Artículo "La historia desconocida del mineral de Huantajaya", del periodista e investigador iquiqueño Ricardo Torres Palma, publicado en el periódico "El Longino" de Iquique del lunes 17 de noviembre de 2014 (para ir al artículo original, clic aquí: http://diariolongino.cl/wp-content/uploads/2014/11/longinoiqqnoviembre17.pdf) y después en el periódico "El Longino" de Alto Hospicio del lunes 15 de diciembre de 2014 (para ir al artículo original, clic aquí: http://diariolongino.cl/wp-content/uploads/2014/12/longinoAHdiciembre15.pdf). Como el texto lo señala, está basado en nuestra publicación HUANTAJAYA: LA EPOPEYA OLVIDADA DE LA MINERÍA DE PLATA EN TARAPACÁ y nuestras fotografías. Clic sobre la imagen para ampliarla.
Ricardo Torres Peña Periodista e investigador
Huantajaya, considerada la epopeya olvidada de la minería de la plata en Tarapacá, adquirió importancia en la conmemoración del día de todos los santos y difuntos. Habitada hasta por miles de personas en su mejor época, hoy suena a fábula el hecho de que, en algún momento de la historia esta localidad minera hizo crecer a todos los pueblos interiores con su riqueza.
Según Urbatorivm, que se especializa en crónicas de cultura e historia urbana de Iquique, limitados pueblos o aldeas reúnen en su propia historia tantas épocas y hazañas humanas como el mineral de Huantajaya. Hasta hoy siguen realizándose actividades de extracción de plata con una historia que se resiste a terminar, a pesar de los siglos transcurridos. Dicen sus autores que era mucho más grande que la propia aldea colonial de Iquique; que en sus inicios era habitada por sólo un puñado de indios changos y esclavos negros destinados a la extracción de guano en la isla y covaderas de la costa.
Los autores de esta crónica creen que Huantajaya es uno de los misterios más profundos y fundamentales de todo Tarapacá, mal recordado y peor conocido; y por lo mismo, dicen, que les ha costado una larga cantidad de trabajo reunir todos estos antecedentes sobre la epopeya que representó en el actual Norte Grande de Chile, incluyendo el dar con el lugar preciso donde se hallaba y que parecía ser algo así como un secreto manejado más bien por unos pocos curiosos.
Otro asunto que llama la atención de los hechos históricos registrados en la región de Tarapacá nos traslada al año 1515 cuando Pedro Pizarro, primo hermano del marqués Francisco Pizarro, participó activamente al lado de sus primos hermanos en las luchas de la conquista y recibió también, como otros capitanes, de manos de Francisco Pizarro, una encomienda de indios que abarcaba sectores del sur peruano hasta cerca de Tarapacá.
En recompensa por los servicios militares y financieros proporcionados durante la conquista de Chile, la Corona de España concedió encomiendas a los conquistadores. Cada encomendero estaba autorizado para percibir tributos de los indios asignados. A cambio estaban obligados a proteger y evangelizar a los indios, quienes eran considerados incapaces y menores de edad.
La implementación de la Encomienda adquirió matices distintos según cada región donde fue aplicada. Por esta razón predominó la llamada "encomienda de servicio" que, en vez de la entrega de tributo, consistió en servicios personales que los indios realizaban como mano de obra, predominantemente en lavaderos de oro y extracción de plata.
RIQUEZA EN CERROS DE HUANTAJAYA
Autores tarapaqueños como Mario Portilla Córdova se refieren a una de aquellas leyendas que involucran las históricas minas de Huantajaya. El famoso Urbatorium informa que un cacique de Tarapacá quiso esconder sus tesoros de los invasores españoles entregándoselos a sus dos hijas de nombre Huantajaya (la menor) y Rosa (la mayor, llamada así porque fue cristianizada), para luego enviarlas escoltadas por sus hombres con la expresa instrucción de que se escondieran entre los cerros, resguardando la fortuna del cacique.
Sin embargo, los conquistadores las interceptaron y, tras ser horriblemente abusadas y robadas, ambas hermanas decidieron quitarse la vida. Sus nombres quedaron para la posteridad en dos cerros cercanos donde se dice que estarían sepultados los ricos yacimientos iquiqueños de plata: el Huantajaya y el Santa Rosa, respectivamente.
El "cerro de plata" de San Agustín de Huantajaya aún se encuentra allí, en el lugar del rico yacimiento y guardando parte del secreto de ambas hermanas muertas, despojadas de la enorme riqueza que los españoles explotaron por siglos gracias a trabajadores indígenas y negros esclavos.
Otra leyenda dice que la riqueza de los cerros de Huantajaya no se reduciría sólo al mineral de plata, sino también a otros tesoros ocultos allí desde los tiempos de la ocupación chilena de Pisagua, durante la Guerra del Pacífico.
