En los tiempos de Vicuña Mackenna, se creía que la construcción esquinera que alcaza a aparecer en esta imagen antigua, había sido la propia casa de la famosa Catalina de los Ríos. Ella estaría sepultada en algún lugar dentro del templo.
Coordenadas: 33°26'27.42"S 70°38'56.50"W (Iglesia de San Agustín) / 33°26'31.87"S 70°39'4.99"W (Iglesia de las Agustinas)
Recientes hallazgos de pasadizos subterráneos en Limache y en la calle Erasmo Escala de Santiago, han devuelto la atención sobre este asunto de las galerías secretas de ciertas órdenes bajo nuestros pies, tema con frecuencia sazonado con los inevitables condimentos de la fantasía y, en otros casos, con deliberada falta de honestidad.
Pueden tratarse muchos reportes, quizás en la mayor parte de las veces, sólo de antiguos desagües o de cámaras de derivación hechas con piedra canteada y ladrillo, parecidos en su fábrica a los tajamares coloniales del río Mapocho: estoy casi seguro de que sería el caso del que salió a la luz en Erasmo Escala, al igual que otros descubrimientos muy parecidos en Chillán, quizás también en el mercado viejo de Arica y otros supuestos en la Aduana de Iquique, aunque hayan sido interpretados -en todos los casos- como parte de redes de túneles coloniales perdidos.
Sin embargo, hay otros casos verificados como el de las cavas de calle Lira, las "catacumbas" de Valparaíso o del misterioso túnel enladrillado que se ubica abajo de la fuente de entrada del Cerro Santa Lucía, en los que definitivamente parece haber un antecedente real de las que podrían ser estimadas como estructuras subterráneas hechas por manos humanas en tiempos coloniales o hasta el siglo XIX.
Al parecer, ciertos hallazgos de esta misma clase y que se habían hecho con relación a ex propiedades de la Orden de San Agustín en Santiago, pertenecen a esta categoría más seria y creíble de descubrimientos.
Iglesia y convento de las Agustinas en el siglo XVIII, en dibujo de Pedro Subercaseaux. Publicado por Carlos Peña Otaegui. Fuente imagen: Iglesiaspatrimoniales.cl.
EL CASO DE LAS MONJAS AGUSTINAS
La historia de este hallazgo en particular, fue contada por Sady Zañartu, en su famoso libro "Santiago calles viejas", que hemos transcrito en otra entrada de este blog. También ha aparecido en trabajos de Carlos Peña Otaegui y René León Echaíz, entre otros.
El nombre de la calle de las Agustinas proviene de la presencia del Claustro de las Monjas Agustinas que estuvo ubicado en el mismo lugar, fundado en el período de 1573 a 1576, en una gran manzana formada por la cuadra entre las calles que serían llamadas con el tiempo Ahumada, Bandera, Agustinas(aludiendo a ellas mismas) y hasta el borde de la Cañada de San Francisco o de Santiago, futura Alameda de las Delicias, siendo una de las propiedades más grandes de la ciudad colonial, que llegó a albergar unas 400 residentes entre el siglo XVII y XVIII.
Entre 1850 y 1852, las hermanas agustinas comenzaron a vender casi la mitad de su enorme propiedad. Tras un largo pleito judicial con el Estado, iniciado en 1812, coincidió que la Corte de Apelaciones falló en esos mismos días sobre los terrenos que debían ser expropiados para que se uniera la calle Moneda o ex calle Real, con la calle del Chirimoyo, que era su continuación al poniente de dicha gran manzana, hallándosela así cortada y cerrada entre los murallones del convento de las agustinas y más arriba por los de las claras, razón por la que se le llamaba también calle Tapada de las Monjas.
Con la ejecución del proyecto estatal, el terreno del convento quedó dividido entre las propiedades de esas dos cuadras menores surgidas de la primera más grande: una al Sur entre Ahumada, Bandera, Alameda y Moneda (la posteriormente convertida en manzana financiera de calles interiores New York y La Bolsa), y otra al Norte entre Ahumada, Bandera, Moneda y Agustinas, donde originalmente estaba el frente del convento, cuadra años después subdividida también por la peatonal de Bombero Ossa. Separadas por la vía abierta en Moneda, en la cuadra Sur se construyó, de cara a la misma calle, la que iba a ser la nueva iglesia de las monjas diseñada por el arquitecto Eusebio Chelli, colocándose la primera piedra de esta obra en 1857. Recién hacia 1871 pudo ser puesta totalmente en servicio.
