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RAÚL GUTIÉRREZ, EL PREDICADOR: SE APAGÓ EL ÁSPERO Y ENÉRGICO GRITO DE "¡GLORIA AL PULENTO!"

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Coordenadas:  33°26'22.19"S 70°38'59.44"W (último sector que ocupaba en Santiago Centro)
Raúl Gutiérrez Gutiérrez llegó a ser uno de los pastores evangélicos o canutos más conocido y populares de la historia de nuestro país, además de un icono de los años ochenta, a pesar de la pobreza espartana en que vivía y lo lejos que se halló de llevar su fervor ardiente y apasionado a algún templo con auditorio propio; menos a la radio o la televisión. Claro que nunca lo haría: la calle era su gran casa, su iglesia y su vertiente devocional, en ese mismo Paseo Ahumada donde se graduaron grandes personajes populares de la historia reciente de la Ciudad de Santiago, desde el escritor Luis Cornejo vendiendo sus propios libros de corte social allí en la Plaza de Armas, hasta el recientemente fallecido Sigisfredo Venegas, suplementero de "La Segunda" apodado "El Rambo", con sus disfraces y representaciones excéntricas como "El Vendedor de Palomas". El predicador Gutiérrez pasó a formar parte de esta misma nómina de personajes perdidos en la historia de la urbe, en el recién pasado fin de semana.
Don Raúl había nacido en 1932, dentro de una familia muy pobre de Linares, condición social que lo acompañaría toda la vida. Se vino a trabajar en la juventud a Santiago. Viviendo acompañado de su esposa y su pequeña hijita, daba batalla y sustento como mecánico engrasador de la desaparecida ETC, para el Ministerio de Obras Públicas. Lamentablemente, con esta difícil existencia se puso bueno para el copete y no dejaba un día sin andar pasando las penas con "el tósigo y el reconfortante" de la ebriedad, como hablaba Baldomero Lillo del flagelo del alcohol entre los obreros. La malta y la cerveza pasaron a ser su agua de cada día, según la confesión que de él oímos.
Sin embargo, en 1962 fue invitado a una iglesia por el pastor Antonio Villegas, a la que asistió por curiosidad. El shock espiritual fue instantáneo, y allí mismo recibió un incontenible golpe de fe que enderezó su estilo de vida. De inmediato se propuso dejar el trago para siempre, comenzando a predicar por su cuenta en 1965. Según declaraba, el propio Señor del Cielo le habló de alguna forma y le señaló el camino con misión incluida, instándolo a predicar de por vida en las calles de la ciudad.
Su difusión del evangelio comenzó en los años setenta en el Centro de Santiago. Según otra confesión que alguna vez oímos, cada mañana ingería mucha harina tostada para tener energías, dar fuerza de su garganta y difundir así la palabra en todas las jornadas, vistiendo de gastado terno y peinando sus cabellos rubios colorines sobre la incipiente calva, como todo un caballero de Biblia en mano. Suponía que su humilde desayuno le ayudaría a conservar la voz, pero la verdad es que desgaste le llevó a ir endureciéndola año a año. Más que un predicador cristiano, entonces, había días en que Gutiérrez sonaba más bien a Lemmy, el vocalista de "Motörhead".
Solía estar en Ahumada casi afuera del Citibank, aunque emigraba también a la Plaza de Armas, a Huérfanos y a Estado cerca de la Galería España. Los paseos del Centro de Santiago no eran sus principales lugares de informal ministerio, sin embargo: una de sus esquinas favoritas era también la de Moneda con San Antonio, pero probablemente sean sus visitas a Ahumada las más recordadas, por la cantidad de peatones que circulaban por allí cada día y lo veían.
El "Gloria al Pulento" fotografiado por reporteros del diario "La Nación" hace unos años.
Ni el Sol ni la lluvia lo espantaron, jamás. Incluso, decía que Dios le permitía poder mirar de frente al Sol o mojarse con la lluvia fría un día entero sin enfermar, haciéndole demostraciones en vivo a los curiosos. En su devoción por el "Pulento" (concepto para referirse a Dios introducido y popularizado por él), seguramente ambas molestias climáticas las sentía como formas de caricias todopoderosas, que sólo estimulaban su fervor y sus energías por predicar.
