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OSNOFLA: LA COMEDIA Y LA TRAGEDIA DE UN CREADOR PROLÍFICO

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Caricatura de Osnofla en sus días de colaborador y subdirector de revista "Pobre Diablo".  Imagen gentilmente proporcionada por Mauricio E. Valenzuela.
Coordenadas: 33°26'5.75"S 70°39'15.36"W (ex lugar de su residencia)
"¡Pero si el autor vivía aquí mismo, en una pensión de Mapocho!", fue lo que oí de un viejo vividor hace años, durante mis días investigando algo de la historia del barrio riberano de la ex estación, al tiempo que cantaba ese extraño poema de acentos forzados y anómalos, y que en mi ignorancia (como la de muchos otros) también creía obra de Nicanor Parra.
Empero, es tan difícil comenzar a buscar algo partiendo de cero; de la nada absoluta, porque la memoria cultural chilena ha sido infamemente cruel con Osnofla, al punto de que casi no ha querido dejar pistas sobre su prolífico paso por el mundo de la sátira editorial y hasta ha avalado -de alguna manera- una impostura sobre la autoría de su más célebre poema de humor.
De haber sabido antes que Luis Enrique Alfonso Mery, más conocido en su época por ese pseudónimo de Osnofla (su propio apellido, invertido) había sido familiar de mi amigo Mauricio Emiliano Valenzuela, todo habría sido tan fácil... Tan fácil y tan justo. Sólo me enteré de este parentesco cuando publicó su propio artículo de recuerdo por el autor: "Calles Morandé y Osnofla", del diario "La Nación Domingo" del 14 de noviembre de 2010. Hace poco, además, él ha difundido algunas imágenes sobre el caricaturista, que me motivan a completar aquí en el blog este artículo que tenía pendiente por largo tiempo ya.
Salvo por un puñadito de investigadores del comic chileno que han escrito algo en la internet sobre el autor, como sucede en el excelente sitio de Ergocomics.cl, Osnofla ha pasado al virtual olvido en los medios, a pesar de haber sido un talentoso periodista satírico, poeta y caricaturista de editorial Zig-Zag. Solía firmar también como OSN, Love de Pega, Chiri Moya y Baudelaire Gutiérrez. Si bien el señalado sitio web declara que no participó en la más famosa revista satírica chilena, la "Topaze", documentación que me ha facilitado Valenzuela confirma que el autor sí figuraba como redactor en aquella tira, pocos años antes de fallecer y cuando ya se hallaba residiendo en los bordes del Barrio Mapocho. Esto también aparece mencionado en una nota póstuma hecha por la revista "Pobre Diablo".
Portada del libro "Fidel Cornejo y Cía", de Romanangel con prólogo de Antonio Acevedo Hernández, 1935. Ilustración de Enrique Alfonso, alias Osnofla. Imagen gentilmente proporcionada por Mauricio E. Valenzuela.
Según señala el experto en historia del cómic chileno Mauricio García, los inicios de Osnofla habrían sido en una revista de humor con noticias en broma e ilustradas, titulada "Garabatos", comentada alguna vez incluso por figuras como Pablo Neruda y Alfonso Calderón. Fue colega directo de grandes consagrados de estas artes, como René Ríos, alias Pepo, y Jorge Carvallo, alias Jorcar. Amigo de importantes intelectuales, pintores y artistas, en 1937 había participado en la revista "Fantoches" de Zig-Zag, cuya temática era periodismo de espectáculos, siendo allí el principal colaborador, acompañado de otros caricaturistas como Pekén y Luciano Valencia. En esta revista estaba a cargo de una sección jocosa titulada "La farsa de los proverbios". Ese mismo año se incorporó a la revista infantil "Campeón", cuya circulación no duró mucho, aunque hoy es apetecida por coleccionistas.
"Alfonso, que fue desde su adolescencia un humorista -dirá después la editorial de la mencionada "Pobre Diablo"-, para encarar la vida y para observarla, no obstante su pluma fácil y su cultura, no quiso imprimirle otro curso a su carrera literaria que la que le señalaba su índole satírica. Nunca escribió sino en broma, y su copiosa obra en prosa y en verso explotó nada más que los temas risueños y joviales".
Jorge Montealegre, importante recuperador de la obra de Osnofla y de otros grandes exponentes del rubro, informaba que éste trabajó también en revistas infantiles como "El Peneca", para la que, además, producía la viñeta "Dos Pelos y su abuelito", concebida como publicidad para el clásico producto alimenticio "Cocoa Raff". Además, participó en el equipo de la revista "La Familia Chilena", de corta circulación en 1944. Otras actuaciones las tuvo en revistas como "Sucesos", "Monos y Monadas" y "Correvuela".
Viñeta humorística de Osnofla (OSN), republicada por Ergocomic.cl.
Su más transcendente y longevo trabajo, sin embargo, fue una especie de canción-copla que ha sido llamada "Poema XXI", así renombrada aparentemente por Hernán Díaz Arrieta, el crítico Alone, quien la consideraba entre los 100 mejores poemas producidos en Chile. El apodo del poema alude a los "20 poemas de amor" de Pablo Neruda, personaje que estuvo muy vinculado a la difusión del mismo, como veremos.
Corresponde a una curiosa y jocosa obra de versos que él estructuró de una manera muy particular, echando manos al recurso de forzar deliberadamente la acentuación de varias palabras al final de ciertas líneas, para darle a los versos un ritmo particular en las rimas. Dice este extraño y feliz experimento de Osnofla, que llegó a ser considerada como una especie de canción popular en su época:
Fue una tarde triste y pálida
de su trabajo a la sálida
pues esa mujer neorótica
trabajaba en una bótica.

Cuando la vi por vez primera
una pasión efimera
me dejó alelado, estúpido
con sus flechas el Dios Cúpido
que con su puntería sabia
mi corazón herido habia.

Me acerqué y le dije histérico:
- Señorita, soy Fedérico.
¿Y usted? Respondió la chica:
-Yo me llamo Veronica.

Y en el parque a oscura y solos
nos quisimos cual tortolos.
Pasó veloz el tiempo árido
y a los meses el márido
era yo, de aquella a quien
creía pura y virgén.

Llevaba un mes de casado
lo recuerdo fue un sabado.
La pillé besando a un chico
feo, flaco y raquitico.
De un combo la maté casi
Y a ella, entonces, le hablé asi:

“¡Yo que te creía buena y cándida
y has resultado una bándida!
Y el honor solo me indica,
mujer perjura y cinica,
después de tu devaneo,
que te perfore el craneo”.

¡Y maté a aquella mujer
de un tiro de revolver!
El poema de Osnofla, siendo recitado por el locutor Hernán Inostroza.
Según tengo entendido, el poema tenía por título original "La Botica" (o mejor dicho, la "La Bótica"), aunque en otros lados se comenta que su verdadero nombre era "La eterna historia".
Lamentablemente, como el recuerdo del motejado "Poema XXI" trascendió más allá del recuerdo y la gratitud hacia su auténtico creador, se extendió con él también un error que ya parece generalizado: que pertenecería al repertorio creado por Nicanor Parra, por la razón de que el antipoeta solía recitarlo con frecuencia y quizás sin la precaución de advertir que pertenece originalmente a Osnofla. No ha faltado también quien especula que pertenecía a Pablo Neruda y que quedó fuera de sus "20 poemas de amor" por misteriosas razones, desde donde fue tomado "prestado" por Parra. Para peor, la Internet se ha encargado de esparcir más todavía estos errores, salvo por algunas fuentes bien informadas como las que he señalado más arriba.
No es casual el vínculo que se establece con Neruda en el poema: se cuenta que el futuro Premio Nobel solía recitarlo ante sus amigos y con mucha emoción, en el bar de su propia casa en Valparaíso o en el "Club La Bota", llevándolo después hasta sus recitados en México. Su popularidad se hizo tal que solía ser cantado en reuniones familiares y encuentros festivos, pasando después al repertorio de declamaciones en vivo del antipoeta Parra, como hemos dicho. El gran sarcasmo de la historia es que al "Poema XXI", por estas mismos razones, se lo cita frecuentemente como creado por quienes en realidad sólo lo popularizaron, difundiéndolo ante sus amigos y su público admirador.
Casado y socio del círculo de periodistas desde 1946, Enrique Alfonso efectivamente vivió sus últimos años en Barrio Mapocho, frente a lo que hoy es la Facultad de Teatro de la Universidad de Chile (Sede Pedro de la Barra), arrendando en el tercer nivel de calle Morandé 763, en un hotel de fachada enladrillada con arcos y largas escalas de acceso, con maderas crujientes en cada piso, que bien puede remontarse a los primeros años del siglo XX. En sus bajos tenía este edificio negocios como la "Imprenta de Chile", donde ahora hay un local de venta de poliestireno. Se encuentra, a su vez, entre el Hotel Valparaíso (del que ahora forma parte) y el Palace Hotel, reliquias dominando las esquinas de la cuadra en los buenos años de la actividad ferrocarrilera del sector. La construcción de este último ha sido recientemente demolida, a causa de los estragos que provocó el terremoto de 2010 en su estructura, llevándose de paso famosos boliches que estaban en sus bajos como el bar "El Olímpico" (ahora reubicado cerca de allí), la "Peluquería Morandé" y, por el lado de Rosas, la tienda de telas de don José Musa, de la que ya he hablado en otro artículo.
Sin embargo, allí en su refugio de pisos tableados y con alto techo, Osnofla vivía un drama lejos de la risa y el ingenio de sus caricaturas humorísticas: el alcohol había comenzado a destruir su vida, consumiéndolo desde adentro, como a tantos otros hombres del Barrio Mapocho ha sucedido también, por extraña recurrencia. A pesar de sus visibles convalecencias, sin embargo, se presentaba animosamente a trabajar y siempre manteniendo su inagotable sentido del humor.
Enrique Alfonso Mery, hacia sus últimos años. Imagen publicada en "Pobre Diablo".
Sus últimas incursiones profesionales fueron establemente en la revista "Pobre Diablo", redactando textos hilarantes e ilustrándolos él mismo, con el pseudónimo de Chiri Moya como la principal de sus varias rúbricas. Las portadas de esta revista eran célebres por llevar la mano de Pepo en aquellos años, en la segunda mitad de los cuarenta. Alfonso estaba a cargo de una sección especialmente divertida dentro de la publicación: "El Ring Poético".

Osnofla, el creador sarcástico, falleció en enero de 1949 según reporta nuestro amigo Valenzuela. Murió en casi completo olvido, viviendo esos últimos y tormentosos años en su habitación-refugio del hotel de Morandé "inadvertido, casi solo, hecho pedazos por el ardiente vicio de Baco, certeza y precio que pagan los poetas amantes de la noche y la bohemia", según lo describirá más de 60 años después.
García recuerda las palabras de Pepo para la despedida de su colega de trabajo en "Pobre Diablo", revista donde se le hizo también un homenaje póstumo, para quien había sido su subdirector: "Sólo al final de su vida pidió permiso para descansar", dijo en su memoria.
Como escribí hace un par de años en otro artículo que publiqué en la comunidad de Contenidos Locales, es un acto de justicia, entonces, advertir que el llamado "Poema XXI" que tuviera tanto valor en su tiempo y que sigue dando prestigio a otros autores ya consagrados y debidamente premiados en las artes líricas, pertenece en realidad a Luis Enrique Alfonso Mery, su auténtico y legítimo creador.
El viejo hotel de calle Morandé (al centro, el de fachada de ladrillo y columbas de sus arcadas pintadas azules), en cuyo tercer piso pasó sus últimos días Osnofla.

EL ENIGMA DE LA CIUDAD DE SANTIAGO EN UNA MILENARIA PIEDRA DEL MUSEO VICUÑA MACKENNA

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Fotografía del paseo del Cerro Santa Lucía recién inaugurado. Se cree que la piedra en cuestión podría haber sido hallada en este cerro durante los trabajos iniciados hacia 1872 por la Intendencia de Santiago, por entonces a cargo de don Benjamín Vicuña Mackenna.
Coordenadas: 33°26'28.44"S 70°38'1.75"W
He publicado con anterioridad las dos primeras partes relativas a los estudios históricos y arqueológicos que demostrarían la existencia de un asentamiento humano en el Valle del Mapocho desde mucho antes de la fundación oficial de la ciudad de Santiago y bajo administración del Tawantinsuyu. La primera parte la dediqué directamente a los trabajos publicados por Stehberg y Sotomayor en base al material arqueológico del valle, y la segunda en relación a los documentos coloniales y crónicas que irían en demostración de esta teoría.
Sin embargo, para abordar la siguiente parte de esta serie y especialmente los capítulos relativos a la existencia de una geografía sacra dentro del valle mapochino creo necesario traer al blog -primero- algo relativo a la piedra ceremonial que fue encontrada en la planta histórica de Santiago y que se halla ahora en el Museo Nacional Benjamín Vicuña Mackenna, en el número 94 de la avenida del mismo nombre. Hasta hoy, sólo tenía publicada una nota corta en otro sitio, que pretendo usar de base para extenderme en ésta.
En efecto, lo que publicaré sobre los estudios relativos a aquella geografía sacra de Santiago por parte de autores como Bustamante y López, servirían para explicar aunque sea en parte el misterio de esta enigmática piedra (y viceversa) de la que muy poco se sabe y sobre la cual rondan más incertidumbres que certezas.
La señalada pieza lítica se encuentra perfectamente a la vista e incluso al alcance de las manos de los visitantes del Museo Vicuña Mackenna, allí en su entrada alrededor de la fuente de mármol. De buen tamaño y forma casi redonda, en una mirada rauda podría parecer sólo una pieza más de las muchas piedras tacitas que existen en territorio chileno. Sin embargo, en la misma muralla donde está incrustada hay otra que es del tipo piedra tacita y con tres concavidades, que creo sospechosamente parecida por material y tipo de factura a las que existen también en el Museo Nacional de Historia Natural. Mirando las dos rocas encastradas en esa misma pared, salta a la vista en la comparación que la piedra misteriosa de nuestra atención tiene notorias y definitivas diferencias con lo que sería una de tipo tacita.
La extraña piedra ceremonial, en el Museo Vicuña Mackenna.
Acceso del Museo Vicuña Mackenna, donde se encuentra el muro con las piedras.
La ubicación de ambas piedras es en el señalado muro de roca canteada, sobre la habitación que alguna vez fuera el despacho personal de don Benjamín Vicuña Mackenna, donde tenía también su archivo y biblioteca particular. Este pabellón, a su vez, era parte de la residencia principal que el ex Intendente de Santiago tenía en tal terreno, constituyendo lo último que queda en pie de aquella quinta. Debe recordarse que esta obra fue declarada Monumento Histórico Nacional en 1992 y su valor histórico es enorme: en la misma residencia vivió provisoriamente, también, el ex Presidente de la Argentina don Bartolomé Mitre, en 1883 durante su última visita a nuestro país, el mismo donde había pasado antes sus días como exiliado de la dictadura de Rosas. Ambas piezas arqueológicas son parte de este monumento, en consecuencia.
Es difícil interpretar los grabados de la piedra ceremonial, la principal allí adosada. A ojo de ex diseñador, ni siquiera me parece que esté en la posición correcta, sinó que apostaría -con timidez- a que se halla algo girada, a pesar de lo abstracto de la misma y si es que alguna vez sus creadores pensaron en que pudiese ser mirada de esta manera en vertical. Sin embargo, se cree con buenas razones que podría interpretar una suerte de "maqueta" del valle alrededor del río Mapocho, y que las hendiduras geométricas serían campos de cultivos atravesados por desviaciones o canales del mismo, hechos en tiempos perdidos de la oscuridad de la historia de esta región. Le encuentro cierto aire familiar, además, con la estructura de los canchones o eras que he observado con frecuencia en zonas de antigua agricultura al interior de Tarapacá, por ejemplo. Su origen estaría, por lo que se supone, en un esfuerzo por establecer alguna relación mágica y religiosa entre el cultivo en el Valle del Mapocho y la importancia de las aguas de riego en la ancestral colonia incásica que aquí parece haber tenido sitio.
Las tacitas ubicadas a su lado en la residencia decimonónica, acaso formaban parte del mismo escenario en que fuera encontrada la roca, por lo que quizás vienen a demostrar el carácter ritualista que algunos estudiosos le adjudican también a estas piezas, aunque por ahora no serán objeto de nuestra principal atención.

No está claro cómo fue que ambas rocas cuidadosamente talladas por expertos canteros precolombinos, llegaron a ese muro del actual Museo Vicuña Mackenna. Sí se sabe que la residencia del ilustre intelectual fue hecha entre los años 1871 y 1874, por el ingeniero y cantero experto Andrés Staimbuck. La fabricó con piedras que iba retirando del Cerro Santa Lucía, precisamente, casi al mismo tiempo que allá se ejecutarían los trabajos de construcción del paseo  que el Intendente Vicuña Mackenna ordenó en el ex Cerro Huelén, cumpliendo con ese sueño que casi lo llevó a la ruina. Puede suponerse, por consiguiente, que las dos piezas líticas que fueron colocadas en los muros exteriores de su casa, también fueron encontradas en el mismo cerro, aunque falta la confirmación final de este dato.
Cabe recordar que otra roca intervenida por manos humanas y que se encuentra junto a la piedra inaugural del Puente de Cal y Canto, hoy en la entrada poniente del mismo Cerro Santa Lucía, también parece mostrar alguna ancestral y desconocida representación tipo "maqueta", quizás del mismo peñón del Huelén según algunas opiniones. Sin embargo, en su caso corresponde a una roca de material más claro y granuloso, a diferencia de las que fueron colocadas en la casa del Intendente de Santiago, que son de aspecto basáltico, oscuras, muy sólidas y de apariencia parcialmente pulida.
Por otro lado, es sabido que el peñón del Huelén era considerado un bastión de gran importancia para los indígenas locales todavía en los tiempos de la llegada de don Pedro de Valdivia, quien corrió de allí a los habitantes del cerro, el clan del cacique Huelén-Huara, e hizo instalarle una ermita dedicada a Santa Lucía.
La piedra tacita que acompaña a la roca ritual, en el mismo muro del pabellón que perteneció a la residencia de Vicuña Mackenna.
El arqueólogo Luis Cornejo es uno de los que cree en la alta posibilidad de que la piedra ritual del Museo Vicuña Mackenna haya estado originalmente en alguna parte del Cerro Santa Lucía, según comenta en un interesante artículo que forma parte del trabajo "Mapocho, torrente urbano", escrito por varios autores (Matte Editores, Santiago de Chile, año 2008). De paso, Cornejo parece ser uno de los pocos autores que he encontrado refiriéndose a la pieza en cuestión y de manera más o menos extendida. Agrega en su texto que la presencia de la piedra en el antiguo Huelén puede ser evidencia de que los incas habían constituido en él una huaka para rituales kapacocha, de sacrificios humanos, y que la piedra probablemente buscaba alguna relación ceremonial con la comentada productividad agrícola. De ahí su estrecho nexo con la posibilidad de que esté vinculada a la presencia de un asentamiento prehispánico súbdito del incario en el Valle del Mapocho.

Sorprendentemente, piedras "maquetas" del mismo tipo que ésta han sido encontradas sólo en las huakas ubicadas en importantísimos centros políticos y ceremoniales del Tawantinsuyu, como el de la ciudad capital imperial del Cuzco, en Apurimac, en Ingapirca (Ecuador) y en Samaipata (Bolivia). Personalmente, he oído una opinión de que la pieza puede ser incluso anterior al arribo de las huestes incásicas por estas tierras, pero la escasa información disponible no aporta mucho más al respecto.

Cuando se instaló el Museo Nacional Benjamín Vicuña Mackenna en lo que quedaba de la casa del intelectual y los terrenos de su quinta, en 1957, ambas piedras se mantuvieron en su sitio. Se construyó la pileta con la antigua fuente de aguas que antes estuvo en el cerro, al igual que algunos jarrones decorativos de mármol y otras instalaciones ornamentales e históricas. Las dos rocas forman parte del conjunto y se ven desde afuera del recinto inclusive, aunque pocos pueden sospechar el inmenso valor de ambas piezas y, particularmente, el misterio que encierra ese extraño diagrama o esquema del Valle de Mapocho, hecho quizás por las manos del inca y conteniendo el secreto místico o ceremonial que tuvo este territorio donde arribara después el español, para fundar y poblar la definitiva ciudad de Santiago del Nuevo Extremo.
Cabe preguntarse, en tanto: ¿Qué clase de valor ritual pudo tener el Valle del Mapocho para la civilización que confeccionó la piedra? ¿Por qué y para qué la tallaron dentro de este mismo concepto ceremonial? ¿Simboliza un lugar geográfico preciso o sólo una representación subjetiva? Las respuestas están ocultas en la misma piedra, precisamente, que por ahora sólo podemos interpretarla con legítimas incertidumbres, aunque relacionándola con las próximas partes de la serie que pretendo seguir difundiendo acá sobre los estudios del misterioso establecimiento incásico anterior al Santiago hispánico.
Roca con "tacitas" en la exposición permanente del Museo Nacional de Historia Natural de la Quinta Normal. Para mi gusto, la pieza tiene cierta semejanza con la piedra tacita que acompaña a la roca ceremonial del Museo Vicuña Mackenna.

GUÍA TÉCNICA DEL BUEN BORRACHO: GALERÍA DE LOS MÁS COTIZADOS "TERREMOTOS" DE LA CIUDAD (QUINTA PARTE)

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Me ha costado sacar adelante esta quinta guía de tragos "terremotos" de Santiago: por muchas razones que considero preferibles, he decidido ir apartando un poco al alcohol en todas sus propuestas, aunque mantengo la travesura del título original de esta serie de entradas. Suscribo más bien a la idea de que el fomentar la borrachera no puede ir más allá de la humorada o del chiste fácil, digamos a lo canción de "Los Mox!", pero quisiera no hacerme parte ya de los dramas que involucra la ingesta desmedida de bebidas embriagantes que practica nuestro pueblo, por alguna extraña razón cada vez más infeliz y triste desde que recuperó sus noches de vida bohemia por las que tanto lloraba, olvidando que aquellas eran un reflejo del ánimo contenido en el día y no una mera válvula de escape a las desgracias de ese mismo día.
Qué decir, entonces: sólo invitar a mis compatriotas a seguir disfrutando de la ambrosía de nuestro trago nacional no reconocido, el "terremoto", pero con las archiconocidas advertencias de no conducir, no desafiar la buena suerte y no olvidar que vivimos en una sociedad atestada de ladrones y asaltantes al acecho del indefenso, para desgracia del orgullo patrio, y que han encontrado en los discursos sociales y dogmas sociológicos una buena excusa ante el tribunal para diluir en todo el resto ciudadano lo que, a fin de cuentas, son sus responsabilidades individuales.
Me explico: sería una lástima que el embriagante y alegrador "terremoto" pasara algún día desde este estatus cultural y folklórico al anatema de vicio provocador de muerte, accidentes o conductas reñidas con la convivencia mínima. Parte del esfuerzo de quienes fomentamos su conocimiento y veneración, entonces, debe ir orientado también en promover su consumo responsable, aunque sea por  protocolo. No quiero entrar en prédicas de mesura cínica, por supuesto,  pero el lector recordará una máxima a la que ya antes me he referido en este blog: incluso para quedar botado de ebrio, hay formas medianamente responsables e inteligentes de hacerlo.
Bien, quise empezar con esta pequeña reflexión esta quinta parte, no sólo para aprovechar el artículo como si se tratase de una plegaria, sino para explicar mi demora en producirlo después de largo tiempo publicado ya el anterior y para recalcar que los locales no faltan para degustarlo y retratarlo acá, sino que ha fallado la voluntad del autor en hacerlo... O acaso ha tenido éxito esta misma voluntad, por cuanto esta sequía de textos sobre el "terremoto" son reflejo de la mesura que pretende mantener quien escribe con respecto al consumo de estas cautivantes bebidas alcohólicas típicamente chilenas y a las que deseo larga vida, al igual que a sus vibrantes bebedores.
No me privaré, sin embargo, de la proclama terremotil veritas et terraemotus! y les recuerdo la ubicación de nuestras cuatro guías anteriores, que han sido copiadas y hasta plagiadas, pero jamás imitadas:
Finalmente, y sin más preámbulo ni reflexiones, pasemos a nuestra guía quinta sobre los mejores tragos "terremotos" de Santiago, clarando desde ya que los valores y características aquí señalados corresponden al período de otoño 2013. Muchos saludos a todos.
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Coordenadas: 33°28'24.29"S 70°38'56.00"W
  • LUGAR: "El Molino"
  • DIRECCIÓN: Franklin 1140, Barrio Matadero-Bío Bío, Santiago.
  • VALOR: $ 1.700
  • CARACTERÍSTICAS: Vino pipeño muy rico, precautoriamente refrigerado, al que se le agrega fernet, granadina y helado de piña tipo agua. Como se prepara a la vista del comensal, uno puede decidir si lleva todos los ingredientes adicionales, sólo uno o ninguno. Servido con bombilla en caña de medio. Diría sin miedo a equivocarme que es uno de los mejores de todo ese sector del mercado popular del ex Matadero y del Biobío.
  • HISTORIA: La Tía Audelina, patrona del local, dice que vende "terremotos" prácticamente desde que abrió este popular boliche del Barrio Matadero, hace unos diez años, aunque su consumo es mayor en las estaciones calurosas. Acá vienen a pedirlo trabajadores de mercados y ferias del sector, aunque el público del local es surtido. El buenísimo pipeño parece ser el principal pie de apoyo del "terremoto" que aquí se oferta.
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Coordenadas: 33°31'20.31"S 70°35'57.51"W
  • LUGAR: "La Chinita"
  • DIRECCIÓN: Avenida Vicuña Mackenna Poniente 7434, Paradero 14, La Florida.
  • VALOR: $ 1.700
  • CARACTERÍSTICAS: Se trata de otra receta con características particulares, o "terremoto" de la casa. En este caso, además del clásico vino pipeño, el helado de piña es de tipo crema, muy sabroso, al que se agrega fernet, un poco de pisco y también algo de cacao, dándole un sabor bastante propio y característico del que no tengo reparos. "Terremoto negro", podríamos llamarlo si así se quiere, aunque no confundir con otras versiones casi experimentales que se venden con vino tinto y helado de frutilla, por ejemplo. Se sirve en vaso de medio con bombilla. Los "terremotos" del Paradero 14 tienen fama de ser los mejores de La Florida, y el de "La Chinita" cumple con este estándar.
  • HISTORIA: Hace tanto tiempo que lo venden ya, que nadie recuerda en la administración del local la fecha en que se incorporó en la carta de tragos. Algunos dicen que parece haber estado allí siempre, y los viejos carteles exteriores del local donde también aparece ofrecido este clásico "terremoto" verifican una situación bastante parecida. Aunque el público es ecléctico en este local, el "terremoto" tiende a ser más solicitado ente gente joven o visitantes de edad universitaria. Francamente, lo encontré de los mejores disponibles en todo este sector de Santiago Sur y lo recomiendo totalmente.
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Coordenadas: 33°30'32.98"S 70°45'30.69"W
  • LUGAR: "La Higuera"
  • DIRECCIÓN: Chacabuco 84, sector central de Maipú (cerca de la Plaza Maipú).
  • VALOR: $ 1.700
  • CARACTERÍSTICAS: Vaso cercano a la medida del medio, quizás un poquito menos, con helado de piña más bien de tipo crema, y un vino pipeño de tipo muy claro de color pero deleitoso que ya he visto en otros locales de Santiago, y que parece bastante apropiado para esta mezcla terremotil. A lo James Bond:agitado, no revuelto. Se puede servir con fernet y/o granadina según el gusto del cliente. Servilleta, bombilla y ¡listo! Es muy dulce aunque no llega a ser relajante, y la mezcla de pipeño con helado me pareció óptima en proporciones.
  • HISTORIA: Éste debe ser el "terremoto" más antiguo que se venda en la comuna de Maipú, curiosamente tan cerca de la plaza y el Templo Votivo. Esta picada, "La Higuera", es una de las más tradicionales de todo el país, además, por lo que difícilmente no podría encontrarse acá el trago que lleva con justicia largo tiempo ya en su carta. Lo piden jóvenes y viejos, según mi percepción, y en la relación precio-calidad sin duda se trata de una de las buenas ofertas que existen para el "terremoto" acá en la Región Metropolitana.
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Coordenadas: 33°26'43.74"S 70°39'33.90"W
  • LUGAR: "Restaurant 18"
  • DIRECCIÓN: Alameda Bernardo O'Higgins 1653 esquina Fanor Velasco, Metro Los Héroes
  • VALOR: $ 2.000
  • CARACTERÍSTICAS: Un "terremoto" con medio litro de verdad, en la clásica jarra schoppera que se ha integrado a la oferta terremotil entre quienes manifiestan interés por demostrar que su producto es, efectivamente, de 1/2. Lleva un pipeño ámbar que tiende al color oscuro y que se sirve allí mismo en la sala del comedor, desde una gran barrica manipulada por las meseras. El helado es piña al agua y se agrega una porción mediana, a la que se adiciona después el fernet y la granadina, más de esta última que la otra. Servido con bombilla, nada más, la mezcla y los ingredientes que se usan en este local logran un buen equilibrio entre dulzor y acidez.
  • HISTORIA: Aunque dicen en "El 18" que venden terremoto "desde siempre", recuerdo que en mi época universitaria el trago no existía por ninguno de estos barrios relacionados con casas de estudio, aunque sí lo ofertan desde hace algunos años especialmente por la gran cantidad de estudiantes y jóvenes que deambulan por el sector. Este histórico restaurante, como se recordará, ocupaba los bajos del recientemente siniestado Palacio Iñiguez por el lado de Dieciocho, al otro lado de la Alameda, y de ahí su nombre. Muchos creían que el traslado al actual local iba a ser provisorio, mientras se hacían remodelaciones y mejoras en el edificio, pero el reciente gran incendio que destruyó gran parte del mismo mantiene en suspenso esta posibilidad. Mientras tanto, se puede ir a beber algún "terremoto" al nuevo local de "El 18" desde el cual se puede mirar por los ventanales el edificio semi-destruido.
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Coordenadas: 33°26'15.76"S 70°39'15.97"W
  • LUGAR: "El Nuevo Congreso"
  • DIRECCIÓN: Catedral 1221, Santiago Centro.
  • VALOR: $ 1.700
  • CARACTERÍSTICAS: Estupendo y aún joven "terremoto" con pipeño clarito de sabor concentrado, helado de piña con algo de mixtura, quizás levemente más cargado al agua, y que puede ser servido a gusto del cliente con fernet, granadina o ambos, tendencia que ya estoy notando generalizada entre los expendios del trago. Se sirve en el clásico gran vaso de medio y, en este caso, me toca con un pequeño regalo de la casa: una pequeña porción de papas fritas como acompañamiento. Buena atención y a la altura del buen "terremoto".
  • HISTORIA: Es otro de los "terremotos" recientemente presentados a la ciudad, con quizás menos de dos años en oferta. Sin embargo, como "El Nuevo Congreso" es una de las picadas más tradicionales y pintorescas que pueden encontrarse en el Centro de Santiago, casi al lado del ex Congreso Nacional (de ahí el nombre), podemos preverle un buen futuro a esta propuesta que extraña no haya estado antes en las cartas del querido boliche de doña María Teresa, considerando además que los pipeños de buena medalla ya estaban hacía tiempo entre los atractivos del local. 
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Coordenadas: 33°26'21.81"S 70°40'17.52"W
  • LUGAR: "La Picada de Gloria"(ex "Café Santa Julia")
  • DIRECCIÓN: Catedral 2492, esquina García Reyes cerca del Metro Cumming, Santiago Centro.
  • VALOR: $ 1.500
  • CARACTERÍSTICAS: Se sirve a la vista del cliente en un gran vaso cercano al medio litro. Muy apropiado pipeñito, acompañado del infaltable helado en consistencia media, particularmente abundante aunque de ninguna manera con esa treta que ya creo haber comentado de algunos locales, que con la piña fría pretenden esconder la baja calidad del vino o combinaciones un poco "brujas" con aguardiente o licores de mal alambique. Aunque todo se hace ante la atenta mirada del comensal, a la adición del fernet y de la granadina se suma la de alguna goma o jarabe que forma parte de los "ingredientes secretos" de esta buena receta.
  • HISTORIA: Fabiola, la patrona del negocio, prepara personalmente esta receta desde que tomó las riendas totales del negocio este año. Es un local curioso, donde se pueden comer también las célebres sopaipillas pasadas que allí se ofertan, además de su cola de mono. Me cuentan que ya tiene parroquianos leales al "terremoto" los fines de semana, que llegan en grupo. El local destaca principalmente por su estilo retro, tipo cantina vieja, con una saturada decoración de toda clase de objetos, herramientas y cuadros antiguos, convirtiéndose en esa clase de picadas donde la vista de curioso jamás estará quieta y tranquila... A menos que se le pasen de cuota los "terremotos".
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Coordenadas: 33°26'1.51"S 70°37'30.12"W
  • LUGAR: "Arcano"
  • DIRECCIÓN: General Salvo 88, Providencia, Estación Metro Antonio Varas.
  • VALOR: $ 2.000
  • CARACTERÍSTICAS: Debe ser uno de los mejores "terremotos" que he probado en el ambiente de los pubs y fuera de las cantinas más tradicionales que lo vieron nacer. Lleva pipeño dulce y de gusto popular, de un perfecto color amarillo ámbar, más un deleitoso helado de piña cuya textura también parece mixta, entre agua y crema, aunque de sensación más emulsionada al paladar: oro puro pasando por la bombilla. Como ya se ha vuelto corriente, puede llevar fernet, granadina o ambas, según lo solicita el cliente, aunque aquí se sirve toda la mezcla en un vaso de medio grande y estilizado, sello de la casa.
  • HISTORIA: El "terremoto" también es reciente en el "Arcano". Lo propusieron un día en la carta, durante el verano, se quedó para el resto del año y aún sigue vivo, solicitado por los varios concurrentes que tiene este conocido pero aún incipiente barrio bohemio del sector Antonio Varas. No estoy seguro aún de si éste es el único pub en esas cuadras que ofrece regularmente el "terremoto" como parte de la lista de tragos, pero sí tengo claro que su oferta rompe con el prejuicio de varios hermanos terremotos, respecto de que es imposible encontrar un buen y auténtico "terremoto" en el ambiente masivo de los pubs o clubes más sofisticados de Santiago, que estén fuera de su circuito tradicional o más conservador. Pueden ir cuando quieran para verificarlo.
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Coordenadas: 33°26'20.68"S 70°41'28.13"W
  • LUGAR: "Sociedad Mutualista Unión Fraternal" (llamado también "Restaurant El Fraternal")
  • DIRECCIÓN: Santo Domingo 4105, esquina con Patria Nueva a pasos de la Estación Metro Gruta de Lourdes, Quinta Normal.
  • VALOR: $ 2.500
  • CARACTERÍSTICAS: Este "terremoto" vale enteramente lo que se paga. Se prepara con todo en magnífica calidad: el pipeño Italia, de un dulzor único, el helado de color un tanto beige, además de una textura muy cremosa, y sólo un toque de fernet, nada más. Se sirve con dos bombillas y un palillo de madera para que se pueda revolver la mezcla mientras se bebe. Se sirve en una jarra cervecera de unos 400 c.c. según calculo, o un poco más. Un "terremoto" inconfundible y de tremenda calidad que recomiendo sinceramente.
  • HISTORIA: Ya he hablado recientemente de este tradicional centro bohemio de la Quinta Normal, en una entrada anterior. A diferencia de otros casos que hemos visto en esta cuenta, el "terremoto" del viejo boliche parece ser antiguo, remontándose cuando menos a la llegada de la administración del señor Rodríguez en el local, hará unos 12 años. Fundado en 1873, no todos los días se puede decir con propiedad que uno bebe un "terremoto" en un local de 140 años... Y si además ese "terremoto" es uno de los mejores de la ciudad, la combinación resulta perfecta.
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Coordenadas: 33°26'31.55"S 70°39'53.40"W
  • LUGAR: "Goodrinks"
  • DIRECCIÓN: Agustinas 2027 casi esquina Brasil, Barrio Brasil
  • VALOR: $ 1.800
  • CARACTERÍSTICAS: Vino pipeño con tendencia al seco, no tan dulce como otros casos. En comparación con otros locales, acá le ponen bastante granadina y fernet, lejos de la "pizca" que se ve en la mayoría de los sitios. Helado de piña de textura media a base de agua. Servido en vaso de medio de plástico (que en realidad es sólo una aproximación al medio litro, eso es sabido) y la infaltable bombilla.
  • HISTORIA: Sé que algunos consideran que la calidad del vino pipeño debe ser proporcional a su dulzor, pero yo particularmente no participo de este criterio. Me gustan también los pipeños más secos si la preparación compensa esto, y es precisamente lo que parece suceder en el "Goodrinks" de Barrio Brasil, propietado por doña Clara... Uno de los primeros boliches que comenzaron a vender "terremotos" en el Barrio Brasil, por cierto, cosa que no me extraña: este sitio, en medio de un vecindario de pubs y restaurantes de perfil universitario y adulto joven, mantiene ciertas características más propias de bar popular aunque moderno, más parecido al de los negocios que vieron nacer el trago de marras.
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Coordenadas: 33°27'3.45"S 70°40'39.70"W
  • LUGAR: "La Guinda"
  • DIRECCIÓN:  Avenida Libertador Bernardo OHiggins 3098 esquina Exposición, Santiago (a un constado de la Estación Central)
  • VALOR: $1.950
  • CARACTERÍSTICAS: Vaso de vidrio de medio, con pipeño sureño exquisito y un magnífico helado de piña tipo crema. Tienen aquí la precaución de mantener el helado en una consistencia adecuada, a diferencia de otros sitios donde cometen lo que considero un error: congelarlo y endurecerlo como ladrillo, lo que afecta después la mezcla en el vaso. Aquí el cliente puede tomarse la chance de elegir con qué quiere su "terremoto". Las opciones son coñac y ron para los avezados, manzanilla para los más innovadores y granadina para los deleitosos clásicos. Muy buena propuesta y excelente resultado, para mi gusto.
  • HISTORIA: Esta fuente de soda y restaurante se encuentra ubicada en los bajos del célebre ex Hotel Alameda y vecino al otrora famoso centro de recreación "El Chiquito", en tierra bajo dominio del comercio popular y de la Estación Central del Ferrocarril. Se recordará que este sector de la ciudad es aquel donde se considera nacido como tal el trago "terremoto" en 1985, de modo que no extraña su presencia en "La Guinda", aunque desde hace una cantidad más bien pequeña de tiempo: dos o tres años. Les recomiendo dejar alguna propina a las meseras que atienden la barra y preparan ante sus ojos este elíxir.
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Para concluir, sugiero revisar también nuestro artículo con un sentido réquiem por todos los "terremotos" desaparecidos, ya que la lista se ha agrandado en estos dos años transcurridos desde la última guía, y es así como han partido al olvido ya otros conocidos locales con venta de "terremotos", incluyendo uno de Mapocho que aparecía en esa nómina de 2011: el "Villorca", reemplazado por "La Picá  de Tonini" ahí cerca de los inicios de calle Teatinos.
Así pues, doblando la mano al destino, buenos deseos para todos los "terremoteros" por vocación y nos vemos en la sexta guía... "Veritas et terraemotus!".


