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LA VIRTUD DE LA HISTORICIDAD ENTRE LOS CANES DE CHILE (PARTE I): EL CASO DEL EXTRAORDINARIO CUATRO REMOS

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Cuatro Remos, en fotografía publicada por "El Peneca".
Luego de dos capítulos dedicados a la "cuestión social" de los perros en la historia de Chile (uno en tiempos coloniales y otro en tiempos republicanos), seguidos de otra serie doble iniciada con la historia de los perros en las sociedades indígenas y de aquella relativa a los perros en la sociedad y el folklore criollo chileno, procedo a comenzar a publicar estos artículos dedicados a  casos donde queda de manifiesto el don de la historicidad entre algunos canes reales, en la crónica más reciente de nuestra república.
Ya hemos comentado de lo vieja que es la popularidad de ciertos perros que han marcado sus patas en nuestra semblanza nacional. El cronista Diego de Rosales, por ejemplo, informaba en "Historia General de el Reyno de Chile Flandes Indiano" sobre el recuerdo de uno de los primeros perros "históricos" de Chile, correspondiente a un famoso can del fuerte de Lebu, probablemente un mastín, que los españoles habían puesto a vigilancia contra los indígenas, a los que reconocía y anticipaba velozmente ladrando y colocando en aviso a todos de la dirección desde la cual se aproximaban.
A pesar de que, al avanzar la historia, los perros también fueron cayendo en rangos de problema social y sanitario severo, tal cual sucede hoy, además de la muy temprana aparición de las jaurías de vida en urbanidad semi-indómita, nada ha mermado la cotización popular por el can que ya estaba fuertemente posicionada en la cultura local y así, al avanzar la República y acercarnos a nuestra época, la sociedad chilena comenzaría a conocer y asimilar gran cantidad de noticias relativas a perros famosos y con nombre propio: de los perros chilenos, capaces de tocar el don de la historicidad y dejar registros interesantes sobre su paso por el mundo. Hay innumerables ejemplos de estos perros históricos que hoy lindan en un campo nebuloso, entre lo real y lo imaginario. De hecho, cada ciudad, cada puerto, cada aldea y cada plaza mayor tuvo los suyos propios, queridos y valorados perros por sus habitantes, cuales símbolos de las respectivas comunidades, frecuentemente, ¡y ay del forastero imprudente que ose propinarle un puntapié o un piedrazo al regalón del pueblo!
El esfuerzo que haré a continuación, entonces, será el de iniciar una suerte de rescate de algunas de esas crónicas perrunas, para cerrar tan largo trabajo memorial sobre la parte más canina de la historia de Chile. Advierto, sin embargo, que evitaré abordar casos de perros que fueron conocidos por la calidad de sus dueños, por supuesto, como sería por el ejemplo el famoso gigante Ulk del Presidente Arturo Alessandri, ya que prefiero poner atención en aquellos que han sido capaces de construir una leyenda propia y no sólo brillar como reflejo del prestigio de sus amos. A pesar de esto, recomiendo a los investigadores de las huellas perrunas un trabajo muy interesante de la investigadora argentina María Rita Figueira, titulado "Los ladridos de la historia. Retratos de personajes célebres a través de sus perros", para quien deseara esbozar un perfil de cómo se dan estas relaciones históricas y trascendentes entre hombres ilustres y sus mascotas.
Más o menos hacia los mismos días en que Claudio Gay publicaba sus estudios sobre Chile verificando en ellos la cercanía de los criollos con sus perros, había habitado en Valparaíso un famosísimo quiltro motejado como Cuatro Remos, que los porteños adoraron por su inteligencia y su obediencia fuera de serie, al punto de que lo podían mandar a comprar con una bolsa, según la leyenda. De cabeza larga, orejas cortadas, pelaje con manchas y cola corta, el curioso nombre se lo dieron unos pescadores, tras un supuesto rescate estilo salvavidas que habría realizado a un niño en el puerto, por la particular forma que tenía de nadar en aguas marinas, batiendo sus cuatro patas. Además de esta exhibición de heroísmo, el perro se aparecía a diario en el cuartel local de los bomberos porteños, el de la Tercera Compañía "Bomba Cousiño y Agustín Edwards" fundada en 1853.
