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HUELLAS DE PERROS POR EL CEMENTO FRESCO DE CHILE (PARTE I): LOS CANES NATIVOS Y DOMESTICADOS ENTRE LAS COMUNIDADES INDÍGENAS DEL TERRITORIO

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Familia pehuenche con su propio perro o "tregua", en ilustración de Claudio Gay.
Hace poco subí un par de textos relativos a la "cuestión social" de los perros en Chile en el período de la Colonia y el de la República, publicando con ello parte de un trabajo que me correspondió hacer algunos años, para un proyecto editorial que no llegó a puerto. Como mi deseo es que estos contenidos no se pierdan, los dejo disponibles acá.
Para comprender la relación ancestral de hombres y perros en Chile a la que ya he hecho referencia en este blog, se puede retroceder a los orígenes mismos del país y a sus primeros habitantes, en la búsqueda de explicación a la postal tan enraizada y tan incomprensible para el ciudadano de otras latitudes o de otras realidades, sobre el vínculo cultural con el perro que es tan proverbial acá, especialmente con el perro quiltro, el mestizo o "de mala raza". La sorpresa es verificar, con este ejercicio, que dicho vínculo puede ser casi primigenio: más antiguo de todo lo imaginable. Nace con el propio país, de hecho, pues el perro llegó a estos territorios acompañando al propio hombre primitivo que pobló el continente y, al igual que él, probablemente descendía de razas del Asia Central, expandiéndose con rapidez por las comunidades humanas americanas.
Ya había sentenciado algo Ricardo E. Latcham sobre la presencia del perro en el Nuevo Mundo antes del arribo oficial de los conquistadores en su obra "Los animales domésticos de la América Precolombina":
"Cuando llegaron los europeos al continente que más tarde se llamó América, el animal doméstico más repartido entre los indígenas de aquel nuevo mundo, era el perro. Este animal se halló desde Groenlandia y Alaska por el norte, hasta Tierra del Fuego por el extremo sur, tanto en las costas como en el interior del continente".
Así de disperso, entonces, el perro recibió distintos nombres en las sociedades y territorios donde fue siendo adoptado, sabiéndose que eran llamados pastu en quechua, anocara en aimará, lock-ma en atacameño, shámenue en tsoneca o tehuelche, visne en ona, yaschala en yagán, chalki en alacalufe, etc.
Quiero publicar ahora, entonces, un poco más sobre esta parte de la historia relativa a los perros que pertenecían a los indígenas y los pueblos originarios del actual territorio chileno y que, aunque pueda sorprender, tuvieron su fracción de fuerte influencia en la cultura canina nacional, aunque a ratos sea escasa o -cuanto mucho- muy poco clara la información disponible para dar plenas luces a este tema.
Indígenas onas, con sus propios perros adoptivos a fines del siglo XIX.
EL TREGUA
Los principales perros que aparecen en la sociedad mapuche en Chile son los llamados treguas y quiltros, como lo señalan el Abate Juan Ignacio Molina en su obra "Compendio de la historia geográfica, natural y civil del Reino de Chile" y Felipe Gómez de Vidaurre en "Historia geográfica, natural y civil del Reino de Chile", ambos hacia la misma época. Lo tarde que aparecen estas y otras referencias sobre perros domésticos entre los pueblos originarios en las crónicas coloniales, sin embargo, ha sido una gran dificultad para identificar esta presencia y las características de los animales, problema al que se suma la desaparición de las posibles razas identificables por los cruzamientos sucesivos.
El equivalente al perro común de Chile en esos años, era el primero de los mencionados: el llamado por los mapuches tregua, thegua o treguá, nombre que según la tradición, significaría también pobre, desgraciado, aunque no necesariamente en forma denostadora, sino por el trato cariñoso o protector que el indígena se proponía tener generalmente con el animal. Eran bravos y muy buenos cuidadores, correspondiendo a un perro de cabeza larga, puntiaguda, con las orejas cortas y paradas. Se le describe también con buena y robusta dentadura, de patas largas, pelaje corto aunque la cola tendía a ser más peluda.
Cabe hacer notar sin embargo, que para autores como el propio Latcham padre, no existirían pruebas categóricas de que este tipo de perros treguas ya estuvieran entre los indígenas de Arauco durante el primer siglo de ocupación española, por lo que podría haberse tratado de una adopción posterior. Sin embargo, el mismo escritor lo considera "a todas luces indígena" y especula en la posibilidad de que el tregua, al que reconoce como Canis chilensis a pesar de no haber sido clasificado, podría ser una cruza entre los también imprecisamente llamados por entonces Canis ingae y Canis magellanicus, de los que hablaremos más abajo.
