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EL TANGO DE DISCÉPOLO PARA EL CARILLÓN DE LA IGLESIA DE LA MERCED

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Torre de la Iglesia de la Merced de Santiago, hacia 1950.
Coordenadas: 33°26'19.92"S 70°38'48.63"W
Ya he comentado a la pasada en este blog de un popular tango escrito por el autor argentino Enrique Santos Discépolo, inspirado en el carillón de la Iglesia de la Merced en Santiago, que tuvo ocasión de conocer y escuchar durante una visita a la capital chilena en los treinta. En calle Enrique Mac Iver, casi a media cuadra entre Merced y Huérfanos, está a un lado de la iglesia del museo conventual de los mercedarios un homenaje municipal recordando esta relación.
Genio de corta vida, Discépolo nació con el siglo XX en el barrio de la Balvanera en Buenos Aires, en 1901, siendo hijo de un músico inmigrante napolitano. Él y su madre, que murieron cuando Enrique aún era joven, debiendo terminar de ser criado por su hermano más de 13 años mayor. Antes de cumplir los 20 años, fue incursionando a lo largo de su medio siglo de existencia en artes escénicas, dramaturgia, cinematografía, dirección de orquesta, composición y escritura musical. Destacó especialmente en el cultivo del tango porteño en los años veinte, aportando al cancionero platense célebres obras maestras como "Yira-yira", "Soy un arlequín" y "Maleva".
Su obra máxima, sin embargo, parece ser el inmortal "Cambalache", de 1934, verdadera declaración casi nihilista y pesimista en extremo hecha letra y música, en una forma de crítica social que anticipó en el tango por más de cuatro décadas el tipo de contenidos que después asociaría el mundo a movimientos contraculturales. El que los más grandes cultores del tango en el país hayan grabado sus obras, facilitó mucho la popularidad de Discépolo que, a la sazón, se comprometía también con la actividad teatral como dramaturgo y ocasional actor.
El uso del lenguaje marginal lunfardo y las referencias en las letras a cuestiones relativas a la cáfila de los bajos fondos de Buenos Aires, fue frecuente en las letras de Discépolo. Esto le trajo algunos problemas a partir de los años de la Segunda Guerra Mundial, cuando cundió una ola de moralismo y fomento a las buenas costumbres que se reflejó en algunas leyes y restricciones de la época, llegando a tocar al propio tango y otras manifestaciones de cultura y arte en Argentina. Por largo tiempo, por ejemplo, el tango "Uno" de Discépolo estuvo prohibido en las radios platenses, además de afectar algunas de sus obras de teatro escritas y dirigidas hacia el final de su vida.
Apodado cariñosamente Discepolín por sus amigos y su público, su frágil figura delgaducha, nariguda y de ojos somnolientos paseaba por Santiago en 1931, durante una visita a Chile formando parte de una compañía teatral. Terminada una función, el miembro del equipo y también futura figura de alto valor en el tango, Alfredo Le Pera, se quedó jugando naipes con otros integrantes de la compañía en el hotel, ubicado justo enfrente de la Iglesia de la Merced. De pronto, todos comenzaron a escuchar una hermosa melodía que venía de afuera. Al salir a explorar descubrieron que provenía del campanario con carillones alemanes de la iglesia, específicamente en una de las dos torres-campanarios del conjunto, que había sido instalado allí en 1928 (primero que tuvo Santiago).
El homenaje a Discépolo, en calle Mac Iver.
Museo de la Merced y el homenaje a Discépolo, a la derecha.
Le Pera corrió a contar la experiencia a su amigo Discépolo, al día siguiente, quien quedó tentado con ir a escuchar el carillón y aguardó pacientemente por él. Según la creencia, ambos tenían ya, en ese momento, la intención de componer un tango inspirado en esta maravilla. Sucedió así que la melodía por fin sonó y el viajero argentino quedó fascinado con su magia.
