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Vieja etiqueta de vinos de Matilla de don Juan Dassori. Museo de Pica.
Coordenadas: 20°29'28.34"S 69°19'45.37"W (Pica) / 20°30'51.39"S 69°21'41.65"W (Matilla) / 20°31'4.31"S 69°20'54.35"W (Valle de Quisma)
Son extraños en la industria vitivinícola internacional, los casos de vinos históricos de alta calidad producidos en el rango geográfico situado en el cinturón planetario que se forma entre las dos líneas desérticas de los Trópicos de Cáncer y de Capricornio, siendo más factible hallarlos en territorios productivos situados arriba (Francia, Italia, España, Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, etc.) y debajo de ellas (Chile, Argentina, Uruguay, Sudáfrica, Australia, etc.), respectivamente.
Sin embargo, hubo una notable excepción en nuestro país: el caso de los vinos dulces en variedades principalmente oporto y moscatel producidos en Tarapacá desde los tiempos en que el territorio pertenecía al Virreinato de Perú, particularmente en el oasis de Pica y Matilla en la Provincia del Tamarugal.
En efecto, el microclima de la zona a 1.000 metros sobre el nivel del mar y su irrigación con aguas cordilleranas y de napas en pleno desierto, permitió que floreciera allí una de las mejores industrias que vio el continente, premiada internacionalmente y que pudo haber dado una prosperidad impensada a la región, si no hubiese acabado truncada y sacrificada por decisiones en pro del progreso material de inicios del siglo XX.
Se cuenta que el vino existe en esta zona a más de 150 kilómetros al interior de Iquique, desde el siglo XVI ó XVII con la colonización española iniciada en el Valle de Quisma, la que durante la centuria siguiente se extiende hasta el oasis de Pica, Matilla, localidades separadas por sólo cuatro kilómetros. Estos colonizadores trajeron desde Europa las primeras cepas de vid. La floreciente actividad motivó también trabajos de extracción de aguas en los socavones subterráneos de la zona para los regadíos.
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Imagen de botella de vino de Medina Hnos., dueños del Lagar de Matilla.
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Etiqueta medialuna de Medina Hrnos. Museo de Pica.
La producción se inicia en este mismo período, partiendo como mercado regional que, posteriormente, se extenderá a poblaciones mineras de Huantajaya, Lípez, Arequipa y Potosí. De esta manera, para el siglo XVIII la mayoría de los habitantes de Pica, Matilla y Valle de Quisma vivían de la actividad de los viñedos, desplazando la vieja ocupación agrícola de los indígenas productores locales de maíz. Desde entonces y hasta 1850 aproximadamente, se produjeron cerca de 15.000 botijas anuales, equivalentes a 350.000 litros. Posteriormente, se incorporó el embotellado en vidrio para facilitar la venta por partidas, dejando atrás las viejas cargas con botijas.
El vino de Tarapacá llegó a ser el más generoso y cotizado de todo el Virreinato, y se sabe que era enviado a España en los mismos tiempos de la Colonia. Esta riqueza, combinada con la plata de Huantajaya, atrajo a familias aristocráticas de la misma manera que había sucedido en la Quebrada de Tarapacá, y con ello también llegó la arquitectura más suntuosa de estas localidades, muy influidas por el estilo británico que habían introducido los empresarios salitreros en la región.
La vendimia comenzaba entre febrero y junio de cada año, dejándose los racimos cortados de 7 a 9 días a la intemperie con yeso espolvoreado encima. Generalmente se postergaba la corta de racimos más allá del verano, cuando se querían obtener vinos más dulces. Además de los esclavos negros, esta actividad ocupaba a los indígenas de la zona, llegando a poseer tierras propias. No gozaban de esta libertad los sirvientes africanos, por supuesto, debiendo trabajar como lacayos de las familias acaudaladas todavía hasta mediados del siglo XIX y probablemente hasta la Guerra del Pacífico, cuyo estallido llevaría a la ocupación e incorporación chilena de tales tierras.
El crecimiento de los campos de cultivos de viñas era tal que, según recuerdos familiares de sus habitantes, las localidades de Pica y Matilla comenzaron a fusionarse, acercándose cada vez más en los escasos kilómetros que la separaban y tomándose, de alguna manera, el gentilicio común de piqueño para todos sus productos, incluidos los vinos y los conocidos alfajores que se fabrican en estas dos localidades.
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Vieja etiqueta de vinos de Julio Medina H. Museo de Pica.
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Etiqueta de vinos de Juan Dassori. Museo de Pica.
En otro aspecto interesante, en las fiestas religiosas tarapaqueñas como la Virgen de La Tirana, Santiago Apóstol de Macaya o San Lorenzo de Tarapacá (formando una larga temporada de festejos de julio-agosto), fue famoso este vino que llegaba en grandes cántaros y botijas para feligreses y asistentes, por lo mismo, cuando las restricciones eran menos estrictas que en nuestros días.
La industria vitivinícola de Tarapacá tenía importantes productores que aún son recordados y homenajeados en la memoria piqueña y matillana, como los hermanos Julio Medina y Constantino Medina, familia iniciadora de la actividad vitivinicultora que podríamos considerar más profesional y masiva en el Valle de Quisma y en Matilla, hacia fines del siglo XVIII e inicios del XIX, además de propietarios de un histórico lagar de origen colonial que aún existe en Matilla. Los Medina también fueron galardonados con medalla de oro en la Exposición Mundial de Sevilla, siendo el vino oporto generoso y el moscatel estilo oporto algunos de sus productos estrellas. Pueden observarse etiquetas y envases suyos en exhibición en el Museo y Biblioteca de la Municipalidad de Pica, destacando un vino de selección proveniente de la llamada Viña de Arriba, según su etiquetado.
Otros productores de vino destacados fueron los Morales, dueños de una botijería en Quisma, y don Juan Dassori, cuyas etiquetas también pueden verse en vitrinas del museo. El producto de Dassori había sido premiado internacionalmente, como los Medina, y comerciaba sus vinos en Iquique a través de la firma Sessarego & Cía., sus agentes exclusivos.
Entre los principales agricultores que abastecían de la materia prima a la industria del vino, estaban don Guillermo Contreras, propietario de la Hacienda Viña Grande. Descendientes de indígenas (Chamaca, Olcay, Palape, Mamani, etc.) y de españoles (Loayza, Zavala, Castro, Rodó, etc.) llevaban las riendas del progreso en esta rica actividad agrícola. También destacaban Avelino Contreras y Francisco Muñoz, dueños de viñedos en Matilla. Curiosamente, los Contreras y Muñoz estarían entre los primeros en ser afectados, a partir de 1914, por las expropiaciones de los terrenos regados por los manantiales de Chintaguay y que significaron el final de la industria, como veremos en la tercera y última parte de estos artículos.
En la parte siguiente a esta entrada, veremos la historia del Lagar de Matilla que fue propiedad de los Medina y que, en nuestros días, es uno de los principales atractivos patrimoniales de la zona.