LOS ANCESTRALES "PAREDONES DEL INCA" QUE BORDEARON AL RÍO MAPOCHO

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Coordenadas:  33°25'59.75"S 70°39'15.05"W (inicio, aprox.) 33°25'56.03"S 70°39'54.20"W (final, aprox.)
He estado resumiendo acá en el blog material sobre los estudios del arqueólogo Rubén Stehberg y el historiador Gonzalo Sotomayor su célebre artículo del "Boletín del Museo Nacional de Historia Natural" N° 61 de 2012, titulado "Mapocho incaico". Complementados con publicaciones de otros autores, ellos han ido demostrando la existencia de un asentamiento humano de influencia incásica en el Valle del Mapocho, antes de la llegada de los españoles y de la fundación oficial de la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo.
Con relación a este tema, importante evidencia podría ser también el caso de los "tambos", "tambillos" o "paredones del Inca" que había en la vega Sur del río Mapocho, desde el actual sector de calle Bandera o Morandé hasta la Quebrada de Saravia, hoy sector del barrio y la avenida Brasil.
De acuerdo a la información que se conoce de ellos, eran murallones relativamente pequeños que desaparecieron con el tiempo, probablemente a mediados del siglo XVII, debido a los cambios urbanísticos de la joven ciudad. Habrían estado formados por una serie de pequeños tramos construidos con piedra y enfilados a la sombra de los arbustos o junto a los pedregales del río.
¿DÓNDE ESTABAN LOS PAREDONES?
La ubicación de los paredones del Inca cerca de la salida del antiguo Camino de Chile, antigua conexión del Camino del Inca sobre la proto-ciudad de Santiago y luego la ruta de los conquistadores que fundan la colonia hispana en el valle, reforzaría la idea de la influencia administrativa e imperial incásica en el primitivo poblado de Santiago, sobre el cual los españoles sólo llegaron a ocupar y retrazar una ciudad de acuerdo a sus visiones urbanísticas. Sin embargo, veremos que también hay divergencias de opiniones al respecto.
Se cree que, originalmente, estos tambillos servían como descansos o paredes de antiguos asentamientos justo en la desembocadura del Camino de Chile y coincidente con la Cañadilla de La Chimba, actual avenida Independencia. Los españoles los encontraron como un vestigio del pasado más remoto y misterioso, casi paralelos a la actual calle de San Pablo, donde se hallan en nuestros días la Estación Mapocho y el Parque de los Reyes. Más específicamente, iban por la calle del Ojo Seco luego llamada Sama, correspondiente a la actual General Mackenna.
Basándose en lo que estudió del archivo de Protocolos de Escribanos, Tomás Thayer Ojeda habló de ellos refiriéndose a los puntos de mensura en el antiguo trazado de la ciudad de Santiago, hecho como planta original de fundación por el alarife Pedro de Gamboa:
"El antiguo límite empezaba en la calle de Tres Montes (hoy José Miguel de la Barra), seguía oblicuamente formando las calles de Santo Domingo, Esmeralda, y San Pablo y, desde la calle de Teatinos, continuaba por la de Sama, hasta un punto denominado en aquella época Paredones o Tambillos del Inca. De manera que todo el terreno situado al norte de las calles indicadas pertenecía, como ya se ha dicho, al lecho mismo del río".
Refiriéndose a los mismos trabajos de Thayer Ojeda sobre estos tambillos, Stehberg y Sotomayor describen una impresión distinta a la que los señalarían nacidos en tiempos prehispánicos, sin embargo:
"De acuerdo a este autor, los Paredones o Tambillos del Inca (...), corresponderían a una edificación realizada poco después de la fundación de la ciudad de Santiago, opinión con la cual concordamos. Sería muy poco probable que los contingentes adscritos al período Tawantinsuyu hubieran construido sobre el lecho mismo del río o en su área de inundación. Por lo demás, los españoles solían agregar la palabra viejo o antiguo para designar el origen pre-europeo de una instalación, que no es el caso. De acuerdo a los títulos de merced de tierra del valle de Aconcagua que hemos analizado en otra parte (Sotomayor y Stehberg 2007), por paredones se aludía usualmente a construcciones de piedra. Por lo tanto, con la designación de los Paredones o Tambillos del Inca, los europeos estaban indicando que se trataba de una edificación en piedra, muy distinta a las iniciales construcciones de madera y paja y posteriores de adobe que emplearon los españoles en la edificación de la ciudad de Santiago y, que sus ocupantes eran de origen peruano. La palabra Inca aquí debiera entenderse como una autoridad colonial que estuvo ligada anteriormente al Tawantinsuyu y que conservaba, en los primeros años de la fundación de Santiago, cierto status y recursos económicos, lo cual le permitió construir su vivienda, por cierto, en los extramuros de la ciudad..."
Los mismos autores señalan una ubicación precisa de estas estructuras, de acuerdo a testimonios de la época:
"...localiza con precisión el "paredón y tambillos del Inca" a unas 10 cuadras al norponiente de la Plaza Mayor y, por tanto no corresponderían a una misma instalación arquitectónica con el "tambo grande", que estaba junto a la plaza de Santiago, como supone González".
Por este último apellido, aluden a los trabajos de Carlos González Godoy, particularmente a su artículo titulado "Comentarios arqueológicos sobre la problemática inca en Chile Central", publicado en marzo de 2000 en el "Boletín de la Sociedad Chilena de Arqueología" N° 29. González, quien interpreta y comenta también los trabajos anteriores de Stehberg de los años setenta, había redactado lo siguiente sobre los "tambillos" considerándolos parte de una misma estructura que bordeaba la ribera Sur del Mapocho desde los puntos que hoy corresponden al Barrio Mapocho hasta el Barrio Brasil:
"Es probable que el "tambo grande" sea el que Tomás Thayer Ojeda ubica en su mapa de Santiago de 1600, identificándolo como "paredón y tambillos del inca" (...), cuyo emplazamiento habría estado en el sector de la actual Estación Mapocho, en la banda sur del río epónimo. Creemos que los datos del Cabildo y del mapa de Thayer corresponden a una misma instalación arquitectónica, opinión compartida por León".
Sin embargo, vimos ya que Stehberg y Sotomayor son de la idea de que estos paredones eran otros distintos del llamado "tambo grande", que debía ubicarse en la actual Plaza de Armas, según informan. Estos tambillos ribereños debieron ser construidos después de la fundación de Santiago, teoría de la que también habría sido partidario Thayer Ojeda, de acuerdo a la interpretación de ambos autores.
Detalle de la ubicación de los paredones o tambillos del inca, según plano de Thayer Ojeda.
EN EL SECTOR DEL ACTUAL BARRIO BRASIL
Empero, no fue ésta la opinión de René León Echaíz, quien se refirió a ellos como "restos incaicos que se encontraban a la actual Avenida Brasil". Un croquis publicado por el propio Thayer Ojeda en 1905, además, también revela una posición distinta a la de otros mapas para estos paredones, marginándolos a la altura del Cañaveral de García Cáceres, varias cuadras más al poniente de donde empezarían según otros planos. Gonzalo Piwonka comenta de algunas propiedades que se hallaban entre las actuales calles San Martín y Almirante Barroso, que colindaban al Norte con estos muros o tambillos, separándolos del río. Stehberg y Sotomayor suponen que se trata de los mismos "paredones" indo-hispánicos, a diferencia de los denominados "paredones viejos de la casa del inga"en calle Puente y cerca de la Plaza, según sus cálculos, de los que hablaremos más abajo. De todos modos sospechan que pudieron ser hechos para alguna autoridad incaica del Tawantinsuyu en plena Conquista.
Osvaldo Silva Galdames, por su parte, consideraba que los "paredones del Inca" estuvieron asociados a los establecimientos de indios de servicio que llegaron con los españoles a Santiago y que se hallaron bajo órdenes de doña Inés de Suárez, siendo levantados para separar a los españoles de los yanaconas pero a la altura del barrio de La Chimba, no sólo tan al poniente como las referencias que vimos recién:
"El contingente foráneo fue localizado en la margen norte del río Mapocho, levantándose un gran murallón para protegerlo de sus crecidas. Tal fue el origen del barrio de La Chimba y de los Paredones del Inca que suele asociarse con una ocupación prehispana".
De acuerdo a lo que ya había observado León Echaíz, sin embargo, este tipo de ruinas incásicas de tambillos han sido encontradas en sitios de especial importancia para las rutas primitivas y los tambos del desaparecido imperio, existiendo otros casos por ejemplo, en las orillas del Choapa, en San Felipe, uno en Quillota (mencionado por Ginés de Lillo), en la localidad de Tango en Colina, en Malloa, en Cucaltegüe (a orillas del Tinguiririca), en un sector de Teno (que existía aún en el siglo XVII) y en Camarico cerca de Talca.
Con relación a las dudas sobre el origen de estos tambillos, llama la atención que desde un inicio y hasta pocas décadas de la fundación oficial de Santiago, estas estructuras siguieran siendo llamadas "paredones del inca", gentilicio que se usó con frecuencia para designar lo que estaba antes del arribo de los conquistadores, como el caso de llamado Puente del Inca, en el camino cordillerano a Mendoza.
Personal y modestamente, no me siento convencido de que la ausencia del adjetivo "viejo" indique que pertenecen al período de transición indígena-hispánico y no a uno anterior. Me produce ruido, además, un ejemplo específico de ese mismo sector del Mapocho: el Puente de Palo de la Recoleta, por ejemplo, era llamado también Puente Viejo por los criollos pero no porque fuera prehispánico, sino porque era anterior al Puente Nuevo de Cal y Canto, aunque ambos hayan sido construidos en el período colonial.
Plano de la Chimba y del Valle del Mapocho, confeccionado por Francisco Luis Besa y entregado al tribunal de la Real Audiencia el 26 de Agosto de 1641 En la parte inferior, abajo del "Río de Santiago" (Mapocho) que ha dibujado el autor, aparece un grupo de cuadrados representando los solares más cercanos a la ribera. De acuerdo a la documentación colonial disponible, precisamente entre ellos estaban los llamados "los paredones viejos de la casa del inca". Como esto es frente al Camino de Chile o del Inca (actual Independencia), debieron hallarse hacia la calle Puente o Bandera, aproximadamente, por el costado de la continuación del mismo camino hacia la Plaza de Armas (Fuente: Stehberg y Sotomayor. 2012).
¿OTROS PAREDONES? ¿MÁS ANTIGUOS?
Ya vimos en otras entradas previas que los propios Stehberg y Sotomayor mencionaron en su estudio un pleito judicial de 1613, entre herederos del Capitán Bernabé de Armijo y Juana de la Cueva por la Chacra Grande de Huechuraba. Sucedió entonces que el primer testimonio que se presentó en el juicio le correspondió al anciano indio Gaspar Jauxa, oriundo de Xauxa en el Perú pero residente en La Chimba de Santiago, ciudad a la que había llegado a los 6 años con los primeros españoles venidos al Valle del Mapocho. En la declaración de Jauxa hecha en su lengua nativa y traducida al castellano por otro indígena llamado Diego, dejaría establecido lo siguiente:
"...como persona tan antigua que es, sabe que el camino que llaman de Chille es hiendo desde las casas de doña Isabel de Cáceres donde están los paredones viejos de la casa del inga, caminando por la viña del maese de campo don Juan de Quiroga hacia la de don Pedro Delgadillo y de allí al cerrillo de Huechuraba subiendo el dicho camino por la cordillera que va de Colina y este camino a sido siempre el que llaman de Chille y estaba tan usado que paresia camino de carretas y de presente esta serrado con chácaras y no usado".
De acuerdo a lo expresado por los autores, no serían precisamente a los tambillos de nuestro interés aquellos a los que se refería Jauxa con esta declaración. Cabe señalar, sin embargo, que la casa de doña Isabel de Cáceres se habría encontrado por el sector de calle Bandera o Puente, o acaso cerca de allí. Aunque la ubicación precisa está nublada por la ambigüedad, esto es sospechosamente cerca de donde comenzaban los murallones en el plano de Thayer Ojeda y que autores como González indican en la ribera misma del Mapocho. Mas, Stehberg y Sotomayor se muestran convencidos de que son otros tambillos también cercanos al río, pero no los mismos:
"Aparte del mencionado "tambo grande", es posible que existieran alrededor de la plaza incaica un conjunto de edificios destinados a funciones administrativas, religiosas y habitacionales. Una de estas instalaciones fue denominada "paredones viejos de la casa del inga" y se encontraba en el solar de doña Isabel de Cáceres, en la ciudad de Santiago. Sabemos que este solar se encontraba junto al camino del Inca puesto que en un juicio colonial por el deslinde del Camino de Chille o del Inca, el informante Gaspar Jauxa, natural del Perú, quién llegó con los primeros conquistadores españoles, señaló que esta calzada partía de estos paredones – que él conoció personalmente- rumbo al norte. Esta valiosa información nos permite inferir que la construcción se encontraba aproximadamente en la actual calle Puente, muy próxima a la plaza. Para este testigo, el Camino del Inca se iniciaba en este lugar y lo describe de sur a norte y no al revés, como hubiera sido lo esperable pensando que el Tawantinsuyu se estaba expandiendo hacia el sur y, el mismo llegó siguiendo esta dirección".
Me sigo preguntando si existirá alguna confusión sobre los mismos tambillos: Thayer Ojeda y León Echaíz se refieren a los "paredones o tambillos del Inca" como los ubicados a la altura del Llano de García Cáceres, sector que corresponde al actual Barrio Brasil, como dijimos. Sin embargo, dicho terreno ocupaba entonces una gran porción de la ciudad cercana incluso a la actual Autopista, de modo que ser vecina al tramo más amplio de los paredones no desconoce que el origen de la línea de muros comenzaba hacia el sector de calles Bandera o Morandé sobre el Mapocho, como se observa en el plano de la ciudad hecho por Thayer Ojeda. Si vemos que los "otros" paredones, los llamados "los paredones viejos de la casa del inca" quedaban a quizás sólo una cuadra del inicio de los anteriores, por ahí por calle Puente, entonces no sonaría tan descabellado preguntarse si se trataba de los mismos o si alguna vez estuvieron unidos.
Un autor que considera, aparentemente, que serían los mismos tambillos o paredones, es don Juan Guillermo Muñoz Correa, según lo que publica en un artículo de la "Revista de Historia Social y de las Mentalidades", del Departamento de Historia Universidad de Santiago de Chile:
"También anotado Paredones del Inca, en el cascajal al norte de la traza y de la chacra de Diego García de Cáceres, junto al río Mapocho. De Isabel García hija natural mestiza de Diego García de Cáceres, con cuya viña deslindaba en la parte surponiente, y por la suroriente con Juan García Cantero (...) En un juicio de 1613 uno de los testigos declaró que el camino de Chile corría desde las casas de Isabel "donde están los paredones viejos de la casa del inga, caminando por la viña del maestre de campo don Juan de Quiroga hacia lo de Pedro Delgadillo". No he ubicado esta viña mencionada de Quiroga, su viuda, doña Mariana de Córdoba y Aguilera, compró otra viña muchos años después al norte de La Cañada".
Quedo en deuda, mientras tanto, con abundar respecto a la relación de nuestra actual avenida Independencia, la ex Cañadilla de La Chimba, con el ancestral Camino del Inca y el Camino de Chile al que nos hemos referido, y que explica en gran medida esta clase de influencias del poder incaico sobre el valle mapochino y la presencia de tantos vestigios suyos en el mismo.
Plano esquemático de la ciudad de Santiago al momento de su fundación, en 1541. El trazado "urbano" no es más que el de un campamento estrictamente circunscrito entre la Cañada (Alameda), el Cerro Santa Lucía, el río Mapocho y las chacras del sector del Cañaveral de A. Núñez o de Saravia (hoy barrio Brasil). Clic encima para ampliar la imagen.

UNA VIEJA MISTERIOSA Y POCO CONOCIDA: LA GRUTITA DE LA VIRGEN EN LA CASA DE LA CULTURA DE ÑUÑOA

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Coordenadas: 33°27'23.67"S 70°35'13.83"W
No es una animita propiamente tal ni tiene las típicas placas de agradecimientos por favores concedidos, pero a la grutita de la Virgen en la Casa de la Cultura de Ñuñoa, en avenida Irarrázaval, todavía le quedan devotos y pedidores de su divina intervención, especialmente mujeres mayores que llegan de vez en cuando por el patio de la vieja casona, por su costado oriente. Palmas, cerezos, guindos y duraznos llenan estos patios y pasillos, por lo que la gruta se encuentra rodeada del dominio floral que hay en este sitio.
Dicen los cuidadores, jardineros y algunos visitantes o vecinos de la suntuosa casona (que tuvimos ocasión de consultar durante una concurrida feria de libros que allí se realiza todos los años), que habría sido hacia el período del Primer Centenario de la República cuando se construyó el altar original de la Virgen en este lugar, oratorio correspondiente a la actual grutita situada a los pies de lo que hoy es otro gran árbol del recinto.
Fue un punto de relativo interés para el ejercicio popular de la fe en la comuna, aunque ayer más que en nuestros días. Cuentan que antes había candelabros para colocar velas de adoración o agradecimiento, pero en un patio lleno de hojas secas y ramitas, eso ha de haber sido un riesgo. Sólo quedan unos candeleros fijos a los costados de la base de la estatuilla, dentro de la gruta y lejos de los peligros incendiarios.
Si el dato es correcto sobre la fecha de origen del primer altar, entonces es probable que haya sido instalado después de ser adquirida la casona por don José Pedro Alessandri Palma, político, empresario y hermano del futuro Presidente Arturo Alessandri. Compró la residencia a la familia Ossa justo en 1910, incluyendo el fundo, al que bautizó como Santa Julia en honor a su esposa, doña Julia Altamirano. Además de su valor agrícola, desde entonces la casona se hizo importante en la vida social de la aristocracia santiaguina, convirtiéndose en un lugar de paseos, celebraciones y encuentros fastuosos.
Alessandri falleció en 1923 y la casa fue traspasada a la Municipalidad de Ñuñoa a fines de 1952 por la sucesión familiar, época en la que la actual grutita ya existía, según la información oral proporcionada por los empleados municipales y los devotos de esta figura de la Virgen. Gran parte de los terrenos habían sido loteados y vendidos ese mismo año. El 15 de junio de 1973, por Decreto Supremo Nº 723 del Ministerio de Educación, la casa y sus patios son declarados Monumento Histórico Nacional, incluyendo esta gruta dentro del terreno. Hoy es la Casa de la Cultura de la Municipalidad de Ñuñoa, además de servir como sede de la Biblioteca Comunal Gabriela Mistral.
La estructura de rocas que da forma a la gruta se ve bien mantenida. No sé si la imagen de la Virgen, de no gran tamaño, sea la originalmente puesta en el viejo altar. Parece ser que también ha sufrido algunos atentados, pues debió ser rodeada por una fea reja metálica de jardín, con una puerta de bisagras y cadena con candado.
Dentro de esta área enrejada, existen pequeñas plantas y flores en maceteros. Alguien pintó de azul celestial el fondo interior de la misma gruta, como telón tras la imagen mariana, todavía visitada por los creyentes que la conocen y que aún sobreviven en esos barrio ñuñoínos.

