![](http://3.bp.blogspot.com/-pOyAIPUZ7OI/WMXiaJtn9uI/AAAAAAAAZWs/tpFLLG0icjwrDC6ema1gm6Khm3hfFJ6LACLcB/s1600/voltaire.jpg)
Voltaire fue, por siglos, responsabilizado por el origen de la famosa frase del "miente, miente" ("calumnia, calumnia") del siglo XVIII, especialmente por sus enemigos en la iglesia.
"Miente, miente, que algo quedará. cuanto más grande sea una mentira, más gente la creerá"... Es la famosa frase -con rima cacofónica incluida- que el extendidísimo mito universal ha atribuido a Joseph Goebbels, el histriónico ministro de propaganda del III Reich. Los cuantiosos resultados de páginas webs insistiendo en esta creencia, se confirman en el buscador de Google. Lejos está de morir la leyenda.
En estos días, he tenido una buena discusión pero con un mal final al respecto, con alguien a quien tenía estima y cierto respeto intelectual, aunque me parece que se engulló demasiado las citas vertidas en nuestros tiempos por twitter y otras herramientas de catarsis virtual. Como le recogí el guante y me dejó a medio responderle (cosas de las corazas del orgullo) no quiero dejar pasar las ganas de registrar aquí algunos detalles sobre el asunto de marras ya que se ha hinchado demasiado esta porfiada patraña y se me hace entretenida la idea de tirarle algunos pinchazos.
Hace años, publiqué acá mismo una corrección para los que han propagado ese embuste atribuido al libro del Quijote de la Mancha, que reza la reflexión supuestamente enseñada por el ingenioso hidalgo a su fiel Sancho: "Si los perros ladran, es señal de que vais cabalgando". Aunque no veo ningún rasgo de lucimiento intelectual en conocer un libro que te hacen a leer en el colegio, tampoco fue bien tomada por todos mi observación de entonces (hay quienes sienten cariño por sus errores, deduzco), pero insisto en que me causa un poco de hilaridad verla gargareada con vehemencia o aspiración de elocuencia por infinidad de personajes de televisión, artistas, autoridades, personeros políticos y prestigiosos abogados, en declaraciones o entrevistas donde les toca responder a la crítica y defender un camino decidido. El problema es que lo hacen desconociendo que, esta cita, no se encuentra en ninguna parte de la obra cumbre de don Miguel de Cervantes Saavedra.
En otras palabras, pueden desafiar con tranquilidad a cualquiera que largue tan manoseado comodín quijotesco, a que les ubique tales líneas dentro del grueso y majestuoso libro. Por supuesto, jamás lo encontrará allí.
En la misma frecuencia, pues, me asombra seguir encontrando tan majaderamente repetida la frase apócrifa del "miente, miente". Se la he escuchado también a respetados profesores, a conferencistas y a ponentes de debates, extendiéndola como un argumento rotundo con el rostro solemne y la mirada soberbia de quien, torpemente, cree estar tirando al tapete algo demoledor, acaso una revelación. ¿Cuál será el íntimo deseo de creer que en la autenticidad del "miente, miente"? ¿Será, acaso, que se ha vuelto "correcto" insistir tozudamente en que sí perteneció a Goebbels, o de otro modo se es sospechoso de algún cargo intelectual, ideológico o político? Nunca lo sabremos, quizás.
Escritores, periodistas y críticos han sido particularmente majaderos en seguir estirando la fe en esta leyenda. El resto lo ha hecho internet. Diría que los medios argentinos nos dan paliza en esta demostración de tenacidad: hasta la vi en un programa educativo para niños de la TV bonaerense, de hecho, también en mis enérgicos años 90. Empero, veremos que provienen justamente desde el vecino país platense algunas de las mejores pruebas de la falsedad del origen que se otorga en nuestros días al adagio que, a lo largo de la historia, ha sido atribuido a Voltaire, a Maquiavelo, a Bacon, a Rousseau, a Beaumarchais, a Napoleón y hasta a Shakespeare y a mademoiselle Lespinasse, según sabemos.
La información más aclaratoria sobre este asunto, quizás sea la que ofrece el Doctor en Filosofía y exprofesor de la Universidad de Aarhus en Dinamarca, Iván Almeida, en un artículo titulado "La frasecita de Goebbels y la fábrica de mentiras", publicado por el diario argentino "Página 12" del 3 de agosto de 2011. Su texto, de hecho, motiva una mención al asunto en el libro del periodista también argentino, don Orlando Barone, publicado hace pocos años con el título "K. Letra Bárbara" (2011). Dice Almeida que este proverbio va modificando sus formas hasta aparecer en el siglo XVII como "miente, miente" o bien "calumnia, calumnia". No obstante, Voltaire será el más culpado hasta el siglo XIX y buena parte del XX, apareciendo adjudicada a su nombre en muchos libros de corte teológico, críticos de su pensamiento.