El caso, probablemente con mucho de fábula, fue llevado a novela hacia 1883 por Daniel Barros Grez. Primero apareció en formato de folletines del diario "El Mercurio" y la revista infantil "El Cabrito", con lo que la historia del astuto quiltro alcanzó gran popularidad en todo el país y consagró su mito propio. Sería, así, uno de los personajes literarios más conocidos de Chile durante la segunda mitad de aquella centuria y parte de la siguiente. Este trabajo fue republicado como "Las aventuras de Cuatro Remos", libro lamentablemente casi olvidado en nuestros días. Allí partía diciendo el autor, al reproducir las memorias sobre el legendario perro:
"…esto no es un cuento sino la historia de un ser viviente real y verdadero, que, aun cuando perteneció a la raza canina, supo hacerse merecedor de las simpatías con las que lo honraron mil individuos de la raza humana, lo cual no es dable decir de muchos hombres. Ahí está el noble pueblo de Valparaíso, que no me dejará mentir, pues en el corazón de una gran parte de sus habitantes vive todavía el grato recuerdo de las loables acciones con que 'Cuatro Remos' supo ilustrar los últimos años de su vida".
Cuadro "La Zamacueca" de Manuel Antonio Caro, hecho hacia 1872. Se cree -con buenos argumentos- que el perro que aparece sentado al lado derecho de los bailarines y que mira hacia la posición del bastidor del pintor, sería el mismísimo Cuatro Remos.
La Plaza Pinto de Valparaíso en fotografía de Le Blanc, lugar de intensa actividad en la historia de los bomberos porteños y donde era frecuente que apareciera el querido Cuatro Remos, entre 1860 y 1872.
Se asegura que Cuatro Remos llegó al puerto desde Santiago, aunque no es seguro qué sucedió con aquella etapa de su vida en la capital, si acaso ésta es cierta. Según la versión cargada de ficciones de Barros Grez, vagaba por el sector de La Cañadilla de la Chimba en lo que hoy es la actual avenida Independencia, además del Puente de Cal y Canto. Se trataba de un escenario urbano de descomunales peleas entre quiltros, destacando en ellas el perro de la novela por su valentía y arrojo, pero también por una inteligencia que a veces asustaba a los más supersticiosos y alarmistas santiaguinos, que lo creían cosa maligna. Apodado por entonces con nombres como Choco y Chocolate por su color de pelo, se describe que llevaba puesta una especie de gorra bonete de paño, una correa de cuero al cuello y una tira de tela enredada en ella, que le daba extraño aspecto. Varias veces fue víctima de agresiones con piedras, pero encontró acogida en la Iglesia de la Viñita de avenida Recoleta al lado del Cerro Blanco, según el mismo escritor, donde también habrían llamado la atención sus enormes dotes, pero viéndose involucrado en controversias muy humanas del barrio según la fantasía de Barros Grez.
De alguna manera que tampoco está bien definida, y según el escritor después de una tragedia de su adoptivo amo, lo cierto es que el perro aparece en algún momento libre y feliz por Valparaíso, por el sector del Cerro Barón según se cuenta, hacia el año 1860. Allí continuaría cumpliendo con su destino de convertirse en uno de los perros más inteligentes y astutos de los que se ha tenido noticia en nuestro territorio, méritos por los que recibió varias condecoraciones del Cuerpo de Bomberos una vez que comenzó a participar de las actividades de los voluntarios. Si no estaba presente al empezar las emergencias, llegaba solo hasta ellos y alertado ni bien comenzaba a tronar el sonido de las campanas del cuartel, y ayudaba así a arrastrar las mangueras y carros bombas. Cuando descubría alguna filtración en las mangueras durante operaciones contra incendios, ponía una pata encima para taparla, ladrando a los voluntarios para que se percataran del problema; también espantaba con sus gruñidos y exhibiciones de dientes a los necios que, en esos años, tenían la costumbre de hacer cortes a las mangueras entre la muchedumbre, en plena emergencia. Algunas versiones dicen que también participó desde sus orígenes en compañías como la Bomba Española y la Bomba Valparaíso hasta su desaparecimiento. Cazador de ratones y caminante infatigable, cuando bajaba a los muelles ayudaba a los jornaleros a pelar cocos con sus mandíbulas.
