La semana recién pasada falleció don Benjamín González Carrera, veterano investigador histórico, ex profesor, genealogista y escritor, integrante de varios centros de investigación histórica, ex miembro del equipo de investigadores del Centro de Estudios Históricos Lircay, ex director del Comité Patria y Soberanía y del Instituto de Investigaciones Históricas José Miguel Carrera, además de descendiente directo del mismo héroe de la Independencia. Para quienes fuimos sus amigos fue un hecho tan triste como esperable, sin embargo, pues su último tiempo los había pasado con dificultades de salud y ya condenado a una silla de ruedas, a pesar de haber concluido en este mismo período una importante obra que lo colocara merecidamente en las bibliotecas y librerías nacionales.
Nacido el 25 de marzo de 1921, don Benjamín siempre fue un hombre disponible para asistir a generaciones nuevas de investigadores, sin altanerías ni intereses políticos, pues nunca hizo distinciones entre la gente que se lo solicitara. Un gran hombre y un gran patriota pero, sobre todo, un gran amigo. Estuve muchas veces en su departamento, allá en Avenida Ossa cerca de Príncipe de Gales, donde pude conocer tantos de sus interminables recuerdos, sus archivos y su "cuarto secreto" saturado de libros antiguos, mapas, revistas y hojas sueltas, donde solía sentarse frente a su computador a concluir historias personales enredadas con las del propio país al que tanto amó. Su distinguida esposa siempre esperaba a las visitas con alguna delicia culinaria, entre las que recuerdo purés de manzanas o carne en salsa de nueces. Siempre colgaba una imagen gallarda de don José Miguel Carrera frente al living.
A lo largo de su vida, fue un hombre de muchas profesiones: contador auditor, profesor de historia, profesor de matemáticas, administrador de empresas y agricultor, siendo muy conocido y estimado especialmente por el sector de Melipilla. Tras haber trabajado como profesor de historia en el Liceo de Temuco, realizó un gran viaje a Europa en los años sesenta, titulándose en la Universidad de Lovaina, en Bélgica. Después trabajó como contador en el holdingDuncan Fox entre 1970 y 1980, fundando ese año la empresa Expresport que operó hasta 1984. Permaneció vinculado desde entonces, a las actividades agropecuarias, pero su pasión íntima la constituía la investigación de áreas humanísticas y ciencias sociales, que lo acompañaron hasta el final de sus días.
Hombre de cultura vastísima, cordial y ameno, por alguna razón -que ya he visto mucho en otros personajes, también- siempre mantuvo un bajo perfil y la mayoría de las veces publicó sólo por mecanismos informales, a través de la internet o páginas editoriales. Lo suyo eran más bien las entrevistas, las "peleas" por cartas al diario (hubo una época en que era algo corriente leerlo en la sección de lectores del diario "El Mercurio) y las exposiciones enviadas al Congreso Nacional, especialmente por cuestiones históricas y problemas limítrofes, tema para el cual hizo público y con ayuda de algunos de nosotros sus conocidos, un folleto digital titulado "Historia Cartográfica Resumida de los Límites de Chile", el año 2001. Este bajo perfil, sin embargo, le jugó más de una vez en contra, pues algunos especularon dando palos de ciego sobre su verdadero carácter e ideología. De hecho, en un mal programa de conversación nocturna de TVN del año 2002, conducido por Felipe Camiroaga y Cecilia Serrano, fue engañado por los periodistas del espacio con una invitación a supuestamente hablar "de chilenidad": al parecer, los muy torpes habían creído que el maduro y pacífico don Benjamín era una especie de nacional-revolucionario-etnocentrista y, en medio de la transmisión, le presentaron como sorpresa al famoso "huaso negro" (un ciudadano extranjero de color que era famoso esos días por andar vestido de huaso en una promoción dieciochera) como si esperaran que el intelectual abuelo se parara indignado haciendo una escándalo o que se negara a darle la mano... Todos quedaron con tamaña bocota abierta, sin embargo, cuando don Benjamín saludó caballerosamente al figurín dándole la mano y poniéndose de pie para esto, haciendo gala de su reconocida hidalguía, con la demostrada calidez y cordialidad que siempre demostraba sin distingos.
