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Dos versiones, un mismo personaje.
Hace sólo un par de días, a propósito de comentarios del escritor Jorge Baradit sobre las representaciones artísticas del prócer en un matinal, subí a una de mis cuentas vinculadas a este blog una imagen que conservo de publicaciones de la Editorial Antártica, con un retrato del Libertador Bernardo O'Higgins Riquelme (1778-1842) a bordo de un navío de la Escuadra Chilena y que fue hecha por el misterioso acuarelista Alphonse Giast. Curiosamente, una reproducción de esta obra ha estado a la vista de todos los santiaguinos por estos precisos días, en la exposición titulada "Perspectivas viajeras", y que ya está por cumplir sus últimos días abierta en el Archivo Central Andrés Bello, de la Universidad de Chile.
No esperaba la sorpresa que ha causado esta imagen, que suponía más conocida, así que me he tomado la libertad de redactar un poquito más sobre el asunto que parece revelado en ella: las diferencias rotundas entre la imagen que se ha construido de don Bernardo en su iconografía y el arte histórico o heroico, y la que realmente parece haber tenido sin idealizaciones ni exaltaciones, como sería el caso de la acuarela de Giast. El reciente contexto conmemorativo de la Batalla de Maipú del 5 de abril, además, parece darme la oportunidad para tomar este interesante tema que, sin embargo, a muchos podrá parecerle sólo un asunto cosmético frente a los contenidos históricos.
Nos hemos acostumbrado ya a la imagen pictórica de un O'Higgins apolíneo y colosal, con una constitución biotipográfica muscular y rostro de resuelta belleza masculina. Su famoso retrato hecho hacia 1820 por el peruano José Gil de Castro y que lo muestra magníficamente de pie en el Museo Histórico Nacional, repite siete veces el tamaño de la cabeza en el resto de su cuerpo (la proporción ideal) y lo enfatiza con sus rasgos europeos muy firmes, levemente más ancho de lo que podría esperarse pero disfrazando este volumen en una figura algo estilizada, soberbia y elegante.
¿Era así don Bernardo, sin embargo, o responden esta imagen más a cánones que al realismo figurativo? Es sabido que el arte del retrato clásico no era exactamente una representación fiel del personaje. De hecho, muchos soberanos, reyes, héroes de guerra y autoridades políticas exigían representaciones tan mejoradas de sí que, además de ser hasta el tercer o cuarto intento del pobre pintor, las obras que conocemos de ellos muestran más de lo que querían ser, por sobre lo que realmente eran. Empero, siempre necesitamos ponerle un rostro a los nombres trascendentes: el famoso retrato de don Pedro de Valdivia es sólo una suposición española de su aspecto, por nadie conocido fuera de sus contemporáneos; y la imagen que se ha perpetuado de don Diego Portales Palazuelos respondía más a la necesidad de darle una imagen póstuma para su recuerdo en el pueblo chileno. Del mismo modo, ningún retrato de don José de San Martín fue leal al color mate de piel que debió tener por el lado indígena que se ha revelado en su sangre; y la reconstrucción del verdadero rostro de don Simón Bolívar, dejó atrás mucha especulación e imaginación de los tradicionales pintores históricos venezolanos.
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Retrato de O'Higgins, por Gil de Castro, en 1820. Museo Histórico Nacional
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O'Higgins en su abdicación, por Manuel Antonio Caro, 1875. Museo Histórico Nacional.
La idealización del retrato pictórico era un recurso totalmente legítimo en aquella época, se podrá entender. De alguna manera, aún lo es, con el uso y abuso de photoshop en la fotografía publicitaria o editorial. Manteniendo las proporciones, en nuestra época esto ya se hace casi a nivel doméstico: quienes retocan digitalmente fotografías para sus perfiles de redes sociales o bien colocan la mejor de cien imágenes tomadas para acompañar su currículum vitae, repiten algo parecido a la tonificación y casi divinización que se hace en los retratos heroicos.
Bien, parto por decir que me consta la existencia de una curiosidad selectividad en algunos admiradores del General O'Higgins, al poner mucha confianza en la insultante y grosera descripción que doña María Graham hizo de don José Miguel Carrera y su familia (a quienes conoció sólo por las pérfidas versiones de sus enemigos) en sus famoso diario de 1822, pero al mismo tiempo que intentan tapar con el otro brazo las observaciones que ella misma formula para don Bernardo, particularmente sobre su aspecto físico con detalles tan, pero tan diferentes a las gallardas representaciones pictóricas que conocemos de él:
"Púseme a observar mientras tanto las personas que me rodeaban. El Director vestía, como de costumbre, su uniforme de general; es bajo y grueso, pero muy activo y ágil; sus ojos azules, sus cabellos rubios, su tez encendida y sus algo toscas facciones no desmienten su origen irlandés, al par que la pequeñez de sus pies y manos son signos de su procedencia indígena".