En esos lugares, adineradas familia peruanas habrían escondido todas sus riquezas en un buscado y nunca hallado escondrijo, antes de escapar de la provincia. Jamás reapareció dicha fortuna, aunque la mina siguió dando algún grado de riqueza a pesar de que, en aquella época, su esplendor había pasado.
Otras tradiciones hablan de minas de oro en Huantajaya e incluso de la siempre escasa agua dulce, supuestamente escondida en secretos pozos que podrían abastecer las necesidades de toda la zona, creencia que quizás derivó del recuerdo de una inundación que se produjo alguna vez en ciertos piques del yacimiento, según se cuenta.
ABUNDANCIA A RAS DE TIERRA
La veta de plata de San Agustín de Huantajaya había sido conocida y explotada en tiempos precolombinos, comenzando a ser trabajada durante el dominio del Inca Tupac Yupanqui, hacia fines del siglo XIV e inicios del siglo XV. Los españoles la encuentran y se la apropian en el siglo XVI, concediéndosele derechos de explotación a don Lucas Martínez Vegazo, comerciante residente del poblado de Tarapacá que amasó una fortuna inmensa con éste y otros negocios hacia el año 1543. Su impulso al desarrollo del pueblito ubicado en la Quebrada de Tarapacá fue clave para aumentar la urbanización del mismo y luego su reconocimiento como capital de provincia, todo gracias a la riqueza y desarrollo iniciado con las encomiendas.
Sin embargo el comerciante Jerónimo de Villegas obtiene esta misma concesión minera en 1556, la que le fue arrebatada a Martínez en medio de las disputas entre los españoles en Perú. Hay que hacer notar, sin embargo, que este último año aparece señalado por varios autores (como Francisco Javier Ovalle, Vjera Zlatar Montan y otros) como aquel en que realmente comenzó la explotación del yacimiento, por lo que se pregunta también por la precisión de las fechas que reportan las fuentes. Como sea, Lucas Martínez recupera la encomienda al morir Villegas al año siguiente, aunque tuvo que abandonar la localidad de Tarapacá y trasladarse a Lima, donde transcurrió el resto de su holgada vida. En aquel entonces la extracción del mineral se hacía sólo a escasa profundidad, pues una de las virtudes del yacimiento era su riqueza casi a ras de suelo. Para las faenas, en aquellos años, se empleaban casi exclusivamente barretas y grandes cantidades de pólvora. No obstante estas facilidades, ya entonces se hizo claro que uno de los problemas más grande para mantener la actividad era el abastecimiento de agua dulce, una dificultad con que la minería en la cordillera de la costa de Tarapacá se ha enfrentado durante toda su existencia.
Sin embargo, por aquellos años los mismos españoles que laboraban en Huantajaya sólo dieron con una pequeña parte de los yacimientos que, tras agotarse rápidamente, fueron abandonando al poco tiempo, inconscientes de la enorme riqueza que aún quedaba allí.
Tuvo que pasar cerca de un siglo y medio para que Huantajaya volviera al interés minero y se convirtiera en el rotundo centro de actividad argentífera que enseñoreó el desierto y lo llenó de lucrativas utilidades.
El yacimiento fue redescubierto por el indígena oriundo de Mamiña, don Domingo Quilina Cacamate, quien trabajaba a las órdenes de su patrón don Francisco de Loayza, habitante del poblado de San Lorenzo de Tarapacá que amasaría una gran fortuna con esta actividad. También llevaría una larga época de prosperidad para este pueblo al interior de la Quebrada de Tarapacá, tanto así que llegó a ser la capital provincial cuando Iquique todavía era sólo una pequeña aldea costera. Por el año 1727 la producción fue tal que permitió potenciar a la Caleta El Molle (hoy ex Ballenera) como centro de abastecimiento y de embarque, mientras que el Oasis de Pica pasó a ser el lugar de residencia o descanso de muchos adinerados socios de explotaciones de la mina.
Se unió al negocio también don Basilio de la Fuente, otro residente del pueblo de Tarapacá recordado como un gran filántropo, que financió la reconstrucción de la Iglesia de San Lorenzo de Tarapacá y la de Camiña, y que daba asistencia a los indígenas pobres de la zona. Otras familias tarapaqueñas ligadas al negocio de la mina Huantajaya fueron los Vilca, los Flores y los Castilla. Por aquellos años muchos mineros del Alto Perú emigraron a estos territorios portando sus propias tradiciones y folklore, para trabajar en la explotación de minas de plata como la de Huantajaya, y también en las auríferas de Sipisa, fundando un pueblito en la Pampa del Tamarugal conocido como Tihuana, correspondiente en nuestros días a La Tirana, sede de las fiestas religiosas más importantes de Chile, consagradas a la Virgen del Carmen. La época de Huantajaya por cierto que tuvo consecuencias positivas para la propia identidad regional-nacional y sus manifestaciones en el folklore religioso del Norte Grande.