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"LA UNIÓN CHICA": BAR POÉTICO Y REFUGIO SIN TIEMPO

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La famosa imagen del poeta Jorge Teillier en las puertas del restaurante "La Unión Chica", con la lista de ofertas y platillos (fuente: Flickr de Santiago Nostálgico).
Coordenadas: 33°26'36.05"S 70°39'3.80"W
Sé que se tiende a exagerar y abusar del uso de la metáfora de los lugares "donde el tiempo parece detenido", cuando se habla de patrimonio vivo y de aleros que aún cobijan a la vieja bohemia de inclinación intelectual que existía en el clásico Santiago de Chile. Sin embargo, en este caso específico de "La Unión Chica", se justifica plenamente volver a echar mano a tan insistido concepto, pues su validez  se hace plena y totalmente verificable.
Ubicado en calle Nueva York 11, en pleno sector del Santiago Centro financiero (Barrio La Bolsa), su nombre real ha sido "Bar Restaurant Unión", pero la vecindad del restaurante con el fastuoso y aristocrático Club de la Unión le ha valido el mote de "La Unión Chica", que lo ha acompañado por todos estos años alegrando la vida de toda una línea histórica de grandes escritores, poetas y personajes nacionales, a cuya memoria Jaime Miguel Gómez, o Jonás, dedicó los siguientes versos libres, titulados "Poetas en la Unión Chica" ("La voz del agua", 2005):
Es mediodía en el bar "La Unión"
y los parroquianos comienzan
a embriagarse
de la ciudad que bulle.
Todo sucede alrededor
de la velocidad
de portafolios
cuentas
deudas
compromisos.
Pero en esta mesa de madera
en que la vida dejó claras huellas
el tiempo se detiene.
Allí están
El Chico Molina
Iván y
Jorge Teillier
Rolando Cárdenas
Pablo de Rokha que saluda desde una mesa vecina,
Vicente Huidobro que pasa volando
Neruda se aproxima
y Vallejo
desde su sombra antigua hace una seña
a Wenche
pone otra botella de tinto
sobre la mesa.
Algunos de sus viejos comensales cuentan que el local ya va por el centenario existiendo allí, con sus elegantes mamparas, su decoración tipo bar británico y ese gran mesón de madera, bronce y lámparas. La verdad, sin embargo, es que fue fundado alrededor del año 1940, aunque hay quienes cuentan que su aspecto definitivo lo adoptó en los sesenta. Su época de oro y más romántica parece comenzar en 1979, cuando se consagra como una especie de círculo de clientes muy parecido al de los ya casi desaparecidos clubes democráticos de vividores y aventureros ligados a la intelectualidad o la deliberación, funcionando como una suerte de alternativa "popular" al refinado Club de la Unión o "Unión Grande". De ahí el refuerzo a su nombre: "La Unión Chica".
Imagen del exterior del "Bar Unión" en fotografía de Guillermo Palma, publicada por Manuel Peña Muñoz en su trabajo "Los Cafés Literarios en Chile" , de 2001.
Distintas imágenes de los cofrades literatos que allí se reunían en los años ochenta, y que vuelven a reunirse el año 2001 para el artículo de Elisa Montesinos titulado "Los sobrevivientes de La Unión Chica". Las imágenes pertenecen a Leonora Vicuña.
Fotografía donde aparecen Rolando Cárdenas, Germán Arestizabal, Aristóteles España e Iván Teillier en "La Unión Chica", tomada en marzo de 1982. Imagen publicada por Memoria Chilena.
Veteranos mozos atienden cordialmente al visitante. Varios productos del "Unión" son de reputación exclusiva: sus guatitas (callitos) a la madrileña, el puchero a la española, los huevos a la ostra, el cabrito al horno, la escalopa Unión, sus borgoñas de frutilla, durazno o chirimoya, sus pichunchos y su celebrado cola de mono, cuya receta me parece al paladar que incluye algo así como un licor con sabor a frutas secas, además de tener fama de ser uno de los más mareadores que existen en la buena oferta santiaguina. Antaño, era el lugar favorito para comer también caracoles, preparados a la española según se recuerda. Y hoy aunque cierra relativamente temprano, antes de la medianoche, abunda en su interior la representación de la bohemia diurna: discutidores de política, artistas reales o aspiracionales, jugadores de dominó y diría que más de algún visitante proveniente del propio Club de la Unión o de La Bolsa, sentados junto a lustrabotas o vendedores en perfecta armonía social.