La cuestión de la altura de O'Higgins no es novedad y lo sabemos. Se ha hablado bastante de su no mucha altura, que parte aproximadamente en 1,50 metros en los cálculos más mezquinos. No obstante, las representaciones han consensuado en la iconografía un tamaño más cercano a las llamadas "proporciones heroicas" que se usan en el arte, más que a la realidad del modelo original.
Pero como todo en el mundo, hay dudas... Así que echemos una mirada a la descripción que hacía don Benjamín Vicuña Mackenna en su libro biográfico sobre O'Higgins:
"Cuando D. Bernardo O'Higgins desembarcaba en Cádiz a mediados de 1799, era ya un apuesto mozo de 19 años de edad, aunque él por su corpulencia, y la cuenta siempre larga de los años de colego en lejana tierra y extranjera lengua, creyera, como lo decía a su padre en su carta ya citada, que había cumplido los 21. Su porte era algo menos que mediano, pues su estatura no pasaba de cinco pies y seis pulgadas, medida inglesa".
El dato relativo a la estatura del prócer, equivale a 1,67 ó 1,68 metros en nuestras unidades de medición del sistema métrico. Esto no es una altura particularmente baja para la época, por supuesto. Su fuente es bastante sólida, además: sería el tamaño que aparece registrado en el pasaporte que le fue otorgado don Bernardo por el Duque de Portland el 25 de abril de 1799, que pudo conocer y comentar el investigador. De ser así, y al igual que ha sucedido en la mitología urbana con muchos otros personajes históricos (desde Napoleón hasta Hitler), O'Higgins no fue tan pequeño como se le ha supuesto, después de todo.
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Retrato de O'Higgins por Narciso Desmadryl, 1854.
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O'Higgins en billete de 10.000 escudos, 1973. Fuente imagen: Es.dreamstime.com.
Sigamos con la descripción que proporciona Vicuña Mackenna:
"Aunque imberbe, era ancho de espalda, levantado de pecho y de formas proporcionadas, si bien no esbeltas, a semejanza de su padre, consistiendo su principal belleza en la que le daba su lozana juventud. Una espesa cabellera negra, un tanto rizada, adornaba su espaciosa y noble frente, peinada en desorden según la moda de la época, pero que más tarde, cuando era brigadier chileno, alzaba arrogantemente sobre sus sienes en forma de tupé, cual se ve en su mejor retrato conservado en la sala principal de Montalbán. El conjunto de su rostro era simpático y varonil, teniendo en él fuertemente impreso el tipo irlandés de su raza. Sus ojos eran de un hermoso color azul pero medianos, y de continuo tomaban un tinte desapacible por la influencia de una irritación de párpados que padeció desde la niñez y que abultaba estos, dándoles un enojoso ceño; su nariz era corta y desairada, pero en su boca y barba, calcadas sobre los exquisitos perfiles de su madre, tenía toda la gracia y simpatía que daba a su semblante la expresión ingenua y casi candorosa del hombre de bien".
Hay datos bastante precisos en este texto y otros que suponemos más bien decorados por el autor. Sin embargo, es el asunto del rostro de don Bernardo aquél en donde parece requerirse una discusión más complicada que la mera apelación numérica. Para allá vamos.
Si el texto de Vicuña Mackenna y los retratos heroicos lo definen en un rostro definitivamente irlandés, las primeras diferencias aparecen sobre el color de su pelo se trasladan desde las mismas biografías hasta el óleo o la acuarela: rubio, colorín, trigueño y oscuro. ¿A quién creerle? Y cuando manos de un artista anónimo retrataron un sonriente y juvenil Bernardo ya residiendo en Londres, en 1798, dejaron para la posteridad la cara más bien redonda y barbada de un joven veinteañero blanco, de ojos azules y con pelo de color cobre, con una mano pequeña apoyando su mejilla. De cejas finas y mentón redondeado, no se confirma allí la frente especialmente amplia que describe el intelectual, pero tampoco la nariz casi aguileña de algunos de sus principales retratos en museos, siendo ésta más bien pequeña y de punta roma.
En el Museo del Carmen, al pie del Templo Votivo de Maipú, están en exhibición dos pequeños cuadros hechos sobre marfil por el talento con los pinceles del propio Libertador. Uno corresponde al retrato de su hermana Rosa Rodríguez Riquelme, y otro es un autorretrato de poca difusión comparado con su iconografía más conocida. En él, vemos a don Bernardo con las credenciales y bandas de Director Supremo de Chile y parece conmemorar su nombramiento de Gran Oficial de la Legión al Mérito, de 1818.
