

"Alto, macizo, campechano, francote, sabía decir las cosas por su nombre. Era un trabajador infatigable. Él mismo se encargaba de la publicidad de su teatro el ‘Caupolicán’. Tuvo dos hijos que siguieron sus aguas: Sergio, que trabajó en Venezuela, y Hugo, que se encargó de los circos que recorrieron todo el territorio y también a algunos países de América".
Detalle de "Aquí está Silva", en el cuadro de Charton de Treville.
Nota: He estado muy apartado de internet y de la posibilidad de hacer nuevas publicaciones en este sitio, en parte por la situación sanitaria en que nos hallamos, y en parte también por las inexplicables sanciones que se me han cursado en varias de mis redes sociales, por infracciones que desconozco. Como estamos en la proximidad de unas Fiestas Patrias bastante anómalas, por la misma situación de cuarentenas y medidas de salud, quise salir de este retiro forzado por un momento y actualizar algo en el sitio, adelantando este capítulo que pertenecerá a la segunda parte de "El Santiago que nunca aburría" y que, del mismo modo, lanzaré por ahora también en formato digital, dedicado enteramente a las entretenciones del período 1840-1910 en la capital chilena, y de las que "Aquí está Silva" fue una de sus principales leyendas.
Ernesto Charton de Treville, eximio artista oriundo de Lyon y llegado a Chile en 1843, pinta dos años después de su arribo a estas tierras un famosísimo cuadro costumbrista al óleo, obra que ha llegado a cristalizarse como un verdadero símbolo histórico de las celebraciones criollas: “18 de septiembre en el Campo de Marte”, será su título.
La detallada pintura llegará a ser la más popular y famosa de todas antiguas escenas que se conocen de las Fiestas Patrias de la antigua Pampilla, en donde estará después el Parque Cousiño, hoy O’Higgins, sumándose a las representaciones pictóricas que se hicieron del mismo lugar partiendo por la del germano Mauricio Rugendas y, después, la que saldrá desde el atril del italiano Giovatto Molinelli, todas ellas representaciones de fuerte carácter popular e infaltables en los tratados sobre criollismo.
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Imágenes de Pochita, publicadas en la revista "En Viaje".
Tras varios años siguiendo este caso y tratando de rearmarlo, creo que tengo ya material suficiente para sacar a este sitio web de su prolongado letargo, casi en el sueño de los justos... Letargo de un año que no ha sido fácil para la investigación y la divulgación cultural, por supuesto. En nuestro caso, sólo he podido cumplir con dos o tres entradas en todo el período y, muy de seguro, esta será la última por otro largo tiempo, considerando ya la proximidad de fin de año y el verano meridional. Este texto, sin embargo, es un resumen de otro más extenso que forma parte de mi proyecto mayor "El Santiago que nunca aburría", el mismo del que he adelantado ya una versión digital light para lo que debería ser su primera parte, en caso de prosperar, ya que la situación social y sanitaria actual lo dejó en indefinido suspenso (junto a otros proyectos editoriales que tengo en espera, además). Tómese este artículo, entonces, como un adelanto.
Coordenadas: 33°27'02.1"S 70°36'41.4"W (sector de su residencia) / 33°24'50.2"S 70°38'47.6"W (mausoleo familiar, aprox.)
María Estela Teresa de Jesús Núñez Cavieres, más conocida en su momento como Pochita Núñez, cabalgó sobre una estrella fugaz en la historia del espectáculo nacional de corte más docto.
Amante de los animales, la lectura y las artes en general, su imagen de Pochita recordaba a esos genios renacentistas con lucimiento en varias disciplinas simultáneamente: su hermosa voz iba a la par de la destreza de sus dedos sobre el piano; ejecutaba la danza con el esplendor de una experimentada bailarina y con su declamación poética ante la audiencia era capaz de sumir en el silencio más completo a la sala, trasportada hasta el país de los éteres oníricos y, desde allí, al momento final de despertar otra vez y romper la hipnosis con los aplausos.
Aunque fue parte de una generación de varios niños prodigios del espectáculo de esos años, Pochita destacó por sobre todos. Su actitud alegre, sus virtudes, su dominio del espacio y su inocente belleza la hicieron una especie de ideal infantil femenino, capaz de conquistar innumerables corazones y de formarse velozmente un público de admiradores y seguidores. Así la recordaba, en un homenaje póstumo, un anónimo redactor de la revista “En Viaje”:
CONTINUAR LEYENDO »En otro desesperado intento por darle algo de material nuevo a este exhausto sitio, quise aprovechar el fin de año para extenderme un poco con una teoría que tengo meditada desde hace tiempo, sobre el posible origen del nombre del cola de mono, nuestro tradicional y folclórico ponche de Pascua de Navidad y de Año Nuevo, aunque sea bebestible de todo el año en la práctica, especialmente en fiestas y celebraciones.