En 1863, con el can ya conocido por todos, se había producido una gran matanza de perros vagos ordenada por las autoridades del puerto, y la comunidad porteña se aterró con la idea de que el célebre animal hubiese caído en aquella masacre, pero poco después la propia prensa aclaraba que Cuatro Remos había sobrevivido y estaba bien. Posteriormente, en las Fiestas Patrias de septiembre de ese año, una delegación de la Tercera Compañía de Bomberos de Valparaíso se presentó en Santiago para los actos del Día de las Glorias del Ejército, acompañada de Cuatro Remos. La presencia del perro fue comentada en la prensa de la capital, donde se informaba que causó gran admiración de la ciudadanía y hasta se vio envuelto en algunas controversias con pillos que trataron de pasarse de listos con él y que hasta robaron uno de sus collares con condecoraciones.
Para 1864, Cuatro Remos ya era parte del cuerpo de la Compañía de Veteranos de Bomberos, y así participó en los ejercicios del 11 de noviembre ejecutados por esta unidad, llevando en la espalda una cinta o listón con la palabra "Veterano". La poetisa Sara Vial comenta en su trabajo "Valparaíso, el violín de la memoria", que en 1869, cuando Cuatro Remos paseaba ya por sus últimos años, estuvo presente como invitado especial con los voluntarios tercerinos en una función del Gran Circo Italiano de Giuseppe Chiarim en el Teatro Victoria, a beneficio de los bomberos.
Fueron incontables las historias del perro de Valparaíso en esos años. Como era amado por todos, donde quiera que estuvo había anécdotas y fragmentos de sus aventuras: hoteles donde husmeaba, restaurantes donde le tiraban comida, vecinos que los acogían en las noches, escuelas donde los niños se organizaban para ir a conocerlo. Como ya estaba acostumbrado a la vida libre y nunca se ahuachó en un lugar específico y único, era recibido en casas particulares de gente que se complacía en atenderlo. Un día de esos, sin embargo, los dueños de una modesta vivienda lo vieron durmiendo en la mañana y se fueron sin despertarlo, justo cuando después sonaron las campanas de las emergencias de bomberos. El perro, acostumbrado a reconocer esta señal, se despertó sobresaltado y desesperó al verse encerrado, causando gran alboroto hasta que unos vecinos lograron sacarlo y así corrió enérgico hasta donde sus amigos voluntarios.
De esta manera, tras una maravillosa y ejemplar vida de quiltro callejero y mascota de todo un puerto, el viejo y cansado Cuatro Remos abandonó este mundo en el verano de 1872, siendo despedido como un héroe por la sociedad y saltando después a los libros gracias a la obra de Barros Grez.
No tardó en folklorizarse Cuatro Remos, por supuesto. Hasta un pasaje con su nombre existe en la Comuna de Estación Central de Santiago. Además del brinco a la literatura chilena, dice una leyenda con muchas posibilidades de realidad que el perro que aparece en la chingana del famoso cuadro "La Zamacueca" de Manuel Antonio Caro (o al menos en una de sus versiones), sería el mismo perro de marras, idea que se ve respaldada por el parecido innegable de Cuatro Remos en las fotografías que existen de él (como una publicada en la revista infantil "El Peneca" a inicios del año  1911, al parecer de la muy anterior casa fotográfica Helsby y Cía.) con el que aparece en el célebre óleo contemporáneo a los tiempos de fama del animal.
Un artículo de la propia Sara Vial publicado en "La Segunda" del 21 de octubre de 1997, comenta de esta leyenda sobre el perro del cuadro de "La Zamacueca". La misma autora recuerda allí la existencia de una canción popular musicalizada por Fernando González, que rinde homenaje a la memoria de este extraordinario perro:
Llegó junto al mar un día
para vivir en un puerto
y correr junto a las olas
y ser libre como el viento.
Su nombre se lo aprendían
gaviotas y marineros
el ciego con su violín
el carro con su bombero
La novela de Barros Grez sobre Cuatro Remos, si bien tiene elementos de un contenido más adulto (especialmente en aquella época), por alguna razón asume un lenguaje y tono que resulta más bien infantil, casi cándido por momentos, como si la zona de conciencia más de niño sobreviviendo en el autor fuera la que se sintió estimulada a crear la novela. No es difícil comprender el porqué de esta actitud narrativa: niños y perros quizás lograron el mayor nexo popular de mutua admiración y camaradería; de participación juntos en las jugarretas, diversiones y las travesuras al estilo de las que dieron cuerpo a la historia del admirado perro Cuatro Remos, cuyas aventuras inspiran y tocan la parte más prístina o cristalina que aún queda en los seres humanos.

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