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"LA ESPUMA" QUE YA SE DESVANECIÓ DE AVENIDA VICUÑA MACKENNA

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Local donde estuvo la fuente de soda en los noventa.

Coordenadas: 33°32'55.67"S 70°35'13.53"W

En avenida Vicuña Mackenna cerca de Central Oriente, pasado el paradero 21 y en un grupo de locales comerciales numerados con el 10064 pero divididos por letras, existió durante los años noventa una popular schopería de la comuna de La Florida, llamada "La Espuma"; o "La Espumita" como le decíamos cariñosamente quienes fuimos sus comensales. Era un lugar bravo, un tanto temido y bueno para interiorizarse en esa vida nocturna alrededor de las cervezas y con poco apego al instinto de conservación, si lo miro fríamente desde ahora.

Nuestras visitas a "La Espuma" solían ser el fin de semana, ocasionalmente en días hábiles. Aunque se suponía que cerraba pasada la medianoche, a veces el local seguía abierto hasta muy tarde, por lo que era corriente encontrarlo con sus cortinas metálicas arriba incluso en la madrugada. Atendía su propio dueño, un señor bajito y de pelo cano, acompañado de alguna mesera de pelo teñido claro y delantal verdoso. A veces, un familiar del patrón también estaba allí trabajando en la caja o en el mesón. El local era pequeño, de un piso y tenía un misterioso pasillo que se perdía hacia atrás del recinto. Había de las tradicionales mesas y sillas fijas, más otras cuadradas, un poco más pequeñas, con manteles llenos de hoyos y quemaduras de cigarrillos.

La especialidad eran las cervezas y schops. Ofrecía otros tragos, pero parecía que jóvenes y viejos llegaban allí buscando sólo la embriaguez de la cebada. Había sánguches y completos, de esos para evitar al paso el hambre, siempre fríos y con mayonesa blancuchenta, pues sólo eran para combatir bajones de hambre, al igual que papas fritas y otros pequeños platillos de su modesta cocinería. Como el local estaba exactamente al lado de una Sala de Pool, era frecuente que los jugadores visitaran el local a final o en los entremedios de sus partidas.

A diferencia de la "Casa Lila" y otras fuentes de soda de este lado de la avenida Vicuña Mackenna, ésta era un tanto lúgubre y temida, con un público no precisamente caracterizado por su roce social y cultura de buena convivencia. Como íbamos en un grupo relativamente grande, sin embargo, nunca tuvimos algún problema. Incluso nos dimos el gusto de invitar a algunas amigas, comolas Carmen Gloria (dos amigas, coincidentemente con los mismos nombres y el mismo primer apellido, una de Vicuña y otra de acá en Santiago), sin incidentes ni tensiones. Nuestra única preocupación era intentar estacionar el vehículo a la vista, ojala en el pequeño estacionamiento frente al propio local.

Aunque asistíamos allí desde el año 1992, aproximadamente, creo que fue en 1997 cuando más veces nos encontramos bajo ese letrero amarillento. Y aunque siempre fue un lugar calmo para nosotros, de todos modos fuimos testigos de las "curiosidades" del local. Una noche de aquellas, por ejemplo, llegó un grupo de tres sujetos jóvenes, muy ebrios y cargando un montón de botellas de cerveza (algunas vacías y otras llenas) que colocaron ruidosamente y sin delicadeza a sus pies, en una de las mesas cuadradas. Pasado un rato, comenzaron a reclamar porque encontraron que los schops que les habían servido eran, según ellos, "pura agua"... El viejito dueño del local comenzó a defenderse de la acusación y los llevó tras el sifón de la barra para que vieran el sistema surtidor de la cerveza desde el balón. No quedaron convencidos y siguieron alegando que le habían echado agua al contenido de sus jarras, hasta que uno de los clientes, me parece que un tipo que trabajaba en un taller mecánico por ahí cerca, se acercó y los increpó provocándolos. Los muchachos trataron de responder al mismo tono del sujeto, pero al ver que éste no cedía, comenzaron a intimidarse y, con la cola entre las piernas, bebieron sus vasos, pagaron en silencio y se fueron con todas sus botellas de lastre.



No quedó ahí la historia: el sujeto de la clientela que logró callar a los odiosos tipos, creyendo que su intervención le habría dado ciertas licencias dentro del local, trató de sobrepasarse de alguna forma con la camarera (nunca supimos qué hizo o dijo, exactamente) y ahora ésta le respondió cortante y seca, dejándole con tosquedad sobre el mesón un plato con lo que había pedido (creo que era un sándwich chacarero) y diciéndole con el rostro endurecido: "¡Ahí está su plato!... ¡Cómaselo!". El tipo trató de pedirle disculpas, pero fue imposible... En un minuto, pasó de héroe a villano. También se retiró en silencio, después, tras la amarga cena.

Nuestras propias historias personales en el localucho no eran tan sórdidas. Cerca de allí, en la esquina del lado, había una academia de conducción en la que aprendí a manejar hacia el año 1993. A veces, dos o tres de mis amigos con quienes me reunía a diario en un sector de avenida La Florida apodado la Antena (por una antigua y enorme antena radial que existía allí) me acompañaban hasta la academia, durante la hora de entrenamiento que hacía desde allí en alguno de los vehículos de aprendizaje. Mientras tanto, ellos siempre se quedaban en alguna fuente de soda cercana, principalmente en "La Espuma", donde les compraba un par de cervezas para la espera, hasta que regresara de la clase y nos bebíamos otra cada uno antes de marcharnos.

Sucedió que un día, sin embargo, la clase en la academia se atrasó y esperé mi módulo por una hora con ellos en la schopería. Como desgraciadamente estaba sin almuerzo, bastó un par de vasos de cerveza para quedar mareado y así fue que me sorprendí a mí mismo a la hora de tener que ir a clases de manejo y pararme para caminar a la academia. Conciente de mi estado, pedí postergar la clase alegando malestares de salud, pero fue imposible; un chicle apenas escondía mi aliento a cerveza, haciendo enormes esfuerzos por mantener la compostura y que mi supervisor no notara que había bebido... Milagrosamente, justo en ese momento cambiaron la clase práctica por una de evaluación oral, lo que me salvó esa tarde de tener que conducir. La rendí con alguna dificultad, pero salí bien evaluado... Sin duda, no me habría enorgullecido ser uno de los pocos que hayan manejado ebrios antes de saber manejar siquiera.

Asistimos hasta "La Espuma" hasta los albores del actual milenio, cuando el interés por esta clase de pequeños boliches se nos fue perdiendo y agotando, desplazados por nuevos y más grandes atractivos de la ciudad. Fue poco después de esa misma época que bajó su cortina, para siempre, cediendo el local a una seguidilla de nuevos negocios que lo han ocupado en los últimos años, allí en la proximidad de donde se encuentra ahora la Estación Metro Trinidad.

Fue así como "La Espuma" de Vicuña Mackenna, finalmente, se desvaneció con todas sus burbujas chispeantes.

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