Hace muchos años ya traté acá el tema del origen del ponche y de su etimología, de acuerdo a las principales teorías que rondan al respecto, repetidas por innumerables memorialistas. Casi la totalidad de ellas se relacionan con episodios que supuestamente involucraban al presidente Pedro Montt, sea con sus armas de fuego personales (Cold de Montt) o bien con sus derrotas político-electorales antes de conquistar La Moneda (Cola de Montt). Otras suposiciones asocian la palabra cola con el simio de Anís el Mono, la famosa marca española de anisado y cuya botella habría sido usada para envasar artesanalmente al cola de mono.
Otro de los planteamientos más frecuentes intentando explicar el nombre, sin embargo, toma la definición de cola de mono hecha por el costumbrista y lexicógrafo Manuel Antonio Román en su “Diccionario de chilenismos y de otras voces y locuciones viciosas” de 1901-1908 (ojo: antes o casi encima de que Montt llegase a la Presidencia de la República), en donde propone que sería el color marrón claro del aromático ponche lo que habría inspirado su particular nombre: "Llama aquí el pueblo, sin duda por el color que toma, una bebida compuesta de aguardiente, café y leche". A partir de esta indicación, hay quienes asumen que Román se refería al color del pelaje de los monos o, con más audacia incluso, algunos lo han relacionado con el color de sus colas. De ahí el título, entonces.
CONTINUAR LEYENDO »El galpón de los Baratillos de Calzado, c. 1910. Se observa también el Puente de los Obeliscos o De la Paz en su primera versión metálica. Postal fotográfica de la casa editora de Adolfo Conrads.
Encontré este viejo material entre mi caótico archivo de discos duros. Lo había dejado afuera de mis intereses sobre la historia del barrio Mapocho, por considerarlo poco relevante. Pero, dada la sequía de contenidos que me impide subir nuevos artículos a este sitio, quizá pueda servir para asegurar al menos una entrada en el presente año. Como nada hace prever que la situación sanitaria (con los archivos o bibliotecas cerrados) cambie en lo pronto, me permito esta licencia, a pesar de que me faltó información para completar bien el tema... Se ara con los bueyes que se tiene, entonces.
Partamos recordando que, después de las formidables obras de canalización del río Mapocho, parte de la lonja del borde norte en la ribera quedó destinada a un extenso espacio de plaza, ubicado entre las avenidas Recoleta e Independencia. Estos terrenos y sus adyacentes eran usados por circos y pequeñas ferias que, tras la fundación del Mercado de La Vega Central en 1895, vinieron a funcionar como un complemento del comercio popular en el mismo costado del río, enfrente de los puentes De los Obeliscos-La Paz, Los Carros y Recoleta-El Abasto. En donde está ahora la Piscina Escolar de la Universidad de Chile, además, existió un pequeño parque o plazoleta que contó alguna vez con un carrusel infantil de modesta factura.
Por la misma época, había funcionado en el sector de la Plaza del Mercado Central, al otro lado del Mapocho, una feria de venta de calzado conocida con nombres como los Galpones de las Zapateras o de los Baratillos de Calzado. En su obra "Las reinas de Estado", Jacqueline Dussaillant Christie concluye que la presencia de aquellos negocios de zapatos del pasado en las inmediaciones del mercado pudo haber dejado la característica comercial de la adyacente calle Puente, con muchos locales de calzado hasta nuestros días. De hecho, se sabe que en la esquina de San Pablo con Puente existió, por muchos años, una fachada con el nombre de Calzados La Iberia en lo alto, todavía visible en los años sesenta, en donde ahora existe una ferretería del barrio
Más tarde, aquellos grupos de comerciantes y artesanos se trasladarán hasta la otra ribera, en el señalado sector en la bajada de los puentes. Su gran cobertizo aparece en algunas fotografías o postales de la época y será mencionado también en ciertos documentos municipales.
Postal fotográfica coloreada de Mapocho, de Adolfo Conrads, hacia el Centenario o poco después. Publicada en Biblioteca Nacional Digital.
La postal fotográfica coloreada en versión de Hume y Ca., publicada en 1913. Se observa el galpón que, ya para entonces, acababa de ser desmantelado. Publicada por Biblioteca Nacional Digital.
En su libro sobre la historia de Santiago, por otro lado, dice Armando de Ramón que ya en mayo de 1902 se había dispuesto el traslado de aquellos baratillos de calzado desde el lado de calle San Pablo hasta las dichas cuadras en las inmediaciones de La Vega Central, cruzando el río. Con esta acción, se intentaba aliviar el peso de la competencia "desleal" que otros comerciantes independientes hacían a los puesteros del Mercado Central.