UN SÍMBOLO MISIONERO Y PEREGRINO: LA CRUZ DE CHILE O DE MAIPÚ

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Celebraciones del Año Santo en el Santuario Nacional, el 24 de noviembre de 1974, en imagen publicada en "Maipú: historia y templo" de Hernán Poblete Varas. Al frente se ve la imagen de la Virgen del Carmen y, al fondo, la flamante Cruz de Maipú armada con bloques traídos de las Diócesis de todo el país.
Coordenadas:  33°30'38.73"S 70°45'55.77"W (ubicación en el Santuario Nacional)
En el Te Deum Ecuménico de Fiestas Patrias, realizado hoy en la Catedral Metropolitana, se repitió ante las cámaras un símbolo que muchos identifican en su forma pero no muchos en su significado: la llamada Cruz de Chile, conocida también como la Cruz de Maipú por encontrarse el modelo principal de este emblema en el Santuario del Templo Votivo Nacional de Maipú, al interior y tras la entrada principal del templo, siendo sacada hasta la luz del Sol en ocasiones precisas de las celebraciones del año.
El símbolo combina corporativamente en su diseño lo litúrgico con lo nacional, y se ha estado asomando en las cruces azules levantadas por los representantes de la iglesia, bordado en los mantos y hasta algunos de los gruesos cirios vistos durante la ceremonia. Es el mismo que aparece a la cabeza de algunas cofradías de la fiestas religiosas como la de Cuasimodo o La Tirana, procesiones, encuentros eclesiásticos, misiones pastorales, etc.
Consiste fundamentalmente en una cruz azul, con el tramo del palo vertical con frecuencia más corto que las representaciones tradicionales de los crucifijos por encima del cruce con el palo horizontal. Allí, justo en el crucero, va una estrella blanca, alusiva a la Estrella Solitaria de la Bandera de Chile. Se completa el diseño con un listón o banda roja que cuelga al frente, colgada de ambos lados del madero horizontal.
La intención del resultado salta a la vista: una fusión entre la cruz cristiana y la bandera chilena... "Nuestra bandera hecha cruz", como la ha definido el Padre Héctor Gallardo, Vicario General de Pastoral.
La Cruz de Chile en un gran acto litúrgico, cuando el Templo Votivo de Maipú aún estaba sin concluirse (Fuente imagen: fotografias.iglesia.cl).
La Gran Cruz de Maipú, con el templo a su espalda (Fuente imagen: fotografias.iglesia.cl).
Vieja postal religiosa con la Cruz de Chile y la Virgen del Carmen sobre el Templo Votivo de Maipú. La imagen corresponde a una obra del artista nacional Miguel Venegas Cifuentes.
EL ORIGEN DE LA CRUZ
Aunque hay quienes creen que la Cruz de Chile debutó recién en 1987 para los preparativos de la visita al país del Papa Juan Pablo II, pero esto no es real, aunque debe admitirse que la popularidad del símbolo cundió especialmente en este período.
El hecho es que el diseño se estrenó oficialmente en el Sínodo Pastoral Diocesano realizado en Santiago de Chile entre septiembre y octubre de 1967, con el objeto de establecer las líneas de aplicación del Concilio Vaticano II. Presentada como símbolo de la Iglesia Nacional, el primer ejemplar de esta cruz fue hecho a mano en madera sureña, personalmente por el Obispo de Osorno, Monseñor Francisco Valdés Subercaseaux, que desde hace un tiempo a la fecha se ha convertido en otro aspirante a Santo y con su proceso de beatificación en curso. La estrella de esta cruz original fue hecha de la plata fundida de una colección de monedas que un minero iquiqueño donó para la confección de la obra, mientras que la característica cinta roja fue tejida por artesanas de Doñihue.
Hernán Poblete Varas, en su "Maipú: historia y templo", nos recuerda así la adopción de esta cruz como emblema de fe:
"El 3 de septiembre de 1967, una multitud calculada en ochenta mil personas peregrina a Maipú, como acto final del Sínodo de la Arquidiócesis de Santiago, según lo solicitado a todas las iglesias del mundo por el Concilio. Nace en esa oportunidad la Cruz de Maipú: maderos azules, una estrella blanca al centro, una cinta roja colgando de los brazos. Cada grupo de iglesia, cada parroquia trae una. Esta cruz será llamada más tarde la Cruz de Chile. El 10 de noviembre de 1968, otra peregrinación de unas cien mil personas presididas por todos los obispos de Chile, culmina la campaña evangelizadora, durante la cual fue llevada por todo el país la histórica imagen de la Virgen del Carmen. Los obispos bendicen la Cruz de Chile que, desde entonces, presidirá todas las ceremonias en el Santuario Nacional".
Por la procedencia de sus materiales (madera sureña, monedas iquiqueñas y tejidos rancagüinos), se enfatiza que la vieja Cruz de Chile fue fabricada con aportes que representan las tres grandes zonas de nuestra geografía: Norte, Centro y Sur. Además, al año siguiente y en medio del llamado eclesiástico titulado "Chile: voluntad de ser", la Cruz de Chile fue paseada por la gran peregrinación por todo el país a la que se refiere el citado autor, confirmándose como un nuevo símbolo nacional.
Cabe recordar que aquélla era una época de mucha sensibilidad social para la Iglesia de Chile, acrecentada por hechos como el movimiento sindical llevado adelante por líderes cristianos como Clotario Blest y las exigencias de compromiso con las clases trabajadoras, además de la agitación universitaria que ese mismo año culminó en el atrincheramiento de la Casas Central de la Universidad Católica y, pocos meses después, en la propia Catedral de Santiago.
La Cruz de Chile siendo paseada por en Santuario Naciona y entre las ruinas de la antigua Capilla de la Victoria durante la celebración del Jubileo del Años 2000.  (Fuente imagen: fotografias.iglesia.cl).
Una versión de la Cruz de Chile cargada por los miembros de una cofradía religiosa de la Parroquia de la Inmaculada Concepción, durante la Fiesta de Cuasimodo (Fuente imagen: noticias.iglesia.cl).
La Cruz de Chile Misionera en el Templo Votivo de Maipú, bajo la Virgen del Carmen.
Versión de la Cruz de Chile tras el templo de San Lorenzo de Tarapacá.
El ángel del pesebre de la Catedral de Santiago, con la Cruz de Chile en brazos.
LA CRUZ GIGANTE DE MAIPÚ
El entusiasmo católico generado en esta nueva fuerza, permitió retomar con energía los trabajos pendientes para concluir el Templo Votivo de Maipú (aunque con algunas oposiciones, hay que decirlo), que estaban realizándose por etapas y con retrasos desde la destrucción misma de la antigua Capilla de la Victoria en el mismo santuario. De esta manera, la Fundación Voto Nacional O'Higgins consigue que el esperado templo pueda ser inaugurado por fin el 24 de octubre de 1974, realizándose otra gran Procesión Nacional como parte de los festejos ejecutados hasta el cierre del Año Santo Chileno al que se había convocado, que se consagraron a la reconciliación entre los chilenos -luego de la reciente ruptura total de 1973- y a la invocación de la Virgen del Carmen como protectora nacional.
Como parte de las celebraciones de la procesión, entonces, se acordó que cada Diócesis de Chile aportara ese año un cubo tallado en madera de 50 x 50 centímetros cada uno y con imágenes alusivas al lugar de su procedencia, confeccionándose algunos con labrado artístico, pinturas o esmaltes, además de aplicaciones de metal y cerámica. Los 25 cubos fueron dispuestos formando la gran Cruz de Maipú que se encuentra en el Templo Votivo, obra en cuyo armado, montaje y pintado colaboró el destacado pintor Claudio Di Girolamo, entre otros artistas.
El color azul base, tomado del turquí de nuestra bandera, es interpretado como representación del anhelo del Cielo. Se le colocó originalmente un listón rojo tejido por las mujeres de las Diócesis y, aunque también es del color de nuestra bandera, se lo estima como representación de la Sangre de Cristo y del sacrificio. La estrella de madera de olivo, en tanto, fue encargada a artesanos de Belén. Aunque cuentan que había intenciones de pintarla blanca, se decidió mantener la nobleza de su madera y sus vetas a la vista. Como en el símbolo original de la Bandera Jurada en la Patria Nueva, esta estrella representa a la advocación de la Virgen del Carmen y su patronato sobre el territorio chileno, además de la protección encargada por sus hombres de armas.
El el sitio web del Santuario Nacional de Maipú encuentro esta interesante cita que hizo sobre la Cruz de Maipú el Padre Joaquín Alliende, primer Rector del mismo santuario:
"Cuando Chile tiene forma de Cristo, tuya es la patria. En las islas chilotas, en los valles del norte, en sindicatos y barrios santiaguinos, en todas partes: la Cruz de Maipú, la Cruz de Chile. Es un tricolor hecho a imagen y semejanza de Jesús. Un desafío y una tarea."
Cabe señalar que, según parece, esta gran Cruz de Maipú tenía en principio sus brazos más largos que la actual, algo que se puede advertir en las fotografías de la época. Alguna posterior reubicación de algunos de los cubos en la base redujo el largo de las mismas y aumentó su altura hasta poco más de 10 metros contando el plinto, quizás para mejorar la entrada y salida de la instalación por las puertas del templo.
Gran Cruz de Maipú dentro del Templo Votivo.
Acercamiento a la cruz de madera de olivos betlemitas y al actual listón colgante rojo.
Vista desde el costado.
Vista trasera, hacia la entrada al templo.
UN SÍMBOLO OFICIAL
Si bien el símbolo se integró de inmediato a la emblemática nacional, incluso más allá de la instancia meramente eclesiástica, fue la mencionada visita de Su Santidad Juan Pablo II en 1987, lo que parece haber expandido mucho más la popularidad de la Cruz de Chile, aunque aún haya poca gente que se detenga a comprender su significado preciso y origen.
La figura ha sido llamada también la Cruz Misionera y la Cruz Peregrina de Chile, si bien se prefiere hablar de la Cruz de Chile Misionera para referirse a la pequeña que sale en misión, a diferencia de la gran Cruz de Maipú que se encuentra siempre en el santuario.
La representación de la Cruz de Chile tiene actividades todo el año: aparece en visitando enfermos en abril, por la zona del Maipo; viaja al Sur en los días del Trabajador de Mayo, llegando a obreros y cesantes; las autoridades de Gobierno la toman en estas fiestas de septiembre y reaparece a fin de año en los festejos de diciembre, entre otras ocasiones. Sus reproducciones se hacen presente por todo Chile: la Fiesta de Ramos, las de la Virgen del Carmen, la Caminata de los Andes, la Fiesta de Cuasimodo, la Peregrinación de Lo Vásquez, la Misa de los Trabajadores del Arzobispado, San Lorenzo, Las Peñas, Andacollo, etc. El logotipo del Camino Pastoral de 2012 estableció la imagen de esta Cruz Misionera como símbolo gráfico, además.
Otro factor de popularización del símbolo en Santiago, fuera de su empleo en ceremonias y fiestas, es la presencia del mismo en los brazos del ángel que custodia el Nacimiento de Belén que se instala en temporadas navideñas dentro de la Catedral Metropolitana, entre las piezas del pesebre chileno que fueron donadas a fines de los años noventa por los artistas y hermanos Gerardo, Claudio, Aurelio y Patricio Rodríguez.
En fin: dejo esta síntesis sobre el origen y la tradición de este símbolo que aún no cumple sus primeros 50 años de vida, pero que aún así se erige ya como uno de los iconos más reconocibles de la actividad eclesiástica y las solemnidades litúrgicas de la vida chilena, aunque su historia no siempre sea bien conocida y a pesar de que la unidad nacional que se le ha jurado en todos estos años, todavía sea más aspiracional que verdadera.

DESDE LA ALAMEDA HASTA SAN MIGUEL: LA ÚLTIMA GRAN AVENTURA DEL "PRÍNCIPE DE LOS CAMINOS"

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La estatua de Carrera en al Alameda hacia los años del Primer Centenario de la República. Imagen correspondiente a los archivos fotográficos de la revista "Patria Vieja".
Coordenadas:  33°26'40.95"S 70°39'14.10"W (primera ubicación, aprox.) / 33°29'9.18"S 70°39'1.48"W (ubicación actual)
A pesar de toda la ojeriza, la tergiversación y cierta animadversión académica; a pesar de actos insólitos en su temeridad y desparpajo, como fue la destrucción de su antigua cripta y la de sus hermanos en la Catedral Metropolitana hace años, y a pesar incluso de la fábulas terroríficas que ha difundido el derechismo historiográfico platense sobre su persona -con émulos acá, en su propia patria-, presentándolo como un vulgar saqueador y caudillo filibustero de tierra, ha sido un proceso inevitable el que la figura del prócer José Miguel Carrera se posicionara sólidamente, como un confirmado icono presente y potente en este período de Fiestas Patrias: desde el homenaje más libreteado y rígido hasta la letra de la cueca más brava y emocional.
Parte de esto, acaso, se debe al replanteamiento alrededor de su legado durante el pasado Bicentenario Nacional. Pero el camino que se hizo por entonces con su estatua ecuestre en la Alameda hasta quedar en el Barrio Cívico, fue más bien corto: sólo unas cuadras, para llegar a su posición definitiva aquel año 2010, por mucho desafío de ingeniería que haya involucrado el traslado.
Muy distinto y pintoresco es, en cambio, el caso del que fuera el primer monumento del General Carrera allí mismo, en la Alameda de las Delicias del siglo XIX, y que realizó un viaje de unos 5 kilómetros o más hasta su actual ubicación, en la entrada de la avenida que lleva hoy el nombre del romántico "Príncipe de los Caminos" en la comuna de San Miguel... Éste viaje, concretado recién en los años ochenta, quizás fue la verdadera última gran aventura del prócer.
Quienes están familiarizados con las fotografías antiguas de la Alameda, las del siglo XIX y principios del XX, reconocen con facilidad la estatua de don José Miguel Carrera que se observa en la plaza y bandejón central. Poco se conoce de lo que sucede después, y sólo algunos logran advertir que el mismo monumento se encuentra ahora en San Miguel. Afortunadamente, investigadores carrerinos como Emilio Alemparte se han tomado la tarea de reconstruir la historia de esta importante pieza que, entre otras categorías, resulta ser la primera en Chile que haría homenaje a algún héroe de la Independencia con financiamiento logrado por erogación popular y donativos ciudadanos.
Ilustración de la estatua, publicada por Santos Tornero en "Chile Ilustrado"
EL ANTIGUO MONUMENTO
A partir de un interés que ya venía manifestándose desde antes, el Gobierno de don Manuel Montt encargó al escultor parisino Auguste-Alexandre Dumont -el mismo autor del famosísimo Génie de la Liberté de la Columna de Julio- la producción de una obra destinada a homenajear al Padre de la Patria Vieja, don José Miguel Carrera. Actuando como intermediario, el joven escultor nacional José Miguel Blanco proporcionó a Dumont algunas imágenes y colaboró en precisar las características del lugar donde iba a ser montada la obra en la Alameda de las Delicias, cerca del Palacio de la Moneda.
Manos a la obra, el prodigioso artista francés representó al General Carrera de pie y vestido con el magnífico uniforme del Regimiento Húsares de Galicia, mismo en el que alcanzara el grado de Sargento Mayor allá en Cádiz, cuando recibió la Condecoración de la Cruz de Talavera en reconocimiento a su heroico actuar durante la guerra independentista española. La obra habría quedado concluida en 1857, llegando al año siguiente a Chile.
Según Alemparte, el monumento fue entregado a la ciudadanía antes de terminado el Gobierno de Montt, siendo descubierto sobre un pedestal construido en concreto revestido de piedra gris clara, que alguna vez estuvo rodeado alguna vez por una hermosa reja baja de forja que se perdió con el tiempo. Sin embargo, en otras fuentes se señala que la obra fue inaugurada en el gobierno siguiente, el de José Joaquín Pérez, en 1864. Revisando a Recadero Santos Tornero, veo que registra en su "Chile Ilustrado" que la base tenía la siguiente inscripción:"CARRERA, 1858", aludiendo al año en que recibió la estatua. Una nota del diario "El Ferrocarril", emitida el mismo día 17 de septiembre de 1864 de la inauguración, nos aclara todo:
"Hoy ha tenido lugar la solemne inauguración de la estatua erigida en honor del ilustre general don José Miguel Carrera, en el lado poniente de la verja del jardín que ocupa el óvalo central de la Alameda. Un gentío inmenso se había agrupado en ese espacioso local, manifestando el más caluroso entusiasmo.
La estatua es de bronce y representa al héroe en su fantástico traje de Húsar de la muerte, mostrando al pueblo el sable libertador, que rompió él primero las cadenas del coloniaje. Su fisonomía revela el genio audaz que desafía los peligros y a quien no abaten los reveces, ni la adversidad. El estatuario Dumont ha sabido interpretar con maestría el alma del revolucionario de la patria vieja. La estatua descansa en su modesto zócalo de mármol, que se halla hoy adornado de preciosas coronas y cubierto de flores".
A las 13:00 horas de aquel día en la víspera de Fiestas Patrias, se formó a los pies del monumento el Batallón 2° de Línea y llegó la comitiva de la Unión Americana, importantes en la creación del monumento, junto al Alcalde de Santiago don Vicente Larraín Espinosa quien portaba la bandera original jurada de 1818. En el encuentro, oficiaron como oradores José Victorino Lastarria, Pedro Moncayo y Benjamín Vicuña Mackenna, en el mismo orden. También llegaron veteranos sobrevivientes de las Guerra de la Independencia.
"La fiesta de inauguración -concluye "El Ferrocarril"- ha sido digna del héroe a quien se dedicaba y el pueblo que tributaba este espléndido homenaje".
Se ha escrito también que su ubicación inicial era exactamente en donde está ahora el monumento ecuestre del General José de San Martín, pero la misma cita de "El Ferrocarril" nos confirma que era un poco más cerca de la altura del Palacio de la Moneda. Esto es pasada ya la cuadra en donde desde hacía poco antes estaba la desaparecida Estatua de la Confederación Americana, pero frente a lo que será después explanada de la casa presidencial. Santos Tornero señala lo mismo en su citada obra, cuando indica que la estatua de Carrera está en el segmento ubicado entre las calles Gálvez (hoy Zenteno) y Nataniel Cox, que es la continuación de Teatinos al otro lado de la Alameda, aunque a la sazón el monumento ecuestre del prócer argentino se hallaba en otro lado.
En aquellos primeros años, la estatua de Carrera era la segunda imagen importante que se veía bajando por la Alameda hacia el poniente, antecedida por la del Abate Juan Ignacio Molina (entre Ahumada y Bandera) y seguida más abajo por la del General Ramón Freire (entre Nataniel y Duarte, hoy Lord Cochrane), que se remonta a 1856 y parece ser la verdadera primera estatua de un héroe chileno en la Alameda.
Fotografía de Jorge Walton, publicada en 1915 en su "Álbum de Santiago".
Otra imagen de los archivos fotográficos de la revista "Patria Vieja".
AFECTADA POR LOS CAMBIOS
Sin embargo, la visión histórica y conmemorativa relativa a la Independencia de Chile comenzó a cambiar su enfoque, por razones políticas e ideológicas en las que se podría especular sobre la influencia de la masonería, la apertura al liberalismo en la aristocracia y hasta el claro predominio de las pasiones americanistas que sedujeron a las clases dominantes chilenas y sus intelectuales en dicho período. De hecho, el propio acto de inauguración de la estatua carrerina tuvo un fuerte acervo americanista, pues los miembros de la Unión Americana se encargaron de hacer colocar banderas de todas naciones de Sudamérica en el acto, con encendidos llamados a la misma confraternidad continental que nos involucraría en la controvertida Guerra contra España del año siguiente, en favor de Perú.
El interés por destacar a los héroes lautarinos de la Patria Nueva era claro en el monumentalismo: hacia el mismo año en que se había encargado la obra de homenaje a Carrera, el Gobierno de Chile también había solicitando ya al escultor Louis Joseph Daumas, la que iba a ser la primera estatua del mundo producida para el General José de San Martín, siendo entregado el gran monumento en 1860 e inaugurado en 1863, anticipándose incluso a la República Argentina en el deseo de erigir una estatua para el prócer, pues si bien la de Buenos Aires fue inaugurada en 1862, fue solicitada también a Daumas pero a partir de una copia de la pedida por Chile y sólo después de que las autoridades porteñas se enteraron de que La Moneda había encargado la suya al escultor francés.
Por otro lado, al inaugurarse la estatua de Carrera en 1864, ésta había quedado justo al frente del Monumento del General San Martín de 1863, de modo que las estatuas realmente no compitieron por ocupar los espacios que tenían en la Alameda, como  se ha dicho a veces. De hecho, Santos Tornero señala en 1872 que el Monumento del General San Martín se hallaba ubicado por entonces en otro sitio: en el llamado Óvalo o Plazuela de San Lázaro, más abajo de la estatua de Freire y cerca de la actual Avenida Brasil. Inevitable es preguntarse si influyó en este cambio del Monumento a San Martín el pésimo y cada vez peor momento por el que pasaban las relaciones diplomáticas chileno-argentinas, en aquel tiempo.
Ocurrió curiosamente que, sólo después de la instalación de la estatuas de San Martín, de Carrera y de Freire, se concreta también la iniciativa de homenajear al General Bernardo O'Higgins, encargándose la obra a Albert-Ernest Carrier-Belleuse e inaugurándosela en 1872 en el mismo óvalo central de la Alameda frente a calle Morandé. Al igual que en el caso del prócer argentino, la motivación para levantar esta obra fue promovida y alentada por Vicuña Mackenna y los americanistas. Después, se consumaría la decisión de colocar a ambas imágenes ecuestres hacia el centro de la Alameda frente a la cuadra de La Moneda, mirándose de frente desde sus respectivos caballos.
Al parecer, la estatua de Carrera quedó relegada más al poniente con estas modificaciones urbanísticas, aunque seguía siendo una de las figuras más visibles y conocidas de la Alameda. Es a ella a la que se refiere el Capitán Ignacio Carrera Pinto -nieto del prócer- cuando responde a la carta del Coronel Juan Gastó luego que éste lo conminaba a rendirse ante la superioridad de sus fuerzas peruanas, frente a las de los 77 inmortales de la Batalla de la Concepción de 1882:
"En la capital de Chile -le escribiría el héroe, contestando en el mismo papel-, y en uno de los principales paseos públicos, existe inmortalizada en el bronce la estatua del Prócer de nuestra Independencia, General don José Miguel Carrera, cuya misma sangre corre en mis venas; por cuya razón comprenderá Usted que ni como chileno ni como descendiente de aquél, deben intimidarme ni el número de sus tropas ni las amenazas del rigor".
Empero, a diferencia de la efigie de Carrera, ambas estatuas ecuestres de San Martín y O'Higgins quedaron ocupando una ubicación de privilegio frente al futuro Barrio Cívico y en el núcleo de la Alameda, que se enfatizará después con la gran remodelación de este sector de la avenida y del vecindario inmediato, hacia los años veinte y treinta. Ambas estatuas gallardas, mirándose entre sí desde ambos lados de la explanada Sur del Palacio de La Moneda y separadas sólo por el ancho de la misma, serán el principal conjunto monumental observable en el sector del Barrio Cívico.
El monumento en la actualidad, en la Plaza San Miguel.
Acercamiento a la figura del prócer.
EL RETIRO DE LA ESTATUA
El posterior terremoto del 16 de agosto de 1906, echó abajo la estatua de Carrera sin llegar a destruirla, pues su pedestal quedó partido. Esto significó que fuera trasladada hasta otro sector de la avenida, marginándosela del Barrio Cívico. Tras 1937, además, el lugar aproximado que antes ocupaba la estatua ecuestre de O'Higgins, pasa a ser el sitio del monumento al General Manuel Bulnes, también montado a caballo y surgido de un proyecto pendiente de larga data. O'Higgins ha sido desplazado ya hasta lo que pasará a ser, en los cuarenta, la entrada del Paseo Bulnes, quedando hecha así la composición de estatuas ecuestres que caracteriza este sector de la Alameda de Santiago, en la que Carrera aún no participaba.
Como resultado de todos estos cambios, la primera estatua de don José Miguel Carrera fue empujada hacia el sector de más al poniente y fuera del Barrio Cívico. Después, volviendo a moverse hasta el costado derecho del Monumento a Simón Bolívar, cerca de donde había estado hasta hacía poco y provisoriamente la del general argentino. Casi parecía que la imagen del Primer General en Jefe del Ejército de Chile y creador de su primera constitución política, era una incomodidad para las autoridades de entonces: como si su proximidad geográfica con las figuras ecuestres de San Martín y O'Higgins pudiese volver a abrir las irritaciones ardorosas que tuvieron en vida los personajes representados.
Carrera ya estaba en aquella última ubicación en 1933, según constato en el "Revista chilena de la Sociedad de Historia y Geografía" N° 434 de ese mismo año. Era, cuanto menos, el tercer lugar que ocupaba en la Alameda desde que fuera inaugurada.
En 1949, fue fundado el Instituto de Investigaciones Históricas General José Miguel Carrera, cuyos integrantes comenzaron rápidamente una campaña para proveer a la memoria de Carrera su propia estatua ecuestre, considerando -entre otros muchos méritos- su destacada participación en la oficialidad del arma de caballería. Gracias a acciones llevadas adelante especialmente por el miembro fundador Eulogio Rojas Mery y la participación comprometida del Diputado Raúl Irarrázaval, el Gobierno de Jorge Alessandri Rodríguez aprueba la creación del nuevo monumento a fines de 1959.
Sin embargo, pasaron más de 20 años para que la obra por fin pudiese ser consumada, quedando encargada a las manos del eximio escultor Héctor Román Latorre por concurso de 1981, mismo autor del busto de doña Javiera Carrera en el Cerro Santa Lucía, según información con la cuento de parte del propio Instituto. Descubierta recién en 1984, a la altura de calle Ejército Libertador, esta obra hoy se encuentra de cara a La Moneda y a la Plaza de la Ciudadanía, al lado del monumento a O'Higgins, tras ser traslada en el año del Bicentenario Nacional al acceso del Paseo Bulnes, como gesto simbólico reivindicatorio para con el precursor de la Independencia.
¿Y qué había pasado con la tantas veces desplazada primera estatua de José Miguel Carrera, en tanto? Pues sucedió que, a la espera de esta nueva y monumental obra ecuestre que la sustituiría (y que, como vimos, tardó 25 años en llegar a la Alameda desde el momento en que fuera anunciada), a la antigua se la había desmontado y se la enviado a dependencias de la Ilustre Municipalidad de Santiago, entrando en un período de oscuridad con amenazas de olvido.
Según tengo entendido, estuvo algún tiempo a resguardo en una bodega, pero Alemparte confirma que después apareció en un patio municipal, donde pasó un tiempo más durmiendo en el sueño de los justos.
REUBICACIÓN EN SAN MIGUEL
Afortunadamente, la Ilustre Municipalidad de San Miguel se enteró de las condiciones que estaba el primer monumento a Carrera y el edil ordenó gestiones para que éste fuera pedido y llevado hasta su comuna. La intención era instalarlo en el acceso de la Gran Avenida José Miguel Carrera, de una manera parecida a cómo había ocurrido antes con el primer Monumento a don Benjamín Vicuña Mackenna, que fuera retirado y enviado a la ciudad de Arica luego que se inaugurara en la misma Alameda la otra obra mayor con su imagen y que está en la Plaza Vicuña Mackenna.
De acuerdo a los datos y fechas que tengo a mano, la iniciativa de rescatar el monumento desde el patio municipal, habría sido del alcalde Hugo Gajardo Castro, quien no disimulaba sus ideas de inspiración nacionalista, aunque las mismas le significaron una petición de renuncia hacia fines de ese año a causa del avance de las fuerzas gremialistas dentro del régimen militar, que acabaron imponiéndose en las intrigas interiores del poder en aquellos años ochenta.
Conseguido el propósito de adjudicarse la imagen pocos meses antes de la abrupta salida del edil, ésta es montada y reinaugurada allí casi en los deslindes de la Comuna de San Miguel, en 1981, y poco después trasladada hasta la Plaza de San Miguel un poco más al Sur, entre Gran Avenida y Llano Subercaseaux con Pedro Alarcón, cerca de la Parroquia de San Miguel Arcángel y justo enfrente del edificio administrativo municipal.
El nuevo pedestal se construyó mucho más grande y generoso que aquellos que tuvo en sus años en la Alameda. En la parte más alta, en sus cuatro esquinas, se observan figuras de cóndores con estética de grifos, representativos del valor fiero, sosteniendo fascios que simbolizan la naturaleza guerrera del homenajeado. Al frente se ha esculpido la siguiente inscripción:
GENERAL
DON JOSÉ MIGUEL CARRERA Y VERDUGO
1785-1821
Lamentablemente, una placa que quizás haya pertenecido al conjunto original y que se hallaba adosada a este pedestal bajo la inscripción recién trascrita, ya no existe, dejando sólo las huellas vacías de los pernos que alguna vez la sostuvieron con firmeza allí, en la cara frontal de la base.
El monumento fue presentado también con el Instituto Histórico José Miguel Carrera, que colocó casi en el plinto del pedestal una placa metálica con forma de pergamino (hoy pintarrajeada), reproduciendo los versos del poeta Guillermo Matta vertidos para el prócer en 1864 y que estaban inscritos en el soporte del original de la Alameda:
ÉL FUE EL PRIMERO QUE MIRÓ CON SAÑA
EL CORDEL DEL EXTRAÑO SERVILISMO
Y ENCENDIDO EN PATRIÓTICO HEROÍSMO
EL FUE EL PRIMERO QUE SE OPUSO A ESPAÑA
GUILLERMO MATTA
INSTITUTO HISTÓRICO "JOSÉ MIGUEL CARRERA"
1981
Desde entonces, en los 15 de octubre de cada año se rinden allí homenajes al prócer como el día de su natalicio, a los pies de ese monumento que tantos paseos ya debido soportar en esta ciudad. También se realizan en él actos conmemorativos o de gratitud, como los del aniversario de la Batalla de Maipú y el Día de las Glorias de la Caballería Blindada, reconociéndose así que el proceso de Independencia jamás habría podido llegar a puerto en aquella gesta sin su impulso y grito emancipador, a pesar de no haber participado en ese glorioso combate.
Fue así cómo la última aventura de don José Miguel Carrera, el "Príncipe de los Caminos" al que le cantara Neruda, llegó a un feliz final en San Miguel, allá en la misma Gran Avenida que ostenta a perpetuidad su nombre.