Del nombre del tregua provienen varios ejemplos en la toponimia, además, como la existencia la aldea de Tregua en La Unión, un estero y un fundo homónimo en Valdivia, la de Trehuaco ("Agua de Perro"), la caleta de Tregualemu ("Bosque de Perros") en Cauquenes, el estero Tregualco en La Imperial, o Treguacura ("Piedra de Perro"), entre varios otros posibles casos. Esto confirmaría la larga presencia del perro en el actual territorio chileno, poniendo en duda el  que hayan sido adoptados en tiempos posteriores a la llegada de los hispanos.
También existían en la tradición y folklore mapuches identidades perrunas como el Munutregua, que es un perro con pelos rizados o crespos ("Perro tapado", literalmente), y el mitológico Vilotregua, correspondiente a una culebra-perro que da su nombre a un estero del Biobío; y existe la leyenda del Treguaco, un perro de pelaje oscuro y brillante que sale del fondo de una laguna para poseer a las mujeres que lo conjuran con ritos mágicos, como recuerda Renato Cárdenas Álvarez en "El libro de la mitología. Historias, leyendas y creencias mágicas obtenidas de la tradición oral". En Purén, también hubo un jefe indígena llamado Loncotegua, traducible como Cabeza de Perro, que es mencionado por Diego de Rosales en su "Historia general del Reino de Chile, Flandes Indiano".
A pesar del cariño manifiesto a la mascota y que hemos descrito, Tomás Guevara de todos modos anota ciertas frases de peyorativas de los indígenas de la Araucanía aludiendo al animal, en su estudio "Folklore araucano. Refranes, cuentos, cantos, procedimientos industriales, costumbres prehispanas" de 1911, como las expresiones:
  • "Sólo el perro no agradece" ("Trewá müten mañunkelai"), para referirse a los ingratos o malagradecidos.
  • "El perro es perro"("Trewá ta trewá"), para señalar que un hombre pasado a rico sigue conservando sus modales de pobre, algo equivalente a eso de "la mona vestida de seda" de nuestra época.
  • "La mujer celosa, muerde como el perro muerde al hueso" ("Domo ta mürritufengei walokei chumngechi tañi waloken trewa forro meu"), que no requiere mucha explicación.
  • "Gente que ladra como los perros" ("Trewa femngei ta tufeichi che tañi wanküfengen"), señalando con desprecio a las personas ruidosas o gritonas.
Tal como sucede hoy en nuestra sociedad, pues, la relación del indígena con el perro o tregua parecía tener algunos altos y bajos.
Perros entre los araucanos jugando a la chueca o palín, en una conocida ilustración publicada por el naturalista Claudio Gay.
EL QUILTRO
El quiltro era el otro perro mapuche pero que ha heredado su nombre al motejo que hoy reciben en general todos los canes mestizos de Chile, carentes de razas definidas y no castizos. Pero, no obstante esta ampliación del uso para el concepto del quiltro, originalmente se trataba de un perro pequeño y bullicioso, cuyo nombre kiltru, kiltho o kiltro se traduciría como "perro chico", aunque los mismos indígenas araucanos adoptaron en algún momento también la expresión choco de origen quechua, que significaba bajo, grueso y enano, denominación que después pasó a ser sinónimo de perro crespo y de perro mocho; es decir, del perro con la cola cortada o muy corta.
Zorobabel Rodríguez, en su "Diccionario de chilenismos" de 1875, coincide en que el quiltro es una analogía al gozque o gozquejo del que se habla en España, describiéndolo también como "un perro pequeño, bullicioso y de mala raza". Y al igual que los treguas, estos perros estaban muy presentes en su cultura, por lo mismo: eran criados de a varios para vigilar las rucas y aparecen en la cerámica, en las leyendas y algunos cantos con vocalizaciones sospechosamente parecidas al aullido, probablemente onomatopéyicas. También han dejado huellas en la toponimia, como una Quebrada de los Quiltros cerca de Combarbalá y el Fundo de Quiltros en la localidad de Choapa.
