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RASTROS Y RECUERDOS DE LA INDUSTRIA VITIVINÍCOLA DE TARAPACÁ (PARTE III): CAÍDA DE LA ACTIVIDAD EN EL SIGLO XX, UN CASO DE PROGRESO CONTRA DESARROLLO

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Botella de vino de Medina Hermanos, dueños del Lagar de Matilla. Museo de Pica.
Coordenadas: 20°29'26.79"S 69°19'42.54"W (Museo de Pica) / 20°29'28.91"S 69°19'46.65"W (Casa museo de J. Huatalcho)
Ya vimos en dos entradas anteriores, la primera parte de esta serie dedicada al origen y auge de la alguna vez célebre producción vitivinícola de Tarapacá y, en la segunda, los restos del más famoso de sus lagares en la localidad de Matilla. Ahora, para cerrar el tema, dejaré este texto relativo a su ocaso, por lamentables razones que ahogaron en la sed y la sequedad el único gran centro vitivinícola del Norte Grande de Chile, mácula en una industria que ha colmado el orgullo nacional por su éxito en el mundo y por su respaldo cultural en tradiciones y folklore.
La grandeza de esta industria vitivinícola en Tarapacá había comenzado a sufrir problemas durante el XIX, cuando empezaron a introducirse otros cultivos frutales en lugar de las viñas para enfrentar ciertos cambios climáticos e hídricos. Es por esta razón que el oasis llegó a ser un gran productor de higos, guayabas, peras, granados, mangos, pomelos, naranjos y limones, muy adaptados a la zona.
En 1884 se produjo una gran crecida de aguas con aluviones por las quebradas de la zona, que arruinó la buena producción de ese año y destruyó algunas cepas por todo el sector de Valle de Quisma y Matilla. La industria resistió, pese a todo, siendo aún cotizada y de alta calidad, como lo confirman los premios que seguía recibiendo en certámenes nacionales y extranjeros.
El golpe de gracia, sin embargo, lo traerían los problemas de abastecimiento de agua, generando primero dificultades para competir con otras zonas productoras del país y luego la destrucción casi total de las viñas tarapaqueñas. La existencia de cerca de 12 kilómetros de socavones acuíferos para obtener el agua, excavados por españoles e indios desde el siglo XVIII (utilizando técnicas conocidas en el Alto Perú), confirmaba lo frágil que era localmente el recurso hídrico, pudiendo adivinarse el efecto negativo que iban a tener captaciones  y desvíos hacia grandes zonas urbanas, que se iniciarían poco después.
En 1887, la firma Tarapacá Waterworks Co. compró derechos de agua en la zona de Pica para transportarlos por un acueducto hasta Iquique, cuya demanda del vital elemento había crecido enormemente con el tamaño de la población. Aunque no tuvo efectos tan notorios como otros que siguieron, éste fue el inicio de un proceso de reducción de las aguas en la zona, que eran hasta entonces el sostén de la producción agrícola y, por ende, también de la vinera.
A partir del Gobierno de Ramón Barros Luco (1910-1915), el recurso de los manantiales de El Salto y Chintaguay, que abastecían los valles y quebradas de Quisma y Matilla, comenzó a ser expropiado para abastecer con mayor volumen del elemento a la creciente masa humana de Iquique. A la sazón, el agua era una de grandes demandas sociales de esta ciudad y, políticamente, el tema ya no podía seguir postergándose.
Lagar y botijería de Matilla, que cerraría operaciones en 1937, tras su última producción. Fuente imagen: "Memorial de la tierra larga" de Manuel Peña Muñoz.
Fragmentos  de tapas (a la izquierda) y de cántaros (las dos imágenes de la derecha) utilizados en los lagares de Pica y Matilla para la producción de vinos. Vitrinas del Museo de Pica. Muchas de estas grandes cerámicas quedaron dispersas o destruidas al caer la industria.