Un día de aquellos, cuando se compró su primer computador, don Benjamín me pidió que fuera a introducirlo en su uso ya que desconocía la mayoría de las utilidades de esta herramienta, aunque las intuía perfectamente. Quería remunerarme por esta paleteada, pero no acepté. Ese día, ahí en el desorden de su "cuarto secreto", me explicó su proyecto: estaba reuniendo todas las memorias históricas de sus dos líneas familiares en un sólo documento: el lado de los González y el de los Carrera, con un trabajo que se prolongó por casi diez años de paciente indagación y transcripción, que le obligaron a postergar su retiro definitivo de estas actividades casi hasta los 90 años de vida. También se basó en escritos que tenía archivados desde los años sesenta o antes, especialmente los de su primo genealogista Rafael Sotomayor González, de modo que la recolección de sus antecedentes abarcó un formidable espacio de tiempo.
Don Benjamín, durante el lanzamiento de su libro el año 2011.
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Benjamín González Carrera y doña Anita María Ried, ambos miembros del Instituto de Investigaciones Históricas José Miguel Carrera y descendientes del prócer , colocando una ofrenda floral en la cripta de los Carrera en la Catedral de Santiago.
LOS RECUERDOS DE UNA FAMILIA CHILENA
El resultado de este inmenso trabajo fue el libro "Recuerdos de una familia chilena: los González y los Carrera, forjadores de la patria", el único que publicó en forma impresa, bajo el alero del Centro de Estudios Bicentenario y con apoyo del Centro de Investigaciones Históricas José Miguel Carrera. Se trata de un interesante trabajo que reúne, en más de 400 páginas, una infinidad de antecedentes, documentos y fotografías relativas a estos dos linajes chilenos.
Asistí al lanzamiento del libro el año pasado, el 16 de noviembre de 2011, en el mismo Instituto Carrera. Aunque habían pasado unos tres años desde la última vez que vi a don Benjamín, luego de una delicada operación cardiaca que se le había practicado entonces, me reconoció con facilidad y pude conversar con él un rato en medio de la agitación del momento y las solicitudes de firmar libros. Fue la última vez que nos vimos, por desgracia, pero en un encuentro altamente simbólico, por haber significado la consumación de tanto esfuerzo y tanto trabajo.
"Quisiera poder mostrar a mis posibles lectores -escribe en el preámbulo- la forma en que se desarrolla la vida de una familia en Chile hacia comienzos del siglo XX, tan simple como en la propia Edad Media, contando simplemente el acontecer de nuestra infancia sin malicia, sin culpa, que la educación antigua trataba de prolongar lo más posible".
A diferencia de otros libros también basados en historias de familias o apellidos, González Carrera se tomó aquí la molestia de ir tratando de hacer un retrato contextual de cada período que va abordando en el libro, de modo que acaba construyendo también un ensayo histórico de Chile a medida que abarca cada generación desde los albores de la Conquista hasta nuestros días. Tanto es así, que incluso da algunos detalles sobre las noticias que eran importante en la opinión pública de ciertos períodos. Los personajes no son sólo seres dispersos y sin entorno, sino actores con consecuencias e influencias interesantes en su época, pues el autor se esfuerza por destacar la huella de cada uno en la historia más que en los méritos personales o las cadencias que podrían ser importantes sólo para la memoria y el orgullo de sus descendientes. Por lo mismo, hay un gran interés por describir las ciudades y localidades a las que se alude, en su respectivo momento de cronológico.
"Recuerdos de una familia chilena" también avanza en algunos de los procesos históricos que afectaron a la sociedad chilena, especialmente en el camino desde la vida agrícola hasta la construcción de las sociedades industriales y citadinas. Estudia el origen de los González en la llegada misma de los conquistadores españoles, y cómo la familia adquirió la hermosa Hacienda Chocalán con su primer propietario, don Nicolás González Caravedo, lugar que fuera escenario también de los movimientos de la Independencia de Chile. Esta estancia se ubica en Melipilla, zona que será especialmente importante para el clan y donde tuvo otras propiedades como la Hacienda El Carmen. Avanzando, comienza a describir cómo los González se consolidan tempranamente como familia hacia el siglo XVIII obteniendo también algunos abolengos y pergaminos en esta ruta, algo que podría darnos una pista, además, de la popularidad que tiene este apellido en Chile. Sin embargo, hay un notorio énfasis en el vínculo con el campo chileno que mantuvieron los González en aquellos años, oportunidad que el autor no pierde para desmitificar con sus comentarios algunas de los episodios históricos que se asocian ya más cerca de nuestra época a la Reforma Agraria y a la influencia en Chile de la Guerra Fría, por ejemplo.