Aunque quizás influya en el resultado pictórico la "autocorreción" que todo artista hace conciente o inconcientemente al retratarse a sí mismo, la imagen que encontramos en las vitrinas de Maipú es la de un Bernardo más maduro pero aún con rasgos juveniles, aunque esta vez su frente sí se ha ampliado, mostrando entradas. Sigue siendo un hombre blanco, de ojos azules y cabello colorín, con nariz y boca pequeñas, y mejillas levemente abultadas o al menos no mostrando contornos de huesos, pómulos y mandíbula. Podría parecer una actualización coherente del mismo retratado en Londres, dos décadas después.
¿Cuándo se empieza a perder el rasgo realista de los retratos de O'Higgins, entonces, para darle prioridad a los cánones de representación heroica? Es de suponer que esto sucede a partir de ese mismo período, cuando asume como Director Supremo (1817-1823), llegando a su hipérbole con los imponentes y gallardos retratos del mulato Gil de Castro. La pintura histórica posterior a su muerte y destinada más bien a la exacerbación de la solemnidad de su figura, es sólo el desarrollo y perpetuación de este rasgo que se había iniciado con O'Higgins aún vivo, antes de su abdicación y autoexilio en Perú. Quizás llegó a uno de sus sus máximos registros con el retrato del Libertador aparecido en billetes de 10 mil escudos casi encima del Golpe Militar de 1973: aunque fue de poca vigencia, Libertador que allí aparece llega al apogeo de la expresión gráfica de europeísmo y masculinidad, casi como una especie de galán de cine de cejas finísimas y prominente mentón cuadrado, por lo que muchos no reconocían al prócer en dicha imagen.
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Retrato del joven O'Higgins en Londres.
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Autorretrato de O'Higgins, Museo del Carmen.
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Retrato de O'Higgins por Gil de Castro, 1821. Museo Nacional de Bellas Artes.
Sin embargo, fue el propio Gil de Castro quien dejó otro retrato de don Bernardo que llama a profundas meditaciones sobre cuál fue su aspecto real. Fechado en 1821, lo muestra muy distinto, en proporciones menos musculares o mesomórficas, con la cabeza más grande en proporción a su cuerpo (mucho más que en su cuadro anterior) y el cuello se percibe también más corto. El autor no era un pintor particularmente excepcional con las figuras humanas, pero en esta versión, las manitas del prócer apenas asoman entre las mangas y su torso se ve definitivamente ancho, de poca longitud. El rostro vuelve a hacerse más redondo y ya es el de un hombre que ha superado los 40 años, luciendo incluso algo cansado, con ojos casi almendrados. Un diminuto mentón y cabellera cobriza terminan la descripción.
Sin embargo, el más controvertido de los retratos que se hicieron en vida para O'Higgins, es el que me motivó a escribir este texto: la acuarela del artista Alphonse Giast, con la imagen del Director Supremo ya cerca del final de su gobierno, visitando fragata "O'Higgins" en Valparaíso. Está acompañado de un oficial inglés, que algunos identifican como el militar William Miller, fundador de la Infantería de Marina de Chile, o acaso el mismísimo Lord Thomas Cochrane en otras interpretaciones.
Debe recordarse que, en las manos expertas, la acuarela es un dibujo fundamentalmente de apunte, rápido y casi equivalente a una instantánea de la época cuando se trata de imágenes situacionales, como ésta. Es, por lo tanto, una síntesis de los aspectos principales de una escena los que se reproducen con fidelidad y buena observación. Investigadores como Eugenio Pereira Salas creían que esta acuarela en particular, manifestaba un gran despliegue de esmero realista por parte de su autor, considerando que reprodujo importantes detalles de los uniformes.
Es preciso detenerse y adelantar algo de lo que me gustaría reservar, con más abundancia, para una entrada futura enteramente dedicada a Giast. Resulta que este artista es todo un enigma en la historia de la pintura histórica chilena, a pesar de la gran cantidad de reproducciones que se hacen de sus obras en libros y catálogos. Nada se sabía en Chile de él, hasta que el historiador y coleccionista magallánico Armando Braun Menéndez fue informado de la existencia de acuarelas con su rubrica, después agrupadas en una colección titulada "De Santiago a Mendoza", que el investigador argentino Bonifacio del Carril logró adquirir al anticuario parisino Robert Heymann.