Como era de esperar, hay quienes han notado este problema cronológico fastidiando a la creencia y han propuesto sus propios enfoques para tratar de explicarlo, salvando la posibilidad de seguir prendiéndole la frase al chaquetón de Goebbels. El historiador inglés Ian Kershaw, por ejemplo, dice en su biografía sobre Adolf Hitler:
"El mentid, mentid, que algo queda de Voltaire, es un balbuceo de novicio en presencia de la táctica de Goebbels para inculcar en la opinión pública la realidad de sus afirmaciones por falaces que ellas sean.Informad, informad -dice Goebbels- e impedid que alguien discuta vuestras afirmaciones. Repetid vuestras informaciones todo el tiempo que sea necesario, hasta que el público las acepte como verdades indiscutibles".
Para incomodidad de los que han abusado de esta apelación retórica vieja-confiable (me acordé del meme), sin embargo, está clarísimo que el origen del "miente, miente" no tiene nada que ver con Goebbels ni fue validada por él en alguna clase de declaración o exposición pública, por mucho que quiera identificarse en su actuar (como máximo propagandista nazi) la aplicación de la máxima.
Su surgimiento parece estar, pues, en el mundo clásico, más de un par de miles de años para atrás. El conocido cronista griego Plutarco escribe en su trabajo "Obras Morales y de Costumbres", llamado también como la "Moralia", del siglo I después de Cristo, que la sentencia se relaciona con Medio de Larisa, miembro de la corte y asesor personal de Alejandro Magno, en el siglo IV antes de Cristo. El personaje también es mencionado por otros historiadores de la época, como Flavio Arriano. De acuerdo a Plutarco refiriéndose a Medio, entonces, tenemos:
"Ordenaba a sus secuaces que sembraran confiadamente la calumnia, que mordieran con ella, diciéndoles que cuando la gente hubiera curado su llaga, siempre quedaría la cicatriz".
Se advierte que no era tan explícita ni exacta en sus formas con relación a la que conocemos hoy, sino más bien metafórica, aunque expresando el mismo principio. Pero pasaron los siglos, la máxima toma formas propias y vuelve a ser mencionada por Roger Bacon en "De la dignidad y el desarrollo de la ciencia", de 1267, ahora en términos más simples:
"Como suele decirse de la calumnia: calumnien con audacia, siempre algo queda".
Salta a la vista que Bacon está dando a entender que la divisa no es suya, sino de cierto uso popular, pues la presenta comprendiendo que debe ser conocida ya por el lector ("Como suele decirse..."). En términos generales y con sus variaciones, esta misma frase fue invocada más o menos hasta mediados del siglo XX, todavía, cuando pasó a ser adjudicada a los bríos retóricos de Goebbels.
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Rousseau presentó otra versión de la controvertida frase, en la misma centuria que lo había hecho Voltaire.
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Hitler y Goebbels firman autógrafos hacia 1936.
Para despejar dudas al respecto, veamos una secuencia de casos rastreables en la literatura, varios de los cuales confirmo verificables fácilmente también en la mágica herramienta de Google Books:
- Voltaire, el gran acusado de arrojarle al mundo esta frase antes de ser relevado por Goebbels, escribía a su amigo Nicolas-Claude Thieriot el 21 de octubre de 1736: "La mentira solo es un vicio cuando obra el mal; cuando obra el bien es una gran virtud. Sed entonces más virtuosos que nunca. Es necesario mentir como un demonio, sin timidez, no por el momento, sino intrépidamente y para siempre ...Mentid, amigos míos, mentid, que ya os lo pagaré cuando llegue la ocasión". La carta está en ediciones de sus "Obras Completas" de 1784, y ha sido utilizada en su contra desde entonces, especialmente por los críticos del declarado anticlericalismo que profesó el francés.
- Jean-Jacques Rousseau, por su parte, escribirá en una de sus famosas "Epístolas" de 1764:"Por más grosera que sea una mentira, señores, no teman, no dejen de calumniar. Aún después de que el acusado la haya desmentido, ya se habrá hecho la llaga, y aunque sanase, siempre quedará la cicatriz". Parece estar inspirándose en la información proporcionada por Plutarco.