Al referirse a los Carrera, en cambio, tiene mucho más que decir debido a la carga ineludible de narración que involucra el tema de los hermanos Carrera en el relato histórico familiar. Vuelve a estudiar aspectos heráldicos y cronísticos que se remontan al tiempo de la influencia directa de España sobre la naciente sociedad chilena, partiendo por Ignacio de la Carrera e Iturgoyen y su llegada a Concepción, en el siglo XVII. A medida que se enfila hacia el núcleo generacional de los héroes de la Independencia, nuevamente va intentando representar no sólo el aspecto de la realidad de aquellos días, sino también rasgos sociológicos como las costumbres y tradiciones reinantes en esos años. Es elocuente y dramático el capítulo dedicado a los hermanos Carrera, por supuesto, además de ofrecer a la investigación algunos documentos poco conocidos o derechamente inéditos. Y hay algo de inmenso valor adicional en el trabajo del autor: avanzar en las generaciones posteriores, llenando así un enorme vacío de información genealógica que había existido hasta la publicación de "Recuerdos de una familia chilena". Ahí están, por ejemplo, los ocho hijos del matrimonio Carrera Pinto, de los que la mayoría conocíamos sólo al héroe don Ignacio. Las generaciones llegan así hasta don Juan Vicente González y doña Merceditas Carrera, sus padres, pero cuando aún faltan más de 100 páginas de información novedosa en el libro para terminarlo, donde la historia familiar vuelve a enredarse entre la vida en la ciudad y los campos chilenos.
Hay varios asuntos interesantes a la historia urbana y la cultura popular en el libro de González Carrera. Abarca, por ejemplo, detalles sobre las residencias antiguas de Santiago Centro y algo menciona alrededor de la llamada Casona Sánchez Fontecilla, aclarando que antes pertenecía a don Diego Sánchez de Morales. También, entre su reproducción de documentos dice algo de gran importancia sobre una famosa ilustración que muchos consideran la primera caricatura chilena, hecha para ridiculizar a O'Higgins, a San Martín y a los demás lautarinos, de la que siempre se ha discutido si fue publicada originalmente por José Miguel Carrera en los volantes revolucionarios que hacía circular por La Plata, o bien por la prensa peruana en los últimos días del Virreinato. Según González Carrera, el dibujo pertenece a la propia mano del prócer y acompañaba una de las ediciones de su "Manifiesto". También da detalles interesantes de algunas residencias y locales que eran ocupados por ancestros del clan en calles como Huérfanos, en la época tardía del siglo XIX, además de su esbozo de los señalados contextos de tiempo para cada período, que van haciendo pinceladas para los retratos de la sociedad y la realidad urbana, en cada caso. Las fotografías históricas también pueden ser otro aporte: además de las imágenes familiares, hay allí antiguas postales del Club de la Unión, calles céntricas, el edificio de las tiendas "Gath y Chaves", la antigua Plaza de Armas, la Estación Central, etc.
Los libros sobre líneas familiares, especialmente cuando se concentran en los personajes de mayor importancia entre ellos, generalmente pecan de no prever que el interés del lector no relacionado con los apellidos de marras pueden celebrar con mucha menos intensidad la información que allí se expone con orgullo y pecho henchido. Sin embargo, en el caso de "Recuerdos de una familia chilena" hay un valor especial por la sabia precaución de don Benjamín de no abandonar el entorno temporal de cada época, haciéndolo así un documento valioso a la indagación sobre la historia urbana y cultural de Chile a lo largo de los cuatro o más siglos que allí son relacionados.
Don Benjamín González Carrera (al centro), en su juventud, junto a su tío Fernando Ojeda (a la izquierda) y don Pedro Valenzuela Benavente (a la derecha) en las Casas de San Pastor (fuente imagen: "Recuerdos de una familia chilena").