Cabe advertir, sin embargo, que la asociación del quiltro con el perro chileno ordinario y mestizo, parece ser algo cuajado recién entre fines del siglo XIX y principios de la centuria siguiente, porque hasta entonces se insistía en llamar así sólo a un grupo de perros muy específicos que tenían características más bien de can de pequeño tamaño y con mucho pelo, según lo hace notar José Toribio Medina al definirlos como "perros de casta muy pequeña, especie de gozque, originariamente muy lanudo". Latcham dice en su tiempo (1922) que la raza fue desviando su aspecto original por estar muy cruzado y transformado con relación a los que describían Molina y Gómez de Vidaurre en sus respectivos trabajos, aunque todavía podía ser reconocida:
"El quiltro que ellos describen como perro chico y lanudo, todavía es muy común en el país sí es cierto que hoy ha sufrido muchos cruzamientos, sin embargo son bastante frecuentes los ejemplares típicos de la raza en cuestión. Son, como dicen los cronistas, vedijudos, con el pelo largo y crespo, generalmente de color blanco, rara vez grises o color canelo, de piernas cortas, nariz aguda, cola enroscada y generalmente andan con los ojos lagañosos.
(...) hay fuertes presunciones que abogan en favor de su antigüedad, y creemos probable que el nombre quiltro o quilthro, aplicado ahora a cualquier perro chico y labrado, fue, en tiempos pasados, empleado para denominar el perrito lanudo, muy abundante en el país y que indudablemente representa al tipo lanudo tan común en todos los países centrales de América, en la época de descubrimiento".
Julio Vicuña Cifuentes agrega un detalle interesante en su diccionario "Coa: jerga de los delincuentes chilenos. Estudio y vocabulario" de 1910: cuenta que en el ambiente del hampa se llamaba quiltros también a los revólveres, suponemos por nuestra parte que debido a su pequeño tamaño, bravura y utilidad. Este perro seguía apoderándose con sus características, así, de nuestro propio lenguaje y sus etimologías en pleno siglo XX, con estos casos.
Sin embargo, la connotación sociológica peyorativa ya estaba documentada en la idea del quiltro también en aquel entonces, agregando Medina como acepción del término: "Individuo despreciable, de ninguna importancia". Casi parecería que hablara de la misma maledicencia con que algunos emplean todavía hoy el concepto del roto, como algo ofensivo y despreciativo. Incluso los chilenos apodamos de forma burlona y difamante como quilterrier a los perros que acabaron siendo, por rara paradoja, nuestra primera raza canina formalmente reconocible: el fox terrier chileno.
Famosa ilustración de familia mapuche (araucanos) publicada por el naturalista francés Claudio Gay, con su respectivo perro "de mala raza" acompañándolos.
¿UN PERRO QUE NO ERA PERRO?
Más al Sur del país, por ese camino austral y simbólico representado en el Chile de la conquista, la historia se encontró de bruces con rarezas nativas como el llamado perro fueguino, perro yagán o guara, la mascota de los indígenas del paisaje más frío y hostil, que por largo tiempo fue un enigma para los naturalistas y generó grandes debates en los libros, además de ser definido en algún comento como el Canis magellanicus. Existe información muy mala y confusa sobre este animal e incluso un par de razas más que habrían recibido el mismo nombre, aunque todo esto ha venido a ordenarse en tiempos más bien recientes, gracias a las miradas científicas.
Pedro Sarmiento de Gamboa ve también perros locales de la zona austral patagónica y los describe en 1580 durante su viaje al Estrecho de Magallanes, al igual que el General Flores de Valdés en la Relación que presenta sobre el intento de poblar y fortificar el mismo Estrecho, dos años más tarde. Latcham dice que ya habían sido visto entre indios chonos en 1558 por la expedición de Juan Ladrillero y según consta en la relación de Cortés Hogea dictada al escribano Goicueta, aunque aparece después entre alacalufes y onas.
Entre esos primeros exploradores que identifican y describen al falso perro de los indígenas fueguinos están John Narborough en 1670, Jean Baptiste de Gennes en 1696, Jacques de Beauchesne-Gouin en 1699, John Bulkeley y John Cummings en 1743, Alexandre Duclos-Guyot en 1764 y Louis Antoine de Bougainville en 1768. Viajeros posteriores como Furlong y Cunninham agregaban que los perros de los fueguinos eran en realidad de dos razas: una parecida a los lobos y otra más pequeña parecida a los zorros. En tanto, Spegazzini, Hahn y Dabbene aseguraron que estos perros magallánicos eran distintos a los que tenían domesticados los yaganes, para mayor confusión. El controvertido Julius Popper agregaba, en 1887, que la única utilidad de estos perros parecía ser la de calefactores vivientes para los toldos y las chozas, pues dormían entre sus moradores. Y en "Los indios del Archipiélago Fueguino" de 1914, el padre Antonio Coiazzi escribe:
"Hay uno solo, que por decirlo así, forma parte de la familia: el perro, llamado por ellos visne. Los onas tienen muchos perros y les guardan un afecto grandísimo".
