![](http://3.bp.blogspot.com/-vZcSB4UJ3bk/UZ0j19C9KzI/AAAAAAAAQho/v1EK9hbgY6Y/s1600/bodegon.jpg)
Ilustración digital mía para dar una aproximación a cómo lucía el bodegón hacia sus últimos años, en las horas en que recibía el Sol del atardecer allí en los terrenos de cultivos de La Salle.
Coordenadas: 33°32'40.55"S 70°33'52.90"W
Tierras extrañas eran aquellas, en el ex paisaje rural de Macul, La Florida y Puente Alto, mucho antes de que sus campos acabaran fagocitados por el crecimiento de la ciudad. Territorios curiosos, en los que se mezclaba el aire del viejo paisaje suburbano de la Zona Central y la precordillera -al que ya me he referido recordando algunos hitos de la avenida Rojas Magallanes Oriente- con ancestrales caminos de viajeros y arrieros coloniales, atravesando los Andes desde y hacia el lado argentino por el Cajón del Maipo. Entre los vestigios de entonces, aún está el antiguo puente de cal y canto sobre el Canal San Carlos. Todo sazonado con un catálogo no escrito de leyendas y tradiciones varias.
Viejos viñedos y bodegones hoy repartidos en distintos estados de conservación por esos territorios, fueron parte de este mismo paisaje ancestral de los suburbios de Santiago: desde el Castellón de la Viña San Carlos de Puente Alto o el sencillo y relicario bodegón de la avenida Los Toros, hasta las fastuosas instalaciones de las viñas de la Concha y Toro hacia Pirque, epicentro de esta actividad en la zona.
Uno de estos vestigios del enorme pasado agrícola y vitivinícola al Sureste de la ciudad, fue un enorme y vetusto bodegón de adobe y gruesos soportes de madera, que se hallaba en lo que antes habían sido los patios y campos del Instituto de La Salle en la comuna de La Florida, por el sector de la avenida del mismo nombre hacia el interior de lo que ahora es la calle Santa Amalia al poniente, que por mucho tiempo estuvo reducida a sólo un miserable y triste sendero interior de tierra, que bordeaba después las rejas del límite de los terrenos donde los sacerdotes instalaron su conocido centro educacional en los años cincuenta.
Sector donde se encontraba la bodega, visto en nuestros días.
Loma donde estuvo alguna vez el edificio.
CARACTERÍSTICAS Y ANTIGÜEDAD
Los Hermanos de las Escuelas Cristianas de La Salle se establecieron en este antiguo sector, que era llamado El Vergel, aunque en sus orígenes fue denominado Fundo Provenir. Allí, además de educar, se dedicaron también a la producción agrícola y una pequeña viña, sacando partidas de un estupendo "vino tinto de misa" que todavía se comerciaba por temporada en los años ochenta y que tenía buena fama entre los habitantes de estos lados. El gran terreno estaba distribuido en un amplio sector ubicado entre el ex Fundo las Mercedes, al Norte, y por el Sur el llamado Callejón del Agua, que corresponde actualmente al tramo de avenida Trinidad entre el Canal San Carlos y avenida La Florida, tomando su nombre por una canalización menor y luego una tubería que allí corría trayendo agua desde el sector de El Canelo. Más al Sur, estaban otro conocido fundos, como el de San José de la Estrella y Santa Rosa del Peral. A la sazón, además, la avenida La Florida era identificada como el Camino que va de Santiago a San José de Maipo.
Cuando los hermanos de La Salle llegaron a la propiedad hacia los años cincuenta, ésta mantenía aún los recuerdos de la industria vitivinícola que anteriormente había desarrollado la familia Marambio, productora de vinos que eran exportados incluso a París, en sus mejores días. La magnífica casa patronal que allí se ve y que tiene vista hacia avenida La Florida, existía desde hacía más de 50 años antes, calculándose incluso que podría remontarse a 1880. Así describe el lugar, en 1923, el "Álbum de la Zona Central de Chile" con informaciones agrícolas:
"VIÑA 'MARAMBIO' (antiguo fundo Porvenir) de don Alejandro Marambio, ubicada a 3 kilómetros de la Estación Bellavista, del Ferrocarril de Pirque. Tiene una superficie de 105 hectáreas planas regadas con primeras aguas del Canal San Carlos. Sus principales explotaciones son: Viña que ocupa una extensión de 21 hectáreas de uva escogidas para la fabricación de Jugo de Uva, embotellándose toda la producción en el mismo fundo (300.000 botellas anuales) que expende en el país y en el extranjero. Cuenta con una instalación completa de maquinarias, etc. Posee una plantación de árboles frutales, especialmente manzanos (5.000 árboles), para explotación, duraznos, nogales, membrillos, etc. Chacarería en general. Pastería: enfarda pasto alfalfa".