- El dramaturgo parisino Pierre-Augustin de Beaumarchais, en su célebre obra "El barbero de Sevilla" de 1775, hace decir a uno de sus personajes: "La calumnia es el gran procedimiento; he visto a muchas personas decentes, casi a punto de morir de pesadumbre a causa de la calumnia (...) Primero será un rumor que se baja hasta el suelo como la golondrina que presagia lluvia. A tono pianissimo, corre y es un murmullo. Se siembra el veneno. Algunos labios, piano, piano, empiezan a recogerlo y lo van deslizando al oído de su amigo. El mal está en marcha y camina, rinforzando, y de boca en boca salta el diablo. Y después sin saber cómo, veis la calumnia agrandarse, alargarse, engordar y alzarse dando silbidos y crecer a ojos vistas. Se levanta luego y vuela, mariposea, envuelve, arranca, arrastra y estalla, y truena y atruena, por castigo de Dios, un clamor general, un crescendo, la vox populi, chorus universal, de envidia y de infamia. El demonio no la resistiría".
- Otro dramaturgo francés, Casimir Delavigne, transcribe la sentencia en su obra "Los niños de Edward", de 1833, esta vez presentada como:"Mientras más increíble es una calumnia, más memoria tienen los tontos para recordarla"... Bastante razón tenía, sin duda.
- El libro español de 1833 titulado "Diccionario citador de máximas, proverbios, frases y sentencias", de José Borrás, compila un aforismo que presenta como de origen anónimo y que dice: "Las heridas de la calumnia se cierran, pero queda la cicatriz".
- Ya en suelo americano, el periódico "El Católico" de Bogotá, publicaba en su edición del 1° de agosto de 1850, un artículo sin autoría (suponemos que podría ser de Manuel Jil, que firma varias otras columnas del mismo medio) en el que podemos leer lo siguiente: "...pero se sigue y practica aquella depravada máxima: calumnia, que algo queda; y como decía Voltaire, volved a mentid, mentid siempre, que al final algo obtendréis".
- El escritor español Abelardo de Carlos, la transcribe en 1866 para la gaceta "El Museo Universal": "Sus venganzas tiene algo con aquella máxima de Maquiavelo: 'calumnia, calumnia, que algo queda'".
- La veremos mencionada también acá, en el Chile del siglo XIX, en el libro del escritor Justo Arteaga Alemparte titulado "Diójenes", de 1871: "El honorable obrero no lo asegura, pero lo deja sospechar. ¡Calumnia, calumnia, que algo quedará!"
- En 1872, el español Antonio Aparisi Guijarro escribe en su artículo titulado "El gran peligro", en el periódico "La Regeneración" del 23 de junio: "Maquiavelo decía: 'calumnia que algo queda'. Voltaire escribía: 'mentid, y mentid siempre'. Vive Maquiavelo aún, e inspira a Voltaire. A mentir pues, y a calumniar, como se mintió y calumnió en el siglo pasado".
- El argentino José María Zuviría, por su lado, escribió en un texto reproducido en la obra "Anales contemporáneos: Sarmiento. 1868-1874. Estudios sobre política Argentina", de 1889: "Mentid y mentid siempre, decía Voltaire, porque de la mentira algo queda; y esto es lo que hacen casi siempre los gabinetes agresivos por medio de sus memorándum y notas diplomáticas".
- En 1891, el jesuita ecuatoriano Manuel José Proaño Vega resumía así la inspiración de los enemigos de la iglesia, en su "Catecismo filosófico de las doctrinas contenidas en la encíclica Immortale Dei de Nuestro Santísimo Padre León XIII": "Todos sabemos que aquel desdichado patriarca de la incredulidad moderna, Voltaire, no armó a sus viles prosélitos sino de la mentira y de la calumnia, diciéndoles sin cesar, y en todos los tonos posibles: Mentid, mentid y calumniad; que algo queda siempre de la mentira y de la calumnia: todos sabemos que aquellos cómplices del crimen, fieles al precepto de su maestro, se apoderaron de la prensa para propalar y difundir en toda la tierra mentiras y calumnias contra Cristo y su Iglesia, contra la Verdad y el Bien, al grito infernal de esa blasfemia horrible...".
- Por su parte, el ensayista peruano Joaquín Capelo, anota en su "Sociología de Lima" de 1896: "Calumnia, calumnia, que de la calumnia algo queda; elogia lo vituperable que del elogio algo queda".