El afecto señalado era tal que, cuando moría la madre de un cachorro, las propias mujeres en período de lactancia les daban de mamar para que no pereciera de hambre la cría.
Los caninos de las estepas australes siguieron siendo utilizados por largo tiempo entre la sociedad magallánica, antes de ser desplazados por razas de perros pastores de origen europeo. Pese a todo, su presencia es persistente y la hace notar, en 1896, la "Memoria de la Gobernación de Magallanes" de don Manuel Señoret:
"…abunda hasta ahora y es un auxiliar de los indígenas el perro fueguino, cuyo origen, al parecer, mezcla de perro y zorro, es un problema científico interesante y aún no resuelto".
Extinto hacia principios del siguiente siglo, sin embargo, hoy creen algunos que el perro fueguino procedía de una domesticación del zorro, señalándose como uno de los principales sospechosos el culpeo o Pseudalopex culpaeus, que habría sido domado por parte de comunidades canoeras formando parte de la propia familia, no siendo entonces de la especie Canis lupus familiaris o perro propiamente tal. Sin embargo, estudios publicados por la Universidad de California en el año 2009, sugieren la posibilidad de un vínculo con el lobo silvestre del Chaco argentino-paraguayo conocido como el aguará gauzú o Chrysocyon brachyurus, presumiéndose alguna relación con el zorro nativo de las Islas Falkland o Malvinas. Es lo más cercano a una respuesta que solucione este largo y secular misterio zoológico o, al menos, que aporte mayor claridad al largo enigma.
Indígenas canoeros de la Tierra del Fuego con su respectivo “perro” yagán (una posible domesticación del zorro culpeo) formando parte de la familia, en grabado publicado por Recaredo Santos Tornero en su “Chile Ilustrado”, de 1872.
ACARICIADOS Y A VECES GOLPEADOS
El Abate Molina hablaría, hacia la misma época de grandes persecuciones coloniales contra los canes (pero desde una filosofía muy distinta a la de las autoridades patrocinadoras de estas muertes en masa), sobre la relevancia del perro mestizo que es corriente en Chile y su raudal de Norte a Sur, en lo que podríamos definir como el país-camino que somos. Así, el ilustre sacerdote dice:
"En cuanto a los perros, no es mi ánimo hablar que todas las razas conocidas actualmente en el Reino de Chile se encontrasen allí antes de que entrasen los españoles, pues únicamente sospecho que antes de aquella época existiese allí el Borbón pequeño llamado kiltrho, y el trehua o perro común, los cuales han sido encontrados en todas las tierras que han descubierto hasta el Cabo de Hornos. Es verdad que estos perros ladran como los originarios de Europa; mas no por esto deben ser reputados como extranjeros, mediante a que la opinión de ser mudos los perros americanos, únicamente proviene del abuso que cometieron los primeros conquistadores aplicando, según su antojo y sin verdadero discernimiento, los nombres de las cosas del mundo antiguo a los nuevos objetos que les presentaban una leve apariencia de semejanza o conformidad con los que habían dejado en Europa".
A pesar de la demostrada relación emocional entre perros e indígenas, vimos ya que Guevara identifica otros casos de cierto uso de la significación de perro como algo peyorativo entre los mapuches, paradójica dualidad conceptual que se mantiene en nuestra propia comprensión actual, como hemos dicho. A mayor abundamiento, dice el autor:
"El perro figura en sus refranes como un superlativo de desprecio. En sus disputas, cuando se ha agotado hasta el fondo el vocabulario de injurias, se lanza un dicho menospreciativo en que aparece este animal comparado a las personas".