Sin embargo, según la información que localiza Anicia Muñoz Arias reproduciéndola en su tesis "Imaginarios modernos: comercio popular en espacios públicos" (Universidad de Chile, 2013), extraída de "El Diario Ilustrado" del 21 de marzo de 1905, aún había comerciantes en los galpones zapateros de la ribera sur, a la sazón. Además, junto a los locatarios del mercado, los vendedores de zapatos presentaron "una solicitud a la Alcaldía, en la que piden se ordene el retiro de los comerciantes ambulantes que se sitúan en los alrededores de ese mercado; pues al mismo tiempo que obstaculizan el tráfico los perjudican en sus negocios".
La nueva ubicación de los vendedores (o una parte de ellos, creemos más bien) había quedado en la manzana llana formada a un lado del inicio de la avenida La Paz y casi en la bajada del Puente de los Obeliscos, llamado así por las dos estructuras que aún existen en este sitio (un poco desplazadas de su ubicación original, tras la construcción de la Costanera Norte) y que conmemoraban la realización de los trabajos de canalización del río entre 1888-1891. Su concepto de baratillos para ventas económicas de zapatos en los puestos se remontaba a tiempos coloniales, con los toldos de venta que existían en el Mercado de Abastos de la Plaza de Armas, vistos por don José Zapiola en años de su infancia y recordados en sus memorias. También hubo algunos grupos de negocios muy parecidos en otras ciudades del continente, generalmente dirigidos a la venta entre las clases populares, por lo que su rasgo no era especialmente propio de la sociedad criolla chilena.
En el señalado punto del borde mapochino, entonces, se habían levantado ya las largas instalaciones con forma de galpón más bien sencillo y paralelo al río, que puede observarse principalmente en las primeras fotografías que se tomaron para postales desde la altura de la Estación Mapocho hacia el oriente. Los artesanos y comerciantes zapateros llegaron a instalarse en este sitio que decía en una de sus caras, presentando al mercadillo: "Baratillos de Calzado". También aparece llamado a la sazón como Galpón o Galpones de Zapatería, entendido ya como uno diferente de los que hubo al otro lado por el Mercado Central.
Detalle del mismo galpón en la postal fotográfica de Hume y Ca.
Desmantelamiento del galpón zapatero en 1912. Revista "Sucesos".
Al parecer, existieron otros negocios pequeños de artesanos, talabarteros y oficios parecidos en esas mismas instalaciones chimberas y sus alrededores, cuando faltaba mucho aún para la llegada de las ferias, cocinerías y comerciantes minoristas que hoy existen en este barrio, como el Tirso de Molina, La Vega Chica y las Pérgolas de las Flores, surgidas formalmente en los años cuarenta. Gran parte de los orígenes del denominado "Mercado Persa" de Santiago también se hallan en este sector de Santiago, por la calle Artesanos, emigrando después a la ribera opuesta en Mapocho entre Amunátegui y San Martín, en donde está ahora la Plaza Jerusalén, y desde allí más al poniente, por Balmaceda.
Patricio Gross, en tanto, dice en su trabajo "Santiago en el período 1891-1918" que la alcaldía también quiso trasladar hasta aquella plaza mapochina al Teatro Santa Lucía de la Alameda. Esto sucedía hacia la misma época en que funcionaba muy cerca de allí el Teatro Nacional, en calle Salas con la ex calle Andrés Bello, hoy Antonia López de Bello, otro antecedente de famosos centros de espectáculos que allí existieron como el Hippodrome Circo, después reemplazado por el Teatro Balmaceda, y el Jardín de Danzas del Luna Park. Tal vez hayan sido reminiscencias de los antiguos circos e hipódromos que existieron desde antaño en el mismo barrio chimbero.
En 1912 la Intendencia de Santiago dio la orden de desarmar los ya envejecidos galpones de Mapocho, despejando la plaza. La revista "Sucesos" del 2 de mayo de aquel año mostraba una fotografía de las obras de desmantelamiento y sus esqueletos de madera. Este espacio pasó a ser ocupado provisoriamente por varios circos y por el efímero pero alguna vez famoso parque recreativo del Luna Park, hacia 1928, toda una leyenda en la historia de la bohemia santiaguina y que dejó algunas huellas toponímicas y conceptuales para esos barrios.
La antigua plaza en donde estuvieron los Baratillos de Calzado, tras haber sido llamada Luna Park y Plaza de los Artesanos, pasó a ser ocupadas por tolderas y ferias de vituallas que dieron origen al Mercado Tirso de Molina al poniente de la plaza del mismo nombre. El actual edificio de este último mercado se ubica en donde antaño estuvo el galpón zapatero, precisamente.