Por esa misma razón, fue el predicador moderno más famoso y popular que haya conocido la sociedad santiaguina, pues hubo una época en que siempre era posible ver a ese hombre de barba corta y ojos transparentes, saltando y elevando las manos con tan características alabanzas emitidas casi como un mantra por su desgastado y ronco bozarrón, raspado por años de abuso:
Gloria a Dios
¡Gloria a Dios!
Dios es Pulento
¡Viva el Pulento!
¡Aleluya!
En cada explosión de mensajes hablaba de Dios no sólo como el "Pulento", sino también como el "Poderoso", el "Vengador" y otros grandilocuentes adjetivos. Su histrionismo llevó a varios humoristas a imitarle y parodiarlo, como a Fernando Alarcón en un libreto de su personaje Canitrot para la sección "La Oficina" del "Japenning con Ja", aludiendo a la "pelada milagrosa" de otro personaje, Don Pío, interpretado por Andrés Rillón. Otro que hizo sátira del popular predicador fue Ernesto Ruiz, con su personaje El Tufo en las presentaciones del "Picaresque" del Teatro Princesa, al parecer popularizando la frase "¡Gloria al Pulento!" que, originalmente, no estaba en el repertorio del predicador verdadero, según él mismo contaba, aunque sí se refería desde antaño a Dios como "El Pulento".
Por este último detalle, Gutiérrez era conocido por todos los paseantes del Centro con el mote de "Gloria el Pulento", especialmente en los años ochenta y cuando esa expresión,"pulento", era una forma vulgar y popular de referirse a algo magnífico o estupendo. Además de su célebre eslogan, popularizó también el grito de guerra "¡Gloria al Terrible!", asumiendo un tono más apocalíptico para su discurso, siempre alzando los brazos, levantando su vieja Biblia y saltando poseso de una alegría incontenible. Su prédica era eso: salvación, alegría, felicidad para todos. En su manifiesto fanatismo, nunca pregonó odio, desprecio o criminalización de los que otros considerarían "condenados" desde ese mismo punto de vista de fe. Era un hombre apocalíptico, pero profundamente bueno y optimista.
El "Gloria al Pulento", apodado también "El Iluminado", llegó a tener tanta importancia en el paisaje urbano del Centro de Santiago de aquellos años, que incluso aparece mencionado en el cuento de Carlos Olivares titulado "Yo adivino el parpadeo", que se puede leer en su libro "Combustión interna", de 1987:
"En la esquina, casi a la entrada del Citibank, dando pequeños saltos con una Biblia en la mano está el iluminado que implora gloria al pulento, gloria al terrible, gloria al inmortal. Entonces imagino otro país con las manos en los bolsillos, más al sur donde el aroma es transparente y enciendo un cigarrillo para matar también el tiempo. Mientras tanto".
Igualmente, el personaje de este mundo real fue aludido en las líneas de varios otros libros como "Un caso banal y otros cuentos" de Claudio Jaque, el "Santiago imaginado" de Carlos Ossa y Nelly Richard, "Inocuo" de Juan Carlos Ramírez, "Cobro revertido" de José Leandro Urbina, "Como con bronca y jugando" de Rolando Rojo Redolés, las crónicas del "Santiago de Memoria" de Roberto Merino" y "Agua perra" de Leonardo Sanhueza. Y cuando la propia expresión "El Pulento" fue convertida informalmente en sinónimo de Dios gracias a él, fue a parar al "Dictionary of chilean slang: your key to chilean language and culture" de Emilio Rivano Fischer, en 2010. El periodista Luis Alejandro Salinas, en tanto, hasta publicó un libro con la frase estrella del predicador por título "Gloria al Pulento", de 1984.
Un cansado Raúl Gutiérrez, siempre Biblia en mano, en noviembre de 2013.
