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ALGUNOS APORTES (¿PARA UNA LÁPIDA?) SOBRE LA MANSIÓN DE CALLE COMPAÑÍA CON RIQUELME

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Coordenadas: 33°26'21.63"S 70°39'38.85"W
Escribo contra reloj estas líneas, mientras la vieja mansión de calle Compañía de Jesús esquina Guardiamarina Riquelme, misma que decoró mis llegada y partidas desde el Metro a este barrio en toda mi época universitaria de los noventa, está siendo preparada para la inminente demolición y para darle suelo a algún otro termitero humano, como los varios que estrangulan las cuadras del Centro de Santiago en nuestros días.
Pido disculpas si la prisa me juegan en contra de la redacción o la amplitud, además de las pocas imágenes de las que dispongo, pero necesito publicar esto sin saber aún si alcanzarán a ser palabras dignas del mármol memorial: en el mejor de los casos, para una placa recordatoria en sus propios  muros... En el peor (y hasta ahora más probable), para la lápida imaginaria que muchos veremos en este sitio, cuando el edificio ya no exista.
Remontándose a los orígenes de la suntuosidad del Barrio Brasil y sus viejas casonas palaciegas, este inmueble ubicado en Compañía 1687 nació desde los tableros del destacado arquitecto catalán José Forteza Ubach, quien se hallaba residiendo en Chile desde hacía unos años antes de quedar encargado del proyecto. Es el mismo autor del desaparecido Palacio Undurraga, que dignificaba con su estilo neogótico la esquina de la Alameda con Estado, y de quien hablé ya en alguna ocasión por haber diseñado también el Edificio del Bristol Hotel de Barrio Mapocho. Tengo entendido que hay quienes, por este mismo dato relativo al arquitecto, llaman a la casona como Mansión Forteza.
Según la fecha que manejaba, la época del edificio se remontaba al cambio de siglo. Sin embargo, en una reciente publicación del diario "La Segunda" del 31 de julio de 2013, leo que la mansión fue levantada específicamente en 1893, por encargo de don Benjamín Montt Montt, hijo varón menor del Presidente Manuel Montt y hermano del futuro mandatario Pedro Montt Montt. Sé que, a la sazón, don Benjamín era un prestigioso hombre de leyes de la capital y había ocupado incluso un cupo parlamentario, como diputado suplente.
El elegante palacete fue creado con líneas de arquitectura un tanto fusionadas, transitando entre el neoclásico y el academicismo, con uso de balaustras a modo de columnas germinada, arcos de medio punto y arcos escarzanos. Los vanos con arcos van por todo el primer piso, mientras que en el segundo son de ángulos rectos, aunque con decoración afrancesada, balconetes abalaustrados y detalles bastante puntillosos en sus marcos y a nivel de las cornisas.
En tanto, su decoración interior en los dos pisos del edificio, tenía influencias de estilo victoriano, con finas molduras, pinturas frescos, arcos divisorios, carpintería de ebanistería, yesería artística y escalas monumentales que todavía se conservan medianamente visibles. El alhajamiento de la casona debe haber sido realmente lujoso y espectacular en sus buenos años. En las escenas de sus pinturas de cielo, además, aún se distinguen el  Palacio Vecchio de Florencia, paisajes de Venecia y el Puente de Cal y Canto de Santiago, además de algunos retratos.
El edificio es desde su inauguración uno de los más bellos y destacados del sector, aunque también pudo haber sido parcialmente tocado por el aroma de las leyendas populares, como ciertos reportes cercanos al 1900 y que hablaban de supuestas apariciones de duendes justo en este tramo de la calle Compañía entre Rodríguez y Riquelme, incomodando reiteradamente a las autoridades policiales y entreteniendo a los corresponsales de prensa, según comentó Julio Vicuña Cifuentes en su trabajo "Mitos y supersticiones: estudios del folklore chileno recogidos de la tradición oral".