Pereira Salas se arrojó a buscar información sobre ese tal Giast sin hallar nada importante. Sólo se pudo acotar que su visita a Chile debió tener lugar entre 1820 y 1825, semejando su arte un tanto al estilo del alemán Mauricio Rugendas y también al cronista e ilustrador colombiano llamado José Manuel Groot, según se ha establecido en décadas posteriores, aunque éste nunca vino a Chile. Esta última teoría supone que las láminas serían escenas colombianas hechas por Groot y que se tomaron equivocadamente por chilenas, pero es clarísimo que el uniforme y la banda de mando de O'Higgins son chilenos, además de los atuendos de un guardia militar atrás de los retratados principales. Más razones para no quedar convencido con la idea del error de identificación, es que otras láminas de la colección incluían paisajes de ciudades como Lima y Valparaíso. También aparece en ellas una escena de la Misión de Monseñor Giovanni Muzzi enviada por El Vaticano a Valparaíso, en octubre de 1824: junto al Nunzio, Muzzi aparece allí sin un ojo, defecto físico que efectivamente tenía el sacerdote, y entre sus acompañantes se distingue al presbítero Giovanni María Mastai Ferreti, futuro Papa Pío IX.
Braun Menéndez ya había adquirido unas obras similares de Giast al mismo vendedor francés, hacia los años 40, entre las que se encontraba la acuarela de don Bernardo O'Higgins que nos interesa. Las había donado ya a la Universidad de Chile, donde aún están. Ahora, enviaba desde Argentina copias fotográficas de las nuevas imágenes hasta la misma casa de estudios, a fines de 1963, advirtiendo sobre las que había donado con anterioridad:
"Esas primeras acuarelas soportaron un minucioso examen porque la figura de O'Higgins y su uniforme no pueden haber sido inventados, como tampoco la nube que empaña uno de los ojos de Monseñor Muzi".
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Copia de lámina de Giast, actual exposición "Perspectivas Viajeras" en Archivo Bello.
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Acercamiento a la acuarela hecha por Giast. O'Higgins está con Miller o Cochrane.
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El curioso O'Higgins que retrató Giast.
Así pues, las nuevas imágenes fueron analizadas por expertos de la Biblioteca Central. La conclusión de ellos le fue comunicada poco después a Braun Menéndez, por carta del Director Alamiro del Ávila Martel:
"Las he examinado y las he hecho examinar por todo el grupo de nuestros principales expertos. El resultado es que no cabe duda de su autenticidad iconográfica, salvo que se puede advertir que posiblemente las acuarelas fueron realizadas más tarde sobre apuntes tomados del natural...".
Pues bien: el O'Higgins que vemos en la obra de Giast, si bien calza con algunos rasgos generales de su retrato en Londres y de su autorretrato posterior, ofrece también elementos que parecen únicos dentro de todo lo que se ha conocido sobre el prócer. En una columna para la Corporación del Patrimonio Cultural de Chile, el escritor Darío Oses comenta sobre este retrato:
"A diferencia de casi todas las otras pinturas que constituyen la iconografía o'higginiana, en ésta no hay exaltación del porte ni del gesto heroico del prócer. Se acentúan más bien sus rasgos irlandeses y cierto grosor corporal, casi hasta la caricatura. Esta observación naturalista del detalle, este realismo ingenuo, hace suponer que el pintor tuvo a la vista a O'Higgins al retratarlo".
Allí está, pues, un hombre más bien pequeño, aunque de piernas bastante más largas que su torso, de cuerpo ancho, cuello corto y cabello ensortijado de color rubio enrojecido, cayéndole sobre la frente y fundiéndose con sus características grandes patillas. Los detalles de su rostro redondo son lo más desconcertante: ojos almendrados, nariz corta, con una distancia subnasal muy breve y su mentón muy redondo. Parecen exagerar o acentuar los rasgos que hemos ido identificando acá como los posiblemente más fieles al original don Bernardo.
La fecha es otro factor de confusión para la obra, pues lleva escrita en cuidadosa caligrafía: "Valparaíso - Directeur Supreme du Chili (1825)". Esto se podría explicar por la vista observación de los expertos, de que las acuarelas fueron hechas por el artista ya quizás de vuelta en Europa, pero en base a apuntes tomados en su visita a América. Se recordará que, para 1825, la Dirección Suprema del gobierno chileno estaba en manos de don Ramón Freire, que de ninguna manera podría ser el retratado en la lámina de Giast. Sin embargo, cabe advertir que la anotación pertenecería al anticuario francés y no al autor, por lo que no es confiable como año exacto en que se hizo la pintura.
Si la pintura es auténtica y realmente retrató en vida al prócer chileno desde el tablero de un artista o desde su hoja de apuntes, sin necesidades de idealizarlo ni perfeccionarlo hasta los cánones heroicos e ideales, entonces podemos concluir en que estaríamos ante otra de las imágenes más realistas y fieles que se han hecho de don Bernardo O'Higgins Riquelme, por intrigante, curioso y hasta decepcionante que pueda parecerles a algunos el resultado de esta representación.