Escudo de la familia Carrera dibujado por don Rafael Sotomayor González. (fuente imagen: "Recuerdos de una familia chilena").
EL CHILENO DE TOMO Y LOMO
Don Benjamín tenía también una especial admiración por los hombres de trabajo, por los "rotos" y hasta los gañanes, con quienes se entendía casi de igual a igual a pesar de su posición de hombre vinculado a linajes familiares y un estrato sociocultural importante, como vimos recién. Conservo la copia de un bello escrito suyo que cedió generosamente el año 2006 para que fuera publicado en medios digitales y del que me regaló una transcripción completa, originalmente hecha en máquina de escribir. En él refleja esta admiración total que tenía por el hombre de esfuerzo, representado en un amigo que conoció cuando éste trabajaba de conserje en un edificio. Lo reproduciré en su totalidad a continuación, no sólo para demostrar el magnífico retrato que hace su autor sobre la vida de Juanito, un chileno trabajador y esforzado como los que siempre elogió con singular emoción, sino porque es una representación perfecta también, del amor que siempre profesó y manifestó en vida por la esencia del pueblo chileno:
"UN CHILENO DE TOMO Y LOMO:
Juanito, de seis años de edad, huérfano y aburrido de ser maltratado por sus tíos que le acogían, se fue de la casa. Llevaba la simple ropa que modestamente vestía, su honda, su cortaplumas y fósforos.
Su incierto destino eran los cerros de los alrededores de la ciudad de Nancagua, por donde ya había vagado, pudiendo orientarse en relación a la ciudad y a algunos puntos de referencia, como el río Tinguiririca, la quebrada y el monte.
Ascendía los cerros y comenzaba a oscurecer sin encontrar un refugio donde pasar la noche. En un claro del monte enmarañado, aparecen los muros de un antiguo y semidestruido horno de carbón que podría acogerlo. Las arqueadas paredes con dos grandes aberturas que habrían hecho hace tiempo, la función de puertas y algunos trozos desmoronados de los viejos muros, parecieron al pequeño e impulsivo excursionista un recinto apropiado para protegerlo en su primera y solitaria noche de libertad.
Juntando algunas ramas para tapar los dos grandes boquerones, le pilló la noche y el cansancio, quedándose dormido en la tosca y hospitalaria madre tierra.
Con las primeras luces del alba, abandona su guarida en busca de algo con qué aplacar su hambre. Caminando y recogiendo los frutos del boldo y del maqui, se encuentra con una vaquita que da de mamar a su cría. Recoge una buena cantidad del mejor pasto de por ahí cerca y lo lleva a la vaca, que lo recibe agradecida. Luego la acaricia, con las manos mojadas coge las ubres y llena su tarrito de choca de leche fresca, con lo que completa su primer desayuno en los cerros.
Ahí pasan algunos días, hasta que su innata inquietud lo impulsa a conocer lo que hay al otro lado del río. Se acerca a la orilla, con sólo seis años a cuestas; ve con temor la torrentosa corriente. Duda... Pero se lanza al agua. Va manoteando y pataleando como puede, con su escasa experiencia en algunas lagunas de la zona, hasta alcanzar la otra orilla mucho más abajo de lo que él divisaba desde la ribera opuesta, encontrándose con un paisaje distinto.
Mojado y entumido, comienza a caminar por el campo abierto, hasta que divisa una casita de quincha con barro. Se acerca hasta su puerta y observa al lado de una cocina a leña, a una abuelita que lo mira y le dice:
- Mi'jito, ¿por qué está tan mojadito?. Pase a calentarse.
El niño se sintió acogido y entró. La señora le convidó un desayuno y comenzó a interrogarle, sin que Juanito soltara palabra.
El niño salió de la casa y volvió tarde con un gran atado de leña seca, que depositó al lado de la cocina. Al atardecer llegó el dueño de casa y preguntó por la causa de la aparición de este niño. La señora le contó lo ocurrido y le dijo que le había traído leña.
Ante la imagen del niño y lo servicial que se había portado, el abuelo aceptó que pasara la noche en el galpón.
Así comenzaron a pasar los días, ayudado y alojando. Salía temprano armado del hacha y cortaba ramas de espino, armaba rastras, que al día siguiente iba a buscar con el caballo, dejando a los abuelitos felices y provistos de combustible para la cocina y el invierno.
