecedentes a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Esta esquina, en particular, era conocida también por la presencia del club Hippodrome Circo de la Cooperativa Vitalicia, más popularmente llamado como el Hipódromo Circo por los muchos asistentes que iban a presenciar allí las famosas peleas pugilísticas de precursores del boxeo profesional chileno como Juan Budinich, Carlitos Aliaga, Manuel Sánchez o Juan Beiza. Quizás algún día pueda preparar una entrada especial a esta romántica y nostálgica época del barrio chimbero.
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Locales comerciales de cachueros en la planta inferior del edificio, en fotografía de una revista "En Viaje" de 1948. Actualmente, este mismo local es ocupado por un negocio de venta de ollas y artículos de aluminio.
Con esta fama en el sector de la encrucijada entre las calles Artesanos y La Paz, no extraña que el flamante edificio Hotel Luna Park también haya reservado parte de su recinto a la actividad del espectáculo popular. Su brillante estilo neoclásico y de elegante influencia francesa con simetría total de diseño, en la dirección 871 de Artesanos, albergaba no sólo los servicios hoteleros de sus pisos más altos: también era un centro de actividad comercial en los locales exteriores de su planta baja, tenía un restaurante con bailables y orquestas en vivo para la clásica bohemia capitalina, un conjunto residencial atrás al estilo de un ordenado y pulcro cité, y un patio que fue famoso por sus fiestas... Todo en el mismo edificio, que se erguía señorialmente justo al frente del Puente de los Obeliscos de avenida La Paz.
Abundando en el aspecto del hotel, las fotografías antiguas lo revelan como una construcción muy parecida a otros ejemplos que han existido en el viejo Barrio Mapocho, como el desaparecido edificio llamado "El Buque", en General Mackenna con Bandera. Su zócalo era de vanos con arcos rebajados de gran altura, dividido del segundo pisco por una cornisa de la que nacían los balcones con balaustras para los ventanales de este nivel, también de gran altura y rematados por artísticos tambanillos o capirotes. El tercer piso ofrecía a la vista ventanas de diseño casi igual al del segundo, pero carentes de sus balcones y coronas. En la máxima altura, se levantaba una cornisa doble con mucha horizontalidad y diseño artístico, desde la cual bajaban al nivel de los balcones del segundo piso algunas líneas de muros-cortinas verticales con aspecto de pilastras, que en alguna época fueron pintados de un color más oscuro que el resto del edificio.
Al Hotel Luna Park y su complejo interior se accedía por un gran pórtico central con reja de forja, transitando por un pasillo de fina madera en el techo y el piso, que conducía en línea recta hacia el espacio del fondo del edificio, apodado el Patio o el Parque por algunos, en un camino al que se iba accediendo a las distintas dependencias y espacios internos del conjunto.
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Vista actual con lo que queda del edificio.
La presencia del "Luna Park" en este sector llegó a ser tan fuerte que influyó incluso en la toponimia informal: a todas estas cuadras inmediatas se les llamó de la misma manera, tal como a los galpones abandonados para guardar tranvías de la ex Compañía del Ferrocarril Urbano (el Mercado Luna Park, ocupadas por la Vega Chica) y hasta a un infernal sitio abierto frente al edificio hotelero y que, junto a la entonces llamada Plaza de los Artesanos, había sido virtualmente tomado por indigentes o personas muy pobres, que desde los años treinta vendían también cachureos y baratijas en la llamada Feria de los Artesanos, precursora de los llamados mercados persas en Santiago, allí en la misma calle. De hecho, en la propia planta baja del "Luna Park" se instalaron tiendas de venta de esta clase de cachureos y que formaban parte de la señalada feria, como se observa en antiguas fotografías publicadas por la revista "En Viaje" de la Empresa de Ferrocarriles del Estado y que tenía su sede a escasa distancia de allí, en la Estación Mapocho.
El ambiente festivo y popular se apoderó de todo ese sector de La Chimba bajo influencia del "Luna Park", más allá de la mera cuestión nominal. Fueron famosas, por ejemplo, las presentaciones de bolerista radicado en Brasil don Lucho Almarza, quien tocó allí con una orquesta integrada también por los músicos Pablo Ramírez, Jorge Martínez en el saxo y Chichibi en el violín, como recuerda el insigne periodista Osvaldo Rakatán Muñoz en su famoso "¡Buenas noches, Santiago!", quien recalca también el origen exclusivo y de orientación aristocrática que buscaba el centro "Luna Park" y que mantuvo en sus primeros años. Un mito dice que hasta Carlos Gardel cantó en el mencionado anfiteatro del sector, durante su visita a Chile.
Hacia el cuarenta, sin embargo, el panorama del barrio había cambiado dramáticamente y el nombre del "Luna Park" había dejado de ser sinónimo de un enclave de glamour en un barrio pobre... "La Corte de los Milagros", le llamaban despectivamente algunos a todo este sector saturado de "chiquillas", gañanes, cafetines y tipos pendencieros. Entonces, "Luna Park" pasó a ser un título infame que causaba temor y hasta repudio, asociado a un oscuro ambiente que servía de refugio y fomento a la delincuencia, la vagancia, la prostitución y la decadencia en todas sus formas.
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Portón cerrando el acceso, tal como luce hoy.