- Poco después, hacia 1900, el teólogo español Ángel María de Arcos escribía en su "Explicación del catecismo católico breve y sencilla": "Sabido es de quién es el dicho: Mentid, mentid, que algo queda. Y qué verdad que queda algo, y no sólo algo, sino mucho".
- Poco después, el argentino Pastor Servando Obligado, publicaba esta frase en sus "Tradiciones argentinas" de 1903, claramente tomada también de la fraseología popular: "¡Calumnia, calumnia! ¡Que siempre de la calumnia algo queda!".
- Desde Bolivia, en tanto, llegará comentada por Agustín Ramírez Paredes en su novela política "El pillo Olivier", de 1927, donde anota como parte de un diálogo: "No ignorará usted, compadre, el dicho volteriano: Calumnia! calumnia! que algo queda..."
- Elio Fabio Echeverri, en su curioso y bello "Diccionario del pensamiento" publicado en Colombia en 1942, define la calumnia de la siguiente manera: "Las heridas de la calumnia se cierran, pero queda la cicatriz. Las mejores frutas son las que han picado los pájaros y los hombres más honrados son aquellos que ha destrozado la calumnia. La calumnia es un fuego devorador que marchita cuanto toca y ennegrece lo que no puede consumir. La calumnia fomenta el vicio, persigue a la virtud. Las heridas de la calumnia se cierran, peros las cicatrices quedan...".
- Y, para dar un ejemplo en el habla hispana ya después de la Segunda Guerra Mundial, aparece también en el libro del escritor Jaime Chacón, "Raíces hispánicas de ecuatorianidad" de 1953, atribuyéndosela todavía a Voltaire: "¡Calumnia, calumnia, que algo quedará!, decía Voltaire".
Vemos (de sobra) que la frase era usada desde mucho antes que su adjudicación imprecisa a Goebbels, y que también era empleada universalmente en forma peyorativa y demonizadora, en especial por la iglesia, como anatema de una filosofía enemiga y condenable relacionada de un modo u otro con la figura de Voltaire.
Difícilmente, entonces, alguien podría haber adoptado para sí la frase de marras en alguna declaración del siglo XX y jactándose de emplearla en su propio accionar político o como principio operativo de comunicación, incluso en un arranque de extrema sinceridad, salvo que estuviese de viaje por los efectos del pentotal sódico. Otra cosa muy distinta es que todos sepamos algo tan básico como que la propaganda y la asesoría estratégica en la comunicación política son, por su propia esencia, el arte de mentir para gobernar: hacer pasar mentiras por verdades y verdades por mentiras. Si no, ¿cuáles creían que han sido buena parte de las funciones del famoso segundo piso del Palacio de la Moneda? Mas, resulta en extremo ingenuo creer que alguien lo admitiría como parte de su arrojo de hipnosis sobre las masas, bien sea en democracia, en dictadura o en tiranía.
Hecho concreto y demostrado, de este modo, es no sólo la inexistencia de pruebas relativas a que el ministro más leal del Führer haya hecho debutar alguna vez semejante frase, sino también el que la misma proviene de tiempos muy, muy anteriores. Pero es sabido que hay un punto en que se puede creer inocentemente un error-mentira y otro en donde sólo se finge creer que es realidad sabiéndola falsa. ¿Cómo llegó a quedar cosida a Goebbels la mentada frase, entonces, al punto de tomarse casi como un axioma el que deba pertenecerle?
Se ha comentado alguna vez, que el ministro nazi declaró hacia 1934, en una conferencia, que "una mentira repetida mil veces, al final termina siendo una verdad", refiriéndose a las armas comunicacionales que consideraba arteras y que eran utilizadas contra el propio III Recih. En realidad, esta frase (si es que la dijo), parece parafrasear otra de sentido opuesto a la que estudiamos, siendo bien conocida internacionalmente: "Una mentira repetida mil veces, nunca será una verdad"; o bien: "Repetir mil veces una mentira, no la convertirá en verdad".
Pero regresamos ahora a la información aportada por Almeida, mucho más precisa: durante el año 1968, el departamento de Archivos Nacionales de Washington desclasificó un informe secreto que la entonces llamada Oficina de Servicios Estratégicos de los Estados Unidos, había solicitado al psicoanalista de la Universidad de Harvard, Walter Charles Langer, hoy conocido por cierto trabajo sobre la sicología de Hitler derivado de este mismo encargo formulado en plena Segunda Guerra Mundial, en 1943. Por lo que leemos en sus biografías, puede sospecharse que tuvo alguna relación en este trámite su hermano William Langer, que había abandonado el departamento de historia de Harvard recientemente, para asumir la jefatura de la Sección de Investigación y Análisis de la misma Oficina de Servicios Estratégicos.