Un buen día, se apareció en la casa un patrón grande, conocido del abuelito, que venía en un carretón y se pusieron los dos a conversar. Andaba buscando una vaca que se le había perdido. El dueño de casa le contó que ahora tenía alojado en casa un niño que conocía todo el cerro y que tal vez hubiera visto la vaca buscada. Llamó a Juanito, el patrón se le acercó y le extendió la mano, pero el niño retrocedió a unos cinco metros y lo escuchó. Ahí no más. Por las señas de la vaca que le dio, dijo que podría ser la que él había visto.
- ¿Sabes dónde se encuentra? -le preguntó.
- Sí, señor - Contestó.
- ¿Podrías llevarme a ese lugar?
- Sí, señor - Repitió.
- Entonces vamos altiro - dijo el patrón, sacando del camión dos caballos ensillados-. Súbete y vamos.
Pero el niño, temeroso, le dijo:
- No. Yo me voy a pie...
Partieron, el niño adelante y el patrón detrás a caballo. Subieron muchas lomas, cerros, quebradas, hasta alcanzar un llano al pie de unos roqueríos, desde donde el niño le señaló unos puntitos de colores, diciéndole que ese era un piño de ganado. Allá se dirigieron hasta ver de cerca el ganado. Le indicó una vaca overa colorada, el patrón revisó la marca y resultó ser la mismísima.
De vuelta a casa del abuelo, el patrón pasó al niño un puñado de plata. Pero el niño no la quiso recibir, pues no sabía lo que era, de manera que se lo entregó al abuelo.
Pasando el tiempo, el patrón agradecido le mandó de regalo una potranca, casi salvaje. Juanito la trató con cariño, le dio de comer en la mano, la rasqueteaba y la cuidaba. La tenía domada por el cariño, la montaba en pelo y la guiaba con sus manos puestas en el cuello. Resultó muy rápida para correr. Iba con el abuelo, a correrla a una larga alameda de tierra, quien determinó que era bueno llevarla a las carreras a la chilena.
En abuelo lo llevó varias veces a presenciar las carreras, para que tomara conocimiento y conociera las reglas del juego. Finalmente se presentó en la cancha montando a su yegua, para competir con el gran campeón de la zona, un potro negro de buena alzada. El abuelo le advirtió que el potro era duro de riendas. Así, al llegar casi juntos al final de la quincha central, el caballo negro pasó de largo, y Juanito le puso la mano en el cuello a la yegua, que dobló "en U", como un celaje, y dejó atrás al negro, que no la alcanzó más.
El abuelito juntaba las platas que le participaban los apostadores; le compraba ropa de huaso y aperos. Un día lo convidó al pueblo, a Nancagua, y estaban tomando desayuno en un boliche central, cuando aparece una señorita que saluda al abuelo, luego se dirige a Juanito y le dice:
- ¿No me conocís?
- No, pus
- ¿No eres Juan?
- ¡Sí, pus!
- Entonces eres mi hermano -le dice ella con gran sorpresa del abuelo, quien ignoraba el origen del ahora "campión" de las carreras a la chilena de la zona, un joven ya de 17 años.
La hermana de Juanito le dice que tiene que educarse y conocer las letras, por lo que lo envía a la Escuela de Puente Negro, ubicada aisladamente y lejos, al interior de las Termas del Flaco, en la cordillera frente a San Fernando.
Largos dos años pasa en esta escuela educacional, con estilo correccional, enseñado a látigo y castigo corporal.
Al cumplir los 19 años, es enviado a hacer el Servicio Militar, al Regimiento de San Fernando, donde pasa menos de un año, pues fue relevado por buena conducta y conexiones.
Volvió a su natal Nancagua a trabajar con el antiguo patrón, a quien le había ubicado la vaca extraviada en los cerros.
Más adelante, un hermano lo convenció de venirse a trabajar a Santiago, para que pudiera progresar y lo instaló en su casa del barrio Quinta Normal. Desde ahí, en varias ocasiones, solía tomar una micro hasta el paradero final, observándolo todo, para volverse luego en el micro recorrido.
En una salida llegó a la Avenida Providencia con Carlos Antúnez, bajó de la micro y se puso a caminar. Preguntó a un barredor dónde podría encontrar trabajo en un edificio.