De todos estos visitantes históricos, hubo un grupo de intelectuales que se sintieron especialmente contagiados por el perfume secreto e íntimo de "La Unión Chica" y la convirtieron así en su lugar de encuentro durante toda la década de los agitados años ochenta, casi todos ellos provenientes de provincia y, en general, todavía limitados de recursos en aquel entonces. La tradición comenzó hacia los días del toque de queda, cuando se hizo corriente verlos allí reunidos para conversar y matar el tiempo hasta las noches. Los encuentros se prolongaron hasta fines de los ochenta, aproximadamente, acabándose cuando también lo hizo la época de nuestra historia a cuyo contexto pertenecieron.
La única mujer en ese grupo, la escritora y fotógrafa Leonora Vicuña, hija de los poetas José Miguel Vicuña y Eliana Navarro, dejó un importante registro de aquellas reuniones antes de marcharse por largo tiempo a Francia. Allí están, por ejemplo, los poetas Iván y Jorge Teillier, quienes eran también aficionados concurrentes al desaparecido "Patio Esmeralda" de Barrio Mapocho y "Los Cisnes" de Macul. La predilección de Jorge por "La Unión Chica", sin embargo, era porque se encontraba tan cerca de las oficinas donde se hacía el Boletín de la Universidad de Chile donde él trabajaba, cruzando la Alameda.
En la misma cofradía estaban el pintor Germán Arestizábal, el vendedor viajero Roberto Araya y los escritores Álvaro Ruiz, Carlos Olivárez, Aristóteles España, Ramón Díaz Eterovic, Juan Guzmán y el controvertido Eduardo "Chico" Molina, fanfarrón y algo charlatán que se jactaba de tener por amigos desde importantes autoridades políticas hasta peligrosos hampones como el "Cabro" Eulalio.
Elisa Montesinos rescata y describe parte de este ambiente en aquellos años, de voz de algunos de sus propios protagonistas allí reunidos, en un interesante artículo del año 2001 titulado "Los sobrevivientes de La Unión Chica", publicado después por un sitio literario vinculado al "Proyecto Patrimonio":
"Todos hablan al mismo tiempo. Casi no es necesario hacer preguntas. La historia se va armando con los retazos que cada uno recorta de su memoria.
Las condecoraciones de botones negros que inventaba Jorge Teillier, a la usanza de una orden antimilitarista. O cuando descubren que todos eran de provincia, menos Roberto Araya, y éste se puso a llorar como un niño. 'Decidimos nombrarlo hijo ilustre de Negrete para que no se sintiera menoscabado', comenta Díaz Eterovic.
'Peleábamos mucho; era una escuela de ataque y defensa', dice Álvaro Ruiz. Roberto Araya cuenta cuando leyó un poema y Ruiz se lo pisoteó en el suelo. 'Es que eran muy malos', se defiende el aludido".
Los hermanos Teillier aparecen en las imágenes originales tomadas por Leonora, junto a su colega el elegante y señorial Rolando Cárdenas, trío de bebedores y vividores fallecidos durante la década siguiente. En esas fotografías se puede reconocer el mismo aspecto actual y decoración interior del local, como la campana de cocina con imágenes inspiradas en la cerámica tipo Quinchamalí o esas elegantes lámparas de estilo inglés. Jorge dejó, de hecho, una bitácora de estas reuniones, que fue descubierta en su casa de La Ligua tras su fallecimiento. Una de las fotografías más famosas que se tienen de él, lo muestra precisamente en las puertas del "Unión", con la lista de ofertas escritas a su espalda.