Aunque la actividad de la ex viña del Fundo Marambio ya estaba totalmente muerta cuando llegaron allí los sacerdotes, en otro testimonio de la importancia del fructífero pasado agrícola descrito había aquí también un gran bodegón situado sobre una pequeña loma junto a unos álamos, atrás de donde se hallan ahora las canchas deportivas del colegio. En alguna época, esta construcción fue ocupada por los sacerdotes para almacenar las botellas de vidrio en que era envasado el producto, las herramientas agrícolas, las barricas de guarda, las cubas para las frutas de los innumerables árboles y maderas de construcción. En el mismo álbum de informaciones agrícolas citado, se menciona que había más de uno de estos bodegones dentro del fundo, además de otras instalaciones:
"Tiene buenas casas habitación, gran chalet, grandes bodegas (de altos) y vasijas de roble americano, adecuada para la producción de vino, dos casas habitación y 15 casas de inquilinos, material sólido".
El edificio de la bodega que quedaba en pie al llegar estos, con una añosa puerta de madera y un grueso palo como dintel, se encontraba entre la línea de canalización para regadíos que se extendía desde lo alto captando aguas del Canal San Carlos, hasta los terrenos de La Salle, pasando por el vasto campo de cultivos que daba una maravillosa vista a quienes saltaban los cercos y alambres de púas intentando detener en vano a los intrusos. Nadie parece tener datos concretos sobre cuán antigua era esta edificación que también había formado parte de las instalaciones de la Viña Marambio, aunque un anciano vecino del sector y de apellido Menares, fallecido hace algunos años, contaba que su abuela mantenía un testimonio familiar recordando haber observado la construcción de la bodega en los años del Gobierno de don Manuel Montt. Si esto fuera cierto, el origen del bodegón podría hallarse hacia el año 1860, aproximadamente. El hermano Edmundo, de la misma congregación, me comenta también que esto está muy cerca de la época en que aparecería mencionado el productivo sector de estos fundos agrícolas en los trabajos de geografía de Francisco Solano Asta-Buruaga y Cienfuegos.
Con muros de adobe con cerca de 1.10 metros de grosor, el bodegón de dos pisos habría llegado a medir la enormidad de 114 metros de largo por unos 20 metros de ancho, según recuerda el mismo hermano Edmundo, que ha investigado mucho sobre la historia de los establecimientos de la congregación en La Florida. Maderas de pino Oregón, roble pellín y pisos de raulí se usaron en su fábrica, que además contaba con una aislación térmica notable. Incluso el segundo piso, con sólida madera en el suelo y compartimentaciones interiores contrastantes con la tosca rusticidad exterior, fue usado para dormitorios en los años en que funcionaba el internado dentro del instituto. Algunos terremotos, sin embargo, botaron parte de su longitud e inclinaron uno de los muros, pero en general el edificio se mantenía bastante estable.
Lugar del sauce y la acequia, donde nos reuníamos, a un lado de la gran bodega.
Vista desde el mismo ex "campamento" del sauce hacia donde estuvo el edificio.
UN LUGAR DE ENCUENTRO
Cuando la conocí y pude acercarme a la enorme bodega, ésta estaba atrás de un amplio sector floridano conocido como La Antena, nombre que provenía de una altísima y muy visible antena de transmisión radial que existió allí hasta que los terrenos fueron urbanizados y se la hizo desaparecer. Esto es hacia el paradero 20-21 de la avenida La Florida y vecino a la Villa Santa Inés, vecindario que se construyó sobre la Hijuela A del ex fundo de La Salle, justamente, extendiéndose un manto de cultivos hasta más allá de la avenida Tobalaba, cerca del conocido Fundo El Panul. Algunas veces, se veía un tractor paseando entre estos sembradíos, por el lado cercano al de la bodega que aquí describo. La franja más oriental cerca del canal es una propiedad privada, ahora pertenecientes a una empresa de aguas, pero investigaciones posteriores realizadas por los propios hermanos han confirmado, demasiado tarde, que parte de esos terrenos pudieron pertenecerles por haber correspondido al fundo original a fines del siglo XIX, enajenados en circunstancias poco claras.