"Luna Park es el conjunto de construcciones más antiestético e insalubre", reclamaba -por ejemplo- el periódico de los veguinos "El Fortín Mapocho" en 1947, años después convertido en el ariete de la oposición antipinochetista. En tanto, Daniel de la Vega transcribe la siguiente descripción horrorosa del cariz que llegó a tener este oscuro reducto urbano, que figura en "Ayer y hoy. Antología de escritos":
"Ustedes escribieron un párrafo sobre los jardines de Recoleta, y no dijeron nada de aquel Luna Park, que después de varios años de vida lánguida y artificial, desapareció entre los aplausos de todos los vecinos. En este terreno cerrado, algunas noches se bailó, funcionó una ruleta y se vendieron algunas naranjas y unas botellas de gaseosa. Siempre había en sus puertas unos grupos de atorrantes, y los vecinos de Recoleta, cuando se recogían tarde, ya no les temían a los ladrones que pudieran esconderse en los puentes, sino al misterioso silencio, a la densa sombra del Luna Park, de donde podía salir un batallón de bandidos. Los vecinos de Recoleta, al pasar por esas rejas, apresuraban el paso, y buscaban con sus ojos las lejanías de la calle, viendo modo de escapar e irse a arrojar a los brazos de un carabinero. El Luna Park fue cruel. Se vengó de su fracaso con ferocidad. Cada uno de sus árboles, después de las dos de la madrugada, tomaba aspecto de bandido".
Radicales medidas municipales tomadas entre 1947 y 1948, que desplazaron las viejas ferias de cachureos de los artesanos y trajeron a las floristas que habían sido desalojadas de las pérgolas de la Alameda, fueron desplazado definitivamente este lado tórrido crecido alrededor del "Luna Park" y su vecindario inmediato homónimo, aunque el carácter que tenía como refugio para clases trabajadoras, tan distinto a las pretensiones de su pasado, no lo perdería.
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Vista del pasillo hacia el interior del ex hotel.
"De acuerdo al plan de embellecimiento de nuestra capital -celebraba el mismo diario veguino-, aprobado por la Municipalidad de Santiago, todos los comerciantes que están instalados en el sector denominado Luna Park, deberán abandonarlo definitivamente dentro de unas semanas más. Este recinto, cuya presentación daba un feo aspecto a la ciudad, será destinado para el estacionamiento de autos y microbuses que actualmente ocupan la ribera opuesta del Mapocho".
Convertido ya el edificio central en un refugio de las clases populares, curiosamente muchos de los más queridos comerciantes y personajes chimberos estuvieron vinculados al mismo, en especial entre los floristas que llegan al barrio hacia esos años. Entre ellos, la inolvidable Chirigua Ubeda, vendedora de flores de la Pérgola Santa María que llegó a ser todo un símbolo del gremio y que había tenido alguna relación familiar con los entonces dueños del Hotel Luna Park, donde pasó parte de su dificultosa infancia. También vivió en el grupo residencial interior su colega pergolero Claudio Soto, quien fue para mí una gran fuente de información sobre el edificio, hace unos pocos años. Don Claudio declaraba orgulloso y emocionado que allí mismo, en la comunidad residente del ex hotel, conoció a su amada esposa "hace cincuenta años".
Hacia los sesenta, se levantó sobre la azotea del edificio y hacia el lado de la esquina, un símbolo imperecedero que llegó a eclipsar en importancia al propio palacio chimbero. Se trataba de un enorme panel luminoso haciendo -sin proponérselo- historia en la iconografía publicitaria de la ciudad de Santiago: el cartel de neones de "Aluminio El Mono", visión inolvidable para quienes alcanzaron a conocerla cuando seguía activa todavía en los años ochenta, y de la que ya he publicado algo al respecto en otro artículo de este blog.
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Otra vista del edificio.
El detalle de este famoso y recordado simio de colores, sin embargo, servirá para que muchos puedan identificar cuál era el Edificio Luna Park del que hablo aquí, pues intentar identificarlo ahora a partir de sus tristes restos, es una tarea tan penosa como difícil. Además, en aquellos años pocos santiaguinos recordaban ya que dicho edificio que servía de pedestal al famoso cartel de neones, se llamó alguna vez "Luna Park" y había servido como hotel.
Pero a la caída de sus buenos años sobrevino después la caída material del propio edificio: ruina seguida de más ruina. La decadencia, el deterioro y la destrucción fueron reduciendo al otrora esplendoroso Hotel Luna Park como un gran jardín sin agua y bajo el castigo del Sol. Tres incendios llegaron a afectarlo desde entonces, según recuerda don Claudio. Al parecer, fue uno de ellos combinado con parte de los daños dejados por el terremoto de 1985, lo que obligó a demoler el edificio hasta la mitad de su hermosa arquitectura de ayer, viéndose ahora recortado, mutilado con crueldad y ensañamiento, dejando apenas algunas balaustras como recuerdo de sus señoriales balcones.
Actualmente, del ayer magnífico "Luna Park" con tres pisos, monos danzantes en su azotea y una interminable sonajera vida bohemia y enérgica en su interior, sólo queda una cáscara ruinosa, cerrada por un simple portón de fierro que casi caricaturiza ese antiguo portal de acceso. Sus patios antes saturados de ánimo nocherniego ahora son estacionamientos de vehículos, y en sus locales comerciales inferiores, hacia calle Artesanos, sobreviven una tienda de ollas y artículos de aluminio (justo donde antes estuvo la de cachueros) y una farmacia. De la elegancia originaria, quizás no queda ya ni la pena de la ausencia.
Sólo quienes cruzaron su propia vida con la de aquel semi-desparecido edificio recuerdan algo sobre el amplio hotel, residencial y centro de eventos del "Luna Park", del que ahora sólo quedan residuos condenados -quizás- a la cuenta regresiva para alcanzar la hora de su extinción total.