Ilustración de estorninos comunes en diferentes etapas de crecimiento, por John Gould (London, 1837). Fuente imagen: ntprints.com
La generosa Su celebraba en el local escogido, con sus invitados: una gran cervecería de aspecto medieval, en el subsuelo de un viejo edificio de Roma. Mientras tenía lugar el encuentro, dejó su vehículo compacto estacionado bajo las arboledas de la ribera del Tíber, en el sector de Trastévere, que se vuelve singularmente bohemio y nocherniego durante los fines de semana.
Pero el automóvil no quedaba del todo solo: sobre los árboles de su lugar de aparcamiento, sonaba una ruidosa orquesta coral de estorninos y se los sentía revolver las ramas o pelear entre ellas, con la energía que le da la cantidad abismante en que llegan a reunirse estos simpáticos pajaritos.
Cuando volvimos todos sus invitados hasta este sitio, su macchina era literalmente una montaña de mierda: y aunque a Su y sus paisanos le pareció de lo más natural o esperable, eran kilos de excremento de estorninos pinto los que habían convertido su vehículo en una verdadera covadera andante, como para andar explotando guano a la pasada. Me tomé hasta el trabajo de conseguir una servilleta y observar así, más de cerca, ese excremento negro y denso que prácticamente tapizó la carrocería y los vidrios de su automóvil, al término de aquella noche de celebraciones.
Aunque habitan naturalmente casi toda Europa y parte del Asia Occidental, los estorninos se vuelven una especie de mascota no oficial de Roma cuando emigran desde el Norte, formando estas enormes bandadas del período cercano al invierno. En su descenso hacia tierras del Sur, llegan incluso a la Península Ibérica y parte del Norte de África. Storno le llaman acá a este pájaro, pero dice la versión de la "Historia Natural" de Plinio el Viejo ampliada por Jerónimo de la Huerta, en 1624, que los italianos le denominan desde antaño también stornello y sturnello, si bien la primera descripción auténticamente científica de la especie fue hecha recién en 1758, en el "Systema Naturae" de Linnaeus.
Sturnus vulgaris (fuente imagen: biodiversity-georgia.net)
Llamado científicamente Sturnus vulgaris, se trata de un ave paseriforme de la familia de los estórnidos. Tiene apariencia un poco esbelta que a veces se compara con el mirlo, con plumaje corto de color negro de cierto efecto tornasol cuando ya es adulto y algunas pinceladas blancas en el diseño, con patas de color anaranjado, pico amarillo que se oscurece en invierno, además de ojos pequeños y negros. Con unos 15 a 22 centímetros de longitud, la envergadura de sus alas debe rondar los 30 a 42 centímetros. Sus huevos son de color celestino más bien claro, llegando a unos 4 ó 5 por nidada, generalmente una o dos veces al año. Su alimentación es variadísima, pasando vorazmente por menúes de granos, insectos, larvas, lombrices, frutas y restos orgánicos de la propia ciudad, por lo que puede llegar a ser beneficioso para el control de plagas de invertebrados que sean nocivos a la agricultura, salvo cuando ellos mismos comienzan a destruir graneros, pastizales, brotes de cultivos y árboles frutales.
Es un ave atractiva, después de todo, apareciendo con frecuencia en leyendas, arte y literatura europeas. En la mitología galesa, por ejemplo, la legendaria Branwen usa a un estornino como mensajero para comunicarse con su hermano Bendigeidfran, siendo mencionado en la colección épica y cronística "Mabinogion". También se lo introdujo en los Estados Unidos, en 1890, por admiradores neoyorkinos de la obra de Shakespeare, sólo porque el autor los mencionaba en "Enrique IV". El resultado de esta imprudencia ha sido devastador: a pesar de la gran cacería de estas aves, su población actual llega allá a unos 2 millones, provocando serios peligros a la aviación (incluido el trágico accidente comercial de un vuelo de Boston, en 1960) y en la industria agropecuaria. Otros países donde ha sido introducido son Australia, Nueva Zelanda, Argentina y Sudáfrica.
