Clotario Blest Riffo (1899-1990). Fuente imagen: web Ritoque FM.
Hace poco menos de 30 años, tras toda una vida dedicada a la lucha por los derechos de los trabajadores, arribó en el auxilio de la Recoleta Franciscana de Santiago el insigne dirigente sindical Clotario Blest, a vivir un increíble descuento o prórroga que había logrado arrancarle a la vida, después de haber estado en las puertas mismas de la muerte.
Siempre hubo algo de franciscano en Clotario, por cierto. La relación emocional del destacado dirigente con San Francisco de Asís era conocida, y su llegada allí fue como una rectificación final del destino; acaso como consumar una misión largamente pendiente. Alguna vez confesó, de hecho, su admiración por Fray Andresito y su ejemplar vida consagrada a los pobres, pero sin saber por entonces, que sus últimos días en el mundo serían tan cerca del mismo hábito: en su caso, premiado por las acciones en vida, no por más milagros que el de encontrar en él un luchador político auténticamente consecuente y capaz de abandonarlo todo por los móviles éticos que siempre motivaron su actuar... Y que nos perdone el mundo progresista de nuestros días, pero es que don Clota era el último de una raza política y dirigencial ya extinta en Chile.
La obra de Blest, los sacrificios y penurias, su templanza y humildad, realmente alcanzaron niveles de cuasi santidad. Nada de la vida monacal le faltó cumplir: los votos de pobreza, la austeridad a toda prueba, el perdón, la asistencia de los desvalidos… Nada.
Ese día de noviembre de 1989, sin embargo, el ilustre dirigente que consagró su existencia a los preceptos de la Doctrina Social de la Iglesia, a la lucha social y al sindicalismo, llegaba en estado deplorable a la Recoleta de San Francisco, como si hubiese sido arrebatado de su propio sarcófago para pasar acá los últimos días de su vida.
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