OTRA EXTINCIÓN EN MAPOCHO: EL EX COMPLEJO DE LA FIRMA SALOMÓN SACK EN CALLE MORANDÉ

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Puerta artística con enrejado art decó, donde estaba el acceso a la casa central de la S. Sack y después la entrada a la fundación del mismo nombre, por el lado de San Pablo 1179 esquina con Morandé.
Coordenadas: 33°26'1.36"S 70°39'15.34"W
Hubo un tiempo en que Morandé era una bullente y activa calle hacia el sector del Barrio Mapocho y de la Estación del Ferrocarril, con bohemios locales casi desprendidos del llamado "barrio chino" de la vecina calle Bandera, como el club-restaurante "La Querencia" y su sucesor actual en el mismo espacio, "Donde Piñita", además de un intenso movimiento de pasajeros de los trenes, los hoteles o de la desaparecida Terminal de Buses Norte, recintos sobre los cuales desembocaba la calle. Contrasta su actual especto lánguido con el de aquellos buenos días.
Hoy, estas últimas cuadras de Morandé hacia el poniente parecen más un centro urbano devastado: a la inminente y controvertida demolición del hermoso Edificio de Conservación Histórica de la esquina con Rosas (se realizará el próximo mes, según me confesaron los propios trabajadores que ahora desmantelan sus interiores), se suma la reciente desaparición total del edificio del Palace Hotel en la esquina opuesta, producto de los daños estructurales severos que sufrió con el terremoto del 27 de febrero de 2010. En sus bajos funcionaban, entre otros, el célebre bar-restaurante "El Olímpico", favorito de los estudiantes de la vecina escuela de teatro de la Universidad de Chile y que se ha ubicado ahora sólo un poco más allá por calle Rosas, y el antiguo negocio de telas de don José Musa, al que he dedicado ya una entrada anterior en este sitio.
En la cuadra siguiente, ubicada entre las calles San Pablo y General Mackenna, en estos momentos se encuentra arrasado todo el lado oriente de la calle, donde estaba antes el complejo de la firma S. Sack, cuya presencia también otorgó un rasgo industrial para este tramo de la calle, y cuya ausencia en el paisaje ahora parece fundirse con los peladeros eriazos que quedaron hace unos años después de la demoliciones realizadas en la vecina y última cuadra, llegando a la Estación Mapocho. Seguramente, las grúas pluma de algún nuevo proyecto inmobiliario no tardarán en levantarse por este sector, como es la costumbre en la transformación vertiginosa de esta ciudad.
Quizás muchos estén complacidos con la desaparición de las ruinosas barracas y bodegas de la firma, que ya estaban en semi abandono y sólo parcialmente ocupadas desde hacía bastante tiempo. No eran un homenaje a la arquitectura del siglo XX, por cierto, pero me pregunto hasta qué punto este sitio fue parte de la historia del barrio y de la misma ciudad, ahora listo para ser reemplazado con alguna impostura como varias más que se ven en el centro de Santiago. Divago pensando en qué posibilidad había de recuperar este lugar para espacios comunitarios o culturales, como un recuerdo de la actividad industrial y comercial de su tiempo, y toda idea se estrella con el hecho consumado de que el complejo ha sido totalmente demolido, sin posibilidad de reversa.
Don Salomón Sack, retratado por Ignacio Hochhausler hacia 1930 en imagen fotográfica que actualmente se encuentra entre los archivos del Museo Histórico Nacional.
Publicidad de las barracas de fierro S. Sack, en 1945.
La S. Sack fue una de las empresas pioneras en su tipo acá en Chile. Hacia los años veinte, su dueño adquirió propiedades allí en el barrio y abrió así estas instalaciones de barracas y oficinas casi junto a la Estación Mapocho. Bajando de Norte a Sur, la primera barraca del complejo estaba en calle Morandé 855 llegando a General Mackenna, en un edificio bajo de estilo art decó y cortinas metálicas, sobre cuya fachada se lucía el nombre de la empresa hasta el mismo día en que fue echado abajo. Le separaba de la esquina sólo un local-agencia de una empresa de transportes, que quedaría como recuerdo de los años en que funcionaba cerca la terminal de buses.
La firma ferretera compró también una casona inmediatamente adyacente a la barraca, de estilo neoclásico y dos pisos, en el número 841 de Morandé al centro de la cuadra. Desde entonces y por todos estos años, era visible la rúbrica en el metal forjado de las protecciones de sus ventanas: “S. Sack”. Este espacio era usado en su tiempo para habitaciones y parte de la administración. Y en la esquina siguiente, vecina a esta casona, en el número 817 de Morandé justo en el vértice con San Pablo y con otro acceso por el 1179 de esta última calle, la firma estableció un gran galpón para la barraca de fierros y venta de materiales de construcción, con lo que era dueña y soberana de casi todo este costado en aquella cuadra.
El origen de la firma se debe al mérito y la pujanza de don Salomón Sack Mott, joven y emprendedor inmigrante judeo-lituano llegado a Chile desde Vilma a los 22 años, tras lo cual comenzó a trabajar en una fábrica de chocolates en Valparaíso y, posteriormente, viajó a Santiago para desempeñarse en el negocio de fierros de don José Rabinovitch, empresario metalúrgico conocido entonces porque habría sido creador de un sistema de ruedas para carros de mano. En este ambiente, Salomón conocería a doña Julia Rabinovitch, hija de su empleador, con la que contrajo matrimonio teniendo dos hijas: Fanny y Olga.
A pesar de su falta de estudios universitarios, Sack tenía una sagacidad, ojo comercial y energías tremendas, que le permitieron  independizarse en 1919 creando su propia empresa, originalmente en un incómodo y estrecho lugar en pleno centro de la capital. Así eran aquellos días, según sus palabras reproducidas en una publicación corporativa titulada "La hazaña de Salomón Sack", de la propia empresa S. Sack:
"Al principio tenía un sucucho cerca de Plaza de Armas. Las romanas no cabían dentro del negocio y las sacaba a la vereda. Con mis manos transportaba el fierro, lo pesaba y lo vendía".
Vista de la barraca antigua, edificación de estilo art decó ubicada hacia el lado de Morandé casi esquina General Mackenna. Sobre la fachada se leía claramente aún: "S. SACK - BARRACA DE FIERRO - S. SACK". A la derecha de la foto, vecina, alcanza a verse parte del edificio neoclásico que también perteneció a la empresa.
El gran galpón y casa central de la S. Sack hacia el otro lado de la cuadra, en Morandé con San Pablo, al lado de la mencionada casona antigua de la firma. Estas dependencias tenían acceso por ambos lados de la esquina.
Experimentando el dulce sabor del crecimiento y la prosperidad, Sack debió trasladarse a San Pablo y así vendrían las oficinas y barracas industriales de calle Morandé, que en su momento fueron consideradas sumamente modernas y vanguardistas. El hombre que había llegado a Chile prácticamente con sólo su tenacidad y su empeño en la maleta, ahora era un acaudalado empresario y se perfilaba como un prominente filántropo.
En 1935, don Salomón asumió la presidencia del Círculo Israelita. Eran tiempos en que la comunidad judía en Chile aún era más bien pequeña, pero faltando poco ya para la gran migración europea que comenzó hacia los días del Gobierno de Aguirre Cerda. A fines de esa década, hizo traer a Chile desde Lituana a sus hermanos Rebecca y Gesel Sack Madeiska, quienes comenzarán a trabajar con él, aunque el segundo abandonó la empresa cerca de una década después, tras haber alcanzado el cargo de gerente, para fundar la firma propia Maquimetal. En 1944, además, Sack fundó el Banco Israelita de Chile, colectividad que presidió por seis años, hasta que abandonó el directorio del Círculo Israelita.
Por alguna razón que muchos se explican en alguna carga emocional íntima y derivada del no haber tenido acceso a la enseñanza superior, don Salomón tuvo especial preocupación por apoyar benefactoramente instancias educacionales y culturales de su país adoptivo. Para este propósito, en 1948 sacó la personalidad jurídica de la Fundación Salomón Sack Mott, cuyas dependencias estaban en las oficinas de Morandé con San Pablo, existiendo allí hasta que comenzó la demolición señalada, una placa original en el muro con el nombre de la entidad, por el lado de esta última calle, donde estaba también la casa matriz de la empresa.
La fundación con su nombre comenzó actividades entregando un millón de dólares a la enseñanza industrial chilena, área de formación profesional que Sack siempre fomentó y de la que jamás se apartó en su rol de su gran protector.
"Al crear la Fundación –declaró entonces- cumplo un deber de gratitud con Chile, hoy mi patria a que bajo el amparo de sus instituciones genuinamente democráticas hemos prosperado y formado cuanto se aprecia y se quiere en la vida".
Amplios terrenos que compró esta fundación, fueron cedidos a la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Chile. Correspondían a un fundo del sector de Los Cerrillos, y su expectativa era que se construyera allí verdadera ciudad académica consagrada especialmente al ejercicio y fomento da la educación técnica.
Acercamiento a las inscripciones que se observaban en la cornisa de la antigua barraca, la que estaba hacia la esquina de Morandé con General Mackenna.
La rúbrica de la S. Sack en las protecciones de hierro forjado de los ventanales de la empresa, en la casona de su propiedad ubicada entre ambas barracas de fierro.
Los negocios ferreteros de la S. Sack, en tanto, fueron conducidos con gran prolijidad allá en las instalaciones históricas de San Pablo y Morandé. Su esposa doña Julia, además, se incorporó también a la actividad de la planta ejerciendo labores de orientación social en favor de las familias de los trabajadores de la barraca. Definitivamente, el matrimonio fue muy querido y respetado entre los obreros de la firma: a don Salomón, por ejemplo, se le recordaba como un hombre que mantuvo un trato cordial con su gente, sin hacer alardes jerárquicos y procurándose estar siempre accesible a su gente. De hecho, se resistía a enfrentar elogios públicos y cuentan que evitaba también los reconocimientos de parte de las instituciones que fueron beneficiadas por sus desprendimientos.
Salomón Sack Mott falleció el 21 de junio de 1961. Sus restos fueron velados en el Salón de Honor de la Universidad de Chile y se le hizo un homenaje funerario también en el Círculo Israelita. A partir de ese momento, la firma quedó en manos de su familia y la sede de la S. Sack en San Pablo siguió siendo la casa matriz de la empresa y de la fundación. Una calle y una villa completa llevan el nombre del empresario en Santiago, como homenajes a su memoria. 
Mas, por razones estratégicas y por aparentes problemas con la quisquillosidad de las autoridades municipales, la S. Sack decidió abandonar estas instalaciones de Barrio Mapocho el año 2006, cambiando su casa matriz hasta la actual de avenida Andrés Bello y la fundación a calle Benjamin. El traslado de sus cuarteles centrales coincidió con la ampliación de las actividades de la sociedad y la incorporación de nuevas líneas de productos.
Desde aquel momento, las viejas dependencias de Morandé entre General Mackenna y San Pablo, cayeron velozmente en deterioro, quedando condenadas al destino final que las borró de la ciudad recientemente. A pesar de todo, las antiguas fachadas siguieron luciendo hasta este año 2013 que se va, aquellas inscripciones "S. Sack" sobre cornisas y protecciones de ventanas. Me parece que sólo la más antigua de las ex barracas de fierro, aquella  situada cerca de la esquina con General Mackenna, siguió siendo utilizada por talleres y garajes que la arrendaron, alguna vez clausurados por problemas de patentes o permisos. El resto permaneció muerto y silencioso, como contemplando la caída de la arena en el reloj de su propia historia.
Vendidas y luego demolidas, las históricas dependencias de S. Sack ahora no son más que un campo raso y abierto atrapado entre calles y edificios, del que sólo quedará el recuerdo de uno que otro vecino que pase por la mutante y cada vez menos familiar parte alta de la calle Morandé.
Así se observa ahora el lugar que ocupaba desde la década del veinte el histórico complejo industrial de la S. Sack, en Morandé, visto desde el cruce con San Pablo.

CÓMO PUDO HABER SIDO Y CÓMO NO FUE EL EDIFICIO DEL CLUB DE LA UNIÓN

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El edificio del Club de la Unión, poco después de inaugurado (Archivo Chilectra).
Coordenadas: 33°26'36.06"S 70°39'5.10"W
Por lo corriente, se puede leer en las distintas fuentes disponibles que la historia del edificio del Club de la Unión en Alameda con Bandera, Monumento Histórico Nacional desde 1981, comienza con planos realizados por el conocido arquitecto nacional Alberto Cruz Montt en 1916, con obras concluidas en 1925 cuando se entregan al uso las dependencias. El pomposo inmueble se destaca desde entonces por su estilo neoclásico francés muy monumental y elegante, con innumerables características que lo hacen único en Chile y que algún día, en una próxima entrada, intentaré abordar con mayor abundamiento.
Por ahora, sin embargo, quisiera hacer un aporte interesante que encuentro en una edición de la revista "Zig Zag" de octubre de 1912: los proyectos arquitectónicos que fueron presentados al concurso oficial del Club de la Unión para elegir el diseño del que iba a ser su edificio. Se trata de una colección de 11 imágenes, incluida la ganadora, donde se pueden leer algunos de los nombres más conocidos e importantes de la generación de arquitectos de aquellos años, todos proyectos muy bellos y atractivos, muy coincidentes con el aspecto del Santiago que ya se nos está extinguiendo.
Antes de comenzar, sin embargo, creo conveniente hacer notar algo sobre la fecha de esta fuente y la realización del concurso abierto fue en 1912, mismo año en que se adquirieron los terrenos para el edificio y en donde antes estaba una propiedad de las monjas agustinas cuyo suelo fue loteado y vendido. Hay al menos tres cosas importantes a saber:
  1. Por un lado, la prisa que tenían los miembros del Club de la Unión por dar curso al proyecto (que de todos modos se prolongó una larga cantidad de años más). La sede original del club, en Estado con Huérfanos, había sido destruida cerca de 40 años antes por un incendio, obligando a mudarse a otros inmuebles hasta decidir por este sitio junto a la Alameda de las Delicias.
  2. Por el otro lado, queda manifiesto que la fecha de 1916 repetida en la mayoría de las fuentes como aquella en que fuera concebido el edificio, no es del todo exacta, pues si bien la obra sufrió algunas modificaciones con respecto a su primera propuesta, la idea de Cruz Montt y las propuestas de los otros arquitectos que aquí veremos ya habían sido presentadas, al menos con lo que iba a ser el aspecto de sus fachadas principales.
  3. Adicionalmente, el estilo neoclásico francés que predomina en todas las propuestas, coincide también con la fiebre afrancesada y monumentalista del Primer Centenario aunque tiene antecedentes desde el siglo anterior, lo que se explica en la proximidad del año del concurso con el de aquella etapa nacional.
Hay un hecho muy curioso sobre este concurso que conviene observar, aunque no haya alcanzado a aparecer en el referido artículo fotográfico de "Zig Zag": veremos que el proyecto ganador fue el que correspondía al arquitecto francés Henri Grossin, pero debió ser cambiado por el segundo lugar del certamen, el de Cruz Montt, luego del fallecimiento del arquitecto en las trágicas circunstancias de la guerra en Europa.
Echemos una mirada, entonces, en aquellas propuestas que concursaron con la esperanza de ser elegidas como el edificio definitivo para el Club de la Unión de Santiago:
Aspecto original del proyecto presentado por el insigne y prolífico arquitecto Alberto Cruz Montt, quien finalmente se lo adjudicó. Cruz Montt también es autor de grandes obras como el Palacio Ariztía, el Banco Central y según se cree, también el Palacio Astoreca de Iquique. Se observa, sin embargo, que el edificio tiene ciertas diferencias con respecto a cómo fue el resultado final, aunque básicamente es el mismo proyecto. La titularidad debió serle entregada a Cruz Montt a pesar de que, como dijimos, había obtenido el segundo lugar, tras la muerte de Grossin.
Proyecto presentado por otro "peso pesado": Ricardo Larraín Bravo, el autor de los planos de otros referentes tan importantes como el Palacio Iñiguez, la Población Huemul y la Iglesia del Santísimo Sacramento. Es una de las propuestas donde más claramente se observa la potente inspiración artística francesa del cambio de siglo en la arquitectura.
Propuesta de don Josué Smith Solar, el insigne arquitecto nacional famoso por sus trabajos en grandes y elegantes edificios corporativos, como el Club Hípico, el Hotel Carrera o la propia remodelación del Palacio de la Moneda por su cara Sur. Su consagración y prestigio no alcanzaron para que ganara el concurso, sin embargo.
Notable y pomposa idea del francés Emilio Doyére, uno de los principales fomentadores del afrancesamiento arquitectónico en Chile. Son obras suyas el Palacio de los Tribunales de Justicia y la restauración del Teatro Municipal, además del primer cité que se conoce, y que le fue encargado por don Melchor Concha y Toro.
Este es el "Proyecto A" de los arquitectos Alberto Siegel y Augusto Geiger, que parece tener cierta influencia también desde el monumentalismo corporativo británico. Siegel es autor de varios edificios connotados, como el Palacio Schacht y el Edificio Sud Americana que tiene un ligero parecido a esta propuesta para el Club de la Unión. Geiger, por su parte, es autor del Edificio de los Tribunales de Valparaíso y del diseño de los cementerios viejos de la misma ciudad.
Más afrancesado todavía es el "Proyecto B" de Siegel y Geiger, que incluía grandes estructuras de ventanales altos y una estatua decorativa en la fachada. De origen austriaco y suizo respectivamente, estos profesionales trabajaron juntos en más de un proyecto: ambos fueron los arquitectos, por ejemplo, de la Casa Central del Banco de Chile.
Éste es el espectacular y ostentoso proyecto del francés Henri Grossin, ganador del concurso abierto aunque dijimos ya que su autor falleció trágicamente durante la Primera Guerra Mundial, dos años después, sin poder concretarlo, traspasándose el primer lugar a Cruz Montt. Grossin, otro importante referente de la arquitectura de influencia francesa en Chile, también es autor del Palacio Matte y colaborador de Emilio Jecquier en el Palacio de Bellas Artes. Me atrevería a decir que el segundo y definitivo proyecto del edificio del Club de la Unión incluyó algunos elementos considerados en la propuesta de Grossin, pero no en la original de Cruz Montt.
Propuesta de Tonkins y Somercales. Quedo en deuda de averiguar más datos sobre estos autores, particularmente si el segundo tiene alguna relación con el famoso pintor y si el primero acaso sea el ingeniero John Tonkin. Ya se observa una simplificación del neoclásico perfilándose hacia corrientes modernas nuevas y posteriores, más geométricas y sencillas.
Hermosa propuesta es de Emilio Jecquier, uno de los más influyentes arquitectos de estilo francés en Chile, autor de grandes proyectos como el Palacio de Bellas Artes, la Estación Mapocho y el Palacio de Justicia junto a Doyére, siendo un referente especialmente ligado al período del Primer Centenario. Nacido en nuestro país pero de origen franco, el prestigioso maestro presentó este proyecto al concurso que, a pesar de tener los elementos estéticos que le permitieron ganar otros certámenes anteriores, no logró el primer lugar en este caso.
Otro de los más monumentales edificios propuestos para el Club de la Unión, perteneciente a Manuel Cifuentes, conocido por su autoría de interesantes y valiosos proyectos como la Población Cifuentes, la Población Cousiño y la Mansión Picowenka. Cifuentes fue también el primer Decano de Arquitectura de la Pontificia Universidad Católica.
Finalmente, esta bella propuesta del señor Tonkins (de quien, como dije, debo más antecedentes) pero asociado ahora con el señor Bastianzig (de quien desconozco también más información, por ahora). Creo que el edificio ya se introduce visionariamente en aspectos que después serán del propios de corrientes posteriores al neoclásico y a las primeras etapas del modernismo, como el art decó iniciado en la década siguiente, además de una puntillismo casi arabesco. Es uno de los proyectos de más visible connotación institucional reflejada en su arquitectura.

DEVELANDO UN MISTERIO ANCESTRAL (PARTE IV): UNA MIRADA A LAS COORDENADAS SACRAS DE LA URBE Y A LA FUNCIÓN MÍSTICA DEL CERRO HUELÉN

