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MÚSICOS Y CALLEJEROS: ALGO SOBRE LOS ARTISTAS DE LA CANTINA, LA PLAZA Y LA VEREDA

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Ilustración de un guitarrero popular publicada en "La Lira Chilena" en 1904.
En la segunda cuadra de avenida San Diego, exactamente en la entrada de la tienda de artículos musicales "Casa Amarilla", por cerca de 30 años se colocó un señor de pelo cano y ojos secos, totalmente ciegos y cerrados, tocando tristes melodías populares y canciones sureñas con una vieja guitarra maltratada. Casi nadie sabía su nombre, pues aunque resultaba alguien afable hacia los años ochenta, era de difícil comunicación: el Cieguito de la Casa Amarilla, le decían quienes lo conocieron. Su aporreado instrumento estaba lleno de parches, y le adosó una armónica fija que sólo ocasionalmente tocaba y que fue abandonando hacia sus últimos años.
Por triste conjura, la cabeza del personaje ya no andaba bien: allí, siempre tirado en el mismo lugar, vestido con su terno roñoso, cantando y envejeciendo por monedas sobre unas baldosas frías en verano o invierno, la escasa luz de la razón se le empezó a apagar, al mismo ritmo que lo hacían también su voz y el sonido de sus viejas cuerdas opacas. Su pobre guitarra parecía una momia envuelta en kilos de cinta adhesiva, informe, cerrando toda una vida de daños o trizaduras hasta quedarse casi totalmente muda como quien la tocaba. Y un día de esos, en esta penosa decadencia, el famoso Cieguito de la Casa Amarilla ya sin capacidades de ofrecer su canto ni relacionarse otra vez con el mundo, totalmente inconexo con la realidad, desapareció de allí, no recuerdo con exactitud ya cuándo.
Recientemente, la comunidad bohemia y nictófila de calle San Diego ha perdido a otro de estos históricos iconos: el cantante popular y folklórico Egidio "Huaso" Altamirano Lobos, veterano acordeonista y cantor de larga trayectoria del bares de calle San Diego, especialmente en el restaurante "Las Tejas", donde era habitual verlo por quienes frecuentábamos el boliche, y alguna vez también en "Los Canallas" antes de que emigrara a calle Tarapacá. Allí en el famoso local de "Las Tejas" donde paseó por más de 25 años, don Egidio se ganaba la vida reuniendo monedas y tocando canciones a pedido del público, al estilo wurlitzer humano. Recuerdo alguna ocasión en que sólo le mencionábamos algún estilo, como cueca brava, chora, campesina, porteña, tonada, valsecito, bolero o simplemente canto popular, y siempre encontraba alguna pieza en su repertorio mental para cantarla con su fiel acordeón piano, al lado de nuestra mesa. A veces se jactaba de tocar también música rock, jazz, mambo, ranchera, foxtrot y otras aprendidas de la época de los clubes bailables de Santiago con grandes orquestas como las de "El Pollo Dorado", local donde también alcanzó a trabajar. Empero, creo que aquella pieza que más veces le oí tocar fue la famosa "Adiós Santiago querido", del Guatón Zamora.
Ilustración de apunte que hice una vez del llamado "Cieguito de la Casa Amarilla", en San Diego.
Don Egidio Altamirano en "Las Tejas", imagen publicada por "The Clinic" en noviembre de 2012.
Elvis Jr., el aspirante a "músico" (o algo así).... Imagen de vitrinearte.wordpress.com
Ilustre nativo porteño pero residente de la Población La Pincoya de la capital, el septuagenario Huaso Altamirano fue, sin duda, uno de los cantantes populares más conocidos de las noches santiaguinas en este lado de la ciudad, que compartió con maestros como González Marabolí en alguna época y con Daniel Muñoz en otra, correspondiente ya la nuestra. Fue un balde de agua fría para muchos enterarse de su partida, por lo mismo, a pesar que se sabía algo sobre sus últimos padecimientos. Sus funerales se realizaron el pasado martes 23 de abril en el Cementerio Parque del Recuerdo.  Dudo que alguien pueda reemplazar ese acordeón y esa misma voz, por gastada que estuviese ya, en los salones de "Las Tejas".