Hasta donde recuerdo la historia de la casona, don Benjamín fue propietario de la propiedad hasta su muerte en 1922, pasando a manos de la sucesión familiar y después siendo vendida. Su decadencia debe haber comenzado pasado ya el medio siglo, según escuché alguna vez de viejos residentes del barrio en mi época de universidad, pues se le había dado insuficiente mantención para conservar el aspecto limpio y esplendoroso que alguna vez tuvo. También se habilitó alguna vez parte de sus bajos como espacios para locales comerciales, y creo recordar que por largo tiempo fue para una mueblería y tapicería, opción que tampoco prosperó según parece. Lo positivo es que el inmueble resistió las profundas remodelaciones de este sector de Santiago, como las mejoras a la Panamericana y la avenida Manuel Rodríguez, quedando ubicada a sólo una cuadra la Estación Metro Santa Ana.
Tras pasar la prueba de solidez con terremotos como el de 1985, se hallaba en manos de nuevos dueños. Hasta un grupo de infaltables "okupas" intentó apoderarse de la mansión y en sus períodos de abandono también se convirtió en refugio de mendigos o viciosos, que forzaban sus puertas cada vez que podían sin amedrentarse con el aspecto tenebroso que tenía en las noches ni los cuentos de duendes que alguna vez se contaron allí. Según leo en la misma nota de "La Segunda", su penúltima propietaria fue doña Hilda Aguirre del Real, la misma ex archivera judicial de Santiago expulsada hace no mucho tiempo por el Pleno de la Corte Suprema, al verse implicada en un serio caso de irregularidades.
De acuerdo a la mencionada fuente, la archivera Aguirre del Real habría utilizado la casona como bodega para el Archivo Judicial hasta que el año 2010, luego del nuevo terremoto y a través de un remate, un grupo de inversionistas adquirió el inmueble. Poco tiempo después, volvió a ser ocupado "a la mala" por un grupo de sujetos que se apropiaron del lugar.
Fuente imágenes: Diario "La Segunda".
Largo tiempo colgó del balcón de sus altos un cartel ofreciéndolo en arriendo, presumo que sin respuesta. Por desgracia, la falta de alguna categoría patrimonial como Monumento Histórico o Inmueble de Conservación sobre el edificio, facilitó la decisión de echarlo abajo y preparar el terreno para un proyecto inmobiliario. Si bien su estado de conservación es malo sólo en la apariencia, pues su estructura parece ser mejor de lo que podría pensarse al verla (lo que hace a la construcción perfectamente recuperable), en el año 2006, un avenimiento judicial había obligado a los dueños de entonces a realizar trabajos de refuerzo estructural, cosa que nunca se hizo.
Así, facilitada por la situación general, la balada de las lucas nuevamente se impuso en esta clase de asuntos, donde entra en juego el infame mercado del suelo. La Municipalidad de Santiago y la alcaldesa Carolina Tohá retrasaron tanto como les ha sido posible la autorización para la orden de demolición pero el tiempo esperanzados en una eventual declaratoria de Monumento Histórico ya se les acabó: tras la última negativa de la Dirección de Obras Municipales ocurrida en enero, no cursando autorización en base a que las exigencias del mencionado avenimiento judicial del 28 de abril de 2006 no se habían cumplido, los propietarios concurrieron a la Seremi Metropolitana de Vivienda a exigir autorización para demoler el inmueble.
La urgencia de los inversionistas ha sido mayor presión y la casona, en estos precisos momentos, se encuentra cubierta por mallas de seguridad para iniciar su destrucción inmisericorde. Lo único seguro es que algo es inminente allí: o la demolición que ya comenzó, o la salvación de último minuto... Así de dramática es esta encrucijada.
Los días que vienen, en conclusión, serán definitivos para entender si estamos en el punto del no retorno para la historia de este elegante edificio que ya ha comenzado a ser destruido, único en Santiago por muchas de sus características. Y sabremos, así, si un texto como el que escribo en este instante podría servir de futuro homenaje o bien de panegírico funerario, como ya parece casi seguro.

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