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Croquis del Santiago de 1552, por Tomás Thayer Ojeda, con la "inclinación" real de la ciudad.
Coordenadas: 33°26'16.47"S 70°39'1.95"W (Plaza de Armas) / 33°26'26.04"S 70°38'37.02"W (Cerro Santa Lucía)
Me aventuro ahora en la cuarta y también penúltima parte de la serie que inicié con el título general "Develando un misterio ancestral", para exponer parte de los resultados de investigaciones sobre el pasado incásico y sacro del Valle del Mapocho, partiendo por el estudio del arqueólogo Rubén Stehberg y del historiador Gonzalo Sotomayor, sobre la existencia de un asentamiento de aquella órbita cultural anterior a la fundación oficial de la ciudad de Santiago.
En la segunda parte, vimos las evidencias de las crónicas coloniales que avalarían los resultados de dicho estudio publicado por el Museo Nacional de Historia Natural; y en la tercera echamos una mirada al trabajo realizado por los arqueoastrónomos e investigadores Patricio Bustamante y Ricardo Moyano, complementándose perfectamente con los planteamientos de Stehberg y Sotomayor.
A mayor abundamiento sobre la parte anterior de esta serie, Bustamante y Moyano sostienen la existencia de una red de "ceques" o líneas de una geografía sagrada dentro del Valle del Mapocho y con centro ceremonial y geográfico en la actual Plaza de Armas, condicionadas por puntos de referencia con relación a solsticios y equinoccios, que incluso determinarían el trazado de sendas hoy convertidas en calles céntricas como Bandera y Catedral-Monjitas.
En la proximidad del Solsticio de Verano que tendrá lugar el sábado 21 de diciembre que se aproxima por los calendarios de este último mes del año 2013, quise traer esta cuarta parte de la serie para comenzar a profundizar ya en la sorprendente e interesante nueva visión de un Santiago precolombino, cuyo mapa urbano se superpone a un mapa sacro ancestral y de analogía cósmica.
Arriba: amanecer desde calle Catedral con Bandera, continuación del Qhapac Ñan o Camino del Inca (izquierda) y desde calle Catedral con Matucana frente al cementerio incásico hallado durante la construcción de la Estación Metro Quinta Normal (derecha), unos 11 ó 12 días antes del equinoccio de primavera. Abajo: amanecer del equinoccio desde calle Catedral en la ubicación del ex cementerio frente a la Quinta Normal (izquierda) y desde el Cerro Huelén-Santa Lucía en el mismo día (derecha). Imágenes publicadas por Bustamante y Moyano en el artículo "Cerro Wangüelen: obras rupestres, observatorio astronómico-orográfico Mapuche-Inca y el sistema de ceques de la cuenca de Santiago".
RECAPITULANDO CONCLUSIONES DE BUSTAMANTE Y MOYANO
Sintetizando y a la vez recorriendo las principales observaciones y conclusiones de Bustamante y Moyano, aunque sin que sea necesario entrar a detallar los puntos precisos de los "ceques" que ya vimos en la parte anterior de esta serie, debe recordarse que el sector más céntrico de la geografía sagrada de Santiago constaría de los siguientes referentes comentados por los autores dentro del concepto de una geografía sacra en el valle mapochino:
  • El Cerro Huelén o Santa Lucía, como lugar poseedor de una huaca y de un observatorio astronómico y topográfico. Veremos más abajo que un estudio posterior vino agregar una gran cantidad de nueva información y datos relevantes a la importancia del cerro en el código fundacional del Santiago, sobre lo que había sido el anterior asentamiento mapuche-incásico. Ya hemos visto en otra entrada de este sitio, además, el hallazgo de una piedra ceremonial aparentemente en el cerro, y que ahora está empotrada en el Museo Vicuña Mackenna.
  • La Plaza de Armas, donde debía ubicarse la antigua kancha ceremonial Inca que era, a su vez, el centro del sistema de "ceques" que atraviesan el valle, además de servir como un observatorio astronómico-orográfico. Vimos ya en la tercera parte de esta serie algunas características bastante singulares de esta plaza, como que conservó un área más bien despejada hacia el Sur (sector donde ahora está el Portal Fernández Concha) por largo tiempo, rasgo que era de influencia incásica según observaciones de Bustamante, y la presencia de la mencionada kancha ceremonial en la misma.
  • Un Eje Norte-Sur prolongado desde Qhapaq Ñan o principal Camino del Inca en calle Independencia que, lejos de concluir en Atacama como se creía en la historiografía clásica, llega en realidad hasta Santiago y continúa por calle Bandera, desde allí a calle San Diego hacia el Sur, en dirección a la huaca-fortaleza del Cerro Chena, aunque Bustamante considera que, originalmente, esta ruta debió haber sido un camino mapuche mejorado por los incas.
  • Otro Eje Este-Oeste señalado por un punto del horizonte montañoso llamado Portezuelo del Inca o Mal Paso (por donde sale el Sol en el Inti Raymi visto desde el Cerro Chena), y que va hacia el poniente alcanzando el cementerio inca hallado en la Estación Metro Quinta Normal y el Cerro Lo Prado. A su vez, la orientación de calle Catedral hacia el oriente, coincide con la situación astral que se da 11-12 días antes de la salida del Sol en el equinoccio de primavera en septiembre. Respaldos fotográficos de los que dispone Bustamante verifican que esta situación aún es observable.
  • Un Eje Sureste-Noroeste señalado por la salida del Sol en el solsticio de verano en diciembre, en la ladera Sur del cerro Punta de Damas hasta la puesta del Sol tras el Cerro Copao (extremo Norte de la Cadena Altos de Lipangue) justo por el lugar del "sexo" de una silueta femenina que allí se identificaría siguiendo la línea de cumbres ("mimetolito").
La misma dupla de autores, sin embargo, ha seguido ampliando su investigación luego hacer públicos sus resultados en su exposición "Astronomía, topografía y orientaciones sagradas en el casco antiguo de Santiago, centro de Chile", presentada en el XIX Congreso Nacional de Arqueología Chilena de 2012. De alguna manera, entonces, queda expuesto que el planteamiento de la teoría sacra en el Valle del Mapocho corresponde a una tesis en desarrollo, que se ha ido ampliado y complementado con los trabajos de autores posteriores y que resultaron de la asombrosa coincidencia de investigaciones paralelas arribadas en una misma conclusión sobre la presencia de un asentamiento mapochino previo a la fundación oficial de Santiago, compuesta por indígenas súbditos del Imperio Incásico.
Imágenes de la salida de Sol en solsticio de junio (SSSJ) por el Cerro El Plomo, visto desde el Cerro Huelén (arriba a la izquierda), desde el cerro Blanco (abajo a la izquierda), más la medición angular de ambas salidas y el lugar del hallazgo de la momia infantil del Cerro El Plomo señalado como Capac Hucha (a la derecha). Imagen publicada por Bustamante y Moyano.
Vista panorámica del amanecer en el solsticio de junio (invierno) en la esquina NE de la Plaza de Armas, desde el costado poniente por Puente-Ahumada. El Sol sale por calle 21 de Mayo con calle Catedral-Monjitas. Imagen publicada por Bustamante y Moyano.
CAMINOS POR LA GEOGRAFÍA SACRA DEL VALLE
Siguiendo con el descrito desarrollo y complementación de sus planteamientos, entonces, Bustamante y Moyano han publicado artículos recientes como "Cerro Wangüelen: obras rupestres, observatorio astronómico-orográfico Mapuche-Inca y el sistema de ceques de la cuenca de Santiago", actualmente disponible en el sitio Rupestreweb.info como me ha informado gentilmente el propio señor Bustamante.
En estas nuevas publicaciones, ambos autores reafirman su conclusión categórica pero similar a la Stehberg y Sotomayor, de que había un asentamiento incásico importante en el Valle del Mapocho, antes de la llegada de los conquistadores españoles:
"De esta manera, al cruzar el río Mapocho, Pedro de Valdivia encontró probablemente un importante centro administrativo Inca en vías de consolidarse. Una cancha para las ceremonias, edificios y depósitos para granos y mercaderías, además de un trazado básico con calles y canales, junto con un sistema de chacras para cultivos. En este lugar probablemente fundó Valdivia la actual ciudad y no en el cerro bautizado por él como Santa Lucía (Huelén), como cuenta la historia actual. Probablemente la función del Alarife Gamboa y de Pedro de Valdivia se limitó inicialmente a extender las calles en base al trazado Inca, agregar manzanas y construir viviendas precarias (Bustamante 2012; Moyano y Bustamante 2012) como las de la figura 2b, para el resto de la tropa, pues él y sus oficiales seguramente utilizaron las casas construidas previamente por los Incas (Stehberg y Sotomayor 2012)".
Ambos autores han repasado también algo más sobre la idea de los caminos ancestrales que se mencionan en los estudios de Stehberg y Sotomayor, correspondientes a los que siguen y que fueron adoptados después por los hispanos:
  • Camino del Vado del Mapocho al "Puente Nuevo" del río Maipo: trazado en tiempos mapuches por calle Puente y Ahumada hacia el Sur, doblando al oriente por La Cañada (Alameda) y luego al Sur otra vez por la calle Santa Rosa, construyendo al  final un nuevo puente para cruzar el río Maipo al poniente del río Clarillo. Éste permitía cruzar el Maipo, salvo en la época de invierno.
  • Camino del Vado del Mapocho por calle Independencia al "Puente Viejo" del río Maipo: posteriormente, los incas habrían comenzado a usar el camino del Vado del Mapocho por la actual calle Puente y Ahumada también girando al oriente por La Cañada pero hasta el Cerro Huelén, doblando hacia el Sur por calle Carmen probablemente hasta el "Puente Viejo" que habían hecho los mismos incas al oriente de la desembocadura del río Clarillo, lo que facilitaba cruzar el río Maipo en cualquier época del año.
  • Camino del Vado del río Mapocho por Independencia directo al Vado del río Maipo: se presume la existencia de un camino coincidente con el Eje Norte-Sur y el Qhapaq Ñan, trazado sobre un antiguo camino mapuche adoptado y mejorado después por los incas, y que iba por la actual calle Independencia, cruzaba el río Mapocho, seguía por calle Bandera, San Diego y Gran Avenida pasando 3 km. al oriente del Pucará de Cerro Chena hasta atravesar el Vado del río Maipo, utilizable sólo en épocas estivales. Sólo este camino de los tres se conserva funcional, todavía en nuestra época.
A la observación de procesos concretos relacionados con las situaciones astrales y los "ceques" que advierten con relación al Cerro Chena y el Cerro Santa Lucía con una huaca o waka propia, se suma la verificación de que la planta de la ciudad de Santiago no coincide con las líneas cardinales (al contrario de lo que creyeron varios cartógrafos y cronistas coloniales) y la propuesta de que la ocupación del Valle Central por parte de los incas fue más pacífica de lo que pudiese haberse creído a pesar de la habitancia de culturas de horizonte mapuche en el mismo, a diferencia de la resistencia que éstas habrían dado más al Sur del país.
Parte de la investigación de Bustamante y Moyano propone la relevancia de los "mimetolitos" (interpretación de hitos como rocas, montañas o relieves del paisaje natural como rostros, personas o animales, por acción de pareidolia) en la lectura ancestral y sacra de la geografía del valle mapochino. Arriba, la interpretación del rostro en escorzo del Cerro El Plomo, que hasta nuestros días los montañistas identifican como la "Cara de Jesucristo", y donde se señala el punto en que fuera encontrada la momia infantil del Cerro Plomo. Ya hemos hablado algo de la relevancia del Cerro Plomo en la geografía sacra del valle en la entrada anterior de esta serie. Abajo, se observa una aparente silueta femenina en la línea de montañas de la Cadena Altos de Lipangue, atrás del Cerro Renca, en donde se produce el ocaso del Sol en el el solsticio de junio (invierno), justo en donde se encuentra simbólicamente el "sexo" de la figura, representando acaso el regreso solar a la "madre" (útero). Imágenes publicadas por ambos autores en "Cerro Wangüelen: obras rupestres, observatorio astronómico-orográfico Mapuche-Inca y el sistema de ceques de la cuenca de Santiago".
Plano colonial del Llano del Maipo y sus caminos, confeccionado por don Antonio Lozada (1755-1761, aproximadamente) y reproducido por Vicuña Mackenna. La posición Norte-Sur está invertida en esta carta. Se reconstruyen y señalan los tres caminos antiguos de Santiago, desprendidos desde el antiguo Camino del Inca en la actual avenida Independencia sobre el río Mapocho, y se señalan los pasos sobre el río Maipo. Publicado por Bustamante y Moyano. Clic encima de la imagen para ampliar.
LAS OBSERVACIONES DE LÓPEZ (2013)
Empero, datos nuevos que han venido a coronar la importancia de los estudios de Stehberg y Sotomayor sumados a los de Bustamante y Moyano, provienen de la información publicada por un investigador independiente, que ha dado una verdadera sorpresa con su exposición: Alexis López Tapia, con "La sagrada función del cerro Santa Lucía y la Fundación de Santiago".
López es investigador, montañista y explorador entre varias actividades más, a quien conozco desde hace varios años especialmente a propósito de sus reconocimientos por territorio austral e intereses en temas de geopolítica, aunque también debo admitir que me sentí sorprendido por la revelación de este interesante y detallado trabajo, teniendo la generosidad de ponerme al tanto con bastante información sobre el mismo. Más aún, tratándose de un trabajo exhaustivo, su autor también ha seguido desarrollándolo y ampliándolo en una interesantísima línea investigativa que seguirá arrojando resultados y novedades, sin duda.
"La sagrada función del cerro Santa Lucía y la Fundación de Santiago" vio la luz hacia mediados de 2013 en la Sociedad Chilena de Historia y Geografía, como ensayo y exposición aún no formalmente publicada. Desde entonces, y al igual que sucedió con los dos casos de los estudios anteriores, su autor ha sido requerido en algunas ocasiones por medios de comunicación interesados en estos antecedentes sobre un asentamiento precolombino en Santiago y sus señales aún visibles.
En efecto, el trabajo realizado por López luego de más de 10 años de dedicación y publicado recién en este 2013 que ya se va, no sólo se integra perfectamente a las demostraciones de un asentamiento prehispánico vinculado al Tawantinsuyu en el Valle del Mapocho y a la existencia de un sistema de coordenadas relacionadas con situaciones astrales en la ciudad primitiva, sino que consigue llegar a llenar muchos vacíos al respecto y a completar desde su propio punto de partida la información sobre el origen, sentido y propósito de aquella geografía sacra sobre la cual fue fundada y siguió creciendo hasta ahora la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo, especialmente en relación a puntos precisos como la Plaza de Armas y el Cerro Santa Lucía.
Después de las revelaciones de Bustamante y Moyano, seguidas con pocos meses de diferencia por la publicación de la investigación de Stehberg y Sotomayor con la que abrimos esta serie, vino a aparecer entonces este tercer trabajo sorprendentemente asociado al contenido de los anteriores a pesar de su desarrollo independiente y, coincidentemente, en el mismo período de tiempo en que fueron dados a conocimiento público. No se salía de la impresión por el contenido de las publicaciones anteriores cuando ésta misma se redobló con el nuevo estudio, por lo tanto.
Cabe añadir, además, que el estudio de Alexis López es el resultado de una larga investigación iniciada por el año 2000 con relación al origen de los emplazamientos que pueden encontrarse en la ciudad de Santiago, especialmente en la zona centro. Y la primera parte de su investigación la realizó asistido por el Dr. Jorge Vargas Díaz, director de la sección geografía de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía. Este esfuerzo lo condujo -tras 12 años- a la presentación de sus conclusiones que aquí comenzaremos a exponer.
Posición "desorientada" y "descentrada" de la ciudad de Santiago dentro de su "triángulo" base. Las líneas amarillas marcan los ejes centrales de calles Bandera y Compañía-Monjitas, mientras que el recuadro amarillo señala la ubicación de la Plaza Mayor o Plaza de Armas. Publicado en "La sagrada función del cerro Santa Lucía y la Fundación de Santiago".
Inclinación del plano central de la ciudad de Santiago y la Plaza de Armas (en rojo) con respecto del Norte geográfico (en amarillo). El edificio ubicado en la esquina Noreste frente a la plaza, curiosamente, sí está alineado con el eje N-S, situación que dio origen a las investigaciones de Alexis López. Publicado en "La sagrada función del cerro Santa Lucía y la Fundación de Santiago".
UNA CIUDAD "DESORIENTADA"
De acuerdo a información ofrecida por el López, su interés por el tema de marras surgió cuando, hallándose viviendo a un lado de la Plaza de Armas, notó que el eje de la misma y de toda la ciudad parecía alterado con respecto a las cardinales Norte-Sur que sí respetaba el edificio donde él residía, detalle a partir del cual inició el afanoso trabajo de indagación plasmado, finalmente, en "La sagrada función del cerro Santa Lucía y la Fundación de Santiago".
El autor parte haciendo notar que muchos detalles registrados del código fundacional de Santiago del Nuevo Extremo debieron haberse perdido con el incendio y ataque a la colonia mapochina del 11 de septiembre de 1541, por parte del gran alzamiento indígena en contra de los hispanos, ocasión en la que el primer "Libro Becerro" que tenía estos datos, se quemó. La información recogida desde las fuentes posteriores a ésta, entonces, corresponde sólo a apuntes hechos desde la frágil y a veces engañosa memoria, reflejándose su debilidad en hechos tales como las discrepancias que han existido sobre la fecha precisa de la fundación de la ciudad.
Así pues, el ir reconstruyendo las razones originales del conquistador Pedro de Valdivia para fundar la ciudad con las características y puntos referentes que le conocemos, pasa hoy por partir intentando buscarle una explicación también al señalado eje "anómalo" que se dio desde el primer trazado de cuadras español al Santiago del Nuevo Extremo, y que -como dijimos- no coinciden con los puntos o sentidos Norte-Sur y Este-Oeste.
El referido eje inclinado de la primera etapa de la urbe y que se mantuvo en las refundaciones posteriores, se hace especialmente visible en el famoso plano del Santiago del siglo XVI que fuera publicado por Luis Thayer Ojeda, hacia el 1900, a pesar de que muchas veces dicha característica ha pasado inadvertida o desconocida por otros autores de planos y cartas.
A mayor precisión, la cuadrícula del centro histórico de Santiago de Chile tiene una desviación ligera hacia el Oeste, con la siguiente aproximación numérica (grados):
  • -6° (±1), respecto del Polo Norte geográfico.
  • -9° (±1), respecto del Polo Norte magnético.
Esta particular condición de ciudad "desorientada" puede ser una variación tenue que incluso engañó a muchos cartógrafos coloniales sobre la verdadera orientación de la misma, pero no correspondería a un capricho o un error, sino a un trazado deliberado y ajustado a un propósito del propio Pedro de Valdivia, según la impresión y argumentos que ya veremos. López también desmiente que el trazado y la orientación de la ciudad Santiago del Nuevo Extremo se haya hecho en base a la de Lima, como alguna vez se ha dicho, ya que ambas tienen una desviación angular y geométrica diferente.
Conjunto de piedras tacitas del Cerro Blanco, en Recoleta, otro importante centro de la geografía sacra del valle. Fueron descubiertas por el antropólogo Ruperto Vargas Díaz (hermano del actual director de la Sección Geografía de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía, Dr. Jorge Vargas Díaz) hacia inicios de los setenta. Aunque se señala con frecuencia que los indígenas llamaban al cerro como Huechuraba o Huechura, no hay plena certeza de cuál era su nombre original, siendo convertido en el Cerro de Monserrat a la llegada de los españoles y la instalación de una capilla consagrada a la misteriosa Virgen Negra de Monserrate (primero en su cima, después en su falda y hoy al Sur del mismo). El profano actual nombre lo recibe en tiempos coloniales, cuando fueron quedando expuestas sus vetas de roca blanca por los trabajos de cantería que allí se realizaban.
La extraña piedra ceremonial encastrada en un muro del Museo Vicuña Mackenna, que según arqueólogo Luis Cornejo habría estado originalmente en alguna parte del Cerro Santa Lucía ("Mapocho, torrente urbano", Matte Editores, Santiago de Chile, año 2008) y podría corresponder a una representación lítica que demuestra un valor insospechado del Valle del Mapocho en el Tawantinsuyu.
Y TAMBIÉN CIUDAD "DESCENTRADA"...
Más aún, a la "desorientación" intencionada de Santiago del Nuevo Extremo, se agrega el que la ciudad ha sido desde sus orígenes una urbe "descentrada", que se distribuyó desde un punto central impreciso pero dentro un área triangular naturalmente comprendida por los siguientes referencias geográficas:
  • El vértice al Este en el Cerro Huelén o Santa Lucía, señalando la "punta" del triángulo hacia el sector oriente. El propio nombre original del Cerro Huelén es un asunto de alta relevancia en la investigación de López, y que en gran medida da fundamento al título de su trabajo. Para él se llamó más bien Cerro Huentén. Abundaremos en esto más abajo.
  • La línea lateral Norte, comprendida por el curso del río Mapocho (por donde estaban antes los llamados paredones del inca, creo necesario recordar).
  • La línea lateral Sur, correspondiente a La Cañada de la futura Alameda de las Delicias, donde muchos autores aseguran que alguna vez existió un hilo de agua o "brazo" desprendido del río Mapocho desde algún lugar cercano a la actual posición de la Plaza Baquedano y del Parque Forestal.
  • Se cerraba por el lado poniente, con la línea de la Quebrada de Saravia ubicada en donde ahora están la Avenida y la Plaza Brasil, y que iba desde el Mapocho hasta alcanzar la línea de La Cañada poniente (cerrado el "triángulo").
No toda esta planta fue urbanizada, por supuesto, sino que correspondía al área de uso original del poblado de Santiago, aunque todavía salen a la luz del Sol algunos hallazgos arqueológicos comprendidos dentro de casi todo el señalado "triangulo", incluyendo su vértice en el Cerro Huelén o Huetén:
"En efecto -recuerda López-, durante las excavaciones realizadas para la construcción de estacionamientos subterráneos en el margen poniente del cerro Santa Lucía, que fueron iniciadas a finales del año 2000, se encontraron restos arqueológicos prehispánicos en calle Santa Lucía y José Miguel de la Barra, indicando claramente que ese era el límite del área poblada al momento de la Fundación".
Pero la Plaza Mayor o Plaza de Armas de Santiago, como dijimos, no está exactamente al centro de este "triángulo" natural en la planta primitiva de la ciudad, tomando por líneas centrales las que coinciden con las actuales calles Bandera y Compañía-Merced. Así, por alguna razón que sólo estaría en el referido código fundacional de la ciudad, la plaza nunca ha sido el verdadero centro de la urbe a pesar de que la consideramos hasta ahora nuestro Kilómetro Cero. Además, comparado con otros casos de las plantas originales de ciudades ajustadas al "damero" como San Felipe de los Andes, Copiapó, Santa Rosa de los Andes, Concepción, Curicó y Chillán Viejo, López deduce que la ubicación de la Plaza de Armas de Santiago en el cuadrante es por completo excepcional, también casi "anómala" en apariencia, pero con razones muy válidas.
El "descentramiento" de Santiago se habría ido haciendo más evidente a medida que la misma ciudad crecía y se salía del "triángulo" original: la Plaza de Armas estaba más cerca del río Mapocho, límite Norte del mismo, a sólo tres cuadras como lo observara Thayer Ojeda en sus escritos y en el mencionado plano de la primera ciudad, mientras que hacia La Cañada eran cuatro cuadras.
Por nuestra parte, podemos comentar que esta proximidad al río varias veces condenó a la ciudad a violentos ataques de las crecidas y de los turbiones, obligando a la pesadilla de construir y reconstruir permanentemente los tajamares hasta la canalización definitiva del Mapocho ejecutada recién entre 1888 y 1891. Durante la Colonia, de hecho, se discutió en algún momento la posibilidad de desplazar la ciudad para evitar las crecidas, medida que sólo quedó en intenciones vagas y jamás tuvo piso.
Croquis de la capital chilena publicado en "Santiago durante el siglo XVI: constitución de la propiedad urbana y noticias biográficas de sus primeros pobladores" por Tomás Thayer Ojeda. Se observa perfectamente la delimitación del "triángulo" identificado por López. Clic encima para ampliar.
Panorámicas publicadas por Bustamante y Sotomayor con comparación de dos vistas del horizonte del valle desde el Cerro Santa Lucía.  El superior muestra el horizonte de 360° con las salidas y puestas de Sol (años 2008 y 2012); el inferior corresponde a un dibujo realizado en 1855 por James Melville, con el aspecto que presentaba Santiago por entonces y sus caminos estructurantes (Qhapaq Ñan o Camino del Inca y calle Catedral-Monjitas). La comparación realizada por los autores permite advertir también cómo se ha perdido la capacidad de poder contemplar e interpretar la línea del horizonte que rodea a la ciudad de Santiago en nuestros días. Clic encima de la imagen para ampliar.
¿CASUALIDAD O CAUSALIDAD?
Con relación a la posibilidad de que fuera el propio Pedro de Valdivia quien realmente hizo trazar la ciudad con estas curiosas características ("desorientada" y "descentrada"), López va más allá y recuerda que el conquistador se adjudica a sí mismo -en al menos tres cartas distintas- aquel trabajo de definición de calles y cuadras. Esta idea también fue expuesta por el historiador Diego Barros Arana, quien señalaba al alarife Gamboa sólo como un colaborador del conquistador. Además, en las Actas del Cabildo del 13 de marzo de 1541, se explicita que la actividad del alarife es sólo la regulación de las obras públicas.
"En efecto -agrega López-, según se consigna en el 'Libro Becerro', Pedro de Gamboa fue el primer alarife y empleado público de la naciente ciudad, 'oficial de dicho oficio e lo ha hecho en otras partes', aunque allí no se señala expresamente que haya realizado el trazado de la ciudad...".
Considerando que la fundación de Santiago debió tener lugar en este punto preciso, en la Plaza de Armas, el autor se cuestiona que las señaladas características no sean intencionales o producto de alguna mera libertad urbanística. También deduce que gran parte de la distribución establecida por los españoles estaba señalada, de alguna manera, por hitos ya existentes alrededor de dicha plaza, y de los que ya hemos visto algo en la parte de esta serie dedicada a la publicación de los trabajos de Stehberg y Sotomayor. En palabras del propio López:
"Como hemos señalado, la Cuenca de Santiago es básicamente una pendiente inclinada que todos los inviernos está sujeta a la posibilidad de inundaciones, aluviones y salidas de los dos principales ríos que la atraviesan. Los Incas –con el avanzado conocimiento hidráulico y agrícola que poseían-, se percataron rápidamente de que la 'Isla del Mapocho' era a la vez, el sector naturalmente mejor irrigado y más alto en el centro del valle, y sobre todo, estaba dominada por el 'Cerro Huetén', que era el centro ritual de los araucanos del Mapocho. Hemos mencionado anteriormente, que ya desde el período alfarero temprano existían viviendas y sitios de enterramiento en torno a la actual Plaza de Armas, y podemos suponer con alguna certeza, que todo el sector estaba igualmente poblado a la llegada de los Incas. Todos estos factores determinaron que precisamente en esa misma área, los Incas construyeran paredones, un 'Tambo Grande', sede de la administración, un templete o huaca en el sector de la actual catedral, y posiblemente otras construcciones en torno a la kancha o plaza central".
Para abundar más en sus conclusiones, revisando las tradiciones de las fundaciones urbanas descritas por algunos expertos para casos de la antigua Europa y de la América Precolombina, López recuerda que el rito de creación de una ciudad solía involucrar las siguientes etapas y demandas:
  1. Observaciones del área escogida desde algún cerro, loma o elevación cercanos, solicitando cumplir tanto aspectos rituales como utilitarios.
  2. Primitivamente, además, se tomaba algún hecho, acontecimiento o prodigio como señal divina para establecer un punto determinado sobre el territorio a ocupar (templum) que pasaría a ser el centro de los ejes de la misma.
  3. Se cavaba allí mismo un agujero (mundus) con el enterramiento simbólico de algunos objetos.
  4. A continuación, en este mismo punto se ejecutaba el levantamiento de un pilar o poste vertical (gnomon).
  5. La sombra del poste se va marcando en un círculo al amanecer y al atardecer para trazar así el recorrido Este-Oeste (decumanus) con el primer eje primordial de la ciudad.
  6. Precisado dicho eje, se ejecuta una perpendicular con orientación Norte-Sur (cardo), segundo eje de la ciudad.
  7. Sobre ambas líneas-ejes primarios, se realiza la demarcación de un primer cuadrilátero rodeando el cruce al centro, para establecer allí la plaza central.
  8. A partir de la posición de esta plaza, se trazan las calles y cuadras adyacentes.
El punto interesante es que elementos necesarios para este procedimiento habrían sido conocidos por los mapuches e incas, según observa el autor en la semejanza funcional y ceremonial del tótem rehue y del altar solar intihuatana, respectivamente, con el señalado poste de demarcación solar (gnomon). En el caso español, sin embargo, dijimos ya que la distribución de cuadras alrededor de este punto central se ejecutaba siguiendo el esquema "damero", de casilleros de un tablero del "juego de las damas".
Vista del cerro y de los canales del Mapocho que lo circundaban, según mapa francés del siglo XVIII, basado en el plano de Santiago hecho por A. Frezier en 1712. Se observa lo que corresponde al "vértice" del Huelén en el oriente del "triángulo" de la planta general del Santiago primitivo, aunque por el diseño del mapa aparece acá volteada. Clic encima para ampliar.
Aspecto rocoso, estéril y aún primitivo del Cerro Santa Lucía hacia 1860-1870, antes de su remodelación. Vista desde el frente del Teatro Municipal. Imagen del archivo de la Compañía de Consumidores de Gas de Santiago. Fue precisamente este aspecto uno de los factores que llamaron profundamente la atención de los antiguos habitantes del Valle del Mapocho, que lo eligieron como centro ceremonial y observatorio.
EL VERDADERO NOMBRE DEL CERRO HUELÉN
Antes del arribo incásico sobre el valle mapochino, sin embargo, la sábana cultural mapuche se había extendido de Sur a Norte más o menos hasta el sector de Coquimbo o incluso más septentrionalmente, hasta Copiapó, influyendo en la uniformidad del lenguaje y del ceremonialismo, por ejemplo, como lo observó temprano don Jerónimo de Vivar en su "Crónica y relación copiosa y verdadera de los Reinos de Chile" de 1558. Santiago quedó bajo este horizonte y esto se reflejó en la toponimia y en la interpretación de la geografía.
"Sin duda -comenta López-, cuando los primeros Araucanos llegaron al valle del Mapocho, de los más de 25 cerros isla de la cuenca, uno les llamó poderosamente la atención, no sólo porque en su entorno ya existía un antiguo poblado, no sólo por las extraordinarias formaciones rocosas que poseía –absolutamente únicas en todo el valle-, sino particularmente por su ubicación: era un cerro completamente aislado, una verdadera isla encerrada entre los brazos de principal río del valle, que además tenía la mayor elevación relativa en comparación con los planos circundantes".
Resulta, pues, que el Huelén parece constituirse como punto neurálgico para determinar parte de la geografía sagrada dentro del Valle del Mapocho, además de haber servido como observatorio y centro ceremonial. Es aquí donde toma cuerpo el grueso del trabajo de López, proporcionando una voluminosa cantidad de nuevas observaciones y conclusiones que podrían cambiar radicalmente la visión general que se había tenido hasta ahora del mismo cerro y de su función simbólica dentro de la ciudad.
Como dijimos hace algunos años en un artículo de este blog a propósito de la primera etapa de la historia urbana del Cerro Santa Lucía, el nombre originalmente dado al peñón rocoso del Huelén, ha sido traducido de manera tradicional como "Dolor" o algún concepto parecido, aunque en muchos ha rondado la duda y otros se han excusado de demostrar esta afirmación de la que Benjamín Vicuña Mackenna parece ser el principal responsable, en su famosa "Historia crítica y social de la ciudad de Santiago". No obstante, con las investigaciones nuevas creemos encontrar por primera vez un planteamiento concreto sobre lo que podría ser el verdadero significado del nombre que daban los habitantes precolombinos al cerro, con una interpretación más apropiada también al sentido ceremonial que tuvo el Cerro Huelén en el contexto de geografía sacra que relacionamos.
Dice el autor que el título ancestral de Huelén estaría asociado en realidad al mito del Génesis mapuche, donde al igual que en muchas otras tradiciones del planeta, la creación y la época de los hombres surge desde una lucha serpentaria: en este caso, de dos culebras gigantes llamadas Trengtreng filu y Kaykay filu, conocidas también como Tentén Vilú y Caicai Vilú (filú o vilú significa "serpiente"), que habitan y representan la tierra y el mar, respectivamente. Tentén, previendo que Caicai atacará al mundo con una gran inundación, refugia a los hombres en un cerro sagrado donde mora, aunque sólo algunos le creyeron y respondieron su llamado. Producido el también universal suceso mitológico del diluvio-inundación, sólo un puñado de humanos se salva de la destrucción y de la colosal pelea desatada entre las dos serpientes, que cambió para siempre los paisajes del mundo.
Observa López que, a lo largo de los territorios bajo influencia mapuche o araucana, estos van asignando nombres que evocan a Tentén y a su mitología fundacional a ciertos cerros que presentan alguna relación especial con el agua y que recuerdan al mismo mito, convirtiéndolos también en centros ceremoniales o sagrados. Esto lo comentó en su momento Diego de Rosales al escribir en el siglo XVII, en su "Historia general del Reino de Chile", que "en todas las provincias hay algún Tentén y cerro de grande veneración, por tener creído que en él se salvaron sus antepasados del diluvio general". El mismo cronista agregó que en la cumbre de estos cerros se creía que habitaba "una culebra del mismo nombre" y que ella era "célebre y de gran religión entre los indios".
Varios son los cerros de esta característica mencionados por López, algunos incluso con sepulturas, restos arqueológicos y centros ceremoniales, ubicados como alturas seguras cerca de lagos, ríos o costas. Hay al menos quince:
"El cerro Ten Ten de Castro, en Chiloé; cerro Tenten de Maullín; Ten Ten Mahuida (Cerro Tronador), en Bariloche y cerro Tren Tren en el Lago Lácar, Argentina; cerro Tren Tren en Isla Huapi, Lago Ranco; cerro Treng Treng en Lago Pellaifa, P.N. Villarica; Cerro Xen Xen en Carahue; cerro Treng Treng en Ancapully, en Cholchol; cerro Tren Tren en el Lago Lleu Lleu; cerro Treng Treng en Los Sauces en Angol; cerro Treng Treng (Colo Colo) en Arauco; cerro Tren Tren en Pelarco; cerro Tren Tren en Lo Miranda, Doñihue, Rancagua; cerro Tenten en Quilimarí1… e incluso, un cerro Tenten en Anchash, Perú".
Tras verificar que vocablos como Huelén, Güelén o Welén no aparecen en el primer diccionario mapudungún conocido, editado en 1684 por el Padre Luis de Valdivia y titulado "Arte y gramática general de la lengua que corre en todo el Reyno de Chile", el investigador propone que el nombre original que habría tenido el cerro fue Huetreng, que se traduciría como Nuevo Lugar Trengtreng.
También advierte otras posibles semejanzas fonéticas y conceptuales con palabras mapuches como huente (encima), huentén (altitud), huenu, (arriba), huylen (primavera) y felen (cerro). En contraste, no halla una relación convincente con la palabra mapudungún para referirse al "dolor", y que corresponde a kutran; tampoco con "maldito", interpretación alternativa que se ha hecho de Huelén, y en en realidad correspondería a wesha.
El cerro Santa Lucía ex Huelén del siglo XVIII, ya cristianizado pero aún luciendo su aspecto de peñón rocoso que lo hace único en el Valle del Mapocho. Imagen basada en el plano de Santiago de Frezier (1712).
"Plano Topográfico del Cerro Santa Lucía, tal cual existía hasta Mayo de 1872 en que se comenzaron los trabajos", confeccionado en 1869 por el Ingeniero don Elías Márquez de la Plata y publicado por don Benjamín Vicuña Mackenna en el "Álbum del Santa Lucía".
DE CERRO "HUETÉN"A CERRO "HUELÉN"
Para el investigador, como el Huelén destacaba naturalmente en el paisaje del valle mapochino y presentaba una característica única en el mismo y con la disposición del río, pudo ser asociado de inmediato por los mapuches a su mito de Tentén y Caicai, pues "una 'culebra de agua' rodeaba a la 'culebra de tierra', que con su 'cabeza' protegía" al poblado en su pequeña "isla", particularmente de los embates del río Mapocho en cada salida de madres. Era algo casi inevitable, entonces, que el cerro quedara asociado conceptual y nominalmente al mito de Tentén Vilú casi apenas fue conocido en la llegada y expansión mapuche al Valle del Mapocho.
Hay otras opiniones sobre el nombre real del Huelén, por supuesto, aunque también en el sentido de proponerlo como un centro ceremonial y observatorio astronómico. Bustamante y Moyano han propuesto la suya, asegurando que se llamaba originalmente Wangüelen o Huangüelén, que significaría "estrella" y, en una interpretación más amplia, "espíritu de los astros". Según sus palabras:
"Wangüelen es el nombre de la primera estrella que baja del cielo para convertirse en la mujer del primer hombre mapuche dando origen a este pueblo. El cerro Wangüelen pudo ser entonces el 'lugar para observar los astros' (Sol, Luna, planetas y estrellas), es decir un antiguo observatorio astronómico. En relación con el significado del nombre, la Machi Mapuche-Huilliche Adriana Pinda, en comunicación personal (2013) señala que: Wangüelen = Objeto estelar-estrella, Wal = circularidad (o totalidad) Walun = (verano) el significado antiguo es universo. Wallon-wallontun = universo".
Empero, López considera importante atender elementos adicionales para la identificación del nombre original y de su interpretación, como la alteración que suelen sufrir las pronunciaciones t, th, tr, ch, generando confusiones y variaciones que habrían permitido que un nombre original como Huetreng, que propone como el más seguro, se convertirse en Huechreng, Huentén y Huetén. De esta manera, la denominación en mapudungún Huetreng se habría simplificado a Huetén y desde allí derivó a Huelén, que ha sido interpretado erróneamente por tanto tiempo ya como "Dolor".
"En cualquier caso -concluye-, las dos palabras aluden a lo mismo: un lugar alto, un cerro, símbolo de la mítica Tentén, en la que la humanidad puede salvarse en caso de inundación. Como hemos dicho, se trata de un símbolo –y en este caso un signo lingüístico–, absolutamente funcional".
El nombre que se dio al Cerro Huelén bajo la influencia cultural mapuche y su valor como punto referente esencial de la geografía sacra del valle, consolidada ya en la época dominio incásico al alero del Tawantinsuyu, estuvo en aquella función como observatorio que le fue propia: como centro de contemplación y ceremonia con orientación astral, de situaciones solares-lunares precisas, entre ellas el solsticio de diciembre que muy  pronto nos señalará el inicio del Verano, que en el mundo clásico era conocido como el Sol Invictus o Año Nuevo Mitraístico, y coincidentetambién con la fiesta del We Tripantu mapuche que se celebra por indígenas precisamente en este cerro, en junio. Todo indicaría que don Pedro de Valdivia, además, no era muy ajeno a estos conocimientos y correlaciones astrales, según la forma en que tuvo lugar su ocupación del valle y la fundación de la ciudad sobre los mismos terrenos donde antes se posó el misticismo del mapuche y luego el del inca... Incluso por la razón que le llevó a rebautizar al Huelén como Santa Lucía.
En la próxima parte de esta serie, la quinta y última, abordaremos los aspectos que expone el trabajo de Alexis López con relación a la descrita función de observatorio ceremonial del Cerro Huelén o Santa Lucía en la geografía sacra y en la planta original de la urbe, además de cómo fue asimilado sincrética y veladamente su valor cuando llegaron los españoles cristianos y cuál fue su relevancia en el establecimiento de los códigos fundacionales del Santiago del Nuevo Extremo.