- Pregunte en ese edificio grande, puede que ahí encuentre -le dijo.
Se dirigió a las Torres de Carlos Antúnez y pidió hablar con el administrador. Luego de conversar con el secretario, llegó al propio administrador, quien lo invitó a sentarse y le preguntó de dónde venía. Al saber que procedía desde Nancagua, le hizo cerrar la puerta y comenzó a interrogarle sobre sus conocidos nancagüinos. Le preguntó sobre sus actividades en Nancagua y supo que trabajaba con el señor Pavez, consultándole por la señora de éste. Al saber que su nombre era Margarita, le confesó que ella era su hija y que el señor Pavez era su yerno.
Desde ese momento, quedó contratado y recomendado al mayordomo, para que lo introdujera en el conocimiento de las nuevas labores.. Así comenzó desde el más modesto trabajo del edificio, y por su interés, su comportamiento y su constancia, permaneció en él por veintidós años, alcanzando el más alto cargo de mayordomo.
Con el fin de ampliar sus conocimientos y su experiencia, se trasladó en el mismo cargo a un edificio más tranquilo, ubicado en Avenida Américo Vespucio, barrio Bilbao.
Durante la permanencia de sus labores en las Torres de Carlos Antúnez, conoció a la que fuera su esposa, cuya familia tiene una propiedad agrícola en Manantiales, al poniente de Cholqui, en la comuna de Melipilla. Sigue felizmente casado y tiene dos hijos de 17 y 19 años, hija e hijo respectivamente.
COROLARIO:
Esta resumida historia, verídica, relatada sin la menor jactancia, desde la completa desnudez de un niño bien chileno, de carácter independiente, trabajador, honesto y leal, hasta alcanzar un respetable nivel de cultura y un buen grado de responsabilidad en la escala social, debido exclusivamente a su inteligencia, honestidad y perseverancia en sus labores, y el poseer esa innata intuición de poder apreciar y reconocer que el trabajo honesto es la base de su desarrollo personal y de su éxito, prueban una vez más la bendita idiosincrasia del Pueblo Chileno, inculcado a la población desde los primeros conquistadores y fundadores de nuestra Nación, por los Padres de la República de Chile y por los buenos gobernantes, lo cual permite al Pueblo de Chile distinguirse en el concierto de las naciones.
Santiago, abril 2002
Benjamín González Carrera"
Benjamín González Carrera a los pies del Monumento al General Carrera, frente a la Moneda, en el año 2010 (Agradecimientos por la imagen a H. Fiebig).
Y UNA DESPEDIDA...
Don Benja era, pues, un señor de vieja escuela, a veces contradictorio e incomprensible para esta época del juicio fácil y las palabras mal meditadas: un romántico de la historia y de las visiones políticas, diría, de esos que ya no calzan en modelos vigentes en nuestros días. Un mismo hombre que, por ejemplo, hablaba a veces del "pronunciamiento militar" para referirse al golpe de 1973 siguiendo el cliché desde su parte más conservadora, pero por otro lado aplaudía la valentía del pueblo mapuche en su lucha en la Araucanía, desde su parte más rebelde y combativa.
Don Benjamín, el orgulloso tataranieto del Prócer José Miguel Carrera, el hombre que amó al genio y cariz del pueblo chileno, incansable defensor de Chile frente a las controversias limítrofes, estudioso obsesivo y exhaustivo de la historia nacional, falleció el 8 de octubre de 2012, quizás sin saber lo cerca que él estuvo también de ser, desde su propia realidad y a su modo, otro chileno de "tomo y lomo" como aquellos por los que profesó tanto cariño y admiración.
Con él se fueron quizás muchas otras historias que quedaran condenadas a la categoría de inéditas: sus charlas en el Club Providencia, las reuniones del 21 de Mayo en la Hermandad de la Costa, sus coloquios y lecturas en el Instituto Carrerino, sus exposiciones redactadas para el Congreso Nacional, nuestras reuniones en el desaparecido "München" de calle El Bosque Norte, sus colecciones de libros, sus apuntes, sus pasiones, sus amarguras, sus alegrías... Al menos algo ha quedado de todo este inmenso compendio existencial, sin embargo, en su libro y en el escrito que aquí reproduje.