Así describía esta experiencia en sus recuerdos publicados en "Escritos inéditos", bajo el título "Cómo escribí 'Carillón de la Merced'", que transcribo acá completo por su bella exposición:
"Fue allá por los años treinta. Atravesé la cordillera por esa fiebre de andar que de tiempo en tiempo me acosa. Viajé junto a una compañía teatral que integraban, entre otros, Tania, Carmen Lamas, Tito Lusiardo, y en la que iban, en calidad de autores, Alfredo Le Pera y Manuel Sofovich. Y allí, en Chile, viví una temporada fraternalmente maravillosa.
Me agrada viajar, a tal punto que suelo decir que tengo alma de valija. Pero siempre regreso: como el boomerang, como los novios... y como los cobradores. Buenos Aires nos pone en las venas una sed de irnos, de evadirnos, de poner distancia... Y una vez lejos, saciada la sed, Buenos Aires nos llama a latigazos de recuerdos, nos desvela, nos tumba... Nuestra ciudad es como aquel puñal clavado en el pecho de que habla el poeta: 'Si me lo dejan, me mata... Si me lo quitan, me muero'. O como ciertas mujeres: con ellas no se puede vivir... y sin ellas tampoco. Buenos Aires, a la distancia, es eso: algo que llama tironeando, el clamor de veinte barrios queridos llamándonos, el lenguaje de cien esquinas embarullándonos el sueño...
En Chile aprendí algunas cosas, aunque a mi edad es difícil aprender cosas nuevas. Ya las sabemos todas. Y las que ignoramos, no las aprenderemos nunca, porque somos de los que repiten el grado... Conocí en Santiago mucha gente interesante. Mucha... hasta un personaje ¡que inventaba palabras! A las cosas feas les ponía nombres lindos. Recuerdo que había inventado una palabra para declararle el amor a una mujer. En lugar de todas esas pavadas difíciles y engorrosas que decimos los hombres en semejantes circunstancias, él lo arreglaba todo con una palabrita casi milagrosa: Tangalimilingo... Raro, ¿verdad? Pero lindo al mismo tiempo. ¿No es un oficio hermoso eso de inventar palabras?
Y una de esas madrugadas de Santiago nació la idea de componer un tango. Nos alojábamos en un Hotel situado frente a la Iglesia de la Merced. Una iglesia antiquísima, maravillosa. El carillón sonaba dos veces: a las seis de la mañana y a las seis de la tarde. Yo, por supuesto, escuchaba siempre el de la madrugada, cuando regresaba de la recorrida noctámbula... A Le Pera se le ocurrió que de alguna manera debíamos retribuir las infinitas atenciones que nos habían dispensado. Y yo pensé que la mejor forma de hacerlo era con una canción, una canción que tuviera algo del país trasandino... El carillón me dio el motivo. Tenía una extraña imponencia escucharlo así, en las madrugadas, bajo ese cielo chileno de estrellas con caras recién lavadas y con aquellas montañas en el fondo. Trabajé con fervor, con amor y compuse la canción. Pero la letra no salía. Nos costó mucho elaborarla. Siempre pasa así en la urgencia de una letra, siempre hay una sílaba que no encaja, un acento rebelde que cae donde no debe... Al fin, una madrugada, desvelados los dos, mezclando al inmutable son de las campanas esa fiebre de viajeros incurables que llevábamos, ‘Carillón de la Merced’ se hizo música y canción.
Tania la estrenó en el teatro Victoria de Santiago de Chile. Me parece revivir aquella jornada inolvidable. Recibí de los hermanos chilenos una gratitud que no merezco...
Lo cantaban en la calle, hombres, mujeres y chicos... Fue emocionante. Escuchar la canción propia en labios del pueblo es lo único que nos reconforta, que nos reconcilia con nosotros mismos, a quienes, como yo, escribimos precisamente para el pueblo. Es lo único que realmente compensa, por encima del éxito material, cuando una canción nuestra rueda por las calles y se hace forma en boca de alguien..."