Guevara cuenta también en su "Psicología del pueblo araucano" que en las guerras de conquista, los prisioneros ejecutados eran despedazados y los troncos de los cadáveres iban a parar a los perros. Pese a todo, podemos deducir con tranquila seguridad que la pacífica relación entre perros y personas ya estaba establecida entre las comunidades indígenas de la Araucanía, según se desprende de los comentarios de Latcham, a quien tanto hemos citado en este texto por ser uno de los mejores informantes del asunto:
"En todas las rancherías de los araucanos se encuentran numerosos perros, la mayor parte de los cuales demuestran señales de la diversidad de su origen; pero los más apreciados por los indios, son los que todavía conservan los caracteres de sus antepasados indígenas y estos son bastante comunes".
Ya vimos en otra entrada, sin embargo, que en los relatos del cronista Pedro de Córdova y Figueroa contenidos en su "Historia natural, militar, civil y sagrada del Reino de Chile", se confirma que algunas comunidades de la zona de Angol no tenían problemas en comer carne de estos animales y hasta pedirlos casi como ganado de trueque en algunos acuerdos a los que arribaron con los hombres del Gobernador Pedro de Villagra. Habría sido una práctica no pocas veces vista en aquellos años. Lo mismo verifica entre ciertos indios fueguinos, la mencionada relación de Cortes Hogea en 1558; y entre los indios peruanos wankas por el cronista indígena Guamán Poma de Ayala en su célebre "Nueva crónica y buen gobierno" de principios del siglo XVII:
"...ellos comían perros y así sacrificaban con ellos y con coca y comidas y sangre de perro y mullu (caracol). Así dicen que decía: 'señor guaca Carvancho Uallallo, no te espantes cuando dijere uac, que sabes que son nuestros antepasados'. Y así hoy día le llaman guanca alco micoc (wanka come-perros)."
Antigua postal fotográfica de la Araucanía, mostrando una familia mapuche en su ruca, con el infaltable perro quiltro viviendo entre sus miembros.
OTROS CANES, AL NORTE DE CHILE
Por el Norte del país, en las áreas de influencia cultural más directa del Tawatinsuyo, quizás haya sido conocido el perro inca que fuera denominado Canis ingae por algunos observadores de la época y famoso por carecer de pelo. Aunque estéticamente sea un poco extraño, esta raza ha destacado siempre por sus capacidades de caza y su excelente rol como perro de compañía. Hacia inicios del siglo XX, además, se confirmó el hallazgo de algunos esqueletos en un cementerio del sector de Bahía Salada, en Atacama. También se habla de otras razas parecidas al perro inca por América Central y América del Sur, en un estudio titulado "Ethnozoology of the Tewa Indians", de Junius Henderson y John Peabody Harrington, publicado en Washington en 1914.
En las crónicas del Inca Garcilaso de la Vega en su "Historia general del Perú", se comenta de otra clase de perros peruanos, más pequeños y parecidos a los gozques europeos, que los locales llamaban alcos o allcos, aunque parece que este nombre solía ser usado en general para señalar a todos los canes. Oreste Plath se pregunta en su artículo "El perro y el pueblo chileno" de la revista "En Viaje" N° 262 de agosto de 1955, si esto tendrá algo que ver con el nombre de una localidad conocida como Alcohus, cerca de Combarbalá, que podría traducirse como "Perro aparecido". Por nuestra parte, recordamos que un poco más al Norte y también en territorio diaguita, por allá por la cuenca del Elqui, está la aldea y río de Alcohuaz. En el Norte Grande, además, está el cerro y salar de Alconcha, en los orígenes del Loa.
Latcham recuerda que, según los estudios del padre Ludovico Bertonio sobre cultura aymará, a inicios del siglo XVII, estos conocieron también dos o tres clases de perros, animal al que llamaban ano o anocara: uno grande llamado pastu (palabra quechua) relacionado con el perro inca y"con traza de mastín", y también a un perrito lanudo que supone posiblemente emparentado con el quiltro de los mapuches y los perros parecidos de Centroamérica, llamado Cchusi anocara y, en forma más cariñosa, como ñuñu y umoto. Adicionalmente, llamaban a todos los demás perros mezclados e indefinidos (los mismos que ahora nosotros identificamos con quiltros) como chulo anocara. Coincidentemente, existen ciertas localidades y cerros llamados Anocarire, Anocariri y Anocaraire cerca del Salar del Surire y en territorio de Bolivia.