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Joseph Goebbels y la portada del primer número del periódico "Der Angriff", publicado en Berlín el 4 de julio de 1927 por el mismo futuro Ministro de Propaganda del nazismo. Fuente imagen: serie "El Tercer Reich", de Times-Life.
En el informe que entrega el académico y psicólogo, concebido como una asesoría a la propaganda bélica según lo remarca Almeida, Langer expresa su juicio sobre los principios que movilizaban la ideología nazista, señalando que uno de ellos sería:
"...concéntrense en un enemigo por vez y acúsenlo de cada cosa que anda mal: la gente va a creer más rápido una gran mentira que una pequeña; y si la repiten con suficiente frecuencia, tarde o temprano la gente la va a creer".
El informe de Langer, entonces, podría haber servido de guía o -cuanto menos- de inspiración para contenidos con los que la propaganda de guerra enfatizara el rasgo oscuro y deplorable del enemigo a través de la particular figura de Goebbels. Recuérdese que el ministro fue llamado el "Gran Mentiroso"por la propaganda aliada, y que en caricaturas para niños del pato Daffy enesos años, fue retratado en una jocosa caracterización de piel verde, acentuando así su aura siniestra. Procedimientos bastante parecidos a los que -dicho sea de paso-, en tiempos más recientes, la industria cinematográfica de los Estados Unidos usó contra jefaturas de los llamados países del Axis of Evil, como preámbulo de sus intervenciones militares.
Sin embargo, aún suponiendo que uno de los más astutos y ladinos oradores del siglo XX haya hecho semejante confesión autoincriminante sobre la honestidad que podía esperar el pueblo del Deutsches Reich, ya es bastante sospechoso que, por el solo hecho de pronunciarla, se sentara en todos los discursos anteriores y posteriores donde se intentaba legitimar a la jerarquía política nacionalsocialista apelando a la honestidad y la lucha contra la mentira, como espadas que se adjudicaba para sí el movimiento y su proyecto político. Este argumento de la honestidad aparece esgrimido por el ministro, por ejemplo, en sus ataques a Winston Churchill y a la información de masas que se vertía sobre Reino Unido, algo que él estimaba una campaña para alentar las animosidades británicas contra Alemania, antes de la guerra.
Por otro lado, cabe comentar que el "miente, miente" no es la única frase atribuida por error -involuntario o inducido- a Goebbels. Entre varias otras, destaca el caso de aquella que, supuestamente, pronunció en una entrevista: "Cuando oigo la palabra cultura, cargo mi revólver". En realidad, ésta era una expresión sarcástica de la obra de teatro "Schlageter", escrita por el dramaturgo germano Hanns Johst, también en los días de la Alemania nazi, como ha quedado demostrado ya en nuestra época
La mayor curiosidad, sin embargo, es que la propia frase del "miente, miente" se ha demostrado verdadera por sí misma, o más bien eficaz: siendo una falsedad su origen goebbeliano, acabó transmutada en verdad por reiteración e insistencia, y se la ha repetido tanto, se la internalizado de tal manera en el imaginario planetario, que se ha convertido en cierta la asociación al personaje. Nadie considera apropiado ya verificar si realmente le perteneció o si fue pronunciada por en un eufórico ataque de desparpajo y de desvergüenza absoluta ante las masas.
A pesar de todo, no me asombra que la leyenda del "miente, miente" vague por el zumbido rumiante de las sociedades que lo han escuchado y creído, entregadas a esa falacia de confiar ciegamente en la autoridad intelectual ajena. Sí perturba, en cambio, que asome en toda clase de textos (impresos o digitales) redactados por reputados periodistas, escritores, investigadores y hasta historiadores, por supuesto que sin señalar jamás la fuente original o la especificación del texto, entrevista, carta, artículo o discurso en particular al que pertenecería la cita; ni siquiera el año en que habría sido emitida. Hasta ilustrados primeros mandatarios de nuestro continente han pisado el palito del "miente, miente" goebbeliano en algunos discursos, por insólito que suene.
Hoy, también la vemos recurrida con frecuencia entre esos polemizadores y consumidores de debates sobre politiquería travestida de falsa intelectualidad para redes sociales, riñas tan de moda en columnas periodísticas de nuestros días, esas con aires de introducción a tesis y en las hay una constante apelación a apellidos de pensadores como Rawls, Popper, Laclau o Habermas (los Rand, los Foucault o los Chomsky no suelen estar en el naipe, por ser profanamente populares), ofrecidos como trincheras del saber para el juego del "quién tiene la erudición más larga".