EL DULCE AROMA DE UN MISTERIO: LAS CERÁMICAS PERFUMADAS DE LAS MONJAS CLARAS

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Piezas de cerámica perfumada clarisa. Imagen de 1960, publicada en Memoria Chilena.
Coordenadas: 33°26'13.68"S 70°39'2.52"W (ex Convento de Santa Clara) / 33°30'38.66"S 70°45'58.79"W (Museo del Carmen) / 33°26'31.51"S 70°38'44.70"W (Museo Histórico Nacional)
Hubo una época de Santiago en que, para estas fechas navideñas, un regalo figuraba entre los más cotizados: las cerámicas ornamentales de greda perfumada que se producían en el convento de las religiosas clarisas. Correspondían en la mayoría de los casos a recipientes o miniaturas de greda cocida, policromadas con esmaltes y con esa característica del agradable aroma a flores y bálsamos que expelían al ambiente, en el caso de la vajilla aportando un saludable toque herbal a los alimentos o bebidas.
Las fabricantes de estas piezas eran las Monjas de la Orden de Santa Clara, famosas también por su producción de dulces y confites, que se establecieron en Santiago en un solar de La Cañada (Alameda) donde se levantó su gran convento, cerca del Cerro Santa Lucía y frente al complejo de San Juan de Dios, en 1604. Como ocupaban el lugar donde está ahora la Biblioteca Nacional, en aquellos años la calle Mac Iver era llamada calle de las Claras precisamente por la presencia de las monjas clarisas allí en la esquina con la Alameda. Un grupo de ellas, sin embargo, se trasladó -tras una disputa al interior de la orden- hasta otro terreno cedido por don Alonso del Campo en la cuadra al Norte-oriente frente a la Plaza de Armas, donde permanecieron por cerca de 140 años hasta que don Bernardo O'Higgins enajenó esos terrenos y los vendió hacia 1821 para poder financiar los gastos militares de las guerras de la Independencia. Recuerdo de aquella pasada es el nombre que recibe la calle donde estaban junto a la plaza: Monjitas.
La fabricación de la fina y delicada cerámica perfumada en los talleres de artesanías estas monjas, puede haber comenzado hacia inicios del siglo XVII, entonces. Aparecen mencionadas por el cronista Diego de Rosales hacia 1670, en su conocido trabajo "Historia general del Reino de Chile. Flandes Indiano", al referirse a las exportaciones de productos chilenos hasta Perú:
"Además de esto se llevan al Perú grandísima cantidad de jarros y búcaros, de formas muy curiosas, muy delgados y olorosos, que pueden competir con búcaros de Portugal y de otras partes, tanto que sirven a la golosina de las mujeres, aunque los apetecen para la vista por su hermosura, los solicitan más para el apetito".
Este interés peruano en tales productos aromatizados hechos en Chile, queda confirmado en un inventario de las posesiones del Virrey de Perú el Conde de Lemos, en ese mismo siglo, donde figuran varias piezas de cerámicas perfumadas chilenas.
El Convento de las Monjas Clarisas en la Alameda pocos años antes de su demolición.
Campana del Claustro de las Monjas Claras, del siglo XIX. Estaba ubicada en torno a la entrada del mismo y actualmente se encuentra en las colecciones del Museo del Carmen (donación de doña Ana María Ladrón de Guevara de Riesco).
Las monjas clarisas solían producirlas en su reclusión durante todo el año y de seguro en más de una oportunidad debieron trabajar a pedido, pues la demanda era alta, especialmente hacia fines del siglo XVIII, dada su popularidad. Utilizaban para ello una mezcla de arcilla, arena fina y caolín, creando piezas de paredes muy delgadas, en algunos casos muy frágiles, pero cuidadosamente pintadas con colores relucientes. No me parece que se supiera por entonces siquiera si el olor perfumado, que era descrito como semejante a "pétalos de rosas", provenía de sales o esencias que se agregaban a la mezcla de la arcilla o bien a los esmaltes usados en el policromado de las figuras. Ese olor brotaba especialmente en el caso de los cantaritos, tazas o mates que eran expuestos al calor del brasero para calentar su contenido.
La belleza artística era el otro atractivo de la artesanía clarisa: se hacía sobre estas piezas una cuidadosa decoración que incluía motivos florales y aves; y hacia la etapa final había producción de muchas miniaturas de pájaros, perros y corderos, inclinación zoomórfica que podría explicarse por el amor animalista que han profesado tradicionalmente los grupos religiosos relacionados con la figura de San Francisco de Asís, como lo advierte la investigadora María Bichon. Las más populares eran las miniaturas de mates, teteras, platillos, mesas con vajillas y braseritos o salamandras, además de tazas y platos con flores en relieve, palmatorias, sahumadores con forma de paloma y vasijas con tapas de flores y pájaros.
Probablemente, entonces, no había en la Colonia una casa aristocrática donde no figuraran estas curiosidades, ni clan familiar que no atesorara al menos una de estas piezas todavía en el siglo XIX. Muchas de ellas eran regaladas especialmente a benefactores y colaboradores de la orden, además. Y don Diego Portales, en una de sus famosas cartas a su amigo Antonio Garfias, le suplica en 1835:
"Por Dios le pido que me mande dos matecitos dorados de las monjas, de aquellos olorocitos: con el campo y la soledad me he entregado al vicio, y no hay modo que al tiempo de tomar mate, no me acuerde del gusto con que lo tomo en dichos matecitos. Encargue que vengan bien olorosos, para que les dure el olor bastante tiempo, y mientras les dure éste, les dura también el buen gusto; junto con los matecitos, mándeme media docena de bombillas de caña, que sean muy buenas y bonitas."
Incluso durante la centuria siguiente quedaban algunas guardadas en alguna vitrina de familia, como herencia de bisabuelos y tatarabuelos, y de seguro habrá más de alguno por ahí entre particulares que no están seguros de su valor, sin hallarse enclaustrado tras los cristales de colecciones históricas como sería el caso de las que están en el Museo Histórico Nacional y en el Museo del Carmen del Templo Votivo de Maipú. Esta última institución cuenta con una pequeño pero valioso set donado por doña Esther Lois Cortés. También hay varias cerámicas en colecciones privadas de difícil acceso.
Colección de cerámicas perfumadas de las monjas claras en el Museo del Carmen de Maipú.
Más miniaturas aromáticas del Museo del Carmen, donadas por doña Esther Lois Cortés.
Llamadas popularmente"locitas de las clarisas", "gredas de monjas" u "ollitas de las monjas", el investigador costumbrista Raúl Francisco Jiménez consideraba esta forma de artesanía chilena con la relevancia y la importancia folklórica de las cerámicas de Quinchamalí, Limache o Pomaire, pues eran una genuina y auténtica manifestación cultural-artística, además de un producto nacional muy típico en su época.
"Al decir de la gente que conoció estos trabajos -escribió en la revista "En Viaje" en 1960-, verdaderos milagros de unas manos superadas en paciencia, eran significativas miniaturas perfumadas que se ofrecían, no para la venta al público, sino para regalo de sus benefactores y síndicos".
Se ha creído a veces que el secreto de las clarisas era sólo el de cómo producir cerámicas aromáticas, aunque la arcilla y loza perfumadas han existido en otras latitudes. Sin embargo, el secreto incluía también el cómo se llegaba a esta calidad del producto y a aquél aroma en particular. En España practicaron esta artesanía especialmente las mujeres de origen moro durante el dominio árabe, pasando así a las tradiciones hispanas y desde allí traído a Chile por las primeras tres o cuatro clarisas españolas del flamante beaterío. El misterio que se atribuía en su época a las monjas era ya entonces, también, el cómo hacían para que el perfume de las piezas perdurara tanto tiempo sin desaparecer. Toda la técnica, además, era celosamente transmitida por monjas superiores a otras aprendices, y así la fórmula nunca salía del puñado de iniciadas dentro del claustro.
Perdiéndose ya este secreto alquímico, al irse diluyendo y reduciendo el arte entre las clarisas de Santiago, comenzaron a cundir falsificaciones que no llegaban ni a la sombra de aquellas viejas y exquisitas piezas originales. La última artesana original de figuras perfumadas que sobrevivía y seguía fabricando tales maravillas fue Sor María del Carmen de la Encarnación Jofré. Con su fallecimiento, sucedido el año 1898, Chile perdió quizás para siempre una de sus más bellas y especiales artesanías típicas, pues los conventos de monjas clarisas de La Florida, Puente Alto y Los Ángeles también se apartaron de su propia tradición y señalaron el final de la tradición cultivada allí en el Monasterio de Santa Clara, que demolido en 1913 para construir el edificio de la Biblioteca Nacional.
Hacia principios del siglo XX, habían muchas piezas perfumadas de cerámica en el mercado, pero hechas por artesanas que habían sido asistentes de las monjas en sus talleres, por lo que ya no pertenecían a las facturadas por las religiosas del convento ni tenían la calidad de las verdaderas. Luego, vinieron otras cerámicas pintadas de manera parecida, pero más copiadas de las artesanías tradicionales de pueblo, como recordaría Jorge Délano en su libro "Botica de turnio" de 1964, haciendo recuerdos traídos de inicios de siglo, antes del Primer Centenario:
"Como a los diez años, edad en que empecé a emanciparme, incursionaba entre Pascua y Año Nuevo, junto con algunos compañeros de colegio, por las 'ventas' de la Alameda, callampescos quioscos que se alineaban a lo largo del más antiguo paseo santiaguino. En algunos había un letrero en que se leía: 'Aquí está Silva', lo que significaba que allí se expendían 'cola de mono' y 'ponche con malicia'. En los más inocentes vendían frutas, 'aloja' y 'locitas de las monjas', representaciones estas de figuras populares modeladas con primitiva gracia en greda cocida y coloreada con un esmalte al que las monjitas deben haber mezclado algunos granos de almizcle o quizás de incienso. Ahora las hacen muy semejantes en Pomaire; pero sin el peculiar olor que me incitaba a chuparlas.
Jamás he vuelto a percibir ese aroma tan misterioso y evocador. Si hoy volviera a encontrarlo me sentiría de nuevo enfundado en mi traje blanco de marinero, con el nombre de Arturo Prat escrito en letras doradas sobre la frente.
(...) ¡Ah! ¡Si yo pudiera sentir una vez más el olor de las 'locitas de las monjas'! Pero el secreto se ha perdido, y ahora las pintan al 'duco'."
No obstante, Jiménez sugiere que sí parecen haber existido personas que manejaron parte de la secreta técnica, o al menos supieron imitarla, cuando estaba extinta ya la producción artesanal de las monjas clarisas:
"Sin embargo, esta técnica escondida la obtuvieron ciertas familias ajenas a los ajetreos religiosos, y la fueron transmitiendo por herencia a sus sucesores"
"Perro rojo", cerámica de Talagante en el Museo Histórico Nacional. Aunque figura rotulada sólo como "cerámica moldeada y policromada (siglo XX)" de autor anónimo, según mi impresión podría pertenecer al tipo de artesanías perfumadas que difundieron por aquella localidad talagantina las hermanas Gutiérrez, especialmente doña Sara Gutiérrez, alguna vez colaboradora de la Biblioteca Nacional y del mismo museo.
Más colecciones de miniaturas de cerámica perfumada clarisa en el Museo del Carmen, del Templo Votivo de Maipú. Destacan los colores rojos, dorados, verdes, amarillos, negros y ocres del policromado.
Éste fue el caso de Sara Gutiérrez Jofré, quien proveyó a la sección de folklore de la Biblioteca Nacional algunos pintorescos trabajos de este estilo y clase, aunque con notorias diferencias respecto de las originales de las monjas claras, como el uso de muchos motivos antropomórficos e iconografía costumbrista.
El problema es que doña Sara tampoco habría revelado del todo su técnica, esa con la que reinterpretó la forma de artesanía en greda aromática, pues aseguraba que era peligrosa y podía producir ceguera en artesanos inexpertos que se aventuraran en la producción de tales piezas. Gracias a su influencia, sin embargo, hubo una interesante producción de cerámica perfumada en Talagante, aunque sin la importancia ni la calidad de la hecha antaño por monjas clarisas. De hecho, tengo la fundada sospecha de que una miniatura talagantina de un perro rojo actualmente en exhibición en del Museo Histórico Nacional, pertenecería no sólo a esta generación de nuevas cerámicas perfumadas, sino probablemente a esta misma autora o algunas de sus alumnas, aunque figura rotulada como "anónimo".
En 1975, sin embargo, la Investigadora del Museo Histórico Nacional doña Vanya Roa Heresmann hizo públicos los resultados de una investigación titulada "Cerámica perfumada, monjas claras", en la que anunció el redescubrimiento de la fórmula química de la cerámica aromática y sus características esenciales, como la calidad de la arcilla utilizada por las clarisas. Llegó a estos resultados a partir del estudio de colecciones que encontró en Linares, y los conventos de monjas clarisas de Los Ángeles y de Puente Alto, valiéndose de la misma fórmula recién rescatada, retomaron de inmediato la producción artesanal de cerámica aromática, perfumándola después del policromado con pigmentos que incluyen clara de huevo y aceite de linaza, para lo cual se valían de sustancias aromáticas de origen vegetal que no pertenecen a la flora chilena y que han sido mantenidas en reserva desde entonces. Ese mismo año realizaron una exposición en el Museo Histórico Nacional para mostrar el "regreso" de la cerámica perfumada clarisa.
Si bien fue notable el redescubrimiento de la fórmula y el resucitar de la artesanía cerámica de las monjas, y aún celebrando que la tradición no esté perdida del todo, tengo la sensación de que la opinión de varios entre quienes están más familiarizados con el tema, es que la nueva generación de estas piezas no llegó a tener la espectacularidad ni la longevidad aromática que tenían las originales de la Colonia y del siglo XIX. Pueden compararse algunas piezas antiguas con otras de las nuevas cerámicas de las claras en el Museo de Arte y Artesanía de Linares.
Gran parte de la historia de esta artesanía fue reunida en un estudio de la investigadora María Bichon titulado "En torno a la cerámica de las monjas", publicado en  la "Revisa Chilena de Historia y Geografía N° 108 de 1946, y en "Locita de las monjas clarisas" de Guillermo Carrasco, publicado por Juan Antonio Massone el año 2001 en la selección "Homenaje a Oreste Plath". Desde hace unos años, además, existe también un interesante trabajo de recopilación de antecedentes sobre tan singular cerámica perfumada, realizado por Claudia Prado Berlien con el título "Precisiones en relación a un tipo cerámico característico de los contextos urbanos coloniales de la Zona Central de Chile", expuesto en el XVII Congreso Nacional de Arqueología Chilena realizado en Valdivia el año 2006.
Cada vez quedan menos de estas piezas de la cerámica perfumada clarisa: a pesar de su popularidad, existen pocos hallazgos de las mismas en excavaciones arqueológicas o inspecciones de niveles históricos de la ciudad. Las que Vanya Roa halló en Linares prácticamente estaban botadas y olvidadas, de hecho. Tal vez su propio valor las condenó a extinguirse: atesoradas como joyas en su mejor época, su estilo infantil y casi naif las fue condenando a la ignorancia y a la desvaloración, en especial cuando se perdió su principal característica aromática por el paso del tiempo, volviéndose así meras piezas de colección o decoración que se fueron destruyendo o perdiendo.

SOBRE LOS "GUACHACAS" ORIGINARIOS

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Bebiendo en la bodega. Imagen de "Comidas y Bebidas chilenas" de Alfonso Alcalde.
La última y controvertida elección de Rey y Reina del Movimiento de los Guachacas 2013 ha dejado un saborcillo polémico que, entre otras cosas, ha llevado a algunos a preguntarse quiénes son el realidad los guachacas “típicos” y cuál es el verdadero origen del término, o su significado.
De raíz quechua, el antiguo huachaca era en realidad cierto tipo de mendigos y ebrios callejeros que quedaban tirados en la calle y que caían en la vagancia consumidos por el mismo vicio, guardando quizás alguna relación con otras expresiones como huacho, usado peyorativamente para huérfano, abandonado o bastardo, y también con el huachacai, una deplorable bebida similar al aguardiente pero de bajísima calidad, que se bebía en lo más bajo de la sociedad chilena.
El huachacai era sólo para garantizar la borrachera: equivalía casi al bidón de “Chimbombo” en la Colonia y buena parte de la República, apareciendo mencionada en el diccionario de “Chilenismos. Apuntes lexicográficos” de José Toribio Medina (Soc. Imp. y Lit. Universo, Santiago, Chile – 1928, pág. 173) y sabiéndose que fue muy común en zonas santiaguinas como el barrio La Chimba, La Vega y el Mercado Central, tradicional territorio de curados.
Un gran fomentor del concepto fue, por supuesto, el Tío Roberto Parra con sus cuecas choras y su famosa pieza el “Jazz huachaca”, además de que el gran folklorista calzaba bastante bien con el perfil original del huachaca que bebía en exceso y llegaba a quedar tirado, según su propia confesión.
Empero, como todos los términos y expresiones (significantes) pueden sufrir adaptaciones o desplazamientos desde sus sentidos originales (significados), con el tiempo, huachaca -o más modernamente “guachaca”- se ha convertido en algo relativo más bien a una parte de la cultura chilena, a veces como sinónimo de roto inclusive, y que se declara heredero de la tradición popular con gusto por la comida típica, los tragos folclóricos y las cuecas bravas, entre otros iconos.
Más allá de la legitimidad que pueda tener o no esta transposición del concepto, su epicentro sigue siendo el Barrio Mapocho, viejo territorio de los primeros huachacas y de los traguitos de huachacai de antaño, con sus reuniones “cumbres” anuales en el Centro Cultural de la Estación Mapocho y sus fiestas en cantinas históricas como “La Piojera”.

UN SINGULAR INMUEBLE HISTÓRICO: LA CASA GIBBS, DE LA CASA GIBBS

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Vieja imagen del inmueble. Se mantiene hoy muy fiel a su aspecto original.
Coordenadas: 23°38'46.44"S 70°24'2.44"W
El edificio de la Casa Gibbs es un hito destacado en el escenario costanero de Antofagasta, con accesos principales por Balmaceda 2499 y Baquedano 108. Desde su construcción, pasado el Primer Centenario, siempre ha dominado la vista de este sector de la ciudad allí cerca del elegante Hotel Antofagasta, aunque desde hace algún tiempo compitiendo parcialmente con otros edificios hoteleros y algunas construcciones más modernas de alrededores.
Actualmente en propiedad de la familia Gaete, el elegante inmueble forma parte de las dependencias de Universidad del Mar, por lo que su próximo destino dependerá de qué suceda después del inminente cierre de esta casa de estudios, que deberá ejecutarse a fines del próximo año. Por ahora, el acomplejamiento nacional de "Área 51" (frustraciones jerárquicas y exhibicionismo de seguridad) parece que está bastante vivo en la administración del edificio, prohibiéndose terminantemente la posibilidad de tomar fotografías interiores y hasta informándose con escasez y desconfianza sobre el conducto necesario para lograr una autorización al respecto.
Las dependencias del soberbio edificio han sido arrendadas por varias empresas y firmas en distintos períodos, pero siempre se le ha recordado por el nombre de aquella compañía que lo ocupara allí y cuya historia ciertamente se enreda con la semblanza de la propia ciudad antofagastina.
Imagen publicada por el portal EducarChile, donde se detalla que esta fotografía fue tomada por Roberto Montandón "alrededor del año 1990", aunque tiendo a creer que es anterior. Se observa el feo entorno que tenía el edificio en aquellos días, cuando era utilizado por una empresa de arriendo de vehículos y un instituto educacional.
Detalle de una imagen de los archivos de Editorial Antártica, hacia 1980. Muestra el aspecto de la costanera vista hacia el Sur desde el edificio de la ex Aduana, destacando el Hotel Antofagasta a la derecha y la Casa Gibbs al fondo, con la apariencia que tenía entonces casi involucrada en el propio barrio portuario, antes de la apertura de la avenida lateral.
LA GIBBS & SONS EN ANTOFAGASTA
La Casa Gibbs del barrio histórico portuario era la sede local de la compañía británica Anthony Gibbs & Sons, conocida con el mismo nombre del inmueble: "Casa Gibbs", aunque los británicos y su propio directorio hablaban de la empresa como "The House", a secas. La firma llegó a establecerse a Antofagasta sólo cuando había entrado en vigencia el Tratado de 1866, mismo que había dividido el territorio en conflicto entre Chile y Bolivia sobre el desierto de Atacama, creándose un área de condominio territorial en el que estaría, precisamente, la ciudad de marras. Utopía de corta duración, como es sabido.
Aunque haya autores que han querido ver en la compañía Gibbs representados los intereses chilenos en la complicidad de la que se nos acusa en los ex países aliados con las ambiciones británicas sobre el salitre, el hecho es que la empresa tenía profundos nexos con Perú: con sede general en Londres desde 1808, había sido entrado en operaciones en Lima mucho antes de establecerse también en Valparaíso, abriendo su filial de Antofagasta sólo cuando estaba consumada la autorización para la explotación de nitratos conseguida del Gobierno de Bolivia -en virtud del mencionado tratado- por el explorador chileno José Santos Ossa y su socio el ingeniero Francisco Puelma, particularmente en el Salar del Carmen que había sido descubierto por el primero.
En aquella ocasión, la sociedad de ambos chilenos negoció y le cedió a la Gibbs cerca de la mitad de los derechos de su Compañía Explotadora del Desierto. El entonces director de la filial Guillermo Gibbs & Cía, señor Williams Gibbs, se asoció así al empresario y banquero Agustín Edwards Ossandón, hacia marzo de 1869, dando pie a la constitución de la sociedad Melbourne, Clark y Cía., dirigida por el inglés Jorge Hicks. Esta misma sociedad, donde participaban otros accionistas, daría origen a la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, la famosa Compañía de Antofagasta, que se encargó de la explotación de los salares interiores y de la administración del ferrocarril que inauguró en 1873.
Empero, la Gibbs, que había vendido guano peruano a Inglaterra hasta 1861, tenía comprometidos ya entonces intereses en el estanco del salitre a que aspiraba el Estado de Perú para nacionalizar y controlar el mercado de fertilizantes (guanos y salitres)  y que pretendía incluir en el monopolio la producción de estos territorios disputados por Bolivia y Chile. Esto se notaría después de la firma del Tratado de 1874 entre ambos países, que cambió el quimérico condominio territorial chileno-boliviano por límites precisos, pero con la famosa restricción que exigía a La Paz no gravar la producción de salitre con capitales chilenos y especialmente los de la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta.
Fue en esta  situación que la Gibbs, hacia 1876, obtuvo una consignación exclusiva para ventas del salitre que fuera elaborado en contrato entre dueños de calicheras intervenidas y un grupo bancario limeño fundado por el Gobierno de Perú para consumar el estanco salitrero, propósito para el cual la existencia de actividad industrial de nitratos en el vecino territorio atacameño y por agentes privados, era una factor adverso.
PODERÍO COMERCIAL E INTRIGAS
Los intereses del estanco se veían afectados muy principalmente por la competencia de la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, sociedad de la que Gibbs participaba con cerca de 1/4 a 1/3 de los capitales y en la que trató de hacer prevalecer sus intereses como inversionistas, según se sabe, por lo que no sería de extrañar que dicha empresa quizás no haya tenido los trigos más limpios durante la etapa final de gestación del conflicto que desencadenó la guerra, al contrario de lo que aseveran quienes creen aún en una especie de complicidad secreta y muy bien concertada entre intereses chilenos y todos los capitalistas británicos, con la Compañía de Antofagasta a la cabeza de la retreta conspirativa. Hay información interesante al respecto publicada por el historiador Manuel Ravest Mora en "La compañía salitrera y la ocupación de Antofagasta 1878-1879", aunque recomendable con matices, según mi opinión.
Particularmente, es de presumir que hubo -a lo menos- cierta simpatía de la Gibbs a la decisión boliviana de violar las restricciones del Tratado de 1874 y de exigir el famoso impuesto de los 10 centavos, en los hechos culminantes y que marcan el estallido de la Guerra del Pacífico. Aunque suela minimizarse esta temeraria insensatez, por parte de los historiadores de los ex países aliados, la proporción del impuesto afectaba a toda la producción local de nitratos y muy en especial a la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, pues el salitre atacameño era de menor pureza natural que el de su competidor peruano, por lo que habría encarecido la producción y bajado las utilidades. Además, haber permitido tal violación al Tratado de 1874, de seguro habría dado pie a que fuera sólo la primera de muchas alzas más de tributos contrarios al acuerdo.
La sensación crece al advertir que "The House" había perdido la exclusividad del convenio con el grupo bancario peruano ya casi encima de la conflagración, asociándose bajo cuerdas con la empresa Peruvian Guano Co. Ltd, profundamente comprometida con el proceso del estanco de fertilizantes, quizás para contrarrestar la competencia de la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, misma cuyos bienes Bolivia ordenó confiscar y rematar con la ruptura del tratado, además de expulsar a todos los trabajadores chilenos, obligando con ello a la ocupación de la ciudad. Posteriormente, ya en plena guerra y por decisión del Gobierno de Lima, la Peruvian Guano Co. Ltd. debió traspasar sus derechos de explotación del guano a la poderosa compañía francesa Crédito Industrial y Comercial (muy cercana con la Casa Dreyfus, con la que Perú mantenía grandes deudas y compromisos), germen del intento de intervención de capitalistas euro-norteamericanos sobre el desarrollo de la Guerra del Pacífico y que -para fortuna nuestra- debió dar marcha atrás ante la negativa alemana a participar de tal presión.
En tanto, el Presidente Aníbal Pinto ordenó a una comisión estudiar la situación de las salitreras del territorio en conflicto y devolverlas a quienes pudiesen demostrar ser propietarios, medida que se prestó para abusos y que siguió en vigencia durante el Gobierno de Domingo Santa María. Fue así que, a fines de marzo de 1882, algunas de las mejores salitreras pasaron a manos de inversionistas como John Thomas North,  la compañía Williamson Balfour y, por supuesto, la Casa Gibbs. Más aún, al terminar la guerra y retornar las fuerzas chilenas desde Lima en 1884, el escenario resultante era que todo el territorio salitrero se hallaba bajo soberanía chilena, tanto en los ex desiertos peruanos de Tarapacá como en los territorios de Atacama que habían sido largamente disputados entre Chile y Bolivia.
El desarrollo de los mismos territorios fue realmente vertiginoso, a partir de entonces y la Casa Gibbs, que veía con resquemor la cercanía de su competidor North con el Estado de Chile (especialmente hacia los días después de la Guerra Civil de 1891), siguió operando en la actividad minera de la ciudad. En 1905, inició la explotación del yacimiento cuprífero de El Toldo, construyendo para ello instalaciones y muelles en Caleta Gatico, cerca de Tocopilla, donde está la hermosa mansión costera a un costado de la carretera, ahora en penoso abandono. Hacia los días del Primer Centenario la explotación se extiende a otras minas, generando cuantiosas utilidades a los inversionistas.
EL EDIFICIO DEL BARRIO HISTÓRICO
Fue en este próspero nuevo período de la compañía Gibbs & Sons  establece la que sería su sede central en Antofagasta, allí al costado de la línea del ferrocarril y adyacente al complejo del puerto viejo de la ciudad.
El inmueble de la Casa Gibbs es inaugurado en 1915, según se señala en fuentes como "Ciudades y arquitectura portuaria" de Juan Benavides Courtois, ‎Marcela Pizzi K. y ‎María Paz Valenzuela. Curiosamente, la compañía había abierto hacía no demasiado tiempo con su nombre propio en la ciudad, a pesar de llevar años ya operando localmente a través de las revisadas sociedades de inversionistas.
Esta casona, que servía también como estación alternativa para el ferrocarril, ha variando muy poco su aspecto original desde entonces y se convertiría casi de inmediato en un símbolo urbano de Antofagasta. Es una combinación de estilos bajo influencia británica y francesa, que incluyen algo de victoriano, algo de academicismo y toques neoclásicos. La fábrica fue de hormigón, pino Oregón y vigas de acero. En su planta rectangular se alzan cuatro pisos con cuatro remates parecidos a torreones de vértice dando forma a la estructura (a uno de ellos, al Sur-poniente, le falta su cubierta, sin embargo), con un diseño de gran simetría y vanos geométricos abundantes, con líneas rectas, arcos deprimidos y arcos escarzanos.
Hay varios accesos al edificio y las entradas principales tienen marco con dintel artístico, con pilastras de evocación románica. Los ventanales más grandes de los pisos dos a cuatro tienen balcones con enrejado de forja, mientras que los de su falsa mansarda en la cubierta ofrecen un aspecto propio de la arquitectura francesa del cambio de siglo. Los vanos del costado poniente son abiertos, dando apertura a los pasillos de cada piso, aunque desconozco qué tan original permanece esta cara del edificio con respecto a sus primeros años. Se combina equilibradamente, así, la ostentación de elegancia y suntuosidad con el carácter corporativo que se dio al edificio.
Interiormente, el inmueble divide sus salas en pasillos con cuartos específicos, aunque esta distribución original se ha ido perdiendo en las adiciones de tabiquería que se han realizado en años posteriores, por distintas casas, instituciones y empresas que han ido ocupando el edificio. Son intervenciones no invasivas, sin embargo, que casi no han alterado las estructuras originales. Hay mucho uso de cerámicas en el piso actual del edificio, aunque tengo entendido que el original era de tableado y parquet.
Bien iluminado y dotado de cómodas escalas por los pisos superiores, el edificio cuenta también con una azotea que da hermosa vista al sector costanero, pero en la que hace no muchos años se instaló imprudentemente un cartel corporativo, que se obligó a retirar tras reclamos de los propios antofagastinos.
SÍMBOLO HISTÓRICO Y PATRIMONIAL
Hacia la época en que se inauguraba la Casa Gibbs, según se lee en "Chile y Gran Bretaña" de Juan Ricardo Couyoumdjian, la misma compañía había acaparado la parte de la venta del salitre que antes había estado en manos de firmas como Weber & Co., Fölsch & Co., Vorweck & Co. y Guillermo Wills. Y para 1917, actuaba como agente para el gobierno británico y tenía en su control cerca de un tercio de las exportaciones totales del salitre. Lamentablemente, sin embargo, en 1921 tuvo lugar la matanza de trabajadores salitreros huelguistas de la Oficina San Gregorio, que era propiedad de la Casa Gibbs, por parte de efectivos militares enviados por la Intendencia.
A la sazón, la empresa se encargaba también de negocios de importación de maquinarias industriales, venta de seguros y agencia de vapores, entre otros giros. Con tamaño poder financiero y de alcances políticos, al año siguiente la compañía tendrá un papel primordial defendiendo los intereses de los industriales frente a los intentos del Gobierno de Arturo Alessandri por intervenir en el precio del producto salitrero.
Sólo la infausta agonía de la época dorada del nitrato alejaría a la compañía del negocio de la venta del salitre antofagastino. Quedará para juicio de historiadores e investigadores profesionales suponer si la compañía Gibbs tuvo ingerencia o una posición de intereses "al mejor postor" en los hechos detonantes de la Guerra del Pacífico, y en tal caso alguna conciencia de hasta dónde podían precipitarse los hechos.
La ex sede de la Gibbs en la ciudad siempre fue sólo una sucursal, sin embargo: el cuartel principal estuvo desde sus inicios en Chile allá en Valparaíso, con otras oficinas en ciudades desde Iquique a Temuco, incluyendo la capital. En aquellos años, sin embargo, la enorme casona de la Gibbs no contaba con un entorno tan cuidado como el de ahora: se hallaba parcialmente metida en el barrio portuario y del paso del ferrocarril, rodeada de varios galpones que le quitaban lucimiento y esplendor, a pesar de la imponente presencia que ha tenido siempre en el sector.
Desde entonces, sin embargo, la ciudad ha cambiado totalmente alrededor de la casona mientras ella sigue siendo fiel a su aspecto original. Con remodelaciones del realizadas tiempo después, fue quedando con un entorno más digno de su presencia, que facilita admirar su aspecto esplendoroso. Hoy está surcada no sólo por el borde de la línea, sino también por las dos calzadas que la aíslan en el paisaje urbano del paseo histórico central de la costanera. Un deteriorado inmueble que estaba pareado al fondo (cara Sur) del edificio, fue demolido más cerca de nuestra época para abrirle espacio a la plazoleta que allí existe y reforzar la unidad del inmueble principal. También se despejó toda el área poniente que estuvo cerrada por largo tiempo y ocupada por instalaciones ajenas al edificio.
Al contrario de lo que -según mi impresión- creen muchos antofagastinos, este inmueble no ha sido declarado aún Monumento Histórico Nacional, de modo que conseguirle esta categoría sigue siendo tarea pendiente. No obstante, sí es verdad que se han hecho grandes esfuerzos por "monumentalizar" su presencia allí, siendo los más visibles e inmediatos la instalación de la escultura "El Aguador" de Caterina Osorio y Mario Calderón en la adyacente Plaza del Salitre, y el colorido mural hiperrealista que rodea parte del mismo, recreando la estación de ferrocarriles del Salar del Carmen con distintos personajes de la historia de Antofagasta, gracias al talento del pintor Luis Núñez San Martín. Estas obras, por su importancia y calidad, merecen un artículo propio que declaro en deuda para publicar acá, a futuro.