En 1885, sobre los terrenos vendidos del antiguo convento, comenzaron a realizarse trabajos para la cimentación de nuevos edificios ocupando la cuadra frente al templo. En plenas faenas, una cuadrilla de obreros dio con una extraña cámara subterránea. Al excavarla, descubrieron que era un pasadizo completo; y al explorarlo, confirmaron que unía por el subsuelo el sector de la mencionada Iglesia de Agustinas en Moneda, con la casa conventual que estaba en la cuadra vecina, atravesando por debajo la calle.
Cuando siguieron excavando para sentar las obras, se encontraron también restos óseos humanos, como cráneos y vértebras. En el sector de la esquina Sur-poniente de la Agustinas con Ahumada (donde iba a construirse el edificio del Banco de Santiago), incluso fue hallada una sepultura con un cadáver momificado completo, de una mujer con los brazos cruzados sobre un crucifijo en su pecho y algunos restos de sus ropas y calzado. La fallecida, una hermana del ex convento, fue envuelta en una mortaja negra y llevada a la portería del monasterio volvió a ser inhumada.
El hallazgo de túneles y sepulturas volvió a disparar la imaginación de quienes, influidos en parte por una controvertida y anticlerical novela de Ramón Pacheco, creían ciegamente en la leyenda del famoso Subterráneo de los Jesuitas en Santiago, que supuestamente unía el incendiado templo de la Compañía de Jesús (donde están ahora los jardines del ex Congreso Nacional y el monumento a las víctimas de aquel incendio) con varios otros puntos y propiedades de la congregación en la capital, como colegios, capillas y talleres.
Sin embargo, la explicación a la presencia de esta estructura mistriosa era mucho más sencilla: al quedar separada la nueva iglesia de la antigua casa conventual, por el trazado de calle Moneda, las monjas habían solicitado excavar y amurallar un túnel que conectada ambas propiedades, sin que les fuese necesario salir al exterior para transitar así entre ellas. Dicho pasadizo habría sido construido por el arquitecto Vicente Larraín, dándose algunos detalles de su origen en el libro de Peña Otaegui, "Una crónica conventual: el monasterio de las Agustinas de Santiago".
Si bien no se trató de un ancestral pasadizo colonial, como algunos quisieron creer entonces, al menos resulta interesante verificar con él que esta clase de soluciones subterráneas eran practicadas por los conventos antiguos, como lo demostró su existencia.
El terremoto de 1906 obligó a hacerle ajustes y mejoramientos al templo agustino de calle Moneda, pero las monjas, ya agobiadas por el bullicio y la agitación céntrica, se retiraron totalmente del convento y la iglesia en 1912, mudándose hasta su nuevo lugar en avenida Vicuña Mackenna. Pusieron en venta los demás terrenos, lo que permitió -entre otras cosas- la apertura de las calles Nueva York, La Bolsa y La Unión. Llamado desde entonces impropiamente la iglesia vieja (debería ser más bien la iglesia intermedia), el edificio fue entregado al Arzobispado de Santiago durante el año siguiente, y sus pasadizos subterráneos quedaron convertidos en sólo un recuerdo.
Vista de la vieja ciudad destacando en rojo la iglesia y convento de las Agustinas (N° 11, a la izquierda) y el de los monjes de San Agustín (N° 9, a la derecha), en la maqueta del Santiago c. 1830-1840 del Museo Histórico Nacional, mirada desde Sur hacia el Norte. Se observa también el antiguo Solar de la Quintrala (N° 10), el cuadrante baldío de la Plaza de Armas y también el edificio de la Real Universidad de San Felipe (N° 8, a la derecha), donde actualmente está el Teatro Municipal. De izquierda a derecha, las calles Bandera, Ahumada, Estado y San Antonio; de abajo hacia arriba, las calles Alameda, Moneda-Chirimoyo (cortada por el convento), Agustinas, Huérfanos y Compañía-Merced a la altura de Plaza de Armas.
PASADIZOS DE SAN AGUSTÍN Y LA QUINTRALA
Los primeros monjes agustinos llegaron a Chile en 1895. Luego de algunas dificultades para hallar casa en la capital chilena, fueron adquiridas para ellos las propiedades del fallecido Francisco de Riberos a sus herederos, en Agustinas con Estado (ex calle del Rey), donde se instalaría su convento y su templo justo en el vértice.