Aclaro desde ya que no pretendo resolver en este artículo desde cuándo contamos en nuestra historia con el privilegio de los cantantes e instrumentistas populares de la cantina, la plaza o la vereda, aunque se sabe de sobra que se remontan a las fondas y chinganas coloniales cuanto menos. Bastaría quizás con hojear un ejemplar de "La Lira Popular" para hacerse una idea de lo secular de su presencia en Chile. Tampoco es mi interés hacer un retrato gremial de su trabajo y de su aporte a nuestra identidad nacional, sabrosura que también me reservaré para alguna futura entrada de texto. Sí me inspira la idea de recordar algunos de los más importantes que hayan alcanzado a conocer las últimas generaciones de santiaguinos, muchos de ellos sirviendo como verdadero referente humano a la ubicación espacial dentro de la ciudad, dependiendo del lugar que ocupen: "la esquina donde canta el cieguito", "el kiosco donde toca el acordeonista", "la cuadra del flautista", etc.
Hay gente que se molesta cuando asevero que en los difíciles años de la década del ochenta, la actividad popular con cantantes e instrumentistas callejeros era mucho más colorida y abundante que en nuestros días. Quizás preferirían que dijera que todo, absolutamente todo es mejor ahora que en el  tiempo de la dictadura, incluso si hay que mentir para bosquejar esa fábula conceptual. Pero la verdad es que, como sucedió ahora con don Egidio, parece haber una pérdida progresiva de viejos personajes, a veces sin relevo generacional. Aunque muchos prefieren engañarse y creer que la libertad y la democracia también son una garantía de expansión cultural interior en los pueblos, la verdad es que este ambiente y esta auténtica cultura del músico en la calle y los boliches parece haberse ido contrayendo y haciéndose menos visible, en muchos casos. Es como si la tiranía del tráfico vehicular y el utilitarismo estresante en la calzada hubiese llegado ya a tomarse las aceras y las veras peatonales, espantando paulatinamente a todo a y todos. Algunos restaurantes, por ejemplo, tienen la política radical de no aceptar el ingreso de artistas populares, pero en su lugar mantienen encendidos potentes parlantes con música en corte de moda y a todo tarro (o algo que pretende ser música, en muchos casos), agarrando a latigazos los tímpanos de aquellos que pretendían conversar en una mesa.
Hace poco, en agosto del año pasado, muchos de estos artistas trataron de hacer un llamado a las autoridades para que se les permitiera recuperar las calles de Santiago como su escenario, reuniéndose a tocar juntos en la Plaza de Armas con un conocido músico y folklorista patagón a la cabeza: don Patricio Chocair Lemus, el autodenominado Aysenino re-contra porfiado a quien tuve el gusto de conocer hace algunos años. La cruzada de estos hombres ha sido tratar de lograr una ley de la República que los autorice para ejercer su oficio en las calles de todo Chile, tarea para la cual Chocair incluso realizó una formidable caminata hasta el Congreso Nacional en Valparaíso.
Tristes melodías de un flautista no vidente en la salida del Metro Moneda, hacia el año 2008.
El conocido músico ciego de Huérfanos cerca de Morandé. Imagen del año 2009.
Un guitarrista eléctrico pinta de notas la salida del Metro Patronato, el verano 2011.
Desde el estupendo muchacho imitador de Elvis Presley que aparecía en los recorridos de micro de calle Pocuro e Irarrázaval, hasta la virtuosa banda de Charleston, jazz y foxtrot que se colocaba hacia el lado de Puente y 21 de Mayo en otras épocas, todos estos personajes daban un calor especial al paso de la vida por las calles de Santiago. Muchos conocimos por primera vez un arpa viéndola tocar al peladito que se subía a las micros en la Alameda hacia Plaza Baquedano; y el primer didgeridoo australiano en acción lo ví en manos de un muchacho que lo tocaba en el pasaje frente al Museo de Arte Precolombino. Lo mismo dirán muchos niños al ver y oír un saxofonista que toca bajo el galpón de la Estación Central.