Gran parte de los estudios de captación de aguas en esta zona agrícola, se remontaban a un trabajo de prospección realizado por el ingeniero Valentín Martínez hacia fines del siglo XIX, tristemente célebre por su responsabilidad en el derrumbe y destrucción del Puente de Cal y Canto en Santiago, en 1888. Entregados los resultados de Martínez, el Estado comenzó a trazar líneas para abastecer a Iquique con los manantiales piqueños y, en 1904, se designó una comisión especial para evaluar el proyecto y presentarlo al Ministerio de Industrias y Obras Públicas.
Al crearse en 1912 el Servicio Fiscal de Agua Potable y Desagüe de Iquique, casi paralelamente a emitido el decreto de expropiaciones, no quedaba duda de las intenciones de las autoridades y los sacrificios que estaban dispuestas a hacer en la industria vitivinícola de Tarapacá, para garantizar el abastecimiento de agua en la ciudad puerto. Las expropiaciones comenzaron en terrenos particulares sugeridos por una Comisión de Hombres Buenos designados por la Intendencia durante el año siguiente. La notificación de las decisiones, en 1914, dio origen a los primeros juicios de los propietarios contra el Estado, entablados por miembros de las familias de agricultores matillanos Contreras y Muñoz.
Sólo entre 1918 y 1920 hubo un período de parcial detención de las obras, para la ejecución de nuevos estudios encargados al geólogo Johannes Felsch. Esto se realizó con la incertidumbre, malestar y protestas de los iquiqueños. Sin embargo, la autoridad decidió retomar los trabajos y expropiaciones, haciendo sólo algunos cambios administrativos del proyecto para continuar con las etapas pendientes. Así, las obras de aguas para Iquique fueron entregadas el 30 de noviembre de 1923, continuándose desde entonces con el proceso de expropiaciones de Valle de Quisma y Matilla durante el año siguiente, hasta consumarla por decreto del 23 de abril de 1924.
Hubo enormes esfuerzos de la población, los trabajadores y los productores por frenar estas medidas, llegando a recursos judiciales y campañas que se extendieron hasta el Gobierno de Junta de 1924-1925, presidida por Luis Altamirano, siendo rechazadas por las respectivas autoridades. Ni las grandes ofertas en dinero que el Estado les hacía a algunos propietarios por sus terrenos, lograban apaciguarlos o apagar sus fundados reclamos... La desproporción de fuerzas era enorme, conspirando desde un inicio contra el interés de los productores.
Vinos como los de Medina Hermanos seguían siendo premiados en exposiciones mundiales en esa misma década. La actividad continuaba sosteniéndose estoicamente, con mucha de la producción saliendo aún por el puerto de Iquique. Hacia 1925, además, se instaló la bodega de vinos de Amadeo Macua y Cía. en un gran establecimiento de calle Patricio Lynch, llegando a ser quizás la mayor de la provincia y representante de Viña Lontué en Tarapacá. Lamentablemente, por el mismo puerto entraban cada vez más cargamentos de otras localidades chilenas, también en otras variedades, lo que hizo más difícil la situación de la ya herida industria en los mercados locales.
En sus intentos finales por frenar esta tropelía contra la vitivinicultura tarapaqueña, los matillanos y quismeños enviaron a Iquique, en enero de 1935, una comisión dirigida por José Contreras y Manuel Barreda solicitando paralizar las obras de captaciones y entubado de aguas, pero también se estrellaron con el categórico rechazo y el estado monolítico de las decisiones irrevocables.
Viejos cántaros y botijas de vino en casa-museo de don Juan Huatalcho, en Pica.
Instalación ornamental con gran tinaja en Pica, sector Vergara-Prat.
Como era previsible, entonces, y al contrario de lo que habían asegurado los estudios e informes del Ministerio de Obras Públicas, la producción de vides y de vinos en Matilla y Valle de Quisma se extinguía poco a poco, conforme crecían los perniciosos efectos de la modificación del régimen de recursos hídricos en la zona, con los trabajos que todavía eran realizados por la Empresa de Agua Potable Fiscal de Iquique.