Con la inauguración de la Iglesia de Nuestra Señora de la Gracia o de San Agustín, el venerado resplandor de San Agustín de Hipona quedó dominando con sus ramas femeninas y masculinas dos tramos en la extensión de la calla Agustinas, en pleno centro de Santiago. No obstante, este primer templo acabó destruido por el gran terremoto de 1647, que sólo perdonó al Cristo de Mayo y la muralla donde estaba su altar, apodado desde entonces "Señor de los Terremotos", con el misterio de su corona de espinas en el cuello de la figura.
Pocos puntos concentran tantas leyendas e historias siniestras en Santiago, como la que se forma en este cruce de las calles Agustinas y Estado, en pleno centro: la presencia de doña Catalina de los Ríos Lisperguer, la célebre Quintrala, en el solar colonial que ocupaba la esquina Nor-oriente, donde ahora está el Edificio La Quintrala (también célebre por supuestos hechos paranormales en sus subterráneos); la misma Iglesia de San Agustín actual en la vecina esquina Sur-oriente, con algunos elementos simbólicos que parecen tener relación con ciertas sociedades secretas (cruces templarias, triángulos del Ojo Supremo, criptosímbolos, etc.); la presencia y los misterios del mencionado Cristo de Mayo, dentro de la misma iglesia; y hasta la aparición en los noventa, de una de las extrañas placas Toynbee que se vieron repartidas por el mundo en esos años, en la calzada de la calle Agustinas, un poco más cerca de calle San Antonio, aunque ya fue destruida.
Lo más interesante de este cruce de calles no estaría a la vista, sin embargo, sino en el subsuelo, y fue parte de lo que me sirvió para dar contenido a uno de los textos más visitados, difundidos y también plagiados de este blog, en la entrada titulada "El misterio de los subterráneos perdidos bajo la ciudad".
Los mitos relativos a lugares secretos subterráneos en este lugar de calle Agustinas, tienen dos aristas o polos:
- Primero, el caso del llamado Sótano de la Quintrala, que correspondería a un espacio subterráneo del actual Edificio La Quintrala que ha sido ocupado a lo largo de su historia por tres importantes establecimientos culinarios y recreativos ("El Sótano de la Quitrala", "El Pollo Dorado" y hoy "La Plaza de las Agustinas"). Se supone que este sótano y la cámara de las antiguas calderas y bodegas que se usaban en el edificio, siendo hoy sitios con grandes atracciones para cazadores de fantasmas, ocupan el espacio ya desaparecido en que la Quintrala habría tenido una sala secreta, a veces usada como caballeriza, y en donde el mito la coloca también torturando esclavos o realizando ritos diabólicos en el siglo XVII.
- Y segundo, un pasadizo (o dos y hasta tres, según cada versión) de origen colonial, que atravesaba la calle Agustinas conectando el mencionado Sótano de la Quintrala con algún escondrijo dentro de la iglesia o el convento de San Agustín, por razones que nunca han estado claras, y que habría sido reencontrado durante la misma construcción del Edificio La Quintrala, hacia 1950 (un período que arrojó varios casos parecidos en Santiago, destacando uno de 1944 y otro de 1951, por ejemplo). Se recordará que Catalina de los Ríos Lisperguer tenía cierta relación importante con estos sacerdotes, tanto por su vecindad como por haberles solicitado una cantidad abismal de oraciones por el descanso de su alma, cuando sintió la muerte encima. De hecho, estaría sepultada en algún lugar del mismo templo, y otra leyenda asegura que el Cristo de Mayo le había pertenecido a ella antes de terminar en la iglesia, cuando lo arrojó fuera de su casa intimidada por la forma en que la figura la "miraba".
De acuerdo a testimonios de gente que aseguraba haber alcanzado a conocer algo más directamente sobre estos pasadizos misteriosos conectando ambas esquinas (que recogí hace unos diez años ya, siguiendo algunas recomendaciones), los accesos por el lado del edificio estaban precisamente en donde hoy existen unas puertas de fantasía en el restaurante que ocupa el ex Sótano de la Quintrala ("La Plaza de las Agustinas"). Son dos o tres puertas que conectaban supuestamente al pasaje secreto, una de ellas bloqueada por una vieja caja de fondos en desuso, y las otras dos condenada o bloqueadas. El testimonio de uno de los trabajadores de la administración del edificio, también señalaba que un brazo de este pasadizo ya rellenado e inaccesible, se creía derivado por calle Agustinas rumbo al Cerro Santa Lucía, aunque nadie sabía dónde terminaba.