La cantidad de excrementos que produce el estornino es tal que, acumulada en los árboles o palmeras donde se posan los grupos, pueden darle muerte quemando la flora por la fuerte composición química de tales fecas. Algunas acumulaciones de excrementos llegan a los 30 centímetros, de hecho, y no es raro ver en Roma palmas muertas, que se elevan como columnas tristes que fueron superadas por la maldición de la caca.
Bandadas cerca del Parque Ildefonso Schuster.
Sobre las ruinas del Foro Romano.
Empero, lo que quizás llame más la atención del estornino fuera de su capacidad hacer ruido en masa y de colmar de excremento su territorio, es una curiosa habilidad del pájaro parecida a la de ciertos loros: imitar sonidos, cantos de otras aves y voces, lo que le ha convertido incluso en mascotas interesantes para algunos. Mozart, por ejemplo, compró un estornino en 1784 y le pesó tanto su muerte, después de tres años de mimarlo, que lo hizo sepultar con gran pompa fúnebre. Aunque en su estado natural y en bandadas sus gritos son sencillos, salvo quizás en el período reproductivo, se sabe que pueden llegar a armar todo un repertorio de cantos, a veces imitados de otras aves.
Estos estorninos formando cuadrillas sobre Roma y su particular espectáculo sobre el automóvil de Su, me han iluminado sobre la presencia de un enorme error en el célebre clásico del terror y el suspenso "Los Pájaros" ("The Birds", 1963), del maestro Alfred Hitchcock, que es lo primero que se viene a la cabeza al verlos oscurecer el cielo. En efecto, sólo ahora vengo a caer en cuenta de que una cantidad semejante de aves como la de esas famosas escenas de cuervos, cornejas y gaviotas parados por miles sobre el cableado eléctrico, pretiles o puentes, habría convertido a toda aquella ciudad de la bahía del filme en un verdadero pantano de mierda de aves, y los ciudadanos correrían a refugiarse de sus defecamientos con el mismo pánico que huían de los picos sacando ojos o hiriendo gargantas hasta el desangramiento.
Es inevitable comentarlo: resulta curioso que Hitchcock haya obviado este detalle cuando encargó el guión de "Los Pájaros" a Evan Hunter, estudiando el caso real que inspiró a la película de acuerdo al relato que hiciera de él la escritora Daphne du Maurier. Para efectos de dramatización, poco aportaría a la atmósfera de misterio y las escenas aterradoras el asunto serio de la digestión de los pájaros, pero esta omisión podría parecer casi una consideración especial del director hacia su suspenso y su narración realista... Quizás el escrúpulo inglés de Sir Alfred se impuso en este proyecto cinematográfico, después de todo.
Estorninos sobre la Fontana di Trevi.
Volando en la tarde del Foro de Roma.
Los romanos, por su parte, están acostumbrados a las tropelías del storno en cada temporada de invasión de la ciudad. Es más: sabiendo del diluvio fecal que pueden provocar, algunos productores forestales y agrícolas intentan casi por rutina atraerlos hacia otros lados, lejos de sus propiedades explotadas, en cada temporada de arribo. Además, con este procedimiento se pueden recuperar como fertilizantes sus excrementos, evitando que maten más árboles asfixiados y tostados por los kilos de mierda.
Así las cosas, acá parecen haber perdido la capacidad de asombro, quizás, a la más notoria y poco lustrosa consecuencia que deja a su paso el estornino en verdaderos enjambres de elegantes acrobacias aéreas colectivas, formando nubes negras que se desplazan como amebas gigantes en el pulcro cielo de Roma. Sólo otras maravillas naturales de grandes comportamientos gregarios, como los cardúmenes de anchoas o las colonias voladoras de mariposas monarcas, pueden tener semejanza a lo que logran estos estorninos.
Todo está perdonado, pues: no habrá lluvia de excrementos que sea suficiente para opacar la belleza y el símbolo de miles de avecillas negras, desplazándose enérgicas sobre las cúpulas y chapiteles de la capital cultural del mundo.
Estorninos volando en grupos por los cielos de Roma. No es un video de gran calidad, pues me sorprendieron sin una buena cámara a mano, pero de todas maneras se alcanza a distinguir la forma en que se desplazan agrupados en grandes nubes.