Recordar cómo llegué hasta este lugar, me remonta a los años de ímpetus y aventuras juveniles: a un lado del campo y del bodegón, estaba un solitario sauce rodeado de matorrales que, conocido como "El Arbolito", era un lugar espléndido para reunirse luego de una breve caminata desde nuestros lugares de ocio, pues en realidad parecía un sitio naturalmente dispuesto para hacer campamentos y tomarse algunas licencias de vida muy seguros, lejos de la mirada de los quisquillosos. Fue nuestro rincón adorado entre 1993 y 1994, centro de memorables encuentros entre amigos de aquellos años.
Se entraba más rápidamente a este sector saltando una acequia que varias veces pasaba llena cerca y cerca del tope. Como las reuniones en este lugar involucraban invariablemente grandes cantidades de cerveza y brebajes aún más fuertes, el saltar de regreso esta hondonada provocó más de un divertido accidente en aquellos días. El camino principal conectaba a nuestro sitio con el gran bodegón, y en medio había también algo como una pequeña ex piscina o estanque ya seco que había sido redescubierto por los curas haciendo excavaciones en el terreno, y del que ahora no quedan ni rastros. La huella de las acequias se perdía bajo el suelo por exclusas subterráneas, vestigios de la importancia que tenían los regadíos en el antiguo fundo.
El lugar era cálido y acogedor. Muchas veces encendimos fogatas en las noches frías, pero siempre procurando tenerla lejos de los pastos secos y las ramas del sauce. Cuidábamos "nuestro" lugar con vista a las plantaciones casi como si se hallara en la propia casa, y lo manteníamos limpio, pues era un refugio. En el verano hacía tanto calor y el pasto era tan grueso y acolchado, que no pocos pasamos allí alguna noche mientras los demás seguían con su fiesta unos metros más allá, despertando sólo con el cantar de los pajaritos y el frío del alba. Varios grupos de muchachos de aquellos años se reunían ahí, adoptando motes excéntricos para identificarse: estaban los "Mardá", vecinos de ese barrio; los "Hippie Hate Band", adictos al rock metal y al punk. Nosotros éramos los "Taberna Boys", al menos por el tiempo que nos reunimos allí. Todos se conocían y nunca hubo rencillas, y cada vez que se necesitaba ubicar a alguien después de las 21:00 horas, era casi seguro que lo hallaríamos en esta guarida.
Las noches se hacían eternas, mientras la mole oscura del bodegón seguía desviando la mirada un poco más allá, como una bestia gigante cuidando nuestra recreación. O acaso éramos más bien como una comparsa de sacrílegos feligreses rindiendo honores a ese templo oscuro o siniestro, sacado de otro tiempo para ser traído con misteriosos conjuros al nuestro. Su silueta bajo la Luna era sobrecogedora, al tiempo que la fonda del sauce no paraba ni un instante. De lo humano y lo divino, de alegrías y de depresiones, de parrandas y de reflexiones; todo se conversaba allí. Cada recién llegado aparecía con nuevas botellas de alegría y, en caso de acabarse, bastaba una rápida "pasada de gorro" para que un emisario saliera raudo a traer más. Todo sin escándalo, sin bullicio innecesario y sin explosiones viscerales de insulto a la inteligencia, pues teníamos nuestros propios códigos en ese refugio.
En aquella época, el bodegón era sólo ocupado como eso: como bodega oscura y hermética. Pasaba la mayor parte del tiempo abandonado y cerrado, guardando sus secretos; e incluso con sus antiguas ventanas y tragaluces clausurados desde hacía décadas. Los misterios de un siglo y medio o más permanecían dormidos en su oscuridad y telarañas.
Paisaje precordillerano, desde el sector donde estaba la bodega.
Antiguo tornillo de compuertas y esclusas subterráneas para los regadíos, atrás de la bodega.