LA ESTRELLA DEL ISLAM EN COQUIMBO: EL CENTRO MOHAMMED VI PARA EL DIÁLOGO DE LAS CIVILIZACIONES

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Coordenadas: 29°57'47.51"S 71°20'7.77"W
Una de las influencias culturales más negadas de nuestra historia quizás sea la del mundo arábigo y morisco, traída a estas tierras tanto por la vía de los españoles andaluces de la Conquista como por las grandes migraciones de ciudadanos de dicho origen. Este influjo puede encontrarse medianamente visible en elementos tan folklóricos como la estructura musical nuestro baile nacional la cueca (tema abordado por expertos como González Marabolí y Claro Valdés), hasta nuestra tendencia a llamar informal y erróneamente a todo hijo del mundo árabe como "turco", a raíz de una confusión provocada por el arribo masivo de palestinos cristianos que escapaban desde el Imperio Otomano, a principios del siglo XX.
No es de extrañar, entonces, que en su momento ciertos grupos conservadores y cristianos hayan visto con cierta suspicacia la construcción de la hermosa Mezquita de Coquimbo, allí en lo alto de la hasta entonces popular y profana cima del Cerro Dominante en la villa del mismo nombre, especialmente por la competencia que hizo el edificio en las postales de la ciudad a la muy católica e imponente Cruz del Tercer Milenio, disputa perceptiva y simbólica que, para mi gusto, definitivamente ganó el gran centro islámico. Incluso entre la propia comunidad musulmana chilena hubo ciertos alcances de ácida controversia por la construcción del magnífico edificio, por esos días.
El nombre de la Mezquita de Coquimbo es Centro Mohammed VI para el Diálogo de las Civilizaciones. Nació de un proyecto impulsado por parte importante de la comunidad musulmana chilena, que encontró este privilegiado sitio del cerro para instalar el templo justo entrando en la ciudad y a escasa distancia de la Ruta 5 Norte, entre las calles Pedro Nolasco Videla y Juan Antonio Ríos.
El interés por construir esta mezquita surge porque, a pesar de que son sólo cerca de 200 familias (unas mil personas) las que profesaban por entonces la fe musulmana en Coquimbo, no contaban con un lugar propio de oración ni de encuentro, debiendo usar sus propias casas para tales reuniones. También había necesidad de establecer un lugar para la difusión cultural del centro islámico que planeaba fundarse y que debía ser acogido allí.
Hacia septiembre de 2004, el financiamiento de la obra se anunció cubierto por el Reino de Marruecos, con 350 mil dólares (200 millones de pesos, entonces) y el resto por la Ilustre Municipalidad de Coquimbo, al parecer también con algunos aportes menores de privados. Los trabajos se iniciaron ese mismo año, con cuadrillas de artesanos, albañiles y carpinteros provenientes desde distintos países de órbita árabe y con experiencia en esta clase de construcciones, siendo asistidos por obreros chilenos que fueron contratados también para las faenas y que, a pesar de las diferencias de idiomas y cultura, forjaron grandes nexos de amistad y lograron sacar adelante afanosamente este tremendo proyecto, dirigido por el profesional Faissal Cherradi, prestigioso arquitecto del Ministerio de Cultura de Marruecos.
Lo que más destacó desde el principio en el edificio y cuando éste aún era todo andamios, ha sido sin duda su torre alminar o minarete de 40 metros de altura, cuyo diseño no es caprichoso: sus proporciones y aspecto están trazados a escala y como estilización de la maravillosa torre de la Mezquita de Kutubiya, símbolo de la ciudad de Marrakech, en Marruecos, que mide casi 70 metros de altura. Tiene cierta semejanza, también, con el histórico alminar de la Mezquita de Hasan, en Rabat, de proporciones bastante parecidas a la de Coquimbo aunque con el "detalle" de ser 800 años más antigua.
Tras tres años de arduo trabajo, con niveles de detallismo puntilloso pocas veces visto en edificios contemporáneos, la Mezquita de Coquimbo quedó concluida en 2006, destinándose un tiempo más a los retoques finales. Fue inaugurada en la dirección de calle Los Granados 500, el día miércoles 14 de marzo de 2007, con acto solemne que contó con asistencia de una delegación de autoridades marroquíes, entre ellas el vicecónsul y representantes del Rey, y la presencia del Alcalde de Coquimbo don Oscar Pereira.
En aquella ocasión inaugural, se cantaron los himnos de Chile y Marruecos, además de ejecutarse el izamiento de las respectivas banderas y el descubrimiento de dos placas de mármol exteriores, donde se lee en siguiente mensaje en castellano y en árabe:
"CENTRO MOHAMMED VI PARA EL DIÁLOGO DE LAS CIVILIZACIONES
POR ORDEN DE SU MAJESTAD MOHAMMED VI, REY DE MARRUECOS, EL MINISTRO DE HABUS Y DE ASUNTOS ISLÁMICOS, SR. AHMED TOUFIQ, INAUGURÓ ESTE MONUMENTO QUE HA SIDO REALIZADO GRACIAS A LA COOPERACIÓN MUTUA ENTRE LA REPÚBLICA DE CHILE Y EL REINO DE MARRUECOS, COMO SÍMBOLO DE LA CONVIVENCIA RELIGIOSA, CULTURAL Y CIVILIZACIONAL.
ESTE ACTO INAUGURAL CONTÓ CON LA PRESENCIA DEL EMBAJADOR DE SU MAJESTAD EL REY DE MARRUECOS EN CHILE, SR. ABDELHADI BOUCETTA, DEL ALCALDE DE COQUIMBO, SR. OSCAR PEREIRA TAPIA Y DEL HONORABLE CONCEJO MUNICIPAL.
COQUIMBO, 14 DE MARZO DE 2007"
El edificio no tardó en convertirse en un punto de referencia para la identidad turística de la urbe. Con 722 metros cuadrados construidos sobre el cerro, desde la altura de su torre a 110 metros sobre el nivel del mar se tiene una vista única de las ciudades de Coquimbo y La Serena, además de la bahía completa, probablemente una de las mejores que se puedan conseguir desde cualquiera de los edificios existentes allí. Colocado en la cima del Dominante, además, el templo se impone como una corona en el cerro rodeado por la distribución radial de las viviendas en el mismo, paisaje urbano de rasgos únicos en nuestro país y muy singular entre todas las mezquitas del mundo. En las noches, iluminada por sus propias luces, la mezquita parece dominar todo Coquimbo desde su altura y exótica elegancia.
El año 2008, la Mezquita de Coquimbo se constituye formalmente en la sede del Centro Mohammed VI para el Diálogo de las Civilizaciones, al tener lugar la fundación del mismo. Este centro está especialmente orientado al estudio y difusión de aspectos relativos a la educación, la política, la historia, la vida militar y la sociedad de las culturas de países como Palestina, Egipto, Marruecos, El Líbano, Argelia y Jordania. El nombre de la institución alude al soberano Mohamed Ben Al Hassan, Mohamed VI, el actual Rey de Marruecos.
El complejo es un recinto religioso y cultural abierto al público general, aunque con ciertas restricciones para el registro de imágenes dentro del edificio. Además de la atracción turística y del valor arquitectónico-artístico que el templo ofrece por sí solo, alberga en sus dependencias un espacio de actividades culturales y una sala-auditorio con bibliotecas, compuestas por cerca de 1.500 ejemplares de varios idiomas (principalmente árabe, español, inglés y francés), correspondientes a libros de historia, cultura, tradiciones y arquitectura árabe, marroquí y andaluz, además de varios textos infantiles.
En el edificio se mantiene también un museo de cultura islámica y espacios donde se han realizado exposiciones y muestras artísticas, plásticas y fotográficas. La mezquita propiamente tal dispone de dos salas de oración. Allí en el interior, la exquisita decoración es profundamente simbólica y abundante en la invocación de la emblemática estrella octogonal del Islam, se lleva todas las atenciones del visitante. Una higiene perfecta parece reinar permanentemente dentro del edificio.
Otra característica del recinto es que dispone de un cómodo patio a modo de explanada y es antecedido por una plaza con jardines, junto al acceso. De hecho, tiene siete terrazas distribuidas alegorizando las Siete Tierras y los Siete Cielos del Paraíso creado por Allah, conocidos como el Sendero del Islam.
A diferencia de otros extraordinarios referentes del estilo arabesco en Chile, como por ejemplo el Palacio de la Alhambra en Santiago o el Casino Español en Iquique, la arquitectura, diseño y decoración de la Mezquita de Coquimbo no es una fantasía artística, sino auténticamente religiosa y de nexo culturalmente directo con el origen árabe de la misma, identidad reforzada también por una interesante actividad de promoción cultural llevada adelante por el propio Centro Mohammed VI para el Diálogo de las Civilizaciones.

HUELLA DE UN CRIMEN EN COPIAPÓ: LA ANIMITA DE CRISTIÁN VÁSQUEZ JUNTO AL CEMENTERIO

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Coordenadas:  27°22'21.20"S 70°20'13.51"W
En el sector de calle Cerro Bramador con La Paz, a un costado del Cementerio General de Copiapó y a espaldas del recinto de la estación gasolinera que se halla a la entrada de la ciudad por la Ruta 5 Norte, cuenta desde hace poco con una animita situada allí donde estacionan buses interurbanos, a los pies de una fila de altos eucaliptos. Sitio mal iluminado por las noches, sin embargo, no es precisamente un lugar seguro ni inesperado para un crimen.
Este pedestre sitio de tallares y garajes, donde he visto alguna vez a innumerables perritos callejeros y hasta un indigente loco que paseaba hablando solo en las noches y lanzando proclamas políticas, ha cambiado muchísimo en dos décadas producto de las modificaciones de la calzada, aperturas y cierres de recintos, además de remodelaciones casi improvisadas que se han ido ejecutando. Sin embargo, la animita que apareció allí este año que ya se va, me parece que es toda una novedad, pues no recuerdo haber visto una antes por este sector preciso de la ciudad, hasta ahora.
La casucha pequeña y sencilla, de baldosas blancas y azules con techo de latón, está dedicada a un muchacho llamado Cristián Alfredo Vásquez Vásquez. Según un sencillo papel colocado en su interior y escrito a mano, nació el 11 de febrero de 1990 y cayó allí mismo el 24 de abril de 2013. Siempre tiene flores de plástico y pequeñas ofrendas, no sé si por el entusiasmo que genera en los deudos la instalación fresca de una animita inmediatamente después de la tragedia respectiva, o bien porque en realidad se haya consolidado un "culto" informal para este personaje.
Sin embargo, Cristián no parece haber sido un ángel en vida, precisamente, y esto es sabido por la gente que trabaja en el sector y a quienes consulté por la identidad de la animita. Aseguran que se habría tratado de un "cabro" delincuente que salió a asaltar a unas víctimas que, al final, resultaron más violentas y agresivas que él, dándole muerte ahí mismo en defensa propia o venganza.
Imágenes de la noche del crimen (imágenes de Biobiochile.cl).
La historia real es un parecida, pero no exactamente así, y los escabrosos detalles de esa corta jornada policial se pueden confirmar revisando la prensa.
Cristián Vásquez, de 23 años y apodado "El Rucio" o "El Rubio", era un muchacho de Concepción que se había ido a residir y trabajar en Copiapó. Según testigos de su muerte, dos sujetos lo atacaron súbitamente en este sitio y, ensañándose con él, le dieron una alevosa muerte a golpes en el lugar señalado, en la noche del martes 22, aunque su animita señale que fue al día siguiente, cuando se conoció la noticia y se certificó el fallecimiento de la víctima.
Al llegar funcionarios policiales, se acordonó el sector y el cadáver fue levantado en horas nocturnas por autorización del  fiscal Christian González. Irónica y cruelmente, el cuerpo había quedado tirado justo enfrente de un tramo del muro exterior del camposanto, donde se había rayado con aerosol un mensaje diciendo: "NO BOTAR BASURA".
El cadáver golpeado y maniatado, despojado también de sus pertenencias, hizo presumir en principio que se trataba de un robo con homicidio. Había una pistola de plástico junto al mismo, que simulaba ser real. Los peritajes forenses precisaron una gran cantidad de heridas por golpes en la cabeza y el rostro, más tres heridas cortopunzantes, pero la fiscalía y la Brigada de Homicidios de la PDI comenzó a sospechar del ensañamiento de los agresores contra la víctima, lo que hacía dudar del móvil del robo furtivo como causa central del crimen.
En una rauda y veloz acción, en horas de la madrugada del día 25 fueron detenidos por la PDI dos sujetos sospechosos de ser autores del asesinato, uno de 34 años y otro de 22 años, quienes resultaron ser compañeros de trabajo y de vivienda con el fallecido, siendo formalizados en el Tribunal de Garantía de Copiapó. Luego de confesar su responsabilidad, quedaron en prisión preventiva a petición de la fiscalía.
La motivación del crimen, según la confesión de los imputados, fue la venganza: Cristián habría sustraído pertenencias de ambos desde la casa que compartían, como ropas y especies, pretendiendo escapar con ellas justo ese día en que se preparaba para abandonar Copiapó luego de ser corrido y finiquitado en la empresa en la que trabajaban los tres. Al descubrir lo sucedido, ambos salieron furiosos a buscarlo y lo encontraron en la salida Sur de Copiapó esperando un bus. En su bolso habrían estado las pertenencias sustraídas desde la casa, pero el muchacho había tenido la precaución de pedirle a un auxiliar que se lo guardara, poco antes de la llegada de ambos ex compañeros.
Al ser sorprendido, sin embargo, ambos hombres le dieron la pateadura mortal, lo amarraron para que no escapara y siguieron castigándolo, dejándolo abandonado con cortes, fracturas de cráneo y contusiones múltiples, llevándose el bolso. La pistola falsa era del propio Cristián, quien la sacó intentando fingir que era auténtica, en una vana esperanza de alejar a sus agresores, quienes se la arrebataron y también la usaron para golpearlo con la cacha.
Así fue el penoso final de Cristián Vásquez aquella noche de abril, golpeado con furia y revancha hasta morir.
La animita del fallecido fue colocada allí rápidamente, según recuerdan en este lugar. Curiosamente, empero, no habiendo al parecer familiares directos del imperfecto Cristián en la ciudad Copiapó, sus devotos deben ser personas compadecidas por las siniestras circunstancias de su muerte y, de paso, por alguna verdadera creencia popular de que puede estar haciendo favores desde el Más Allá en el breve tiempo que ha trascurrido desde el homicidio.
Todavía está en el muro blanco el mensaje persuadiendo de no botar basuras en el lugar, y las hojas de eucaliptos caen sobre la animita que testimonia el asesinato allí sucedido, como si intentaran darle sepultura y olvido. El tiempo dirá si Cristián merece en la muerte el prestigio y la consideración que perdió en vida, pagando como víctima el peor precio de los errores suyos y los de sus propios victimarlos.

LA CASA IQUIQUEÑA DE LA CARIDAD: EL HOGAR DE ANCIANOS Y LA CAPILLA DE SAN VICENTE DE PAÚL

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Coordenadas: 20°13'25.28"S 70° 8'48.30"W
La misión caritativa de San Vicente de Paúl tiene un conocido referente en Iquique: e hogar y la capilla bajo su nombre, que están ubicadas en la esquina de Manuel Rodríguez  905 con calle Amunátegui, y debe ser uno de los complejos relacionados al servicio religioso más modernos de todo el Norte Grande, ejerciendo una importante labor social en favor de los ancianos.
Atendido por las Hermanas de la Caridad y administradas por la Sociedad de San Vicente de Paúl, este inmueble es de reciente factura: el Hogar y la Capilla fueron inauguradas recién en 1999, y si bien oficialmente se habla de "restauración" del antiguo edificio, la opinión general que escucho en Iquique es que debió ser rehecho completo para su nueva entrega al servicio ese año.
Hay que remontarse un poco para conocer su historia. El servicio de la Pastoral de Salud en Iquique fue iniciado en 1986 por la misionera franciscana Ana María Crespo, comenzando sus actividades con 15 voluntarias. Posteriormente, la Pastoral pasa a ser dirigida por la Compañía de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. La instancia cumple hasta ahora funciones en el Hogar de Ancianos San Vicente de Paúl y en la Fundación Nuestra Señora del Carmen, para ancianos y para contagiados de SIDA respectivamente.
Figura fundamental de estas labores ha sido entre las Hijas de la Caridad la hermana Petra Naila Rodríguez, simpática e inquita religiosa española llegada a Chile en los años setenta, que en Iquique goza de un gran respeto y prestigio luego de varios años de servicio la ciudad. Llegó allá hacia el año 1993, participando directamente del trabajo social de la compañía vicentina y de la Pastoral de Salud.
Sucedió que, al advertir el penoso estado en que se encontraban las dos casonas vecinas donde funcionaba el Hogar de Ancianos, la hermana Petra se sintió en la obligación de iniciar un formidable esfuerzo para conseguir la remodelación de las instalaciones, propósito que se convirtió en su objetivo principal durante aquellos años. La situación del hogar, producto de años de deterioro y descuido, ya se había vuelto insostenible: el sistema de cañerías se hallaba en ruinas, el alcantarillado no servía y la capacidad del recinto había sido completamente superada.
Después de grandes desvelos e insistencias, por fin su sueño comenzó a hacerse realidad hacia 1998, cuando se inició la construcción del nuevo hogar sobre el mismo lugar donde antes estaban las viejas casonas del servicio. La obra fue entregada sólo parcialmente en septiembre del año siguiente, aunque con la señalada inauguración oficial del 2 de septiembre. Quedó totalmente concluida recién hacia mediados del año 2000. Además, un severo e inesperado problema estructural había obligado a demoler parte de la primera etapa de la obra, en el actual sector de los patios.
Hacia aquella época, el hogar bajo dirección de la propia hermana Petra albergaba a poco más de 50 ancianos y el personal era de unas 9 personas, más las 7 religiosas de la orden. Mientras se realizaron los trabajos de calle Manuel Rodríguez, sin embargo, todos debieron trasladarse provisoriamente hasta la parroquia de El Colorado, situación que se prolongó por cerca de un año hasta la inauguración oficial de 1999. En este período, además, se autorizaron colectas públicas de la Conferencia de San Vicente de Paúl en Iquique para reunir fondos destinados a la reconstrucción del hogar, hacia el mes de abril.
El complejo inaugurado entonces corresponde a un inmueble de fachada rojiza y dos pisos, ocupando toda la esquina Sur-oriente. Fue concebido con líneas modernistas de cierta audacia parecida quizás al neoplasticismo en pequeñas dosis, pero sin desprenderse de los detallitos clásicos en vanos y cornisas ornamentales. Interiormente, consta de salas y pasillos bien iluminados por la distribución y proporciones de sus ventanales, disponiendo de 20 habitaciones de distintas dimensiones para atención de ancianos y otras para la residencia de las Hermanas de la Caridad. Este recinto tiene también oficinas, sala de recepción, living, salas comunes, comedor, cocina, salón de terapias y una pequeña clínica.
El templito de la capilla, en cambio, está hacia el costado de calle Rodríguez y dispone de una nave única. Es iluminada desde el acceso, los vanos laterales al costado derecho y una linterna sobre el altar. Dos filas de bancas para concurrentes señalan en camino central hacia el altar, con el vitral de una escena de San Vicente de Paúl asistiendo a un desvalido sobre la imagen de Cristo. Hay uso de maderas con elegancia y pulcritud, además, ofreciendo misas regulares y otras solícitas en el lugar. Detrás de la capilla, además, hay patios y jardines interiores del hogar.
Sor Petra, en tanto, fue reverenciada por su trabajo y su obra. Ese mismo año de 1999, en noviembre, fue declarada Hija Ilustre de la Ciudad por el Consejo Municipal de Iquique, noticia que causó gran sorpresa en la humilde religiosa pero que complació a quienes la conocen allá. A pesar de esto, debió dejar Iquique a mediados de 2002, al ser destinada a labores evangelizadoras en Santiago. Sin embargo, regresaría a la ciudad de nortina para continuar con sus labores caritativas de la misión vicentina, celebrando en ella sus 50 años de servicio religioso, con un emotivo acto de la Catedral de Iquique realizado en diciembre del año 2009.
Autodefinido como "una obra de amor", el Hogar de San Vicente de Paúl atiende ancianos con una capacidad de 70 residentes, hombres y mujeres. Dirigido por la hermana Carmen Gloria Acevedo tras la partida de Sor Petra, gran parte de su financiamiento lo obtiene de colectas anuales realizadas por voluntarios de las Familias Vicentinas de San Vicente de Paul, las Damas Luisas  de Marillac, las Animadoras de la Salud, la familia de la Medalla Milagrosa y la Juventud Mariana Vicentina. En septiembre, además, la institución suele instalar una ramada dieciochera especialmente dispuesta para Fiestas Patrias, que también le permite captar fondos.
Otro mecanismo del Hogar de Ancianos de San Vicente de Paúl para proveerse de recursos, ha sido desde hace algunos años la venta de seguros automotrices a precios módicos durante el verano, en horario completo de atención e incluyendo fines de semana. Su campaña suele enfatizar que cada seguro vendido equivale a 4 pañales geriátricos para los ancianos residentes. También hay aportes de privados y de supermercados, obtenidos estos últimos del sencillo en el paso de los clientes por las cajas.
Existen cosas que no haría ni el mejor presupuesto, sin embargo: sólo una ínfima parte de los residentes son visitados por familiares y amigos allí en el hogar, mientras que el resto de los ancianos suele pasar sus días en total olvido, al contrario de lo que predicara el mensaje de Sor Petra y su sucesora Sor Carmen Gloria.

LA CASA TORO LORCA: RECUERDO DEL PASADO ARISTOCRÁTICO DE LA CALLE ATACAMA DE COPIAPÓ

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Coordenadas: 27°22'7.38"S 70°19'57.89"W
A poco más de una cuadra de la Plaza Prat, en calle Atacama 740 entre Colipí y Vallejos, está el elegante palacete decimonónico conocido como la Casa Toro Lorca, distinguido inmueble de bello diseño y equilibradas proporciones que, a pesar de encontrarse en el casco histórico de la ciudad, muchas veces es olvidado por guías y tours, como si se le negara su valor como vestigio de la próspera primera época de fiebre minera de Copiapó.
La Casa Toro Lorca es parte de una gran cantidad de edificios patrimoniales que surgieron durante esos días de la bonanza argentífera, y que incluyen el palacio de los Matta donde está el museo, la ex Mansión Viña de Cristo y otros referentes que la cultura urbana que la ciudad hoy agradece. Salvo por una escueta información que encuentro en documentos como "Fundición y territorio: reflexiones históricas sobre los orígenes de la Fundición Paipote" de María Angélica Apey Rivera, sin embargo, parece haber poco publicado sobre la misma casona.
Su estilo combina rasgos neoclásicos con algo de arquitectura inglesa de tránsito georgiano-victoriano, según mi impresión, además del carácter solariego que se buscó darle a ésta y a varias otras residencias aristocráticas de la época. Aunque se eleva sólo un piso, su interior es de gran altura y amplitud, con espacios distribuidos entre pasillos y tabiquería con una gran sala principal. Lo que más destaca, sin embargo, es la característica fachada con columnas dórico-románicas, hechas en madera labrada y distribuidas en cuatro pares geminales más dos extremas únicas, sosteniendo el techo sobre el corredor que existe en el frente de la casa. La fábrica general incluye una armoniosa proporción de madera de roble y de pino Oregón, con albañilería a base caña de Guayaquil y adobe sobre un sólido sillar con bordes de piedra canteada.
Quienes hicieron construir y habitaron originalmente esta casona, fueron los integrantes de una adinerada familia ligada a los negocios mineros de la Región de Atacama, aunque no la financiaron exactamente con la riqueza del mineral de plata de Chañarcillo, como se ha escrito algunas veces, sino con las utilidades de una mina de pepitas en el propio valle copiapino, según aseguran los actuales encargados del inmueble.
El nombre con el que este la mansión pasó a la historia se debe a don Santiago Toro Besoaín y a su esposa doña Dolores Lorca Blanco, sus antiguos y acaudalados residentes allí, en el sector más antiguo y tradicional de la ciudad, quedando hacia la proximidad del cambio de siglo en la generación familiar sucesora y relacionada con el célebre parlamentario e intendente local Santiago Toro Lorca.
No logro encontrar información sobre el arquitecto, sin embargo. Tampoco hallo datos sólidos sobre la fecha a la que habría pertenecido la obra. Un profesional de la historia declaraba en internet, hasta hace pocos años, que la construcción del edificio tuvo lugar hacia 1830, fecha que me suena imposible. Otra que manejo desde la reinauguración del edificio poco antes del Bicentenario Nacional, indica que podría estar en la proximidad de la Guerra del Pacífico. Me inclino por alguna fecha posterior a 1860, por las características de la obra, aunque me extraña que Recaredo S. Tornero no la mencione en su"Chile Ilustrado" de 1872, donde sí ejemplifica las casas suntuosas de Copiapó señalando las propiedades de Apolinardo Soto, Mackenna, Gallo y Felipe Matta. Tornero declara, además, que la calle Atacama era a la sazón, la más lujosa y bella de la ciudad, favorita de los más opulentos.
Por aquellos primeros años, sin embargo, el inmueble tenía algunas diferencias parciales con relación a su aspecto actual, como otros accesos ya desaparecidos de la casona y probablemente alguna entrada de carruajes distinta al portón actual por donde entran los vehículos. Mantiene sin cambios, empero, la relativa sencillez del diseño y su descrita apelación neoclásica.
El palacio era por entonces un centro de atracción y actividad para la intelectualidad más refinada de la aristocracia copiapina, hablándose de fastuosas veladas y largas jornadas de tertulias. Un texto editorial de "El Diario de Atacama", recordaba hace pocos años aquellos encuentros (domingo 15 de noviembre de 2009):
"...se comenta que ahí se escucho por primera vez el vals de Johann Strauss 'El Danubio Azul', y justamente en esas fiestas en las que asistían connotados intelectuales y artistas, los más conspicuos y adinerados vecinos, ahí nació la idea de construir un teatro que pudiera satisfacer la necesidad de saciar el apetito cultural de la comunidad".
Dicho sea de paso, se recordará que aquel teatro surgido en Copiapó desde el interés de quienes concurrían a las presentaciones y reuniones de la Casa Toro Lorca, fue destruido primero por el terremoto de 1922 y luego un enorme incendio de 1951. El actual Teatro Municipal es un edificio reciente y sin relación de continuidad con el desaparecido, por lo tanto.
No confirmo en los informes del Consejo de Monumentos Nacionales que este palacete haya sido declarado alguna vez Monumento Histórico Nacional, como se asegura en más de alguna guía turística, incluidas algunas editadas en inglés y en el extranjero, para viajeros internacionales. Lo que sí es cierto es que se lo estimó merecidamente para Inmueble de Conservación Histórica, siendo propuesta para ello el año 2002.
Actualmente, el inmueble propietado y ocupado por la Asociación Minera de Copiapó (ASOMICO), fundada en diciembre de 1848. El organismo lo compró a la Empresa Nacional de Minería y, tiempo después, le realizó una gran refacción y remodelación durante el año 2008, como preparativos para las celebraciones de los 160 años de la histórica asociación.
Un lento y cuidadoso trabajo ejecutado entonces, permitió reemplazar mucha de la carpintería de pino Oregón, sin alterar la esencia de la arquitectura original del edificio, siendo presentado en gala a la ciudad en el aniversario y con presencia de autoridades. Desde entonces, ha sido también la sede de importantes reuniones del gremio, actos relativos al Día del Minero, el Día del Patrimonio y varias exposiciones de orientación cultural.

EL DEDO MÁGICO DEL INDIO FUEGUINO DE BRONCE EN PUNTA ARENAS

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Imagen del indio fueguino del monumento, con el pie reluciente a causa de los "saludos" y "despedidas" de los que es objeto a diario. Fotografía facilitada por mi amigo y colaborador Rodrigo Arias.
Coordenadas: 53° 9'45.64"S 70°54'28.90"W
No es exactamente una animita, pero el culto y la veneración del indio fueguino representado en el Monumento a Hernando de Magallanes de la Plaza Muñoz Gamero de Punta Arenas, tiene ciertas características de leyenda y de  devoción que lo vinculan a las formas en que tiene lugar el ejercicio de la fe popular, además de enredarse su mito propio con el de la más famosa animita magallánica: la tumba milagrosa del Indio Desconocido. Recientemente, he abordado en otro sitio la historia de este histórico e icónico monumento de Punta Arenas, financiado por la familia Menéndez y confeccionado por el artista escultórico Guillermo Córdova, que fuera inaugurado en noviembre de 1920 en el marco de las celebraciones de los 400 años del Descubrimiento del Estrecho de Magallanes.
Son dos los indígenas representados en el enorme conjunto conmemorativo de 9 metros: uno patagón continental y otro patagón fueguino. Este último, que en el convencimiento general es tomado por correspondiente a un ona (llamados también selknam, aunque técnicamente éste era más bien un grupo dentro de los onas), yace sentado en el costado derecho, con un arco en las manos y con una pierna colgado. Este enorme pie, casi como símbolo de esas huellas gigantes que dieron origen al nombre de la Patagonia y los patagones por parte de los marinos ibéricos, enfrenta a los visitantes con su bronce muy dorado y pulido a diferencia del resto de las imágenes, a causa de los cientos de besos y caricias que recibe diariamente como forma de hacerle peticiones de fortuna o sólo por cumplir con la pintoresca tradición de locales y de viajeros.
Las fotos de los años veinte muestran al pie del indio de color oscuro y sin su bronce reluciente, por lo que la costumbre de besar o acariciar el dedo gordo del personaje no nació con el monumento, sino de manera posterior, probablemente hacia mediados de siglo. La leyenda del por qué la gente "saluda" o "despide" su pie con estos gestos, sin embargo, ha sido comentada por Oreste Plath en su célebre trabajo "Geografía del mito y la leyenda chilenos".
Postal fotográfica de la Plaza Muñoz Gamero nevada, entre las calles Bories, Montt, Pantano y 21 de Mayo. Se observa al indio fueguino justo de frente al lugar del fotógrafo.
El pie pulido y brillante del indio fueguino, en nuestros días.
De acuerdo a lo publicado por Plath, todo comenzó con un marino español que, estando de paso por Punta Arenas, decidió tatuarse en el pecho la imagen del indio en el Monumento a Hernando de Magallanes, luego de haber pasado una noche frente al mismo cavilando y meditando intrigado sobre el realismo, la expresividad y la fuerza presencial de la figura del fueguino allí sentado. El tatuaje que le hiciera un talentoso artista de la ciudad, parecía cobrar vida propia con las contracciones musculares que hacía su dueño en el pecho: simulaba moverse solo en su piel, con ojos como si miraran, mejillas que temblaban y, sobre todo, el dedo gordo del pie que agitaba con ciertos movimientos del marino. Satisfecho con el trabajo, el viajero volvió al lugar del monumento el día en que zarpaba de Magallanes y se acercó hasta el pie colgante del indio fueguino, dándole un beso al dedo gordo y exclamando mientras mostraba su artístico tatuaje a la estatua:
- Aquí te llevo, amigo. Quiero ser tan fuerte como tú, y que no me entren balas... ¡Ayúdame, dame suerte!
Pasó el tiempo y, varios meses después, el español regresó a Punta Arenas en otro de sus viajes. Apenas puso pie en tierra, comenzó a contar a los magallánicos que había tenido grandes y satisfactorias aventuras durante este período, fortuna y dicha que atribuía sin dudarlo a favores otorgados por el indio del monumento, luego de su homenaje y de su beso de despedida.
La noticia de los supuestos "poderes" benefactores del personaje de bronce cobró gran popularidad y muchos curiosos, visitantes y lugareños, comenzaron a repetir el rito del saludo al pie, tocándole el dedo para impregnarse de sus buenas influencias o besándolo para que se les permita alguna vez regresar a la mágica ciudad de la Terra Australis.
La tradición dice, así, que si se da el beso o acaricia al brillante dedo del fueguino éste impregnará al devoto con su suerte; en tanto, los viajeros deben hacer lo propio para saber que algún día volverán a las tierras benditas del extremo austral de Chile y del continente americano. Por eso el bronce de su dedo luce como bruñido y pulido todo el tiempo, con el hermoso dorado del metal a la vista, tal como sucede en alguna medida con la estatua de la mencionada animita del Indio Desconocido en el Cementerio de Punta Arenas, que para algunos creyentes también exigiría tocar o besar uno de sus pies. Ambas tradiciones sobre cultos a indios australes de la ciudad, a veces se han entrelazado y se han confundido entre sí por algunos difusores. Incluso, el indio fueguino del Monumento a Magallanes también es llamado impropiamente como el Indio Desconocido por algunos observantes de la curiosa superstición.
Esta tradición se ha extendido y ya tiene cierto grado de fama internacional, al punto de contar con fieles y cuasi devotos del indio de bronce, que han esparcido y perpetuado este rito de fortuna. Para algunos, de hecho, es una necesidad y compromiso ineludible ir a besar el pie del indígena fueguino misterioso la estatua, en cada visita a Punta Arenas.