"Carillón de la Merced" - Alfredo de Ángelis y su Orquesta Típica
"Carillón de la Merced" - Orquesta Típica con Ernesto Fama
"Carillón de la Merced", por Rodolfo Biagi y Jorge Ortiz
El resultado fue un verdadero homenaje a la hermosa melodía de la Merced que le sorprendió en la calle chilena, además de ser el primer salto de su camarada y colega Le Pera en el mundo tanguero donde también luciría, según comenta Lucía Gálvez en "Romances de tango". La pieza alcanzó a ser cantada incluso por Carlos Gardel y grabada por ilustres músicos como el maestro De Ángelis. Dice en su letra:
Yo no sé por qué extraña
Razón te encontré,
Carillón de Santiago
Que está en la Merced,
Con tu voz inmutable,
La voz de mi andar,
De viajero incurable
Que quiere olvidar.
Milagro peregrino
Que un llanto combinó.
Tu canto, como yo,
Se cansa de vivir,
Y rueda sin saber
Dónde morir...
Penetraste el secreto
De mi corazón,
Porque oyendo tu son
La nombré sin querer.
Y es así como hoy sabes
Quién era y quién fue,
¡La que busco llorando
Y... que no encontraré!
Mi vieja confidencia
Te dejo, carillón.
Se queda en un tañir,
Y al volver a partir
Me llevo tu emoción,
Como un adiós.
Enrique Santos Discépolo falleció en las cercanías de la Navidad de 1951, en la calle calle Callao 751 de su mismo barrio natal, tronchándose así prematuramente la vida de uno de los compositores más grandes del tango, dejando en las radios y discos piezas perpetuas como "Cafetín de Buenos Aires", "Qué vachaché" y "Confesión". Su amigo y compañero de aventuras Osvaldo Miranda, sostuvo su mano durante los minutos finales de su agonía, postrado y enfermo en una cama. Las razones concretas de su muerte nunca quedaron muy claras, explicándose con leyendas tales como que murió de tristeza o de soledad.
El monumento, después de una limpieza.
Lamentablemente, así de sucio ha lucido en uno de sus peores momentos.
En 1994, la Municipalidad de Santiago de Chile con participación de la Corporación Cultural y Recreativa Enrique Santos Discépolo, instalaron por el lado de calle Mac Iver el mediano monumento de mármol ya mencionado, a un costado del Museo del Convento de la Merced y al lado del acceso a los pasajes comerciales de la Galería Merced, construidos en lo que era antes el patio del monasterio (se conserva parte del área verde del mismo, tras unas rejas).
El monumento tiene un medallón de bronce con el perfil de Discépolo, obra del artista escultórico Enrique Villalobos, y dos placas conmemorativas. Una de ellas, la principal ubicada más arriba, dice:
"HOMENAJE DE LA CIUDAD DE SANTIAGO AL POETA Y COMPOSITOR ENRIQUE SANTOS DISCÉPOLO, AUTOR DEL TANGO 'EL CARILLÓN DE LA MERCED'.
JAIME RAVINET DE LA FUENTE
ALCALDE
MARZO 1994"
Curiosa y absurdamente, pero muy al estilo egocéntrico del edil de esos días, su nombre aparece más destacado que el de Discépolo en la inscripción (!)... Una segunda placa, más baja y cerca del suelo, señala con brevedad:
"CORPORACIÓN CULTURAL Y RECREATIVA ENRIQUE SANTOS DISCÉPOLO
SERGIO SAGREDO FONCEA
PRESIDENTE"
Habría sido interesante haberle podido dar a este monumento un concepto interactivo novedoso, como por ejemplo un dispositivo que tocara la música del aludido tango (incluso por una moneda, y a volumen suficiente para la ruidosa calle) al estilo de las guías de audio que antaño existían en las vitrinas del Museo Colonial de la Casa Colorada. Sin embargo, viendo el estado en que a veces ha quedado el monumento por culpa de grafiteros rupestres y neuróticos de los tags, es difícil ofrecerle algo tan sofisticado a un pueblo lleno de vicios e inclinaciones incorregibles, amante de la mugre y del placer por destruir. De hecho, entre las dos placas descritas había una más que ya no existe, seguramente robada y destruida, por lo que desconocemos cuál era su contenido.
Al menos el monumento de estoica resistencia junto al museo, deja testimonio de la inspiración que tuvo Discépolo para su tango del "Carillón de la Merced", en la vieja iglesia roja y su cautivante melodía del pasado.

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