Por muchos años, tras volver la democracia, el "Gloria al Pulento" fue desapareciendo del Centro y algunos presumieron incluso que había muerto. Hoy sabemos que, tras el fallecimiento de su amada esposa, su salud había comenzado a flaquear y vivía de una modesta pensión en la Población Clara Estrella, en la comuna de Pedro Aguirre Cerda, junto su hija Verónica. Su pelo rojizo y rubio comenzó a volverse cada vez más cano, y sus ojos con el impecable azul del Cielo al que rugía sus devociones, empezaron a decaer y entristecerse. Si bien había quienes le daban algunas monedas en Santiago Centro cuando se hallaba predicando, pero ya ni con eso contaba por las largas ausencias, aunque seguía siendo muy conocido y respetado entre sus hermanos de la Iglesia Evangélica Metodista Pentecostal de Chile, a cuya catedral en Alameda cerca de la Estación Central solía llegar, y por la Corporación Evangélica para el Desarrollo, que incluso le rindió un homenaje público.
El año 2007, se publicó en "La Cuarta" una nota diciendo que estaba mal de salud, pero aún vivo y entusiasta en su casa de Pedro Aguirre Cerda. El fan chileno número uno de Dios reapareció un tiempo después por el sector de calle Moneda con Ahumada, y fue entrevistado por reporteros del diario "La Nación", para una nota sobre su regreso a las pistas, en la edición del viernes 20 de enero de 2012. Ya estaba totalmente cano, arrugado, casi sin voz ni saltos, pero seguía enérgico en la fe y pretendía continuar con la misma prédica del evangelio, mientras recibía alguna ayudita en dinero de los observadores, una cosa poca para mantener el hogar.
"Ésta es la orden que me dio mi Señor -le dijo a los periodistas-, amigo: predícame en la calle, todo el día, sin parar. Pero yo le dije varias horas no más, mi señor, todo el día no puedo, que tengo que trabajar para mantener a mi mujer y a mis hijos. Entonces él me dijo predícame no más, honra mi nombre, que yo voy a ver que no te falte dinero. Y me dio la orden: predica y el que se pare a saludarte, ése te lo mando yo. Dile que te dé no más".
Llegaba a mediodía y permanecía lanzado sus mensajes y proclamas hasta bien pasadas las 22 horas, incluyendo la mayoría de los días sábados. Casi no ingería bocado ni agua en todas esas largas horas, aunque con el tiempo debió ir tomando cada vez más pausas en tan extensa jornada, porque el cuerpo y las energías simplemente ya no le daban ya al hombre octogenario.
Vestido con harapos y ropajes muy raídos, poco afecto a las fotografías y respetado incluso por las almas más oscuras del corazón de Santiago, este hombre alegre locura siguió intentando expandir la palabra de su fe por el centro capitalino. Podía encontrárselo sentado allí casi en la salida del Pasaje Matte por la esquina de Huérfanos con Estado. Por causa de tantos años de sobreexplotación, además, ya no le quedaba voz, sólo un murmuro seco que intentaba hacer fuerte sólo con la porfía. Cansado, decaído y anciano, así pasaba gran parte de sus días dormitando, en estos últimos tres o cuatro años, levantándose cada cierto rato a tratar de rugir otra vez sus mensajes de salvación, para luego volver a cansarse y tener que sentarse un rato más.
Agotado, enfermo, pero seguramente satisfecho con sus 50 años de su existencia enteramente consagrados a ese frenesí imparable de predicación y de devoción feliz que lo hiciera tan conocido, Raúl Gutiérrez, el inolvidable pastor callejero y loco de Santiago de Chile que grabó a fuego la frase "¡Gloria al Pulento!" en nuestra historia popular y en nuestras pautas culturales de entendimiento, falleció el domingo 16 de marzo de 2015.
Mientras escribo esto, sus restos están siendo velados en el Templo de Clase Lo Valledor Sur por la comunidad evangélica y sus amigos, a la espera de llevarlos en despedida hasta el lugar de su reposo final.

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