¿Tanto cuesta confirmar su veracidad o falsedad, entonces? ¿O más bien no importa si es o no real, en tanto el argumentum ad nauseam resulte útil?
Admito que cuando comenzó la hacerse masivo el acceso y uso de la internet en los años 90, caí en la seducción ingenua de querer visualizar una sociedad más comprometida con las certezas y los fundamentos. Eran, pues, mis días de estudios en un área de la comunicación social donde se le prendían inciensos a teóricos como Umberto Eco, Alvin Toffler o Marshall McLuhan, incluso si no comulgabas con todo su evangelio. Sin embargo, en la práctica las herramientas de difusión de internet no han hecho más que expandir o reafirmar creencias más allá de su ajuste a los hechos, siendo el "miente, miente" un caso característico de este calambre sapiente. El mito ya es viejo, es cierto, pero ha sido prolongado gracias a estas instancias nuevas.
Así las cosas -también lo admito-, estoy seguro de que en nuestros días y gracias al daño colateral que viene inevitablemente con las grandezas de la red, tenemos más convencidos de que el Quijote sí hizo su advertencia sobre los ladridos de perros y que Goebbels efectivamente proclamó el apotegma del "miente, miente". Ni hablar de aquella ocasión en que se echó a correr la fábula de que el edificio de la Escuela Santa María de Iquique era el mismo de la masacre de 1907, inflando de iras y protestas incluso a altas autoridades por su demolición (siempre vía redes sociales), todos ignorantes de que el original había desaparecido ya a fines de los años 20... O cuando corría el inolvidable correo electrónico del muchacho universitario que padecía de un cáncer al cérvix, órgano que, biológicamente hablando, sólo tienen las mujeres.
Para acercarme al cierre, cabe observar que se ha ido cristalizando en nuestra sociedad de la información y la comunicación instantánea, el convencimiento de que el lenguaje hace realidad, creando con ello toda una cultura de corrección del habla y de las propiedades de la terminología derramada sobre la mass media. Sin embargo, como soy de escuela clásica, más práctica y de menos refugio académico (sí: más bruto), tiendo a creer que el fenómeno es más bien que el lenguaje por sí mismo tiene la capacidades de ir dando mayor valor de realidad a lo apropiado y lo correcto, pero incluso a lo que no es real. Hasta sabiéndose que no es cierta, una mentira puede gozar de las mismas prebendas y beneficios si resulta útil y ajustable a un propósito, así como una realidad (un hecho, mejor dicho) recibe el mismo tratamiento que una mentira en caso de molestar al objetivo o la orientación del discurso.
El caso de Goebbels rugiendo risueño un "miente, miente", parece ser un caso perfecto en donde se prioriza el consenso y la repetición... Pero como vimos ya, si bien repetir mil años una mentira nunca la volverá real, al final siempre "algo queda" de ella: ya aprendí, justo en estos días, que quien trate de rectificar el asunto se expone a posibles acusaciones gratuitas basadas en el mismo concepto que cataliza el aforismo, paradójicamente... Veritas odium parit (¿Terencio?). Es lo que me motivó a escribir este texto, además.
Si los hechos no son lo mismo que las verdades (interpretaciones, versiones, creencias, etc.), entonces no queda más que asumir que ambos corren por rieles distintos, por más que intenten cruzarse entre sí o incluso lo hagan buena parte del tiempo. Sólo así se explica que el "miente, miente, que algo queda" saliendo de la boca de Goebbels sea, precisamente en su ajuste a los hechos, un enorme y tramposo elogio al engaño, además de una excelente puesta en práctica del principio esquizofrénico, que ha sido capaz de demostrarse preciso y eficaz por sí mismo.
Como hice en aquellos casos mencionados de los perros del Quijote, la Escuela Santa María de Iquique 2.0 y el cáncer cervical masculino (escogí sólo algunos de los muchos que conozco, pues aclaro no tengo frustración ni credenciales para cazador de mitos), en el asunto Goebbels he preferido ahorrarme chácharas y más ping-pong de discusiones, publicando este descargo aclaratorio en mi blog, para así derivar hasta este link a todos los porfiados e insistentes que se me aparecen y me seguirán apareciendo por los vórtices virtuales y los umbrales digitales en el sinuoso, áspero y escarpado camino de la vida.