Si bien hasta 1932 Matilla producía aún unos 200.000 litros anuales, algunos repartidos en las oficinas salitreras de la región y otros exportados a Europa, con el cierre de la producción de la planta de los Medina en el mencionado año de 1937, la actividad industrial parece haber caído por completo, reduciéndose sólo a pequeños talleres y bodegas casi de producción doméstica, cuanto mucho. Desde entonces, el Lagar de Matilla quedó abandonado y silente, cayendo en la ruina como sucedió también al de Huanta y la casa-lagar de Francisco Núñez, casi vecina a la vieja botijería.
Si en 1921 los ciudadanos de Quisma y Matilla habían recibido ingresos por $3.807.500, para 1944 éstos se habían reducido a $708.000, cayendo cerca del 80%. Los antiguos viñedos acabaron cubiertos por el avance de las arenas o bien reemplazados por árboles frutales. El verdor del oasis se redujo considerablemente, fagocitado por la aridez del desierto. Incluso los intermedios de Pica y Matilla que parecían estar uniendo connaturalmente ambas localidades, comenzaron a retroceder dejándolas separadas y arenadas otra vez. Imágenes satelitales de nuestros días revelan trazos de lo que parecen muchas figuras geométricas entre los suelos estériles de la zona, correspondientes a las antiguas parcelas de verdes parras derrotadas por la aridez.
Los trabajadores de la alicaída industria también comenzaron a emigrar, viviendo un proceso de desarraigo parecido al final de la época del salitre. Para 1962, solamente veinte familias vivían de manera estable en Matilla, subsistiendo con huertos familiares y rescatando agua del rebalse de la cañerías derivadas desde las vertientes de Chintaguay. Y, para 1966, sólo diez agricultores permanecían en el Valle de Quisma regando con escurrajas sus modestos cultivos, que crecían raquíticos en donde antaño el verdor exuberante de las parras se combinaba con el de la producción de muchas hortalizas para la población de la industria salitrera.
El nulo interés de las autoridades por restaurar la alguna vez prodigiosa producción vinera de Pica y Matilla, ha quedado en evidencia con decisiones posteriores. Entre fines de los ochenta e inicios de los noventa, por ejemplo, se construyó una planta para aumentar la captación de aguas para desviarlas a Iquique, esta vez en caudales superficiales de La Quiaca, cerca de Pica.
Los nefastos efectos de estas decisiones justificadas por urgencias del progreso (siempre priorizando el camino más corto, dirán algunos), han sido comentados por Lautaro Núñez en un artículo titulado "Recuérdalo, aquí estaba el lagar: la expropiación de las aguas del Valle de Quisma (I Región)", publicado por la revista "Chungará" N° 14 de 1985, en Arica. También fueron detalladas con testimonios en un excelente y nostálgico capítulo del documental "Al Sur del Mundo" de la temporada de 1999, capítulo "Tarapacá: epopeya del hombre en el desierto" (Sur Imagen, Canal 13 de la Pontificia Universidad Católica de Chile), donde se alcanzó a entrevistar a varios sobrevivientes de aquella epopeya de la historia vitivinícola nacional y sus tragedias.
Hay períodos en que se ha producido chicha de uva en algunas de esas instalaciones de extintos vinos dulces piqueños y matillanos, pero en cuanto al rubro agrícola, la producción de vid que antes se usaba en la vitivinicultura ha acabado desplazada por la de frutas, especialmente cítricos y tropicales. De esta actividad surgió una adaptación de limeros de la variedad swing, que conocemos hoy como el famoso limón de Pica, de alta cotización en gastronomía, repostería y coctelería.
De aquella prometedora industria que habría cambiado el desarrollo económico y social de la Provincia del Tamarugal y que estaba unido las dos localidades de Pica y Matilla con el crecimiento material, hoy sólo quedan algunas botellas y muestras de etiquetas recordándolos en el Museo de Pica, y ese antiguo lagar colonial de Matilla, más algunas tinajas, botijas y cántaros de los siglos XVIII y XIX repartidos en algunas casas de la localidad, como la de don Juan Huatalcho en Pica, aunque todos ellos ya secos, en desuso o hasta trizados.
Son todos los vestigios que hay de la época de oro que tuvieron estos extintos vinos dulces de Tarapacá, sacrificados como cordero bíblico en aras del progreso y del avance material de la sociedad.

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