Díaz Eterovic, en tanto, jamás pudo renunciar al influjo del bar en esos días, volviendo a colocarlo en los escenarios de sus novelas policiales, como "Los siete hijos de Simenon" y "Nunca enamores a un forastero". Y cuando escribió la introducción para "Vagabundos de la nada: poetas y escritores en el bar Unión", publicado por la Editorial La Calabaza del Diablo en 2003, recordó desde lo profundo:
"1980. Nos rodea la oscuridad de la época y el miedo asedia al vino. Hablamos en susurros. La vieja mesa de madera crece con las horas. Al mediodía ha llegado Jorge con algunos libros bajo el brazo. Lo espera su hermano Iván. Lo esperamos Rolando Cárdenas, Germán Arestizábal, Álvaro Ruiz, Carlos Olivares, Roberto Araya Gallegos, Aristóteles España, Juan Guzmán Paredes, Mardoqueo Cáceres y algunos más que ‘matamos’ las horas conversando de poesía, de fútbol, de los chismes literarios de esos días, pobres y grises, como todo lo que nos rodea. Es el inicio de una tertulia más en la ‘Unión Chica’, bar ubicado en la calle Nueva York, en el centro de Santiago, con sus garzones de chaqueta blanca y mesas de madera, que eran el medio que rodeaba nuestras reuniones; de esas charlas interminables que iban quedando registradas en una bitácora que Jorge Teillier custodiaba con especial celo y que finalmente, después de su muerte, se encontró en su casa de La Ligua, entre sus libros de poesía y manuscritos".
Díaz Eterovic no es el único en novelar memorias del "Unión": el bar aparece mencionado también en trabajos literarios como los de Roberto Ampuero ("El último tango de Salvador Allende"), Eduardo Vassallo ("Zugzwang") y Juan Villegas ("Yo tenía un compañero"), por mencionar algunos.
En aquel tiempo, muchos llamaban todavía a "La Unión Chica" como el "Bar de don Wenche" aludiendo al apodo de su dueño, el ciudadano español Wenceslao Álvarez, cuya mano y la de su leal primo Senén compañero de esta aventura comercial, parece notarse en la cantidad de platillos hispánicos que ofrece el restaurante, como vimos. Don Wenceslao es hijo de un don Wenche anterior que había poseído ya otro bar en el Centro de Santiago antes de fundar este local en calle Nueva York, hacia 1940 como también dijimos. Leonora Vicuña contó una vez que cuando pudo volver al bar tras la dolorosa y triste muerte de Jorge Teillier en 1996, el actual don Wenche sólo atinó a decirle: "Don Jorge ya no está".
Manuel Peña Muñoz informa en su trabajo "Los cafés literarios en Chile" sobre otros personajes e hitos asociados al bar, agregando que aparecieron por él, alguna vez, también figuras de la talla de los escritores Francisco Coloane, Gonzalo Rojas, Jaime Gómez Rogers, Mario Ferrero, Marino Muñoz Lagos, Emilio Oviedo y Gonzalo Drago, entre otros.
"En el Bar de la Unión Chica se idearon proyectos literarios como la antología Nueva York 11, alusión a la dirección del bar, gestionada por Carlos Olivárez y que después publicó Hugo Galleguillos de la editorial Galinost. También se creó aquí la revista La Gota Pura, que editaba de manera más o menos artesanal la poesía de autores marginales y de la provincia".
(...) Acudían también al Bar de la Unión Chica el profesor de filosofía Juan Guzmán Paredes, el poeta Roberto Gallegos y el escritor y músico Enrique Valdés, oriundo de la Patagonia y autor de las excelentes novelas Ventana al sur y La Trapananda, alusión esta última a su territorio de infancia. Junto con recordar su niñez en la provincia, tema común del grupo, Enrique Valdés andaba siempre con sus partituras de música ya que interpretaba el violoncello en la Orquesta Sinfónica de Chile. Con posterioridad viajó a Estados Unidos y tras permanecer allá durante varios años, regresó a vivir a su Coyhaique natal".
Valdés iba a veces acompañado por los integrantes de la Orquesta Sinfónica, y según recordara Aristóteles España, lo hacía para beber vino pipeño. El músico también escribió sus recuerdos del "Unión" y de Teillier en un trabajo titulado "Solo de Orquesta". Quizás pudo encontrarse allí con poetas también asiduos visitantes del local, como Mauricio Barrientos, José Ortiz Suárez o Jaime Quezada.