En la "Crónica y relación copiosa y verdadera de los reinos de Chile" de Jerónimo de Vivar, se dice también que cuando Pedro de Valdivia pasaba por Coquimbo, estando hacia la altura del Limarí envió una avanzada a cargo de Francisco de Aguirre, encontrándose éste con que la mayoría de los indígenas habían corrido a refugiarse a las sierras por temor a los extraños. Desesperados por comida y abastecimiento, los españoles llegaron a un pequeño caserío y allí habrían encontrado unos pequeños canes que el cronista llama "chollos" (vieja expresión española para definir ciertos perros, según parece) que lamentablemente corrieron la suerte ya comentada de los perros en períodos de hambruna:
"Allegaron a estas chozas muy alegres, entendiendo que había gran copia de bastimento, y fue lo que hallaron cinco chollos, que son unos perros de la grandeza de gozques, algunos mayores, los cuales fueron tornados y luego muertos y asados y cocidos con zapallos, que son de la manera que tengo dicho. Esto se comió y no se tuvo por mala comida".
Volvieron a hallar otro perro similar cuando llegó Valdivia y se lo comieron hervido en agua, con dos zapallos. No es fácil precisar a qué clase de perros nativos del Norte Chico pudo referirse el autor, si es que en realidad eran perros propiamente dichos y no otro caso de los abusos de las comparaciones de animales que solían hacer los españoles al bautizar a la fauna americana, como alegaba Molina. Sin embargo, por los pocos datos que da Vivar, puede ser quizás un caso de quiltros de más al Sur llevados a territorios de la región coquimbana.
Dos perros fueguinos, con cazadores onas en postal fotográfica histórica.
Y OTROS CASOS POR EL SUR
Hacia el Sur del país, también había presuntas variedades perrunas. De todas las referencias e informes dados por los cronistas, viajeros y exploradores, Latcham concluye que en la Patagonia austral existieron al menos tres razas bien definidas de canes, incluyendo al que ya vimos con más detalle y que no era perro propiamente tal:
"1° el perro grande patagónico, de los patagones y onas, parecido a lobo, derivado del chacal Canis magellanicus; 2° un perro más pequeño, pero del mismo aspecto general, que con toda probabilidad debía su origen a una de las variedades salvajes del Canis azarae, quizás el gurú chileno; y 3° un perro chico, con pelo largo y crespo, el perro chono".
Esto perturba un poco la comprensión de los hechos. El que llama perro patagónico o Canis familiaris magellanicus se encontraba en toda la Patagonia, el Estrecho de Magallanes y la Tierra del Fuego a la llegada de los primeros exploradores, y era el más grande de los perros indígenas de Sudamérica, según anota el mismo autor. El perro chono o fueguino, en cambio, era más pequeño y peludo, pero no debe ser confundido con uno al que el cronista Pedro Cieza de León da el mismo nombre en los Yungas en su "Crónica del Perú", cuando dice que "por las casas de los indios se ven muchos perros diferentes de la casta de España, del tamaño de gozques a quien llaman chonos". Puede, a fin de cuentas, que haya existido más de un animal domesticado identificado como perro en la Patagonia Austral y Magallanes.
Con las imprecisiones y dificultades en el conocimiento zoológico de la época, otras especies que el señalado autor identifica como emparentadas con el perro sin ser tales, son un Canis aguara o perro salvaje de la Provincia de Buenos Aires, y cuya distribución llegaba hasta Bahía Blanca y las islas adyacentes, o también el ya mencionado Canis azarae, que en realidad corresponde al zorro silvestre con distribución en Brasil, Paraguay, Uruguay, Suroeste de Perú, Argentina y Chile. Por supuesto, podemos afirmar con seguridad esto en base a los conocimientos que existen hoy.
La vertiente peninsular de caninos también logró fusionarse con las de carácter originario. Otros que se presumían autóctonos en América, como el pequeño perro mudo caribeño, llegaron también a Perú y Chile pero fueron mascotas ya de tiempos republicanos. Después de la Conquista y del contacto con los hombres blancos, las tribus patagónicas y fueguinas fueron adoptando perros europeos para tenerlos de mascota o bien para valerse de su ayuda en la caza de ñandúes y guanacos, como sucedía con los galgos de los tehuelches. Sus familias tenían también pequeño perros falderos equivalentes quizás a los quiltros de Arauco y que apodaban cariñosamente "pelados", apodo que después degeneró a "pilas"´.
Quedaba atrás y de esta manera, la época de esos misteriosos canes nativos del actual territorio chileno y de los inmediatos en países vecinos.

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