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EL HOMBRE QUE FOTOGRAFIÓ AL SIGLO XX DESDE EL BARRIO MAPOCHO

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Elías Maturana y su vieja cámara. Fuente: diario “La Tercera” junio de 1997.
Coordenadas: 33°25'56.17"S 70°39'9.77"W (Barrio Mapocho)
He comentado en este blog algo sobre los fotógrafos clásicos como Alfredo Molina La Hitte y David Rodríguez Peña, pero también sobre aquellos de cámara minutera que ya están al borde de la extinción; esos típicos de plazas y parques, como era el caso de don Marcos Valenzuela, junto al Cerro Santa Lucía.
Entre los muchos personajes del Barrio Mapocho y del sector de los mercados que sobrevivieron a los drásticos cambios de la ciudad y llegaron a las proximidades del último cambio de siglo como iconos de aquel pasado romántico de las riberas urbanas, estuvo el fotógrafo Elías Maturana, quien fuera identificado en vida como todo un emblema en el arte de la fotografía callejera, además de uno de sus más conocidos exponentes populares en Santiago.
Todos reconocían a don Elías en el barrio, pero a veces costaba un poco pillarlo, haciéndose reconocible sólo por su silueta distante en algún sector junto al río: flacuchento y de gruesos bigotes al estilo mariachi, paseaba por allá su antigua cámara fotográfica de cajón y trípode, me parece que una Kodak de madera o un modelo similar de principios del siglo XX. A veces, intentaba frenar el profundo curtido a Sol de su piel oscurecida con un sombrero artesanal de ala muy grande, que le reforzaba esa falsa apariencia charra.
El radio de operaciones de don Elías era frente a la estación, la Plaza Venezuela, la Plaza Prat con el monumento a los héroes de Iquique y el Mercado Central, además de la proximidad de las pérgolas de las flores y la Piscina Escolar al otro lado del río, donde se instalaba con su delantal blanco y alguna otra cámara más tradicional colgando de su arrugado cogote, a la espera de un turista interesado en un recuerdo. A veces, usaba su propia cámara minutera como atractivo para la clientela, pues no era raro que los curiosos se le acercaran tentados con la idea de conocer semejante reliquia digna de un museo, pero que seguía perfectamente operativa.
Detalle de una imagen de 1968, mostrando el edificio y barrio "Luna Park".
La Piscina Escolar, donde Maturana comenzó su oficio en los cuarenta.
Por las tardes, luego de una jornada que rara vez llegaba a ser buena, don Elías entraba a alguna cantina del sector, como el bar “Touring” de General Mackenna, a comerse algún bocadillo o tomarse un refresco para concluir así otro día de duro trabajo soportado por sus huesos seniles; huesos de hombre que vio pasar 60 años de historia del barrio por la lente de su cámara, como el ojo mismo del tiempo. Allí, en la intimidad de este bar mapochino, fue retratado en una sesión fotográfica realizada por su colega de otra generación, Álvaro Hoppe (ver galería aquí: mav.cl/foto/hoppe/sala.htm).
Maturana no tenía clara la fecha de su nacimiento; o al menos eso decía él. En 1997, declaraba la impresión de tener entre 70 u 80 años de edad, pero no era capaz de precisarlo. Sin embargo, recodaba perfectamente el año en que empezó a tomar fotografías allí junto al río: 1942, plenos tiempos de la Segunda Guerra Mundial. No lo olvidó jamás porque fue el mismo año en que se le dio el permiso municipal para ejercer el oficio al que dedicó todo el resto de su vida. Desde entonces, estuvo paseando su cámara al hombro y testimoniando con ella la vida en las riberas del Mapocho, por una modesta paga para cada una de sus fotografías en blanco y negro que iban quedándose atrás ante el progreso.
Sus primeros trabajos como fotógrafo popular tuvieron por escenario a la Piscina Escolar de la Universidad de Chile, allí en Santa María con Independencia y que era por entonces un edificio joven aún. Los bañistas de la piscina fueron el tipo de clientes con los que debutó don Elías el verano de ese año a inicios de la década de los cuarentas. Desde entonces, entregó todo a este oficio: la calle se convirtió en su lugar estable de trabajo y en el principal territorio de transcurso de su vida diaria. Si mal no recuerdo, había perdido a su mujer hacia los años setentas, pero él siguió siempre allí, incólume y estoico al Sol o al frío acompañado de su cámara vieja, llevando sustento a su casa donde vivía con sus hijas y nietos.
Aunque era un viejo risueño, tenía la tendencia a estarse lamentando por la decadencia del oficio, no obstante que a su edad era admirable la vitalidad y la energía que le habían proporcionado todos estos años de entrenamiento de vida al aire libre. Quizás nunca tuvo noción de esta virtud.
55 años después de iniciado en la fotografía del barrio, don Elías seguía levantándose temprano cada mañana, para ir a esperar en las puertas del Mercado Central que algún visitante del barrio se interesara en estas imágenes de papel fotográfico, las que ya comenzaban a competir con la invencible tecnología digital, en una guerra que partió perdida.
Don Elías Maturana tomando fotografías a un grupo de gauchos y huasos reunidos en las proximidades de Estación Mapocho en febrero de 1985, durante un encuentro binacional de estos personajes representativos de Argentina y Chile. Imagen del diario "La Tercera".
La clientela era progresivamente menos, es cierto; y su cámara de caja reducía cada vez más las posibilidades de lucirse en su plena funcionalidad.
“Si bien las he visto todas desde la calle–decía entrevistado por "La Tercera"- no hay nada más triste que irse para la casa sin haber sacado ninguna foto. Yo llego tipo nueve de la mañana y me voy pasadas las dos de la tarde. Cuando no trabajo, no me dan ganas ni de almorzar” .
Maturana fue uno de los personajes más estimados de barrio al aproximarse el cambio de siglo, y el trato cordial que daba a la gente luego de tantos años aprendiendo a relacionarse con ella, lo convirtieron en alguien lleno de conocidos por todo el sector, colmándolo de saludos a su paso. Ése era don Elías, el fotógrafo del mercado y retratista de cómo el siglo XX pasó por la ribera del Mapocho.
Y fue de esta misma manera como un día cualquiera, uno más en la vida del barrio, Elías Maturana no llegó. Nunca más volvió. Su camarita tan delgaducha y anciana como él, jamás reaparecieron por el sector para llenar su grieta de ausencia. Y se marchó llevándose, de paso, a la última representación de su oficio en el barrio.
Constituyó un final perfecto y casi poético: simplemente, desaparecer. Se fue a dormir con los recuerdos que justifican a Mapocho: con el tajamar colonial, con el Puente de Cal y Canto, con la época de los trenes, las ferias del “Luna Park” y los neones de "Aluminio El Mono" en la cima, o los carros del ferrocarril urbano pasando por la desparecida Garita Mapocho, enfrente de la estación. Lo que continúe de él hasta nosotros, entonces, será obra de su leyenda hecha tras la modesta caja fotográfica de más de un siglo.

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