La descripción que se hace del escuro pasaje es que lucía muy vetusto y abovedado, con un rústico acabado de albañilería y terminaciones de sus muros, aspecto suficientemente lúgubre para que pocos se hayan animado a ingresar por ellos a partir de su redescubrimiento.
El porqué fueron deshabilitados y destruidos estos pasadizos, si acaso existieron, parece relacionarse con aprehensiones que tuvieron las autoridades durante la Dictadura, temiendo que pudiesen ser empleados para algún propósito ajeno a sus intereses. Esta clase de explicación la hemos oído con frecuencia en otros casos parecidos, como tramos no concluidos del primer proyecto de metro subterráneo o incluso en antiguos pasadizos que algunas casitas de remolienda de los barrios al poniente del Centro de Santiago tenían para evitar redadas policiales.
El Paseo San Agustín, de la misma cuadra donde está el templo, lleva este nombre precisamente por ocupar el lugar del antiguo convento, fue construido en 1980. Hoy existen algunas leyendas de tradición oral sobre reapariciones de galerías secretas bajo el subsuelo, durante las obras, pero nada hay que verifique este rumor y suenan más bien a un intento por colaborar con la leyenda.
Iglesia Vieja de las Agustinas, en Moneda entre Bandera y Ahumada.
El llamado Sótano de la Quintrala, sede del restaurante La Plaza de las Agustinas.
Puertas condenadas en restaurante "La Plaza de las Agustinas", en los subterráneos del Edificio La Quintrala, de las cuales se cuenta que estuvieron alguna vez las galerías que conectaban con la Iglesia vecina, por debajo de la calle Agustinas.
LA EXPLICACIÓN PARA LOS SUBTERRÁNEOS
Años atrás, cuando quise llevar adelante una investigación más exhaustiva sobre el asunto de los subterráneos coloniales en Santiago, me encontré en algunas situaciones que dificultaron este interés, aunque permiten especular sobre algo que ya comenté oportunamente en mi primer artículo sobre el tema: que muchos casos podrían estar virtualmente escondidos y sellados por los temores (reales o inventados) del último Régimen Militar, de que pudieran convertirse en espacios para facilitar actividades subversivas, como dijimos.
Por otro lado, sí podría haber algunos grupos de personas que parecen conocer bastante más de lo poco que se ha publicado sobre estos supuestos túneles y galerías, casi como evitando que su conocimiento se profane o se vuelva popular (y con rotunda negativa a compartir sus saberes, diría de paso), pero en caso alguno participan de alguna clase de conspiración al estilo de los argumentos de un Dan Brown o Douglas Preston. Más aún, a veces las clausuras de accesos o destrucción de esta clase de hallazgos pueden deberse a razones tan poco sofisticadas y convencionales como asuntos de seguridad, celos de las administraciones o simplemente alejar a los intrusos, como nos parece que sería el caso de algunos pasadizos ya de épocas más recientes, conocidos en el Portal Fernández Concha, la Estación Mapocho y la ex Cárcel Pública.
Apartando las especulaciones, sin embargo, modestamente creo más en una idea bastante menos espectacular y aun menos romántica de que estos subterráneos, así como otros casos similares (el de la actual Plaza Vicuña Mackenna, los del sector del Barrancón al Sur de Santiago e incluso el mismísimo Subterráneo de los Jesuitas, el más célebre de todos), serían sólo para facilitar el desplazamiento de los internos e internas de cada monasterio, evitando violar las restricciones del claustro o de los días de observación y encierro, además de unir entre sí distintos conventos que requerían de algún nivel de comunicación directa, o bien con sus propiedades, colegios, propiedades y albergues.
La existencia de esta clase de galerías casi invariablemente relacionadas con antiguas ubicaciones de templos y conventos o propiedades dependientes de órdenes religiosas, además de su presencia en la misma situación en lugares tan apartados como la localidad de San Lorenzo de Tarapacá (descubierto mientras se restauraba la iglesia tras el terremoto de 2005), me parece que soplan las velas de esta posible y sensata explicación. Nos referimos, por supuesto, a las que podrían ser consideradas como auténticas galerías y no antiguos alcantarillados o canales subterráneos que pudiesen ser confundidos con tales.
Es la sensata explicación que también da Zañartu para la existencia del pasadizo de la Iglesia de las Agustinas, pero por tratarse de una propuesta razonable y sin el elemento más seductor de las leyendas y los mitos urbanos, por lo tanto es, también, aquella con menos adeptos o popularidad.