El talento desbordado de algunos de estos incomprendidos es notable: uno de ellos toca canciones del folklore altiplánico en guitarra y una zampoña adosada a la misma, el la Estación Metro Grecia; otro muy conocido le colocó una armónica a su guitarra eléctrica y llenó de fluidos blues el sector del odeón de la Plaza de Armas. En tanto, un trío suena como verdadera orquesta de música tradicional nortina en el sector del Persa Biobío, en Barrio Matadero; otro trío prefiere el rock n' roll de los días de la era hippie en el Metro Los Leones, con guitarras y media batería, mientras que el cuarteto musical de Plaza Baquedano a la entrada de Merced se entregó al jazz. Así pues, queda claro que no exagero al creer que muchos talentos sin parangón pueden encontrarse en ese ambiente urbano: sabido es que el músico e instrumentista Carlos Cabezas, por ejemplo, fue reclutado para el grupo "Los Jaivas" luego que la propia baterista de la banda, Juanita Parra, lo viera y escuchara en un microbus donde estaba tocando.
Algunos de estos artistas sin escenario estable cantan o tocan por monedas; quizás la mayoría "pasa el gorro" al final. Otros, lo hacen sólo para vender sus CDs al público, aceptando o no incentivos económicos en la misma tarea. El caso más curioso que conocí, hacia el año 2006, era el de un cantante guitarrero sureño llamado El Gavilán, que abordó con su sombrero vaquero y su instrumento la Línea 5 de Metro sólo para cantar a los pasajeros sus canciones de estilo balada ranchera, incluyendo una de bella letra dedicada a los muchachos víctimas de la entonces reciente tragedia de Antuco, con mucho orgullo y sin aceptar monedas del público que lo escuchaba entre los carros, pues su única motivación era darse a conocer.
Sin embargo, incluso en la ausencia de talento la presencia de un músico a medias o aspirante a tal, cada cierta cantidad de cuadras, dignifica un espacio urbano: hasta aquél que con escaso talento y dominio de la flauta apenas logra silbar una que otra nota falsa en una plaza o entrada a galería comercial, con su tarro monedero al costado, tiene algún encanto pintoresco que nos revela (o nos hace creer, no lo sé en realidad) una contemplación y devoción especial por la música en el pueblo. No existe sociedad cultivada o que aspire a ser tal, que no tenga resuelta una coexistencia íntima con las artes musicales.
Don Carlos Canivilo, el acordeonista de la Galería España, en imagen de 2008.
Un diestro teclista no vidente ameniza el restaurante "El Campesino" de calle Conferencia, en 2009.
"Lo hermoso de este mundo no lo puedo ver", dice este flautista ciego cerca de Los Leones, año 2010.
En esta misma reflexión general, entonces, diría que algunos de los más reconocibles artistas populares vinculados a la música y que recuerdo en este minuto desde la memoria de las calles en el sector Santiago Centro, en distintas épocas, podrían ser los siguientes:
  • Lázaro Salgado, un conocido folklorista popular y avezado payador que solía cantar en el sector del Mercado de La Vega, entre los puestos. Era muy querido y alcanzó a tocar algún tiempo allí en territorio veguino con Roberto Parra, antes de fallecer en los años ochenta. Todavía hay muchos quienes recuerdan sus musicales pasadas por este mercado.
  • El antes llamado Cieguito del Clarinete en el sector de Ahumada y Huérfanos, con su característico abrigo de invierno y sus gafas negras, además de un gorrito de lana. Posteriormente, comenzó a tocar guitarra y un cornetín o armónica fijos, pues dicen que su instrumento de viento anterior le fue robado. En los ochenta y noventa era tan popular que incluso era mencionado en la rutina de un conocido humorista, que hablaba de "un marido que era tan avaro, que sacaba a su señora a bailar donde el cieguito del clarinete allá en el Centro". Todavía aparece en Huérfanos cerca de Morandé, hacia la caída del Sol.