Ronnie Muñoz Martineaux, en el artículo "El bar 'Unión'. Poesía, vino y nostalgia" publicado por la "Revista Literaria Rayentru" en 2005, continúa con esta nómina de parroquianos adictos al restaurante y el clima generado dentro del mismo:
"Otros habitúes infaltables son: doña Quenita y don Carlos Valdés, quien, siempre vestido de gris, fuma un eterno cigarro en el mostrador. La tarde y el vino pasan como las nubes y el mesón del Wenche parece una gran barca a la que se aferran marineros, soñadores, piratas y grumetes.
(...) Nunca falta un bohemio que evoca los versos consagrados al vino por el gran poeta persa Omar Khayan: “Nuestro tesoro, el vino/ nuestro templo, la taberna,/ nuestras mejores amigas, la sed y la embriaguez”. También al atardecer más de algún parroquiano canta un tango; los ojos se humedecen y las botellas iluminan el crepúsculo. Al final, don Wenche, avisa a los parroquianos y timoneles que el bar se cierra. Ante la voz del almirante se pide la última botella y vienen los abrazos y despedidas de esa gran cofradía de amigos y soñadores que deben regresar a los cotidiano, a morirse un poco entre las calles santiaguinas".
Algunas veces habrían aparecido por allá Enrique Lafourcade, el célebre autor de "Palomita Blanca", y la polémica poetiza Stella Díaz Varín, conocida como "La Roja" o "La Colorina", famosa tanto por su fatídica belleza como por su incorregible y violento carácter. Otros concurrentes ha sido la poetisa  Yolanda Lagos viuda de Juan Godoy, el poeta y abogado Mardoqueo Cáceres, y destacados periodistas como Mario Gómez López, Raúl Mellado y César Fredes, quien dedicó un artículo al bar en el diario "La Nación" del 16 de junio de 2007. También lo harían políticos, juristas, actores, académicos, etc.
"Qué será de Juan Guzmán Paredes, preguntamos -escribía España en 2006, en artículo del mismo sitio de "Proyecto Patrimonio"-; de Ronnie Muñoz Martineaux, de tantos amigos dispersos por el mundo y otros que ya habitan en el País de los Muertos. Recordamos a Stella Díaz Varín, quien falleció en junio de este año, a Eliana Navarro, a Yolanda Lagos quien suele aparecer todos los meses por calle Nueva York, domicilio del restaurant.
La Unión Chica es un bar lleno mitos y leyendas. Lo que no existe, se inventa. Por ahí divisamos entre la multitud de parroquianos a antiguos boxeadores, prestamistas, profesores jubilados, futbolistas en retiro, actores ancianos, ex cantantes de tango que hoy ven pasar sus días ajenos al aplauso, rodeado de recuerdos y botellas que los mozos de la Unión se esmeran en destapar para alegría de los contertulios".
Toda la fama y leyenda del "Unión" ha atraído hasta sus mesas a otras generaciones de intelectuales, escritores o artistas más jóvenes que han pretendido perpetuar aquella camaradería consolidada en los años ochenta. Pero la nostalgia quizás nunca llegue a reemplazar el creativo fenómeno sucedido entonces, en tiempos muy distintos, y con nombres distantes. Hoy, hay un rincón con fotografías del trágico poeta lárico, de Teillier, dentro del bar en el sector que más frecuentemente ocupaba y donde se cuenta que nunca almorzaba, sólo bebía y conversaba con cofrades o leía poemas. Sus amigos y admiradores descubrieron allí en el local una placa conmemorativa para él en agosto de 2011, en un acto encabezado por su sobrino y presidente del Partido Comunista don Jorge Teillier.
Seguirá allí "La Unión Chica", entonces, con sus experimentados meseros y sus impecables mesas clásicas, ofreciendo las delicadezas de siempre, como caldillos de congrio, carne mechada, tortilla española, cazuela, sánguches de pernil o de pulpa de cerdo y humitas, más las mismas botellas de vino que llenan las repisas tras el mesón y que han deleitado paladares de escritores e inspirado a tantos poetas de ayer.

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