EL "WATEREE": LAS CALDERAS DE UN NAVÍO VARADO EN LA ORILLA DEL TIEMPO

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El "Wateree" varado en tierra firme. Fuente imagen: http: History.navy.mil
Coordenadas: 18°26'30.54"S 70°18'11.52"W
El USS "Wateree" pertenecía a la Armada de los Estados Unidos de América y fue construido por la Reaney, Sons & Archbold en plena Guerra de Secesión, en astilleros de Chester, Pennsylvania. Lanzado al mar el 12 de agosto de 1863, nadie sospechaba entonces que la corta historia de este buque diseñado originalmente para navegación fluvial, iba a concluir en lejanas tierras del Hemisferio Sur y en aguas muy distintas a las de ese Océano Atlántico que tocó en su día inaugural.
El "Wateree" correspondía a un modelo de navío a vapor con casco metálico e interiores de madera. De 62 metros de eslora por 11 metros de manga, disponía de doble timón (proa y popa, clase double-ender), una chimenea central, dos mástiles y fondo plano sin quilla, dotado de grandes ruedas-molinos laterales de paletas para el desplazamiento, algo usual en la navegación de ríos como el Mississippi o el Minnesota en aquellos años. Dotado de cañones y otras armas, el buque desplazaba 974 toneladas y su velocidad era de 10 nudos.
En enero de 1864, el navío fue incorporado a la Escuadrilla del Pacífico de Philadelphia y pasó por el Cabo de Hornos bajo dirección del Comandante F. E. Murray. Se mantuvo en este servicio hasta el final de la guerra civil. Tras reparaciones realizadas en San Francisco, California, en 1866 pasó a integrar la Escuadrilla del Pacífico Sur, destinada a cautelar, observar e informar de la normalidad de las actividades comerciales que tocaban los intereses de las flotas mercantes de los Estados Unidos, sin que fueran perturbadas por cuestiones políticas o abusos en puertos extranjeros.
El "Wateree" y atrás el "América", varados. Fuente: U.S. Naval Historical Center Photograph.
Otro ángulo del varamiento. Fuente: U.S. Naval Historical Center Photograph.
El 2 de julio de 1868, estando en estas funciones junto a la nave-almacén de mercancías "Fredonia", el "Wateree" ancló en el puerto de Arica, a la sazón territorio del Sur de Perú. Aunque tenía la misión ir al puerto del Callao, las noticias sobre una peste de "fiebre amarilla" le obligaron a permanecer con el "Fredonia" en este lugar, donde se encontraban también naves como el buque británico "Chanacelia", el buque peruano "América" y la barca comercial inglesa "Chañarcillo". Con las costas peruanas atacadas por epidemias más al Norte, los navíos extranjeros aguardaban mejores noticias antes de tener que decidir si bajaban hasta Valparaíso o subían hasta Guayaquil para proveerse de carbón, evitando así los puertos afectados.
Todo marchó con relativa normalidad durante seis semanas allí en el barco hasta el 13 de agosto, cuando hacia las 16 horas y después de una seguidilla de temblores y ruidos extraños del subsuelo sucedidos desde inicios del mes, comienza un terremoto extraordinariamente fuerte que devastó todos los territorios entre Arequipa y Antofagasta, seguido de un nefasto maremoto que arrasó las costas. Nunca más navegaría el "Wateree" después de aquel fatídico día.
La oscura ola de varios metros se tragó a los barcos. Al "Wateree" lo arrastró más de 3 kilómetros al interior durante la noche, hasta la cercanía del Cerro Chuño, donde quedó varado al Norte de la ciudad cuando se retiró el mar, aunque con pocos daños y sin fallecidos, según se cuenta. Varios de sus tripulantes bajaron de inmediato a dar asistencia a la población ariqueña, por orden de su comandante. El "Fredonia", en cambio, fue arrojado con ferocidad contra la base del Morro de Arica, quedando quilla arriba y matando a casi toda la tripulación, salvo un puñadito de afortunados que se hallaban abajo con el capitán; mientras, el "Chanacelia" fue escupido en la playa como una ballena volteada y asfixiada en su propio peso, y el "América" acabó encallado en la Pampa Chinchorro con 85 bajas, a relativamente poca distancia del "Wateree". La "Chañarcillo", en tanto, quedó destrozada en la playa con la mitad de sus hombres fallecidos. Otros navíos fueron una barca guanera norteamericana de la que no hay registros precisos sobre su destino y un bergantín peruano que terminó sobre las vías férreas.
Por las características de su diseño y por el oportuno cierre de escotillas, a diferencia de los otros navíos que se perdieron irremediablemente, el "Wateree" quedó encallado en una posición sin inclinaciones notorias, lo que permitió que fuera habilitado como hospital de emergencia a causa del desastroso estado en que había quedado la ciudad tras el maremoto, labores que fueron dirigidas por el propio personal de auxilios médicos del "Wateree" más algunos profesionales locales de la salud. También se habilitó un campamento alrededor suyo, para facilitar la asistencia de la ciudadanía y los innumerables damnificados que habían corrido con no más de lo que llevaban puesto hasta los cerros.
Su función de hospital se mantuvo por un tiempo más, pues el espacio resultaba cómodo al servicio. La tripulación del navío, en tanto, fue recogida unos días después por el buque "Fowhatan", que los llevó de vuelta a los Estados Unidos. Largo tiempo más se vio sobresaltada la población ariqueña por una enorme cantidad de réplicas que siguieron al terremoto.
Pasada la catástrofe y sabiendo que era imposible devolverlo al océano, el "Wateree" fue vendido en subasta al empresario Guillermo Parker el 21 de noviembre de ese mismo año, tarea para la cual se había quedado en Arica el  contador general del barco. Ya refaccionado, pasó a convertirse en un curioso hotel, casino y centro de eventos sociales donde se celebraron elegantes reuniones de la época, con orquestas en vivo, bailables y copetudas fiestas. Posteriormente, habría sido convertido en hospital clínico una vez más, y ya en su etapa de decadencia se lo utilizaba sólo como bodega y guardería, estando a esas alturas muy deteriorado y carcomido por la erosión ambiental.
El 9 de mayo de 1877, quince minutos pasadas las 20 horas, otro gran terremoto azotó Arica aunque con mucha menos violencia y menos crueldad fatal que el anterior, produciendo de todos modos un maremoto que, por las características llanas del terreno, alcanzó al "Wateree" y lo desplazó una gran distancia hacia el Oeste, dejándolo destruido a sólo unos 500 metros de la Playa Las Machas, al Norte de la Playa Chinchorro.
Se cuenta que, durante la Guerra del Pacífico y cuando Arica pasó al territorio chileno en 1880, los restos de la arruinada estructura fueron utilizados como blanco por los cañones de algunos buques y que esto lo terminó de destrozarlo, aunque debo hacer notar que algunas fuentes son precisas en señalar que el maremoto de 1877 fue el que lo dejó totalmente destruido y reducido a una pila de restos. Cierta leyenda dice que su caldera también fue usada para la puntería de fusiles algunos soldados chilenos en esos mismos días, aunque esto puede ser una interpretación popular derivada de la gran cantidad de perforaciones que luce la pieza.
Como sea, a partir de aquellos años el "Wateree" comenzaría a ser totalmente desmantelado, hasta que sólo quedó su curiosa y enorme pieza interior de las calderas sobre las arenas de Arica, como recuero agónico de lo que alguna vez fuera un gran navío. Todavía en pleno siglo XX se seguía saqueando y desmantelando lo que quedaba del buque, hasta que prácticamente nada quedó de él salvo la mencionada caldera y uno que otro "recuerdo" arrebatado de sus osamentas al Sol.
Pasaron los años y la gente se acostumbró a ver esos restos de las calderas como chatarra esperando desaparecer. A inicios de 1915, además, se conoció el testimonio del Contraalmirante L. G. Billings, miembro de la tripulación del "Wateree" en 1868, entrevistado por la "National Geographic Magazine", y posteriormente algunos autores de importancia escribieron sobre la singular tragedia, como Alfredo Wormald Cruz, Luis Urzúa Urzúa y John Gallaher. Por iniciativa de unos pocos patrimonialistas nacionales y por Decreto Supremo N° 317 del 4 de junio de 1984, la voluminosa pieza oxidada de las calderas del "Wateree" fue declarada Monumento Histórico Nacional.
Intentando darle un lugar más digno a tan valiosa reliquia, se había formado una agrupación ciudadana denominada Comité de Recuperación del "Wateree", que en coordinación con la Corporación de Desarrollo y Fomento de Arica y Parinacota, decidió trasladar la pesada pieza hasta la ex Isla Alacrán para exhibición turística e histórica. La idea era buena: incorporarla en una plazoleta propia que se le hizo allí, como parte del museo abierto de la isla  donde ya se encontraba también el mástil del "Wateree" en dependencias del Club de Yates y Deportes Náuticos, y las ruinas de las antiguas fortificaciones peruanas.
Pero poco duró allí en la ex isla, sin embargo: el aire salino cargado de brisa marina por las rocas de las rompientes, donde explotan las olas contra la península, comenzó a deteriorar rápidamente las calderas que acababan de ser limpiadas y lavadas, por lo que el Consejo Provincial de Monumentos Nacionales decidió trasladarlas el año 1998, hasta algún sitio donde estuviesen seguras y a salvo de la corrosión acelerada. El sitio al que fueron a parar ese mismo año fue en la avenida y paseo costanero de Las Dunas y Raúl Pey llegando a calle Pacífico Norte, frente a la playa y muy cerca de la línea costera, a poco más de 200 metros de la orilla, en la proximidad del mismo sitio donde habían quedado tiradas las calderas tras años de olvido y desidia. Esto es en el sector de Bajos del Chinchorro, vecinos al Grupo de Formación Policial de Carabineros y cerca del Club de Equitación, a unos 5 kilómetros del centro de Arica.
Se hizo el esfuerzo de rodear la reliquia con una cadena e instalar paneles de información a cargo de la Municipalidad de Arica, pero de todos modos este Monumento Histórico Nacional ha sido profanado el vandalismo, por el infaltable grafiti pedestre y hasta por algunos vagabundos que han usado sus compartimentos metálicos como literas para dormir.
Ni siquiera su distancia del centro urbano ha podido salvar a la caldera del "Wateree" de ese mismo instinto vernáculo de destrucción y culto a la fealdad, entonces... Impulsos oscuros y bajos del alma nacional que ayer hicieron desaparecer la totalidad de los restos del buque y ahora parecen empeñarse en extinguir éste, su último vestigio.

UN EJERICICIO DE "LUGARIZACIÓN": POSIBLE IDENTIFICACIÓN DEL INMUEBLE DONDE HABRÍAN ESTADO LOS CUERPOS DE PRAT Y SERRANO EN 1879

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Coordenadas: 20°12'44.04"S 70° 8'49.16"W
Modernamente, se habla de lugarización histórica al trabajo de especificar el espacio geográfico real y su contexto material en que tuvieron lugar los hechos narrados por la crónica o la historiografía, tendencia que parece haber sido introducida (o al menos difundida) desde los enfoques patrimonialistas con orientación a la "puesta en valor" de esos mismos espacios, pero que estuvo largo tiempo ausente en las escuelas más tradicionales de la disciplina histórica. Ya he comentado algo sobre el acto de lugarización en un otro artículo.
Un interesante ejemplo de lugarización de espacio podría estar teniendo ocasión en estos mismos momentos en Iquique, gracias a la revisión de antecedentes que, si bien no revisten la novedad indiscutible de un dato inédito, sí involucraron un ejercicio concreto de comparación de espacios y relecturas de datos bajo una mirada más astuta e informada, que al parecer pocos habían realizado en este caso específico: la ubicación de un hospital donde se habrían realizado las autopsias y la primera inspección médica de los cuerpos de los héroes de Iquique, el Capitán Arturo Prat Chacón y el Teniente Ignacio Serrano Montaner.
Es un posible ejercicio de lugarización que, además, tiene algún alcance revisionista, pues de confirmarse cierto podría llegar a corregir una referencia espacial que casi se ha perpetuado sobre el sitio en que fueron revisados los cuerpos de los dos héroes y que estaría errada. Esto, por supuesto, en caso de ser correcta la nueva identificación que se ha hecho de tal punto en el plano urbano histórico de Iquique, en un inmueble que aún existe.
He podido acceder a los detalles de este esfuerzo gracias a dos investigadores históricos locales: el Mayor (R) Enrique Cáceres, conocido por su labor en el Museo Militar de Iquique, y don Hermes Valverde, relojero y todo un personaje iquiqueño, encargado del control y mantención de los relojes patrimoniales en la ciudad. Éste último tuvo la gentileza de llevarnos en su vehículo hasta el lugar correspondiente, junto al museólogo y experto en la Guerra del Pacífico don Marcelo Villalba, mientras nos encontrábamos desembarcados del buque LSDH "Sargento Aldea" en el puerto iquiqueño, formando parte del equipo de actividades culturales invitado al Operativo Médico de la Armada de Chile "Acrux 2013".
Además, parece ser que siempre ha orbitado un maligno genio de confusión alrededor de los sucesos posteriores a la batalla naval de Iquique. Ni siquiera está clara la dominante participación que se le ha adjudicado oficialmente al ciudadano español Eduardo Llanos -con monumento y todo- por sobre la de su compatriota Benigno G. Posada, quien sería el que realmente hizo casi todo en las gestiones y desvelos necesarios para darle digna sepultura a los restos mortales de Prat y Serrano. Si bien los testimonios acumulados entonces llegan al detalle incluso de los sorbos de agua con un poquito de coñac que se le dio de beber al sediento y agónico Sargento Juan de Dios Aldea, y al cómo se le arrancaron hasta los botones a los cadáveres de Prat y Serrano por parte de la chusma allí frente al edificio de la ex Aduana de Iquique, resulta nebuloso y poco abordado lo que sucede entre el momento en que se recogen estos dos cuerpos por iniciativa de los ciudadanos españoles dirigidos por Posada y luego se los sepulta en cortejo que sale hasta el Cementerio N° 1 de Iquique.
Quiero compartir parte de estas revelaciones, entonces, en vista de la nula difusión que aún se ha hecho del caso en estudio pero que podría arrojar -en el futuro- importantes antecedentes concretos sobre la parte de la historia que sucede en los días inmediatos a la epopeya de la rada de Iquique en 1879.
Aduana de Iquique en el siglo XIX. Frente a ella se colocaron los cuerpos de los héroes.
Imagen de época, mostrando la inhumación de los héroes de Iquique.
Don Pedro Pablo Figueroa. Su trabajo de investigación "Crónicas patrias: Héroes y hombres" pone en duda no sólo el papel protagónico que se asigna a Llanos por sobre su compatriota Posada en la gestión humanitaria que permitió rescatar y dar sepultura a los cuerpos de Prat y Serrano en Iquique, sino también -y sin proponérselo- a la creencia general de que los restos fueron directamente desde la Aduana hasta la morgue del Hospital de Iquique, desde donde fueron sacados para las exequias.
¿VERSIONES ERRADAS?
La tendencia general de quienes asumen la tarea de dar detalles sobre este lapso de la historia, es señalar que los cuerpos de los héroes de la corbeta "Esmeralda" fueron llevados hasta el Hospital de Iquique para la revisión y las autopsias, aunque muy poco se puntualiza al respecto. Varios otros saltan directamente desde el momento en que los cuerpos están tirados en la Aduana hasta el velatorio o la inhumación en el cementerio, como son los casos que van desde Virgilio Figueroa en su "Diccionario histórico, biográfico y bibliográfico de Chile" (cuando rinde la biografía de don Eduardo Llanos) hasta el de Rodrigo Fuenzalida en su "Vida de Arturo Prat".
Parte de la posible imprecisión relacionada con el primer lugar de atención post-mortem de los cuerpos, se debe quizás a que era sólo un dato de escasa relevancia en el contexto del momento y de los hechos generales. Incluso un testigo directo de lo sucedido, don Jaime Puig y Verdaguer, registra este punto en forma muy poco esclarecedora, en sus "Recuerdos del bloqueo de Iquique":
"Llegué al depósito mortuorio, donde encontré ya a don Eduardo Llanos, asturiano de tomo y lomo, y al magnífico Benigno Posada, el tipo acabado de la bonhomía, quien sonriéndome bondadosamente con su cara más buena que el androsemo.
(...) Por fin nos pusimos en marcha procesional, en buen orden, saliendo del callejón de la aduana, y bien pronto entramos en la calle Tarapacá por la cual desfilamos muy contritos y silenciosos".
Aparentemente inexacto sobre el lugar correcto, habría sido también Justo Abel Rosales, cuando escribe en 1888 a nota en pie de página en "La apoteosis de Arturo Prat y de sus compañeros":
"Los restos de los oficiales chilenos fueron conducidos al hospital antiguo que aún subsiste".
La referencia que da -o al menos sugiere- la generalidad de los autores sobre el recinto donde la revisión de cadáveres habría tenido lugar, entonces, suele ser la del Hospital de la Beneficencia de Iquique, que se había fundado en esa misma década con sede al inicio de lo que ahora es la calle Amunátegui y sobre una anterior institución sanitaria llamada Hospital de la Caridad.
Más cerca de nuestra época, los autores que siguen disponiendo de aquellas fuentes antiguas repiten las afirmaciones o simplifican lo que pudo haber sucedido con los cuerpos al momento en que intervienen los españoles para darles sepultura. Así es que Alfredo Loayza Bustos, historiador de la Universidad de Chile y por entonces Conservador del Museo Arqueológico de Iquique, escribió en 1979 en artículo del diario "La Estrella de Iquique", en el Centenario del Combate Naval de Iquique:
"Los cadáveres de Prat, Serrano y de un marinero desconocido fueron desembarcados por la tarde, después del regreso del Huáscar de su infructuosa persecución de la Covadonga, los cuerpos exánimes de los marinos chilenos fueron depositados en la calle que enfrenta al edificio de la Aduana y allí cubiertos con unas lonas permanecieron por muchas horas expuestos a la curiosidad pública, que consternados por el dramatismo de la contienda que habían presenciado en la mañana, acudían a observar los restos de los héroes. Dos soldados de la prefectura montaban guardia en el lugar. Mucho más tarde en un carro plano del ferrocarril fueron traslados al hospital, que en ese tiempo estaba situado al comienzo de la actual calle Amunátegui y que se llamaba precisamente 'Del Hospital'."
Un caso más parece ser el del Dr. Juan Lobardi Borgoglio, quien señala en su artículo "Historia de la cirugía en el Hospital de Iquique" ("Revista Chilena de Cirugía", agosto de 1994) lo siguiente, refiriéndose al escenario sanitario de la ciudad en los días de la Guerra del Pacífico:
"En lo que respecta a la parte sanitaria, existía un Hospital peruano, cuyas condiciones eran muy poco confortables, grande en extensión, pero que disponía de un escaso número de camas, para la atención de los enfermos.
En ese Hospital, falleció después de tres días de agonía, el Sargento Segundo Juan de Dios Aldea, que había resultado gravemente herido en el Combate Naval, y a ese mismo establecimiento fueron conducidos los restos mortales de los héroes, don Arturo Prat Chacón y de don Ignacio Serrano Montaner".
Incluso uno de los autores considerados más duchos en este tema, don Gonzalo Vial Correa, expuso de manera muy similar esta etapa de los hechos cuando los españoles salen a buscar los cuerpos de los héroes chilenos, en su libro "Arturo Prat", patrocinado por la Armada de Chile (Editorial Andrés Bello, 1994):
"Visitaron primero la parroquia encontrando sólo la capilla ardiente de Jorge Velarde; más tarde, se le añadiría la de otro oficial peruano, Guillermo García y García, de la Independencia (...) Finalmente, fueron ubicaron los cadáveres de Prat y Serrano en el hospital".
Entre muchos otros ejemplos, está también el del profesor Leonel Lamagdelaine, destacado docente de la Universidad Arturo Prat de Iquique, en el folleto "Inhumación y exhumación de los restos de Prat y Serrano", publicado en 2004 por la propia Municipalidad de Iquique:
"Los cadáveres de la 'Esmeralda" fueron desembarcados en el muelle Lafrenz y colocados en la vereda de la calle que hay entre el muelle y el edificio de la Aduana. Por la noche en un carro de ferrocarril fueron trasladados al hospital (ubicado al extremo N° de la calle del mismo nombre, hoy Amunátegui)".
Empero, un dato que quizás podría abrir la posibilidad de la existencia de un recinto hospitalario auxiliar al principal en los días de la conflagración, aparece en el artículo "El Puerto de Iquique en los días de administración peruana", de Carlos Donoso Rojas (revista "Historia" N° 36, agosto de 2003):
"La situación, sin embargo, permanecería constante con el correr de los años: en 1877 el antiguo edificio hospital fue clausurado por ocho meses debido a su deplorable estado de conservación, trasladándose cada cierto tiempo a diversas reparticiones públicas. Al inicio de la Guerra del Pacífico sólo se había restaurado un par de pabellones, atendiéndose buena parte de los enfermos a un costado del mercado de abastos".
El antiguo Mercado de Iquique se encontraba del lado oriente de la actual Plaza Condell, aunque no tengo plena certeza de que sea éste el mercado de abastos que quiere señalar el autor.
EL DATO DE PEDRO PABLO FIGUEROA
Curiosamente, sin embargo, desde inicios de 1890 se cuenta con un breve pero muy bien documentado trabajo realizado por el escritor e investigador Pedro Pablo Figueroa, donde se pone luz sobre muchos de estos aspectos poco claros sobre los sucesos de Iquique: "Crónicas patrias: Héroes y hombres", folleto que formó parte de la colección de la biblioteca del periódico "Los Tiempos", y que fuera publicado en Talca bajo sello de la Imprenta y Litografía de "Los Tiempos". Salvo por algunas publicaciones del "Boletín de la Academia Chilena de la Historia" de 1945 y otras que se me deben pasar de largo, puede ser que lo informado por Figueroa haya pasado inadvertido a una gran cantidad de estudiosos del asunto.
Hasta donde sé, ésta es la publicación que proporciona datos más concretos sobre el lugar donde fueron llevados los cuerpos antes de las exequias, aunque la motivación principal de Figueroa era enaltecer las figuras de los héroes, rescatar la memoria del periodista mártir Manuel Castro Ramos y hacer justicia al español Benigno Posada en la inhumación de los cuerpos, desmintiendo el papel protagónico que se ha atribuido a Eduardo Llanos. Sin proponérselo, entonces, este autor que fuera gran conocedor de las ciudades del Norte de Chile y creara el "Diccionario Biográfico de Chile", dejó importantes pistas para identificar el lugar del hospital de marras.
De partida, cabe señalar que Figueroa dio con el fabricante original de los ataúdes de Prat y Serrano, pero su identidad difiere de las reportadas por otras fuentes posteriores que lo han señalado como un señor Carlos Lines o un tal Galvarino Fuentes. Se trataba en realidad de don Fronoso Noya de Pimentel, comerciante portugués nacido en 1841 y residente en Chile desde 1857, que ofició como improvisado carpintero en aquella jornada. Dice, en su extraordinario testimonio al autor (los destacados son nuestros):
"El día 23 (sic), el carretero Jacinto-Preder, de nacionalidad portuguesa, muerto en Valparaíso en 1882, y en una carreta calichera de propiedad de un señor Mardones italiano, que aún reside en Iquique, viviendo en su casa de negocio situada frente a la Aduana, llevó los ataúdes de mi casa al hospital del sangre de la calle de Bolívar, donde se encontraban depositados, desde el día anterior, los cadáveres de los marinos chilenos".
Claramente, Noya de Pimentel se está refiriendo a un recinto distinto al Hospital Viejo o de la Beneficencia de Iquique, en este caso un hospital de sangre o de auxilio y emergencia, situado en algún lugar de la calle Bolívar, que a la sazón no debía extenderse más allá de la actual calle Martínez y relativamente cerca del recinto médico principal.
En una larga discusión epistolar y editorial que tuvo lugar en 1884, sobre los laureles que para muchos cortó injustamente el señor Llanos a partir de los esfuerzos de Posada por rescatar los cuerpos y darle digna sepultura, aparecieron otros antecedentes transcritos por el autor, en donde siguen apareciendo datos concretos de los testigos presenciales sobre lo que sucedió después del retiro de los restos mortales de los héroes desde el frente de la Aduana. No me queda del todo clara la situación, sin embargo, pues pareciera que después de este aparente paso por el hospital de sangre los cuerpos sí llegaron también la morgue del hospital principal donde serán velados hasta la mañana y no directamente a un velatorio, como recordaba Noya de Pimentel. Nuestro amigo Valverde, sin embargo, está convencido de que fue éste el único hospital donde estuvieron los cuerpos, allí en calle Bolívar, según nos comenta.
Echando un vistazo al resto de los documentos que reproduce Pedro Pablo Figueroa, vemos que en carta firmada en Lima el 21 de ese mes, don Rigoberto Molina dice lo siguiente a Posada:
"...el 22 por la mañana me constituí en el hospital, y habiendo encontrado a los dos cadáveres que manifestaban un aspecto horroroso, ordené al administrador de dicho establecimiento que los cubriera con sábanas blancas, cosa que se cumplió en el acto; di parte de esta medida a Ud. y al señor Llanos, que me dieron su aprobación inmediatamente".
En carta al mismo destinatario y remitida también desde Lima el 22 de junio, el ex enfermero de Iquique don Juan Sempertigue recuerda:
"Yo era barchilón en el hospital y servía a 36 enfermos en la sala San José. El 21 de mayo de 1879 llegaron los cadáveres del capitán Prat y del teniente Serrano, poco después me llamó D. Ramón Laciar (argentino) y entre Beltrán, yo y D. Ramón quedó esa noche velándolos junto con varios soldados del núm. 5 y otros cuerpos.
A la mañana siguiente y después de haber dormido volví y ayudé a vestir y poner mortaja negra a los dos cadáveres".
El aludido José Ramón Laciar, por su parte, había escrito la siguiente memoria de los hechos a Posada, desde Iquique el 18 de junio de 1884:
"Cuando vi entrar los cadáveres al hospital y oí el tumulto, tomé una vela y fui hasta el mortuorio un poco por delante de los soldados que llevaban los cadáveres tomados entre cuatro, de cada mano y de cada pie. Al llegar a la puerta los soldados dejaron caer de golpe los cadáveres uno sobre otro; yo observé que eso era bárbaro y me contestaron que si yo era chileno y que qué me importaba.
(...) Esa misma noche solicité del administrador señor José Eyzaguirre permiso para quedarme velando los cadáveres. Este permiso me fue concedido con gran dificultad, porque en días anteriores había sucedido que una vela cayó sobre la sábana de un cadáver y casi hubo un incendio. Desde entonces habían prohibido velar los muertos y después de suplicarle mucho obtuve permiso ocultamente porque no quiso que se supiese. Yo convidé a varios de los militares peruanos que estaban como enfermos sin estarlo, entre ellos un teniente, un sargento, un soldado ya de edad y muy formal.  No recuerdo los nombres de estos militares".
Cabe señalar que trabajo de Pedro Pablo Figueroa tiene un mérito de credibilidad y confianza bastante particular: además la gran recopilación de entrevistas que realizó a testigos y personajes, la investigación plasmada en "Crónicas patrias: Héroes y hombres" ocupó 10 años de su vida, partiendo casi desde el momento mismo en que se conoció la noticia de la epopeya de la "Esmeralda" en Iquique y cuando la escasísima literatura existente obligaba a indagar directamente sobre los hechos, a diferencia de la recopilación y basamento realizado por autores posteriores sobre lo escrito por otros, repitiendo también sus posibles errores.
EL POSIBLE EDIFICIO ORIGINAL
Es difícil suponer que Fronoso Noya de Pimentel se haya equivocado en su referencia a un hospital de sangre y al señalar su ubicación en la ciudad en calle Bolívar, como testigo y como residente de la misma. Es difícil también que haya mentido atribuyéndose papeles que no fueran reales en los sucesos de Iquique, al tiempo que señala también el paradero de testigos vivos y también residentes, que muy seguramente fueron entrevistados por el investigador.
Sin embargo, este detalle de su testimonio nunca fue convenientemente tomado en cuenta, quizás hasta ahora. De hecho, no se tenía noticia de la existencia de un recinto hospitalario en calle Bolívar, lo que acentuaba la posibilidad de que todo se tratara de un error o una confusión del informante.
El uniformado en retiro e historiador del Museo Militar de Iquique, don Enrique Cáceres Cuadra, ha dedicado gran parte de su atención profesional a este período siguiente a la epopeya de Iquique y a la identificación precisa de los lugares donde tuvo lugar el poco explorado fragmento de hechos previos a la sepultación de Prat y Serrano. Diría que un lugarización histórica, precisamente. Fue así como pudo enterarse de un hecho de especial significación, que podría traducirse en el eventual hallazgo del inmueble donde fueran llevados los cuerpos en el oscuro tránsito de tiempo al que intenta dar luz Pedro Pablo Figueroa con sus señaladas entrevistas y testimonios.
En la esquina Nor-oriente del cruce de calles Bolívar con Barros Arana, a sólo tres cuadras de la Catedral y a cuatro del Cuartel de la Bomba "España" que fuera tan importante en el sepelio y cortejo fúnebre de ambos héroes, hay un antiguo edificio de madera con influencia del estilo georgiano o victoriano y fábrica de pino Oregón, de líneas simples muy similares a las que se empleaban en Iquique hacia 1870. Aunque de buen tamaño, no es uno de los edificios antiguos que más destacan de lo que queda de la ciudad original de aquellos días, pero si tiene una sobriedad especial como punto de dominio en aquella esquina. Además, se sitúa en un sector del plano que, según tengo entendido, se vio alcanzado por los bombardeos durante la Revolución de los Constitucionalistas de 1891, aunque sin haber comprometido este inmueble, por fortuna. Interiormente, el inmueble se divide en pasillos y habitaciones de alto techo, también de factura en madera, con un patio estrecho cercado por el propio edificio, aunque por ahora desconozco cuáles son las otras construcciones internas que pueden hallarse dentro del recinto.
Pues bien: cuenta Cáceres que, hace aproximadamente una década, mientras el caserón estaba bajo propiedad de una familia de apellido Fistonich, los dueños descubrieron accidentalmente histórico material médico en el entretecho de la construcción, mientras realizaban algunas revisiones del viejo ático del mismo y que se hallaba condenado hacía más de un siglo. Según sus notas, el principal grupo de objetos era una especie de botiquín, que resultó ser un completo paquete sanitario compatible con el que se empleaba en los días de la guerra. El material, además, corresponde al que se debería encontrar en un hospital auxiliar de la época, justamente.
El descubrimiento del paquete sanitario, combinado con la referencia del hospital de sangre dada por el testigo y señalado en algún lugar de la calle Bolívar, hace muy posible que éste inmueble haya sido aquél en que funcionaba el servicio sanitario y provisional indicado por Noya de Pimentel, cuando fueron llevados los cuerpos de Prat y Serrano para la observación médica de rigor, y quizás desde allí al hospital principal o directamente a sus exequias con las conocidas circunstancias del entierro en el camposanto y la colocación de señales que permitieron reconocer después los restos.
Recientemente, he sido llevado de visita hasta este sitio junto al investigador de la Guerra del Pacífico don Marcelo Villalba Solanas, como he comentado ya. Vamos con nuestro amigo e inquieto colaborador investigaciones como la que sostiene Cárceres, don Hermes Valverde Tomé, el maestro relojero conocido por ser el único profesional de su campo facultado para dar asistencia y mantención a piezas históricas de Iquique, como el Reloj de la Torre de la Plaza Prat. Así llegamos a este inmueble de dos pisos y clara influencia británica en su arquitectura: y aunque ya lo había visto innumerables veces, nunca me detuve a pensar en su antigüedad y menos en alguna posible relación con los hechos de la Guerra del '79.
La numeración exacta del edifico es, actualmente, Bolívar 802 y Barros Arana 296. Consta de un zócalo simple con vanos pequeños, y un segundo nivel con cara plana de vértice y prolongación en los costados de mucha simetría, de unos 20 metros por lado. Nueve ventanas con balconetes abalaustrados se observan en este segundo piso. Desgraciadamente, la fachada estaba siendo utilizada para profana propaganda política y lienzos de campañas, durante nuestra visita. De acuerdo a la información que nos proporciona Valverde, la propiedad pertenece hoy a la familia Taucare, existiendo una posibilidad de postular el inmueble a alguna categoría de conservación histórica o patrimonial, por ahora tímida y tibiamente. Veremos si el interés prospera, por supuesto.
Considerando que hay etapas aún pendientes en esta investigación, dejaré hasta aquí este texto pero a la atenta espera de novedades que ansiamos conocer. Para los curiosos y los sorprendidos que deseen abundar en mayores detalles al respecto, sugiero ubicar a don Enrique Cáceres en el Museo Militar del Paseo Baquedano o a don Hermes Valverde en su relojería de calle Barros Arana cerca de Sargento Aldea.
De confirmarse que aquí en calle Bolívar estuvo, efectivamente, el hospital de sangre mencionado en el que habrían sido llevados los cuerpos de los héroes de Iquique, entonces podríamos hallarnos frente a un ejemplo exitoso y sumamente ilustrativo del acto concreto de la lugarización de espacio histórico, logro que despejaría muchas nubes alrededor de esta parte específica de los hechos de 1879, además de proponerle a la ciudad de Iquique un nuevo lugar para "poner en valor", por sus dignas características relacionadas con conservación e historicidad.
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