  • Don Enrique Leyton, el guitarrista de la entrada al Pasaje Matte por el sector de Ahumada llegando a la Plaza de Armas. Dueño de una maravillosa voz para tonadas, boleros, canciones populares pero especialmente el tango criollo, este caballero gordito e invidente llegaba temprano a sentarse en su silla y tocar por casi toda la luz del día. Varias veces fue entrevistado por canales de televisión, y leo en una nota de "El Mercurio" de 2003 firmada por Mentessana, que había sido un integrante de la desaparecida "Orquesta de Ciegos" que tocaba en un local llamado "El Rey de las Papas Fritas" de calle Morandé, muy popular en los años sesenta. No pocos pasan por la entrada del pasaje comercial hacia las galerías, sin recordar allí con pena y nostalgia lo que fuera su presencia allí por más de 30 años.
  • La autodenominada Minina, o también llamada a sus espaldas "La Warren", que cantaba y vendía discos en el sector de La Vega Chica. En sus tiempos mozos había ostentado una belleza espectacular (o eso dicen sus admiradores), además de su talento para el rock & roll, rumba y mambo. Lamentablemente, penosos problemas de salud la obligaron a un anticipado retiro del circuito callejero de artistas.
  • El Tanguero, acordeonista del sector de calle Ahumada pasado Estado, aproximadamente. Conocía tantas piezas de tango y las cantaba con tal pasión que incluso sorprendía a turistas extranjeros que pasaban por allí, y en más de alguna ocasión alguna pareja de visitantes platenses no resistió las ganas de bailar mientras él tocaba, hacia fines de los ochenta. No sé exactamente qué sucedió con él, pues fue desapareciendo hasta no volver a vérsele más en esa esquina.
  • El Ciego del Rock & Roll, como se llama a un gordito no vidente y siempre vestido de negro que hoy canta con singular energía y potente voz cerca de donde estaba el artista anteriormente nombrado, apoyado por dos "asistentes" que suelen tocar un pandero y un claxon, mientras este cantante improvisa movimientos casi coreográficos, palmadas y percusiones sobre lo voluminoso de su propio cuerpo. Su repertorio de rock n' roll, twist y rhythm and blues pasa por artistas como Elvis Presley, Paul Anka, Little Richard y especialmente Chubby Checker.
  • Don René "Huesillo", notable personaje del sector Mapocho que tocó por cerca de tres décadas en los bares y cantinas del sector, a veces acompañado de otro guitarrista. Era muy conocido en el bar "La Piojera" y el desaparecido "Chicha y Chancho", entre otros del callejón Aillavilú. A pesar de haber aparecido en un reportaje de la televisión poco antes, lamentablemente el músico popular amaba tanto las tonadas, boleros y valsecitos como las cañas de trago, que al parecer lo llevaron a la tumba hacia el año 2003.
  • El autodenominado Doble de Luis Miguel, que de Luis Miguel no tiene nada en realidad. Es un sujeto vestido de terno y que canta en un micrófono apagado, mientras realiza histriónicas coreografías simulando actual en un escenario.  De rasgos toscos y labios muy gruesos, se trata de un enfermo de epilepsia y con al parecer cierto retraso mental, que antes, cuando era más joven, se colocaba en la Alameda cerca del metro Universidad de Chile, donde más de alguna vez tuvo conflicto con los estudiantes del Instituto Nacional, a principios de los noventa. Emigró a un lugar más cerca de la Plaza de Armas, donde suele vérselo ahora presentándose aún como el Luis Miguel chileno. Quizás no esté ni cerca de ser un músico en verdad, pero al menos se cree su cuento del canto.
  • Héctor Benavente, alias Elvis Jr., autodenominado así en homenaje a su ídolo Elvis Presley, a pesar de que su instrumento es una improvisada y destartalada batería de bidones y cajones. Su costumbre movediza por el Centro de Santiago y sus constantes problemas con la autoridad lo hacen difícil de ubicar en estos días, pero ya he comentado algo sobre él en mis recuerdos personales sobre el Paseo Ahumada. Aunque en realidad su oficio tiende al humor y la improvisación, él también se toma bastante en serio lo que hace, sin abandonar la cuota de comedia.
  • El Gordito de la Flauta, muchachón gordo y rechoncho que toca este instrumento en el sector de calle Huérfanos entre Ahumada y Estado, sentado en el suelo y con su tarrito de limosnas cerca de un famoso expendio de comida rápida. Padece claramente síndrome de Down, pero eso no ha afectado su capacidad de aprenderse un repertorio de canciones que toca largas horas del día con su flauta dulce.
