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RASTROS Y RECUERDOS DE LA INDUSTRIA VITIVINÍCOLA DE TARAPACÁ (PARTE II): TALLERES, BOTIJERÍAS Y EL ANTIGUO LAGAR DE MATILLA

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El Lagar de Matilla. Atrás se observan el edificio y el campanario de la Iglesia de San Antonio de Matilla. Fuente imagen: "Del Cerro Dragón a La Tirana", de Mario Portilla Córdova.
Coordenadas: 20°30'49.11"S 69°21'43.63"W (Lagar y botijería de Matilla)
En la primera parte de esta serie sobre la industria vitivinícola de Tarapacá, vimos ya los orígenes de la producción y sus principales empresarios, entre los que estaba la familia Medina quienes eran dueños, entre otras cosas, de un extraordinario lagar de origen colonial que aún se conserva en el pueblo de Matilla, taller de cuya historia hablaremos ahora.
Cabe comentar, a modo de introducción, que además de los socavones de agua existentes en la provincia, la vitivinicultura fomentó la construcción lagares para la "pisa" de la uva y bodegas de elaboración y guarda de los vinos. Antaño no menos de 35 de lagares en Pica y Matilla, pero los restos de menos de la mitad sobreviven aún, en distintos estados de conservación.
Estos lagares eran construidos principalmente de adobe y quincha, con recubrimiento de una argamasa de tiza, técnicas frecuentes en la arquitectura primitiva de la provincia. Solían estar divididos en un área de piquera y prensado, y otra de almacenamiento y maduración en tinajas de arcilla semienterradas a nivel de suelo, siguiendo una antigua técnica local de fijación de esta clase de recipientes en el piso (observable, por ejemplo, en huellas de las milenarias ruinas del complejo de Caserores).
En los talleres, el primer jugo de la uva era la "lagrimilla", surgido de su propio peso acumulado en un contenedor o batea. Al ser separado de la vid este fluido, se procedía a la "pisa" a pies desnudos en la primera piquera, por cuadrillas de 6 a 10 trabajadores dirigidos por un huayruro responsable del éxito de la faena, objetivo que buscaba lograr convirtiendo el procedimiento en un alegre rato de cantos, celebración y "verseos" que lanzaba a los pisadores para coordinarlos. Con el orujo ya molido, los jugos resultantes de la "pisa" eran colocados en la piquera secundaria rodeada de una "cimba", al extremo de un sistema de prensado.
El zumo de uva obtenido en el procedimiento de prensa, era guardado en las tinajas de greda. Su descrita disposición a medio sepultar, permitía controlar también la temperatura de las mismas, y era costumbre que se inscribieran en ellas los nombres de cada santo al que se le pedía proteger la producción y el año de la fabricación. Usualmente, al mosto se lo mantenía fermentando por ocho días, tras los cuales se cerraba herméticamente la tinaja con tapas de cerámica y sellado de argamasa, a la espera de su maduración. Los primeros destapes de cántaros se producían recién unos tres meses después.
Tras este portal con arco, está el acceso al viejo lagar de Matilla.
Entrada al recinto del lagar.
Ya producido el vino, se ejecutaba el trasiego en barriles de madera y desde allí se distribuían en las unidades botija, cuartilla, media cuartilla y porongo. La botija tenía una capacidad de 25 litros, mientras que los porongos eran subdivisiones de la botija que solían transportarse y comerciarse a lomo de burros o mulas, o bien en carretas. Con la introducción de las botellas de vidrio, el envasado se realizaba en botijerías de los mismos lagares y empresarios, rotulándolas con una sencilla etiqueta que era sólo blanco, negro y dorado, en sus inicios, pero que después fueron adquirieron más colores gracias a litografías e imprentas.
Aún existe en Matilla el antiquísimo lagar del siglo XVIII de Medina Hermanos, que ha sido llamado también la Botijería de Matilla o de los Medina. Este ancestral establecimiento acompaña al pueblo de Matilla casi desde sus orígenes, cuando algunos trabajadores de Pica comenzaron a residir en él para trabajar las viñas que se establecieron hacia el sector de la quebrada. Además, es el mejor conservado de los 15 que quedan en la comuna, y probablemente el más antiguo. Así lo describe Manuel Peña Muñoz en sus "Memorial de la tierra larga":
"Pareciera que nos encontráramos en una posada de la ruta del Quijote, tal vez en un perdido pueblo de La Mancha, pero estamos en un oasis nortino, precisamente en los rincones por donde atravesó Diego de Almagro con su caravana de conquistadores por el camino de Inca".
El complejo, de unos 10 por 12 metros, está a un costado de la plaza central y la explanada del templo. Representa el vestigio más importante de la historia vitivinícola de Tarapacá, conservándose parte de sus muros bajos, artefactos de trabajo, cestas, bateas y palos de guayabo y algarrobo anudados con tripas de llama o guanaco. Destaca la gran prensa, compuesta de una pesada viga de madera de un tronco de algarrobo apoyado e un extremo sobre un fulcro, y en otro con sistema bascular suspendido por poleas y cabrestantes que permitían operarla, provocando el movimiento de palanca de la prensa. Tiene también un rudimentario techado sombrilla de cañas y pajas de Guayaquil tejidas en petate, técnica conocida como estera.
Vista de piquera y eje de la prensa en el lagar, hacia 2012 (antes de la restauración)
Detalle del extremo de la prensa del lagar.
Las tinajas del lagar, algunas del siglo XVIII.
Aún se mantienen sus tinajas de arcilla a medio enterrar. Las más antiguas llevan inscritas menciones a santos patronos como Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza con fecha de 1760, a San Antonio de Padua (patrono de Matilla) co fecha de 1765, a Nuestra Señora de Monserrat con fecha de 1767 y a Nuestra Señora de los Dolores con fecha de 1770.
Rodeado de murallones de adobe, su última vendimia registrada fue en 1937, fecha en la que cerró su producción la empresa de los Medina. El valioso recinto permaneció tres décadas deteriorándose y envejeciendo, pero fue rescatado y restaurado en el verano 1968 por expertos de la universidad de Chile, ocasión en la que se mejoró su cierre perimetral. Aquel año también se hicieron restauraciones en la iglesia, con colaboración de la Escuela de Canteros en ambos proyectos.
Convertido en museo de sitio, el taller fue declarado Monumento Histórico Nacional por Decreto Supremo N° 746 del 5 de octubre de 1977. Sus llaves estaban encargadas, por entonces, al señor llamado Carlos Vargas, quien atendía y guiaba a los visitantes, como se confirma en el reporte de una inspección hecha por investigadores del "Boletín de Filología" Tomo XXIX de 1978, de las Publicaciones del Instituto de Investigaciones Histórico-Culturales de la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile. Posteriormente, hacia los noventa, estaban encargadas las llaves en el kiosco de la plaza, realizándose visitas guiadas gratuitas entre las 9 y 17 horas.
Tristemente, el lagar quedó bastante maltratado tras el terremoto de 2005, derrumbando parte de los murallones del contorno. Debió ser cerrado al público por algunos años, siendo cercado con paneles de madera en sus partes más expuestas. En 2012, sin embargo, la Municipalidad de Pica anunció un proyecto de más de $20 millones para restaurarlo ese mismo año, y así comenzó a abrirse otra vez para los visitantes.
En la próxima parte, última de esta serie, veremos cómo se produjo el ocaso de la producción vitivinícola de la Provincia del Tamarugal que pusiera fin a la actividad de éste y de todos los lagares que hubo en Pica, Matilla y Valle de Quisma.

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