Nota: Con esta entrada, doy inicio a un ciclo de varios artículos pertenecientes al insigne cronista nacional Raúl Morales Álvarez (1911-1994) que iré publicando cada cierto tiempo acá en el blog, luego de llegar a un acuerdo acuerdo de difusión con su nieto don Rubén Morales Cofré y la agrupación cultural "El Funye", dedicada a difundir el trabajo del periodista y escritor nacional. El artículo de hoy se titula "El Cristo Pobre", y fue publicado en varios medios nacionales, hacia 1961.
EL CRISTO POBRE
El Dios del pueblo no tiene nada que ver con el que reverencian los elegidos y los poderosos. No es un Dios-Gerente, un Dios-Policía, ni un Dios-apatronado.
SEGÚN ALDOUS HUXLEY, Dios es una hipótesis innecesaria en los actuales días. Pero esta interpretación filosófica del misterio que más porfiadamente atrapa y sostiene a la familia humana, no gana todavía el sencillo corazón de los humildes. El planteamiento de Huxley es una desafiante artesanía de exclusivo uso intelectual, alejada por esta misma credencial, algo pedantesca, de la comprensión del pueblo. Propenso y fiel a su propia oniromancia, donde acumula el desborde esperanzado y pasional de sus muchos sueños, el pueblo continúa creyendo en la existencia del Buen Dios.
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En más de una medida, sin embargo, el Dios del pueblo no tiene nada que ver con el que reverencian los elegidos y los poderosos. No es un Dios-Gerente, un Dios-Policía, ni un Dios-apatronado. Anticipándose a Huxley, pero de manera más clara que el inglés, el chileno Juan Guillermo Guerra -el famoso Patán Guerra (*)-, precisaba en sus inimitables clases de la Escuela de Derecho que Dios "no había creado al hombre a su imagen y semejanza". Era el hombre, en cambio, quien había creado a Dios, dándole su imagen, volcándolo en su semejanza.
El Dios del pueblo parece confirmar lo defendido por el ateísmo fulgurante del Patán Guerra. Tan a su imagen y semejanza lo han creado los humildes, que su Dios, a veces, también anda hasta a tambembe pelado, lo mismo que ellos, sufriendo perrerías y miserias. Es lo que explica, entre otras cosas, el arraigo capital y poderoso que tiene en el pueblo el culto del Cristo Rey.
Raúl Morales Álvarez y su esposa Helena Wilson, hacia 1963.
Este Cristo no es el Cristo de los ricos. Por eso, como carece de ropas en su total desnudez de pobre, no desdeña, tampoco, el ritmo aventurero de una andanza a lo callampa. Suele, por ejemplo, no tener iglesias con techos y paredes. Sus misas se celebran en cualquier parte, a todo aire, con altares donde el Cáliz que custodia a la Hostia es lo que único que vale. Es el Cristo de las "malas pécoras", el de los rotos "malditos" que pisan la vida con una desesperada ojota. El estómago patronal de los de arriba -pipiolo, pelucón y hasta radicaliento ahora- no acude a prosternar su fe ante el atorrante Cristo Pobre. Pero el pueblo lo ama. Lo sabe hecho de tal modo a su imagen y semejanza que lo hace participar sin ningún empacho en la sandunga, en un Olimpo menos austero y más humano, donde también Dios, la Virgen y los Santos bailan cuecas, pulsan la guitarra, o se mandan al cuerpo los necesarios tragos del estribo. El Cristo de los ricos abunda en inciensos y en los cantos gregorianos que rezongan en latín. Pero únicamente para el Cristo Pobre cantan los licoreados "Puetas" populares:
Dio el primer son la vihuela
tocando la Sanjuaniana
cuando viene Santa Ana
bailando que se las pela
entonces Santa Fidela
prepara el ponche en seguida... (**)
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La irreverencia verbal de los cantores hace rasguear la guitarra a la Virgen del Carmelo, para que Santa Rebeca baile con San Jeremías, mientras Dios Padre duerme su siesta celestial, algo puestón. Es decir, el pueblo ha trasladado una perfecta imitación de su vida hasta en lo religioso, aceptando en su rebelde fatalismo que el verdadero infierno es éste, donde esta penando en vida junto al Cristo Pobre. La propia voz del pueblo establece que el Cristo Pobre va con la guatita al aire y el tambembe al viento. Y mientras esto sucede, Huxley se verá derrotado en la fe de los humildes, leal a un Dios creado con el material de su desdicha.