  • Don Carlos Canivilo, conocido y veterano acordeonista y cantante de canciones populares, boleros y tangos en el sector interior de la Galería España y el ex edificio del Hotel Victoria. Como ha sucedido a otros músicos, este señor debió soportar el robo de su instrumento hace unos años por parte de algunos rufianes, pero le fue repuesto generosamente por el dueño de una conocida joyería del sector, que le regaló otro en forma anónima. Don Carlos integró por cierto tiempo un dúo con otro histórico músico ciego de Santiago Centro: don Egidio Morales, eximio tecladista con el que tocaba cerca de la Plaza de Armas.
Otro acordeonista ciego en Pasaje Presidente Pinto con Agustinas, año 2009.
Alegre trompetista acalorando la noche en Estación Baquedano, hacia el 2011.
Abuelito aferrado a un guitarrín tipo ukelele en Ahumada cerca de Compañía, este año 2013.
Obviamente, he dejado a muchísimos otros del cuadrante central capitalino afuera de este recuento, aunque deliberadamente a aquellos que sólo hacen humor a través del canto o los instrumentos, como los clásicos "Les Roteques" o los más conocidos "Atletas de la Risa", ambos surgidos en el Paseo Ahumada. También quise omitir, por ahora, a organilleros y chinchineros, ya que ellos pertenecen a expresiones folklóricas que preferiría abordar en forma específica, con un artículo especial. Como no es mi intención reunir a todos los exponentes de esta música urbana, sugiero intentar consultar el registro de artistas del proyecto "Santiago Sonoro", dedicado especialmente a este objetivo, aunque no he tenido muchas noticias de este esfuerzo después de anunciado su lanzamiento, pero sé que tienen un sitio operativo en Facebook.
Es verdad que resultaría utópico el sólo pensar en darles autorización a todos para tocar donde quieran, cuando quieran y como quieran. Recuerdo lo difícil que era, por ejemplo, dictar clases en un instituto del Edificio España allí en Agustinas con Estado, hacia el año 2006, con toda una banda de guerra folklórica dos pisos más abajo, armada de potentes amplificadores. Sin embargo, tampoco creo sensatas las verdaderas persecuciones que se han hecho contra estos personajes, con fuertes multas, detenciones y retención de instrumentos, en circunstancias de que esas mismas calles céntricas a veces lucen saturadas de hampones y delincuentes que escasamente llegan a conocer rigores parecidos.
A pesar de mi visión un tanto pesimista sobre el futuro de la música urbana y peatonal, cerca de nuestra época hemos tenido casos interesantes en la nueva generación de estos exponentes, en algunos casos bastante doctos, como la pequeña orquesta sinfónica que suena en el Metro Los Leones bajo el centro comercial, o los violines que aparecen en la estación Plaza de Armas o las voces de ópera que alguna vez oí en el Pasaje Phillips. Recuerdo también que, a fines de los ochenta, una chiquilla adolescente tocaba concentradísima un gran órgano eléctrico con pedales, creo que un Roland, a la salida de un local de instrumentos musicales en Providencia cerca de Pedro de Valdivia. Hoy, un notable y enérgico cuarteto de foxtrot y mambo suele colocarse en la salida del Metro hacia el inicio de calle Puente y a veces también en Agustinas entre Estado y Huérfanos: "Son de la calle", se llaman, nombre que lo dice todo y de los que tengo dos ejemplares de los CDs que venden en el mismo lugar de sus presentaciones.
En estos días de luto por la partida de Egidio Altamirano, entonces, vaya para todos los músicos populares de la cantina, la plaza y la vereda, jóvenes y viejos, talentosos o aprendices, ciegos o videntes, vivos o muertos, este pequeño pero sincero homenaje de quien ha crecido en una ciudad agradablemente musicalizada y acariciada por las melodías de todos ellos, cual banda sonora de la vida en la urbe.
Otro invidente toca la armónica en el pasaje comercial de Bombero Ossa, el año 2009.
"Son de la Calle", tocando en el acceso al Metro Plaza de Armas, ese mismo año.
Joven talento en el violín, al interior de la misma estación, hacia el 2011.

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