LA DESTRUCCIÓN DEL BODEGÓN
Los problemas comenzaron cuando tipos extraños a estas villas -probablemente ajenos a La Florida, inclusive- comenzaron a aparecer con insistencia en esos tranquilos terrenos, antes usados sólo por niños elevando volantines y los noctámbulos de nuestros grupos. Eran sujetos escandalosos y marihuaneros por vocación, que nos miraban con desconfianza y hostilidad, como si los invasores fuéramos nosotros. Usaban precisamente las sombras del sector en el gran bodegón como escondite para sus vicios, mientras sonaban desde lo lejos sus discusiones de borrachos pendencieros y botellas quebradas contra troncos de los árboles.
Fue la crónica de una muerte anunciada: todo acabó brutalmente, una noche, con un incendio que fue juzgado de inmediato como intencional, provocado por manos anónimas aunque casi seguro que de entre esos extraños. A pesar del esfuerzo de bomberos por controlar las llamas que parecían sofocarlo desde adentro, el bodegón quedó convertido en dos muros en ruinas, destechados, humeantes y con su interior reducido a cenizas. Incluso esas bellas botellas verdes donde antes se envasaba y etiquetaba el famoso vino de misa, quedaron transformadas en una grotesca mancha de cristal derretido, endurecido y trizado entre los carbones.
La triste noticia nos atrajo a todos hasta nuestro ex refugio esa misma noche, debiendo resignarnos a la visión perturbadora de su destrucción casi total e irreversible.
Vecinos dados al chisme y enemigos de mutantes como los que íbamos al famoso potrero del sauce, hicieron correr la calumnia perversa de que algunos de nosotros habíamos sido autores de tamaña calaverada, lo que perjudicó nuestra posibilidad de poder seguir reuniéndonos allí con la misma libertad y tranquilidad que antes. Otros aseguraban que los autores del incendio eran hijos de funcionarios de determinada institución, pero nunca se confirmó.
Los restos de metales, tablones centenarios y planchas de los techos, en tanto, fueron recogidos en carretones y camionetas por algunos astutos que le quisieron sacar alguna ganancia fácil, y lo que quedó del edificio fue hecho desaparecer hasta sus bases, costando en nuestros días identificar dónde estaba su imponente estructura ya demolida. Miles de maderos y tablones que estaban guardados y reservados por los hermanos para la construcción de una capilla frente a su casa sacerdotal se perdieron también en el siniestro, de modo que los edificios quemados fueron dos: el del siglo XIX y otro que ni siquiera nacía aún.
Así se fue para siempre el Bodegón de La Salle, ese año de 1994, último de nuestras reiteradas visitas habituales en sus faldas, allá a espaldas del instituto. Sólo unas pocas ocasiones más nos vimos otra vez en ese inmenso e improvisado club al aire libre, pues el ánimo de seguir allí se desvaneció con el humo de su destrucción. El lugar jamás volvió a ser el mismo.
Con el tiempo, la calle Santa Amalia se extendió más allá de avenida La Florida hasta pasar por el lado del viejo terreno, y las villas residenciales han crecido casi encima del mismo. Hoy sólo se ven allí esos álamos, las acequias junto a la vera de pastos secos mecidos por la brisa, y los caminos reducidos a pequeños senderillos, mientras que el clásico sauce que servía de toldo a nuestros encuentros noventeros, ya no parece tan acogedor ni cómodo que en aquellos años. Quizás sólo espera el momento en que también reciba su sentencia de muerte para proyectos inmobiliarios. El hermano Edmundo cree también que quizás queden fotografías del bodegón en manos del encargado del Museo de La Salle, que quizás alguien con más tiempo y curiosidad que yo pueda llegar a conocer. Echando una mirada a Google Earth, pareciera que sólo en la imagen de 2005 del registro histórico alcanzan a distinguirse algunas formas con la geometría recta que quedó en el suelo por la presencia del desaparecido edificio.
Ahora, sólo pueden verse senderillos trazados encima de aquel lugar, acabando con toda huella dejada por la estructura. En consecuencia, nada hay ya que recuerde allí al antiguo testimonio del esplendor agrícola de esta enorme comuna, con la presencia y claridad que lo hacía este colosal bodegón.